LA INMERSIÓN DE PLANCK (Greg Egan)
Publicado en
mayo 11, 2014
GISELA CONTEMPLABA LAS VENTAJAS DE SER aplastada —casi seguro hasta morir, aunque tan despacio como fuera posible— cuando el mensajero apareció en su entorno residencia. Se percató de su llegada pero le ordenó que esperase. El mensajero era brillante y dorado y llevaba puestas unas sandalias aladas. Impaciente, tendía una mano hacia Gisela, que lo había dejado paralizado a media zancada, a veinte deltas de distancia.
En ese momento el entorno era una extensión de dunas amarillas bajo un cielo azul claro, ni demasiado agreste, ni demasiado molesto. Gisela, recostada sobre la fría arena, estaba concentrada en un triángulo gigante y desaliñado que flotaba inclinado sobre las dunas; cada uno de sus lados parecía una gavilla de paja poco apretada. El triángulo era un conjunto de diagramas de Feynman que mostraba sólo algunas de las muchas maneras en que una partícula podía moverse entre tres eventos en el espacio-tiempo. Una partícula cuántica no se podía localizar en ningún recorrido específico, pero se podía tratar como la suma de las componentes localizadas. Cada una de ellas seguía una trayectoria diferente y formaba parte de un conjunto distinto de interacciones a lo largo del recorrido.
En el espacio-tiempo «vacío», las interacciones con las partículas virtuales hacían que la fase de cada componente rotase de forma constante, como la manecilla de un reloj. Pero el tiempo medido con cualquier tipo de reloj que se desplazara entre dos eventos en el espacio— tiempo plano era mayor cuando el recorrido que se tomaba era una línea recta (cualquier desviación provocaba la dilatación del tiempo, lo que acortaba el desplazamiento). De modo que un gráfico del corrimiento de fase frente al tamaño de la desviación también alcanzaba su punto máximo en el caso de una línea recta. Puesto que este máximo era suave y plano, un grupo de recorridos prácticamente rectos que se agrupaba a su alrededor tenía corrimientos de fase similares. Este grupo de recorridos permitía que las componentes llegaran todas en fase, reforzándose mutuamente, mucho más que cualquier otro grupo equivalente en las pendientes. Tres líneas rectas que relucían en rojo por el centro de cada «gavilla de paja» ilustraban el resultado: las trayectorias clásicas, las trayectorias más probables, eran las líneas rectas.
En presencia de materia, todos estos procesos se distorsionaban ligeramente. Gisela añadió un par de nanogramos de plomo al modelo: unos cuantos billones de átomos cuyas líneas de universo se desplazaban verticalmente por el centro del triángulo, haciendo brotar su propio manojo de partículas virtuales. Los átomos eran neutros en carga y color, pero sus electrones y sus quarks individuales todavía dispersaban fotones y gluones virtuales. Cualquier tipo de materia interfería con alguna parte del enjambre virtual y la perturbación inicial se extendía por el espacio-tiempo dispersando a su vez partículas virtuales (eliminando rápidamente cualquier posible diferencia entre una tonelada de roca o una tonelada de neutrinos). Esta perturbación se iba debilitando conforme aumentaba la distancia según una ley aproximada de cuadrado inverso. La lluvia de partículas virtuales variaba de un lugar a otro (junto con los corrimientos de fase creados por esas partículas), con lo que los recorridos con una probabilidad más alta dejaban de obedecer la geometría del espacio-tiempo plano. El luminoso triángulo rojo con las trayectorias más probables era ahora visiblemente curvado.
La idea principal fue planteada por Sájarov: la gravedad no era más que el residuo de la cancelación imperfecta de otras fuerzas; si se comprime lo suficiente el vacío cuántico, las ecuaciones de Einstein se vienen abajo. Pero desde Einstein todas las teorías de la gravedad eran también teorías del tiempo. La relatividad exigía que la fase de rotación de una partícula en caída libre coincidiera con cualquier reloj que viaja por el mismo recorrido. Una vez que la dilatación temporal gravitatoria se correlaciona con cambios en la densidad de partículas virtuales, cada medida temporal —desde la vida media del decaimiento de un radioisótopo (estimulado por las fluctuaciones de vacío) hasta los modos vibracionales de una lámina de cuarzo (en el fondo debidos a los mismos efectos de fase responsables de la creación de los recorridos clásicos) — podría reinterpretarse a partir de interacciones con partículas virtuales.
Un siglo después de Sájarov, partiendo del trabajo de Penrose, Smolin y Rovelli, esta línea de razonamiento llevó a Kumar a concebir un modelo del espacio-tiempo como la suma cuántica de todas las redes posibles de líneas de universo correspondientes a partículas, con el «tiempo» clásico emergiendo a partir del número de intersecciones a lo largo de un filamento dado de la red. Este modelo fue un éxito sin precedentes que sobrevivió al escrutinio teórico y experimental durante siglos. Pero nunca había sido validado a escalas de longitud más pequeñas, solo accesibles con energías absurdamente altas, y no intentaba explicar la estructura básica de las redes ni las reglas que las gobernaban Gisela quena saber de dónde venían esos detalles. Quería entender el universo en su nivel más profundo, tocar la belleza y la sencillez que subyacían a todas las cosas.
Por eso iba a participar en la Inmersión de Planck.
El mensajero volvió a captar su atención. Irradiaba etiquetas que indicaban que venía en nombre del alcalde de Cartan: software inconsciente que se encargaba del mantenimiento de las buenas relaciones con otras polis, cumpliendo con el protocolo y suavizando los pequeños conflictos en los casos en que no existían conexiones reales entre ciudadanos. Cartan había orbitado alrededor de Chandrasekhar, a noventa y siete años luz de la Tierra, durante casi tres siglos (y en la actualidad se encontraba aún más lejos del resto de las polis exploradoras), así que Gisela no era capaz de imaginarse qué tareas diplomáticas tan urgentes podían ocupar al alcalde, y mucho menos por qué tenía que hablar con ella.
Le envió una etiqueta de activación al mensajero. Éste, respetando la continuidad estética del entorno, salió corriendo por las dunas y se detuvo delante de ella levantando una ligera nube de polvo.
—Estamos en proceso de recepción de dos visitantes de la Tierra.
Gisela se quedó atónita.
— ¿De la Tierra? ¿De qué polis?
—Atenea. El primero acaba de llegar; el segundo seguirá en tránsito noventa minutos más.
Gisela nunca había oído hablar de Atenea, pero noventa minutos por persona le pareció que no auguraba nada bueno. Todo lo significativo de un ciudadano individual se podía comprimir en menos de un exabyte y enviar como una ráfaga de rayos gamma de unos cuantos milisegundos. Si querías simular un cuerpo de carne entero —célula a célula, redundantes vísceras incluidas—, era una excentricidad bastante inofensiva, pero arrastrar los detalles microscópicos de tu propio intestino delgado noventa y siete años luz era pura afectación.
— ¿Qué sabes sobre Atenea? Resumiendo.
—Fue fundada en 2312, mediante una carta en la que se establecía el propósito de «recuperar las virtudes perdidas de los carnosos». En los foros públicos sus ciudadanos han mostrado poco interés en la realidad ajena a su propia polis, aparte de la historia y del arte carnosos, pero participan en algunas actividades culturales contemporáneas entre polis.
— ¿Entonces por qué han venido aquí estos dos? —Gisela sonrió—. Si son refugiados del aburrimiento, ¿no crees que podían haber pedido asilo un poco más cerca de casa?
El alcalde la entendió de forma literal.
—No han adoptado la ciudadanía cartana; han entrado en la polis sólo con privilegios de visitante. En el preámbulo a su transmisión declararon que su objetivo al venir aquí era presenciar la Inmersión de Planck.
—Presenciar, ¿no participar?
—Eso dijeron.
