¿CÓMO SON REALMENTE LOS JAPONESES?
Publicado en
septiembre 21, 2014
Tal es la pregunta que se ocurre antes que ninguna otra, ahora que esta extraordinaria nación isleña se dispone a tomar decisiones que cambiarán al Asia entera.
Por Carl y Shelley Mydans (Condensado de "Fortune").
EN 1970 el mundo oirá probablemente una voz nueva: la voz del Japón. En el último cuarto de siglo esta nación, que ha vivido en el aislamiento, ha progresado hasta ser, sin duda alguna, la más adelantada y estable de Asia y, en lo económico, la tercera potencia del mundo. Pero a pesar de toda su posible influencia, Japón no se ha hecho oír hasta ahora en tono más alto que el de un susurro.
En este año, Japón deberá adoptar decisiones importantes: hasta qué punto satisfacer a los Estados Unidos suprimiendo las restricciones al capital extranjero y dando una orientación liberal a su política comercial exterior; qué papel desempeña con respecto a China y en el progreso de Asia Sudoriental; cómo conservar sin modificaciones el tratado de seguridad que tiene vigente con los Estados Unidos y que le representa una defensa nuclear, y al mismo tiempo contener a su inquieta juventud izquierdista.
Cualesquiera que sean las decisiones que adopte la pequeña nación isleña, tendrán grandes repercusiones en el comercio mundial y en el porvenir de Asia. Así pues, ahora que el mundo entra en un período en que abundarán los interrogantes, estos se resumen realmente en la pregunta que ha obsesionado a generaciones de historiadores: ¿Qué clase de pueblo es el japonés?
"ANIMAL ECONOMICO"
Desde luego, hay diversas clases de japoneses. Estos suman 100.500.000 en total. Y al decir que no son individualistas (lo que es cierto) no queremos decir que no sean individuos de gran diversidad de opiniones. Pero así como a los habitantes de cualquier otra nación se les puede clasificar en términos generales, se dice a veces que en realidad hay dos pueblos japoneses: el Japón de los funcionarios, los políticos y los hombres de negocios, y el Japón de los intelectuales. El primero, representado por el partido demócrata liberal, ejerce el gobierno virtualmente desde la terminación de la segunda guerra mundial. Los intelectuales son malos políticos y en sus ideas políticas tienden hacia diversas formas de un socialismo o comunismo similar al de los comienzos del marxismo. Por tanto, muchas de las decisiones que se hayan de tomar a principios del próximo decenio las habrá de enunciar el sector hoy dominante: el de los hombres de negocios que han hecho del japonés lo que muchos de los intelectuales nipones denominan despectivamente un "animal económico".
El sistema por el cual se llega a las decisiones no es igual en Japón que en Occidente. Un hombre de negocios extranjero ha dicho: "Las decisiones nunca se adoptan en Japón de manera definida, sino que parecen filtrarse hacia arriba por una especie de consenso, que va tomando forma al pasar por una capa tras otra de una pirámide de autoridad". Este modo de proceder constituye un fenómeno tradicional y casi intuitivo. En verdad, los procedimientos vagos e indirectos han sido siempre más aceptables en Japón que los directos y definidos, y el mismo idioma japonés toma suavemente la forma de una especie de intercambio de expresiones de carácter poético. Es un idioma que puede reflejar los más delicados matices de diversos estados de ánimo y relaciones humanas, pero dentro de un marco indefinido y de medias luces. Por ello es muy rico en el campo de la imaginación, pero es un instrumento imperfecto para el debate científico o las transacciones comerciales.
Esto no quiere decir que los japoneses sean un pueblo pasivo y soñador. Son activamente curiosos, llenos de energía, rápidos para todo y grandes admiradores del éxito. Pero sobre todo son flexibles. Caso tal vez único en una progresista nación moderna, el Japón nunca ha elaborado un conjunto de verdades abstractas o teorías fundamentales de la ética que pudieran obrar a modo de freno y reprimir rápidos arrebatos de progreso o cambios de rumbo imprevistos.
MEDUSA JAPONESA
Vista desde fuera, la democracia japonesa se parece a las occidentales en cuanto que los diputados de la Dieta son elegidos libremente por sufragio universal y a los partidos políticos que ejercen el gobierno se les puede desalojar sin violencia. Pero la forma en que funciona es cosa distinta y ha sido calificada con acierto de "gobierno por consenso". Los políticos y los partidos no señalan rumbos. (Nada es menos característico de Japón que el dirigente político dotado de "carisma".) Se limitan a esperar que se llegue a un consenso en las cuestiones que se les plantean, antes de verse obligados a obrar.
