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noviembre 03, 2014
Erudito y guerrero, médico y poeta, fue hijo favorito de Nueva Zelanda y el más grande navegante de la Polinesia.
Por Maurice Shadbolt.
LA UNIVERSIDAD de Yale celebró en 1951 los 250 años de su fundación, concediendo 25 doctorados honorarios en la ceremonia con que se cerró el año lectivo. El momento más emocionante de la sesión fue aquel en que uno de los recipiendarios, un anciano erudito ya casi moribundo, habló en la lengua de los aborígenes de Nueva Zelanda entre los cuales comenzó su vida. Atronadora y largamente aplaudido, sir Peter Henry Buck, médico, guerrero, estadista, etnólogo, escritor y miembro de una tribu neozelandesa, recitó antiguas canciones maoríes que había aprendido en el regazo de la abuela.
Era irlandés, era maorí, y tenía dos nombres en dos mundos distintos: Peter Buck y Te Rangi Hiroa (nombre este que significa "El cielo surcado por los largos rayos del Sol"). Su misión, como él la entendía, consistió en devolver a su pueblo la propia estimación e infundirle nuevo espíritu en un mundo súbitamente extraño. Cumplió su destino, y además legó a sus coterráneos los beneficios de la salud, la inspiración y el estímulo. Polinesia es un archipiélago pródigo en grandes leyendas, y la crónica de sir Peter Buck, solitario aventurero en el mar de las páginas perdidas de la historia humana, es una espléndida leyenda más que agregar a ese acervo.
Después de las terribles guerras agrarias neozelandesas del decenio de 1860 a 1869, el territorio de los maoríes de Taranaki, entre quienes nació Buck, fue ocupado por blancos intrusos. Parecía que los maoríes hubieran perdido, junto con sus tierras, la voluntad de vivir. No se hacía caso de la sanidad; las enfermedades llevaban a muchos a la tumba a temprana edad y la población disminuía rápidamente.
William Buck, soldado que prestaba servicio en una guarnición local, tomó una esposa maorí según la costumbre polinesia: por común acuerdo más que por documento oficial. Como ella no pudiera darle descendencia, llamó, siguiendo también en esto los usos de la Polinesia, a una parienta para que concibiera al hijo que confirmaría la unión. Este hijo nació entre 1877 y 1880, y recibió el nombre de Peter.
Más tarde Peter Buck se jactaría de ser un auténtico neozelandés, portento de la futura mezcla racial que haría de Nueva Zelanda un país único en el mundo. Su profecía se ha cumplido muy pronto: para fines de este siglo se espera que una cuarta parte de los neozelandeses se componga de mestizos de sangre europea y polinesia.
"LA NUEVA RED"
La influencia más grande que recibió en su niñez fue la de su abuela Kapuakore, mujer arrugada que fumaba en pipa y tenía la cara llena de complicados tatuajes, a la usanza maorí. La abuela vivió más de un siglo. Enseñó al chico las genealogías y canciones de su pueblo. Recordaba las batallas tribales y las fiestas de caníbales, y le contaba de los antecesores viajeros que encontraron a Nueva Zelanda en la inmensidad del Pacífico.
Cuando Peter tenía unos seis años de edad, fue uno de los dos únicos niños maoríes que iban a la escuela del pueblo. Aprendía fácilmente. Pero en 1892 murió su madre y el chico dejó la escuela para vagar en compañía de su padre por los campos de Nueva Zelanda. Trabajaban ordeñando vacas, apacentando ovejas, talando árboles y tendiendo rieles de ferrocarril. Su padre recitaba poesía y le enseñó el idioma inglés y el amor a la literatura; pero Peter quería una educación formal.
Poco más o menos a los 18 años, lo aceptaron en el Colegio Te Aute, progresista institución anglicana dedicada a educar adolescentes maoríes que mostraban aptitudes. En su último año se le recomendó el estudio de la medicina. Sólo un maorí había asistido a una escuela de medicina. Como necesitaba un tercer idioma para cumplir los requisitos de admisión, Peter escogió el griego, y a los diez meses dominaba esta lengua en escala universitaria. Obtuvo una beca e ingresó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Otago, en Dunedin.
