Publicado en
diciembre 21, 2014
Viene al mundo en la inmensidad del océano Pacífico para engrosar una antigua y nebulosa sociedad familiar, donde todo es juego y titánica lucha. He aquí el mundo de la ballena, la más grande de todas las criaturas de la Tierra.
Por Victor Scheffer (Autoridad mundial en biología marina. 'La aurora del ballenato' se basa en hechos y en testimonios de muchos observadores; es una descripción que su autor nos ofrece, con gran sentido poético y rigor científico intachable, de los 12 primeros meses de vida de un ballenato).
EL BALLENATO ve la luz a principios de septiembre: una luz verdosa, danzarina. Como todos los de su especie, viene al mundo con la cola por delante, deslizándose sin esfuerzo alguno fuera del vientre materno, bajo la superficie del océano Pacífico, a unas 200 millas marinas al oeste de las costas mexicanas. El tierno cetáceo tiembla, pues el agua está fría y él ha permanecido en el abrigado seno de su madre por espacio de 16 meses. El ballenato boquea y la madre lo empuja con ansiedad hacia la superficie, donde él aspira el aire ávida, desesperadamente, y con cada aspiración arroja una nubecita de vapor. Hace apenas unos minutos que ha nacido y ya tiene la asombrosa longitud de 4,5 m. Pesa más de una tonelada.
Mientras el ballenato y su madre se dejan llevar por el oleaje, se rompe el cordón umbilical, que mide metro y medio. El ballenato abre el hocico color de rosa, de encías desprovistas de dientes, y tantea a ciegas en busca de las mamas de su madre. Estas van ocultas en dos profundas grietas abiertas bajo el vientre del mamífero, una a cada lado, y más arriba del ombligo. Una vez que el ballenato logra localizar una de las mamas, pega el hocico a ella y la aprieta con fuerza. La madre hecha fuera el pezón y emite un violento chorro de leche gruesa, de la cual una tercera parte es grasa pura, chorro que llega a lo más profundo de la garganta del recién nacido.
El ballenato prolongará su período de lactancia durante dos años, con lo que aumentará, por término medio, algo más de tres kilos por día. Al final de su primer mes de vida, el cetáceo es ya capaz de nadar a igual velocidad que el resto de la familia: a 20 nudos cuando el miedo se apodera de él, o a poco menos de seis, si no tiene prisa.
GRITO DE ANGUSTIA
La familia del ballenato, que nunca es la misma de un mes al siguiente, está constituida por un variable grupo social ("escuela") compuesto de unas 30 ballenas, que, a su vez, forman parte de una manada mayor, formada por muchas familias. El grupo de que nos ocupamos comprende machos y hembras de corta edad, ballenas preñadas, otras que aún amamantan al hijo, y un macho viejo, que por lo general se mantiene a varios centenares de metros a barlovento de la familia. Los machos célibes, que se conservan gordos y abrigados bajo una capa de esperma de 30 cm. de grueso, se crían todavía muy lejos de allí, hacia el norte, en el mar de Bering, mientras las hembras vírgenes, por el efecto del frío septembrino, se dirigen ya, despaciosamente, hacia el sur.
A medida que las noches se hacen más largas y que las nieblas matinales ceden el sitio a los despejados vientos del otoño, el ballenato comienza a reconocer a los individuos de su familia. Tiene una tía abuela que ha quedado con la mandíbula horriblemente deformada a consecuencia de haber reñido con una orca. Otra hembra vieja muestra un extraño y encallecido costurón en los lomos, resultado del choque contra un pez espada de 360 kilos de peso, que le hundió limpiamente la hoja en el lomo... hoja que en seguida se rompió por su base. La herida cerró en pocas semanas y la espada quedó allí sepultada. Otros de los individuos del grupo carecen de marcas tan distintivas como estas, pero también puede identificarlos nuestro ballenato. Cada uno de ellos tiene un pigmento especial en la piel, una particular voz seca y una característica colección de cicatrices (a todas las ballenas de edad adulta las ha mordido y arañado repetidas veces en la cara algún calamar gigantesco y de potente pico).
Cierto día lluvioso de noviembre la familia del ballenato pierde a uno de sus individuos. La hélice de un barco que pasa atrapa en sus giros a una hembra de pequeñas dimensiones y sólo diez toneladas de peso, que dormía apaciblemente en la superficie del mar. Mortalmente herida, la ballena lanza un estridente grito de angustia. Dos de sus compañeras llegan hasta ella, meten los lomos bajo el cuerpo de la víctima y se esfuerzan en sostenerla sobre la superficie del agua. De todas partes acuden otras, mostrando así ese instintivo y solícito proceder de los cetáceos de que los biólogos solían hacer burla, pero que hoy reconocen como algo verdadero.
HACIA EL FONDO
En diciembre, la familia del ballenato, aumentada ahora con la aparición de los machos maduros, avanza en cortas etapas hacia el sur, se dirige al comedero situado entre las costas de México y las islas Revillagigedo, donde las corrientes frías y las cálidas reúnen gran variedad de alimentos. El padre del ballenato (enorme mamífero de más de 18 m. de largo y con un peso de 60 toneladas, que custodia el perímetro familiar) ya ha estado aquí con frecuencia. Ahora se zambulle durante una hora y cuarto, máximo lapso en que una ballena puede contener la respiración.