Este modo de proceder tal vez parezca extraño para los occidentales, pero está de acuerdo con un impulso de los nipones, fundamental y quizá subconsciente, hacia la aglomeración, el "agrupamiento", según lo llaman ciertos observadores. Algunos economistas norteamericanos, al tratar de dividir los grandes monopolios industriales que dominaron la economía japonesa antes de la segunda guerra y durante ella, han comentado que ello equivalía "a luchar con una medusa". Esto no se debió al plan de algún poderoso individuo o de un grupo de individuos, sino sencillamente a una tendencia, poco menos que visceral, de tales monopolios a reagruparse.
Tal vez lo que más perplejidad causa a los extranjeros en lo que toca a los japoneses, es que este pueblo, receptivo y adaptable, mantenga una actitud completamente insular. Cierto agudo observador japonés del carácter nacional ha formulado lo que llama "la teoría del ojo de la cerradura" para explicar la forma de ser de sus compatriotas. Aislados como lo han estado durante muchos siglos, los japoneses han llegado a considerarse como encerrados en la oscuridad atisbando a través de una pequeña abertura al mundo deslumbrador de las culturas continentales. Ellos mismos, en su penumbra insular, no podían ser observados, ni eran fuente de ideas nuevas. Este concepto de sí mismos está cambiando a medida que se ponen a la par de los países técnicamente más adelantados del mundo, y en junio del año pasado el gobierno anunció un viraje en la política industrial: "de copiar a crear". Pero hasta ahora los japoneses se han contentado con atisbar, asir y examinar lo que les llega de fuera.
DIESTROS ADAPTADORES
Vale también la pena señalar que saben comprender y utilizar lo que examinan. La educación ha sido siempre importante para los japoneses (que hoy son el pueblo de menos analfabetos en el mundo entero) y desde hace siglos han contado con un grupo de individuos capaces de comprender las importaciones más esotéricas y complicadas.
Nippon Kogaku Ltd. empresa que fabrica una de las cámaras fotográficas más populares a la vez que más adelantadas (la Nikon), no inició la manufactura de cámaras hasta después de la guerra.
"Pero hacía años que estudiábamos las cámaras y la industria óptica de Alemania", dice Hiroshi Shirahama, que recientemente dejó la presidencia de la empresa. "En 1945, cuando decidimos hacer de las cámaras y los lentes fotográficos nuestro ramo principal, comenzamos un detenido estudio de cuanto habían hecho los alemanes. Luego, adaptando poco a poco y buscando siempre mejoras e innovaciones, empezamos a hacer nuestros propios diseños y a establecer nuestras líneas de producción. La ayuda más grande que obtuvimos fue la de los norteamericanos, en organización y administración. Pero las otras razones de nuestro éxito son tal vez más japonesas. Y la más importante de todas es la índole de nuestro propio pueblo".
"Japón es un país pobre en recursos naturales, pero espiritualmente rico. El pueblo pone una intensidad especial en lo que hace. Los estadounidenses poseen el instinto y el conocimiento de la organización y la administración, y en ello son superiores a todos los demás pueblos. Pero los japoneses son superiores en sus cualidades como artesanos y en su firme voluntad como trabajadores. Está en el alma y el carácter de los japoneses el concentrarse en su labor, poner honda dedicación en lo que están haciendo".
ENERGIAS DE SOBRA
Esta cualidad de "honda dedicación" a su trabajo es motivo de asombro para los visitantes extranjeros. En el amplio y modernísimo establecimiento de la Matsushita Electric Co., en Osaka, donde se fabrican los receptores de radio y televisión y las grabadoras magnetofónicas National y Panasonic, filas y filas de jóvenes de los dos sexos trabajan en complejos y diminutos aparatos electrónicos. ¿Qué mueve a esos jóvenes a trabajar tan arduamente, tanto tiempo, con tal rapidez y con un ánimo tan bien dispuesto? ¿Qué mueve a los trabajadores de otras fábricas, tanto modernas como anticuadas, o a los obreros que cavan una zanja con la feroz rapidez de soldados bajo el fuego enemigo, e incluso a jóvenes dirigentes de compañías que se apresuran para no llegar un minuto tarde a sus oficinas a poner en juego esa misma intensidad?
Algunos japoneses dirán que trabajan por el bien de la empresa porque forman parte de la familia que esta constituye. Otros dirán que se debe a un factor dinámico peculiar de los japoneses y denominado "competencia regulada": el encauzamiento de un agudo, innato sentido de rivalidad hacia el molde de cooperación social de Japón. Pero en realidad, la fuente de este "espíritu de cuerpo" es un enigma tanto para los mismos japoneses como para los extranjeros. Y el hecho quizá más asombroso es que tienen energías de sobra.
