Publicado en
junio 08, 2014
Aunque últimamente estaba saliendo con una mujer, para no sentirse tan solo, Roberto seguía perdidamente enamorado de Eulogia. Pero esta insistía en que entre ellos solo había ¡cenizas!
Por Elizabeth Subercaseaux.
Llegó un momento en que Roberto no sabía hacia dónde dirigir sus pasos. Estaba perdidamente enamorado de Eulogia, su ex mujer; su ex mujer salía con otro hombre, no quería por ningún motivo volver con él, y ahora, para colmo, se había convertido en detective. ¡Detective! ¿Quién quiere tener una ex mujer detective? Pensaba que su mala suerte era total. Había hecho todo lo imaginable para conquistarla de nuevo, pero Eulogia estaba obstinada. No quería.
—Te quiero como amigo, te respeto porque eres el padre de mis hijos y mal que mal estuvimos casados mucho tiempo, pero, ¿volver a vivir contigo? Lo siento, Roberto, no tengo valor para eso —le había dicho.
Así lo había tratado, como si él fuese un fardo difícil de acarrear.
—¿Y todo lo que hemos logrado juntos, Eulogia, acaso no te importa?
—Sí, ¡claro que me importa! —le dijo ella—, pero también me importan las noches que pasé sola, la lista de mujeres que entraban y salían de tu vida. Lo siento, Roberto, pero no me pidas que haga fuego donde solo hay cenizas. ¡Solo cenizas!
Eso le dijo, como si él fuese un carbón quemado. Y ahora se sentía mal. ¿Qué sería de su vida si, efectivamente, Eulogia persistía en esa absurda idea de continuar separada de él para siempre? Ultimamente había estado saliendo con una mujer, nada serio, nada importante. Su único objetivo era no sentirse tan solo, para no tener que pasar por la vergüenza de ir a ver a Eulogia a su departamento y encontrarse con Jack Griffith haciendo las cosas que él nunca hizo, preparándole una rica cena, limpiando la cocina, barriendo...
Un día lo encontró planchando la ropa de Eulogia, le tenía todo listo, la mesa puesta, y para remate estaba planchando su ropa. ¡Madre santa! ¿Cómo lidiar con un rival así? El, que no sabía freír un huevo, acostumbrado a que siempre hubiera una mujer dispuesta a servirlo...
Mientras Roberto daba vueltas por su oficina pensando qué hacer con sus desgracias, en la Agencia de Detectives Fernández y CIA. Ltda.., Eulogia atendía a la clienta que había entrado aquella mañana, una atractiva mujer de no más de 40 años. Se llamaba Mariluz y estaba realmente preocupada. Hacía cosa de unos seis meses se había enamorado de un hombre separado, y él de ella. Los primeros meses fueron como de película, se llevaban a las mil maravillas, a ella le gustaba atenderlo bien, cocinarle, ayudarlo en lo que fuera posible y él agradecía esa actitud con flores y mucho cariño. Hasta donde iban las cosas, a ella no le cabía ninguna duda de que terminarían casándose.
—Cuando me separé de mi marido me juré a mí misma que nunca más, yo no estaba para repetirme el plato, ¿sabe? Mi primer marido me sacó canas verdes, no había mujer con la cual no se metiera, y era un jugador empedernido, se pasaba metido en un casino donde solía dejar su sueldo y hasta el mío. No, no me arriesgaría de nuevo, por ningún motivo. Lo que me sucediera en el futuro tenía que ser de puertas afuera, ¿me entiende?
—La entiendo perfectamente —le dijo la tía Eulogia. Le caía bien esa mujer. De cierta manera, encontraba su vida un poco parecida a la de ella misma.
—Se estará preguntando qué me ha traído por estos lados. Pues bien, estando todo como sobre ruedas, desde hace un par de semanas a esta parte he notado a mi novio un poco raro. Al principio no era más que una distancia sutil, muy sutil, que atribuí a cansancio en su trabajo, pero luego se acentuó. Estaba cada día más ensimismado, como si un problema sin solución le estuviera comiendo las entrañas. "¿Qué te pasa?", le preguntaba. "Nada, nada, no me pasa nada", respondía con mal genio. "¿No quieres decirme lo que te preocupa?". "Nada me preocupa", contestaba él. Pero yo lo conozco y sé que hay un problema, es más, sé que el problema es de faldas, que está enamorado de otra. Eso es lo que le pasa.
