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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
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  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
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  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
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    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


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    IMAGEN PERSONAL



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    LA MÁQUINA DE DOS BRAZOS (Henry Kuttner)

    Publicado en septiembre 30, 2014
    Desde los días de Orestes hubo hombres perseguidos por las Furias. Sólo en el siglo veintidós la humanidad fabricó un equipo de Furias reales hechas de acero. Entonces la humanidad sufría una crisis. Había buenas razones para construir Furias antropomorfas que rastrearan los pasos de todos los hombres que matan a los hombres. De nadie más.

    Entonces no había ningún otro delito importante.

    Era muy sencillo. De improviso, un hombre que se creía a salvo oía a sus espaldas los pasos monótonos. Se volvía y veía la máquina de dos manos avanzando hacia él, con forma de hombre de acero, y más incorruptible que cualquier hombre de carne y hueso. Sólo entonces el asesino se enteraba de que había sido juzgado y condenado por las omniscientes mentes electrónicas que conocían la sociedad como jamás la conocería ninguna mente humana.

    El hombre oiría esos pasos el resto de sus días. Una cárcel móvil con rejas invisibles que lo separaban del mundo. Nunca volvería a estar solo. Y un día —nunca se sabía cuándo— el carcelero se transformaría en verdugo.


    Danner se recostó cómodamente en la silla acolchada del restaurante y se derramó vino añejo en la lengua cerrando los ojos para saborearlo mejor. Se sentía perfectamente a salvo. Sí, perfectamente protegido. Hacía casi una hora que estaba sentado allí, pidiendo las comidas más caras, disfrutando de la música que impregnaba cálidamente el aire, del tenue y educado murmullo de los otros concurrentes. Era un lugar agradable. Era bueno tener tanto dinero...ahora.

    Claro, había tenido que matar para conseguirlo. Pero sin culpa no hay remordimientos. Y si no lo descubrían no había culpa. Danner tenía protección. Una protección directa, algo nuevo en el mundo. Danner conocía las consecuencias del asesinato. Si Hartz no le hubiese asegurado que estaba totalmente a salvo, Danner nunca habría apretado el gatillo...

    El recuerdo de un mundo arcaico le centelleó fugazmente en la memoria. Pecado. No evocaba nada. Una vez se había relacionado con la culpa, de un modo incomprensible. Ya no. La humanidad había sufrido demasiado. El pecado ya no significaba nada.

    Ahuyentó ese pensamiento y probó la ensalada de palmitos. Descubrió que no le gustaba. Bien, esas cosas eran de esperar. Nada era perfecto. Sorbió nuevamente el vino, complacido con la copa que le vibraba en la mano como algo ligeramente vivo. Era un buen vino. Pensó en pedir más, pero luego decidió reservarlo para otra ocasión. Tenía tanto por delante, tantos placeres que lo aguardaban. Compensaban cualquier riesgo. Y en este caso, por supuesto, no había ningún riesgo.

    Danner había nacido en el momento menos oportuno. Tenía edad suficiente para recordar los últimos días de utopía, pero era bastante joven para verse atrapado en la nueva economía de la escasez que las máquinas habían impuesto a sus creadores. En la flor de la juventud había tenido acceso a lujos gratuitos, como todo el mundo. Podía recordar los viejos tiempos de la adolescencia, cuando las últimas Máquinas de Escape funcionaban aún, las visiones espléndidas, brillantes, imposibles, vicarias, que en verdad no existían ni podían haber existido jamás. Pero después la economía de la escasez devoró los placeres. Ahora sólo había necesidades. Ahora había que trabajar. Danner odiaba cada minuto de esa vida.

    Cuando sobrevino el rápido cambio, él era demasiado joven e inexperto para competir en ese ajetreo. Los ricos de hoy eran los hombres que habían amasado fortunas ahorrando los pocos lujos que todavía producían las máquinas. A Danner le habían quedado recuerdos brillantes y la opaca y rencorosa sensación de que lo habían estafado.

    Sólo ansiaba revivir los viejos días, y no le importaba cómo.

    Bien, ahora los tenía. Acarició el borde de la copa con el dedo para escuchar cómo cantaba calladamente al tacto. ¿Cristal soplado? —se preguntó—. Era demasiado ignorante sobre artículos de lujo para entender. Pero aprendería. Tenía el resto de la vida para aprender y ser feliz.

    Miró a lo lejos y a través de la cúpula transparente del techo vio el conglomerado de torres de la ciudad. Formaban una selva de piedra que se perdía en la distancia. Y esto era sólo una ciudad. Cuando se hartara de ella, había más. A lo largo y ancho del país, sobre todo el planeta, se extendía la red que enlazaba una ciudad con otra en una telaraña semejante a un monstruo vasto, intrincado, semivivo. La sociedad, por darle un nombre.

    La sintió temblar un poco debajo de él.

    Tomó la copa y bebió rápidamente. La vaga inquietud que parecía estremecer los cimientos de la ciudad era algo nuevo. Era, porque...sí, sin duda porque existía un nuevo temor.

    Porque él no había sido descubierto.

    Eso no tenía sentido. Claro que la ciudad era compleja. Claro que funcionaba gracias a máquinas incorruptibles y sólo ellas, impedían al hombre transformarse rápidamente en otro animal extinguido. Y entre ellas, las computadoras analógicas, las calculadoras electrónicas, eran el giróscopo de todo lo viviente. Dictaban y respaldaban las leyes necesarias para la subsistencia de la humanidad. Danner no entendía mucho de los vastos cambios que habían afectado a la sociedad en los últimos años, pero hasta él sabía esto.

    De modo que quizás era razonable que sintiera a la sociedad estremecerse porque él estaba cómodamente arrellanado en espuma de goma, sorbiendo vino y oyendo música suave, sin ninguna Furia a las espaldas para demostrar que las calculadoras eran todavía guardianes de la humanidad...

    Si ni siquiera las Furias son incorruptibles, ¿en qué puede creer un hombre?

    Fue exactamente en ese momento cuando llegó la Furia.

    Danner oyó que todos los sonidos se apagaban de golpe. Se estaba llevando el tenedor a la boca, pero se detuvo, paralizado, y miró hacia la puerta del restaurante.

    La Furia era más alta que un hombre. Se detuvo un instante, y el sol de la tarde le arrancó un destello enceguecedor en los hombros. No tenía rostro, pero parecía escudriñar el restaurante sin prisa, mesa por mesa. Luego entró por el portal y la mancha de sol desapareció. Era como un hombre alto enfundado en acero, caminando lentamente entre las mesas.

    Danner se dijo a sí mismo, dejando el tenedor en el plato: “No es para mí. Todos los demás sienten el mismo temor. Lo sé.”

    Y con la claridad de quien está a punto de ahogarse, todos los detalles nítidos aunque condensados en un instante, recordó lo que le había dicho Hartz. Así como una gota de agua puede apresar en su reflejo un vasto panorama concentrado en un foco diminuto, el tiempo pareció concentrarse en el foco diminuto de la media hora que Danner y Hartz habían pasado juntos en el despacho de Hartz, entre las paredes que podían volverse transparentes con sólo oprimir un botón.

