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octubre 26, 2014
En el campo de juego y en su vida privada ha mostrado una elegancia y un estilo que hicieron de él algo más que uno de los jugadores más brillantes en la historia del béisbol.
Por James Stewart-Gordon.
EL 29 DE junio de 1941 Joe DiMaggio pasó a batear, en el estadio Griffith, de Washington, D.C. Se enfrentaba a Arnie ("Red") Anderson, el potente pitcher de bola rápida, quien se impulsó e hizo su lanzamiento. Hubo un chasquido seco y la pelota voló hacia el césped: fue hit de una base. En las tribunas y en la "caseta" de los Yanquis estalló el júbilo. Segundos después los cronistas de noticiarios interrumpieron su información de la invasión de Rusia por los ejércitos de Hitler, para anunciar que Joe DiMaggio había roto la marca mundial al batear de hit en 42 juegos consecutivos. George Sisler, poseedor desde 1922 de la antigua marca de 41 juegos al hilo, comentó: "Si era inevitable que cayera esa marca, me alegro mucho de que la haya batido Joe".
Durante aquella primavera los Yanquis habían estado jugando con desgano. Pero el 15 de mayo, DiMaggio, que no había conectado un solo hit en dos días, dio el primer golpe de bate con que inició su racha, la cual, al prolongarse, hizo que el equipo cobrara ánimos. Después que Joe bateó de hit en 22 juegos consecutivos, la gente empezó a hacer comentarios. En los diarios aparecían fotografías de Joe al bate, y los comentaristas radiofónicos conjeturaban si sería capaz de romper la marca de Sisler.
Día tras día DiMaggio trataba de superar la marca. Se le inflamó tanto una glándula del cuello que le costaba trabajo volver la cabeza. Joe hizo jurar a su compañero de habitación, el pitcher Lefty Gómez, que no diría una sola palabra de eso, y continuó jugando.
El encuentro del 29 de junio con el equipo de Washington era de juego doble, y en el primero Joe empató la marca. Entre un juego y otro descubrió que alguien le había robado su bate. "Toma el mío", le dijo Tommy Henrich. Muy molesto, DiMaggio rechazó el ofrecimiento. Sin su propio bate, arreglado con papel lija para que se amoldara exactamente a sus manos, se sentía incómodo. Con uno ajeno, Joe fue tres veces a la caja de bateo sin poder colocar un hit.
La cuarta vez, a regañadientes, tomó el bate de Henrich, y entonces rompió la marca. Siguió blandiendo el bate y conectando hits hasta el 17 de julio, cuando terminó su racha de 56, marca que no ha sido rota hasta ahora. Durante esa racha llevó a su equipo al primer lugar, bateó un promedio increíble de .408 y dio 15 cuadrangulares.
PERFECCION SUMA
Joseph Paul DiMaggio, de Fisherman's Wharf (Muelle del Pescador), en San Francisco, y del estadio de los Yanquis, de Nueva York, llevó a su magnífico equipo a la conquista de 10 gallardetes y de nueve campeonatos mundiales en el curso de 13 temporadas llenas de momentos culminantes. Cuando en 1969, Año del Centenario del Béisbol, llegó la ocasión de honrar a sus héroes más destacados, el voto de los cronistas de béisbol de la prensa y la televisión dio al caballeroso Joe el título de "el mejor jardinero central de todos los tiempos" y de "el jugador más eminente entre los vivos".
Nombrado el atleta masculino del año en 1941, y por tres veces el jugador más valioso de la Liga Norteamericana, Joe fue el primer beisbolista que haya ganado 100.000 dólares al año. Seleccionado para formar parte del Equipo de Estrellas en 11 ocasiones, Joe DiMaggio, el del bate mágico, entró a batear 6821 veces durante su carrera en las Ligas Mayores, y conectó de hit en 2214 de ellas, lo que le dio un promedio general de .325. En 1955 fue elegido para figurar en el Salón de la Fama del Béisbol.
Las marcas establecidas por DiMaggio y la acabada perfección de su estilo hicieron de él sin duda alguna uno de los grandes atletas de todos los tiempos. Pero lo que ha colocado a Joe en lugar aparte son sus características personales: su afabilidad, su porte de dux veneciano y su modestia genuina. Nadie sabe a cuántos niños enfermos, hospitales y ancianos beisbolistas ha visitado y ha ayudado, porque él se niega a hablar del asunto. "Tiene un elevado concepto de la dignidad humana", decía uno de sus ex compañeros de equipo. "Joe tiene la suya propia, la protege, y le agrada que cada quien la tenga también".
