Publicado en
octubre 26, 2014
Pese a las muchas armas nuevas de que el hombre dispone y al inmenso gasto anual de su ya antigua lucha contra los insectos, no se ha progresado gran cosa en el empeño. Por el contrario, parece que estos seres son hoy más numerosos que nunca.
Condensado de "TIME".
"La lucha del hombre contra los insectos comenzó antes de la alborada de la civilización, y sin duda continuará cuanto dure la raza humana. Nos complacemos en creernos amos y señores de la naturaleza, pero los insectos ya habían dominado el mundo mucho antes de que el hombre iniciara su carrera, y le han disputado cada paso de su invasión en forma tan persistente, y con tanto éxito, que ni siquiera hoy podemos vanagloriarnos de haber obtenido sobre ellos ninguna ventaja importante. Hasta ahora no hemos exterminado (y probablemente jamás exterminaremos) ni una sola especie de insectos."
ESTA sombría apreciación del entomólogo norteamericano Stephen Forbes tiene ya 60 años, pero los actuales especialistas en la materia no podrían rebatirla. Pese a los increíbles adelantos que han logrado la ciencia y la tecnología en los últimos decenios (como el dominio de la energía nuclear y de los vuelos espaciales, o la revelación del código genético), la humanidad ha progresado muy poco en su lucha tradicional contra las sabandijas. Durante un corto tiempo, después de la segunda guerra mundial, los nuevos plaguicidas químicos hicieron abrigar la esperanza de que al fin se había encontrado el arma definitiva. Y en efecto, temporalmente los insectos emprendieron una retirada sin precedentes.
Actualmente, sin embargo, sus ejércitos están de nuevo en marcha en muchas partes del mundo.
El paludismo, transmitido por los mosquitos y que hasta hace poco había quedado casi erradicado de muchas regiones, en nuestros días, en África, al sur del Sahara, ataca a 100 millones de personas al año y causa la muerte de 800.000, principalmente niños. La llamada ceguera de río, transmitida por una especie de mosca negra, aflige cada año a millones de africanos en la cuenca del Volta y deja a 700.000 personas privadas de la vista.
Las autoridades de Tanzania calculan que los insectos destruyen el 25 por ciento de sus productos agrícolas después de cosechados. En Kenia, el 75 por ciento de las cosechas del país se pierden por los insectos, según cálculos oficiales. En África oriental se observó una nube de langosta de 30 metros de profundidad, con un frente de 1500, que cubrió el cielo como una gran sombra negra y tardó nueve horas en pasar por un punto determinado.
En los Estados Unidos, la hormiga de fuego de Sudamérica (Solenopsis salvissima) ha avanzado desde su cabeza de playa inicial, que en 1918 era Mobile (Alabama), y hoy infesta unos 40 millones de hectáreas en nueve Estados del Sur, obligando a veces, con sus tremendas mordeduras, a los trabajadores de las granjas a abandonar los campos. En los bosques la polilla lagarta (Porthetria dispar), el gusano de las yemas del abeto (Choristoneura fumiferana) y el escarabajo de los pinos del Sur (Dendroctonus frontalis), devastan grandes extensiones de selva, pues producen la defoliación y muerte de millones de árboles valiosos. En el solo año de 1975 destruyeron madera suficiente para construir 910.000 casas.
El pintón del maíz (Pyrausta nubilalis) y el gusanillo de las raíces (Diabrotica) están atacando los sembrados de la zona maicera a una velocidad prodigiosa, mientras que el gorgojo del algodón (Anthonomus grandis) cuesta a los cultivadores norteamericanos 260 millones de dólares anuales entre pérdida de cosechas y medidas de control. En efecto, los insectos producen la destrucción de casi el 10 por ciento de todos los cultivos de los Estados Unidos y causan pérdidas calculadas entre 5000 y 6000 millones de dólares cada año.
Evidentemente, la tendencia no es favorable al hombre. Los entomólogos calculan que puede haber hasta cinco millones de especies de insectos, de todos los tamaños, desde los pequeñísimos no mayores que una partícula de polvo, hasta cierta mariposa de Sudamérica que se dice mide 30 centímetros de envergadura. Todos los insectos tienen tres pares de patas y la mayoría son alados. Brian Hocking, de la Universidad de Alberta, en el Canadá, cita un reciente cálculo estimatorio de la población mundial de insectos: un trillón. Suponiendo que en promedio cada insecto pesa 2,5 miligramos, lo cual es razonable, calcula que el peso de los que pueblan la Tierra es 12 veces mayor que el de toda la humanidad.