Desde casa podían presenciar lo mismo que cualquiera que estuviera en Cartan y no participara. El equipo de la Inmersión había estado retransmitiéndolo todo: estudios, esquemas, simulaciones, discusiones técnicas, debates metafísicos. Todo se hizo público desde el primer momento, cuando la idea surgió a raíz de unas cuantas bromas y experimentos mentales sin importancia, unos años después de empezar a orbitar alrededor del agujero negro. Pero al menos ahora Gisela sabía por qué el alcalde la había elegido a ella; se había presentado voluntaria para responder a cualquier consulta sobre la Inmersión que no pudiera responderse de forma automática con los recursos disponibles al público. Hasta ahora nadie parecía haber echado en falta ni un solo detalle importante en los informes.
—El primero, ¿sigue suspendido?
—No. Se despertó nada más llegar.
Eso era todavía más raro que el exceso de equipaje. Si viajabas con alguien, ¿por qué no retrasar la activación hasta que tu compañero te alcanzara? O mejor aún, ¿empaquetarse como bits intercalados?
— ¿Pero sigue en la sala de llegadas?
—Sí.
Gisela dudó.
— ¿No debería esperar a que acabara de llegar el otro? Así podría darles la bienvenida juntos.
—No.
El alcalde parecía seguro sobre este punto. Gisela deseó que el protocolo entre las polis permitiera que el software inconsciente hiciera las veces de anfitrión; se sentía muy mal preparada para el papel. Pero si empezaba a preguntarle a la gente, a buscar consejo y a estudiar en profundidad la cultura de Atenea, para cuando estuviera lista lo más probable es que los visitantes ya hubieran visto Cartan y se hubiesen vuelto a casa.
Se armó de valor y saltó.
La última persona que había rediseñado a su antojo la sala de llegadas la había convertido en un muelle de madera rodeado por un océano gris azotado por el viento. El primero de los dos visitantes seguía esperando pacientemente al borde del muelle, lo que no estaba mal; el muelle no se acababa nunca en la otra dirección y andar unos cuantos kilodeltas para nada podría haber sido un poco desalentador. Un marcador de posición estático representaba a su compañero de viaje, aún en tránsito. La anatomía de ambos iconos era sumamente realista, iban vestidos y se distinguía con claridad que uno era masculino y el otro femenino. El que no estaba paralizado, el femenino, tenía un aspecto mucho más joven. El icono de Gisela era más estilizado y su superficie, ya fuera «piel» o «ropa» —ambas podían tener sentido del tacto si así lo deseaba—, lucía una textura de líneas de reflexión difusa que estaba lejos de ajustarse a las propiedades ópticas de cualquier sustancia real.
—Bienvenida a Cartan. Soy Gisela.
Le tendió la mano y el visitante se acercó y se la estrechó; aunque era probable que ambas acciones, la que percibió y la que realizó, no tuvieran nada que ver y fueran retraducidas mediante una interlingua gestual.
—Yo soy Cordelia. Éste es mi padre, Próspero. Hemos venido desde la Tierra.
Parecía un poco aturdida, una reacción que a Gisela le pareció totalmente razonable. En Atenea, daba igual lo compleja que fuera la acción metafórica que emplearan para indicarle al software de comunicaciones que los interrumpiera, que incluyera las cabeceras explicativas y las sumas de verificación oportunas, y que luego convirtiera todo el paquete bit a bit en un haz de rayos gamma modulados, nada podía prepararlos para el hecho de que en un instante subjetivo avanzarían noventa y siete años en el tiempo y se alejarían noventa y siete años luz de casa.
— ¿Has venido a ver la Inmersión de Planck?
Gisela decidió no dejar traslucir nada que pudiera revelar su asombro; no había ninguna necesidad de ser cruel diciéndole que podían haberlo visto todo desde Atenea. Por mucho que uno prefiriera los datos en tiempo real a las transmisiones a la velocidad de la luz, difícilmente merecería la pena desfasarse ciento noventa y cuatro años de tus conciudadanos.
Cordelia asintió con timidez y miró a la estatua que tenía detrás.
—En realidad, mi padre...
¿Qué quería decir? ¿Que era idea de él? Gisela esbozó una sonrisa alentadora, esperando una aclaración, pero no la hubo. Se había estado preguntando por qué un Próspero le habría puesto a su hija Cordelia, pero ahora se le ocurrió que —puestos a sucumbir a la moda de los nombres shakespearianos— lo más sensato era no poner a nadie de la misma obra en una familia.
— ¿Te gustaría dar una vuelta mientras le esperas?
Cordelia se puso a mirarse los pies, como si la pregunta fuera profundamente embarazosa.
—Como quieras —dijo Gisela con una sonrisa—. Desconozco el procedimiento correcto en el caso de un familiar a medio descargar. —Y era poco probable que Cordelia lo supiera. Era evidente que los ciudadanos de Atenea no estaban acostumbrados a recorrer distancias interestelares y el ancho de banda de las conexiones en la Tierra era tan grande que nunca se lo habrían planteado—. Pero si fuera yo la que estuviera en tránsito, no me importaría lo más mínimo.
Cordelia dudó.
— ¿Podría ver el agujero negro, por favor?
—Claro.
Chandrasekhar no contaba con un disco de acreción resplandeciente (tenía seis mil millones de años y hacía tiempo que había consumido todo el gas y el polvo de la región), pero podía apreciarse con claridad la impronta de su presencia en la luz ordinaria de las estrellas que lo rodeaban.
—Daremos un paseo corto y estaremos de vuelta mucho antes de que tu padre se despierte.
Gisela examinó el barbado icono; con la mirada fija en el horizonte y los brazos en jarras, parecía que iba a ponerse a cantar en cualquier momento.
—Suponiendo que no esté ya ejecutándose con datos parciales. Juraría que le he visto mover los ojos.
Cordelia sonrió tímidamente, luego levantó la mirada y dijo en tono solemne:
—No nos empaquetaron así.
Gisela le envío una etiqueta de dirección.
—Entonces no le va a importar. Sígueme.
Se encontraban sobre una plataforma circular en un espacio vacío. Gisela había declinado la dirección del entorno para dotar a la plataforma de «gravedad artificial» —una g constante al margen de su movimiento— y de una cúpula transparente llena de aire a temperatura y presión estándar. Era de suponer que todos los ciudadanos de Atenea estaban configurados para ignorar los parámetros de un entorno que les pudieran resultar molestos, pero aun así le pareció una buena idea pecar de precavida. En sí misma la plataforma era una componenda; tenía cinco deltas de ancho y en cierta medida protegía del vértigo, pero era lo suficientemente pequeña para que sus ocupantes pudieran ver unos cuarenta grados por debajo de la «horizontal».
Gisela se lo señaló.
—Ahí está: Chandrasekhar. Doce masas solares. A diecisiete mil kilómetros de distancia. Puedes tardar un poco en verlo; es bastante parecido a la luna nueva de la Tierra.
Había elegido las coordenadas y la velocidad con esmero. Mientras hablaba, una estrella brillante se dividió en dos y destelló hasta formar un pequeño anillo perfecto al pasar directamente por detrás del agujero.
—Salvo por los efectos de lente gravitacional, claro.
Cordelia sonrió visiblemente encantada.
— ¿La vista es real?
—En parte. Se basa en todas las imágenes que hemos recibido hasta la fecha desde un enjambre de sondas; pero todavía quedan puntos de vista que no se han cubierto y tienen que interpolarse. Eso incluye el hecho de que casi seguro que nos movemos a una velocidad distinta de la de cualquier sonda que pasara por la misma ubicación, así que las cosas no se ven igual, los corrimientos Doppler y las aberraciones son distintos.
La explicación no pareció decepcionar a Cordelia.
— ¿Podemos acercarnos más?
—Tanto como quieras.
Gisela envío etiquetas de control a la plataforma y se acercaron girando en espiral. Por un momento pareció como si ya no quedara mucho más por ver; el monótono disco negro que tenían delante se fue haciendo más grande, pero estaba claro que no iba a revelarles más detalles. Sin embargo, a su alrededor empezó a formarse gradualmente un halo repleto de imágenes distorsionadas, y no hacía falta el destello de un anillo de Einstein para ver que la luz se comportaba de un modo extraño.
— ¿A qué distancia estamos ahora?