    Vio de nuevo a Hartz, regordete y rubio, las cejas tristonas. Un hombre que parecía flemático hasta que empezaba a hablar, y luego se sentía la crispación que lo poseía, el aire de tensión que parecía impregnar la misma atmósfera que le rodeaba. La memoria llevó a Danner de vuelta frente al escritorio de Hartz, y el suelo volvió a zumbarle débilmente en las suelas de los zapatos con las pulsaciones de las computadoras. Se las podía ver a través del vidrio, objetos tersos y lustrosos con hileras de luces parpadeantes como velas ardiendo en tazones de vidrio de color. Se podía oír el murmullo distante de las máquinas ingiriendo hechos, meditándolos y parloteando rítmicamente como oráculos crípticos. Se necesitaban hombres como Hartz para entender qué significaban los oráculos.

    —Tengo un trabajo para ti —dijo Hartz—. Quiero la muerte de un hombre.
    —Oh, no. ¿Me tomas por tonto?
    —Espera un minuto. El dinero te viene bien, ¿verdad?
    — ¿Para qué? —preguntó amargamente Danner—. ¿Para un funeral de lujo?
    —Para una vida de lujo. Sé que no eres tonto. Sé muy bien que sería inútil pedírtelo sin ofrecerte no sólo dinero sino protección. Eso es lo que puedo ofrecerte. Protección.

    Danner miró las computadoras a través de la pared transparente.

    —Seguro —dijo.
    —No, lo digo en serio. Yo... —Hartz titubeó, y miró en torno con cierta aprensión, como si apenas confiara en sus propias precauciones para asegurarse la privacidad—. Esto es algo nuevo —dijo—. Puedo reprogramar a cualquier Furia, si lo deseo.
    —Oh, seguro —repitió Danner.
    —Es verdad; te lo demostraré, puedo desviar a cualquier Furia de cualquier víctima.
    —¿Cómo?
    —Ese es mi secreto, naturalmente. Pero, en concreto, he encontrado una manera de alimentar las máquinas con datos falsos, para que lleguen a un veredicto erróneo antes del fallo, o reciban órdenes falsas después del fallo.
    —Pero eso es...peligroso, ¿verdad?
    — ¿Peligroso? —Hartz miró a Danner de hito en hito—. Bien, sí, supongo que sí. Por eso no lo hago a menudo. De hecho, lo he realizado sólo una vez. Teóricamente ya había elaborado el método. Lo puse a prueba sólo una vez. Lo haré de nuevo, para demostrarte que digo la verdad. Y después lo haré una vez más, para protegerte. Y basta. No quiero alterar las calculadoras más de lo necesario. Una vez que hagas tu trabajo, ya no tendré que hacerlo.
    — ¿A quién quieres matar?

    Hartz miró involuntariamente hacia arriba, hacia los pisos superiores del edificio donde estaban las oficinas de los ejecutivos principales.

    —A O'Reilly —dijo.

    Danner también miró hacía arriba, como si pudiera ver a través del piso y observar las suelas altas de O'Reilly, Controlador de las Calculadoras, paseándose arriba por una ancha alfombra.

    —Es muy simple —dijo Hartz—. Quiero el puesto de él.
    —¿Por qué no lo liquidas personalmente, si estás tan seguro de que puedes detener a las Furias?
    —Porque me pondría en evidencia —dijo Hartz con impaciencia—. Usa la cabeza. Tengo un motivo obvio. No hace falta una calculadora para deducir quién se beneficia más con la muerte de O'Reilly. Si yo mismo me salvara de una Furia, la gente empezaría a preguntarse cómo lo hice. Pero tú no tienes motivos para matar a O'Reilly. Sólo las calculadoras lo sabrían, y yo puedo encargarme de ellas.
    —¿Cómo sé que puedes hacerlo?
    —Simple. Observa.

    Hartz se levantó y atravesó la sala rápidamente ayudado por la alfombra elástica, que daba a su andar un aire falsamente juvenil. En el extremo opuesto de la habitación había un mostrador alto con una pantalla inclinada. Hartz apretó nerviosamente un botón, y un mapa de un distrito de la ciudad brincó nítido a la superficie de la pantalla.

    —Tengo que encontrar un sector donde ahora esté operando una Furia —explicó, el mapa centelleó y él apretó de nuevo el botón.

    Los trazos inestables de las calles de la ciudad oscilaban y brillaban y se apagaban mientras Hartz examinaba apresurada y nerviosamente los distritos. Luego surgió un mapa entrecruzado por tres franjas trémulas de luz de color que convergían en un punto cerca del centro. El punto se movía muy lentamente a través del mapa, a la velocidad de un hombre reducido de tamaño según la escala de la calle por donde caminaba. Alrededor de él las líneas de color rodaban lentamente, siempre centradas en ese punto único.

    —Bien —dijo Hartz, inclinándose para leer el nombre de la calle; una gota de sudor se deslizó de su frente a la pantalla, y Hartz la secó impacientemente con el dedo—. Allí hay un hombre con una Furia asignada. Perfecto. Ahora te mostraré. Mira.

    Encima del escritorio había una pantalla de observación. Hartz la encendió y observó impaciente mientras surgía una escena callejera. Multitudes, ruidos de tráfico, gente con prisa y gente ociosa. Y en medio de la multitud un pequeño oasis de aislamiento, una isla en el mar de humanidad. En esa isla móvil vivían dos habitantes, solos como Crusoe y Viernes.

    Uno de los dos era un hombre ojeroso que caminaba mirando el suelo. El otro habitante de ese paraje desierto era una forma alta y lustrosa, antropomorfa, que lo seguía pisándole los talones.

    Como si les rodearan paredes invisibles que contuvieran a la multitud, los dos se desplazaban en un espacio vacío que se iba cerrando detrás y abriendo delante de ambos. Unos peatones los miraban, otros desviaban los ojos, inquietos o perturbados. Algunos observaban con franca ansiedad, quizás impacientes por presenciar el momento en que Viernes alzaría el brazo de acero para matar a Crusoe.

    —Ahora observa —dijo nerviosamente Hartz—. Sólo un minuto. Voy a librar a este hombre de la Furia. Espera —se acercó al escritorio, abrió un cajón, se agachó sigilosamente.

    Danner oyó una serie de chasquidos, y luego el breve parloteo de unas teclas—. Ahora —dijo Hartz, cerrando el cajón; se pasó el dorso de la mano por la frente—. Hace calor aquí dentro, ¿verdad? Miremos más de cerca. En un minuto verás que sucede algo.

    Volvió a la pantalla de observación. Ajustó el foco y la escena callejera se dilató. El hombre y el carcelero ocuparon el primer plano. La cara del hombre parecía compartir sutilmente la expresión imperturbable del robot. Se hubiera pensado que vivían juntos desde hacía mucho tiempo, y tal vez era así. El tiempo es un elemento flexible, a veces infinitamente largo en un período muy corto.

    —Espera a que se aparten de la multitud —dijo Hartz—. No debo delatarme. Eso, allí está virando —el hombre, que parecía moverse al azar, dobló en una esquina y se internó en una calleja angosta y oscura que se alejaba de la avenida. El ojo de la pantalla de observación lo seguía tan de cerca como el robot.
    —Así que tenéis cámaras que pueden hacer eso —dijo Danner con interés—. Siempre lo pensé. ¿Cómo funciona? ¿Están instaladas en cada esquina, o hay un haz...?
    —No tiene importancia —dijo Hartz—. Secreto profesional. Simplemente espera. Tendremos que esperar hasta... ¡No, no! Mira, ¡va a intentarlo ahora!