Después de trabajar "hasta el agotamiento", según las palabras de cierto observador, "salen de su trabajo y juegan hasta el agotamiento". Y es esta aptitud de entregarse a lo que hacen, sea lo que sea, y de mantener a la vez una forma de disciplina (son siempre puntuales, es raro que dejen que sus deudas se acumulen) lo que es tal vez una clave de su extraordinaria productividad.
INSULTOS Y EXPECTATIVAS
Aunque el sentimiento tradicional de orden, corrección y huena conducta de los japoneses se ha debilitado en los últimos años, sigue poderosamente arraigado en la historia y se refleja en el carácter mismo de su idioma. Es este un idioma de capas superpuestas, que posee grados diversos de cortesía y respeto, aplicables a casi todas las frases. Se usa muy poco el lenguaje grosero, y se puede expresar el insulto con solo suprimir un título honorífico, o con el empleo que hace un inferior, al dirigirse a una persona de rango, de una forma menos deferente de la obligada.
Se ha dicho a menudo que los japoneses son disciplinados, limpios y corteses. Y es así, en sus relaciones sociales y familiares. Pero en público, rodeados por extraños, pueden ser tan desconsiderados y ofensivamente enérgicos como cualquier otro pueblo. Las calles de sus ciudades no brillan por su limpieza. Y un japonés tomado de sorpresa en un medio o una situación a que no está acostumbrado, es capaz de actitudes imprevisibles y aun aterradoras. A poco más y es posible ver lo que piensa, reflejado en el rostro tenso, en la mirada asustada. "¡Oh! ¿Qué haré ahora ?" parece preguntarse. O bien es posible que el pensamiento inexpresado sea: "¿Qué se espera que haga yo ahora ?" Pues el japonés corriente es muy sensible a lo que otros piensan o esperan de él. Y la aguda percepción de las opiniones y las expectativas de otros es quizá la principal guía de su conducta, en vez de la idea más abstracta que del bien y del mal abrigan los occidentales.
Así pues, en Japón se presta gran importancia a los frenos individuales y sociales. En la ultramoderna fábrica de la Matsushita Electric Co. hay una "sala de dominio de sí mismo", destinada especialmente a los trabajadores que sufren de impulsos reprimidos. Cualquiera puede dejar su puesto para ir allí cuando siente que lo necesita, y de 15 a 20 obreros por día lo hacen así libremente. Dentro hay dos muñecos de paja cubiertos de lona y una cantidad de bastones con que apalearlos. Se ha utilizado tanto al más pequeño de los dos que a través de la paja aparece la armazón de alambre de la cabeza, y la lona tiene un agujero a la altura del estómago. En este caso no es al jefe o el capataz, sino a sí mismo a quien el trabajador golpea para hacerse entrar en orden.
Todo esto podría hacer creer que los japoneses son gente hasta cierto punto seria y austera, pero la verdad es que sienten gran inclinación al derroche. Las diversiones han constituido siempre una de las principales ocupaciones del japonés. Se dice que en Tokio hay actualmente un restaurante, cantina o cabaré por cada 110 habitantes (hombres, mujeres y niños). Entre los ricos se observan muestras deplorables de ostentación y a cada paso se ve gran abundancia de bienes de consumo. (La cantidad de basuras y desechos que los japoneses sacan todos los días a la puerta de su casa, produce vértigo a quien recuerda aún el valor que un solo grano de arroz alcanzaba en 1945.)
LA VOZ DE UNA NACION
Hoy Japón parece ser una gran nación occidental. Sus gigantescos y eficientes establecimientos industriales esparcen la contaminación por las ciudades y el campo, sus casas de negocios aparecen llenas de jóvenes administradores vestidos a la usanza occidental, y sus granjas están mecanizadas. Las calles de las ciudades y las carreteras se hallan repletas de automóviles modernos y resplandecientes. Pero mucho de lo antiguo subsiste al lado de lo nuevo y hay belleza al par que prosperidad. Los japoneses son más sanos, más altos y de mejor figura que hace veinte años. (Desde la terminación de la guerra se han tenido que agrandar por dos veces los pupitres de las escuelas de Tokio para adaptarlos a las mayores proporciones físicas de los alumnos.)
Entretejidos como están en Japón lo viejo y lo nuevo, lo bello y lo feo, el país ejerce, en conjunto, gran atractivo. Es este efecto de la impresión general que Japón produce, pues mientras en Occidente el individuo destaca a menudo entre la muchedumbre, en Japón el todo es superior a sus partes.
Y es ese Japón en conjunto, y no algún individuo distinguido, el que pronto hará oír su voz, ahora que, por primera vez en su historia, la nación se aventura en forma pacífica fuera de su propio suelo.