APOLO 8: PRIMER VIAJE DEL HOMBRE A LA LUNA
Publicado en
agosto 03, 2014
La Tierra vista desde la nave espacial ya en órbita lunar. La línea del ocaso cruza África; el norte está a la derecha. El horizonte de la Luna está como a 350 millas aéreas de distancia; la Tierra, a 230.000.
La odisea espacial de 147 horas efectuada durante la semana de Navidad de 1968 fue el resultado de siglos de conjeturas y experimentación científicas. Se logró gracias a la imaginación creadora y al empeño del más grande conjunto de especialistas jamás reunido con fines pacíficos: 400.000 ingenieros, técnicos y obreros, y 20.000 contratistas, respaldados todos por los 33.000 millones de dólares que los Estados Unidos aplicaron en el decenio pasado a su empresa de exploración del espacio. A fin de cuentas, sin embargo, tres hombres solitarios fueron quienes, arriesgando la vida, hicieron un viaje impresionante alrededor de la Luna. Y en el curso de esa su primera y encumbrada liberación de nuestro planeta, el coronel Frank Borman, el capitán James Lovell y el mayor William Anders inscribieron en el libro de la historia unos nombres que se recordarán como se recuerdan los de Marco Polo, Cristóbal Colón y Charles Lindbergh.
Condensado de "TIME".
HACE apenas un decenio el hombre hacía sus primeras tentativas de sondear el espacio que rodea a la Tierra. Hoy, con los ojos fijos en la Luna (globo helado y sin vida, y que brilla con luz prestada), estaba pronto a lanzarse más allá de la atmósfera terrestre, hacia el vacío inmenso y sin caminos. El vuelo lunar fue la primera gran aventura del hombre fuera de la Tierra.
El vuelo se inició en forma impecable. En la plataforma 39A, en Cabo Kennedy, asegurados con cinturones en la cápsula de mando (de 4 m. de longitud), colocada en el extremo superior de un cohete Saturno 5, de 85 m. de altura, yacían Borman, Lovell y Anders. Con un rugido ensordecedor el cohete empezó a elevarse despaciosamente sobre una columna ascendente de humo y llamas, y después, con poderoso impulso, entró en órbita alrededor de la Tierra. Durante su segunda vuelta en torno al planeta aceleró su velocidad de casi 17.400 millas* por hora hasta cerca de 24.200, velocidad suficiente para que el Apolo 8 escapara de la gravedad terrestre y emprendiera el oscuro camino que lo llevaría a la Luna.
Como 69 horas después de despegar, y a 230.000 millas de la Tierra, es decir, a mayor distancia de la que había salvado hasta entonces cualquier ser humano, los tres astronautas alcanzaron su histórica meta. Debajo de ellos, a poco más de 70 millas, se extendía un paisaje desolado y lleno de cráteres. Por encima de ellos, en el cielo negro, los exploradores veían suspendido lo que parecía ser la mitad de un disco, es decir, la parte para ellos visible de la Tierra, cuya superficie azul y parda aparecía moteada de grandes manchas blancas. Era increíble, pero allí estaban; precisamente donde habían predicho los proyectistas de la misión; allí estaban, realizando al fin el sueño acariciado por incontables generaciones de sus antepasados. Y desde su órbita lunar transmitieron por televisión a los espectadores prisioneros de la Tierra un panorama inolvidable "a vista de astronauta".
"La Luna es esencialmente gris, sin color", informó Lovell. "Parece yeso mate, o una especie de arena densa y grisácea. Podemos distinguir bastantes detalles. El de Langrenus es un cráter enorme. En el centro tiene un cono. Las paredes del cráter muestran bancales : unos seis o siete de arriba abajo".
"Uno de los cráteres", comunicó Anders, "tiene alrededor de su centro unas extrañas grietas circulares".
En Nochebuena, durante su novena circunvalación de la Luna, los astronautas transmitieron la más larga y más impresionante de las seis emisiones de televisión hechas durante el vuelo. "Aquí el Apolo 8, transmitiendo directamente desde la Luna", informó Borman mientras enfocaba la cámara de televisión hacia la superficie lunar, que se deslizaba allá abajo. "La Luna nos parece diferente a cada uno de nosotros. Mi impresión personal es que forma una vasta e inhóspita extensión desértica. Más que nada se me figura un montón de nubes y más nubes de piedra pómez. No parece ser un sitio que invite a vivir o a trabajar en él".
Lovell: "La soledad aquí es aterradora, y lo hace comprender a uno todo lo que tiene allá en la Tierra. La Tierra, desde aquí, se ve como un bellísimo oasis en la inmensidad del espacio".
Anders: "El horizonte resulta áspero, inflexible. El cielo aparece sumido en tinieblas, y la Luna es completamente clara. El contraste entre el cielo y la Luna forma una línea oscura muy marcada".