    El hombre echó una ojeada furtiva alrededor. El robot estaba doblando la esquina, siguiéndole el rastro. Hartz se abalanzó sobre el escritorio y abrió el cajón. La mano tensa, observaba ansiosamente la pantalla. Cuidadosamente el hombre del callejón, aunque no podía tener idea de que los otros lo observaban, levantó la cara y escrutó el cielo enfrentando por un instante la cámara oculta y atenta y los ojos de Hartz y Danner. De pronto lo vieron inhalar profundamente y echar a correr.

    Un chasquido metálico sonó en el cajón de Hartz. El robot, que había acelerado al mismo tiempo que el hombre, se tambaleó y pareció vacilar un instante. Disminuyó la velocidad.

    Se detuvo como un motor rechinante. Se quedó inmóvil.

    En el borde de la pantalla podía verse la cara del hombre, que quedó boquiabierto cuando vio suceder lo imposible. El robot se quedó en el callejón moviéndose indeciso como si las nuevas órdenes que Hartz le bombeaba en el mecanismo se friccionaran con las órdenes ya incorporadas en el receptor. Luego volvió la espalda de acero al hombre del callejón y avanzó suavemente, casi calmo, calle abajo, con pasos tan decididos como si obedeciera órdenes válidas en vez de dañar los mismos engranajes de la sociedad con su conducta aberrante.

    Hubo un último pantallazo de la cara del hombre, extrañamente perplejo, como si lo hubiera abandonado su último amigo en el mundo.

    Hart apagó la pantalla. Se enjugó de nuevo la frente. Se acercó a la pared de vidrio y observó inquieto, como temiendo que las calculadoras supieran lo que había hecho.

    Empequeñecido por los perfiles de los gigantes metálicos, dijo por encima del hombro:

    — ¿Y bien, Danner?

    ¿Y bien? Hubo más charla, desde luego. Más persuasión. Una oferta más tentadora. Pero Danner sabía que a partir de ese momento ya estaba decidido. Un riesgo calculado, y bien valía la pena correrlo. Valía la pena, salvo que...


    En el silencio mortal del restaurante todos los movimientos se interrumpieron. La Furia avanzó serenamente entre las mesas, una mole brillante, sin tocar a nadie. Todos los rostros se volvían a ella, palideciendo. Cada cual se preguntaba: “¿Será para mí?” Aun el más inocente pensaba: “Este es el primer error que han cometido, y viene por mí. El primer error, pero no hay apelación y nunca podré demostrar nada.” Pues aunque la culpa no significaba nada en este mundo, el castigo sí significaba algo, y el castigo podía ser ciego, golpear como el rayo.

    Danner se repetía una y otra vez, entre dientes: “No es para mí. Estoy a salvo. Estoy protegido. No ha venido por mí.” Y sin embargo pensó que era extraño, toda una coincidencia, que ese día hubiera dos asesinos bajo el costoso techo de cristal. El mismo, y el que la Furia había venido a buscar.

    Soltó el tenedor y lo oyó tintinear en el plato. Miró fijamente la comida, y de pronto rechazó cuanto le rodeaba y se evadió como un avestruz que hunde la cabeza en la arena. Pensó en la comida. ¿Cómo crecía el espárrago? ¿Qué aspecto tenían los alimentos crudos? Nunca los había visto. La comida ya venía preparada de la cocina de los restaurantes o los servicios automáticos. Las patatas, por ejemplo. ¿Cómo eran? ¿Una pulpa blanca y húmeda? No, a veces eran ovales, así que tenían que ser ovales. Pero no redondas. A veces venían en tiras largas, de puntas cuadradas. Algo muy largo y oval, luego cortado parejamente. Y blanco, desde luego. Y crecían bajo tierra, estaba casi seguro. Raíces largas y delgadas que extendían brazos blancos entre los tubos y conductos que había visto expuestos en las calles, cuando las reparaban. Qué extraño que estuviera comiendo algo parecido a los ineficaces brazos humanos que adornaban los albañales de la ciudad y serpeaban pálidamente donde vivían los gusanos. Y donde él mismo, cuando la Furia lo encontrara, podría...

    Alejó el plato.

    Bisbiseos y murmullos indescriptibles le obligaron a levantar los ojos como un autómata. La Furia había cruzado la mitad del salón, y casi causaba gracia ver el alivio de los que habían quedado atrás. Dos o tres mujeres se habían hundido la cara en las manos, y un hombre había caído de la silla como muerto después que la Furia siguiera de largo devolviendo los temores privados a sus orígenes ocultos.

    Ahora estaba muy cerca. Medía más de tres metros y medio, y el andar era muy terso, algo sorprendente si uno lo pensaba un poco. Más terso que los movimientos humanos. Los pies pisaban la alfombra con pasos plúmbeos y mesurados. Tud, tud, tud. Danner, impersonalmente, trató de calcularle el peso. Siempre se comentaba que no hacían otro ruido que esos pasos terribles, pero ésta crujía levemente en alguna parte. No tenía rasgos, pero la mente humana no podía evitar trazar un boceto ligero de una cara ilusoria sobre esa superficie de acero liso, con ojos que parecía que escrutaban la sala.

    Se acercaba más. Ahora todas las miradas convergían en Danner. Y la Furia seguía avanzando. Casi parecía que...

    “No. Oh, no. Es imposible —se dijo Danner; se sentía como un hombre en una pesadilla, a punto de despertar—. Quiero despertar pronto. Quiero despertar ya, antes que llegue aquí.”

    Pero no despertó. Y ahora que la cosa estaba frente a él, los pasos plúmbeos se detuvieron. Se oía apenas un levísimo crujido mientras la Furia esperaba frente a la mesa, inmóvil, la cara sin rasgos vuelta hacia él.

    Danner sintió que una oleada de calor insoportable le subía a la cara: furia, vergüenza, incredulidad. El corazón le palpitaba tan fuerte que el salón oscilaba y un dolor súbito como el rayo le taladró la cabeza entre las sienes.

    Estaba de pie, gritando.

    —¡No, no! —le aulló al acero impasible —. ¡Estás equivocada! ¡Has cometido un error! ¡Fuera de aquí, idiota! ¡Es un error, un error! —tanteó la mesa sin mirar, encontró el plato y lo arrojó al pecho blindado; la porcelana se hizo añicos, la comida derramada trazó una mancha blanca y verde y parda sobre el acero. Danner echó la silla hacia atrás, rodeó la mesa, corrió hacia la puerta alejándose de la alta figura de metal.

    Ahora sólo podía pensar en Hartz.

    Mares de rostros ondeaban en ambos costados mientras salía a los tropezones del restaurante. Algunos observaban con ávida curiosidad, siguiéndole con los ojos. Otros miraban rígidamente los platos o se cubrían las caras con las manos. Detrás venían esos pasos monótonos, y el crujido tenue y rítmico desde adentro del blindaje.