Ya más consciente del mundo que lo rodea, el ballenato se siente fascinado por los misteriosos movimientos de su padre. El macho hace unas doce aspiraciones profundas, y a continuación se sumerge, siguiendo un largo curso inclinado, hasta llegar a una profundidad donde reina la más completa oscuridad y donde el agua está mortalmente fría y la presión es de 100 kilos por cada centímetro cuadrado.
La sangre deja de circular por la piel y la cola del cetáceo, para mantener con vida su voluminoso cerebro. (El cerebro más grande que se conoce en el mundo, con un peso de más de 8,5 kg., se le extirpó a una ballena.) Las pulsaciones del corazón del mamífero, corazón que tiene un peso de 180 kg., se reducen ahora a diez por minuto, y cada una impele unos 20 litros de sangre. El cetáceo sigue descendiendo. La presión aumenta. El organismo de la bestia resiente ya la falta de oxígeno. Pero entonces las esponjosas celdas de esperma se aflojan y le brindan el aire que contienen, mientras los músculos rojinegros del macho vacían sus propios y secretos depósitos de oxígeno en sus venas.
Al alcanzar una profundidad de 900 m. el macho se yergue y empieza a buscar caza, tarea en que le ayuda el dispositivo de sonar que lleva en su enorme cabeza y que entonces funciona activamente. Antes de 15 minutos capta una atractiva serie de ecos. El cetáceo abre la mandíbula inferior, parecida a la compuerta de una esclusa, y con sus 60 poderosos dientes atrapa un calamar gigantesco de 135 kg. Este se retuerce, se defiende de su enemigo con los tentáculos, y con su áspero pico consigue arrancarle un pedazo de la negra piel. La ballena zarandea a su presa con enojo, la priva de su fuerza vital, y en seguida devora al calamar. El apetito del macho es insaciable. ¡Consume una tonelada de alimento cada 24 horas!
CHOQUE DE GIGANTES
A principios del mes de enero, el ballenato y su familia vagan sin rumbo fijo, ora hacia el norte, ora hacia el oeste, y en pocos días dan alcance a un numeroso grupo de 200 ballenas más. Hace ya tiempo que el ballenato se ha dado cuenta de su presencia, pues ha percibido los golpes secos y los crujidos con que los grandes cetáceos se comunican entre sí.* Hacia las postrimerías del mes, el ballenato presencia una escena espantosa: una lucha a muerte entre dos machos. Un joven macho de 15 años de edad se ha separado de un grupo de tímidos solteros que nadan a 1,5 km. de distancia, más o menos, de la manada más numerosa. Durante una semana el joven macho ha ido, sin que se le advierta, entre las hembras. Y por fin, se dirige hacia el padre de nuestro ballenato, que guía a su harén nadando unos 200 m. a barlovento. Impulsa al macho joven una tensión tan fuerte como irritante.
El macho viejo advierte las roncas señales de desafío, que le son muy familiares, y, reaccionando a ellas instintivamente, se zambulle hasta una profundidad de unos 60 m. para volverse y lanzarse rectamente hacia la superficie, donde, alzando el hocico al aire, a modo de negro cañón, se eleva hasta 4,5 m. sobre el agua. Avanza por esta en círculos, lentamente, a la vez que azota la superficie con cola y aleta, impulsándose con vigorosos movimientos.
El macho joven ataca, y el primer choque de las dos enormes moles levanta en el aire un elevado surtidor de agua verde. Las bestias desaparecen bajo la superficie, se separan, y nadan luego velozmente en direcciones opuestas, sobre la atormentada superficie del mar. Ambas se vuelven, atacan, chocan una contra otra, y mutuamente se clavan las mandíbulas con violencia. Resoplidos feroces, aunque ahogados, surgen del centro de la batalla. El tercer encuentro es agotador, y es también el último. Las mandíbulas del macho viejo se traban firmemente con las del joven, y ambas bestias se sumergen.
De pronto, el macho joven resulta vencido. Tiene roto un lado de la mandíbula, y tres costillas fracturadas. Sus heridas sanarán con el tiempo, mas por ahora una extraña torpeza se apodera de su cuerpo. El cetáceo se hunde en posición horizontal y nada por espacio de 1,5 km. antes de erguirse dolorosamente para ocupar un solitario lugar en la retaguardia de la manada.
RITO PRIMAVERAL
Con la llegada de la primavera, un soplo inquieto se deja sentir entre la escuela de ballenas, que suma ya varios centenares de cetáceos. La blanca luz solar de aquellos días, ya más largos, excita en el cerebro de estos mamíferos una glándula no mayor que una manzana silvestre. Esta glándula segrega un mensaje químico (hormona) dirigido a los órganos sexuales, con lo que activa el funcionamiento de los ovarios de las hembras e hincha los testículos de los machos. El imponente ritual de la temporada de la reproducción va a dar comienzo.
