EL SÍMBOLO DEL PEZ RECOBRA SU ANTIGUO SIGNIFICADO
Publicado en
agosto 17, 2014
"Ayudar al prójimo" es el lema de uno de los movimientos filantrópicos que actualmente se extienden con mayor rapidez
Por Clarence Hall. Condensado de "Christian Herald".
CUANDO un anciano sufrió un ataque al corazón en una aldea de Inglaterra, su esposa, paralítica, recorrió desesperadamente el apartamento en su silla de ruedas hasta que encontró una tarjeta casi olvidada con un raro símbolo en ella. La puso en la ventana de la calle, y media hora más tarde su marido era atendido en el hospital, mientras trataban de confortarla personas para ella desconocidas.
En una ciudad norteamericana un muchacho de 12 años se despertó a altas horas de la noche porque su madre se quejaba de padecer terribles dolores abdominales, y era presa de un ataque de histeria. El hijo tuvo la presencia de ánimo de recurrir a un anuncio que decía: "Si necesita ayuda; marque este número". Así lo hizo, y en pocos minutos aparecieron varias personas que llevaron a la mujer a un hospital.
Ocurrió un episodio similar en Alaska. Esta vez se trataba de una familia cuya casa rodante se acababa de incendiar. La petición de auxilio atrajo voluntarios que albergaron a los damnificados en sus propias casas, mientras otros conseguían ropa, hallaban un apartamento disponible y ayudaban a amueblarlo.
En muchas otras poblaciones del mundo responden a llamamientos semejantes unos voluntarios cuyo lema es "Ayudar al prójimo". Atienden provisionalmente a los niños de corta edad en los hogares deshechos, preparan comida y limpian el alojamiento de quienes sufren alguna enfermedad repentina, calman a los angustiados y ponen en comunicación con instituciones de auxilio social a quienes tienen problemas serios. Esos voluntarios son socios de uno de los movimientos filantrópicos que se están extendiendo con mayor rapidez. Actúan con el sorprendente nombre de El Pez, o sea el mismo símbolo distintivo usado por los primeros cristianos para reconocerse secretamente entre ellos durante los siglos de persecuciones.
El movimiento de El Pez se inició en Inglaterra en 1961, dirigido por el R. P. Derek Eastman, pastor de una iglesia anglicana de Old Headington, y el Dr. Donald Richmond. Sus fundadores estaban convencidos de que una de las primeras causas del malestar de nuestra época es la pérdida del antiguo espíritu de vecindad que llevaba a apoyarse mutuamente a quienes vivían en el mismo barrio. Y los fieles, acuciados por esos dos hombres que los animaban a poner en práctica la caridad cristiana, propusieron la idea del Pez.
Entre ellos se eligieron voluntarios para determinados servicios. A todos los hogares del pueblo se hizo llegar una tarjeta con el símbolo del Pez y una leyenda que decía: "Si necesita usted ayuda de cualquier clase, póngame en su ventana". En cada manzana había una persona dedicada al cuidado de ella, y en su reja o puerta ostentaba un pez de metal. Cuando un vecino colocaba la tarjeta en lugar visible, el primer transeúnte que la advertía avisaba al cuidador, el cual inmediatamente se ponía en campaña para remediar el mal.
Por Inglaterra primero, y luego por Alemania Occidental, Bélgica, Holanda, Suiza, África del Sur, Japón y Camerún, se extendió la nueva de esta original manera de expresar la preocupación cristiana por el bienestar del prójimo. Más tarde la idea cruzó el Atlántico llevada por William Turpin, amigo del R. P. Robert Lee Howell, de la Iglesia del Buen Pastor situada en West Springfield (Massachusetts). Howell se apresuró a proponerla a su congregación. Durante el otoño de 1964 se distribuyeron volantes a los 7000 hogares de West Springfield. Figuraba en los impresos el símbolo del Pez, el número telefónico de una oficina que atendía las llamadas y una lista de los servicios que se ofrecían. Decía el volante: "El Pez es simplemente un grupo de cristianos que desean expresar su amor y preocupación por su prójimo. Todos los servicios son gratis, y nunca se pedirá a nadie que asista a una conferencia. Quien llame a este número será puesto inmediatamente en contacto con un voluntario ansioso de ayudar. La oficina funciona las 24 horas del día".