    Los rostros desaparecieron en ambos costados y atravesó una puerta sin darse cuenta de que la abría. Estaba en la calle, bañado en sudor. El aire parecía helado, aunque no era un día frío. Miró desorbitadamente a izquierda y derecha y corrió cien metros hasta una hilera de cabinas telefónicas. La imagen de Hartz flotaba tan vívidamente delante de sus ojos que tropezaba a ciegas con los transeúntes. Percibía vagas voces airadas que empezaban a hablar y luego guardaban un temeroso silencio. El paso se le despejó mágicamente.

    Caminó hacia la cabina más próxima en la isla recién creada de su aislamiento.

    Después que cerrara la puerta de vidrio el estruendo de su propia sangre en los oídos hizo reverberar la pequeña cabina a prueba de ruidos. A través de la puerta vio al robot esperando pacientemente. La mancha de comida le cruzaba el torso como una condecoración robótica sobre una pechera de acero.

    Danner trató de discar un número. Tenía los dedos como de goma. Respiró profundamente para despejarse. Un pensamiento trivial le flotaba en la superficie de la mente: “He olvidado pagar la comida... Después, de qué diablos me servirá el dinero. Oh, maldito Hartz, maldito, maldito.”

    Se comunicó.

    Un rostro de muchacha se materializó en la pantalla con colores nítidos y contrastantes. En esa parte de la ciudad había pantallas buenas y caras en las cabinas públicas, advirtió impersonalmente.

    —Oficina del Controlador Hartz, ¿en qué puedo servirle...?

    Danner sólo pudo articular el nombre en el tercer intento. Se preguntó si la muchacha podría verle, y detrás de él, borrosa a través del vidrio, la figura alta y expectante. No pudo averiguarlo, pues ella de inmediato bajó los ojos para consultar lo que sin duda era una lista no visible en la pantalla.

    —Lo siento. El señor Hartz ha salido. Hoy no regresará. La luz y el color se borraron de la pantalla.

    Danner abrió la puerta plegadiza y se levantó. Le temblaban las rodillas. El robot estaba apenas a un paso de la puerta. Por un momento quedaron frente a frente. De pronto Danner se oyó lanzar unas carcajadas incontrolables que rayaban en la histeria, hasta él se daba cuenta. El robot con esa mancha de comida parecida a una condecoración lucía tan ridículo...

    Vagamente sorprendido, Danner advirtió que en la mano izquierda todavía aferraba la servilleta del restaurante.

    —Retrocede —le dijo al robot—. Déjame salir. Oh, idiota, ¿no te das cuenta de tu error? —le temblaba la voz; el robot crujió ligeramente y dio un paso atrás—. Ya es bastante con que me sigas. Al menos podrías ir limpio, un robot sucio es demasiado..., demasiado... —el pensamiento era ridículamente intolerable, y sintió un lloriqueo en la voz. Medio riendo y medio sollozando, enjugó el pecho de acero y tiró la servilleta al suelo.

    Y fue en ese preciso instante, con el frío del pecho de acero aún vívido en la memoria, cuando la comprensión atravesó finalmente la barrera de histeria protectora y recordó la verdad. Nunca más en la vida estaría solo. Nunca. Y cuando muriera, sería bajo esas manos de acero, tal vez contra ese pecho de acero, con el rostro impasible frente a él, lo último que vería en la vida. No un compañero humano, sino el cráneo de acero negro de la Furia.

    Le llevó casi una semana llegar a Hartz. Durante la semana cambió de parecer acerca del tiempo que un hombre perseguido por una Furia tardaba en volverse loco. Lo último que veía por la noche era la luz de la calle brillando, a través de las cortinas de la lujosa suite del hotel, sobre el hombro metálico del carcelero. Toda la noche, al despertar de un sueño inquieto, oía el tenue crujido de un mecanismo que funcionaba bajo el blindaje. Y cada vez se despertaba preguntándose si no era la última. ¿El golpe caería mientras durmiera? ¿Y qué clase de golpe? ¿Cómo ejecutaban las Furias? Siempre le causaba un ligero alivio ver la luz incierta de la mañana relumbrando sobre su guardián. Al menos, había sobrevivido otra noche. Pero, ¿era vivir eso? ¿Valía la pena?

    Siguió alojándose en la suite. Tal vez a la gerencia del hotel le habría gustado que se marchara, pero no le hicieron comentarios. Posiblemente no se atrevían. La vida adquirió una característica extraña y traslúcida, como algo visto a través de una pared invisible. Al margen de tratar de llegar a Hartz, a Danner no le interesaba nada. Las viejas ansias de lujos, diversiones, viajes, habían desaparecido. No habría viajado solo.

    Lo que hacía era pasar horas en la biblioteca pública, leyendo cuanto podía sobre las Furias. Fue allí donde encontró por primera vez los dos versos cautivantes y aterradores que Milton escribiera cuando el mundo era pequeño y simple, versos desconcertantes que nunca habían tenido un sentido preciso para nadie hasta que el hombre creó las Furias de acero a su imagen.

    Mas esa máquina de dos manos a la puerta espera, lista para asestar un golpe, y sólo uno...

    Danner miraba de soslayo su máquina de dos manos, inmóvil y acechante, y pensaba en Milton y los tiempos remotos en que la vida era sencilla y fácil. Trató de imaginar el pasado. El siglo veinte, cuando todas las civilizaciones se desmoronaron arrojadas al caos. Y los tiempos anteriores, cuando la gente era...distinta, de algún modo. ¿Pero de qué modo? Era demasiado lejano y demasiado extraño. No podía imaginar la época anterior a las máquinas.

    Pero al fin supo qué había ocurrido realmente cuando él era joven, cuando el mundo brillante se apagó por completo y empezaron los trabajos grises. Y las Furias se forjaron a semejanza del hombre.

    Antes que estallaran las guerras realmente grandes, la tecnología progresó al punto de que las máquinas se alimentaban de máquinas, como seres vivos, y pudo sobrevenir un Edén en la Tierra, con la satisfacción plena de las necesidades de todos, salvo que las ciencias sociales estaban muy a la zaga de las ciencias naturales. Cuando llegaron las guerras devastadoras, las máquinas y la gente pelearon lado a lado, el acero contra el acero y el hombre contra el hombre, pero el hombre era más frágil. Las guerras terminaron cuando no quedaron más sociedades que pudieran rivalizar. Las sociedades se fragmentaron en grupos cada vez menores hasta que sobrevino algo muy parecido a la anarquía.

    Entretanto las máquinas se restañaban sus heridas de metal, y se curaban recíprocamente como les habían enseñado. No necesitaban de las ciencias sociales. Siguieron reproduciéndose tranquilamente y brindando a la humanidad los lujos que la edad edénica les había preparado para que brindaran. Imperfectamente, desde luego. Y limitadamente, pues algunas especies habían sido barridas por completo y no quedaban máquinas para alimentar o producir ejemplares nuevos. Pero la mayoría extraía la materia prima, la refinaba, fundía y moldeaba los componentes necesarios, fabricaba el propio combustible, se reparaba las averías y preservaba a su especie sobre la faz de la Tierra con una eficiencia jamás lograda por el hombre.