Después de la trágica muerte, en 1962, de Marilyn Monroe, su segunda esposa, de quien se divorció, la prensa informó: "Sólo gracias a Joe, quien se encargó de los arreglos para los funerales y pagó todas las cuentas, el sepelio de Marilyn revistió la escasa dignidad que nunca antes permitieron gozar a la artista". Entonces, como de costumbre, Joe nada comentó.
"¿POR QUE NO MI HERMANO?"
Joe DiMaggio nació el 25 de noviembre de 1914, uno de nueve hijos de un pescador que había emigrado de Isola delle Femmine, minúscula isla situada frente a Sicilia. Los DiMaggio vivían en un apartamento de cuatro habitaciones en North Beach de San Francisco, y el padre esperaba que su hijo Joe y sus hermanos fuesen pescadores como él. Pero Joe no podía soportar el olor del pescado e invariablemente se mareaba. El interés del chico se cifraba en los terrenos baldíos donde se jugaba al béisbol. Los grandes bateadores nacen, no se hacen, y Joe era sin duda un bateador nato.
Vince, su hermano mayor, jugaba en 1932 en el equipo de las Seals (Focas) de San Francisco, de la Liga de la Costa del Pacífico. La oportunidad de Joe se presentó cuando el shortstop titular de las Focas solicitó permiso para faltar a los tres últimos juegos de la temporada. Los directores del equipo accedieron a concederle ese permiso, siempre que se pudiera encontrar un sustituto que no cobrara. "¿Por qué no mi hermano ?" preguntó Vince DiMaggio. Vestido con el uniforme del equipo, Joe pegó un hit de tres bases la primera vez que fue a la caja.
Las Focas le hicieron un ofrecimiento en 1933: 225 dólares al mes por jugar a su lado, y pronto le dieron una plaza en el campo, es decir, de jardinero. El primer año de Joe en el béisbol organizado, a la edad de 18, fue un triunfo. El muchacho bateó un promedio de .340 y estableció una nueva marca en la Liga de la Costa del Pacífico al pegar de hit en 61 juegos consecutivos. (La antigua era de 49 juegos.) Sus tiros desde el jardín derecho eran tan fuertes y precisos que, cuando Joe lanzaba la pelota, los aficionados gritaban "bola" o "strike", según fuera la precisión con que daba en el blanco. Al poco tiempo todos los clubes de las Ligas Mayores deseaban comprar el contrato de Joe DiMaggio.
Pero la carrera de Joe estuvo en un tris de terminar antes de iniciarse realmente. Al salir de un taxi, en junio de 1934, se le dobló la pierna izquierda. A pesar de los fuertes dolores que sentía, Joe trató de jugar. Se le permitió que bateara como sustituto y conectó entonces un cuadrangular y luego tuvo que recorrer las bases cojeando. De repente las Ligas Mayores perdieron su interés por él. Como tullido, Joe nada valía.
Al cuidado de un cirujano de huesos establecido en San Francisco, Joe fue entablillado desde la cadera hasta el tobillo. Tres semanas después, cuando le.quitaron las tablillas, se reincorporó al equipo de las Focas; a la semana siguiente se lastimó de nuevo la rodilla, y ya no pudo volver a jugar en el resto de la temporada, si bien había logrado un promedio de bateo de .341.
Los Yanquis de Nueva York, que no habían ganado un gallardete en tres años, necesitaban con urgencia un jugador estrella que ocupara el lugar del famoso Babe Ruth, y decidieron arriesgarse con Joe. Ofrecieron por su contrato 25.000 dólares y cinco jugadores, a condición de que un médico de su propia elección declarase que el estado de Joe era satisfactorio. El dictamen del facultativo resultó favorable, y Joe fue vendido a los Yanquis.
NADIE COMO ÉL
DiMaggio no formó parte de la alineación de los Yanquis hasta mayo de 1936, pero desde entonces bateó bien, jugó con finura el jardín central y se ganó el afecto de los aficionados. Escogido para que figurara en el Juego de Estrellas en su primer año con los neoyorquinos, DiMaggio terminó la temporada con un promedio de .323, tras de contribuir a que los Yanquis ganaran su primer trofeo y el campeonato mundial desde el último año en que Babe. Ruth jugó con ese equipo.