Una tarde borrascosa, el ballenato observa que uno de los machos se aparta de los demás para ir en seguimiento de alguna hembra. Macho y hembra nadan juntos hora tras hora, tocándose mutuamente colas y aletas, o estregándose los costados entre sí. De pronto, el macho monta a la hembra, cuyos lomos acaricia suavemente. Se retira luego, la persigue, y a poco acelera su marcha y se frota contra la hembra en impulsivos movimientos. Ya se adelanta con celeridad, surcando el agua, manteniendo las aletas en rígido ángulo recto con relación a sus flancos, dando a su cuerpo caprichosas formas con objeto de atraer a la hembra.
Complaciente, la hembra se vuelve y flota boca arriba, y el macho nada sobre el vientre inflamado de su compañera. Ambos adoptan de nuevo la posición normal y el macho traba la mandíbula en la de la hembra. Se acarician mutuamente los hocicos y en seguida se dan violentamente cabeza con cabeza. El juego de amor prosigue durante media hora, hasta que al fin la pareja sobresale de la superficie del mar, alzando los negros hocicos hacia el cielo negro, vientre contra vientre, y las aletas de uno en contacto con las de la otra. En medio de la lluvia y el viento, hembra y macho se aparean breves segundos, y luego se desploman pesadamente entre las olas agitadas.
La ballena del Pacífico alcanza la madurez sexual más o menos a la edad de nueve años, el cabal crecimiento físico entre los 30 y los 45 años, y la extrema vejez a los 75. Por lo general, el ciclo de reproducción se prolonga durante un lapso de cuatro años. La hembra concibe en el mes de mayo del primero de esos años; da a luz en septiembre del segundo, tras de un período de gestación de 16 meses; amamanta a su cría durante dos años, o sea hasta septiembre del cuarto año; descansa por espacio de ocho meses, y en mayo del quinto año queda nuevamente preñada.
TERMINA UN AÑO
Hacia fines de mayo, la escuela comienza a dispersarse. Las ballenas de edad, sexo y disposición reproductiva semejantes, se marchan juntas. En junio, nuestro ballenato y su madre buscan el sustento a poco más de 600 km. mar adentro, frente a las costas de San Francisco de California.
Nuestro ballenato y su madre nadan día tras día. Se deslizan sobre las aguas durante horas enteras, con solitaria dignidad, y luego se incorporan a las filas de otras ballenas, como lo hacían las monturas de la caballería de antaño.
Una hora después de la puesta del Sol, cierto día de julio, la madre de nuestro ballenato arquea los lomos y da comienzo a un profundo descenso. No ha transcurrido un minuto, y ya se encuentra al filo de una nube de calamares diminutos, luminiscentes. Estos se sienten atraídos hacia la pálida caverna de la boca de la ballena, la cual, una vez que los tiene a su alcance, los devora sin esfuerzo. Cuando el mamífero sube por fin a la superficie, una gran agitación se adueña del ballenato a la vista de la fantástica luz que emana de las mandíbulas de su madre, pues la ha observado ya con anterioridad, y esta luz le habla de alimento. Cuando la ballena se zambulle de nuevo, su cría la sigue, vacilante.
Arrimado al costado de la madre, nuestro ballenato se apodera de un pálido fragmento de comida, el cual encuentra de su gusto. Hiende las aguas, y entre sus mandíbulas sin dientes atrapa con firmeza un par de calamares. Ya la presión del agua es demasiada para sus pulmones, y el ballenato opta por elevarse a la superficie. Así, durante largo rato va y viene, sube y baja, come y respira, y hace cuatro viajes por cada uno que hace su madre.
Repentinamente, el ballenato se siente satisfecho. Sube de nuevo a la superficie, donde flota a la luz de las estrellas, y se abandona al sueño, del que despierta un momento para agitar una aleta, con molicie, y ofrecer la abierta nariz .a la caricia de la fresca brisa marina. Hacia el amanecer, la madre se le aproxima y se informa del estado de su cría con el suave zumbar de su propia voz interior. Tras esto, la ballena se retira. Por primera vez en su corta vida, el ballenato no ha despertado para reclamar su matinal ración de leche.
Por los últimos días de agosto, cuando ya el primer año de vida del ballenato llega a su fin, el pequeñuelo y su madre buscan comida Pacífico adentro, entre San Francisco y la isla de Oahú, en Hawaii, a más de 1500 km. de las costas más cercanas. La mole de nuestro ballenato abre un fino surco en la lisa inmensidad del mar; traza una agitada línea de puntos.
El Sol se hunde a poco en las profundidades del océano, y el tierno ballenato desaparece de nuestra vista.
*Aunque sabemos muy poco acerca del sistema de comunicación y orientación submarinas de la ballena, es evidente que posee un oído extremadamente fino. Su sentido de la vista, en cambio, está en vías de desaparecer; es ya débil debajo del agua, y sobre esta, es miope y astígmata. Los ojos de la ballena miran a través de hendiduras "acolchonadas", abiertas encima de las comisuras de la boca, lo que significa que este animal sólo puede ver a derecha o a izquierda y nunca de frente. Carece, además, del sentido del olfato.
Condensado de "THE YEAR OF THE WHALE". © 1969 por Víctor B. Scheffer..