Publicado en
mayo 25, 2014
Eulogia quería saber por qué una empresa que se dedicaba a formar parejas exigía que las mujeres tuvieran más dinero que los hombres. ¿Por qué esa discriminación? Y fue a hablar con el gerente...
Por Elizbeth Subercaseaux.
Una de las cosas con las cuales más disfrutaba la tía Eulogia durante los años que llevaba en los Estados Unidos era un matinal de la televisión. Lo primero que hacía en cuanto abría un ojo, a las siete de la mañana, era encender el televisor.
Un día, presentaron un reportaje de una empresa que se dedicaba a organizár citas a ciegas. La empresa se especializaba en ayudar a mujeres mayores de 40 años que quisieran formar pareja con hombres menores. Pero no era cosa de llegar y contratar sus servicios. Había que cumplir con ciertos requisitos, entre ellos que las mujeres debían tener un mínimo de tres millones de dólares en su cuenta bancaria y los hombres un mínimo de 500 mil.
—¿Has visto una discriminación más atroz? —saltó la tía Eulogia despertando a Roberto—. ¿Me quieres explicar por qué las mujeres necesitan tres millones de dólares, mientras que los hombres solo deben tener 500 mil?
—¡Qué sé yo! Pregúntaselo al director de la empresa —refunfuñó Roberto mientras se daba vuelta en la cama hacia la pared. No pensó, ni por asomo, que eso sería, precisamente, lo que haría la tía Eulogia.
Esa mañana, después de ducharse y tomar su desayuno, se comunicó con el canal de televisión. Averiguó el nombre y el teléfono de la empresa, y los llamó muy temprano.
Una secretaria con voz melodiosa atendió.
—Mujeres mayores match punto com, me llamo Peggy, ¿en qué puedo servirla?
—Necesito hablar con el gerente de la compañía —dijo la tía Eulogia poniendo la voz más seria y circunspecta que pudo.
—¿El señor Trumpet? —preguntó Peggy.
—Sí, el señor Trumpet. ¿Está?
—¿Piensa usted requerir de nuestros servicios, señora?
—Así es —le respondió Eulogia.
—¿Cuántos años tiene usted? —le preguntó.
—Yo prefiero hablar con el señor Trumpet, si no le importa —dijo la tía Eulogia, seria.
Minutos después, una voz de hombre casi tan melodiosa como la de Peggy dijo:
—Bob Trumpet, ¿en qué puedo ayudarla?
—Me gustaría contratar sus servicios para que me ayuden a encontrar pareja —dijo Eulogia— pero me gustaría hacerlo de manera personal. ¿Puede ser?...
—Con todo gusto, señora. ¿Cuál es su nombre, por favor?
—Eulogia.
—¿Y qué edad tiene usted, mi querida señora Eulogia?
—¿Cuándo puede recibirme? —preguntó Eulogia sin responder la pregunta.
—Hoy mismo, si así lo desea —dijo, amablemente Trumpet—. ¿Le parece bien a las cuatro de la tarde?
A las cuatro, Eulogia entraba en una sala de espera de color rosado, donde Peggy, mascando chicle con un par de audífonos en las orejas, trabajaba en su computadora. Había varias sillas, una de ellas ocupada por una señora de edad. Esta era bastante entradita en kilos, con la nariz bien empolvada y las manos llenas de sortijas. En otra, había un joven con la camisa abierta, un medallón en el pecho y una inconfundible pinta de dandy.
—El señor Trumpet la recibirá en unos momentos —dijo Peggy mientras alzaba la vista—. Ahora mismo le aviso que acaba de llegar —y se levantó del asiento desapareciendo por una puerta.
La tía Eulogia tomó asiento junto a la señora mayor.
—¿Y qué la trae a usted a mujeres mayores match punto com, querida? —preguntó la señora.
—No estoy muy segura, todavía. Me imagino que quiero a un hombre de 20 años para entretenerme un rato —le dijo la tía Eulogia.