Durante los seis años siguientes, y hasta que entró en filas, en 1943, DiMaggio sobresalió como estrella, no obstante estar rodeado por algunos de los mejores beisbolistas de todos los tiempos. Bob Feller, el rey de los pitchers, del equipo de Cleveland, decía que Joe era "el bateador derecho más peligroso" a quien se había enfrentado. En el campo, quizá nunca haya habido otro como él. El catcher Bill Dickey afirmaba: "Nadie en el béisbol salía al encuentro de una línea dura como lo hacía Joe, que también era capaz de tirar la pelota con absoluta precisión".
Después de un juego, mientras sus compañeros retozaban, Joe estaba sentado, sorbiendo inacabables tacitas de café y repasando mentalmente todas las peripecias del juego. Pasadas varias horas se ponía cuidadosamente su americana cruzada (en 1936 fue incluido entre los diez hombres mejor vestidos), se anudaba la corbata y se iba a casa. Sus compañeros notaban su elegancia en el vestir, y uno de ellos advirtió a un jugador novato: "DiMaggio es tan refinado que se cambia de camisa todos los días".
La de 1951 fue la última temporada de Joe. Tenía entonces 37 años, se había lesionado media docena de veces y su promedio de bateo era ya de sólo .263. Sin embargo; DiMaggio conservaba aún suficiente vigor y energía para llevar a los Yanquis a la Serie Mundial contra sus odiados enemigos, los Gigantes de Nueva York, En los primeros tres juegos no pegó un solo hit y los Gigantes tomaron la ventaja: dos juegos contra uno. En el cuarto Joe entró a batear, blandió el leño, y la pelota salió como una bala hasta ir a caer a las lejanas graderías del fondo del estadio, lo que cuenta como home run. Yogi Berra, que estaba en primera, recorrió bailando las bases y al llegar a la goma se detuvo a esperar a DiMaggio. Cuando este cruzó por home, Yogi se estiró para echar un brazo alrededor de los hombros del gigante. El cronista Red Smith describió ese episodio como "un triunfo del sentimiento en una lucha nada sentimental por el dinero".
Gracias al despertar del bate de DiMaggio los Yanquis ganaron los tres juegos siguientes y la Serie. Pero ese fue el final del caballeroso Joe. Dos meses después anunció que se retiraba: "Cuando ya no puede uno dar lo mejor de sí, ha llegado el momento de partir".
Ahora vive en San Francisco con su hermana Marie, en la casa que compró para sus padres con el cheque de lo que ganó en su primera Serie Mundial. Sus inversiones, el manejo prudente del más de medio millón de dólares que ganó en el béisbol de Ligas Mayores, y su actual carrera en los anuncios comerciales de la televisión lo han hecho rico. Su diario programa es sencillo. Se levanta temprano a leer los periódicos y va al restaurante DiMaggio, en el Muelle del Pescador, propiedad de su familia. Por las tardes juega al golf con viejos amigos o con visitantes célebres.
Recientemente estaba yo con Joe en el vestíbulo del Hotel Canyon, en Palm Springs (California), hablando de béisbol. Su relato se vio interrumpido 42 veces por aficionados de cinco a 85 años que le pedían su autógrafo. Él sonreía, firmaba y les estrechaba la mano. Muchos de esos aficionados se apresuraban a mencionar que lo habían visto durante su memorable racha de bateo.
—La recuerdo muy bien, Joe —repetían una y otra vez.
—También yo —contestaba él.
—Joe —le preguntó un aficionado persistente—, ¿qué es lo que más quisieras en el mundo?
Sin vacilar, Joe respondió:
—Tener otra vez 25 años; vestir el uniforme de rayas de los Yanquis y correr hasta el jardín a jugar a la pelota. Daría todos mis trofeos y todas las marcas que establecí sólo por volver a vivir un día así.
Y en seguida Joe, tan ágil a los 62 años como lo era en su época de jugador, se alejó con un ademán de despedida tan elegante (aunque ligeramente más lento) como el que hacía al salir a batear en aquellos sus días de juventud y de inocencia, que ahora parecen tan lejanos.