COSTA RICA VENCE A LAS VÍBORAS
Publicado en
enero 05, 2015
Cómo un equipo médico libró a esta nación de uno de sus más terribles flagelos.
Por Fred Dickenson.
EL BRAZO del campesino centelleaba al cortar velozmente la maleza con un afilado machete. De pronto se detuvo el hombre dando un grito de dolor. Miró hacia abajo y confirmó con espanto sus peores temores: una víbora de brillantes colores, rojo, negro y amarillo (llamada coralillo) le había enterrado en el tobillo derecho sus mortíferos colmillos.
El machete relumbró otra vez para decapitar a la asesina rastrera; pero ya era demasiado tarde: el veneno corría por las venas de su víctima, quien, susurrando un rezo, se fue cojeando hacia las oficinas de la plantación.
Este incidente ocurrió en tierras costarriqueñas, a pocos kilómetros de la ciudad de Puntarenas, en la ribera pacífica de Costa Rica, donde antes era terriblemente común la muerte por picadura de serpientes venenosas. En esta ocasión, sin embargo, cuando el campesino de nuestro relato dio. la voz de alarma, se inició la moderna operación de auxilio médico que tantos elogios está ganando para el equipo de científicos inventores y ejecutores del sistema.
Cuando llegó la víctima al hospital de Puntarenas, era ya evidente la parálisis, síntoma típico de la intoxicación por mordedura del coralillo. Si el percance hubiese ocurrido a nuestro hombre pocos meses antes, probablemente se hubiera muerto, pero ahora se pudo usar un aparato de radio de onda corta para transmitir la alarma a la oficina principal, que queda en las afueras de San José, capital de Costa Rica, y en el plazo de unos minutos salía por jet el auxilio de urgencia de un nuevo suero contra la picadura del coralillo. Hubo que inyectar al paciente 17 ampolletas en una vena para que empezara a moverse y lograra abrir los ojos, pero se consiguió otra victoria sobre el antiguo y peligroso enemigo de los costarriqueños.
En 1964 un grupo de especialistas encabezados por el ministro de Sanidad, Dr. Álvaro Aguilar Peralta, fijó el objetivo de elaborar sueros que actuaran específicamente contra la ponzoña de las víboras de Costa Rica, así como el de distribuirlos por todo el país. Entre los peritos de aquel grupo se contaban los doctores Roger Bolaños, inmunólogo, y Pedro Ruiz Vieto, microbiólogo, ambos de la Universidad de Costa Rica; el Dr. Mario Pacheco Cartín, subdirector del Hospital de San Juan de Dios, y el mayor Hershel Flowers, joven veterinario del Ejército norteamericano, adscrito al grupo militar de los Estados Unidos.
Costa Rica necesitaba con urgencia el programa. Viven 15 especies de serpientes venenosas en este país, de poco más de 50.000 kilómetros cuadrados. En una población de aproximadamente 1.600.000 personas, sufrían todos los años mordeduras de serpiente entre 2000 y 3000. Por la falta de carreteras y la escasez de medios de transporte y de comunicación, muchos desdichados no lograban recibir auxilio médico. Incluso de los 400 casos tratados cada año en los hospitales, morían el ocho por ciento, y cuatro por ciento más perdían algún miembro.* No sabemos a ciencia cierta qué destino corrían las víctimas que no atendían los médicos, pero una vez informó un jefe indígena que todos los años morían cien individuos de su tribu por mordeduras de las víboras.
Los hombres de ciencia de Costa Rica anhelaban desde hace muchos años resolver el terrible problema. Y desde fines del siglo pasado y comienzos del actual un antiguo precursor de las técnicas antitóxicas, el microbiólogo Dr. Clodomiro Picado, lanzó la primera campaña contra la amenaza de las serpientes venenosas. El libro que escribió acerca de estas y de los efectos de sus mordeduras, sigue siendo una de las mejores obras al respecto. El Dr. Picado elaboró experimentalmente cantidades pequeñas de sueros, pero nunca tuvo a su disposición los medios suficientes para emprender un programa eficaz de gran alcance.
Ahora, con los servicios y los conocimientos técnicos que ofrecen el gobierno y la Universidad de Costa Rica, unidos a los fondos que procuran el Laboratorio de Investigaciones del Ejército de los Estados Unidos y la Ayuda Norteamericana, la situación va cambiando.
En honor del precursor, se puso al nuevo centro de investigaciones el nombre de "Laboratorio Seroterápico Dr. Clodomiro Picado". Los especialistas médicos producirían, controlarían y probarían las nuevas antitoxinas. El mayor Flowers iba a procurar las víboras que se necesitaban para extraerles el veneno.
Flowers contrató a los dos intrépidos hermanos Guillermo y Álvaro Flores, y les enseñó la manera de manejar a las víboras. En jeeps que facilitó la Guardia Civil, el trío recorrió todo el país, ofreciendo seis dólares por cada serpiente nauyaca, de cascabel o coralillo, y hasta 12 por la gran surucucú. Pronto llegó al domicilio de Flowers, en las afueras de San José, una serie de jaulas donde venían encerrados 150 de los ofidios más venenosos del mundo.
