¿AYUDA REALMENTE LA SIQUIATRÍA?
Publicado en
julio 27, 2014
En los últimos diez años, a pesar de estar sumidos en controversias y de no haber logrado precisar todavía la naturaleza de sus funciones, los siquiatras han mejorado asombrosamente las posibilidades de curación de los enfermos de la mente.
Por Richard Lemon (condensado de "Saturday Evening Post".
EN UNA clínica pública de siquiatría, una mujer joven acude por primera vez a consultar con un siquiatra. Es bonita e inteligente, tiene cuatro hijos y acaba de abandonarla su esposo. Deprimida, angustiada y con miedo de sí misma, declara: "No me atrevo a darles una zurra a los niños, por temor de lastimarlos. Parece que jamás me dan gusto. Estuve a punto de suicidarme, pero..."
El siquiatra le asegura que en la clínica encontrará la ayuda que necesita para resolver sus problemas, le da dos recetas y dispone que una visitadora social especializada en economía doméstica la asista en las tareas del hogar. Cuarenta minutos más tarde, la inician en un programa sicoterápico, de seis sesiones, que persigue objetivos limitados, aunque capaz de dar una gran proporción de resultados satisfactorios. Durante los primeros 14 meses de su existencia, en esta clínica recibieron tratamiento 500 personas con trastornos graves, de las cuales 493 lograron desempeñarse bien fuera del hospital y en sus propios hogares.
En una gran ciudad, un hombre de 24 años de edad recurre a un sicoanalista. Ha perdido el empleo. Sufre estados de melancolía, angustia y tensión sicosomática; es retraído, padece de resistencia sicológica al trabajo y de inhibiciones de carácter sexual; tiene contracciones nerviosas en la cara y es víctima de una úlcera péptica; vive con el temor de viajar en avión, de perder el conocimiento al ir conduciendo un automóvil, de exaltarse y matar a alguien. En resumen, en lo que toca a su estado emocional, es un inválido. Acude al tratamiento sicoanalítico tres o cuatro veces a la semana, durante tres años. Así advierte varias formas de dependencia inconsciente respecto de sus padres, y se deshace de ellas. Desaparece la úlcera. Cobra confianza en sí mismo. Durante cinco años más, de cuando en cuando, visita al sicoanalista para consultarle acerca de problemas determinados. Al cabo de ocho años de tratamiento se expresa con seguridad apacible y con viveza, se halla felizmente casado, es dueño de un próspero negocio de exportaciones e importaciones que él mismo dirige.
En otra ciudad, un empleado del hospital estatal abre la puerta de la sala en que se alojan las personas más enfermas y de mayor edad. En un cuarto grande, desnudo, una anciana delgada, con aspecto de pájaro, que muchos años atrás mató a su esposo, se halla sentada con los pies enroscados desmañadamente en los travesaños de una silla. "Me sacaron los ojos y me pusieron otros", afirma. "Si no me hubiera casado con el tal Roberto, nada de esto me habría sucedido". A unos metros de distancia, un hombre robusto está sentado ante una mesa, sonriendo vagamente. Lleva puestos cuatro sombreros, uno encima del otro. Una mujer alta pasa frente a nosotros. "Alguna vez fui muy rica, y me torturaron", declara de manera afable. "Era inmensamente rica. Pero no percibo mi sustento del Estado. Aquí pago. Mi hija guarda los recibos".
Una vez fuera de la sala, el empleado me dice : "Esos enfermos estarían arrancando la pintura de las paredes, si no tuvieran la asistencia médica que reciben actualmente. Ya se les habría dado de alta, de haber existido los recursos de hoy en la época en que fueron internados".
En la actualidad, la clase de asistencia que recibe el paciente depende de los medios de tratamiento siquiátrico de que se disponga en el lugar donde vive, y del siquiatra o del procedimiento sicoterápico que escoja en particular. Los enfermos reciben tratamientos de apenas seis sesiones o durante períodos que alcanzan hasta diez años. Pueden recibir el tratamiento individualmente o en grupos; puede costarles nada o hasta 30.000 dólares al año. El denominador común más amplio es que, por lo general, el restablecimiento es un proceso lento e invisible.