    Entretanto la humanidad se dividía cada vez más. Ya no existían verdaderos grupos, ni siquiera familias. Los hombres no necesitaban mucho de sus semejantes. El apego emocional se redujo. Los hombres habían sido condicionados para aceptar sustitutos vicarios y el escapismo era fatalmente fácil. Los hombres buscaban emociones en las Máquinas de Escape, que les proporcionaban aventuras gozosas e imposibles y agrisaban el mundo de la vigilia. Y la tasa de natalidad decrecía y decrecía. Fue un período muy extraño. El lujo y el caos iban de la mano, la anarquía y la inercia eran lo mismo. Y la tasa de natalidad seguía decreciendo...

    Eventualmente unas pocas personas comprendieron qué sucedía. El hombre estaba a punto de extinguirse como especie. Y el hombre no podía hacer nada para impedirlo. Pero tenía un servidor poderoso. Y así llegó el momento en que un genio anónimo vio qué se podía hacer. Alguien vio la situación con lucidez y reprogramó una de las calculadoras electrónicas más grandes que subsistían. Esta fue la meta que le impuso: “La humanidad tiene que ser nuevamente responsable de sí misma. Ese será tu único objetivo hasta que lo hayas logrado.”

    Era simple, pero los cambios que produjo afectaron a todo el mundo y alteraron drásticamente toda la vida humana en el planeta. Las máquinas, ya que no el hombre, formaban una sociedad integrada. Y ahora tenían una sola orden y todas se reorganizaron para cumplirla.

    De modo que los días de diversión gratuita terminaron. Las Máquinas de Escape fueron clausuradas. Los hombres fueron obligados a reagruparse para sobrevivir. Ahora tenían que realizar el trabajo que las máquinas controlaban, y muy, muy lentamente, las necesidades comunes y los intereses comunes revivieron el casi perdido sentimiento de unidad humana.

    Pero demasiado lentamente. Y ninguna máquina podía devolver al hombre lo que había perdido: la conciencia internalizada. El individualismo había alcanzado su etapa culminante y hacía tiempo que no había ningún freno para el crimen. Sin familia ni clanes, no había siquiera luchas de venganza. La conciencia tropezaba, pues ningún hombre se identificaba con ningún otro.

    Ahora la verdadera tarea de las máquinas consistía en reconstruir en el hombre un superyó realista para salvarlo de la extinción. Una sociedad responsable tenía que ser genuinamente interdependiente, con líderes identificados con el grupo, y una conciencia internalizada y realista que prohibiera y castigara el ‘pecado’: el pecado de dañar al grupo con el que uno se identificaba.

    Y entraron en escena las Furias.

    Las máquinas definieron el homicidio en cualquier circunstancia como el único crimen humano. Era bastante exacto, pues es el único acto que puede destruir una unidad social irreemplazable.

    Las Furias no podían impedir el crimen. El castigo nunca cura al criminal. Pero puede impedir que otros cometan crímenes, atemorizados por el castigo infligido a otros. Las Furias eran el símbolo del castigo. Ambulaban abiertamente por las calles tras las víctimas condenadas, un signo externo y visible de que el asesinato se castigaba siempre, y se castigaba del modo más público y terrible. Eran muy eficientes. Jamás se equivocaban. Al menos teóricamente, pues considerando las enormes cantidades de información ya almacenada en las computadoras analógicas lo más probable era que la justicia de las máquinas fuera mucho más eficaz que la que la que pudieran administrar los humanos.

    Algún día el hombre redescubriría el pecado. Sin él había estado a punto de perecer totalmente. Con él, podría recobrar el dominio sobre sí y sobre la raza de servidores mecánicos que lo ayudaban a restaurar la especie. Pero hasta ese día las Furias tendrían que ambular por las calles, la conciencia del hombre con disfraz de metal, impuesta por las máquinas que el hombre había creado hacía mucho tiempo.


    Danner apenas supo qué había hecho todo ese tiempo. Pensó muchísimo en los viejos días de las Máquinas de Escape, antes que las máquinas racionaran los lujos. Los evocaba con hosquedad y resentimiento, pues no le veía ningún sentido al experimento en que se había embarcado la humanidad. Le gustaban más los viejos tiempos. Y además tampoco había Furias.

    Bebía mucho. Una vez vació los bolsillos en el sombrero de un mendigo sin piernas, pues el hombre, igual que él, estaba marginado de la sociedad por algo nuevo y terrible. Para Danner era la Furia. Para el mendigo era la vida misma. Treinta años atrás habría vivido o muerto en el olvido, atendido sólo por máquinas. Que un mendigo pudiera sobrevivir con limosnas tal vez indicaba que la sociedad empezaba a recuperar los sentimientos solidarios, pero para Danner eso no significaba nada. No duraría el tiempo suficiente para saber cómo terminaba la historia.

    Quiso hablar con el mendigo, pero el hombre trató de alejarse en su pequeña plataforma rodante.

    —Escucha —le apremió Danner, siguiéndole y hurgándose los bolsillos—. Quiero decirte algo. No es como tal vez imaginas. Es...

    Esa noche estaba ebrio como una cuba y siguió al mendigo hasta que el hombre le arrojó el dinero de vuelta y se alejó rápidamente con la plataforma, mientras Danner se recostaba contra un edificio tratando de creer en su solidez. Pero sólo la sombra de la Furia, arrojada sobre él por la luz de la calle, era real.

    Más tarde esa noche, en algún rincón de la oscuridad, atacó a la Furia. En alguna parte encontró un pedazo de caño y arrancó una l uvia de chispas a los hombros imponentes e imperturbables. Luego corrió, doblando por callejones sinuosos, y al final se ocultó en un portal a oscuras, a esperar que los pasos implacables retumbaran en la noche.

    Se durmió, exhausto.

    Fue al día siguiente que finalmente llegó a Hartz.

    — ¿Qué ha pasado? —preguntó Danner; en la última semana había cambiado mucho. La cara iba adquiriendo un aire impasible, una extraña semejanza con la máscara metálica del robot.

    Hartz descargó un manotazo airado sobre el borde del escritorio, y torció la cara de dolor. La sala parecía vibrar no con el palpitar de las máquinas de abajo sino con la energía tensa del hombre.

    —Algo ha fallado —dijo—. Todavía no sé. Yo...
    — ¡No lo sabes! —Danner perdió parte de su impasividad mientras Hartz gesticulaba para calmarle.
    — Espera. Aguanta un poco más. Verás que se solucionará. Puedes...
    — ¿Cuánto tiempo me queda? —preguntó Danner mirando por encima del hombro a la alta Furia que estaba de pie a sus espaldas, como si en verdad le preguntara a ella y no a

    Hartz. De algún modo, su manera de preguntarlo hacía pensar que debía haber hecho la misma pregunta muchas veces mirando la inexpresiva cara de acero, y que seguiría preguntando en vano hasta recibir al fin la respuesta. Pero no en palabras...

    —Ni siquiera puedo descubrir eso —dijo Hartz—. Maldito sea, Danner, era un riesgo. Tú lo sabías.
    —Dijiste que podías controlar la computadora. Te vi hacerlo. Quiero saber por que no cumples lo que has prometido.
    —Algo falla, te estoy diciendo. Tendría que haber resultado. En cuanto concertamos este...trato, registré los datos que debieron haberte protegido.
    — ¿Pero qué ocurrió, entonces?

    Hartz se levantó y se paseó por la alfombra.