—Pues yo me conformo con uno de 60 —dijo la señora, con marcada seguridad.
La tía Eulogia la miró de la cabeza a los pies y no le pareció tan vieja.
—¿Pero qué edad tiene usted?
—Setenta y cinco años, seis operaciones en la cara, dos en el pecho, una en el estómago, un poquito de Botox por aquí y por allá, tres maridos muertos y mucho dinero —rió la señora mirando de reojo al dandy, cuyo rostro se había iluminado con una amplia y complaciente sonrisa.
En ese momento, apareció Peggy e hizo pasar a Eulogia a la oficina de Trumpet. Un cuarentón regordete, de voz suave, con el cabello dividido al medio y las manos femeninas, se puso de pie y la saludó haciendo una graciosa venia del tiempo de los luises.
—¿En qué puedo servirla, mi querida señora
—Quiero encontrar pareja —dijo Eulogia escueta y yendo directamente al grano.
—Permítame tomar sus datos —dijo Trumpet al mismo tiempo que sacaba una hoja de papel de un cajón—. ¿Su edad?
—Tengo 42 años.
—¿Y de cuántos años le gustaría el tortolito?
Eulogia lanzó una mirada de profunda desconfianza (¿el tortolito?) y, sin vacilaciones, dijo:
—De 30.
—Mmmm —se sobó la cara Trumpet—. Treinta. Quiere decir que necesita tres millones de dólares en su cuenta bancaria.
—¿Tres millones? ¿Y el tortolito?
—Ahora mismo se lo digo. A ver, a ver, 42 menos 10, lo divido por 10, lo divido por... —y seguía haciendo cuentas—. El necesita tener 500 mil dólares.
—¿Ah, sí? ¿Y se puede saber el por qué de la diferencia?
—Es muy simple, mi querida señora, usted tiene 42 años y está al borde del acabose, del no da más, hasta aquí llegamos. El tiene 30, está a punto de comenzar la partida, y tiene toda la vida por delante. El recorrido entre un punto y el otro vale dos millones y medio de dólares.
—¿Y si fuera al revés? ¿Si yo tuviera 30 y él 42?
—Es que nosotros no trabajamos con la normalidad.
—¿No le parece atrozmente machista su postura?
—Machista sería encarcelar a las viejas, señora, por pretenciosas, tildarlas, por ejemplo, de abusadoras de menores. Sin embargo, lo que nosotros hacemos es ofrecerles una oportunidad. Un viaje hacia los placeres de la radiante juventud.
—¡Encarcelar a las viejas! ¡Abusadoras de menores! —la tía Eulogia se puso frenética—. Pero, ¿qué clase de estafador es usted?
Alzó su bolso y le pegó un carterazo. Trumpet cayó de la silla, y se golpeó la cabeza. Ante el estruendo, la secretaria entró corriendo. Al ver la escena, Peggy pulsó el "botón de pánico" que estaba debajo de la mesa de Trumpet. Cinco minutos más tarde, llegó la policía.
Esa noche, Roberto se presentó en la comisaría para pagar la fianza. Solo así pudo sacar a la tía Eulogia de la celda donde había pasado las últimas seis horas.
—¿Se puede saber por qué te metiste en este lío?
—Por vieja —dijo la tía Eulogia.
—Pero si tú no eres vieja.
—¿Ah, no? Para Trumpet soy una vieja que debe tener tres millones de dólares si quiere aspirar a uno de 30 años.
—¿Trumpet? ¿Uno de 30? ¿Quién es Trumpet? No, no, mejor no me digas nada. Prefiero no saberlo.
—Trumpet es el perejiliento que se aturdió con mi bolso.
Roberto estuvo a punto de decirle "que tú aturdiste con tu bolso", pero se quedó callado. Llevaba suficientes años junto a ella como para saber que su silencio valía oro.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 22 DEL 2007