COPÉRNICO: EL HOMBRE QUE MOVIÓ AL MUNDO
Publicado en
diciembre 21, 2014
Con su inteligencia y su audacia formidables, el porfiado canónigo de Frauenburg alteró la visión cosmológica del hombre y abrió nuestros ojos al infinito.
Por Robert Strother.
EL CORREO se apeó de su caballo y llamó a las puertas de la catedral polaca donde Nicolás Copérnico vivía retirado desde hacía más de 30 años. El jinete acababa de cruzar a Alemania y traía un libro destinado a transformar la concepción cosmológica del hombre, una obra que anunciaba el tormentoso amanecer de la ciencia moderna. Y por cierto que el correo llegó apenas a tiempo: pocas horas después de que colocaran entre las manos de su semi-inconsciente autor el primer ejemplar del De revolutionibus orbium coelestium (De las revoluciones de los cuerpos celestes), moría Copérnico de una hemorragia cerebral. Era el 24 de mayo de 1543.
Este libro, salvado del olvido por un capricho de la fortuna, sería condenado como herético 73 años después, con lo cual se iba a iniciar entre la teología y la ciencia una furiosa controversia que duró casi 300 años. Porque Copérnico había desafiado las enseñanzas de las Escrituras, la sabiduría de los antiguos y el sentido común del género humano; pretendía que la Tierra no es el inmóvil centro del mundo, en torno a la cual giran el Sol, los planetas y las estrellas. ¡Copérnico proclamaba que la Tierra es un planeta común, en giro alrededor del Sol! Había atacado la validez acrisolada de un dogma que paralizó durante siglos al pensamiento científico. La concepción copernicana fue un cambio decisivo para la historia de la inteligencia del hombre y una hazaña asombrosa para un modesto astrónomo que vivía en el retiro, sin telescopio, para un piadoso clérigo que había decidido pasar en la oscuridad la mitad de sus 70 años de vida.
UNA IDEA INCONCEBIBLE
Nicolás Copérnico nació el 19 de febrero de 1473 en la ciudad de Torun, en la Prusia polaca. Sus antepasados procedían de Silesia, de la villa de Kópperning (probablemente origen del apellido Copérnico). Cuando Nicolás tenía diez años murió su padre, que había sido un próspero mercader, y el huérfano quedó a cargo de su tío Lucas Watzelrode, futuro obispo de Ermland (diócesis dependiente de Polonia). Por fortuna para el joven Nicolás y para la ciencia, el vigoroso obispo creía firmemente en el valor de la educación, y en 1491 envió a su sobrino predilecto a estudiar a Cracovia, capital de Polonia y famoso centro de actividad humanística.
A los 18 años de edad Copérnico era un mozo apuesto, de ojos profundos y oscuros, pómulos salientes y mentón cuadrado. Estudiante cumplidor e inclinado a las ciencias, cursó astrología y matemáticas, así como filosofía; además, influido por un profesor de nombre Alberto Brudzewski, se interesó también por la astronomía.
Es posible que ya entonces, con la penetración del genio, Copérnico haya acariciado la "idea inconcebible" de que la Tierra se mueve alrededor del Sol, y no viceversa; esto es, cabe que haya concebido en esa época la teoría destinada a dominar su espíritu durante la mayor parte de su vida. Como después escribiría, buscó ávidamente indicios "en todos los libros filosóficos que cayeron en mis manos". Con el fin de perfeccionar su educación marchó en 1496 a la Universidad de Bolonia, en Italia, para estudiar derecho canónico. Allí conoció a Domingo María de Novara, profesor de astronomía y ex alumno del famoso genio matemático Regiomontano.
Durante muchas noches de verano los dos hombres especulaban con excitación acerca de la verdadera naturaleza del Universo, mientras iban marcando las posiciones de la Luna y los planetas, algunas de las cuales usaría Copérnico años después en su gran libro. Los planetas nunca estaban exactamente donde era de esperar según la teoría tradicional (la del griego Claudio Tolomeo), y Copérnico empezó a sospechar con inquietud creciente que debía de haber algún error fundamental en el sistema mismo.
