EL CINE: DE LAS 1ERAS IMÁGENES A LOS 1EROS BALBUCEOS
Publicado en
julio 06, 2014
EL nacimiento de una nación. D.W. Griffith (1915)
Correspondiente a la edición de Mayo de 1995
Por Omar Ospina G.
La historia del cine, como todas, es la de quienes lo hicieron posible: inventores dedicados o suertudos, magnates visionarios e inescrupulosos, actores y actrices de talento, técnicos de virtuosismo inmarcesible, vampiresas de medias negras y escote al ombligo, y galanes de "mirada oblicua". Y el público.
DEL NEGOCIO "IMPOSIBLE" A LA GUERRA COMERCIAL
Mientras en París los hermanos Lumiére se negaban a venderle su aparato proyector a George Miliés porque "no tiene ningún valor comercial", en Nueva York Felix Mesguich, operador de los Lumiére, realizaba proyecciones masivas sobre pantalla. Edison ya había perfeccionado el kinetoscopio y ofrecía funciones individuales –por el visor del aparato sólo podía observar una persona a la vez, en incómoda postura– en una especie de estudio primario pintado de negro por dentro y por fuera, al que las gentes llamaban despectivamente Black Mary (María la negra), así que rápidamente se pasó al nuevo sistema y creó una compañía para tal efecto, legalizada a partir de la patente del kinetoscopio.
Una empresa norteamericana creada exprofeso y a la carrera, la American Biograph, empezó a proyectar en múltiples salas algunos rollos propios, más los copiados ilegalmente de las películas producidas en Francia. Pronto se le unieron la Biograph Co., fundada por dos extécnicos de Edison que acudían al patrioterismo barato encerrado en la recientemente difundida Doctrina Monroe, "América para los americanos", dándole características de slogan para su beneficio, en guerra abierta contra el sistema francés; y Vitagraph, fundada por tres astutos comerciantes que habían recorrido el país presentando una cinta patriótica -Tearing down the Spanish flag- rodada en estudio cuando empezó la guerra Estados Unidos – España por la posesión de Cuba.
La chauvinista divisa monroísta sirvió, además, para que el enviado de Lumiére tuviera que poner pies en polvorosa con sus filmes, pues, instigados por los incipientes empresarios gringos, las aduanas le decomisaron su material y los comisarios le impidieron las proyecciones.
Parapetado en la licencia de su kinetoscopio, Edison, por su lado, entabló demanda contra las compañías competidoras de su empresa, ganando en la mayoría de los casos, sobre todo a las pequeñas productoras y exhibidoras que habían surgido en el país de las "oportunidades para todos". Hasta la Biograph, apadrinada por el expresidente McKinley, hubo de pagarle al "Mago de Menlo Park" como se le llamaba a Edison, US$500.000,00 de entonces para poder proyectar sus películas. Escudado en la Ley, Edison no descansó en su guerra comercial hasta arruinar a casi todos sus competidores. Convencido de que "quien controle la industria cinematográfica, controlará el medio más potente de influencia sobre el público", como descubrió a tiempo, Edison llegó a todos los extremos de persecusión para adueñarse del negocio: entabló más de quinientos pleitos de patente. Uno de los arruinados, Albert Smith de la Vitagraph, llegó a decir apesadumbrado: "La angustia producida en mi hogar por el proceso de Edison ha sido tal que ha matado a mi esposa". Pero el genial inventor no se andaba con remilgos ni ahorraba mandobles para defender su monopolio.
Muy recientes, las leyes del Copyright eran insuficientes para frenar la piratería. Edison proyectaba impasible las cintas francesas y cuando Meliés abrió una sucursal de sus producciones en Estados Unidos, llegó a plagiarlas para competir con ventaja. Pero la guerra cesó en 1908 cuando se creó el primer consorcio cinematográfico internacional, la Motion Pictures Patents Co., liderada por Edison. La guerra entre norteamericanos, por supuesto, ya que a Meliés lo arrinconaron e hicieron regresar su emisario a Europa.
