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julio 27, 2014
CIERTO día, un amigo mío que dirigía una de las escuelas de las fuerzas armadas norteamericanas, se dio a pensar cuánto le costarían al gobierno los estudios que seguía cada soldado. Como se le dificultaba hacer los cálculos, llamó a la comandancia de la brigada para ver si allí tenían el dato. La comandancia no lo tenía, pero le prometieron obtenérselo.
De la comandancia llamaron a la jefatura de la guarnición, de allí a la comandancia del Sexto Cuerpo de Ejército, de esta a la comandancia del Ejército Continental de los Estados Unidos, de donde la solicitud pasó al Pentágono, es decir, a la Secretaría de la Defensa. A la mañana siguiente a las 9:40, mi amigo recibió una llamada de la jefatura de la guarnición, y le dijeron que la Secretaría de la Defensa les había ordenado informarles ese mismo día, antes de las tres de la tarde, cuál era el costo, por soldado, del curso de adiestramiento. ¿Tendría él la bondad de calcularlo?
Dos días más tarde, pasando nuevamente por los diversos servicios, mi amigo recibió el dato requerido... que él mismo se había visto obligado a preparar.
— H.J.L.
LOS SOLDADOS que se encuentran en el frente de batalla en Vietnam sienten que las noches son demasiado largas y que la imaginación muchas veces los engaña mientras están acurrucados en sus trincheras, esperando en silencio al enemigo. Un centinela le confió a un periodista que, siendo incapaz de dar fe a sus ojos, se había aprendido de memoria los árboles y matorrales que había frente a su puesto de guardia. "Paso lista cada diez minutos", explicó, "y si hay más de 11 árboles, disparo".
— D.A.C.N.
CUANDO trabajaba yo como empleado de oficina en la comandancia de cierto centro de adiestramiento del Ejército, una vez oí que un soldado raso solicitaba licencia por tres días, aduciendo que su esposa lo necesitaba. El comandante le preguntó:
—Pero, ¿antepone usted sus problemas personales a sus deberes con la patria?
—Para proteger a la patria —repuso el recluta— hay dos millones de soldados, mi comandante, mientras que para atender a mi mujer, que yo sepa, no hay nadie más que yo.
— R.M.C.
EN UN portaaviones, frente a las costas de Vietnam, un marinero le preguntó a un infante de marina por qué ponían siempre individuos de ese cuerpo especial en todos los barcos de la Armada.
—Pues bien —contestó el infante de marina—, así como al Ejército siempre le dan perros amaestrados para proteger a la tropa, nosotros los de la Infantería de Marina tenemos que venir aquí a velar por los infelices marineros.
—¡Sí, caramba! —repuso el marino—. ¡El Ejército siempre ha tenido más suerte!
— R.W.L.
EN LA India un chit es una recomendación dada a una persona por servicios prestados, o por haber efectuado alguna venta. Todos, incluso el barrendero, lo solicitan.
Un día se me acercó un buhonero queriendo venderme un chal, pero mi guía me advirtió:
—No se fíe de este viejo, porque lo engañará.
—No es verdad —dijo el mercader ambulante—. Tengo un chit excelente de un norteamericano.
Diciendo eso me pasó un papel doblado mil veces, grasiento y con las esquinas raídas. Al leerlo vi que estaba fechado en 1944, cuando las fuerzas estadounidenses del teatro de la guerra en China, India y Birmania habían tenido por aquellos contornos un campamento de descanso. El escrito decía:
"A quien le pueda interesar: Afzai Mehdi es persona a quien recomendaría con gusto a mi casero, a mi suegra, a mi sargento mayor o a cualquier subteniente del Ejército de los Estados Unidos".
— E.W.