NO SOY UN INVÁLIDO; SOY UN PROBLEMA DE INGENIERÍA
Publicado en
marzo 03, 2015
En vez de sumirse en la desesperación, aquel paralítico fue capaz de forjarse una nueva existencia animada por su entusiasmo de crear e inventar.
Por Keith Smith.
SIR LAWRENCE WACKETT, de 74 años, habilísimo en toda suerte de tareas del hogar, piloto que en la primera guerra mundial recibió múltiples condecoraciones por sus hazañas, y el más destacado diseñador de aviones de Australia, se levantó temprano el día 12 de noviembre de 1970 para trabajar en el pequeño almacén que estaba construyendo en el desván de su garaje.
Cuando su esposa lo llamó a mediodía para el almuerzo, no obtuvo respuesta y fue a buscarlo. Llena de horror, lo vio tendido de espaldas en el suelo, aprisionado entre el automóvil y el bote. "Creo que me he quedado paralítico", musitó. Se había caído por la trampa del desván, desde una altura de casi cuatro metros, y se había destrozado la espina dorsal. Llevaba dos horas sin poder moverse.
Los tres meses siguientes sir Lawrence estuvo encamado en un hospital de Melbourne, incapaz de hacer el menor movimiento. Al cabo de ese tiempo los médicos le comunicaron la terrible noticia: era un cuadripléjico.
"Durante un par de días estuve tan deprimido que pensé quitarme la vida. Luego comenzaron a interesarme los auxiliares mecánicos para cuadripléjicos, y observé que eran absolutamente inadecuados. Pensé que aun con mi incapacidad podría mejorarlos". Wackett subraya este recuerdo con una sonrisa irónica. Incluso cuando se hallaba sumido en la desesperación, su pasión por las innovaciones tecnológicas era incontenible.
Y fue precisamente ese entusiasmo el que lo volvió literalmente a la vida y le dio fuerzas para emprender una carrera productiva basada en su cruel afección.
Su afición por la técnica comenzó en 1915, cuando servía en la Fuerza Aérea australiana. Aunque le gustaba pilotar, prefería la mecánica y el arte de mantener en vuelo biplanos desvencijados y de hacer funcionar sus tosigosos motores. Al terminar la guerra el joven comandante, que había ganado varias condecoraciones en Francia al mando de una escuadrilla de la Fuerza Aérea, decidió hacerse ingeniero aeronáutico. Tras estudiar día y noche en la Universidad de Melbourne, consiguió en sólo nueve meses y con distinción, el título de Bachiller en Ciencias, y la convalidación de dos años de estudios en el Real Colegio Militar de Duntroon. Luego se asoció durante dos años con el capitán Frank Barnwell, diseñador de aviones inglés.
En 1921 convenció al Departamento de Defensa de que se hiciera cargo de una fábrica pequeña, y allí diseñó y construyó el primer avión australiano, el Wackett-Widgeon I. Siguieron otros aparatos creados también por él, y en poco tiempo la fábrica contaba con 80 empleados. En 1929, sin embargo, por razones de economía, el gobierno decidió cerrar aquella fábrica experimental y seguir adquiriendo sus aviones en Gran Bretaña, lo que obligó a Wackett a trasladarse a Cockatoo. Dock, en Sydney, donde se ganaba la vida a duras penas reparando aviones.
En 1933, cuando la subida de Hitler al poder comenzó a preocupar en Gran Bretaña y el país se vio incapaz de garantizar el suministro de aviones militares a la Mancomunidad Británica de Naciones, designaron a Wackett para que dirigiese la nueva empresa.
Bajo su hábil dirección, la fábrica comenzó a lanzar cientos de aparatos: aviones de adiestramiento y cazas Boomerang y Mustang. Al iniciarse la era de los reactores después de la guerra, mucha gente pensó que la manufactura de este tipo de aeronave excedía las capacidades técnicas de Australia, pero Lawrence Wackett no compartía esta opinión e impuso sus argumentos. En agosto de 1953 logró que el primer reactor Sabre fabricado en Australia despegase ante 5000 espectadores.
Wackett, que había recibido un título nobiliario y era ya sir Lawrence, se retiró en 1961. Mas su energía desbordante no se doblegó: vigiló la recuperación de más de una hectárea de terrenos en la bahía de Port Phillip, y la edificación de un casino en ese mismo lugar. También diseñó y construyó el primer velero de fibra de vidrio fabricado en Australia.
Su energía parecía inagotable; diseñó también una gran casa para él y lady Wackett, y dedicó tres años a vigilar la construcción. Después se produjo la terrible caída que dio lugar a la parálisis, pero tras las primeras semanas de depresión, comenzó a recuperar su entusiasmo. Su avejentado organismo de 74 años parecía tan inútil como un motor de avión mal diseñado, pero, ¿acaso no sería posible modificarlo?
Pidió un catálogo de aparatos ortopédicos para cuadripléjicos y, tumbado sobre la espalda, con el cuello preso en uno ortopédico, lo fue examinando con creciente interés mientras su fisioterapeuta volvía las páginas.
Pronto le llamó la atención un dispositivo norteamericano llamado férula flexora de la muñeca. Wackett aún podía ejecutar movimientos leves con las muñecas, y pensó que si las flexionaba constantemente con ayuda del dispositivo, quizá le fuese posible recuperar la movilidad de los dedos. Cuando el neurocirujano que lo trataba logró encontrar la férula en una fábrica de aparatos ortopédicos, sir Lawrence vio inmediatamente que era preciso cambiar su estructura. En su silla de ruedas visitó la fábrica y vigiló las modificaciones.