HOMBRE UNIVERSAL
Copérnico aprovechó otras muchas oportunidades entre las casi inagotables que ofrecía el Renacimiento italiano a quien quisiera aprender. Después de pasar casi tres años y medio en Bolonia y dos años en Padua, se doctoró en derecho canónico en Ferrara, en 1503, y después volvió a la Universidad de Padua para estudiar medicina. Copérnico iba camino de convertirse en el "hombre universal" que encarnaba el ideal renacentista. No tenía prisa de volver a casa: el obispo Watzelrode le había conseguido una canonjía en Frauenburg, cabildo rico del norte de Polonia, con lo cual tenía ya una prebenda vitalicia y jugosa.
En total, Copérnico pasó diez años en Italia. Cuando al fin volvió a Polonia, en 1506, para convertirse en secretario y médico del obispo Watzelrode, era doctor en sagrados cánones, matemático y poligloto que conocía cinco idiomas. A pesar de las muchas ocupaciones que le imponían sus variados intereses, tuvo tiempo de hacer circular entre algunos filósofos y científicos europeos un bosquejo, escrito en latín, de la visionaria concepción del universo que le habían inspirado algunos cosmógrafos antiguos. No pretendía convencer a la gente común, pues para ella estaba claro que, si la Tierra girara por los espacios, nadie podría sostenerse en su superficie.
El obispo Watzelrode murió en 1512, y Copérnico, que tenía entonces 39 años de edad, asumió por fin su canonicato entre los 16 prebendados de Frauenburg. Aunque no había recibido las órdenes sacerdotales, tampoco se había casado. Se alojó en una torre de una esquina de la muralla que rodeaba la colina donde se levantaba la catedral, y durante los 30 años siguientes de su vida nunca salió del recinto, a no ser para tratar asuntos del cabildo. Fue canónigo, alguacil, juez y recaudador de impuestos durante el día, y hombre de ciencia por la noche. Una vez que se ponía a trabajar, no podía dejar de calcular, sondear, explorar cualquier indicio que cayera al alcance de su poderosa inteligencia.
Copérnico disponía de unos pocos instrumentos de observación rudimentarios, construidos probablemente por él mismo según los diseños que daba Tolomeo en su antiguo tratado astronómico, el Alma-gesto. Los principales instrumentos de Copérnico fueron un nivel para determinar la altura de los astros; una ballestilla o báculo de Jacob, que en realidad era un tosco cuadrante formado por una vara y un travesaño movible con el cual se hacían mediciones aproximadas, y por fin un instrumento para medir la altura meridiana del Sol. No tenía aparatos ópticos. El telescopio se inventó 65 años después de morir Copérnico.
ESQUEMAS DEL COSMOS
La concepción dominante del cosmos era la expuesta por el gran Aristóteles, aceptada en su mayor parte por la Iglesia medieval. En el centro del mundo estaba la Tierra, y en torno a ella se disponía una serie de esferas de cristal, como las capas concéntricas de una cebolla. En sucesivas esferas transparentes estaban incrustados, por orden, la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Más allá de Saturno quedaba la esfera exterior: la de las estrellas fijas. Empujado por los industriosos ángeles, todo ese conjunto de esferas daba una vuelta a la Tierra cada día. Como eran divinas, en el sentir de Aristóteles, tenían que moverse con velocidad uniforme y en círculos perfectos.