No hace mucho tiempo estuve observando cómo ejecutaba Guillermo Flores la peligrosa tarea de recoger el veneno. Sacó de un cesto una enorme serpiente de cascabel, valiéndose para ello de un palo que en un extremo tenía un gancho de metal en forma de U; después colocó la serpiente en el suelo y le sujetó firmemente la cabeza con el gancho. En la habitación se oyó el amenazador siseo producido por la cola de la víbora enfurecida. En ese momento, Guillermo, rápido como una flecha, agarró la serpiente por detrás de la cabeza con los dedos pulgar e índice. Los colmillos de la víbora brillaban; la bífida lengua asomaba y desaparecía velozmente; el reptil luchaba en vano, hasta que atravesó con los colmillos un paño de nilón extendido sobre un frasco esterilizado, en el cual fue a caer el veneno inoculado por los dientes huecos de la víbora. Una serpiente adulta y "llena" puede dejar hasta 50 gotas de veneno; tres de ellas bastan para matar a un hombre. Pero solamente se puede "ordeñar" unas cuantas veces a una serpiente, aunque sea grande y vigorosa, pues el ofidio sufre mucho con estos manejos, y su vida media en cautiverio es de tres meses.
Por su tamaño y su fortaleza, se recurre al caballo para obtener los anticuerpos que son base del suero. Según la clase de suero que se necesite, se inyecta al caballo uno u otro tipo de veneno y con intervalos de dos meses se le extraen, en un proceso indoloro, siete litros y medio de sangre en tres días consecutivos. Los glóbulos rojos se vuelven a inyectar al caballo por vía intravenosa, y el plasma que queda se trata químicamente, se filtra y se somete a otros procesos que culminan en la obtención del suero antitóxico que se busque. Se necesita aproximadamente un gramo y medio de veneno de víbora coralillo, con un costo equivalente a 1500 dólares, para inmunizar a un caballo, que a su vez producirá 1600 ampolletas de suero tan sólo el primer año. Aplicado este proceso al mismo caballo en los años sucesivos, se abarata el costo del suero, porque el animal ha quedado ya inmunizado en parte.
En 1967 el equipo médico había obtenido bastante suero para comenzar las pruebas de valoración clínica. Se distribuyeron dosis pequeñas en unos cuantos hospitales de todo el país.
Un día llevaron al Hospital de San Juan de Dios una aterrorizada niña de diez años de edad a quien había mordido un coralillo. El Dr. Pacheco le administró en seguida el nuevo suero específico contra la ponzoña de este reptil. Hoy, recordando el caso, comenta: "Fue un milagro. Si la hubiese picado la víbora un año antes, la niña probablemente habría muerto. Con nuestro nuevo suero, al cabo de cinco días salió del hospital como si nada le hubiera ocurrido".
Una vez que los laboratorios empezaron a producir el suero en grandes cantidades, los hombres del equipo pasaron a la fase siguiente: a distribuirlo por lugares estratégicos, donde pudieran llegar las víctimas de cualquier parte de Costa Rica en el plazo máximo de dos horas. No solamente a los hospitales se entregaron ampolletas de suero y agujas con jeringuillas desechables, sino también a los puestos de policía y a las escuelas. Se dio una serie de conferencias a los residentes de distintas zonas para enseñar a los maestros de escuela, a los agentes de la policía y a los funcionarios municipales cómo se administra el suero. A mediados de 1968 el programa se costeaba ya la mitad de sus gastos con la venta del suero a las instituciones urbanas y comerciales.
Las instituciones de las repúblicas de Panamá, Honduras y Nicaragua, donde el nuevo suero pasó con éxito las pruebas clínicas a que fue sometido, han demostrado interés por comprar al por mayor la nueva medicina. El Dr. Julio Miranda, por ejemplo, jefe del Departamento de Medicina en el Hospital David (Panamá), informó de una mujer embarazada, de 27 años de edad, a quien había mordido una nauyaca. Sus parientes tardaron tres horas en llevarla hasta un hospital, retraso terrible cuando se trata de una madre en cierne, porque el veneno de la nauyaca produce hemorragias internas. Sin embargo, el suero antinauyaca empezó su labor salvadora a los pocos minutos de inyectado a la paciente, y cuatro días después la mujer salió del hospital, ya sin el menor síntoma de intoxicación. El Dr. Miranda estimó que el nuevo suero de Costa Rica es 200 por ciento más eficaz que los antivenenos hasta ahora disponibles contra las víboras centroamericanas.
Conforme se va extendiendo la aplicación de los nuevos sueros por Costa Rica, siguen llegando informes de triunfos muy alentadores. En menos de un año se trataron 400 casos, sin que se haya registrado una sola defunción; además se ha logrado reducir radicalmente el tiempo de permanencia en el hospital. Bajo la dirección del Dr. Bolaños, se espera que el programa se costee pronto por sí solo. Están ya en marcha varios planes para poner al alcance de toda Centroamérica los nuevos sueros contra las serpientes, y también se mandan a otros países de la misma zona muestras para hacer pruebas clínicas. Con ellas va la esperanza de que, al fin, el ser humano se pueda librar de uno de sus enemigos más antiguos y más implacables.
*El veneno de algunas víboras, como la de cascabel, produce necrosis o destrucción de los tejidos en el lugar de la inoculación. Si no se aplica un tratamiento oportuno y eficaz, los médicos tienen muchas veces que amputar el miembro herido.