Durante las siete semanas siguientes y con ayuda de la férula, hizo constantes ejercicios con las muñecas, y poco a poco fue recuperando la agilidad de los dedos hasta que consiguió sostener una pluma y escribir una carta legible. A los pocos meses logró también ponerse y quitarse la férula sin ayuda, así como sostener el cuchillo y el tenedor con el índice y el pulgar.
"Entonces comprobé que me había convertido ya en un cuadripléjico modificado", recuerda con acento de triunfo, "y me dije: No soy un inválido; soy un problema de ingeniería".
La impaciencia constante de Wackett fue su fuente de inspiración. Los cubiertos del hospital lo llenaban de furia. "Imagínese usted lo que es tomar la comida con una cuchara corriente y llevarla a la boca mirando a un espejo que está sobre la cabeza", comenta con un gruñido. "Era para volverse loco".
Así que, con la férula colocada en su lugar, diseñó una nueva cuchara. Para construirla, se soldaron los mangos de dos cucharitas corrientes de postre; se dobló la palanca alargada en los puntos que señalaban los dibujos y se biseló el extremo para que entrase en la abrazadera de paño unida a la palma de la mano de sir Lawrence y descansase cómodamente entre el índice y el pulgar, que conservaban cierta movilidad.
Wackett pudo entonces alimentarse él mismo con comida blanda, aunque le molestaba depender de la ayuda ajena para cortar la carne, por lo que_diseñó un nuevo cuchillo que entraba también en la abrazadera de la mano y que funcionaba a la perfección.
En 1971, tras permanecer más de nueve meses en el hospital, Wackett podía trasladarse de un lado a otro en la silla de ruedas y se encontraba dispuesto a ir con su esposa a la casa que tenían en Sydney, junto al hogar de su hija. Allí subía las suaves rampas que mandó construir en sustitución de los escalones, y paseaba por un pasillo hasta las dos habitaciones que fueron renovadas según su minucioso plan. En una habitación habían instalado una cama móvil, especial para cuadripléjicos e importada de los Estados Unidos, sobre la cual pendía un dispositivo concebido por sir Lawrence, que consistía en una cabria o polea de taller modificada.
Sentado en su silla de ruedas, Wackett podía colocar unas abrazaderas en torno del tronco y manipular la pequeña polea eléctrica, mediante botones, para levantarse de la silla y colocarse en la cama casi sin ayuda. También lograba levantarse de la cama y sentarse en la silla y, con un poco de práctica, pronto consiguió utilizar la cabria para cambiar de costado e incorporarse en el lecho.
Sin embargo, su silla de ruedas era inútil en el cuarto de baño, ya que lo transportaba solamente hasta la ducha, donde era necesario que alguna persona lo levantara y le ayudara a lavarse. En todo caso, desconfiaba del aparato desde que sufrió una infección de la vejiga, a causa de unos gérmenes recogidos por las ruedas y pasados a las manos cuando impulsaba la silla, por lo que comenzó a diseñar con toda paciencia un nuevo modelo.
Su invención, que le llevó dos años de trabajo, es una hermosa obra de ingeniería. Hecha de tubos de polivinilo reforzados con aluminio de aviones, es inoxidable y tan ligera que se requiere un esfuerzo . mínimo para moverla. Tiene dos ruedas a cada lado (una que impulsa el usuario y otra motriz), unidas por una cadena de bicicleta, de modo que no es preciso tocar las ruedas que están en contacto con el suelo. Ahora le es posible colocarse bajo la ducha y lavarse sin ayuda ajena.
Sir Lawrence, que según sus propias palabras está "más orgulloso de esta silla que de ninguno de los aviones que he diseñado", hizo el prototipo en un taller que constituye una maravilla en sí. En un espacio de sólo dos metros cuadrados (lo justo para poder girar dentro de él) tiene un torno, materiales y una considerable gama de herramientas y equipo de ingeniería.
Desde su silla, Wackett alcanza cualquiera de los objetos utilizando un par de tenazas de mango largo, también construidas por él. Actualmente son sus compañeras inseparables. Hechas de aluminio, de unos 50 centímetros de longitud, tienen grandes agarraderas aptas para los dedos más débiles, y con ellas puede tomar cualquier cosa, desde un alfiler hasta una taza de té.
Cuando lady Wackett lo lleva en el automóvil, le resulta fácil levantar sus 90 kilos para meterlo y sacarlo del coche familiar. Sir Lawrence resolvió este problema de ingeniería diseñando un torno y una cabria que se pliegan, y se pueden colocar en el portaequipajes cuando no se utilizan.
Wackett habla modestamente de sus triunfos contra la adversidad: "Yo, en realidad, tenía enormes ventajas sobre los demás inválidos, ya que como ingeniero he utilizado siempre las manos y no tenía más que hacerlo de nuevo. Durante varias semanas estuve clavando clavos en trozos de madera hasta que se me fortalecieron las manos para hacerlo bien. Se trataba de un impulso irrefrenable y me siento afortunado por haberme sometido a él".
Las soluciones de sus propios problemas de ingeniería, logradas a costa de mucho esfuerzo, han beneficiado también a otras personas con dificultades análogas. El Hospital Royal North Shore, de Sydney, lo ha nombrado asesor honorario para los equipos de los lisiados.
La dura lucha de los siete años pasados ha dejado pocas señales en Wackett, cuyo cabello se conserva casi oscuro, y cuyos ojos azules siguen reflejando una tenacidad infatigable. Trabaja en su taller unas cinco horas diarias, y piensa y habla de prisa, como persona que tiene poco tiempo que perder.
"Creo que me quedan todavía unos cinco años de vida", dijo recientemente. "Deseo dedicarlos a enseñar a lós impedidos a utilizar mis aparatos. Quizá se me ocurran algunas ideas más". Hizo una pausa y añadió pensativo: "Por ejemplo, creo que esas tijeras podrían ser mejoradas un poquito..."