DE LO COTIDIANO EN LA UNIÓN SOVIETICA
Publicado en
noviembre 03, 2014
I. PERIPECIAS DE LOS CONSUMIDORES
La lista de artículos escasos es casi interminable... como interminables son las colas de gente que espera comprarlos.
Por Hedrick Smith (Fue jefe de corresponsales del Times de Nueva York en Moscú de 1971 a 1974).
ANTES de ir a Moscú me había enterado de que allí escaseaban los artículos de consumo, pero sólo cuando empezamos a salir de compras para adquirir lo que una familia necesita comprendí verdaderamente la angustiosa situación del consumidor ruso. Primero necesitábamos libros de texto para nuestros hijos (que asistían a escuelas rusas) y descubrimos que se habían agotado los de sexto año de primera enseñanza. Poco después quisimos comprar zapatillas de ballet para nuestra hija Laurie, de 11 años de edad, sólo para enterarnos de que en Moscú, capital de esta tierra de bailarinas clásicas, no había zapatillas del número 22. En Gum, el famoso emporio de la Plaza Roja, traté de encontrar calzado para mí. Que me vinieran, sólo tenían sandalias o endebles zapatos que el vendedor mismo me recomendó no comprar. Ann, mi esposa, recorrió infructuosamente cuatro de las principales tiendas de Moscú, y otras varias más pequeñas, en busca de cacerolas esmaltadas. (Los rusos le aconsejaron que no comprara las normales de cinc y aluminio, porque dejan en los alimentos cierto sabor. Las sartenes de acero inoxidable, de cobre o forradas de Teflón, no se encuentran.)
La economía soviética funciona de acuerdo con un plan trazado desde lo alto y no en respuesta a la demanda del consumidor, que va de abajo arriba. Esto produce un desequilibrio en la variedad de artículos, y a veces inexplicables anomalías. Por ejemplo, en Leningrado quizá haya exceso de esquís para excursiones a campo traviesa, y en cambio es posible que transcurran varios meses sin que se pueda obtener jabón para lavar platos. Conozco a una familia moscovita que pasó todo un mes tratando desesperadamente de encontrar un orinal para uso del niño pequeño, mientras que el mercado estaba saturado de receptores de radio.
La lista de artículos escasos es interminable: pasta dentífrica, toallas, hachas, cerraduras, aspiradoras, loza de cocina, planchas, alfombras, refacciones para tostadores, cámaras o automóviles, para mencionar sólo unos cuantos. Esos artículos no están permanentemente fuera del comercio, pero es imposible saber cuándo aparecerán. Los rusos saben que los productos atractivos de algunas fábricas soviéticas se venden en un santiamén. Por eso recorren las tiendas incesantemente, para el caso de que, según la expresión popular, "arrojen algo bueno". Las mujeres van provistas de bolsas de cáñamo, por si acaso tuvieran la buena suerte de encontrar algo inesperado. De igual manera, casi todos los hombres llevan invariablemente una cartera, que muchísimo más probablemente llenarán de naranjas, dentífrico o zapatos, que de libros o papeles.
Otra precaución consiste en llevar siempre consigo bastante dinero, pues en el sistema soviético no hay tarjetas de crédito, cuentas corrientes, libretas de cheques o préstamos fáciles. Se venden a plazo únicamente los artículos menos deseables, de los que haya enorme existencia almacenada.
Una de las cualidades más atractivas de los rusos es su disposición a compartir su dinero con sus amigos y sus compañeros de trabajo para ayudarles a que hagan compras costosas. No les importa prestar 25, 50 o 100 rublos hasta el siguiente día de pago. (Al tipo oficial de cambio, en la primavera de 1976, el rublo equivalía a 1,32 dólares.)
Otra regla cardinal de la vida del consumidor ruso es comprar para otros. Por ejemplo, se juzga imperdonable encontrar algo tan raro como piñas, sostenes hechos en Polonia, lámparas de pared de Alemania Oriental o dentífrico yugoslavo, sin comprar también para los amigos, los parientes y los vecinos. Como resultado de esto, la gente se sabe de memoria la talla de sus deudos cercanos y de sus amigos más queridos, para poder aprovechar el momento en que ocurra un milagro en la tienda donde estén.
Los oficinistas organizan grupos de compras, y por rotación cumplen la diaria tarea de ir a buscar víveres. Alguien sale a comprar los comestibles del día para todos, durante la hora del almuerzo, para que los demás se libren de las terribles apreturas que hay en las tiendas después de las horas de trabajo. Con frecuencia las mujeres se turnan en salir, a escondidas durante el tiempo laborable para explorar en las principales tiendas del centro de la ciudad. Regresan a dar la alerta, si necesitan refuerzos para comprar mercancía en mayor cantidad.
