IMPONENTE JOSEPHINE BAKER
Publicado en
junio 22, 2014
Desde su oscuro origen en los barrios negros estadounidenses, se elevó hasta triunfar como "la bella de Europa", figura legendaria del espectáculo.
Por George Kent.
LAS VELADAS en el popular cabaré Bobino de París no suelen ser acontecimientos sociales; abundan allí los cuellos de tortuga y los pantalones de mezclilla. Pero el 24 de marzo de 1975 la situación fue distinta. Entre el público se oía el fru-frú de los vestidos de seda de "alta costura" y refulgían las condecoraciones de la Legión de Honor en las solapas de los trajes de etiqueta. Deslumbraban los fogonazos de las cámaras mientras los periodistas recorrían de un extremo a otro los pasillos.
En eso se alzó el telón, comenzó la función y, de pronto, apareció ella, esbelta, alta de busto, con las acentuadas curvas tan seductoras como siempre. El primer acto terminó al descender la artista una amplia escalinata, como lo había hecho cientos de veces, con un gran tocado de plumas rosadas y el cuerpo (medidas: 85-57-85 centímetros) envuelto en un ceñidísimo vestido del color del flamenco. Bajó paso a paso, sinuosa, sensual, con rítmicos movimientos en semicírculo de las caderas mientras los largos dedos tocaban un piano imaginario. Y París volvió a entregarle el corazón a la chica de quien se había enamorado hacía 50 años. En ese medio siglo llegó a ser toda una institución para los franceses, que, por cierto, pronunciaban su nombre "Joséphine (como el de la emperatriz) Bakér".
Ella se crió sencillamente como Josephine Baker, en el este de San Luis (Misuri). El lugar en que nació 68 años antes fue una cabaña destartalada y llena de goteras, hogar de una lavandera negra y de un tendero judío que nunca se decidieron a formalizar su unión. A los ocho años Josephine dejó la escuela para trabajar como una combinación de ayudante de cocinera y aya. Desempeñó otros empleos igualmente modestos hasta que, al cumplir los 13 (aunque afirmó tener 15), hizo su presentación teatral como Cupido (alas de papel, carcaj con flechas y todo) en una compañía teatral de negros de la localidad. A los 16 años se cortó el pelo, se alisó con vaselina el poco que le quedó y se marchó a Nueva York. Al pagar su pasaje del ferrocarril sólo le quedó lo suficiente para comprarse, una barra de chocolate.
Su busca de empleo comenzó en el despacho de un empresario teatral de Broadway. Al mirarla, aquel hombre gruñó: "Eres demasiado joven, demasiado flaca, eres fea y no tienes buena figura. ¡Largo de aquí!" Pero la muchacha volvió una y otra vez hasta que, por fin, la contrataron para recorrer Estados Unidos en una populachera revista musical negra. Su salario: diez dólares semanales.
De regreso en Nueva York, Josephine consiguió el puesto de corista de la última fila en la primera revista musical negra importante, Shuffle Along. Su sueldo era ya de 20 dólares a la semana. Los críticos empezaron a mencionarla. Era el payaso del reparto; "jugaba a las canicas" con los ojos, hacía palmos de narices, andaba por el escenario contoneándose y tiraba puntapiés al público con sus piernas asombrosamente largas.
Pronto un club nocturno de Times Square llamado The Plantation pagaba 35 dólares semanales a aquella desenvuelta corista que ocasionalmente podía hacer un electrizante número erótico. El público empezó a aficionarse a su acto y a quedarse hasta el siguiente. Entre los presentes la vio una noche Caroline Dudley, quien entonces organizaba una Revue Négre para hacer una gira por Europa. Aquella chica de 19 años le pareció muy prometedora, y la contrató por 250 dólares semanales.
La Revue Négre se presentó en el postinero Theatre des Champs-Elysées de París. Inicialmente, Josephine no sería la estrella, pero el escenógrafo Paul Colin quedó prendado de sus largas extremidades y opulento busto, y convenció a los organizadores de que le hicieran la máxima publicidad. Con los labios pintados de negro y las uñas de plateado, con un manojo de plumas de flamenco por único vestuario, aparecía en el escenario, de cabeza, sostenida por un negro gigantesco. Bricktop, integrante de la compañía, diría después: "Cuando la gente vio ese hermoso cuerpo de bronce (era una mujer gloriosa), se elevó de las butacas un rugido de admiración". El público enloqueció.