—A unas treinta y cuatro M. —Cordelia pareció dudar. Gisela añadió—: Seiscientos kilómetros, pero si conviertes la masa en distancia de forma natural, son treinta y cuatro veces la masa de Chandrasekhar. Es una convención práctica; si un agujero no tiene carga ni momento angular, su masa define la escala de toda la geometría: el horizonte de sucesos siempre está a dos M, la luz forma órbitas circulares a tres M, y así sucesivamente.
Hizo aparecer un mapa del espacio-tiempo de la región que circundaba el agujero y le dio instrucciones al entorno para que grabara en él la línea de universo de la plataforma.
—Las distancias dependen del recorrido elegido, pero si consideras el agujero negro como un objeto rodeado por capas esféricas en las que la fuerza gravitatoria es constante, algo tangible que podrías medir en cada punto, puedes caracterizar cada una de ellas por un radio de curvatura sin preocuparte por los detalles acerca de cómo podrías recorrer todo el camino hasta su centro. Tras eliminar una dimensión espacial para poder introducir el tiempo, las capas esféricas se transforman en círculos y sus historias en el mapa aparecerían como cilindros concéntricos y traslúcidos.
Conforme el disco crecía, la distorsión a su alrededor se extendía cada vez más rápido. A diez M, Chandrasekhar tenía menos de sesenta grados de anchura, pero incluso en estas condiciones se podía apreciar a simple vista cómo las constelaciones situadas en la otra mitad del cielo se agrupaban, ya que los rayos de luz incidentes se veían forzados a adoptar recorridos radiales. El corrimiento al azul gravitacional, uniforme en todo el cielo, era ya suficientemente intenso como para dotar a las estrellas de un pestañeo salvaje y de un tono no tanto frío como azul ardiente. En el mapa, los conos de luz se localizaban a lo largo de sus líneas de universo respectivas —estructuras similares a un reloj de arena cónico y estilizado, formadas por todos los rayos de luz que atraviesan un punto dado en un momento dado— donde comenzaban a inclinarse en dirección al agujero negro. Los conos de luz marcaban el límite de los movimientos físicamente posibles: atravesar tu propio cono de luz implicaría superar la velocidad de la luz.
Gisela creó unos prismáticos y se los ofreció a Cordelia.
—Intenta mirar el halo.
Cordelia así lo hizo.
— ¡Ah! ¿De dónde han salido todas esas estrellas?
—El efecto de lente te permite ver las estrellas que están detrás del agujero, pero no se queda ahí. La luz que roza la capa situada a tres M órbita en parte alrededor del agujero antes de salir desviada en una nueva dirección; y no hay límite en la magnitud de la desviación si roza la capa lo suficientemente cerca.
Sobre el mapa, Gisela esbozó media docena de rayos de luz acercándose al agujero desde distintos ángulos; cada rayo avanzaba enrollándose en espiral en torno al cilindro de tres M a una distancia ligeramente distinta, y luego todos se dirigieron prácticamente en la misma dirección.
—Si observas la luz que escapa de esas órbitas, lo que ves es una imagen de todo el cielo comprimido en un anillo estrecho. Y en el borde interior del anillo hay otro pequeño anillo, y así sucesivamente; cada uno correspondiente a la luz que ha orbitado el agujero negro una vez más.
Cordelia se quedó pensando un momento.
—Pero no puede seguir así siempre, ¿verdad? ¿No acabaría la difracción distorsionando el patrón más tarde o más temprano?
Gisela asintió, ocultando su sorpresa.
—Sí. Pero aquí no te lo puedo enseñar. ¡Este entorno no puede precisar tanto!
Se detuvieron en la misma capa de tres M. Aquí el cielo se dividía perfectamente en dos mitades: un hemisferio totalmente oscuro, el otro atestado de relucientes estrellas azules. A lo largo del borde, el halo se arqueaba sobre la cúpula como una Vía Láctea de geometría imposible. Al poco de la llegada de Cartan, Gisela creó un homenaje a Escher basado en esta vista, teselando el cielo con constelaciones entrelazadas que se repetían una y otra vez en los bordes y se iban haciendo cada vez más pequeñas. Con los prismáticos a 1.000 X podían ver una especie de silueta de la propia plataforma «en la distancia»: una banda de oscuridad que bloqueaba una mínima parte del halo en todas direcciones.
Luego continuaron hacia el horizonte de sucesos, ignorando tanto las fuerzas de marea como el empuje que habrían hecho falta para avanzar tan despacio en la realidad.
Ahora las estrellas tenían su máximo de brillo en el ultravioleta, pero Gisela había dispuesto la cúpula para que filtrara todo menos la luz del espectro visible carnoso, no fuera a ser que la piel simulada de Cordelia se tomara literalmente las descripciones de la radiación. Mientras la antigua esfera celeste al completo se encogía en un pequeño disco, Chandrasekhar pareció envolverlas; la ilusión óptica era espeluznante. Si hubiesen lanzado un haz de luz que se alejara del agujero, pero no lo hubieran apuntado correctamente a esa minúscula ventana azul, se habría desviado a lo largo del mismo recorrido que una roca y habría vuelto a caer al agujero. Ningún objeto material podía hacerlo mejor; las rutas de escape posibles se reducían cada vez más. La sensación de claustrofobia hizo que Gisela se estremeciera; pronto lo estaría haciendo de verdad.
Volvieron a detenerse y se quedaron flotando de forma inverosímil justo encima del horizonte. La única iluminación les llegaba por la espalda desde un punto de ondas de radio muy desplazadas al azul. Sobre el mapa, su cono de luz futuro llevaba casi enteramente al agujero; del cilindro de dos M sólo sobresalía una pequeñísima lámina.
— ¿Cruzamos? —dijo Gisela.
El rostro de Cordelia adquirió un tono violeta.
— ¿Cómo?
—Pura simulación. Tan real como sea posible... pero no tanto. No nos quedaremos atrapadas, lo prometo.
Cordelia extendió los brazos, cerró los ojos e hizo como si se dejara caer de espaldas al agujero. Gisela dio instrucciones a la plataforma para que cruzara el horizonte.
La mota de cielo desapareció con un parpadeo y luego comenzó a expandirse de nuevo a toda velocidad. Gisela estaba ralentizando el tiempo un millón de veces; en la realidad habrían llegado a la singularidad en una fracción de milisegundo.
— ¿Podemos detenernos aquí? —dijo Cordelia.
— ¿Quieres decir detener el tiempo?
—No, sólo flotar.
—Es lo que estamos haciendo. No nos movemos.
Gisela suspendió la evolución del entorno.
—Acabo de detener el tiempo. Creo que era eso lo que querías.
Cordelia pareció que iba rebatirlo, pero luego señaló el ahora inmóvil círculo de estrellas.
—Fuera, el corrimiento hacia el azul era uniforme en todo el cielo... pero ahora las estrellas del borde son mucho más azules. No lo entiendo.
—En cierto modo no ha cambiado nada —dijo Gisela—. Si nos hubiésemos dejado caer en caída libre hacia el agujero, nos habríamos desplazado tan rápido que veríamos un rango completo de corrimientos Doppler superpuestos al corrimiento al azul gravitatorio mucho antes de cruzar el horizonte. ¿Conoces el efecto de la deriva estelar?
—Sí.
Cordelia volvió a examinar el cielo y Gisela podía prácticamente verla comprobar la explicación, imaginando el aspecto que tendría una deriva estelar desplazada al azul.
—Pero eso sólo tendría sentido si nos estuviéramos moviendo, y has dicho que no nos movíamos.
—Y no nos estamos moviendo, de acuerdo con una definición perfectamente válida. Pero no es la definición que se aplicaba fuera.
Gisela subrayó una sección vertical de su línea de universo, donde se habían quedado flotando sobre la capa de tres M.
—Fuera del horizonte de sucesos, y suponiendo que contemos con un motor lo suficientemente potente, siempre puedes permanecer estático en una capa con fuerzas de marea constantes. Así que tiene sentido elegir esto como la definición de «estático», haciendo que el tiempo en este mapa sea estrictamente vertical. Pero dentro del agujero negro esto es completamente incompatible con la experiencia; tu cono de luz se inclina tanto que tu línea de universo debe atravesar necesariamente las capas. Por lo tanto la definición más sencilla de «estático» es atravesar las capas (el opuesto de intentar permanecer en una de ellas) y hacer que el tiempo en el mapa sea estrictamente horizontal, apuntando hacia el centro del agujero.