En todo el mundo los compradores tienen que hacer cola, pero las colas soviéticas tienen una magnitud característica. La norma aceptada es que la mujer soviética se pase haciendo cola dos horas cada uno de los siete días de la semana., Conozco personas que tuvieron que estar 90 minutos formadas en fila para comprar cuatro piñas, y tres horas y media con objeto de adquirir tres coles grandes, sólo para encontrarse con que, al llegar al comienzo de la cola, la mercancía se había acabado. Las colas van desde unos cuantos metros a más de un kilómetro. Algunos amigos nuestros observaron en Moscú una fila de gente que se registraba para comprar alfombras. La cola duró dos días con sus noches, estaba formada de cuatro en fondo y se extendía por todo un conjunto de viviendas.
No obstante esas penalidades, la reacción instintiva de la mujer rusa cuando ve organizarse una cola es incorporarse a ella inmediatamente, aun antes de saber qué venden. Ya formadas, las colas soviéticas son más ágiles de lo que parecen. Por ejemplo, en casi todas las tiendas los compradores deben formar cola no una sino tres veces distintas para adquirir cualquier artículo: la primera para elegir lo que van a comprar y saber su precio; la segunda para pagar al cajero, que se encuentra en alguna otra parte de la tienda, y obtener de él un recibo; y la tercera para recibir la compra y entregar el comprobante.
Pero una mañana, hallándome en una tienda de productos lácteos, descubrí. que esa maniobra era, al mismo tiempo, más sencilla y más complicada de lo que suponía. Entré a comprar queso, mantequilla y una salchicha boloñesa, los tres productos en departamentos separados y cada uno de ellos con su propia cola. ¡Nueve colas!
Sin embargo, no tardé en notar que los compradores avezados se saltaban la primera etapa. Sabían lo que costaba la mayoría de los productos, por lo que se dirigían derechos al cajero para obtener de él sus recibos. Después de estudiar los precios, también yo hice lo mismo. Entonces fui a la cola del queso, la más larga (probablemente 20 personas), para terminar de una vez con lo que consideraba peor. Llevaba formado menos de un minuto cuando la mujer que me precedía me pidió que le guardara su lugar y se dirigió rápidamente hacia la cola para la mantequilla y la leche. La fila del queso se movía tan despacio que la mujer pudo comprar su mantequilla y su leche, y volver a su lugar en la cola del queso antes que hubiésemos avanzado un metro. Decidí arriesgarme yo también, y volví con mi mantequilla cuando la cola del queso apenas avanzaba.
Me di cuenta entonces de que toda la tienda hervía de gente que se ponía en fila, guardaba lugares, abandonaba la cola y regresaba a ella. Todos escogían la cola para el queso como su base de operaciones. Por ese motivo apenas avanzaba, pues constantemente se agrandaba en medio. Al ver eso, pedí al hombre que estaba detrás de mí que me guardara el sitio y me fui a comprar la salchicha. Una vez más la estrategia dio buen resultado. Tardé 22 minutos en comprar la mantequilla, la salchicha y el queso, pero en vez de sentirme furioso me pareció que había triunfado contra el sistema.
Esas compras competitivas prestan a la vida rusa un aspecto superficial de tirantez. La gente se precipita en las tiendas, anda a tropezones entre sí, con expresión sombría y combativa. "Tiene usted que comprender", me decía un amable crítico literario, ya entrado en años, "que desde tiempo inmemorial comprar ha sido aquí una lucha. La vida misma es una lucha".
Hay muy poca publicidad eficaz que ayude a los compradores. Los anuncios típicos soviéticos son de estilo institucional: "Si quieres llegar a la vejez y ser hermosa, modesta, escrupulosa y veraz, bebe té". La mayoría de los periódicos no publican anuncios, aunque los más populares sacan suplementos semanarios con avisos, casi todos ellos personales y sólo unos cuantos de tiendas, vagamente redactados. El comprador no dispone de anuncios, en los diarios, de ciertos supermercados y tiendas de ropa y novedades que le indiquen a dónde puede ir a comprar lo que necesite.
El cohecho está muy extendido. Los vendedores de las tiendas, con sueldos muy bajos (del equivalente de 80 a 120 dólares al mes) guardan parte de los artículos atractivos, para venderlos subrepticiamente a clientes constantes que les han adelantado una gratificación o de quienes esperan un sobreprecio cuando reciban la mercancía. Lo normal es que se pague de 10 a 15 rublos más por un impermeable que valga 60.
Tan común es esta costumbre que la prensa soviética la denuncia constantemente, pero en vano. Krokodil, la revista humorística soviética, publicó en una ocasión una caricatura del superintendente de piso de una gran tienda que anunciaba algunos artículos nuevos diciendo: "Estimados clientes, en el departamento de artículos de piel se han recibido 500 bolsas para dama, importadas. Cuatrocientas cincuenta fueron ya compradas por empleados de la tienda. Cuarenta y nueve están guardadas detrás del mostrador y fueron encargadas anticipadamente por amigos. Una bolsa se encuentra en exhibición en el escaparate. Los invitamos a visitar el departamento de artículos de piel para que compren esa bolsa".