PARTIR DESDE EL COMIENZO
Cualquiera que sea la naturaleza de su trastorno, casi todo enfermo se somete al tratamiento con la esperanza natural de que su mal es bastante definido y puede ser remediado por el médico. Pero la característica de la mayoría de las enfermedades y tratamientos siquiátricos es que no son específicos. Los siquiatras no localizan y extirpan cálculos mentales, ni diagnostican y curan infecciones emocionales determinadas.
Generalmente se define a la siquiatría como "la especialidad de la medicina que se ocupa en el estudio y tratamiento de los trastornos mentales".
Sin embargo, en realidad no es una "especialidad", sino una materia general. Además, tampoco toda la siquiatría cabe dentro del rótulo de "medicina". Algunos siquiatras rechazan incluso la expresión "trastornos mentales": afirman que los trastornos en que se ocupan son de carácter emocional, o relativos a la conducta, o aun corporales, como opinan algunos especialistas que los tratan con medicamentos. Entonces, no es extraño que en la siquiatría se haya formado una gran variedad de procedimientos, al parecer contradictorios, para tratar a los enfermos.
Actualmente hay siete procedimientos principales que los siquiatras emplean para tratar a los enfermos: 1) El sicoanálisis, que proporciona al enfermo los elementos para que, por sí mismo o por intervención del especialista, descubra los mecanismos de su mente y de sus emociones. 2) Orientación del enfermo para que adopte formas de conducta más eficaces. 3) Estímulo para que el paciente aprenda a modificar de varios modos su reacción ante la tensión sicosomática. 4) Administración de medicamentos. 5) Tratamientos somáticos de otra clase, principalmente choques eléctricos. 6) Ofrecimiento de apoyo moral e inspiración de confianza en sí mismo. 7) Descanso y esparcimiento, proporcionados generalmente en un hospital.
Como las investigaciones encaminadas a comparar los distintos tratamientos no se han realizado de una manera cuidadosa, actualmente la siquiatría no dispone de un conjunto de datos estadísticos lo bastante grande para comprobar la eficacia de ninguno de sus métodos. En un estudio de 7000 casos que se llevó a cabo en un decenio a partir de 1950, se encontró que, en total, el porcentaje de enfermos que habían recobrado la salud o que habían experimentado una mejoría por sicoterapia era de 64 por ciento... contra la proporción de mejorías espontáneas, que fue de 66 por ciento. Pero en este campo es difícil valorar las comparaciones, puesto que en la mejoría espontánea no hay curación en el sentido estricto de la palabra, además de que los conceptos de mejoría y restablecimiento se aplican subjetivamente.
"Hace 150 años la medicina se preocupaba por la epilepsia, la pleuresía, la pulmonía y la hidropesía, que tan sólo son conjuntos de síntomas", declara el Dr. Paul Wilson. "La siquiatría todavía se halla en ese nivel descriptivo. Si uno se pone a leer un buen texto de medicina, puede llegar a aprender más sobre la materia que lo que podía conocer el hombre más entendido de hace cincuenta años. Sin embargo, cada siquiatra se ve obligado a partir desde el comienzo y a abrirse camino solo".
Lo que aumenta aun más la confusión es que en la actualidad los siquiatras ni siquiera hablan un lenguaje común. El Dr. Karl Menninger, de la famosa clínica del mismo nombre, cuya voz impaciente se ha levantado en contra de la "jerga presuntuosa y vacía", llega inclusive a citar como engañoso el uso de los términos "neurosis" y "sicosis". "Neurótico es aquel que no es tan sensato como yo. Sicótico, el que es todavía peor que mi cuñado".
Sin embargo, ese problema de terminología tal vez sea más aparente que real. El Dr. Bernard Glueck afirma: "Si se pregunta a los médicos de qué padece el enfermo, obtendrá uno 50 respuestas diferentes. Pero si se formulan las mismas preguntas concretas acerca del mismo enfermo, los médicos darán las mismas respuestas".
Como los enfermos de la mente no tienen una conducta normal, hasta hace muy poco tiempo había la tendencia a aislarlos del mundo normal. En los establecimientos siquiátricos, el mundo normal dejaba de tener importancia en la vida del paciente internado, y el tratamiento que se le daba, cuando se le daba, no tenía ninguna relación con ese mundo. "En mi época de estudiante", recuerda el Dr. Menninger, "se daba por sentado que los enfermos mentales no se curaban".
