Publicado en
febrero 01, 2015
Este formidable soldado y estadista tuvo en sus manos un poder que cambió el destino de millones de personas. Sin embargo, tras esa austera fachada había un ser humano afable y plácidamente jovial, a quien pocos tuvieron el honor de conocer.
Por Marshall Carter (Teniente general retirado del Ejército de los Estados Unidos, hizo gran parte de su carrera militar a las órdenes del general Marshall. Hoy es presidente del Centro de Investigación George Marshall en las dependencias del Instituto Militar de Virginia, en Lexington (Virginia), dedicado a perpetuar los ideales del famoso militar y estadista).
MI PRIMERA impresión del general George Marshall coincidió con la de muchos que sirvieron a sus órdenes: que era asombrosa la impasibilidad de aquel hombre en los momentos de apuro. En 1942, cuando era yo funcionario de la Secretaría de Guerra, me impresionaron su objetividad y eficacia al resolver las abrumadoras exigencias de su cargo, que consistía en dirigir la guerra global como jefe del estado mayor del Ejército, con mando sobre más de ocho millones de soldados y aviadores. Se pedía a los oficiales del estado mayor que entraran en su oficina sin saludar, y que tomaran asiento frente a su mesa. A una señal del jefe, el oficial empezaba a informar.
El jefe del estado mayor escuchaba atentamente y luego empezaba a discutir los problemas básicos, y a continuación solía preguntar:
—¿Qué recomienda usted?
Escuchaba al subalterno con absoluta, activa concentración, clavándole a su interlocutor aquella intensa mirada de sus ojos azules, sentado muy derecho, con los brazos cruzados.
Muchos oficiales que sirvieron a sus órdenes recuerdan este aspecto de formalidad del general Marshall, y otras muchas personas dispersas por todo el mundo tienen la imagen del gran estadista que forjó el Plan Marshall, el programa de ayuda económica que infundió nueva vida a Europa al terminar la segunda guerra mundial.
Pero todas estas personas, al recordar sólo la austera presencia, la sequedad de modales, la mirada azul fría y atemorizante del general, pasan por alto sus cualidades profundamente humanas.
Tras aquella imponente fachada había un pescador no muy bueno, aunque muy entusiasta, un mediocre agricultor amante de la jardinería, un automovilista que, cuando andaba vestido de paisano (y sin darse a conocer), recogía a los soldados que encontraba en la carretera; un hombre que sabía apreciar las bromas y los chistes. Yo vi al general en el apogeo de su autoridad, solo en la playa, con pantalones cortos prestados, recogiendo conchas para llevárselas a su esposa. Presencié su emoción al expresar él sus condolencias a las viudas de guerra, y vi cómo persuadía discretamente a varios presidentes, ganándoselos para su campo. Quienes trabajábamos con él no dudábamos de que todos sus actos obedecían a su absoluta y desinteresada consagración al servicio público.
ASCENSO DESDE LA BASE
Su carrera militar comenzó el 11 de septiembre de 1897, cuando el comerciante en carbón G. C. Marshall, padre, envió esta nota al comandante del Instituto Militar de Virginia: "Le mando al menor de mis hijos. Es inteligente, lleno de vida, y creo que saldrá avante".
Sin embargo, los estudios del joven Marshall en ese centro distaron mucho de ser brillantes, al principio. A pesar de ello, durante los cuatro años que pasó allí fue siempre el primero por su don de mando, y salió del Instituto con el grado de capitán de primera.
A principios de 1902 lo destacaron a Filipinas, donde, con el grado de subteniente, aprendió a mandar tropas en el campo. Varios años después fue trasladado a la Escuela de Infantería y Caballería de Fort Eavenworth, en Kansas. Allí se aplicó mucho, acicateado por su creciente ambición, y terminó los estudios en primer lugar de la clase. En aquella época se ascendía muy lentamente, pero incluso entonces, en cuatro años de estudiante e instructor, y en una segunda estancia en Filipinas, se ganó en todo el Ejército la reputación de oficial puntillosamente cumplido y eficaz. En 1916 un general escribió que al capitán Marshall debían ascenderlo a general, y que él serviría gustosamente a las órdenes de tan buen oficial.
Tales elogios le valieron ser enviado a Francia, con las primeras unidades norteamericanas que combatieron en la primera guerra mundial. Como oficial instructor, jefe de operaciones de una división que se organizó en alta mar en 1917, Marshall trabajó arduamente en Francia, adiestrando a un grupo de bisoños soldados y novatos civiles atolondrados, y los preparó tan bien para el combate que pronto aquella unidad se convertiría en la famosa Primera División.