© 1976 POR HEDRICK SMITH. FRAGMENTO DEL LIBRO "LOS RUSOS" OUE PUBLICARÁ PRÓXIMAMENTE. EDITORIAL ARGOS-VERGARA.
II. "QUIEN ROBA VIVE MEJOR"
La mayoría de los rusos quita importancia al fraude económico en perjuicio del Estado, por considerarlo inevitable.
Por Christopher Wren.
EN LA República caucásica de Azerbaiján 64 trabajadores de una granja y de una empacadora se coludieron para robar al gobierno nueve millones de rublos (equivalentes a 12 millones de dólares) con la venta de verduras inexistentes.
De una fábrica de hilados y tejidos de Lituania sustrajeron telas por valor equivalente a más de un millón de dólares, para venderlas clandestinamente en Georgia, a 2900 kilómetros de distancia.
En una ciudad rusa los choferes de camiones cobraron gratificaciones al informar que habían retirado de la vía pública dos millones de toneladas de nieve, cantidad que sólo habría podido caer en el transcurso de muchos años.
Estos casos, de que informó la prensa soviética en los últimos meses, pintan el problema delictivo más persistente en el país: el fraude económico en perjuicio del Estado, perpetrado por sus propios ciudadanos y que quizá ascienda a varios miles de millones de rublos al año. En la Unión Soviética hay menos crímenes violentos que en Occidente, pero los delitos de índole económica parecen multiplicarse, lo que induce a algunos analistas diplomáticos extranjeros a preguntarse si la economía dirigida centralmente propicia tales abusos. No faltan rusos que sostienen que, por pertenecer la producción al Estado, el hurto resulta socialmente tolerable.
Hay un próspero mercado negro de artículos de consumo que escasean y de piezas de repuesto que se pueden sustraer de las líneas de producción o de las bodegas. El engorroso sistema burocrático también facilita el despojo, que suele pasar inadvertido por falta de suficientes auditores competentes. En la República de Kirguisia, en Asia Central, una pandilla cometió latrocinios en cierta fábrica durante cuatro años. Cuando había robado ya 12.000 rublos (equivalentes a 16.000 dólares), la auditoría interna reveló únicamente un exceso de tres rublos pagados en salarios.
Se sabe también de robos que se cometen fuera de las fábricas. En el otoño de 1975 el diario Pravda publicó una carta procedente de la ciudad industrial de Penza, en que se denunciaban cuantiosos robos de radios, acumuladores y otras piezas tomadas de los automóviles nuevos que transportaban por ferrocarril, no obstante que esos trenes van custodiados por guardias armados. En una ocasión desaparecieron, uno tras otro, los neumáticos de repuesto de diez automóviles Zhiguli. Durante los primeros siete meses de 1975, la oficina administrativa regional presentó el doble de denuncias por la desaparición de piezas de automóvil que en todo 1974.
Las gasolineras del Estado ofrecen fácil blanco a los ladrones. En agosto de 1975 la venta diaria de gasolina en Azerbaiján disminuía oficialmente a menos de 300 centímetros cúbicos por vehículo, no obstante que el número de autos y camiones aumentaba. La diferencia representaba lo robado.
También en las granjas ocurren fraudes. Periódicamente la prensa informa de granjeros convictos de alimentar a su ganado con cereales hurtados, y en 1975 una mujer fue condenada a un año de "trabajo correccional" por haber alimentado a 45 vacas y lechones con pan y bollos, productos que tienen subsidio del Estado.
El perseguir a esos delincuentes ocupa toda la atención de la Sección de Lucha contra el robo de Propiedades del Estado, cuerpo dependiente de la policía. Los castigos son severos. En el caso de la estafa cometida en la empacadora de Azerbaiján, cinco funcionarios fueron sentenciados a muerte: Se imponen condenas dé cárcel hasta de 15 años por delitos menos graves y los culpables deben restituir lo que hayan robado.
Las autoridades se han esforzado en mejorar la eficacia de la campaña contra la malversación. En Gorki se abrió una escuela especial para adiestrar abogados en la indagación de irregularidades económicas. Los Ministerios de Comunicaciones y de la Industria Ligera cuentan ya con laboratorios de investigación de delitos. Pero son muchos los rusos que ven con indiferencia los abusos, por considerarlos inevitables. Como explicó un ciudadano soviético : "Quien roba vive mejor".
CONDENSADO DEL "TIMES" DE NUEVA YORK (13-IV-1976). © 1976 POR THE NEW YORK TIMES CO. 229 W. 43 ST. NUEVA YORK. N. Y. 10036.