PRIMERA DAMA DE FILIPINAS
Publicado en
julio 13, 2014
Incansable, apodada por algunos "La mariposa de hierro", extiende sus alas cada vez más, hasta abarcar graves cuestiones políticas.
Por Beth Day (autora de The Philippines: Shattered Shoucase of Democracy, publicado por M. Evans and Company, Inc.).
SE TRATA de la estatuaria, pasmosa y formidablemente enérgica primera dama de Filipinas. Hace poco el día empezó para Imelda Romuáldez de Marcos a las 6 de la mañana, con el desayuno (zumo de naranja), que tomó en su habitación del Malacañang, palacio presidencial de Manila. A las 8 estaba ya completamente vestida (en una jornada de 18 horas activas, usaría cinco atuendos diferentes); su abundante cabellera negra, que le llega a la cintura, había sido elegantemente peinada, y estaba ya a la mitad de una larga lista de llamadas telefónicas para animar a los trabajadores voluntarios en obras de remodelación y embellecimiento de la ciudad; para solicitar de los personajes de los negocios que ayudaran al sostenimiento de los programas de asistencia a huérfanos, madres solteras, reos y ciegos; para enterarse del estado de salud de una amiga suya operada a principios de esa misma semana.
A las 9 se disponía a recibir al primero de sus visitantes, que en gran número se arremolinan afuera del Salón de Música del Palacio, recinto que también sirve de despacho a la señora de Marcos. Más tarde iría en helicóptero a inaugurar un centro de nutriología; de allí se dirigiría a inspeccionar intempestivamente las obras de construcción del gigantesco Centro de Cardiología de Filipinas, otro de sus proyectos especiales.
La señora de Marcos ve en su papel algo de mayor trascendencia que el tradicional, meramente decorativo, de la primera dama que se limita a dar recepciones, cortar listones y representar a su esposo en los funerales de Estado. En realidad es una de las más activas entre las primeras damas que el mundo ha conocido.
También tiene grandes designios para su pequeño país, y reconoce que le gustaría ver a Manila convertida en el centro comercial, médico, turístico y de convenciones del Asia sudoriental. En 1974, por ejemplo, promovió que la ciudad de Manila fuera la sede del concurso internacional para elegir a Miss Universo. Sin embargo, cuando llegó la avanzada de la comisión organizadora, tres meses antes del certamen, vio que el Teatro de las Artes Populares, con 10.000 butacas, no era sino una deforme masa de tierra recién excavada en la bahía de Manila, y una esplendorosa visión en los ojos del arquitecto. Los organizadores se disponían ya a buscar otra ciudad, pero un embajador residente en la urbe y con mucha experiencia les aconsejó que siguieran con sus planes originales. "Si la señora de Marcos afirma que el teatro quedará concluido a tiempo", les dijo, "tengan la seguridad de que así será".
Pero a la avanzada de la comisión le preocupaba otro factor: el estado del tiempo.
—Tenemos entendido que el mes de julio es el más lluvioso. ¿Qué sucederá a nuestro desfile?
—Si la señora de Marcos dice que no lloverá, no se preocupen por la lluvia —fue la respuesta.
Durante los dos meses y medio siguientes el largo automóvil negro de la primera dama se veía con frecuencia a cualquier hora del día o de la noche, estacionado frente al terreno donde construían el teatro, pues se trabajaba en la obra las 24 horas del día. Acicateados por su entusiasta dirección, cerca de 2000 obreros edificaron el enorme auditorio en 77 días. En cuanto al estado del tiempo, el día del desfile del concurso Miss Universo enviaron una escuadrilla de aviones a sembrar nubes en un radio de 160 kilómetros alrededor de Manila para que la lluvia cayera allí, y permaneciera seca la ruta del desfile en el centro de la ciudad.
Notoria entre sus más apacibles compatriotas por su infatigable energía, la señora de Marcos exige demasiado de ellos en tiempo, esfuerzo y dinero. ("La mariposa de hierro", gruñen algunos refiriéndose a ella.) Sus oficinas en Malacañang, en las que trabajan unas 20 personas, bullen de actividad. En las mesas se apilan informes económicos y expedientes de planes y proyectos. Los teléfonos suenan sin cesar. Inspectores, trabajadores sociales y secretarias entran y salen constantemente.
Bajo su vigorosa égida se han organizado también las esposas de los jefes de las fuerzas armadas y de los ministros del gabinete. Mga Lingkod ng Bayan (los que sirven al país) se ocupan en recabar fondos de asistencia y en repartir víveres en las zonas de desastre. Pero Imelda nunca exige de sus colaboradores más de lo que ella misma puede hacer. Lo mismo la ven chapoteando, metida hasta las rodillas en los pantanosos arrozales, consagrada a poner en marcha un nuevo programa de producción de alimentos, que en cómodos pantalones cuando sube las empinadas escaleras de la fortaleza de Corregidor para presidir la celebración del Día de la Amistad Filipino-Norteamericana.