—¿No me dice que entre ustedes todo va sobre ruedas?
—Así es, pero usted sabe como son estas cosas. No existe la mujer que no se dé cuenta de que su hombre está enamorado de otra, ni en las novelas.
—Estoy de acuerdo con usted —suspiró la tía Eulogia recordando su propia experiencia con los enamoramientos de Roberto. Ella se daba cuenta incluso antes que él, lo que no es poco decir—. Completamente de acuerdo con usted.
—¿Ve? Mi instinto de mujer no me engaña. Mi novio anda con otra. Eso es todo lo que pasa.
—¿Y no cree que se lo habría dicho? Mal que mal ustedes dos no están casados, no hace tanto tiempo que están saliendo juntos, no existe un mayor compromiso, ¿por qué habría de engañarla? No tiene sentido.
—¿Está segura de que todo lo que hacen los hombres tiene sentido? —preguntó la clienta encendiendo el décimo cigarrillo.
—En realidad, no, no estoy segura.
—Para que vea el poco sentido que tienen algunas de las cosas que hace mi novio, voy a decirle que, para mañana viernes, por ejemplo, habíamos quedado de salir juntos. La idea era ir al concierto a las siete de la tarde y luego salir a cenar. Me encargué de comprar las entradas y hacer la reservación en el restaurante, ¿y sabe qué me dijo a última hora, ayer? Que no puede, que tiene algo importante que hacer, una reunión de trabajo, como si yo fuera tonta. ¿Qué reunión de trabajo va a tener entre las siete de la tarde y las doce de la noche, de un viernes? Dígame usted.
—La verdad es que suena un poco extraño... y usted está segura de que ese hombre está mintiendo.
—Segurísima. Mire usted, los hombres son como las ventanas, se ve todo para el otro lado. No me cabe duda de que el viernes tiene un compromiso con otra mujer.
—Le creo, seguramente es así, pero, ¿en qué podría ayudarla yo?
—La necesito como detective. Necesito que espíe a mi novio, que lo siga, que este viernes se pare cerca de su oficina, espere a que salga del edificio y, una vez que salga, que lo siga. Quiero saber adónde va. También necesito fotografías de la mujer con la cual va a encontrarse.
—Mañana no puedo, es mi cumpleaños y doy una fiesta.
Por la cara que puso Mariluz, la tía Eulogia pensó que iba a echarse a llorar y como, en esta etapa de su vida, su carrera estaba por encima de todo, podía llegar un poco atrasada a su propia fiesta.
—Está bien. Pero muéstreme alguna foto de su novio para saber a quién tengo que seguir.
—Sabía que iba a pedirme fotos, así que ayer le tomé varias y se las traje. Aquí están —dijo dándole a Eulogia un sobre.
La tía Eulogia lo abrió con sumo cuidado. El conocido rostro sonriente la golpeó como un puñetazo. ¡Roberto! Ahí estaba. Era él. El perejiliento de toda su vida. Roberto era el novio de esa pobre mujer y, claro, el compromiso que tenía al día siguiente era su propio cumpleaños, al cual ella misma lo había invitado. No supo si sentirse halagada o furiosa. Era ella, entonces, la persona de quien el novio de la clienta estaba enamorado. Y como una buena detective tiene que pensar rápido, miró a su clienta a los ojos y le dijo:
—Este hombre no le conviene. Lo único que tiene que hacer es olvidarse de él para siempre.
—¿Está loca? Lo amo mucho. ¿Por qué me dice eso?
—Porque lo conozco como si fuera su madre —dijo la tía Eulogia, pero no se atrevió a aclararle que había estado casada con él.
—No quiero saber nada. Yo lo amo y punto. Usted lo sigue, hace su trabajo y punto. Para eso le pago. Punto.
—Está bien, el cliente siempre tiene la razón, se hará lo que usted ordene —dijo la tía Eulogia, y después se despidieron.
En cuanto la clienta se fue, Eulogia tomó el teléfono.
—¿Aló? ¿Roberto? ¿Eres tú? ¡Ni pienses que vas a ir a mi cumpleaños mañana!
—¿Por qué?
—No se aceptan preguntas. ¡Ya no estás invitado y punto!
Y ahí quedó Roberto... Nunca iba a entender a las mujeres, y a Eulogia, menos que a ninguna.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, AGOSTO 01 DEL 2006