Pero, aun sin los ángeles, la cosmología aristotélica no daba razón de todos los hechos naturales observables. Los planetas, por ejemplo, parecían dudar a veces en su recorrido del cielo: en ocasiones se detenían completamente y retrocedían antes de reasumir su curso habitual. Cuando Tolomeo se planteó este problema, en el siglo II de nuestra era, pasó por alto las esferas y optó por un complicado sistema de círculos, en el centro de los cuales estaba la Tierra. Los círculos mayores representaban las órbitas principales o deferentes de los planetas, en torno a las cuales había otros círculos menores o epiciclos, como descritos por las sillas de una celestial e inmensa rueda de feria.
Copérnico rechazó la hipótesis de Tolomeo por motivos estéticos tanto como por razones científicas. No creía que Dios hubiese creado un sistema tan desmañado. Decidió empezar su labor compilando un catálogo con todos los detalles matemáticos de los cambios que fuera observando en las posiciones del Sol y los planetas. Esperaba con ello demostrar a los astrónomos y calendaristas que la teoría heliocéntrica era por lo menos tan buena como su antigua rival para reducir a un orden predecible las complicaciones e irregularidades de los movimientos planetarios, a la vez que nos brindaba nuevos hechos para comprender la estructura del Universo.
Hoy que la teoría copernicana está aceptada tan universalmente como lo estaba hace 500 años la teoría geocéntrica de Tolomeo, es difícil comprender lo revolucionario que fue Copérnico. Hasta que él consagró su vida a la tarea, nadie había osado someter seriamente a prueba la vieja concepción tolemaica.
PERSPECTIVA DE ASTROS
Era sumamente difícil demostrar su nueva concepción del mundo utilizando las observaciones astronómicas de los antiguos y trazar mapas nuevos del cielo basándose en ellas. Copérnico trabajaba solo, si prescindimos de sus ocasionales charlas con algún colega de canonjía. Así pues, se fue tornando cada vez más huraño y solitario durante los 15 años que pasó luchando con inadecuadas técnicas matemáticas para sacar respuestas verdaderas de un montón informe de datos. Y tampoco ayudaba mucho a su causa el uso de observaciones viejas, defectuosas muy a menudo. Las posiciones calculadas por él para los planetas (sobre todo las de Marte) le fallaban una y otra vez.
Ahora sabemos por qué. Aunque atacó con habilidosa tenacidad el dogma geocéntrico, nuestro hombre no logró librarse del prejuicio dogmático de los círculos perfectos y las velocidades uniformes. Como descubrió Juan Kepler casi un siglo después, los planetas no se mueven en círculos, sino en elipses. Según se colige de sus notas, hubo un momento en que Copérnico estuvo al borde de ese descubrimiento; en realidad consignó la idea de las órbitas elípticas, pero, como suele ocurrir con desoladora frecuencia en la historia de la investigación científica, tuvo delante de sus ojos la solución y no la reconoció. Puesto que no pudo perfeccionar su obra, se agravó su sentimiento de fracaso.
En otros campos, en cambio, triunfó brillantemente; por ejemplo, al demostrar que la retrogradación de los astros es una ilusión óptica. "Las vacilaciones y los movimientos de retroceso y de avance de los planetas", decía, "no están en ellos, sino en la Tierra". La Tierra va más de prisa que los planetas exteriores, y cuando deja atrás a alguno de ellos, parecerá que este último retrocedió. Los diagramas que trazó para mostrar las retrogradaciones precisas de cada planeta, son tan claros que todavía se usan en los actuales libros de texto.
GENIO RENUENTE
En 1530 corrió por las universidades la noticia de que se había concluido ya la obra De revolutionibus orbium coelestium, enorme libro con más de 400 páginas de texto, mapas y dibujos. El cardenal Nicolás von Schónberg, consejero de confianza del Papa, escribió a Copérnico animándolo a que publicara la obra y pidiéndole un ejemplar. Copérnico no accedió. Era bastante cauto para entender que estaba proponiendo una enormidad, y bastante humilde para comprender que no había demostrado palmariamente su trascendental teoría. Recelaba, además, de las críticas y las burlas. Como escribiría más tarde: "El desprecio que yo temía se ganaron mis opiniones por ser nuevas y paradójicas, estuvo a punto de inducirme a abandonar definitivamente la obra realizada".