Asalto y robo de un tren. Edwin S. Porter (1903)
EN EUROPA: DE LA CALLE AL TEATRO
Pero en medio de la contienda por el control comercial, algunos talentosos realizadores lograron producir para la historia del cine, títulos recordables.
En Francia, Meliés había descubierto por casualidad, a causa de un desperfecto mientras filmaba, el primer trucaje del cine: e1 cambio de situación o de protagonista en la misma secuencia, deteniendo el rodaje y haciendo las correspondientes variaciones de escenario o actores.
Hombre de teatro e ilusionista, Meliés funge, al entrar al cine, como director, actor, operario, maquillador y hasta utilero. Da rienda suelta a su talento y fantasía produciendo, entre 1896 y 1913, más de quinientas películas entre las cuales se cuentan algunas hechas por encargo y que tienen más de mensaje publicitario que de arte cinematográfico. Al truco descubierto y muchas veces utilizado, agrega otros que poco a poco va ensayando: la sobreimpresión, la reconstrucción de escenarios y hasta el primer plano que, sin embargo, utiliza muy poco y apenas para agrandar objetos. El antro de los espíritus, El hombre de cabeza de goma, La cueva maldita, el Proceso Dreyfus, Viaje a través de lo imposible, La Cenicienta, son algunos de los títulos que produjo Meliés, muchos de ellos en un estudio que construyera él mismo en su casa de Montreuil, y en los que aporta al cine una de sus bases más importantes: la puesta en escena.
La competencia de las empresas norteamericanas y la de algunas otras que se habían establecido en Europa, agregada a prácticas comerciales desconocidas para él, lo arruinaron pronto y desapareció, literalmente, de escena, tal como en los trucos de sus filmes. Hacia 1928 el director del semanario Cine-Journal encontró un anciano de barba en punta, vendiendo juguetes y golosinas en la Gare de Montparnasse: era Meliés. El gobierno, la crítica y el público, le rindieron homenajes y le otorgaron condecoraciones, pero nada de ello menguó sus problemas económicos y el y el anciano cineasta siguió con su puesto ambulante hasta cuando falleció, a causa de un cáncer de estómago, el 21 de enero de 1938 en el hospital Léopold-Bellán, de París. A su entierro asistieron apenas dos de los entonces numerosos artífices de un arte que ya era universal y que él había contribuido en mucho a difundir: René Clair y Alberto Cavalcanti.
A Meliés le siguieron en Francia otros pioneros como Charles Pathé, Ferdinand Zecca, Leon Gaumont y Raoul Grimoin-Sanson, quien presentó en 1900, durante la Exposición Universal de París, una pantalla de 360 grados que rodeaba al público y exhibía películas mediante diez proyectores que cubrían 36 grados cada uno. El espectáculo fue prohibido por la Prefectura por "peligroso" y el engendro se vendió en pública subasta. No se sabe que haya tenido otra utilización pero, en cambio, la medida del prefecto fue quizá la primera de las muchas censuras que sufriría el nuevo arte en manos de posteriores inquisidores. Sólo que para los próximos, el peligro no sería físico sino moral.
El naciente arte, poco a poco convertido en industria por visionarios como Edison, se fue extendiendo sin pausa con diferente suerte para quienes emprendían la aventura. En Inglaterra, un famoso fotógrafo llamado William Friese-Greene invirtió su fortuna en el intento y, arruinado, fue a dar a la cárcel por deudas. En cambio, Roberto William Paul patentó el kinetoscopio de Edison en Inglaterra, lo perfeccionó y llegó a establecer una pujante compañía, la Paul' s Animatograph Ltd. Fue a él, justamente, a quien Meliés le comprara el aparato cuando los hermanos Lumiére se lo negaron.
Otros nombres aportó Inglaterra, como George Albert Smith, James Williamson y Alfred Collins, los más destacados entre lo que se llamó la Escuela de Brighton.