Cuando la nave espacial Apolo aceleraba hacia el límite de iluminación (línea en movimiento incesante que divide los hemisferios del día y la noche lunares), el Sol descendía verticalmente (con relación a la posición de los astronautas) hacia el horizonte, alargando las sombras y realzando los detalles de la superficie de la Luna. Anders observó que el Mare Crisium (o Mar de las Crisis) era "asombrosamente llano hasta el horizonte".
El Apolo se acercaba ya a la línea divisoria del día y la noche, que aparecía como un muro de tinieblas vivamente definido. Para terminar su emisión de televisión, los astronautas se turnaron en la lectura de los diez primeros versículos del Génesis: "En el principio creó Dios los cielos y la Tierra..." Su interpretación, acompañada de las últimas vistas del primigenio panorama de la Luna que se extendía abajo, impresionaba.
Toda su exposición fue digna de los tripulantes de la nave Apolo 8. Borman, Lovell y Anders, hombres de seriedad absoluta, serenos en el cumplimiento de su arriesgada empresa, poseídos los tres de una intensa conciencia de su misión y de su objetivo. Borman, de 40 años de edad, es lector en la iglesia episcopal. Lovell, también de 40, es asimismo miembro activo de esa confesión. Anders, de 35 años, es un católico de honda conciencia cívica.
LA MEJOR NAVE QUE HAY
La decisión más importante de todo el vuelo se tomó al comenzar el día 24 de diciembre, cuando el Apolo se acercaba a la Luna: o se dejaba que la nave rodeara a la Luna y de nuevo pusiera rumbo hacia la Tierra, o se disparaba el motor del sistema propulsor de servicio (SPS) para colocar el Apolo en órbita. A medida que se acercaba el momento, los astronautas y los encargados de dirigir el vuelo desde Houston (Tejas) guardaban extraño silencio; solo intercambiaban los informes indispensables en monosílabos cargados de tensa emoción.
Por fin, cuando el Apolo 8 seguía con precisión la trayectoria que lo haría pasar a 70 millas de la Luna, los que guiaban el vuelo desde la Tierra, al comprobar que todos los sistemas de la nave funcionaban perfectamente, le enviaron por radio este conciso mensaje: "Aquí Houston, a las 68:04 (68 horas y cuatro minutos del lanzamiento). Deberán iniciar IOL (inserción ,en órbita lunar)".
Borman, comandante de la nave espacial, asintió: "Muy bien. Apolo 8 está listo".
"Vuelan ustedes la mejor nave que hay", les aseguró el instructor a los astronautas.
"Dos minutos y 50 segundos para PDS (pérdida de señal)", comunicó el Apolo al comenzar a rodear la cara oculta de la Luna, donde toda comunicación de radio con la Tierra quedaría bloqueada. Después anunció Houston: "Un minuto. Todos los sistemas funcionan. Buen viaje, muchachos".
"Muchas gracias, compañeros", replicó Anders. "Nos veremos al otro lado".
Después reinó el silencio. El Apolo quedaría detrás de la Luna, incomunicado, durante 45 minutos. Hasta que volviera a aparecer, nadie en la Tierra sabría si el pequeño motor (de un metro de largo) del sistema propulsor de servicio, había funcionado en el momento previsto (más o menos 10 minutos después de la PDS) y durante el tiempo necesario para colocar la nave en órbita. Si el motor se paraba en el crucial intervalo de 30 segundos, el Apolo quedaría en una órbita inestable y correría peligro de estrellarse contra la Luna. Y si no arrancaba de nuevo el motor después de girar en torno de la Luna, los astronautas quedarían dando vueltas en el espacio sin esperanza de salvación.
Finalmente llegó de Houston el mensaje que todos esperaban : "Recibimos una señal. Estamos observando las indicaciones del motor y parece que va bien. ¡Hemos establecido contacto con la cápsula! Apolo 8 está en órbita lunar".
"Nos alegramos de oírlos", declaró el astronauta Lovell, rompiendo el largo silencio. En la sala de mando en Houston estalló una aclamación frenética.
"ALLA SE VE UNA HERMOSA TIERRA".
Una vez que quedaron seguros en órbita, la labor de los astronautas se redujo a cumplir las instrucciones recibidas. Durante su segunda vuelta alrededor de la Luna pusieron en marcha brevemente el motor del sistema propulsor de servicio para cambiar su órbita elíptica de 70 por 194 millas de altura, por otra de 70 millas, casi perfectamente circular. Filmaron películas en color y en blanco y negro, y tomaron fotografías del paisaje lunar y de la Tierra lejana. Con un sextante y un telescopio de reconocimiento, tomaron la altura de las estrellas y fijaron la posición de los accidentes lunares, datos que servirán para que los futuros navegantes encuentren más fácilmente los lugares apropiados para posarse en la Luna.