Marshall se enorgullecía mucho de sus hombres y los trataba con certero sentido de la justicia. En cierta ocasión, después de una maniobra especialmente desastrosa, el general John Pershing, comandante en jefe del cuerpo expedicionario norteamericano, reprimió severamente al mayor general William Sibert en presencia de sus oficiales. El capitán Marshall se sintió profundamente ofendido y le dijo a Pershing :
—Hay algunas cosas que se deben decir aquí mismo, y creo que voy a decirlas...
Mientras los oficiales de la división escuchaban, petrificados de horror, lo que Marshall decía frente a Pershing, aquel oscuro capitán fue exponiendo los problemas inherentes al adiestramiento de la tropa. Al terminar su perorata —en el estilo de indignado exabrupto que posteriormente utilizaría al hablar con presidentes, primeros ministros y compañeros de trabajo cuando, en su opinión, eran injustas las censuras—, Pershing le respondió con toda calma:
—Debe usted conocer los problemas que tenemos...
"Pershing no me tomó ojeriza por ello", dijo una vez Marshall. Es más: en 1919 Pershing nombró a Marshall —entonces coronel— su primer ayudante, cargo que desempeñó durante cinco años.
MAESTRO TACTICO
En 1927, después de la muerte de su primera esposa, trasladaron a Marshall a un puesto muy difícil como comandante adjunto de la Escuela de Infantería del Fuerte Benning (Georgia), encargado de la instrucción. Tenía carta blanca para ejercitar y desarrollar aquella brillantez suya en planeamiento, instrucción y estrategia que habría de prestar tan excelentes servicios a su país. Inculcaba repetidamente a sus oficiales y alumnos (unos 150 futuros generales): "¡Prepárense para los primeros seis meses de la próxima guerra!" Y, como estos oficiales se esparcieron entonces por todo el Ejército, la influencia de Marshall resultó profunda.
Una noche, en una cena que se celebró en Columbus (Georgia), el coronel Marshall conoció a Katherine Boyce Tupper Brown, viuda con tres hijos. Al terminar el ágape propuso a la dama llevarla a casa en su auto. Después de casi una hora en el coche sin dar con la casa, ella le hizo notar que, al parecer, no conocía bien Columbus. Marshall replicó que, por el contrario, si no hubiese conocido la ciudad tan perfectamente bien, ¿cómo hubiera podido conducir durante una hora sin llegar a la calle donde ella vivía? (El general Pershing fue su padrino de boda, que se celebró el día 15 de octubre de 1930) .
Me han preguntado frecuentemente cómo es que, en 1939, Marshall, que entonces sólo era general brigadier, fue nombrado jefe del estado mayor del Ejército. La respuesta a esto es muy sencilla: su brillante labor como jefe de operaciones y jefe adjunto del estado mayor, en 1938 y 1939, convenció al presidente Roosevelt de que Marshall era el militar idóneo, por previsor, para enfrentarse a las potencias del Eje.
CARACTER HUMANO, ACCESIBLE
En los primeros meses de la segunda guerra mundial, cuando el cielo estaba desplomándose sobre los aliados en tres continentes, el nuevo jefe del estado mayor rara vez dejó de efectuar su visita quincenal al que había sido su jefe, el ya achacoso general Pershing. Pero así como era leal a sus viejos amigos, fue inflexible con sus compañeros, a los que quitaba el mando cuando eran indignos de pertenecer a la fuerza de combate de primer orden que estaba formando. Más tarde diría el mismo Marshall: "Me acusaban de estar descerebrando al Ejército, pero yo pensaba que estaba eliminando muchas arteriosclerosis".
Marshall hizo una advertencia a sus comandantes subalternos: "La moral es función del mando". Su máxima preocupación, aun cuando bregaba con complicadas cuestiones de estrategia mundial, siempre era todo lo relativo a sus soldados rasos: proporcionarles mejor instrucción, dotarlos de mejor equipo, procurarles mejores armas.
Esta propensión del general a la sencillez se reflejaba en el uniforme que vestía como jefe del estado mayor, siempre sencillo, sin llamativos galones dorados ni adornos. Rehuía la vida social de Washington y eludía toda especie de publicidad personal, a pesar de lo cual era un maestro de la conferencia de prensa. Circula una anécdota famosa acerca de una de tales conferencias efectuada en Argel después de los desembarcos aliados en África del Norte, a fines de 1942. Para ahorrar tiempo, Marshall ofreció contestar una pregunta a cada uno de los 60 corresponsales presentes. En efecto, fue escuchándolos uno a uno, sin decir nada. Oída la última pregunta, volvió los ojos al cielo durante 30 segundos, y después habló cerca de 40 minutos, pronunciando un monólogo en que trataba cada una de las preguntas que le habían hecho. Y lo que más asombró a los reporteros, casi hasta la incredulidad, fue que al hablar de cada asunto miraba directamente al periodista que se lo había planteado.
