Publicado en
agosto 17, 2014
Todo comenzó cuando la tía Eulogia fue con un vestido negro muy "sexy", a la fiesta de la empresa donde Roberto trabajaba... Al acercarse al bar, un hombre rubio, alto, de ojos verdes, increíblemente atractivo, la invitó a tomar un Martini...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Roberto llegó a la casa muy agitado. El sábado siguiente habría una cena importantísima en el hotel más elegante de la ciudad y él tenía que pronunciar un discurso a nombre de la empresa. La tía Eulogia debía arreglarse lo mejor posible.
—¿Quieres que te compre un vestido nuevo? —le ofreció.
Y mi tía salió a comprarse el vestido negro más sexy que encontró.
—Te ves estupenda —le dijo Roberto la noche de la fiesta, cuando salió del baño con su vestido, el pelo graciosamente arreglado en un moño y un delicioso aroma a perfume de mandarinas.
Una vez en la fiesta se separaron. Roberto partió a la mesa donde estaban el gerente y el subgerente, para afinar las últimas líneas del discurso, y mi tía se quedó dando vueltas cerca del bar. Se acercó a este y pidió un Martini. Y ahí estaba, sorbiendo a tragos lentos su Martini cuando un hombre rubio, alto, de ojos verdes, increíblemente atractivo se le sentó al lado.
—¿Está sola?
—Como dedo —dijo mi tíá, y al hombre le hizo una gracia enorme y acercó su taburete al de ella.
—¿Puedo invitarla a un segundo Martini? —le dijo con amabilidad.
—Encantada —dijo mi tía Eulogia entornando los ojos.
Se llamaba Octavio. Era un encanto. Se tomaron dos Martinis, charlaron amigablemente, mirándose a los ojos, eso sí, mi tía Eulogia no podía despegarle la vista ni él a ella. En eso apareció Roberto.
—Quiero que conozcas al presidente de la empresa le dijo a la tía Eulogia tomándola del brazo, y ella se despidió rápidamente de su acompañante y siguió a su marido, no sin volver la cabeza un par de veces, para verlo. Pero el hombre había desaparecido.
Una semana después, Roberto, que andaba como loco detrás de una casa de campo, cerca de la ciudad, dio con un aviso en el diario y decidió ir.
—Me llevo a Robertito conmigo —dijo—. ¿No te importa quedarte sola en el departamento, o quieres ir con nosotros?
—Prefiero quedarme, tengo mil cosas que hacer —dijo mi tía y los despidió con un sonoro beso en la puerta.— Llámenme en cuanto lleguen. ¡Y pásenlo bien!
—Tú también. ¡Cuídate! Nos vemos el domingo por la noche —le dijo Roberto y partieron.
A la mañana siguiente —era un sábado— mi tía Eulogia fue a la librería a buscar un libro para entretenerse. ¡Qué delicia! Sola en la casa, con un buen libro. ¿Qué más se podía pedir? Le habían dicho que el último de Isabel Allende era para no soltarlo en toda la noche. Lo buscó en los estantes y ahí estaba: Mi país inventado.
—¿Le gusta esta autora? —preguntó una voz a su espalda.
—Es mi favorita, —dijo la tía Eulogia, y al darse vuelta se encontró cara a cara con Octavio.
Era el amigo de la fiesta.
—¿Y tú? ¿Qué haces aquí?
—Lo mismo que tú, supongo. Busco un libro para alumbrar mis horas de ocio.
—Qué coincidencia, sí, yo también buscaba un libro.
—Te invitó a un café —dijo él, como si no la hubiera escuchado.
—¿Ahora?
—Ahora, mañana, el lunes, todos los días, si quieres. Yo me pasaría la vida tomando café contigo —le dijo.
—Uy, qué galante —coqueteó mi tía.
—¿Un café?
—De acuerdo.
Pagaron sus libros y salieron de la librería. Cerca de allí había un lugar muy simpático que Octavio frecuentaba. Estuvieron una hora y media sorbiendo el café, hablando casi en secreto, como hablan los amantes o los que están a punto de convertirse en amantes en 10 minutos más; se miraron a los ojos como si cada uno quisiera tragarse las pupilas del otro, pagaron la cuenta, él la tomó de la mano, ella se le acomodó en el hombro, caminaron una cuadra, luego corrieron tres cuadras y subieron al departamento de él, que estaba un poco más allá, y se desvistieron en el ascensor, y llegaron a la puerta sin ropa y él la abrió a toda carrera y se lanzaron al suelo, y se devoraron.
Pasaron toda la noche juntos. Al día siguiente, mi tía fue por un rato a su casa y justo llamó Roberto.
—¿Cómo estás? ¿Cómo está el niño? —le preguntó.
—Estamos estupendamente. La casa te va a encantar. Es ideal. Estoy que la compro. ¿Y tú? ¿Qué has hecho?