Hace apenas 20 años, Lara Jefferson, enferma internada en un hospital siquiátrico, escribió en su diario: "Estoy aquí sentada, loca de atar, sin otra alternativa que la de enloquecer todavía más o volverme lo suficientemente cuerda para que se me permita regresar a la misma vida que me produjo este estado de enajenación".
En la actualidad, Lara Jefferson hubiera podido salir del hospital y recibir medicamentos que influyen en el siquismo, y sólo tendría que acudir con regularidad a la clínica siquiátrica de su lugar de residencia. Quienes padecen algún trastorno mental grave, tienen hoy la excelente oportunidad de habitar fuera del hospital y desempeñar un empleo, formar un hogar o participar en otros aspectos de la vida normal al mismo tiempo que reciben tratamiento siquiátrico.
El empleo de los nuevos medicamentos de efecto en la mente, inventados durante el decenio pasado, ha sido un factor de importancia decisiva en la política de procurar que los enfermos no permanezcan mucho tiempo hospitalizados, pues sirven para calmar a los pacientes más trastornados y ponerlos en disposición de tratarlos por otros medios. Asimismo, los siquiatras obtuvieron buenos resultados dando mayor libertad a los enfermos, proporcionándoles más ayuda y confiándoles a la vez mayores obligaciones.
"Hemos aprendido que es más destructivo un medio ambiente patológico que la enfermedad misma", declara el jefe de investigadoras sociales de un importante centro de salud mental. "Los enfermos llegan a habituarse a la vida del hospital. Sin embargo, descubrimos que cuando el enfermo lograba que lo dieran de alta en el curso de un año, contaba a su favor con un 90 por ciento de probabilidades de no tener que volver a internarse en un hospital".
Un factor más es que ahora muchos siquiatras están capacitando a médicos y clérigos para que se hagan cargo de los pacientes que sólo experimentan trastornos leves. Así, incluso ante grandes obstáculos, se ha logrado reducir el número de enfermos que necesitan hospitalización.
EL PROBLEMA DE VIVIR
Paralelamente a esos cambios, los especialistas han modificado sus conceptos de "normalidad" y "enfermedad". La experiencia ha convencido a la mayoría de los siquiatras de que la enfermedad y la salud mentales varían de una época a otra. En un asombroso estudio de una colectividad de 175.000 personas, realizado en la ciudad de Nueva York, se encontraron síntomas "leves" de trastornos mentales en el 36,3 por ciento de la muestra, síntomas "moderados" en el 21,8 por ciento, síntomas "agudos" en el 13,2 por ciento, síntomas "graves" en el 7,5 por ciento, y trastornos de tal modo graves, en el 2,7 por ciento, que de hecho esas personas estaban incapacitadas. Únicamente en el 18,5 por ciento no hubo el más leve indicio de trastornos mentales.
Esos estudios han convencido a muchos siquiatras de que su campo propio de estudio no son las enfermedades específicas, como la esquizofrenia, sino la "totalidad" del hombre que reacciona nocivamente ante la vida y ante sí mismo. Ahí está el cambio fundamental que la siquiatría ha experimentado en los últimos diez años: en el mayor interés que se presta al "problema de vivir", considerado como punto de partida para tratar el problema de las enfermedades mentales, y en la aplicación de tratamientos que, por el contrario de la manera tradicional de la medicina, no ven al paciente como una entidad aislada, sino como una criatura social. La tendencia de las diversas terapias sociales es tratar a los enfermos en grupos, quitar importancia al pasado, trasladando el foco de la atención al momento presente, y —lo que es la mayor novedad— preferir los tratamientos de corta duración y el empleo de personas que han recibido cursos breves de capacitación, dirigidas por un siquiatra.
En la terapia de grupo los enfermos discuten juntos sus emociones y problemas, y el siquiatra desempeña principalmente la función de mediador. La extraordinaria virtud de este método estriba en su capacidad de sacar a la luz los problemas. Todas las personas que integran un grupo se hallan en pie de igualdad; las sesiones mismas son una aproximación de la vida real. El enfermo es a la vez participante y terapeuta (da y a la vez recibe apoyo, seguridad, orientación), y el hecho de ser útil a los demás aumenta su estimación propia. Pero la ventaja individual más importante es que el enfermo llega a darse cuenta de que en realidad sus problemas, que antes juzgaba exclusivos y vergonzosos, afligen también a otras personas. Estos beneficios pueden tener una gran trascendencia.