Quienes la observan quedan pasmados ante tal energía. "Por suerte no necesito dormir demasiado", reconoce. Le bastan de tres a cinco horas de sueño, aunque de vez en cuando echa una siesta entre una y otra cita. A menudo la sorprenden las 3 de la madrugada acurrucada en un sillón, en el despacho del Presidente, repasando notas para un discurso o para una reunión del día siguiente, mientras él estudia documentos de Estado. "Es uno de los raros momentos que puedo pasar a solas con él", comenta la señora con un dejo de tristeza en la voz.
Piensa que su papel es complementario del de su marido. "Tal fue el pacto que hicimos desde su primera elección, en 1965. El Presidente construiría la casa, y yo la convertiría en hogar. Él se ocuparía en convertir al país en una nación fuerte y resistente con el fomento de su economía, de la educación y de la infraestructura. Yo tendría a mi cargo las cosas del espíritu: los programas de embellecimiento, la limpieza, la cultura".
Lo primero que hizo la señora de Marcos fue dedicar todo su empeño a hermosear a Manila. Quienes conocieron bien a la vieja capital se maravillan de lo que ha cambiado. Aquellas deprimentes chozas que afeaban las carreteras y las riberas del histórico río Pasig han desaparecido, y sus habitantes fueron trasladados a conjuntos de viviendas erigidos en los suburbios con fondos públicos y privados. El Parque Rizal, antes feísimo terreno baldío en el corazón mismo de la urbe, es actualmente un oasis de flores y senderos flanqueados por arbustos, donde hay estanques y fuentes, una pista de patinar y un anfiteatro. El señorial Bulevar Roxas está dominado, en el sector más alto de la bahía de Manila, por el gigantesco Centro Cultural, edificio gris de hormigón, cuyas sobrias y modernas líneas se repiten en el Teatro de las Artes Populares, que se alza más cerca de la playa. A un lado del aeropuerto internacional los viajeros pueden visitar la Nayong Pilipino ("Aldea Filipina"), conjunto (parecido a Disneylandia) de casas y plantaciones típicas de las seis principales regiones del país. Hay también allí un museo en que se exhiben las artes y la cultura de las minorías tribuales, y un centro comercial donde se expenden obras de las bordadoras y de los artesanos filipinos. El dinero que los concesionarios pagan por el alquiler de los locales se destina a sostener el programa de alimentos patrocinado por la primera dama.
La señora de Marcos, que de muy joven pensó dedicarse al canto, muestra especial interés por los artistas en cierne. Ha convertido el viejo e irregular palacio de Malacañang en un auténtico museo de las modernas expresiones plásticas del país. Las cenas y recepciones oficiales concluyen siempre con un programa de cantos y danzas autóctonos, de cuya selección se encarga personalmente.
Nada en la educación de Imelda Romuáldez indicaba el porte y la fuerza que hoy la caracterizan. Nació en 1930, en el seno de la empobrecida rama de una familia distinguida (tenía un tío que era magistrado de la Corte Suprema, y un primo diputado). Sin embargo, su padre, abogado, dos veces viudo, se interesaba más por los libros y la música que por ganar dinero con su profesión. Como primogénita en una familia de seis, y huérfanos de madre, Imelda, que entonces vivía en Tacloban (Leyte) tuvo que gobernar su casa y cuidar de sus hermanitos. Pero su infancia fue feliz, "llena de cariño y de música".
Estudió en un convento y, poco después de la segunda guerra mundial, se graduó en la universidad de su ciudad natal. En 1954, cuando estudiaba canto en Manila, conoció a Fernando Marcos, entonces distinguido diputado por Ilocos Norte. El político, de 37 años, era ya una leyenda: héroe de la guerra, tachonado de condecoraciones, enérgico, valiente, lleno de confianza en sí mismo. Se declaró a Imelda a la media hora de haberle sido presentado, y el galanteo fue vertiginoso. Se casaron 11 días después.
Las intempestivas exigencias de la vida pública resultaron excesivas para la joven, amante de la diversión y enemiga de las complicaciones. Privada de toda intimidad, obligada a aceptar demasiados compromisos que minaban sus fuerzas, Imelda se rebelaba inconscientemente. Se le presentaron síntomas patológicos: fatiga extrema, fuertes jaquecas crónicas. Al cabo de algún tiempo, en el Centro Médico Presbiteriano Columbia, de la Ciudad de Nueva York, los médicos la colocaron sin miramientos ante la disyuntiva: renunciar a su esposo o aprender a compartir su vida de hombre público.