—No mucho. Leer. Ver la televisión, conversar con una amiga.
—Te llamaba para avisarte que estamos con una lluvia fuerte, así que no podremos regresar hasta el lunes por la tarde.
—¡Estupendo! —se le salió a mi tía Eulogia—. Es decir, no, estupendo, no, qué contratiempo, pero al mal tiempo buena cara, ¿verdad?
Chao, chao, se despidieron y mi tía voló al departamento de su amado.
Se amaron todo el domingo y la mitad del lunes. Pero el lunes por la tarde mi tía regresó a su marido, a su hijo, a su gato que casi se muere de hambre el fin de semana, y la vida siguió como siempre.
El miércoles a la hora de la cena sonó el teléfono. Era él.
—Te dije que no me llamaras a mi casa —susurró mi tía, aterrorizada de que Roberto escuchara.
—¡Necesito verte! Te espero en el café mañana a las 12.
Al día siguiente se encontraron.
—Creo que me has entendido mal, Octavio —le dijo mi tía—. Lo nuestro fue una cosa al pasar, una cana al aire, sin ninguna importancia, yo estoy casada, tengo un hijo, un gato, un pasado.
—¡Pero yo estoy enamorado de ti, no puedo vivir sin ti! Y si tenías un marido y un hijo y un gato, ¿por qué pasaste el fin de semana conmigo?
—Ya te dije, fue algo sin importancia.
—¿Sin importancia? —rugió Octavio poniéndole las manos en el cuello.
—No quise decir eso, Octavio, y no quiero ofenderte, pero creo que no es una buena idea que nos sigamos viendo.
—¿Ah, no? Espera que te diga lo que vine a decirte, y luego me dices tú si no nos vamos a seguir viendo.
—¿Qué me quieres decir? —balbuceó la tía Eulogia.
—Que estoy embarazado.
—¿Qué? No seas ridículo. Eres hombre. Los hombres no se embarazan. No tienen aparato reproductor.
—Ya lo sé, pero el mío es un embarazo histérico, y ahora te necesito más que nunca, no puedo lidiar con esto a solas. Y si no aceptas, se lo diré a tu marido.
—Pero, ¿qué es lo que tengo que aceptar? —chilló mi tía Eulogia.
—Cuidarme. Estar conmigo. No abandonarme. Ser mi amante —dijo el otro sobándose el vientre, que ya le empezaba a crecer.
—Lo siento. No puedo. Tengo una familia. Soy feliz con Roberto. Me voy.
Y se fue dejando a Octavio sumido en la desesperación, viéndola partir con unos ojos de lagarto que hubieran aterrorizado al mismo diablo.
A partir del día siguiente empezaron a pasar cosas raras, espantosas. El teléfono sonaba cada noche a las tres de la mañana. Si atendía Roberto se cortaba la comunicación. Si atendía mi tía, la voz llorosa de Octavio gritaba "¡te amo!".
Un día mi tía se subió al auto y ¡plaf! explotó el motor y casi la mata. Otra vez iba pasando debajo de un edificio y alguien (Octavio) tiró una maceta con plantas que casi la deja al lado oscuro del tiempo. Y el colmo fue cuando Robertito fue a destapar la olla y se encontró con su gato cocinándose a fuego lento (Octavio se había metido en la cocina por la ventana).
En ese punto, a mi tía no le quedó más remedio que contárselo todo a Roberto.
—¿Te acuerdas, Roberto, de aquel rubio, alto, con el cual yo conversaba el día de la fiesta de la empresa, en el bar del hotel? —le dijo en voz baja.
—Sí, claro, Octavio Almarza, el abogado de la Pinden Company, claro, lo he visto en otras reuniones sociales.
—¿Y te acuerdas del fin de semana siguiente, cuando me quedé sola y tú fuiste con Robertito a ver la casa del campo?
—¿Qué me estás diciendo, Eulogia.
—Que ese fin de semana lo pasé con Octavio... y...
Pero no alcanzó a terminar la frase. Roberto dio un portazo, salió de la casa para no volver nunca más, y en eso, Octavio salió de un clóset con un cuchillo, y se abalanzó sobre mi tía Eulogia, para eliminarla. Si no quería estar con él, no iba a estar con nadie. Pero justo en ese momento, un ángel le sopló a Roberto: "Vuelve, vuelve". Y Roberto regresó corriendo, y llegó a tiempo para caerle en la espalda a Octavio y clavarle el puñal en los riñones.
Mi tía cayó en sus brazos, descompuesta. Unos policías se llevaron el cadáver de Octavio, a Roberto se lo llevaron preso por sospechoso y a partir de ese día, mi tía solo tuvo ojos para su marido.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, SEPTIEMBRE 30 DEL 2003