    —Simplemente no lo sé. No comprendemos la potencialidad de las máquinas, eso es todo. Pensé que podría hacerlo. Pero...
    — ¡Pensaste...!
    —Sé que puedo hacerlo. Todavía lo estoy intentando. Estoy intentándolo todo. Al fin y al cabo, también es importante para mí. Estoy trabajando tan rápido como puedo. Por eso no pude verte antes. Estoy seguro de que puedo hacerlo, si encuentro la clave. Maldito sea, Danner, es complicado. No son simples máquinas de calcular. Mira esos artefactos...

    Danner no se molestó en mirar.

    —Mejor que lo hagas —dijo—. Es todo.
    — ¡No me amenaces!: —estalló Hartz—. Déjame solo y lo solucionaré. Pero no me amenaces.
    —También corres peligro —dijo Danner.

    Hartz regresó al escritorio y se sentó en el borde.

    — ¿Cómo? —preguntó.
    —O'Reilly está muerto. Tú me pagaste para matarlo.

    Hartz se encogió de hombros.

    —La Furia lo sabe —dijo—. Las computadoras lo saben. Y les importa un bledo. Tu mano apretó el gatillo, no la mía...
    —Los dos somos culpables. Si yo debo pagarlo, tú...
    —Un momento. Aclárate las ideas. Creí que lo sabías. Es un fundamento de la intervención legal, y lo ha sido siempre. No se castiga a nadie por sus intenciones. Sólo por sus actos. No soy más responsable de la muerte de O'Reilly que la pistola que has utilizado para despacharle.
    — ¡Pero me has mentido! ¡Me has embaucado! Te juro...
    —Harás lo que te digo, si quieres salvarte. No te embauqué, simplemente cometí un error. Dame tiempo y lo solucionaré.
    — ¿Cuánto tiempo?

    Esta vez los dos hombres miraron a la Furia, que permanecía impasible.

    —Yo no sé cuánto tiempo —dijo Danner, respondiendo su propia pregunta—. Tú dices que no sabes. Nadie sabe siquiera cómo me matará cuando llegue el momento. He estado leyendo toda la información accesible al público sobre el tema. ¿Es verdad que el método varía, para mantener sobre ascuas a los infelices como yo? Y el tiempo concedido..., ¿no varía también?
    —Sí, es verdad. Pero hay un tiempo mínimo, estoy casi seguro. Todavía debe faltar. Créeme, Danner, aún puedo salvarte de la Furia. Tú me has visto hacerlo. Sabes que funciona.

    Sólo que necesito descubrir qué ha fallado esta vez. Pero cuanto más me molestes, más tardaré. Me comunicaré contigo. No intentes verme de nuevo.

    Danner se puso de pie. Avanzó unos pasos hacia Hartz, y la ira y la frustración disiparon la impasibilidad que la desesperación le había tallado en la cara. Pero los pasos solemnes de la Furia sonaron a sus espaldas. Se detuvo.

    Los dos hombres se miraron.

    —Dame tiempo —dijo Hartz—. Confía en mí, Danner.


    En cierto sentido era peor tener esperanzas. Hasta el momento una especie de aturdimiento lo había salvado de angustias excesivas. Pero ahora existía una oportunidad de que después de todo pudiera escapar a la vida nueva y brillante por la que había arriesgado tanto, siempre que Hartz lo rescatara a tiempo.

    Ahora, por un tiempo, empezó a saborear de nuevo la experiencia. Compró ropas nuevas. Viajó, aunque nunca solo, por supuesto. Incluso buscó de nuevo compañía humana y la consiguió, en cierto modo. Pero la gente dispuesta a relacionarse con un condenado a esa sentencia no era demasiado recomendable. Encontró, por ejemplo, mujeres que se sentían fuertemente atraídas no por él ni su dinero sino por su acompañante. Quedaban cautivadas por la oportunidad de un contacto estrecho y seguro con el mismísimo instrumento del destino. A veces Danner advertía solapadamente que observaban a la Furia en un éxtasis de fascinación anhelante. En curioso arrebato de celos, se libró de esas personas en cuanto reparó en las miradas fríamente seductoras que dirigían al robot.

    Decidió viajar más lejos. Tomó el cohete a África y regresó por los bosques húmedos de Sudamérica, pero ni los clubes nocturnos ni la novedad exótica de los lugares extraños le excitaban demasiado. La luz del sol parecía igual reflejada en las superficies de acero curvo de su perseguidor, ya brillara sobre sabanas leonadas o se filtrara a través de los jardines colgantes de las junglas. Las novedades se desgastaban pronto por culpa de ese objeto espantosamente familiar que le acechaba constantemente. No podía disfrutar de nada.

    Y el golpeteo rítmico de los pasos a sus espaldas se le hizo inaguantable. Usaba tapones en los oídos, pero la pesada vibración le palpitaba en el cráneo permanentemente, como una eterna jaqueca. Aunque la Furia estuviera quieta él oía en la cabeza el golpeteo imaginario de los pasos.

    Compró armas y trató de destruir al robot. Fracasó, desde luego. Y aunque hubiera tenido éxito, sabía que le asignarían otro. El licor y las drogas no servían de nada. El suicidio lo tentaba cada vez más, pero postergaba la idea porque Hartz le había dicho que todavía había esperanzas.

    Finalmente regresó a la ciudad para estar cerca de Hartz y la esperanza. De nuevo se dedicó a frecuentar la biblioteca, pero caminaba lo imprescindible para no tener que soportar las pisadas que lo perseguían. Y fue aquí, una mañana, donde encontró la respuesta...

    Había leído todos los datos accesibles sobre las Furias. Había leído todas las referencias literarias agrupadas bajo ese encabezamiento, asombrado de descubrir cuántas había y qué apropiadas se habían vuelto algunas —como la máquina de dos brazos de Milton— después de todos estos siglos. Esos pies fuertes que lo seguían y perseguían —leyó— implacablemente y sin prisa, un andar imperturbable, una celeridad deliberada, un porte majestuoso... Volvió las páginas y vio reflejadas sus angustias más literalmente que en cualquier alegoría:

    Sacudí las horas acumuladas y derrumbé la vida sobre mí; cubierto de manchas, estoy de pie en el polvo de los años apilados, mi lacerada juventud yace muerta bajo el túmulo.

    Dejó caer varias lágrimas de autocompasión sobre la página que lo retrataba con tanta claridad.

    Pero luego pasó de las referencias literarias al depósito de obras filmadas, pues algunas estaban incluidas bajo ese encabezamiento. Vio a Orestes con atuendo moderno, perseguido de Argos a Atenas por una Furia robot de más de dos metros de alto en vez de las tres Erinnias con cabelleras de serpiente de la leyenda. Cuando se empezó a utilizar a las Furias, las obras sobre el tema se pusieron de moda. En un ensueño que le evocaba los recuerdos de su niñez, cuando las Máquinas de Escape aún funcionaban, Danner miraba los films absorto.

    Y tanto como entonces lo estaba ahora, que cuando la escena familiar surgió por primera vez en la cabina de video apenas le intrigó. Toda la experiencia era parte de un patrón de conducta familiar, y al principio no le sorprendió que una escena fuera más vívidamente familiar que el resto. Pero de golpe una campanilla le vibró en la memoria. Se irguió bruscamente y detuvo la proyección descargando un puñetazo en el botón. Rebobinó la película y pasó nuevamente la escena.