Pronto El Pez adquirió su presente carácter ecuménico, pues lo adoptaron otras iglesias, tanto protestantes como católicas.
Una de las características de este movimiento en desarrollo que más atrae a muchas personas es su mínimo de organización. Muchos cabildos solo poseen un presidente y una comisión directiva, y carecen de tesorero. "No hay gastos que justifiquen un presupuesto", dice un voluntario de la organización. "Cuando se presentan algunos, como para conseguir alimentos o medicinas, el voluntario que se ha hecho cargo del caso pone el dinero de su propio bolsillo, o bien cada uno de nosotros contribuye con unos pocos dólares para hacer frente al desembolso".
El funcionamiento del cabildo corriente de El Pez es tan directo y simple como su organización. Cada voluntario elige un período de 24 horas por mes, durante el cual se hace cargo del teléfono o se compromete a desempeñar servicios tales como el transporte en casos de urgencia, atender a niños pequeños o cocinar y limpiar los alojamientos de los enfermos. Hay voluntarios de ambos sexos, y en muchos casos los matrimonios trabajan juntos, especialmente durante la noche.
En su mayoría los servicios que presta El Pez no requieren talento especial ni dinero, sino el desinteresado deseo de ayudar al prójimo. La señora Lowell Thomas, dirigente del cabildo de Anchorage (Alaska), dice: "Debemos estar dispuestos a sufrir molestias, a que a veces la gente se aproveche de nosotros y a no esperar agradecimiento ni premio, fuera de la satisfacción que se experimenta al saber que se ha socorrido a alguien en momentos de necesidad". Aunque muchos servicios son rutinarios, algunas veces se presentan casos originales, como por ejemplo cuando algún estudiante atemorizado solicita que alguien lo acompañe a su casa para explicar al severo padre la razón de haber obtenido malas calificaciones en la escuela, o cuando una llorosa niña cuyo perro ha muerto pide que alguien convenza a su familia de que le compre otro.
El adiestramiento que se da a los voluntarios de El Pez varía de acuerdo con la localidad, pero en general es mínimo. Sin embargo algunos dirigentes subrayan "unas pocas reglas basadas en el sentido común", entre ellas : "Tenga tacto, no dé la impresión de ser demasiado oficioso o compasivo. Haga primero lo que se le pide; pregunte otras cosas después. Aprenda a escuchar, sepa lo que es menester oír, especialmente lo que pueda revelar un problema emotivo que requiera asistencia médica. No trate de hacer algo que supere sus fuerzas o su capacidad. Familiarícese con la clase de servicios ofrecidos por institu de servicios ofrecidos por instituciones de ayuda social o de beneficencia, y aprenda cómo y cuándo enviar a ellas a los necesitados. Mantenga sus actividades en el plano confidencial; las personas que requieren auxilio merecen discreción. Recuerde que nosotros no somos abogados, médicos, siquiatras ni socios de organismos filantrópicos : somos simplemente vecinos".
Como los afiliados a El Pez evitan cuidadosamente inmiscuirse en asuntos que no son de su competencia, los funcionarios de las instituciones de ayuda social aprecian su colaboración. Una de las primeras medidas que suele tomar el nuevo cabildo es ponerse en contacto con las instituciones de su colectividad, explicar los propósitos y los límites de su cometido, y ofrecer su contribución para resolver simples problemas humanos que esas instituciones no tienen tiempo ni dinero para tomar en cuenta.
La vinculación con los cabildos le El Pez induce a muchos socios a obedecer, a su modo, el impulso que lleva a efectuar lo que el poeta Wordsworth denominaba "modestos actos anónimos de bondad y de amor". Una voluntaria, llamada por una anciana que se encontraba en un asilo, acabó tomándola indefinidamente bajo su protección. La visita regularmente, recuerda su cumpleaños, la saca a pasear en su automóvil y le lleva libros. Y el dueño jubilado de un taller de radio adquiere aparatos en mal estado, los arregla y se los regala a quienes deben guardar cama o permanecer encerrados en su habitación.
Ningún voluntario de El Pez se hace ilusiones de que ese movimiento sea, o pueda llegar a ser, la solución de los profundos problemas que perturban a nuestra sociedad, cada día más concentrada en sí misma, pero creen que, por dar a sus colectividades una inclinación más amistosa y cordial, ayudan a convencernos a todos de que el mundo necesita urgentemente que nos preocupemos los uno de los otros.