Más que un triunfo, fue una revolución: la llegada del jazz a Europa. Una nueva moda, un nuevo furor, un nuevo estilo. De pronto Josephine fue la persona a quien tenía que ver toda la gente refinada de París. Su liso peinado estilo "caviar" se puso en boga en Europa; sus uñas pintadas fueron el modelo; el Charleston (que ella introdujo en aquella histórica noche de octubre de 1925) se tornó el baile de los jóvenes y de los elegantes.
Para los franceses era la "Venus de ébano", la "Perla negra", la "Diosa criolla". Los críticos la pusieron por las nubes. Uno de ellos dijo: "Es Nefertiti, la reina de Saba, Cleopatra... la más radiante de las tentadoras... un ídolo sinuoso que esclaviza y tienta a la humanidad".
En aquel primer año Josephine recibió 40.000 cartas, entre ellas casi 2000 proposiciones de matrimonio, incluso una de un rajá que prometía renunciar a su harén. Una noche encontró a un hombre esperándola en un cabriolé hecho por encargo y todo él forrado de piel de serpiente. También le llegaron otras ofertas. "Recibí un anillo", relató Josephine, "con una piedra preciosa del tamaño de un huevo, unos pendientes que habían sido de una duquesa, unas perlas del tamaño de dientes de cabra, unos brazaletes..."
La época de miseria de San Luis había quedado muy atrás, al parecer para siempre. Los peluqueros competían entre sí transformando sus rizos en masas y volutas rococó. Tenía un vestido para cada día. Una vez vistió uno de metros y más metros de tul con 50 claveles. Aun en sus ratos de ocio le gustaba que la vieran ricamente ataviada, acompañada a menudo de animales vivos. A veces recorría los Campos Elíseos con una serpiente enrollada al cuello y un guepardo sujeto por una traílla.
En 1926 entró en su vida Pepito Abatino, conde y empresario italiano. Fue él quien desarrolló y refinó sus dotes para convertirla en una estrella de primera magnitud. Contrató maestros de canto, y en un club nocturno que fundó para ella (Chez Joséphine) la presentó cantando. Pretty Baby fue su rúbrica. Abatino también le enseñó avestir, a andar, a charlar y, finalmente, a hablar francés. Con el tiempo este "Profesor Higgins" se casó con su Eliza. Dos años después de morir Abatino, a mediados del decenio de 1930 a 1939, la beldad se casó con el industrial Jean Lion. Pero su matrimonio más duradero fue el tercero, con el director de una banda de jazz, Joseph (Jo) Bouillon.
A la edad de 21 años (en 1927), mientras actuaba en el Folies Bergere, se ató una cuerda de plátanos de caucho alrededor de la cintura y, ante unos espejos, saltó, vibró e hizo girar las caderas con tal efecto que el público, dispuesto ya a aplaudir, fue presa de lo que podría llamarse un delirio colectivo. Pero al año siguiente, cuando Josephine, inició una gira por 25 países, descubrió que con la fama había llegado la controversia. "Un peligro para la civilización", la llamó cierto crítico.
En el célebre Casino de París, al presentarse allí en 1930, encontró en su director, Henri Varna, otro genio de la revista musical. Fue él quien le enseñó a inclinarse graciosamente, "como una gran dama ante la chusma", y a bajar por una escalinata, hasta que su estilo de descender tuvo una inimitable y sonriente majestad. En los años posteriores fue la estrella de varias películas y de una opereta de Offenbach: La créole.
En 1939, varios meses antes de que los alemanes invadieran Francia, Josephine abandonó el tablado y se dedicó a trabajar para la Cruz Roja. Ayudó a organizar la recepción de los emigrados de Bélgica y su envío a distintos refugios del país. En un viaje por el sudoeste de Francia descubrió Les Milandes, castillo del siglo XV con una gran heredad cerca de Castelnaud, en la cuenca del Dordoña. Siguiendo un impulso, lo alquiló y se trasladó allí con un grupo de refugiados.
En agosto de 1940, para gran sorpresa de Josephine, el Servicio Secreto francés le pidió que volviera a las tablas. Una estrella famosa en gira daría un pretexto ideal a un agente de espionaje que viajara con su personal. Los peligros eran patentes, pero la actriz declaró: "Francia me ha dado su corazón; lo menos que puedo darle, a cambio, es mi vida".* Durante dos años el agente (capitán Jacques Abtey) fue "de gira" con Josephine por España, Portugal y la misma Francia. (Después Josephine viajó por África del Norte dando hasta cinco funciones diarias para los soldados norteamericanos, ingleses y franceces. Por su valor recibiría posteriormente la Legión de Honor, la Cruz de Guerra con Palma, la Roseta de la Resistencia y la Medalla de la Francia Libre.
