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octubre 26, 2014
La montaña Santa Victoria, óleo sobre lienzo. Paul Cézanne. Foto: Kira Tolkmitt.
Correspondiente a la edición de Diciembre de 1996
Por Rodrigo Villacís.
E1 paisaje, que siempre estuvo allí, no interesó al pintor como tema de su obra sino en la edad moderna, aunque en la antigua Pompeya y otras ciudades de esa época y de la edad media hubo ya intenciones aisladas de reproducir artísticamente el entorno natural. Hay vestigios que lo demuestran, y hasta podría pensarse, ¿por qué no?, que ciertas líneas aparentemente carentes de significado, grabadas o pintadas por el artista rupestre, son representaciones del horizonte y de los árboles que él tenía a la vista.
Lo cierto es que este tema se impone sólo a fines del siglo XIV o principios del XV, y algunos historiadores atribuyen al holandés Joachin Patinir (1475-80), con sus pinturas de rocas escarpadas y extensas llanuras, el mérito de ser el iniciador del paisajismo en Occidente. Desde entonces, los temas de la naturaleza interesaron cada vez más, hasta que en el siglo XVI Pieter Brueghel, el Viejo, sistematizó en sus cuadros de horizontes esfumados ciertas ideas que consolidan los conceptos básicos de la estética del paisaje. Este se convierte en el siglo XVII en la preocupación central de muchos pintores europeos como Poussin, considerado en Francia el más grande de su tiempo, y de cuyas obras se ha dicho que, "viéndolas dan ganas de rodar sobre su hierba...".
Al principio, el paisaje fue sólo un telón de fondo de ciertas pinturas, como podemos ver por ejemplo en los Milagros de la Virgen de Guadalupe, pintados por Miguel de Santiago (1626-1706) en el santuario de Guápulo. "El artista —escribe fray José María Vargas al respecto— halló medios de expresión de la montaña sombría con sus bases y estructura geológica, de las nubes oscuras y pesadas, del ambiente verdoso calcinado por el sol ecuatorial".
Después el tema fue independizándose, adquiriendo autonomía, hasta valer por sí mismo; tanto que, como dice Robert Hughes, refiriéndose a John Constable (1776-1837) y a una temática que mezclaba la mitología (ninfas, sátiros, dríadas) con una visión idílica de la naturaleza, que ese pintor "tiró por la ventana toda la fauna alegórica que había infestado el paisaje...".
Ya en el siglo XIX, con el mismo Constable, con Turner, Corot, Millet y otros pintores que representan variadas tendencias, el paisaje adquiere una gran preeminencia en el espectro temático de la pintura y no falta quien lo defina como "un estado de ánimo". Porque, en efecto, el artista refleja en el tono de su obra su clima emocional. Los paisajes de Corot, por ejemplo, tienen la tierna melancolía y la soledad de un espíritu romántico.
Con el advenimiento de los impresionistas cambia en Europa el concepto del paisaje, en la medida en que la luz adquiere un gran protagonismo en el cuadro. Las obras que pintaron sobre el mismo motivo y desde el mismo ángulo pero a distintas horas del día, en "un culto a lo efímero", según Jacques Lassaigne, revelan la "metamorfosis cromática" que produce el paso de las horas. Por eso Monet pintó un día la catedral de Ruán, cada treinta minutos.
Pero también el arte se mueve por una dinámica de acción-reacción, y los post-impresionistas, sobre todo Cézanne, Van Gogh y Gauguin, se apartaron de una corriente que no coincidía con su visión del mundo, más subjetiva y más profunda. Ellos, cada cual con sus características singulares, abrieron el camino a las nuevas tendencias, el expresionismo, el abstraccionismo, el cubismo...
Para un sector de la crítica, el artista había liberado al fin, del todo, su fuerza creadora; otros por el contrario condenaban esta nueva óptica como una distorsión del mundo de Dios. El crítico norteamericano James Jackson Jarves lideró, en las últimas décadas del siglo pasado, la oposición a la "servil copia de la naturaleza". Sus opositores, agrupados alrededor de la revista New Path, afirmaban en cambio que "la naturaleza es la obra perfecta del Creador y debe ser tratada con la reverencia debida a su Autor". Añadían a renglón seguido que, "naturaleza no sólo se refiere a las grandes montañas y las espléndidas tierras, sino también a cada pequeña hierba que ondea y tiembla con el viento...".
Fue la época de Frederick Church (1826-1990), artista que buscó lo más espectacular de la naturaleza, pintándola "en estado puro, sin la presencia del hombre". Entusiasmado por las descripciones de Humboldt, recorrió entre otros países el Ecuador, y pintó la grandiosidad del Chimborazo y del Cotopaxi. Esas mismas cumbres y en general la naturaleza andina inspiraron a los ambateños Luis A. Martínez y Juan León Mera Iturralde y al ibarreño Rafael Troya. Este artista, de la misma generación de Salas, Manosalvas, Pinto y Cadena, que hicieron también paisaje, no se resistió a la magia de la floresta oriental y la adoptó como tema de algunos de sus mejores cuadros.
El paisaje urbano nos llega más tarde, con sus antiguos rincones, sus patios con geranios, sus paredes panzudas y encaladas, sus oscuros zaguanes y sus calles empinadas y retorcidas, en los lienzos de Pedro León, José Enrique Guerrero, Luis Moscoso, Alberto Coloma, Nicolás Delgado, Sergio Guarderas, Roura Oxandaberro, quien trata también el paisaje del trópico.
Gonzalo Endara Crow inventó el paisaje arcádico y con su extraordinaria destreza de colorista creó un universo donde la fantasía tiene carta de naturalización. Y en provincias se han dado artistas. como Franklin Ballesteros cuya obra se concreta a los pequeños caseríos de la montaña, con sabor a soledad, y en cierto momento también a la playa, y Luis Miranda, que pinta con los ojos llenos de costa.
Quito y Toledo siguen como temas recurrentes de Oswaldo Guayasamín, y Pilar Flores y Oswaldo Viteri hacen del paisaje una abstracción, con grandes manchas de carácter gestual. Jesús Cobo, a su vez —caso singular en la escultura—, ha patentizado en el mármol su nostalgia por la altiplanicie de Chunchi, su pueblito natal.
Frente a ciertos paisajes, creo que se puede hablar de la visión de la poesía, y por tanto de la metáfora de las formas. Porque Jorge Carrera Andrade ya se refirió, en cambio, a la poesía del ver y a la coloración emotiva de las palabras. Y pintó en verso este breve paisaje:
"El lucero se acerca de puntillas al charco! No se sabe si va a buscar una moneda perdida/..."