    Mostraba un hombre caminando con su Furia a través del tráfico de la ciudad, y ambos se movían en una pequeña isla desierta creada por ellos mismos, como un Crusoe seguido por su viernes... Mostraba al hombre doblando en un callejón, mirando ansiosamente la cámara, respirando profundamente y echando a correr de golpe. Mostraba a la Furia titubeando, haciendo movimientos indecisos y luego volviéndose y alejándose calladamente en la dirección contraria con pasos que reverberaban huecamente en la acera...

    Danner rebobinó nuevamente el film y proyectó la escena una vez más, sólo para asegurarse bien. Temblaba tan violentamente que apenas podía manipular el proyector.

    — ¿Qué te parece? —le murmuró a la Furia, erguida a sus espaldas en la cabina penumbrosa; había tomado el hábito de hablarle mucho a la Furia, en un rápido farfulleo, sin darse cuenta de que lo hacía—. ¿Qué opinas de la escena? Ya la has visto, ¿verdad? Familiar, ¿no es así? ¡No es así! ¡Respóndeme, cascajo del demonio! —y echando el brazo hacia atrás golpeó al robot en el pecho como si hubiera golpeado a Hartz. El golpe retumbó huecamente en la cabina, pero el robot no reaccionó, aunque cuando Danner se volvió a él inquisitivamente vio esa escena harto familiar que se proyectaba por tercera vez en la pantalla reflejada en imágenes diminutas en el pecho y la cabeza sin rostro del robot, como si él también recordara.

    Así que había dado con la respuesta. Y Hartz jamás había poseído el poder de que alardeaba. O en todo caso, no tenía intenciones de usarlo para ayudar a Danner. ¿Para qué? Ya no corría ningún riesgo. Con razón había estado tan nervioso al proyectar ese tramo de película en una pantalla de observación de su oficina. Pero la ansiedad no procedía del peligro a que se estaba exponiendo, sino de la tensión de armonizar sus actividades con la acción de la obra. ¡Cuánto habrá debido ensayar, sincronizando cada movimiento! Y cómo se habrá reído después...

    — ¿Cuánto tiempo me queda? —preguntó airadamente Danner, arrancando una reverberación hueca al pecho del robot—. ¿Cuánto? ¡Respóndeme! ¿El tiempo suficiente?

    Ahora lo extasiaba estar libre de esperanzas. Toda espera era inútil. Toda tentativa era inútil. Ahora sólo tenía que llegar a Hartz y pronto, antes que venciera su propio plazo. Pensó con revulsión en todos los días que ya había desperdiciado, viajando y matando el tiempo, cuando en ese mismo instante podían estar transcurriendo sus minutos finales. Antes que los de Hartz.

    — ¡Sígueme! —le dijo innecesariamente a la Furia—. ¡De prisa!

    La Furia le siguió, acelerando a la par de él, mientras el reloj enigmático que tenía adentro seguía marcando los momentos que conducían al instante en que la máquina de dos brazos asestaría un solo golpe, y sólo uno.


    Hartz estaba sentado en la oficina del Controlador detrás de un escritorio flamante, en la misma cima de la pirámide, ahora por encima de los bancos de computadoras que administraban la sociedad y hacían restallar el látigo sobre la humanidad. Suspiraba con profunda satisfacción. Sólo que se sorprendía pensando demasiado en Danner. Hasta soñaba con él. No con culpabilidad, pues la culpa implica conciencia, y el prolongado entrenamiento en el individualismo anárquico aún estaba hondamente arraigado en la mente de todos los hombres. Pero tal vez con inquietud.

    Pensando en Danner, se reclinó y abrió un pequeño cajón que había trasladado del viejo escritorio al nuevo. Metió la mano adentro y acarició los controles distraídamente. Muy distraídamente.

    Dos movimientos y podía salvar la vida de Danner. Pues por supuesto, le había mentido de cabo a rabo. Podía controlar las Furias con toda facilidad. Podía salvar a Danner, pero nunca se lo había propuesto. No había necesidad. Y era peligroso. Con burlar sólo una vez un mecanismo tan complejo como el que controlaba la sociedad, sería imposible predecir en qué terminaría el desajuste. Una reacción en cadena que, quizá, desquiciaría toda la organización. No.

    Quizás algún día tuviera que usar el artefacto del cajón. Esperaba que no. Lo cerró rápidamente, y oyó el chasquido suave de la cerradura.

    Ahora era Controlador. Guardián, en cierto sentido, de las máquinas que eran fieles de una manera en que jamás podría serlo un hombre. Quis custodiet, pensó Hartz. El viejo problema. Y la respuesta era: nadie. Nadie, hoy. El no tenía superiores y su poder era absoluto. Gracias al pequeño mecanismo del cajón, nadie controlaba al Controlador. Ni una conciencia interna, ni una externa. Nada podía afectarlo...

    Al oír pasos en las escaleras, creyó por un momento que estaba soñando. A veces había soñado que era Danner, perseguido por esas pisadas implacables. Pero ahora estaba despierto.

    Extrañamente, percibió el golpeteo casi subsónico de los pies de metal antes que los pasos precipitados de Danner subiendo por su escalera privada. Todo fue tan rápido que el tiempo pareció desligado de los hechos. Primero oyó las pisadas, imponentes y subsónicas, luego el brusco tumulto de gritos y portazos abajo, y al fin el tump tump de Danner que se lanzaba escaleras arriba. Los pasos concordaban tan perfectamente con el andar más pesado del robot que el ruido del metal ahogaba el ruido de carne y hueso y cuero.

    Entonces Danner abrió la puerta con estrépito, y los gritos y baraúnda de abajo subieron a la oficina como un ciclón. Pero un ciclón de pesadilla, pues nunca se acercaría más. El tiempo se había detenido.

    El tiempo se había detenido con Danner en la puerta, la cara convulsa, ambas manos aferrando el revólver, pues temblaba tanto que no podía empuñarlo con una.

    Hartz actuó tan mecánicamente como un robot. Había soñado muy a menudo con ese momento, de un modo u otro. Si hubiera podido ajustar la Furia al punto de apresurar la muerte de Danner, lo habría hecho. Pero no sabía cómo. Sólo podía esperar, tan ansiosamente como el mismo Danner, deseando angustiosamente que el golpe cayera y el verdugo actuara antes que Danner vislumbrara la verdad. O renunciara a la esperanza.

    De modo que Hartz estaba preparado para esto. Tuvo el arma en la mano sin siquiera darse cuenta de que había abierto el cajón. El problema era que el tiempo se había detenido.

    Sabía oscuramente que la Furia debía impedir que Danner dañara a nadie. Pero Danner estaba solo en el umbral, el revólver en ambas manos. Y aún más oscuramente, Hartz sabía que las máquinas podían ser detenidas. Las Furias podían fallar. No podía confiar la vida a la incorruptibilidad de las máquinas, pues él mismo era la fuente de una corrupción que podía paralizarlas.

    Tuvo el arma en la mano sin darse cuenta. El gatillo le pateó el dedo y el revólver se le hundió en la palma, y tras la detonación un siseo cruzó el aire entre él y Danner.

    Oyó que la bala chocaba contra algo metálico.