VENTAJA EVOLUTIVA
Los insectos aparecieron en la Tierra hace unos 400 millones de años, y de entonces acá se han adaptado muy bien para sobrevivir. Tienen un resistente esqueleto externo y parecen desproporcionadamente fuertes para su tamaño (la hormiga levanta 50 veces su propio peso). Su capacidad de vuelo (la mayor parte vuelan, aunque no todos) les permite escapar de sus enemigos y buscar el alimento en una extensa zona. Por su pequeño tamaño, no necesitan competir con muchos animales mayores por el espacio vital.
La fecundidad de los insectos es aterradora. Muchas especies ponen centenas de millares de huevos después de cada acoplamiento. Algunas pasan por todo su ciclo vital, desde huevo hasta adulto, en pocos días o en algunas semanas, y producen docenas de generaciones en cada temporada. Esto les da una ventaja evolutiva enorme, como saben muy bien los científicos que tratan de combatirlos. Si una fracción de una especie, por pequeña que sea, es resistente a determinado insecticida, los pocos sobrevivientes se multiplican pronto y forman una inmensa población inmune.
Buscando desesperadamente algún medio de defensa contra los insectos, el hombre empezó a buscar armas químicas desde la baja edad media. Más tarde, en Francia, se usaron desde 1690 infusiones de tabaco para combatir el gusanillo que atacaba los perales. La piretrina, compuesto que se obtiene de las plantas de la familia de los crisantemos, se utilizó desde 1800 para matar pulgas. La rotenona, extraída de diversas plantas, se introdujo en 1848 para atacar las orugas que se comen las hojas.
DUDOSA BENDICION
El adelanto más importante en la lucha contra los insectos fue el descubrimiento (hecho durante la segunda guerra mundial) de las propiedades plaguicidas de un compuesto con el impronunciable nombre de diclorodifenil-tricloroetano (DDT). Le siguieron otros muchos derivados análogos del cloro, entre ellos el clordano, heptaclor, aldrín, dieldrín, toxafeno y endrín, además de toda una familia de insecticidas fosforados, como el paratión, el malatión y el dimetoato. Estos productos tuvieron un efecto notable en la producción de la tierra.
Los insecticidas, sin embargo, eran una dudosa bendición. Desde fines del decenio de 1940 a 1949 los investigadores empezaron a encontrar DDT en los tejidos de peces, animales silvestres y seres humanos. Los estudios posteriores mostraron que esta sustancia podía producir cáncer en animales de laboratorio, y algunos países, como Estados Unidos, prohibieron su uso, salvo en caso de epidemia o infección graves. La prohibición del DDT fue seguida por la de otros plaguicidas.
Algunos entomólogos y peritos agrícolas piensan que, a la larga, depender menos de los insecticidas será beneficioso para los cultivadores. Muchos científicos creen que la introducción de plaguicidas como el DDT en realidad intensificó e1 problema de las plagas, porque incitó a abandonar prácticas y métodos tradicionales tan sanos como la rotación y la diversificación de los cultivos. Además, el exceso de exposición logró que los insectos empezaran a desarrollar inmunidad a los insecticidas. De las mil especies de insectos que hacen considerable daño a los cultivos mundiales, 156 son ya resistentes. A medida que se iba desarrollando esta inmunidad, los agricultores se veían obligados a usar cantidades progresivas de insecticidas cada vez más caros. Pero al mismo tiempo reciben un rendimiento cada día menor de su inversión, en parte porque los insecticidas suelen matar también insectos que resultan beneficiosos puesto que ayudan a mantener a raya a los nocivos.
EL NUEVO ENFOQUE
Para salir de este "círculo vicioso", algunos entomólogos recomiendan un enfoque distinto. Ya no hablan de extirpar las especies: los costos en dinero y en daños al medio son excesivos, y las probabilidades de éxito demasiado pequeñas. Lo que buscan ahora es un equilibrio en el cual los perjuicios causados por los insectos no pasen de un nivel económicamente tolerable.