Lovell informó después de un fenómeno lunar que picó la curiosidad de Houston. "Antes de que el Sol asomara sobre el horizonte, se vio que partían de él rayos definidos", explicó. "Formaban una especie de calígine uniforme, al parecer en el punto mismo por donde iba a salir el Sol". La observación de Lovell indicaba que, después de todo, quizá la Luna tenga una atmósfera tenue, posibilidad que sin duda se investigará en futuros vuelos.
En un momento en que Borman preguntó por el estado del tiempo en Houston, uno de los instructores le informó:
—Tenemos una hermosa Luna esta noche.
—Pues nosotros nos decíamos ahora precisamente que allá se ve una hermosa Tierra —contestó Borman.
En otra ocasión Lovell comentó: "Me imagino constantemente que soy un solitario viajero llegado de otro planeta. ¿Qué pensaría de la Tierra, viéndola desde esta distancia? ¿Estará habitada o no?"
Cuando el Apolo inició su décima revolución, la tensión nerviosa aumentó de nuevo. Durante la última vuelta de los astronautas por detrás de la Luna debían poner en marcha otra vez, según lo previsto, el motor del sistema propulsor de servicio, en esta ocasión a fin de aumentar la velocidad de 3625 millas por hora hasta 5980, suficiente para hacer salir a la nave de su órbita lunar y guiarla de regreso hacia la Tierra.
En esta ocasión no hubo un último "¡Buen viaje!" ni bromas, ni expresiones de emoción.
—Todos los sistemas en orden, Apolo 8 —informó el encargado de la dirección.
Y de Borman llegó la lacónica respuesta:
—Roger (mensaje recibido).
Cuando la nave pasó a la zona de incomunicación por radio, el mundo esperó. Aunque era ya día de Navidad en Houston, los instructores se abstuvieron de cambiar felicitaciones, en espera de saber que el Apolo 8 estaba ya de regreso, indemne, hacia la Tierra.
La noticia llegó 37 minutos después al reaparecer el Apolo. "Sírvanse tomar nota", informó Jim Lovell "de que sí existe Santa Claus (San Nicolás)".
UN RASTRO INCANDESCENTE
Comparados con el dramático vuelo en las proximidades de la Luna, los viajes de salida y de regreso fueron monótonos. En el recorrido de regreso se transmitieron directamente desde la cápsula dos emisiones de televisión y se hicieron nuevas comprobaciones de navegación estelar, pero se suprimieron las dos últimas correcciones previstas para la mitad del trayecto, pues el Apolo 8 volaba en derechura a su meta.
Acelerada por la gravedad terrestre, la nave avanzaba a velocidad creciente hacia la más dura de sus pruebas: el reingreso en la atmósfera terrestre. Después de desprenderse de la cápsula de servicio y del fiel motor del sistema propulsor de servicio, los astronautas hicieron girar la cónica cápsula de mando hasta que su extremo romo, o base, quedó vuelto hacia adelante y, a poco, penetraron velozmente en la atmósfera exterior a 24.629 millas por hora, esto es, a unos 7000 m.p.h. más de prisa de lo que lo hicieron en su reingreso anteriores misiones. Precipitándose en una atmósfera cada vez más densa, en el ángulo proyectado de 6,43 grados,** el Apolo pasó sobre Pekín y Tokio mientras su coraza térmica se calentaba hasta 3000 grados centígrados.
El piloto de un jet de pasajeros que volaba sobre el Pacífico, vio el rastro incandescente de la astronave. El rastro medía asombrosamente cinco millas de ancho por 100 de largo.
Tras un tenso silencio de tres minutos de interrupción en las comunicaciones (el aumento del calor durante el reingreso ioniza la atmósfera alrededor de la nave, y esa atmósfera envuelve a la cápsula como en una vaina y bloquea temporalmente toda comunicación por radio), se abrieron los paracaídas de la nave en el punto previsto. El Apolo, suspendido de ellos, descendió en aguas del Pacífico, a unos cinco kilómetros del sitio donde aguardaba el portaaviones York-town de la Armada norteamericana. Los helicópteros auxiliares descubrieron la luz intermitente del farol de la cápsula en la penumbra del amanecer. Eran las 5:51 de la mañana, hora local, segundos antes del momento previsto para el descenso de el Apolo 8 y exactamente 147 horas desde el impresionante lanzamiento de la astronave.
NUEVAS RUTAS
Inmediatamente después del venturoso descenso, el impecable triunfo del Apolo incitó a Samuel Phillips, teniente general de la Fuerza Aérea norteamericana y director del programa Apolo, a anunciar los planes para otros dos vuelos más de prueba del Apolo durante la primera mitad de 1969. Si ambos tienen éxito, se programaría un desembarco en la Luna en julio o agosto mediante un módulo lunar que se reuniría en el espacio con el Apolo 11.
