RAMBO EN LA SELVA PERUANA
Publicado en
septiembre 14, 2014
Foto archivo
Correspondiente a la edición de Noviembre de 1990
Por Alfredo Bryce Echenique.
La historia de las plantaciones de coca del Alto Huallaga, en la zona nororiental de la selva peruana, se ha ido complicando como la intriga de una tragedia en la que cada vez aparecen más personajes. Y lo peor de todo es que, hasta ahora, el menos impopular de estos personajes parece ser Sendero Luminoso, grupo terrorista cuyos crímenes y destrozos teme y odia, sin embargo, el resto del Perú. Desde el comienzo, los senderistas comprendieron que la amazonía peruana era una región totalmente distinta a las alturas andinas en las que han venido operando hace ya casi una década. Los pobladores del Alto Huallaga eran, en gran parte, peones cocaleros a los que los narcotraficantes habían venido explotando desde tiempo atrás, hasta convertirlos en siervos miserables del más grande y cruel negocio del mundo.
Aunque parezca imposible, en la selva peruana Sendero optó por una táctica bondadosa y popular: proteger a la primera víctima del narcotráfico. "Los terrucos" como los llama el pueblo peruano en las áreas rurales, lograron que la mafia pagase salarios dignos a los miserables peones cocaleros. A cambio de ello, el narcotráfico podría operar tranquilamente; es decir, sin el acoso militar de los terroristas. El tiempo se encargó de llevar las cosas más lejos aún: terroristas y narcotraficantes llegaron a acuerdos que hoy permiten, entre otras cosas, que los narcodólares provean a Sendero de un armamento mucho más caro y sofisticado que el que normalmente posee aquel pobre soldado encargado de combatirlo en medio de la selva. Todo esto, en una inmensa región en la que el Estado peruano apenas si existe o simplemente ha estado de paso.
Mientras tanto, en los Estados Unidos, el presidente Bush, mediante la DEA (Drug Enforcement Agency), le declara la guerra a la droga. El presidente proclama el derecho de todos los norteamericanos a vivir en una sociedad sin drogas, desde la intimidad del hogar hasta la calle, la escuela, el centro recreativo o el lugar de trabajo. La constatación que hace es realmente trágica: las consecuencias del consumo de drogas han llegado a proporciones epidémicas en los Estados Unidos. Y lo que está aconteciendo en Colombia es realmente insoportable. Lo mismo puede pasar en Bolivia cualquier día. ¿Y Perú? Pues en Perú, desde que el gobierno de Colombia decidió enfrentar frontalmente a los grandes capos de la mafia, la poca habitada e inmensa región del Alto Huallaga ha pasado a ser la más grande plantación de coca del mundo. No hace mucho, eran unas 150 mil hectáreas; hoy se calcula que las plantaciones alcanzan ya unas 250 mil hectáreas, incrementándose la producción de pasta básica hasta alcanzar las 40 mil toneladas anuales con las que se puede satisfacer la demanda mundial. Es indudable, pues, que los narcos colombianos se encuentran mucho más cómodos y seguros en la selva nororiental del Perú, pagando con armas y millones de dólares la protección que les brinda Sendero y fortaleciendo de esa manera a quienes pretenden terminar con el Estado peruano.
Entonces llega Rambo, a quien todo aquello le huele a Vietnam y a quien alguien, allá en los Estados Unidos, no ha sabido explicarle bien las acosas , por la sencilla razón de que tampoco ha sabido entenderlas. Para la DEA y sus rambos, equipadísimos, furibundos, con aire de determinación y exterminio, las cosas de palacio no solamente van despacio, sino que hasta retroceden en medio de una confusión total. ¿Por qué, si Rambo ha venido, enviado por su presidente, con legalidad, excelente intención y coraje, por qué el ejército peruano no lo ayuda a terminar con las plantaciones de coca? ¿No conoce acaso las "posibilidades" de los herbicidas? ¿Está acaso comprometido con el narcotráfico?
Foto periódico Hoy
La verdad, no lo parece, por lo paupérrimo que anda ese soldadito, por la miserable cantidad de moneda nacional que tiene para su rancho, porque sólo tiene tres helicópteros en sus bases, pero, si vuela un día, al día siguiente no hay ni para el rancho. "Bien —piensa Rambo—; allá el soldadito peruano, allá él, pero ¿y su jefe? ¿No será el jefe, el coludido?" Sospecha mal, investiga peor y acusa realmente pésimo. Acusa nada menos que al más alto mando peruano en la subzona de emergencia. Un general peruano, cuyo único "delito" es ver las cosas desde una perspectiva peruana, es acusado de estar coludido con la mafia peruano-colombiana. Se le acusa, además, ante el Senado de los Estados Unidos. En fin, ya la ha armado Rambo y son furibundas las reacciones en el desmoralizado ejército peruano, que defiende al compañero de armas.
Pero Rambo realmente se las trae. Al ver que el ejército no ha querido colaborar con la destrucción de cultivos, laboratorios, aeropuertos y fortunas de leyenda nacidas en una noche de selva, Rambo ha compartido su comida, su paga en dólares y su formidable arsenal bélico con la policía peruana, que de pronto no ha querido obedecer las órdenes del general jefe de la subzona de emergencia. Para este hombre, para el ejército peruano todo y para los peruanos que creen en la democracia o, más simplemente, desean un país para vivir y no un infierno para agonizar o morir violentamente, la guerra es, primero, contra Sendero Luminoso, entre otras cosas para alejarlos de las bases perdidas en la selva desde las que brinda su apoyo a los narcotraficantes, pero, sobre todo, porque si Sendero no es derrotado, muy pronto el Perú será un país dividido en zonas donde aún sobrevive el Estado peruano y otras donde sólo se salva quien puede.
Jamás hubo, al mismo tiempo, en el mismo lugar y entre la misma gente, dos to be or not to be. Para el gobierno de los Estados Unidos, se trata ante todo de que desaparezcan la coca, sus traficantes y productores. Para el Perú, se trata, ante todo, de que Sendero no gane la guerra sucia que libra, hace casi diez años, contra todo lo que no sea "el pensamiento marxista-leninista-maoísta del camarada Gonzalo", nombre de combate del mítico lider senderista Abimael Guzmán. Un asunto de prioridades y otro. Un asunto de vida o muerte y otro. Pero Estados Unidos se ha mostrado siempre incapaz de crear fuenteovejunas en América Latina y, por lo pronto, ya Rambo ha creado fricciones entre su bandera y la peruana, y entre la policía y el ejército peruanos. Y el asunto puede extenderse a las fuerzas armadas todas. Y en medio de la guerra, la policía y Rambo se encontrarán aislados y engañados en superfortalezas recién construidas por la DEA en plena selva, como la superbase antidrogas de Santa Lucía, con capacidad para recibir aviones Hércules C-30 y un sistema de seguridad que la convierte en la más importante de América Latina. Mientras tanto, afuera de la base olerá cada vez más a un faraónico Vietnam con decorados que hacen pensar en Miami Vice. EFE