La estrategia para llegar a esta meta se llama "control integrado de plagas". Sus partidarios comprenden que siempre harán falta algunos plaguicidas para enfrentarse a problemas que de pronto cobran proporciones alarmantes, como sería una invasión de mosquitos a consecuencia de un verano excepcionalmente cálido y húmedo. Pero los entomólogos y los agrónomos creen que las armas más prometedoras para la batalla son los controles biológicos, que se pueden dirigir a especies determinadas de insectos sin perjudicar al hombre ni al ambiente. Entre los más diabólicos medios con que cuentan en su arsenal están:
Hormonas. La Compañía Zoecon, de Palo Alto (California), está vendiendo con el nombre de Altosid Insect Growth Regulator, un compuesto químicamente parecido a la hormona juvenil que secretan los insectos durante una temprana etapa de su metamorfosis. Impide que los jóvenes, que son inofensivos, lleguen a ser adultos peligrosos. El profesor William Bowers, de la Estación Experimental Agrícola del Estado de Nueva York, ha aislado dos sustancias del agérato (planta de flores pequeñas amarillas) que estorban la producción de hormonas juveniles de ciertos insectos. Cuando estas Sustancias se aplican a ejemplares jóvenes del insecto manchador del algodón (Dysdercus suturellus), se transforman precozmente en adultos diminutos y estériles que mueren pronto. Aplicadas a otros insectos, los esteriliza: por ejemplo el escarabajo mexicano del frijol (Epilachna varivestis). Y si se somete a sus efectos a los escarabajos de la patata de Colorado (Leptinotarsa decimlineata), entran en hibernación y mueren.
Feromonas. Los insectos despiden ciertos compuestos químicos llamados feromonas y están programados para responder a ellos. Por ejemplo, una feromona que exhala la hembra atrae automáticamente a los machos de la misma especie en un kilómetro y medio a la redonda. En la estación de investigaciones de la Secretaría estadounidense de Agricultura en Beltsville (Maryland), se han identificado las feromonas sexuales de la mosca mediterránea de la fruta, y de la mosca de los pinos del sudoeste norteamericano. Las formas sintéticas de estas sustancias químicas, esparcidas en grandes cantidades sobre un campo infestado de insectos, podrían confundir de tal modo a los machos que nunca encontraran a las hembras y, por tanto, no llegarían a aparearse con ellas.
Esterilización. La fecundidad de los insectos se puede reducir engañando a las hembras y haciéndolas aparearse con machos esterilizados previamente por irradiación. Hace poco los funcionarios de la Secretaría norteamericana de Agricultura soltaron en California más de 350 millones de insectos estériles, en un esfuerzo al parecer feliz para combatir una invasión reducida de moscas mediterráneas de la fruta.
Depredadores y parásitos. La idea de servirse de insectos para combatir a otros insectos ha logrado algunos éxitos brillantes. Por ejemplo, en la Universidad de Cornell, los entomólogos Maurice Tauber y Robert Helgesen utilizan una diminuta avispa para combatir a la mosca blanca que causa grandes pérdidas a los cultivadores de poinsetias. La avispa deposita sus huevos en la mosca blanca; cuando nace la larva, la mosca blanca muere y sirve de alimento a la larva de la avispa. Desde fines del decenio de 1950 a 1959, en total han sido controladas (o se ha reducido sus daños) 42 especies de insectos introduciéndoles parásitos de diversos tipos.
TREGUA INCIERTA
Alcanzar métodos de regulación de insectos que sean eficaces y al mismo tiempo aceptables desde el punto de vista del ambiente, será muy caro. El costo de producir algunos gramos de cualquier feromona llega a millares de dólares; los gastos de esterilizar insectos o identificar y aislar sus hormonas son igualmente elevados. La sola Secretaría de Agricultura de los Estados Unidos gastó el año pasado 49 millones de dólares en investigaciones para el control de insectos. Sin embargo, fue dinero bien empleado, y esencial para mantener a raya a estos seres vivos, pues tan prónto como los fabricantes empiezan a producir algunos de los nuevos reguladores biológicos, aparecen síntomas peligrosos de que los insectos, siempre adaptables, empiezan a desarrollar el antídoto contra las armas del hombre. Ciertas pruebas de laboratorio indican que, al cabo de 15 generaciones, tanto la mosca doméstica como el mosquito se hacen resistentes a los insecticidas de hormonas juveniles.
Así continúa la guerra entre el hombre y los insectos, con alguna esperanza de mantener durante siglos un incierto equilibrio en esa lucha. Desde luego, puede llegar el momento en que el hombre se dé por vencido y se vaya a otros mundos; pero eso de nada le servirá, porque los insectos se irán con él como polizones.
"TIME" (12,11-1976). © 1976 POR TIME INC., TIME & LIFE BLDG., ROCKEFELLER CENTER. NUEVA YORK. N. Y. 10020.