Los días libres montaba a caballo e iba a visitar a la tribu ngati porou del interior, que tenía menos contacto que otros maoríes con las influencias europeas y todavía se mostraba reciamente orgullosa de su propia identidad. De esta tribu aprendió Peter una copla que después canturrearía toda la vida: Ka pu te ruha... Ka hao te rangatahi. ("La vieja red se deja a un lado... la red nueva va a pescar"). Y se enamoró. Conocía el latín y el griego, pero no dominaba su lengua nativa y por consiguiente no se le consideró digno de una novia ngati porou. Esta humillación lo hirió y lo llevó a profundizar aun más en el estudio del idioma y las tradiciones maoríes.
Una vez recibido de médico, se empleó en un hospital de Dunedin. En 1905 Peter Buck. se casó con Margaret Wilson, joven de ascendencia europea, lo que constituyó un acontecimiento nada común en la Nueva Zelanda de aquel tiempo. La solicitud de Margaret le sostuvo durante el medio siglo siguiente.
Ese mismo año fue nombrado inspector sanitario de los naturales, con responsabilidad por la mitad de la isla Norte. La raza estaba en situación desesperada, pues las defunciones sobrepasaban con mucho a los nacimientos. Buck recorría a caballo las zonas tribales, no solamente , para curar a los enfermos, sino para predicar esperanza y trabajar por la educación, la higiene y y el mejoramiento de la vivienda. Ayudó a establecer consejos de salud y comisiones en las aldeas. Los jefes de tribu trabajaban también como inspectores auxiliares de sanidad. Se refrenaron las enfermedades epidémicas mediante campañas de vacunación.
Hacia 1910, como resultado de sus esfuerzos y los de otros vigorosos jóvenes de sangre maorí, la marea de la desesperación tribal comenzó a cambiar. Los nacimientos sobrepasaron a las defunciones y se vio claramente que la raza ya no se extinguiría. Luego, durante un tiempo corto, Buck intervino en la política. Ganó un asiento en el Parlamento y un puesto en el gabinete. Aprovechaba su origen maorí para conseguir importantes fines de utilidad pública.
Cuando estalló la primera guerra mundial, Buck asumió el papel de guerrero. Al principio rechazaron a los maoríes del servicio militar, aduciendo que se trataba de una guerra de blancos. Él se puso a la cabeza de los maoríes que insistían en que su raza debía tomar parte en la defensa del Imperio Británico. Por fin obtuvieron lo que deseaban, y Peter sirvió como capitán del grupo llamado Te Hokowhitu a Tu (Soldados de Tu, dios de la guerra). El grupo habría de hacer honor a su nombre.
Sin embargo, cuando llegaron a Egipto se enteraron con desaliento de que los habían asignado a prestar servicio de guarnición en Jartum. ¿Servicio de guarnición? Ni pensarlo. Buck informó claramente a los jefes militares ingleses que los maoríes nunca podrían volver a mostrar la cara entre su gente después de la guerra si los reducían a tal servicio. Entonces brindaron al contingente la oportunidad de ofrecerse como voluntario para la batalla de Gallípoli dando un paso al frente. Los 500 maoríes, como un solo hombre, se adelantaron.
Entre las trincheras turcas resonó entonces el antiguo grito de guerra de los máoríes: Ka mate, ka mate! Ka ora, ka ora! ("¡Tal vez muramos! ¡Tal vez vivamos!") Peter Buck contaría después: "El corazón me temblaba de emoción en el pecho al oír vibrar mi lengua nativa en las laderas de Sari Bair".
Por desgracia, la operación de Gallípoli fue el peor desastre aliado de la guerra, y de los valerosos maoríes sólo una quinta parte sobrevivió. De todas maneras habían pasado el bautismo de fuego con valor y bizarría. Buck fue condecorado por ello. Después de servir con su destacamento en las trincheras de Francia, terminó la guerra con el grado de teniente coronel. A continuación volvió a la lucha para combatir la enfermedad, la mugre y la ignorancia.
PIEZAS DE ROMPECABEZAS
Entonces, cuando las comunidades maoríes empezaban a crecer otra vez, Buck quiso salvar también el pasado polinesio. El "antropólogo de campanario", como él mismo se llamaba, escribió ensayos de rara distinción académica sobre la cultura, las costumbres y las narraciones de los maoríes y otros pueblos de Polinesia, sin abandonar por ello su trabajo de médico. Su nombre se llegó a conocer en todo el Pacífico y aun más allá. Uno de sus primeros admiradores, el profesor Herbert Gregory, director del Museo Bishop, de Hawai, le ofreció en el año 1927 un puesto de investigación en aquellas islas.