Resaltó una sección de la nueva línea de universo horizontal.
La expresión de perplejidad de Cordelia pasó a ser de asombro.
—Entonces, cuando los conos de luz se inclinan lo suficiente... las definiciones de «espacio» y «tiempo» tienen que inclinarse con ellos.
— ¡Sí! Ahora el centro del agujero está en nuestro futuro. No encontraremos la singularidad de frente espacialmente, la encontraremos en el futuro (de frente temporalmente); justo como alcanzar el Big Crunch. Y la dirección en esta plataforma que solía apuntar hacia la singularidad está ahora apuntando hacia «abajo» en el mapa, hacia lo que parece ser el pasado del agujero visto desde el exterior, pero que en realidad es una gran extensión de espacio. Frente a nosotras se extienden miles de millones de años luz (la historia completa del interior del agujero negro convertida en espacio) y se expande conforme nos acercamos a la singularidad. El único problema es que tenemos poco espacio lateral y superior, por no mencionar tiempo.
Cordelia miró fijamente el mapa, extasiada.
—Entonces, ¿el interior del agujero no es una esfera? Es una capa esférica en dos direcciones, y la historia de la capa convertida en espacio es la tercera... ¿lo que lo convierte en la superficie de un hipercilindro? Un hipercilindro que aumenta su longitud mientras que su radio se contrae. —De pronto se le iluminó el rostro—. ¿Y el corrimiento hacia el azul es del mismo tipo que cuando el universo empieza a contraerse? —Se giró hacia el cielo estático—. Con la salvedad de que este espacio sólo se contrae en dos direcciones; entonces, cuánto más tienda el ángulo de la luz hacia esas direcciones, ¿más desplazado al azul estará?
—Así es.
A Gisela ya no le sorprendía lo rápido que Cordelia lo entendía todo; lo raro era que no hubiera tenido ocasión de aprender todo lo que había que aprender sobre agujeros negros hace tiempo. Con un acceso sin restricciones a una biblioteca medio decente y un software tutor rudimentario, ella misma habría llenado las lagunas en apenas tiempo. Pero si su padre la había arrastrado hasta Cartan sólo para presenciar la Inmersión, ¿cómo podía haberse quedado cruzado de brazos y haber permitido que la cultura de Atenea se interpusiera en su educación? No tenía sentido.
Cordelia levantó los prismáticos y miró a ambos lados abarcando el agujero.
— ¿Por qué no puedo vernos?
—Buena pregunta.
Gisela dibujó un rayo de luz en el mapa. El rayo estaba enfocado lateralmente saliendo de la plataforma justo después de que cruzaran el horizonte.
—En la capa de tres M, un rayo como éste habría seguido una trayectoria espaciotemporal en forma de hélice y habría regresado a nuestra línea de universo después de una revolución. Pero aquí, la hélice se ha invertido y estirado hasta convertirse en una espiral. En el mejor de los casos sólo le daría tiempo a dar medio giro alrededor del agujero antes de llegar a la singularidad. Nada de la luz que hemos emitido desde que cruzamos el horizonte puede volver a nosotras.
»Eso si asumimos que se trata de un agujero negro de Schwarzschild perfectamente simétrico, que es lo que estamos simulando. Y es muy probable que un agujero antiguo como Chandrasekhar haya acabado teniendo una geometría muy parecida a la de Schwarzschild. Pero cerca de la singularidad, incluso la luz en caída libre se desplazaría al azul lo bastante como para perturbar la geometría, y cualquier cosa más masiva, como por ejemplo nosotras si realmente estuviéramos aquí, provocaría cambios caóticos incluso antes.
Le dio instrucciones al entorno para que cambiara a una geometría de Belinsky-Khalatnikov-Lifshitz, y luego reinició el tiempo. Las estrellas empezaron a titilar distorsionadas, como vistas a través de una atmósfera turbulenta, y luego el mismo cielo pareció hervir, barrido por oleadas convulsas de corrimientos hacia el rojo y el azul.
—Si tuviéramos cuerpo y fuera suficientemente fuerte para resistir las fuerzas de marea, las sentiríamos oscilando violentamente al pasar por regiones que se colapsan y se expanden en direcciones opuestas.
Para ilustrarlo modificó el mapa del espacio-tiempo y lo amplió para que se viera mejor. Cerca de la singularidad, los cilindros de fuerza de marea constante que antes eran regulares ahora se desintegraban en una espuma aleatoria de burbujas todavía más finas y distorsionadas.
Cordelia examinó el mapa con una expresión de consternación.
— ¿Cómo vais a poder calcular nada en esas condiciones?
—No vamos a hacerlo. Esto es un caos, pero los sistemas caóticos son fácilmente manipulables. ¿Conoces la teología tipleriana? ¿La doctrina que dice que deberíamos reorganizar el universo para permitir que la capacidad de cálculo infinita llegue antes que el Big Crunch?
—Sí.
Gisela abrió los brazos para abarcar todo Chandrasekhar.
—Reorganizar un agujero negro es más fácil. En un universo cerrado lo único que se puede hacer es reorganizar lo que ya está ahí. En el caso de un agujero negro se puede añadir más materia y más radiación desde cualquier dirección. Haciendo esto esperamos conducir la geometría hacia un colapso más ordenado; no hacia la versión de Schwarzschild, sino hacia una que permita que la luz circunnavegue el espacio del interior del agujero varias veces. La Cartan Null estará formada por haces de luz contrarrotantes, modulados con pulsos como las cuentas de un collar. Al atravesarse unos con otros, los pulsos interactuarán. El corrimiento hacia el azul hará que alcancen energías tan altas que podrá producirse creación de pares, y al cabo de un tiempo serán incluso tan altas que crearán sus propios efectos gravitatorios. Esos haces serán nuestra memoria y sus interacciones guiarán todos nuestros cálculos. Si tenemos suerte, casi hasta alcanzar la escala de Planck: diez elevado a menos treinta y cinco metros.
Cordelia consideró esto en silencio y luego preguntó dubitativa:
— ¿Pero hasta dónde llegará vuestra capacidad de cálculo?
— ¿En total? —Gisela se encogió de hombros—. Eso depende de los detalles de la estructura del espacio-tiempo a la escala de Planck, detalles que no conoceremos hasta que no estemos dentro. Existen algunos modelos que nos permitirían hacer la cosa tipleriana en miniatura: capacidad de cálculo infinita. Pero la mayoría da un rango de respuestas finitas, algunas grandes, otras pequeñas.
Cordelia se puso triste. ¿Acaso no conocía el destino de los saltadores desde el principio?
—No sé si sabes que vamos a enviar clones —dijo Gisela—. ¡Nadie va a poner su única versión en la Cartan Null!
—Lo sé. —Cordelia apartó la mirada—. Pero una vez que seas el clon... ¿no tendrás miedo a morir?
Esto le tocó la fibra a Gisela.
—Tal vez un poco al principio. Y al final ninguno. Mientras siga existiendo la menor posibilidad de cálculo infinito, o incluso dé algún descubrimiento exótico que nos pueda permitir escapar, nos aferraremos al miedo a la muerte. ¡Debería ayudar a motivarnos para probar todas las opciones! Pero si llega el momento y vemos que la muerte es inevitable, desactivaremos la vieja respuesta instintiva y simplemente lo aceptaremos.
Cordelia asintió con educación, pero no parecía nada convencida. Si hubieses crecido en una polis que celebraba «los valores carnosos perdidos», en el mejor de los casos te habría parecido que Gisela mentía, y en el peor que se estaba automutilando.
— ¿Podemos volver ya, por favor? Mi padre despertará pronto.
—Claro.
Gisela quería decirle algo más a esta niña extraña y solemne para que se tranquilizara, pero no tenía ni idea de por dónde empezar. Así que dando un salto salieron juntas del entorno —y de sus conos de luz ficticios— y abandonaron la simulación antes de que ésta se viera forzada a admitir que no les podía ofrecer ni la opción de profundizar en sus conocimientos ni la posibilidad de morir.