Otra forma de terapia social es la terapia familiar. Puede consistir en la terapéutica aplicada a un grupo de personas unidas por lazos de parentesco, o en la terapia individual aplicada a un mismo tiempo a todos los miembros de una familia. Los trastornos mentales son contagiosos y rara vez se presentan aislados: es común que un miembro de una familia mejore y luego vuelva a sufrir una recaída. A menudo la terapia familiar es una exploración analítica que converge en una persona y luego en otra, conforme progresa el tratamiento.
La terapia ambiental ayuda al enfermo hospitalizado a recuperar la salud mediante la manipulación del medio ambiente. Por lo general tiene poca importancia que el enfermo alcance a comprender los mecanismos de su inconsciente; el reposo, la reorientación de su conducta, la ayuda moral y los consejos que reciba, son lo más importante. El procedimiento está dirigido al análisis de las relaciones humanas: la familia, el trabajo, el club de bridge. "Se examina todo cuanto rodea y acontece al enfermo", explica el Dr. Roy Menninger, presidente de la Fundación Menninger. En la terapia ambiental que se da en los hospitales Menninger, las actividades del paciente se adaptan a la naturaleza de los problemas que lo aquejan: por ejemplo, puede darse a un presidente de un banco la tarea de restregar las paredes y así permitirle que desahogue su necesidad de expiación.
En el grupo Menninger, donde se ha preparado uno de cada 20 siquiatras de los Estados Unidos, y que tiene uno de los hospitales más prestigiados del mundo, hay 80 médicos y 200 enfermos. Sin embargo, son relativamente pocos los pacientes que reciben asistencia sicoanalítica; sólo una tercera parte, aproximadamente, recibe alguna de las formas de sicoterapia individual; todos reciben terapia ambiental.
En muchos otros hospitales, donde el personal es menos numeroso, las terapias sociales son el único recurso posible. "El tratamiento individual, directo, jamás será suficiente para atender a la gran cantidad de personas que necesitan asistencia siquiátrica", declara el Dr. Roy Menninger. "Nunca tendremos los recursos suficientes".
BREVE Y EFICAZ
A menudo se coordinan las terapias sociales con programas públicos encaminados a preservar la salud de la mente. En el Centro de Sanidad Mental de la Comunidad de San Mateo, en California, por ejemplo, el programa, en general, consiste en alojar a los enfermos en el hospital durante un período medio de siete días, y luego, durante varios meses, en atenderlos en consulta externa. Los enfermos hospitalizados asisten cada semana a 11 sesiones de terapia de grupo. A los familiares se les recomienda visitar a los enfermos.
Un resultado impresionante de la nueva tendencia de la siquiatría es la proliferación de tales programas, semejantes a los de San Mateo y Portland, con los que se reduce mucho el período de hospitalización, o con los que se trata a los enfermos durante lapsos cortos sin necesidad de internarlos. "La angustia que puede sentir el enfermo ante la perspectiva de volver a la vida normal, disminuye al mínimo, pues al salir del hospital no deja de recibir nuestro apoyo", explica el Dr. Richard Levy, jefe de los servicios para enfermos hospitalizados, del Centro de San Mateo. "Y como la colectividad dispone de muchos recursos, podemos hacer hincapié en las cualidades del enfermo. No tenemos que declarar: Es paranoico. Afirmamos: Sí, pero puede desempeñar un empleo. He visto, con asombro, cómo algunas personas muy enfermas logran conseguir buenos empleos, que exigen responsabilidad, y desempeñarlos bien".
A menudo se justifica la terapia en períodos breves aduciéndose que es la única alternativa ante la falta total de tratamiento; pero en varias encuestas recientes se indica muy claramente que, cuando menos, es tan eficaz como los largos períodos de hospitalización, además de que la prefieren los enfermos. Muchos sicoterapeutas están convencidos de que los cambios inducidos en el enfermo siguen operando mucho tiempo después de que ha cesado el tratamiento, y que la terapia por períodos breves puede provocar modificaciones síquicas fundamentales.
La siquiatría es una ciencia muy joven (Sigmund Freud, uno de sus iniciadores, murió en 1939; y Carl Jung, en 1961) que todavía busca su camino a tientas. Sin embargo, en los últimos diez años ha avanzado más en el tratamiento de los enfermos de la mente, que en cualquier otro decenio de su historia.