Todo ello redundó en una lección objetiva de autodisciplina. La señora de Marcos aprendió a aceptar las exigencias de la vida del político, y al hacerlo se tornó indomable. Desempeñó un papel clave en la primera campaña presidencial de su marido, en 1965. Se dividió el país con él, personalmente recorrió el 50 por ciento del archipiélago, y fue tras los votantes por aire, tierra y mar.
Con el tiempo cambiaron sus móviles, pues no obraba ya sólo por devoción a la causa de su esposo, sino impulsada por un propósito más amplio. En su recorrido por todas las islas de su patria la vida de la gente fue para ella motivo de extrañeza y cavilación: unos habitaban en frágiles casuchas de nipa, aisladas o agrupadas. "Me prometí que, si Dios nos daba la victoria, haría algo para aliviar su desamparo, su sentimiento de soledad".
Durante una visita al pueblo musulmán de Jolo, por ejemplo, Irene, la más pequeña de sus tres hijos, le señaló a dos niños, ciego el uno y mutilado el otro. La señora de Marcos ordenó que los llevaran a sendos hospitales en Manila, donde posteriormente recobró la vista el niño ciego y adaptaron una prótesis al otro. De esta vivencia surgió su programa "Salvemos una vida en cada barrio", que proporciona asistencia médica a las personas que viven en comarcas apartadas con una red de hospitales provisionales coordinados por comisiones locales de la Secretaría de Asistencia y Previsión Social, de la Unidad de Salubridad Rural, del Centro de Puericultura y de la Secretaría de Gobernación Local y Desarrollo de la Comunidad.
Preocupada por el gran porcentaje de muertes causadas por enfermedades cardiacas, especialmente entre los padres de familia jóvenes; convocó en 1972 a los principales cardiólogos del país para estudiar la posibilidad de instaurar en Manila una Fundación de Cardiología. El Centro de Cardiología de Filipinas, magno proyecto de la Fundación, quedó concluido en febrero de 1975, y ahora cuenta con las más modernas instalaciones hospitalarias y de investigación de Asia Sudoriental.
Por su notoria posición, la primera dama no está exenta de su parte de censura y oposición. En diciembre de 1972, durante la entrega de premios por trabajos de embellecimiento, fue atacada por un individuo que pretendía asesinarla armado de un cuchillo; el incidente fue presenciado en vivo por los aterrados televidentes. Le pregunté si no había sentido miedo, a lo que me respondió que, de haberse quedado paralizada de terror, no habría podido defenderse como lo hizo (echándose hacia atrás y cubriéndose el cuerpo con los brazos, gracias a lo cual sólo recibió heridas en antebrazos y muñecas). "No tenía el menor deseo de morir", comentó. "Pero tampoco me aterró esa posibilidad. Al fin y al cabo, cuando muera veré a mi Dios". La señora de Marcos es ferviente católica.
Tras cerca de diez años en Malacañang, Imelda se ha convertido en magnífica dirigente por derecho propio. Sus funciones se han ensanchado a tal grado que hoy el Presidente le confía delicadas misiones diplomáticas. No fue mera coincidencia que a su viaje cultural a los templos de Borobudur, en Indonesia, en abril de 1974, siguiera una conferencia entre su esposo y el presidente Suharto. Cumplió otra misión cultural en la URSS, en 1972, y una visita de la misma índole a China en 1974: Filipinas deseaba entablar relaciones diplomáticas con esos dos países. (Las relaciones con la República Popular China quedaron establecidas oficialmente el 9 de junio de 1975.)
Durante su recorrido de diez días por China, que inició las relaciones económicas entre ambas naciones, ella concertó el envío de petróleo crudo chino a Filipinas. También su viaje a México en el otoño de 1974 se tradujo en remesas de petróleo para su país. En noviembre pasado el presidente Marcos le tomó juramento como gobernadora de Manila Metropolitana, nuevo departamento administrativo que abarca cuatro ciudades, 13 pueblos y más de cuatro millones de habitantes.
Quizá los refinados manileños critiquen lo imperioso de sus modales, su extravagancia, sus vanidades, pero en las provincias su presencia atrae a las multitudes, que la veneran. Les habla, e incluso canta para el pueblo ataviada con sus preciosos ternos, símbolo de la belleza de Filipinas, y prueba de que alguien se preocupa de ellos, de que el gobierno no es solamente un poder distante y sin rostro.
Es tal su popularidad que, según los aficionados a especular sobre política, si mañana se celebraran elecciones, Imelda las ganaría. Pero la primera dama niega enfáticamente acariciar esa ambición. "No es posible engañar al pueblo", agrega. "El pueblo sabe perfectamente si nuestro interés por él es sincero o simple palabrería huera".