Cuando Próspero despertó, Gisela se presentó y le preguntó qué quería ver. Ella sugirió un esquema de la Cartan Null. Por delicadeza había decidido no mencionar que Cordelia ya había visitado Chandrasekhar, pero ofrecerle un entorno que ninguno de los dos había visto parecía una manera diplomática de eludir el problema.
Próspero le sonrió con indulgencia.
—Estoy seguro de que su Ciudad Fugaz está diseñada con mucho ingenio, pero eso carece de interés para mí. He venido a escudriñar sus motivos, no sus máquinas.
— ¿Nuestros motivos? —Gisela se preguntó si no había habido un error de traducción—. Queremos saber más sobre la estructura del espacio-tiempo. ¿Qué otro motivo podría tener alguien para saltar a un agujero negro?
La sonrisa de Próspero se amplió.
—Eso es lo que he venido a comprobar. Aparte del mito de Pandora, existen muchas más opciones: Prometeo, Don Quijote, el Grial, por supuesto... tal vez incluso Orfeo. ¿Albergan la esperanza de rescatar a los muertos?
— ¿Rescatar a los muertos? —Gisela se quedó estupefacta—. Oh, ¿se refiere a la resurrección tipleriana? No, no está en nuestros planes. Aunque alcanzáramos una capacidad de cálculo infinita, lo que es poco probable, no tendríamos suficiente información para recrear a ningún carnoso muerto en particular. En cuanto a resucitar a todo el mundo mediante fuerza bruta, emulando todos los seres conscientes posibles... no habría una manera segura de descartar por adelantado las emulaciones que experimentarían un sufrimiento extremo... y estadísticamente es muy probable que superen a las demás en una proporción de alrededor de diez mil a uno. Así que todo el asunto sería terriblemente inmoral.
—Ya veremos. —Próspero desdeñó sus objeciones con un gesto de la mano—. Lo importante es que vea a todos los pasajeros de Caronte cuanto antes.
— ¿Caronte...? ¿Quiere decir el equipo de la Inmersión?
Próspero negó con la cabeza con una expresión de agobio, como si no le hubiesen comprendido, pero dijo:
—Sí, reúna a su «equipo de la Inmersión». Déjeme hablar con todos ellos. ¡Me hago cargo de cuánta falta hago aquí!
Gisela estaba más desconcertada que nunca.
— ¿Cuánta falta? Es usted bienvenido, por supuesto... ¿pero en qué sentido hace usted falta?
Cordelia alargó la mano y tiró del brazo de su padre.
— ¿Podemos esperar en el castillo? Estoy muy cansada.
No se atrevió a mirarle a los ojos a Gisela.
— ¡Por supuesto, querida mía!
Próspero se inclinó y la besó en la frente. Se sacó un pergamino enrollado de la toga y lo lanzó al aire. Éste se desplegó y formó un portal que se quedó flotando sobre el océano junto al muelle. El portal conducía a un entorno soleado. Gisela podía ver unos vastos jardines llenos de vegetación, edificios de piedra, caballos alados en el aire.
Menos mal que habían comprimido su alojamiento de manera más eficiente que sus cuerpos, de lo contrario habrían ocupado el enlace de rayos gamma durante casi una década.
Cordelia atravesó el portal cogiendo de la mano a Próspero, intentando hacerle cruzar. Intentado, Gisela se percató finalmente, que cerrara la boca antes de que la avergonzara aún más.
No lo consiguió. Con un pie todavía en el muelle, Próspero se giró hacia Gisela.
— ¿Por qué me necesitan? ¡He venido para ser su Homero, su Virgilio, su Dante, su Dickens! ¡Estoy aquí para extraer la esencia mítica de esta gloriosa y trágica empresa! ¡Estoy aquí para obsequiarles con un regalo infinitamente mayor que la inmortalidad a la que aspiran!
Gisela no se molestó en señalar, una vez más, que estaba segura de que su esperanza de vida dentro del agujero iba a ser más corta que fuera de él.
— ¿Cómo es eso?
— ¡Estoy aquí para convertirlos en leyenda! Próspero salió del muelle y el portal se contrajo a su espalda. Gisela se quedó mirando el océano en la distancia, sin ver nada, y luego se sentó muy despacio y dejó que sus pies oscilaran en el agua helada.
Ciertas cosas empezaban a tener sentido.
—Pórtate bien —suplicó Gisela—. Hazlo por Cordelia. Timón se mostró ofendido y confuso.
— ¿Qué te hace pensar que no me voy a portar bien? Siempre me porto bien.
Por un instante abandonó su habitual icono angular —todo estructuras que parecían cajas torácicas y varillas empalmadas— y se transformó en un osito de peluche con ojos de botón. Gisela gruñó suavemente.
—Escucha. Si tengo razón, si está pensando en emigrar a Cartan, será la decisión más difícil que haya tomado nunca. Si pudiera marcharse de Atenea sin más, ya lo habría hecho, no se complicaría la vida haciendo que su padre crea que venir aquí fue idea suya. — ¿Por qué estás tan segura de que no lo fue? —A Próspero no le interesa la realidad; sólo pudo enterarse de la Inmersión a través de Cordelia, se lo tuvo que contar ella. Habrá elegido Cartan porque está lo bastante lejos de la Tierra para romper limpiamente, y la Inmersión le dio la excusa que necesitaba, un tema ideal para el «talento» de su padre, el cebo perfecto. Pero hasta que no esté lista para contarle que no va a volver, no debemos alienarlo. No debemos complicarle más las cosas.
Timón puso los ojos en blanco en su cráneo anodizado.
— ¡De acuerdo! ¡Te seguiré el juego! Supongo que existe la posibilidad de que la estés interpretando bien. Pero si te equivocas...
Próspero eligió ese momento para hacer su entrada. Llevaba puesta la toga, que ondeaba al viento, y se hacía acompañar por su hija. Estaban en un entorno creado para la ocasión según las especificaciones de Próspero: una habitación con la forma de dos pirámides cuadradas truncadas y unidas por la base, revestidas de blanco; por una ventana trapezoidal se apreciaba una vista de Chandrasekhar a veinte M. Gisela nunca había visto este estilo; Timón lo bautizó como «astrokitsch ateníano».
Los cinco miembros del equipo de la Inmersión estaban sentados en torno a una mesa semicircular. Próspero permaneció delante de ellos mientras Gisela hacía las presentaciones: Sachio, Tiet, Vikram, Timón. Había hablado con todos ellos y les había planteado el caso de Cordelia, pero la concesión desganada de Timón era lo más parecido a una garantía que había conseguido. Cordelia se quedó en un rincón de la habitación con la mirada baja.
—Durante casi mil años —arrancó Próspero con sobriedad—, nosotros, los descendientes de la carne, hemos vivido nuestras vidas envueltos en sueños de heroicas hazañas inmemoriales. Pero hemos soñado en vano con una nueva Odisea que nos inspire, con nuevos héroes que acompañen a los antiguos, con nuevas maneras de volver a contar los mitos de siempre. Tres días más y vuestro viaje se habría desperdiciado, lo habríamos perdido para siempre. —Sonrió con orgullo—. ¡Pero he llegado a tiempo de arrancar vuestra leyenda de las mismas fauces de la gravedad!
—No se iba a perder nada —dijo Tiet—. Los datos sobre la Inmersión se retransmiten a todas las polis y se archivan en todas las bibliotecas.
El icono de Tiet era como una estatua flexible y enjoyada tallada en ébano.
Próspero hizo un gesto desdeñoso con la mano
—Una sarta de tecnicismos. En Atenea, bien podría haber pasado por el rumor de las olas.
Tiet arqueó una ceja
—Si su vocabulario es pobre, auméntelo; no espere que nosotros empobrezcamos el nuestro. ¿Nos contaría usted la historia de la Grecia clásica sin mencionar el nombre de ninguna ciudad-estado?
—No. Pero ésos son términos universales, parte de nuestra herencia común...
—Son términos que no significan nada fuera de una pequeña región del espacio y de un breve periodo de tiempo. Al contrario que los términos necesarios para describir la Inmersión, que pueden aplicarse a cada femtómetro cuártico del espacio-tiempo.