Un año tras otro quedó el manuscrito a buen recaudo en el aposento de la torre donde el canónigo se solazaba con sus libros. Y quizá nunca se hubiera publicado si no hubiese sido por la llegada, en 1539, de un inesperado huésped: Jorge Joaquín Rético, brillante y joven profesor de matemáticas que había obtenido licencia de la Universidad de Wittenberg (en Alemania oriental) para visitar a Copérnico e investigar su teoría. El vivaz sabio de 25 años de edad creyó firmemente en la verdad de la hipótesis heliocéntrica y se convirtió en seguida en discípulo de Copérnico, y editor y promotor de su obra.
Durante dos años trabajó Rético en el manuscrito tan celosa y largamente guardado, organizándolo y corrigiendo muchos de sus errores de cálculo. Era una verdadera mezcolanza informe de tablas astronómicas, diagramas y columnas de cifras garrapateadas en los trozos más heterogéneos de papel. Junto a argumentos científicos perfectamente razonados, se hacían apelaciones metafísicas; profundas intuiciones se hallaban al lado de las más estupendas trivialidades.
Aunque Copérnico seguía oponiéndose a todas las instancias de que publicara el libro, accedió por fin a que Rético editara un resumen. El sabio matemático desempeñó una valiosa labor en este sentido y, tres meses después, dio a la luz pública una Narratio prima o Primera narración. Este resumen provocó una reacción muy halagüeña, y Copérnico llegó a concebir la esperanza de que el libro no levantara la oposición que tanto temía. Por fin accedió a las muchas insistencias del joven Rético, quien marchó entonces a Nuremberg para encargarse de la impresión del libro.
VITUPERIO... Y TRIUNFO
Seis años después de su publicación, los luteranos lo condenaron por ser contrario al Antiguo Testamento. (Desde mucho antes que apareciera el libro, Martín Lutero había tronado ya contra Copérnico, diciendo: "¡El muy necio va a trastocar todo el arte de la astronomía!") Pero hasta 1616, cuando 1as actividades de Galileo llamaron la atención hacia el De revolutionibus, la Iglesia católica no advirtió la amenaza que esta obra encerraba contra el dogma: Si el infinito se alejaba para siempre, ¿dónde quedaba el Cielo? Si estaban habitados otros planetas, ¿cómo podían sus habitantes ser hijos de Adán? ¿Había muerto Cristo para redimir también sus pecados? La teoría copernicana conmovía demasiadas creencias vetustas en una época de inquietudes crecientes. La obra fue condenada, y hasta el año 1822 figuró en el índice de libros prohibidos.
Casi seis meses antes de que estuviera listo el primer ejemplar de mil que se mandaron imprimir, Copérnico sufrió un ataque de apoplejía, pero se aferró a la vida hasta que llegó el correo de Nuremberg. Nadie podría decir si conoció que tenía entre las manos la coronación de la obra de su vida. Murió sin haber vuelto a hablar.
La verdad de su cosmología sólo se demostró definitivamente con la invención del telescopio y los trabajos de tres gigantes que le sucedieron: Galileo, Kepler y Newton. Ellos encontraron las pruebas que se necesitaban y, al encontrarlas, inventaron los métodos de exploración de la Naturaleza que han arrastrado al mundo hacia la revolución científica y la era espacial.
Pero fue el taciturno canónigo de Frauenburg quien descorrió el velo del conocimiento contemporáneo. El "nuevo astrónomo empeñado en demostrar que la Tierra se mueve", la movió realmente. Por su inteligencia y su audacia al desafiar la más venerable de las falsas nociones del mundo, abrió los ojos del hombre al infinito. Sobre todo, Copérnico demostró el terrible poder que encierra una concepción intelectual cuando es capaz de transformar la vida en nuestro planeta.