Buck tuvo que pensarlo mucho. Aunque su interés por sus coterráneos de Nueva Zelanda no había disminuido, empezaba a verlos como un factor solamente del "gran problema polinesio". Por encima de todo quería que la totalidad de los polinesios recordaran sus hechos de antaño como navegantes, astrónomos y poetas. Así pues, a la edad de 50 años abandonó Nueva Zelanda y se consagró a armar las piezas del intrincado rompecabezas polinesio. Fue una historia que Buck narró con gran estilo en su popular libro Vikings of Me Sunrise (1938), y en volúmenes tan profusos y minuciosamente documentados como Samoan Material Culture (1930), The Coming of Me Maori (1949) y el póstumo Arts and Crafts of Hawaii (1957).
Viajó en botes copreros y en canoas de batangas a los lugares más remotos del Pacífico, buscando claves y rastreando formas del pasado polinesio. A donde quiera que iba se sentaba pacientemente con los ancianos de las tribus para oírles contar sus leyendas, nunca satisfecho hasta que podía fabricar y utilizar una herramienta polinesia en la forma tradicional. En 1936 fue nombrado director del Museo Bishop, más tarde profesor y después profesor emérito de la Universidad de Yale, en Estados Unidos. Recibió el doctorado honorario de universidades de todo el mundo, galardones concedidos por muchos países, y el rey Jorge VI de Inglaterra le otorgó el título de sir.
"POROPOROAKI"
En 1948 le dijeron que tenía un cáncer incurable y sólo le quedaban tres meses de vida. Te Rangi Hiroa, con el espíritu de sus combativos antecesores, empezó a luchar contra este diagnóstico. Tenía por terminar cuatro libros y deseaba hacer una última visita a Nueva Zelanda.
Su regreso al lado de su gente fue triunfal. En dos meses vertiginosos fue saludado en 26 recepciones maoríes. Dio ocho conferencias y habló extraoficialmente a centenares de niños de las escuelas y estudiantes, dando poroporoaki, o instrucciones de despedida, a su pueblo. En todas partes lo saludaban como al hijo más distinguido del país. Pocos de cuantos le vieron sabían que estuviera tan cerca de la muerte; su fatiga rara vez se manifestaba.
Cuando volvió a la aldea donde nació, Buck pidió que lo dejaran solo en el salón de reuniones de su juventud. Más tarde un viejo amigo lo encontró allí, llorando. Te Rangi Hiroa se despedía del pasado.
De regreso en Hawai, Buck se entregó al trabajo que quería legar al mundo. Aun cuando los médicos solamente le daban un mes de vida, forzó a su débil organismo a resistir todavía tres años más. Después de viajar a la Universidad de Yale para recibir su grado honorífico, terminó los cuatro libros pendientes, el último justamente una semana antes de su muerte, que ocurrió en diciembre de 1951. Al evocar las migraciones marítimas de los polinesios, revivió para el hombre moderno a los más grandes viajeros e hizo que su pueblo se sintiera orgulloso de él, como hermano de raza, a la vez que se enorgullecían de su singular herencia. Te Rangi Hiroa fue incinerado en Honolulú (Hawai) y llevaron sus cenizas a Nueva Zelanda. A quién debían entregarse, se discutió en la acostumbrada manera maorí, y tribu tras tribu fue presentando sus demandas. Cuanto más larga la disputa, tanto mayor el homenaje al difunto, y ésta duró 18 meses. Al final, claro está, prevalecieron los deseos del propio Buck: sus restos descansan con los de su madrastra y su abuela en las faldas de la vieja fortaleza maorí de Okoki, a la vista tanto del mar como de la aldea en que vio la luz.
El 8 de agosto de 1953, a la caída del Sol, 6000 neozelandeses le dieron su adiós. Soldados maoríes cantaron el viejo lamento: Pasa, amigo, todo está bien. En una nota necrológica, el diario Star-Buletin, de Honolulú, decía: "En algún lugar, sobre un vasto y ondulante océano, va navegando en una gran canoa polinesia, seguro y confiado, para ir a reunirse con sus ilustres antepasados maoríes". Te Rangi Hiroa, el navegante polinesio, había vuelto al lado de los suyos.