—Sea como fuere — replicó Próspero con algo de frialdad—, en Atenea preferimos la poesía a las ecuaciones. Y he venido a honrar su viaje en un lenguaje que resonará en la imaginación durante milenios.
— ¿Así que usted piensa que está mejor cualificado para contar la Inmersión que los participantes? —dijo Sachio, quien se presentaba como una lechuza posada en el interior de la cabeza de una jaula de hierro forjado, con forma de carnoso y llena de estorninos.
—Soy narratólogo.
— ¿Tiene algún tipo de formación especializada?
Próspero asintió orgulloso.
—Aunque en realidad, es una vocación. Cuando los antiguos carnosos se reunían alrededor del fuego, era yo quien contaba historias hasta bien entrada la noche sobre cómo los dioses luchaban entre ellos y sobre cómo hasta los guerreros mortales eran elevados al cielo para crear las constelaciones.
—Y yo era el que estaba sentado enfrente —respondió Timón con cara de póquer—, y le decía que su perorata no era más que un montón de tonterías.
Gisela estaba a punto de girarse hacia él para reprenderle por romper su promesa, cuando se dio cuenta de que le había hablado sólo a ella, encaminando los datos por fuera del entorno. Le dedicó una mirada venenosa.
La lechuza que era Sachio parpadeó perpleja.
—Pero para usted la Inmersión es algo incomprensible. ¿Cómo puede estar capacitado para explicársela a los demás?
Próspero negó con la cabeza.
—He venido para crear enigmas, no explicaciones. He venido para darle al relato de vuestro descenso una forma que perdurará mucho después de que vuestras bibliotecas se hayan convertido en polvo.
— ¿Cómo va a darle forma? —Cuando quería, Vikram era tan anatómicamente perfecto como un bosquejo de Da Vinci, pero carecía de los signos que delataban a una simulación fisiológica: no había sudor, ni piel muerta, ni pelos caídos—. ¿Quiere decir... cambiando las cosas?
—Para extraer la esencia mítica, los meros detalles tienen que estar al servicio de una verdad más profunda.
—Creo que eso era un sí —dijo Timón.
Vikram se encogió de hombros amistosamente.
— ¿Y qué es lo que cambiará exactamente? —Abrió los brazos y los extendió para abarcar a sus compañeros de equipo—. Si nos va a mejorar, no nos diga cómo.
—Para empezar —Próspero dijo con cautela—, cinco es un número que dice poco. Siete tal vez, o doce.
—Ufff. —Vikram sonrió—. Sólo extras enigmáticos; no se va a cargar a nadie.
—Y el nombre de su nave...
— ¿Cartan Null? ¿Qué tiene de malo? Cartan fue un gran matemático carnoso que clarificó el significado y las consecuencias del trabajo de Einstein. «Nuil» porque la nave está construida con geodésicas nulas: las trayectorias que siguen los rayos de luz.
—Para la posteridad —declaró Próspero—, sonará mejor como «la Ciudad Fugaz»; sólo la esencia, sin la carga de vuestras desafortunadas palabras.
—Esta polis se llama así por Élie Cartan —dijo Tiet fríamente—. Y su clon en el interior de Chandrasekhar seguirá honrando a Élie Cartan. Si no está dispuesto a respetarlo, más le valdría volverse a Atenea ahora mismo, porque ninguno de los presentes va a cooperar con usted lo más mínimo.
Próspero miró al resto de los presentes, posiblemente buscando alguna muestra de desacuerdo. Gisela tenía sensaciones encontradas; las paparruchas mitopoéticas de Próspero no sobrevivirían a la verdad en las bibliotecas, daba igual lo que se inventara, así que en cierto sentido poco importaba lo que dijeran. Pero era obvio que si no le paraban los pies en algún momento su presencia se haría insoportable enseguida.
—Muy bien. Cartan Null —dijo—. Además de un artista también soy artesano; puedo trabajar con arcilla impura.
Mientras la reunión se disolvía, Timón se llevó a Gisela a un rincón. Antes de que pudiera empezar a quejarse, le dijo:
—Si crees que no puedes ni pensar en cómo vas aguantar tres días más, imagina lo que es para Cordelia.
Timón negó con la cabeza.
—Mantendré mi palabra. Pero ahora que he visto a lo que se enfrenta... Sinceramente, no creo que vaya a conseguirlo. Si se ha pasado toda la vida envuelta en propaganda sobre la edad de oro de los carnosos, ¿cómo esperas que pueda ver más allá? Una polis como Atenea forma una superficie memética cerrada: junta a unos cuantos Prósperos en el mismo sitio y ya no hay escapatoria.
Gisela le miró frunciendo el ceño.
—Ahora está aquí, ¿no? No intentes decirme que sólo porque fue creada en Atenea tiene que quedarse allí para siempre. Las cosas no son tan simples. Hasta los agujeros negros emiten radiación de Hawking.
—La radiación de Hawking no contiene ninguna información. Es ruido térmico; no te puedes escapar con ella.
Timón movió dos dedos siguiendo una línea diagonal imaginaria, el gesto para «QED».
—Sólo es una metáfora, idiota —dijo Gisela—, no un isomorfismo. Si no puedes entenderlo, tal vez seas tú el que debería mover su culo hasta Atenea.
Timón hizo como que apartaba la mano de algo que le iba a morder y desapareció.
Gisela se quedó mirando el entorno vacío, enfadada consigo misma por haber perdido los nervios. Al otro lado de la ventana, Chandrasekhar seguía tranquilamente destruyendo el espacio-tiempo, como lo había estado haciendo los últimos seis mil millones de años.
—Y espero que te equivoques —dijo.
Cincuenta horas antes de la Inmersión, Vikram ordenó a las sondas en las órbitas más bajas que empezaran a descargar nanomáquinas por el horizonte de sucesos. Gisela y Cordelia se unieron a él en el entorno de control, una gran sala llena de mapas y aparatos para manipular los equipos esparcidos en el perímetro de Chandrasekhar. Próspero estaba fuera interrogando a Timón, una pesadilla por que la que acababa de pasar Vikram. Hablaba todo el rato de los «deseos edípicos» y el «simbolismo uterino-vaginal», aunque Vikram había informado felizmente a Próspero de que hasta dónde él sabía, en Cartan nadie había mostrado nunca mucho interés por ninguno de los dos órganos. Gisela se preguntó de qué modo concreto habrían creado a Cordelia; las emulaciones serviles del parto carnoso eran algo en lo que ni siquiera podía pensar.
Las nanomáquinas formaban un hilillo de materia, únicamente de unas cuantas toneladas por segundo. Pero en las profundidades del agujero medirían la curvatura a su alrededor —teniendo en cuenta tanto la luz de las estrellas como las señales de las nanomáquinas que venían detrás— y luego modificarían la distribución de su propia masa colectiva de tal modo que dirigirían la geometría futura del agujero más cerca del objetivo. Toda desviación de la caída libre suponía deshacerse de fragmentos moleculares y sacrificar energía química, pero antes de que se destrozaran por completo a sí mismas alumbrarían máquinas fotónicas diseñadas para ejecutar la misma operación a una escala más pequeña.
Era imposible saber si algo de eso iba a funcionar de acuerdo con el plan o no, pero en el entorno había un mapa que mostraba el resultado esperado. Vikram esbozó un par de conjuntos de rayos de luz girando en direcciones opuestas.
—No podemos evitar que el espacio se colapse en dos direcciones y se expanda en la tercera; a no ser que descarguemos tanta materia que se colapse en las tres, lo que sería aún peor. Pero podemos cambiar la dirección de la expansión de forma continua, rotándola noventa grados una y otra vez, compensándolo todo. Eso permite que la luz realice una serie de órbitas completas (cada una dura aproximadamente una centésima parte de lo que duró la anterior) y también significa que hay periodos de contracción en los haces, que compensan los efectos de desenfoque de los periodos de expansión.
Los dos conjuntos de rayos oscilaron entre secciones eficaces circulares y elípticas conforme la curvatura los estiraba y los aplastaba. Cordelia creó una lupa y los siguió al «interior»: hacia adelante en el tiempo, hacia la singularidad.