La marcha nupcial. Erich von Stroheim (1917)
LA PRIMERA CRISIS EUROPEA Y LOS GRINGOS
Hacia 1907, el cine sufriría en Francia su primera crisis. El público se cansó de los mismos escenarios, iguales temas e idénticos argumentos, en un arte que no atinaba a evolucionar. Entonces los banqueros Lafitte, aficionados, fundaron la compañía productora Film d'Art y la pusieron en manos de dos figuras del teatro francés: Charles Le Bargy y André Calmette, quienes recurrieron a los argumentos del teatro clásico y a los actores de la archifamosa Comedie Francaise. Por supuesto, poco a poco se interesaron en el cine los más connotados intelectuales, que hasta entonces habían permanecido casi al margen. Los jugosos sueldos que empezaba a pagar la industria cinematográfica, decidieron a intelectuales de fama como Edmon Rostand, Anatole France y otros. Y hasta la diva Sarah Bernhardt, quien alguna vez se refiriera al cine como "esas ridículas pantomimas fotografiadas", claudicó ante la oferta de 1.800 francos por sesión de rodaje más una comisión por metro de película proyectada.
Pero todo ello era más bien una transposición del teatro al cine, y los argumentos clásicos más las actuaciones grandilocuentes, poco aportaron al progreso del nuevo arte. La fantasía cedió el paso a la petulancia e, ignorando las mil posibilidades técnicas que ofrecía el cine, los realizadores volvieron al cine-teatro de Meliés con cámara quieta y actuaciones sobrecargadas, todo lo contrario de lo que el cine requiere. El resultado final fue catastrófico pues la gente se cansó de los grandes argumentos, más pronto que de las pequeñas circunstancias de la vida que se filmaban antes. Y como los Lafitte eran banqueros pero no filántropos, la sociedad desapareció y, con ella, la presuntuosa tendencia al cine artístico, que muchos años después reaparecería pero de la mano de algunos genios que lograron realizar la simbiosis perfecta entre el arte puro y el espectáculo cinematográfico.
Mientras tanto, en Estados Unidos, los incultos norteamericanos para quienes los ilustres nombres de Shakespeare, Moliere, Homero, Dante o Goethe no tenían mucho significado, habían hecho progresar este arte de masas mediante los temas que impactaban a una nación de pioneros, aventureros e inmigrantes miserables que llegaban a jugarse la vida a cara o cruz. Y surgió el western aprovechando las gestas de la conquista del oeste y los anchos espacios de las praderas pobladas de búfalos e indios, aunque unos y otros fueran siendo cada vez menos. Ambos por las balas de cazadores y conquistadores, y los últimos, además, por su confinación en reservas de limitada perspectiva.
El primero de los realizadores que se aventura con los grandes espacios y las gestas heroicas aunque pedestres de los colonizadores, fue Edwin S. Porter, un marinero escocés de vida tranquila a quien Edison había confiado la misión de piratear las cintas francesas para presentarlas en sus salas. De aprendiz de bucanero, el estudioso Porter pasó a operario y jefe de estudio entre 1902 y 1910.
Heredero de la puesta en escena de Meliés, del montaje como elemento narrativo que habían agregado los ingleses, y de la estructuración del relato que aportara Ferdinand Zecca, Porter realizó, combinando todos estos aportes, algunos filmes importantes, el primero de los cuales fue Salvamento de un incendio, en 1902. Agregó a todo ello el primer plano que de forma incipiente intentara Meliés, más la acción paralela obtenida en el montaje y que procedía de la Escuela de Brighton.
Munido de estos elementos, Porter consolida una técnica narrativa, base del posterior cine de acción, e intenta, en una cinta de 224 metros, introducir al cine los riquísimos temas del Far West. A él se debe el primer western de la historia del cine, Asalto y robo de un tren, rodado en 1903 y en el cual actúan George Barnes como jefe de la banda de asaltantes, y Gilbert M. Andersen como alguacil. Este se hará famoso poco después en el papel de Broncho Bill, anticipo de los míticos héroes del Oeste como Wyatt Earp, Búfalo Bill, Pat Garret, Billy the Kid y otros de variopinta ferocidad y certera puntería.
Edison