    El Tiempo empezó a fluir de nuevo, acelerando para recobrar lo perdido. La Furia estaba apenas a un paso de Danner después de todo, porque el brazo de acero lo rodeaba y la mano de acero le desviaba el arma. Danner había disparado, sí, pero no bastante rápido. No antes que la Furia lo alcanzara. La bala de Hartz le dio antes.

    Le dio en el pecho, perforándolo y rebotando contra el pecho de acero de la Furia a sus espaldas. La cara de Danner se distendió en una inexpresividad tan completa como la de la máscara que tenía encima de la cabeza. Se desplomó hacia atrás. Como el robot lo sostenía, no cayó sino que se deslizó lentamente al suelo entre el brazo de la Furia y el imperturbable cuerpo de metal. El revólver cayó blandamente en la alfombra. Del pecho y la espalda de Danner manaba sangre.

    El robot permaneció impasible. Una estría de la sangre de Danner le atravesaba el pecho metálico como una condecoración robótica.

    La Furia y el Controlador de las Furias quedaron frente a frente. La Furia desde luego no podía hablar, pero Hartz creía oírla en su mente.

    “La defensa personal no es una excusa —parecía decir la Furia—. Nunca castigamos la intención, pero siempre castigamos el acto. Cualquier acto de homicidio. Cualquier acto de homicidio.”

    Hartz apenas tuvo tiempo de guardar el revólver en el cajón del escritorio antes que el primero de la alborotada multitud de abajo irrumpiera por la puerta. Además, apenas tuvo la presencia de ánimo para hacerlo. Realmente no había pensado en una situación tan extrema.

    Según todas las apariencias era un suicidio. Se oyó dando explicaciones con voz ligeramente trémula. Todos habían visto a ese demente entrando en la oficina con la Furia detrás.

    No sería la primera vez que un asesino intentaba llegar al Controlador para implorarle que alejara al carcelero y detuviera al verdugo. Lo que había sucedido, explicó Hartz con bastante serenidad, era que la Furia naturalmente había impedido que el hombre le disparara a él. Y la víctima se había encañonado a sí misma. Las quemaduras de pólvora de la ropa lo demostraban (el escritorio estaba muy cerca de la puerta). La marca del fogonazo en la piel de Danner mostraría que de veras había disparado un arma.

    Suicidio. Satisfaría a cualquier humano. Pero no a las computadoras.

    Se llevaron el cadáver. Dejaron solos a Hartz y la Furia, todavía enfrentados con el escritorio de por medio. Si a alguien le llamó la atención, nadie lo demostró.

    Hartz mismo no sabía si era extraño o no. Nada como esto había sucedido antes. Nadie había sido tan idiota como para asesinar en presencia de una Furia. Ni siquiera el Controlador sabía exactamente cómo las computadoras sopesaban la evidencia y determinaban la culpa. ¿Normalmente esta Furia habría sido llamada de vuelta? ¿Si la muerte de Danner hubiera sido realmente suicidio, Hartz estaría solo ahora?

    Sabía que las máquinas ya estaban procesando la evidencia de lo que realmente acababa de suceder. Lo que no sabía a ciencia cierta era si esta Furia ya había recibido órdenes de seguirle dondequiera que fuese, a partir de ahora y hasta la hora de su muerte. O si simplemente permanecería inmóvil esperando que la llamaran. Bien, no tenía importancia. Esta u otra Furia ya estaba recibiendo instrucciones respecto de él. Sólo quedaba una salida. Gracias a Dios, él tenía una salida.

    De modo que Hartz abrió el cajón del escritorio, tocó las teclas que jamás creyó que usaría. Muy cuidadosamente pasó a las computadoras la información codificada, dígito por dígito. Entretanto miraba por la pared de vidrio e imaginaba ver allí, entre las cintas ocultas, las secuencias de datos que cesaban de existir y eran reemplazadas por una información nueva y falsa.

    Encaró al robot. Sonrió ligeramente.

    —Ahora olvidarás —dijo—. Tú y las computadoras. Puedes irte. No volveré a verte.

    O bien las computadoras trabajaban increíblemente rápido —claro que lo hacían— o bien fue pura coincidencia pues apenas un momento después la Furia se movió como obedeciendo a Hartz. Había estado totalmente inmóvil desde que Danner se le había deslizado entre los brazos. Ahora nuevas órdenes la reanimaron, y por un segundo se movió con cierta torpeza mientras le cambiaban las instrucciones. Casi pareció saludar, una reverencia pequeña y rígida que acercó su cabeza a la de Hartz.

    Hartz se vio la cara reflejada en el rostro liso de la Furia. Esa inclinación rígida bien podía interpretarse como un gesto irónico, con la condecoración diplomática que surcaba el pecho de la criatura, símbolo del deber cumplido honorablemente. Pero esta retirada no tenía nada de honorable. El metal incorruptible se corrompía, y devolvía la mirada de Hartz con el reflejo del rostro del Controlador.

    La observó dirigirse hacia la puerta. Oyó las pisadas bajando las escaletas. Sintió la vibración de los golpes en el suelo, y tuvo un repentino mareo cuando pensó que la estructura toda de la sociedad le temblaba bajo los pies.

    Las máquinas eran corruptibles.

    La supervivencia de la humanidad todavía dependía de las computadoras, y no se podía confiar en ellas. Hartz agachó la cabeza y notó que le temblaban las manos. Cerró el cajón y oyó el leve chasquido de la cerradura. Se miró fijamente las manos. Ese temblor se reflejaba en un temblor interno, la percepción aterradora de la inestabilidad del mundo.

    Una soledad espantosa y repentina lo barrió como un viento frío. Nunca había sentido una necesidad tan urgente de la compañía de los de su especie. No una persona, sino gente.

    Sólo gente. La calidez de seres humanos a su alrededor. Una necesidad muy primitiva.

    Tomó el sombrero y el abrigo y bajó rápidamente las escaleras, las manos hundidas en los bolsillos a causa de un escalofrío del que ningún abrigo podría protegerlo.

    En medio de la escalera se paró en seco. Lo seguían pasos.

    Al principio no se atrevió a mirar atrás. Conocía esos pasos. Pero tenía dos temores y no sabía cuál era peor. El temor de que le siguiera una Furia, y el temor de que no le siguiera ninguna. Si de veras le seguían, sentiría una especie de alivio demente, pues entonces podría confiar en las máquinas, pese a todo, y esa terrible soledad se disiparía.

    Avanzó un poco más, sin volverse. Oyó la ominosa pisada a sus espaldas, un eco de la suya. Suspiró profundamente y miró hacia atrás. En la escalera no había nada.

    Tras una larga pausa siguió bajando, mirando por encima del hombro. Oía atrás las pisadas implacables, pero ninguna Furia visible le seguía. Ninguna Furia visible.

    Las Erinnias se habían internado nuevamente en la conciencia, y una invisible Furia mental seguía a Hartz escaleras abajo. Fue como si el pecado hubiera renacido en el mundo, y el primer hombre sintiera nuevamente la culpa. Las computadoras no habían fallado, después de todo.

    Hartz bajó lentamente las escaleras y salió a la calle. Oía aún, y oiría siempre, los pasos implacables e incorruptibles que le seguían, que ya no vibraban como metal.


    Fin

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    Set 3 - Colores Varios, Pasteles
    Set 4 - Colores Varios

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