—Si los periodos orbitales forman una serie geométrica —dijo—, no hay límite para el número de órbitas que se pueden encajar antes de la singularidad. Y la longitud de onda se desplaza al azul proporcional— mente al tamaño de la órbita, con lo que los efectos de difracción nunca dominan. Entones, ¿qué es lo que os impide hacer cálculos infinitos?
—Para empezar —respondió Vikram con cautela—, una vez que los fotones en colisión comiencen a crear pares partícula-antipartícula, habrá un rango de energías para cada especie de partícula en el momento en que se desplace a una velocidad tan por debajo de la velocidad de la luz que los pulsos empiecen a dispersarse. Pensamos que la forma y el periodo que le hemos dado a los pulsos permitirá que se salven todos los datos, pero bastaría con una partícula masiva desconocida para que todo el flujo se convierta en un galimatías sin sentido.
Cordelia levantó la mirada hacia él con una expresión esperanzada.
— ¿Y si no hay partículas desconocidas?
Vikram se encogió de hombros.
—En el modelo de Kumar el tiempo está cuan tizado, por lo que la frecuencia de los haces no puede seguir aumentando indefinidamente. Y la mayoría de las teorías alternativas también implican que todo el planteamiento acabará fallando, por el motivo que sea. Mi única esperanza es que lo haga tan despacio que nos permita entender por qué, antes de que dejemos de ser capaces de entender nada. —Soltó una carcajada—. ¡No pongas esa cara tan triste! Será como... la muerte de la rama de un árbol. Y puede que por un instante lleguemos a entender algo que jamás habríamos podido vislumbrar desde fuera del agujero.
— ¿Pero de qué os servirá? —protestó Cordelia—. No podréis contárselo a nadie.
—Ah, la tecnología y la fama. —Vikram hizo una pedorreta—. Escucha, si mi clon muere y no aprende nada, morirá igualmente feliz sabiendo que yo continúo fuera. Y si aprende todo lo que espero que aprenda... estará demasiado extasiado para seguir viviendo.
Vikram compuso su rostro como la viva imagen de la seriedad exagerada, quitándole hierro a su propia hipérbole, y a Cordelia se le escapó una sonrisa. Gisela había empezado a preguntarse si una lástima morbosa por el destino de los saltadores bastaría para espantarla definitivamente de Cartan.
—Entonces, ¿qué hace que valga la pena? —dijo Cordelia—. ¿Cuál es vuestra máxima aspiración?
Vikram bosquejó un diagrama de Feynman en el aire.
—Si damos por hecho el espacio-tiempo, la simetría rotacional más la mecánica cuántica nos dan un conjunto de reglas para tratar con el espín de una partícula. Penrose le dio la vuelta a esta idea y demostró que el concepto de «el ángulo entre dos direcciones» se puede crear de la nada en una red de líneas de universo, siempre y cuando obedezcan esas reglas de espín. Supongamos que un sistema de partículas con un espín total dado lanza un electrón a otro sistema, y en el proceso el espín del primer sistema decrece. Si conociéramos el ángulo entre los dos vectores de los espines, podríamos calcular la probabilidad de que el segundo espín aumentase en lugar de que disminuyese... pero si el concepto de «ángulo» ni siquiera existe todavía, podemos invertir el proceso y definirlo a partir de la probabilidad obtenida al observar todas las redes en las que el segundo espín ha aumentado.
»Kumar y otros ampliaron esta idea para abarcar simetrías más abstractas. A partir de una lista de reglas sobre lo que constituye una red válida y sobre cómo asignar una fase a cada una de ellas, ahora podemos derivar toda la física conocida. Pero lo que yo quiero saber es si existe una explicación más profunda para esas reglas. ¿Son el espín y los otros números cuánticos realmente elementales, o son producto de algo más fundamental? Y cuando las redes se refuerzan o se cancelan mutuamente dependiendo de la diferencia de fase entre ellas, ¿se trata de algo básico que tenemos que aceptar, o hay una maquinaria oculta bajo las matemáticas?
Timón apareció en el entorno y se llevó a Gisela a un lado.
—He cometido una pequeña infracción y, conociéndote, acabarás enterándote de todos modos. Y esto es una confesión con la esperanza de que me perdones.
— ¿Qué has hecho?
Timón la miró nervioso.
—Próspero divagaba sobre cómo la cultura carnosa es la vía hacia todo conocimiento. —Se transformó en una imitación perfecta y repitió las palabras de Próspero con su misma voz—: «La clave de la astronomía reside en el estudio de los grandes astrólogos egipcios y el núcleo de las matemáticas se revela en los rituales de los místicos pitagóricos...»
Gisela se llevó las manos a la cara; a ella misma le hubiese costado contenerse.
— ¿Y tú le dijiste...?
—Le dije que si en algún momento de su vida se veía enfundado en un traje espacial, flotando entre las estrellas, debería intentar estornudar en la visera del casco para mejorar la vista.
Gisela se partió de risa. Timón preguntó esperanzado:
— ¿Significa eso que estoy perdonado?
—No. ¿Cómo se lo tomó?
—Difícil decirlo. —Timón se encogió de hombros—. No estoy seguro de que sea capaz de captar un insulto. Requeriría imaginar que alguien pueda llegar a pensar que él es menos que esencial para el futuro de la civilización.
—Dos días más —dijo Gisela con tono severo—. Esfuérzate más.
—Esfuérzate tú. Ahora te toca a ti.
— ¿Qué?
—Próspero quiere verte. —Timón sonrió congratulándose con malicia—. Es hora de que te extraigan tu propia «esencia mítica».
Gisela miró a Cordelia, que hablaba animadamente con Vikram. Atenea y Próspero la habían asfixiado; sólo lejos de ambos podía ser ella misma. La decisión de emigrar era sólo suya, pero Gisela nunca se perdonaría si hacía algo que echase a perder la oportunidad.
—Pórtate bien —dijo Timón.
El equipo de la Inmersión había decidido no dar ningún tipo de despedida a los clones. Sus instantáneas ralentizadas se incorporarían al plano de la Cartan Null sin llegar a ejecutarse fuera de Chandrasekhar. Cuando Gisela se lo contó a Próspero, éste se sintió horrorizado, pero casi al momento se volvió a animar; ahora tenía aún más margen para inventarse alguna despedida ritual para los viajeros sin que la verdad se entrometiera.
Con todo, el equipo al completo se reunió en el entorno de control, junto con Próspero, Cordelia y unos cuantos amigos. Gisela se separó del grupo de gente mientras Vikram daba la cuenta atrás. Al llegar a «diez» le dio instrucciones a su exoser para que la clonase. Al llegar a «nueve» envió la instantánea a la dirección (transmitida por un icono) para el archivo de la Cartan Null. El archivo era un conjunto estilizado de haces de luz contrarrotantes que flotaba en medio del entorno. Cuando la etiqueta llegó de vuelta confirmando la transacción, sintió que había perdido algo. La Inmersión ya no formaba parte de su futuro lineal, aunque pensara en el clon como una parte de su yo ampliado.
— ¡Tres! ¡Dos! ¡Uno! —gritó un exuberante Vikram.
Agarro el icono de la Cartan Null y lo lanzó a un mapa del espacio— tiempo en torno a Chandrasekhar. Esto activó un estallido de rayos gamma que partió de la polis hasta una sonda con una órbita de ocho M; desde aquí, los datos se tradujeron en nanomáquinas diseñadas para recrearlos en una forma activa y fotónica; y esas nanomáquinas se unieron al chorro que caía en cascada en el agujero.
Sobre el mapa y a medida que se acercaba a la capa de dos M, el icono de caída libre se posicionó en una línea de universo vertical «estática». Fracciones sucesivas de tiempo constante en el marco estático que estaba fuera del agujero nunca llegaban a cruzar el horizonte, se limitaban a pegarse a él; de acuerdo con una definición, las nanomáquinas tardarían literalmente un tiempo infinito en entrar en Chandrasekhar.