El Dr. Thomas Pine, en su carácter de administrador en funciones de la NASA, manifiesta : "Ya podemos esperar confiados que llegará el día en que dispondremos de estaciones espaciales tripuladas y estaremos efectuando exploraciones en la Luna y abriendo nuevas rutas hacia los planetas".
HERMANOS EN EL FRIO ETERNO
Por Archibald MacLeish (Tres veces laureado con el Premio Pulitzer como poeta y dramaturgo).
LA CONCEPCIÓN de los hombres respecto de sí mismos y de los demás ha dependido siempre de su concepto de la Tierra. Por los días en que la Tierra era el Mundo (el único mundo conocido), en que las estrellas eran otras tantas luces en el cielo del Dante, y el suelo que hollaban los pies humanos servía de cubierta al Infierno, el hombre se juzgaba una criatura situada en el centro del universo, y el único y especial motivo de interés para Dios. Desde su elevada posición regía, mataba y conquistaba a su sabor.
Y cuando, pasados los siglos, la Tierra dejó de ser el Mundo para no ser más que un planeta pequeño y húmedo que gira sin cesar como parte del sistema solar de una estrella menor, situada al borde de una galaxia insignificante en las inconmensurables distancias del espacio; cuando hubo desaparecido el cielo del Dante y dejó de existir el Infierno (al menos bajo los pies del ser humano), empezó el hombre a mirarse a sí mismo no como un actor guiado por Dios en el centro de un drama nobilísimo, sino como víctima impotente de alguna farsa sin sentido en la cual todos los demás eran también víctimas desvalidas y donde se podía exterminar a millones de seres humanos en guerras mundiales, en ciudades arrasadas o en campos de concentración sin otra idea ni razón que no fuera la razón (si así hemos de llamarla) de la fuerza.
Hoy, en las últimas horas, la noción puede haber vuelto a cambiar. Por primera vez en el transcurso de las edades, el hombre ha visto la Tierra: la ha visto no como un conjunto de océanos y continentes, no desde la pequeña distancia de cien, doscientas o trescientas millas, sino desde la infinidad del espacio; la ha percibido en su totalidad, redonda, hermosa, minúscula, como jamás soñó contemplarla el Dante; como no habían imaginado los filósofos de nuestro siglo XX, filósofos de la desesperación y de lo absurdo. Y al mirarla de esta suerte, un interrogante acudió al pensamiento de quienes la veían. "¿Estará habitada?" se preguntaron unos a otros, y soltaron la risa... para dejar acto seguido de reír. Lo que acudió a su ánimo, en el punto en que se encontraban, a doscientas mil millas en las inmensidades del espacio —"a medio camino de la Luna", dijeron ellos—, lo que acudió a su ánimo fue el pensamiento de la vida en aquel menudo planeta, flotante, solitario: en aquella diminuta balsa en la noche infinita y desierta. "¿Estará habitada?"
El concepto medieval de la Tierra colocaba al hombre en el centro de todas las cosas. El concepto de la era nuclear vino a situarlo en el vacío, más allá del alcance de la razón, extraviado en el absurdo y en la guerra. Al tomar forma, la nueva idea puede traer otras consecuencias. En la mente de unos heroicos viajeros que son también hombres, quizá venga a alterar la imagen que hemos concebido de la humanidad. Al dejar de ser esa figura ilógica, centro de toda la Creación; al no ser ya durante más tiempo la víctima envilecida y degradante, plantada al margen de la realidad y cegada por la sangre, el hombre podrá ser al fin el hombre.
El contemplar la Tierra como en verdad es, exigua, azul, hermosa, en el eterno silencio en que gira flotando, equivale a contemplarnos a nosotros mismos como viajeros que recorremos juntos el espacio, como hermanos en ese cuerpo de resplandeciente belleza que gira en el frío eterno: como hermanos, conscientes ahora de que lo somos verdaderamente.
— Del diario The Times, de Nueva York.
*Millas aéreas internacionales, equivalentes a 1852 m.
**El Apolo tenía que reingresar en la atmósfera en un ángulo no mayor de 7,4 grados ni menor de 5,4. Si el reingreso se hacía en un ángulo de más grados, las fuerzas de la deceleración podrían provocar "la disolución de la estructura de la nave, y la pérdida de esta y de su tripulación". Si el Apolo llegaba a la atmósfera en un ángulo de menos grados, podría rebotar en ella como una piedra plana que fuese rozando de bote en bote la superficie del agua, y tomaría una extensa órbita elíptica en torno a la Tierra. Como se habían desprendido de la cápsula de servicio antes de volver a la atmósfera, los astronautas no tendrían oxígeno ni energía eléctrica suficientes para sobrevivir a las horas que acaso tardarían en volver a la atmósfera y descender.