A los 42 años Josephine había visto el mundo; hablaba francés, español, portugués y alemán. Era una heroína del teatro propiamente dicho, así como de varios teatros de la guerra. Había emprendido su incansable cruzada contra la discriminación racial, desafiando la legislación racista de los Estados norteamericanos del Sur. Y había adquirido Les Milandes. Sin embargo, Josephine Baker, quien parecía tenerlo todo, empezó a suspirar por la maternidad... Todo un problema, ya que nunca había podido tener hijos.
En 1954 visitó el Hogar Elizabeth Sanders, orfanato cercano a Tokio, y vio a Akio, niño de brazos que habían abandonado una semana antes. Para Josephine fue amor a primera vista. Tramitó su adopción y antes de salir del Japón ya había adoptado un segundo niño.
Pronto tuvo cinco hijos adoptivos más, entre ellos un venezolano y un finlandés; no se dio por satisfecha hasta tener 12, incluso un colombiano, un negro de la Costa de Marfil, dos bereberes argelinos, un israelí y tres francesitos.
"Mi tribu del iris", los llamaba ella, "mis pequeñas naciones unidas". Cada uno seguiría hablando el idioma de su patria nativa con maestros especiales, y se alentaría a cada cual a practicar la religión de sus mayores. "No son adoptados... Yo los he concebido en mi corazón", no se cansaba de repetir. En abril de 1956 dio la que sinceramente creía que sería su función de despedida en el Olympia de París. Había decidido pasar el resto de sus días educando a sus hijos en el saludable medio rural de Les Milandes. Para compensar la pérdida del brillo de París, mandó construir una especie de "Bakerlandia" con un museo Jo-Rama, parque zoológico, campo de golf, hotel, restaurante y hasta un teatro donde ella cantaba y bailaba para sus huéspedes. Pero si como artista y filántropa Josephine era brillante, como empresaria resultó un fracaso. Los millones que había ganado se esfumaron en un santiamén, y se presentaron a cobrar los acreedores. Para pagar sus enormes deudas tuvo que volver a la escena y dedicarle todo su tiempo. La princesa Grace de Mónaco ayudó a instalar a Josephine y a su familia en una casa de la Riviera francesa, donde volvía entre temporadas.
Sus actuaciones la llevaban a todo el mundo; pero los niños seguían siendo su obsesión y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para ayudarlos. En compañía de Danny Kaye como embajadora de la UNICEF en octubre de 1973, cantó en el Teatro Nacional de Estambul, en una función de gala que produjo 50.000 dólares. Actuó en Ginebra a beneficio de los huérfanos de Nicaragua. Los italianos le rindieron un homenaje en Milán al concederle el premio del Día de la Madre; en Pisa le impusieron una medalla de oro por sus esfuerzos en el campo de la adopción, y en Verona le otorgaron el premio Zucchi del Amor Universal.
El triunfo de su presentación en el Bobino en marzo de 1975 pareció facilitar su labor. Se agotaron las localidades con varias semanas de anticipación. Para las celebridades que no habían podido asistir al estreno, Josephine ofreció una segunda función de gala el 8 de abril, y recibió ovaciones aun más tempestuosas. La artista quedó doblemente encantada. J'ai deux amours, como dice su chispeante rúbrica musical: "Tengo dos amores: mi terruño y París".
"Juventud", solía decir, "es poder soñar y hacer planes para el futuro". En la noche siguiente a la función estaba organizando su programa de actuaciones para 1975: seis meses en París, uno en Nueva York y otro en Londres. Pero ya no habría otra función. Entre las 2 de la madrugada, cuando se acostó, y las 2 de la tarde en que su sobrina llegó a despertarla, Josephine sufrió una hemorragia cerebral. Dos días después falleció en un hospital.
El cortejo fúnebre se detuvo unos minutos frente al Bobino, mientras cientos de hombres y mujeres guardaban silencio. La ceremonia, a la que asistieron la princesa Grace de Mónaco, representantes del gobierno, del Ejército y de la Resistencia, varios académicos y sus amigos del mundo de la farándula, se celebró al mediodía en la espaciosa iglesia de La Madeleine. Afuera, 12.000 personas se reunieron a tributarle su último homenaje. Llegaron enormes coronas de flores y también minúsculos ramilletes, flores humildes pagadas por bolsillos también humildes, pero perfumadas con ferviente amor. El órgano salmodió el adiós musical. A la muchedumbre congregada frente al templo le pareció un eco de los gritos tumultuosos de: Vive la Bakér!
*Josephine se había nacionalizado francesa desde el año 1937