"VUELVA ESE CUBO"
Marshall montaba a caballo o andaba a diario, y exigía buenas condiciones físicas a cuantos le rodeaban, convencido de que ello contribuía a la eficacia en el trabajo. No obstante, a veces no se apegaba a esta norma. Solía encargar a sus subordinados que le prepararan su estudio para la mañana siguiente, labor que los obligaba a trabajar la mayor parte de la noche. Por la mañana, al notar los ojos enrojecidos de sus colaboradores, les advertía con toda seriedad: "Tienen ustedes que descansar más".
Hombre siempre estricto en cuanto al tiempo y el lugar adecuados para tratar cada asunto, violaba esta regla de un modo muy personal... , pues tenía que arreglárselas para disponer del tiempo necesario para dedicarse a su amada jardinería. Un día el general Walter Bedell Smith, principal oficial de enlace de Marshall con los británicos, regresó de Inglaterra para presentarle un informe y lo encontró fuera de casa, recogiendo maíz bajo la lluvia. Cuando el almidonado caqui del visitante estaba ya empapado, el famoso mal carácter de Smith estalló:
—General —preguntó—, tengo que estar aquí fuera a pie firme para darle mi informe?
—No, Smith —contestó Marshall—; vuelva boca abajo ese cubo, y siéntese.
En la vida civil Marshall tuvo a su cargo los delicados puestos de secretario de Estado (de 1947 a 1949) y de secretario de la Defensa (de 1950 a 1951). Su servicio como secretario de Estado coincidió con aquel crítico período después de la segunda guerra mundial en que Europa era un caos de bancarrota, y trataba de reconstruirse sin alimentos, viviendas ni herramientas. Convenciéndose de que los soviéticos estaban esperando que todo el continente cayera en sus manos, presentó —en un discurso pronunciado el 5 de junio de 1947 en la ceremonia de graduación de la Universidad de Harvard— una propuesta para ayudar a Europa a salvarse, derramando sobre ella ingentes cantidades de fondos y material estadounidenses. El resultado fue el asombroso y muy fructífero Plan Marshall. Cambió directamente el destino de 200 millones de europeos, y de miles de millones de seres que aún no habían nacido. Gracias a este plan, en diciembre de 1953 Marshall se convirtió en el único militar de la historia que haya sido galardonado con el premio Nobel de la Paz.
EL LEGADO DE UN CIUDADANO
Probablemente su más asombrosa cualidad personal fue la humildad. Cuando, en los últimos años de su vida, la gente lo reconocía en la calle y prorrumpía espontáneamente en aplausos, miraba atrás invariablemente, para ver a quién estaban aplaudiendo. Y esta modestia tenía una sólida base. Dicen que, después de la guerra, varias publicaciones periódicas le ofrecieron millones de dólares por sus memorias. Ansiaban especialmente conseguir su versión de las grandes conferencias internacionales de Yalta, Teherán, el Cairo y el Kremlin. Rechazó la oferta, diciendo que sus experiencias eran propiedad del pueblo.
Después de su muerte, ocurrida en 1959, los amigos y admiradores del general Marshall ayudaron a poner en práctica una iniciativa que presentó el presidente Truman (y que después suscribieron sucesivamente los presidentes Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon), en el sentido de que se construyera un centro de estudios, financiado y dirigido por particulares, para poner a disposición de los estudiosos los escritos del general y otros documentos, así como entrevistas grabadas en cinta magnetofónica. Inaugurado en 1964 por el presidente Johnson y el general Eisenhower, este monumento vivo a la memoria de Marshall funciona en Lexington (Virginia), y actualmente lo visitan personas de todas las clases sociales. Los visitantes de ese centro pueden ver los documentos y contemplar el mapa eléctrico del piso al techo que narra la historia de la segunda,guerra mundial, pasear por el recinto especial que muestra los orígenes del Plan Marshall y cómo regeneró a Europa, y estudiar la talla moral de Marshall, el hombre. Al salir los visitantes, leen en grandes letras, en el muro del vestíbulo principal, estas palabras, elocuente homenaje de Winston Churchill:
"En la guerra, fue tan comprensivo y sabio en el consejo como resuelto en la acción. En la paz, fue el arquitecto que planeó la restauración de nuestra abatida economía europea y, al mismo tiempo, trabajó infatigablemente con el fin de establecer un sistema defensivo para Occidente. Siempre luchó victoriosamente contra el derrotismo, el desaliento y la desilusión. No debe permitirse que las siguientes generaciones olviden sus logros ni su ejemplo".