De acuerdo con otra, la Inmersión había concluido. En su propio marco, las nanomáquinas habrían tardado menos de un milisegundo y medio en caer desde la sonda hasta el horizonte, y un poco más en llegar al punto desde el que se lanzó la Cartan Null. Y por mucho tiempo subjetivo que hubieran experimentado los Saltadores, por muchos cálculos que se hubiesen hecho en el camino, toda la región de espacio que contenía la Cartan Null habría sido aplastada contra la singularidad unos cuantos microsegundos más tarde.
—Si los saltadores escaparon del agujero utilizando el efecto túnel, habría una paradoja, ¿verdad?
Gisela se dio la vuelta; no se había dado cuenta de que Cordelia estaba detrás de ella.
—Cuando emergieran, no habrían caído todavía; así que podrían bajar en picado y agarrar las nanomáquinas, evitando sus propios nacimientos.
La idea parecía perturbarla.
—Sólo si el efecto túnel los colocó cerca del horizonte —dijo Gisela—. Si aparecieron más lejos, digamos aquí en Cartan, ahora mismo, ya llegarían demasiado tarde. Las nanomáquinas habrían dispuesto de una ventaja excesiva; el hecho de que en nuestro marco de referencia prácticamente no se muevan no las convierte en un objetivo fácil si las vas persiguiendo. Incluso a la velocidad de la luz, nada podría atraparlas desde aquí.
Esto pareció animar un poco a Cordelia.
— ¿Entonces escapar no es imposible?
—Bueno...
Gisela pensó en enumerar algunos de los demás problemas, pero entonces se le ocurrió que tal vez la pregunta tenía que ver con algo completamente distinto.
—No. No es imposible.
Cordelia le dedicó una sonrisa cargada de complicidad.
—Qué bien.
— ¡Acudid! —vociferó Próspero—. ¡Acudid ahora y escuchad La balada de la Cartan NulU! —Creó un podio, que surgió bajo sus pies.
Timón se acercó con sigilo a Gisela y le susurró:
—Como saque un laúd, mando mis sentidos a otra parte.
No lo sacó. El verso blanco fue recitado sin acompañamiento musical. Sin embargo, el contenido era aún peor de lo que Gisela se temía. Próspero había ignorado todo lo que ella y los demás le habían contado. En su versión de los hechos «la tripulación de Caronte» se adentró en el «abismo de la gravedad» por razones que se había sacado de la manga: para escapar, respectivamente, de un romance frustrado/una venganza por un crimen innombrable/el hastío de la longevidad; para resucitar a un antepasado carnoso desparecido; para entrar en contacto con «los dioses». Las preguntas universales que los saltadores esperaban contestar en realidad —la estructura del espacio-tiempo a la escala de Planck, los fundamentos de la mecánica cuántica— ni siquiera eran mencionadas.
Gisela miró a Timón, pero éste parecía que se tomaba extremadamente bien la noticia de que su única versión se había escapado a Chandrasekhar para evitar el castigo por una atrocidad indecible; su cara denotaba perplejidad, pero no parecía enfadado.
—Este hombre vive en el infierno —dijo suavemente—. En toda su vida no verá otra cosa que mucosidad en la visera.
El público permaneció en silencio cuando Próspero empezó a «describir» la Inmersión misma. Timón se puso a mirar fijamente el suelo sonriendo divertido. La expresión de Tiet era de aburrimiento imparcial. Vikram no dejaba de mirar furtivamente una pantalla que tenía detrás, comprobando si la débil radiación gravitatoria emitida por las nanomáquinas que entraban en el agujero seguía concordando con sus predicciones.
Fue Sachio quien finalmente perdió el control y le interrumpió furioso:
— ¿La Cartan Null es una especie de imagen fantasmal de un entorno, llena de iconos fantasmales, que flota por el vacío adentrándose en el agujero?
Más que indignado, Próspero parecía sorprendido por la interrupción.
—Es una ciudad de luz. Translúcida, etérea...
La lechuza en el cráneo de Sachio resopló un montón de plumas.
—Ningún estado de ningún fotón se parecería a eso. Lo que usted describe no podría existir nunca y en el caso de que existiera, no podría ser consciente.
Sachio había trabajado décadas en el problema de dotar a la Cartan Null de libertad para procesar datos sin alterar la geometría a su alrededor.
Próspero abrió los brazos en un gesto conciliador.
—La narración de una búsqueda arquetípica tiene que mantenerse simple. Llenarla de detalles técnicos...
Sachio inclinó ligeramente la cabeza, las puntas de los dedos en la frente, descargando información de la biblioteca de la polis. — ¿Tiene idea de lo que es una narración arquetípica? —Un mensaje de los dioses, o de las profundidades del alma; ¿quién sabe? Pero en ella se encierran los más profundos y misteriosos...
—Es el producto de unos cuantos atractores aleatorios en la neurofisiología carnosa —le interrumpió Sachio con impaciencia—. Siempre que una historia más compleja o sutil se propagaba oralmente, termina degenerando en una narrativa arquetípica. Una vez inventada la escritura, eran única y exclusivamente creadas de forma deliberada por carnosos que no podían entender lo que eran. Si todas las grandes esculturas de la antigüedad se hubiesen caído en un glaciar, a estas alturas se habrían visto reducidas a una serie predecible de guijarros esferoidales; eso no hace del guijarro esferoidal la cumbre de la disciplina. Lo que usted ha creado no sólo no tiene nada de verdad, tampoco tiene ningún mérito estético.
Próspero se quedó atónito. Paseó la mirada por la habitación, expectante, como si esperase que alguien hablara en defensa de la balada.
Nadie dijo nada.
Se había acabado: el fin de la diplomacia. Gisela habló en privado con Cordelia, susurrándole con urgencia:
— ¡Quédate en Cartan! ¡Nadie te puede obligar a marcharte! Cordelia se volvió hacia ella claramente asombrada. —Pero pensaba...
Se quedó callada, reconsiderando algo, ocultando su sorpresa.
Luego dijo:
—No puedo quedarme.
— ¿Por qué no? ¿Qué te lo impide? No puedes quedarte atrapada en Atenea.
Gisela se contuvo; por muy raro que fuera lo que la ataba al lugar, menospreciarlo no serviría de mucho. Próspero refunfuñaba sin dar crédito: — ¡Ingratitud! ¡Ingratitud abyecta!
Cordelia lo observó con tristeza y cariño al mismo tiempo. —No está preparado.
Se volvió hacia Gisela y le habló claramente:
—Atenea no va a durar siempre. Ese tipo de polis se forman y decaen; hay demasiadas posibilidades reales para que la gente se aferre un siglo tras otro a una cultura santificada de forma arbitraria. Pero él no está preparado para la transición; ni siquiera se da cuenta de que no hay otra alternativa. No puedo abandonarlo ahora. Va a necesitar que alguien le ayude a superarlo.
De repente sonrió traviesa.
—Pero me he ahorrado dos siglos de espera. Por lo menos el viaje ha servido para eso.
Por un momento Gisela no supo qué decir, avergonzada ante la fuerza del amor de esta niña. Luego le envió a Cordelia una serie de etiquetas.
—Son referencias a las mejores bibliotecas de la Tierra. Ahí encontrarás el material de verdad, no una versión descafeinada de la física carnosa.
Próspero hizo desaparecer el podio y volvió a estar en el suelo.
— ¡Cordelia! Ven conmigo. ¡Dejemos a estos bárbaros en la oscuridad que se merecen!
Aunque sentía gran admiración por la lealtad de Cordelia, a Gisela no dejaba de entristecerle su decisión.
—Perteneces a Cartan —dijo con torpeza—. Tendría que haber sido posible. Tendríamos que haber encontrado la forma.
Cordelia negó con la cabeza: ni fracaso, ni remordimientos.
—No te preocupes por mí. Hasta ahora he sobrevivido a Atenea; creo que puedo aguantar hasta el final. Todo lo que me has enseñado, todo lo que he hecho aquí, me será de gran ayuda. —Apretó la mano de Gisela—. Gracias.
Se unió a su padre. Próspero creó un portal que daba acceso a un camino de baldosas amarillas que cruzaba las estrellas. Lo franqueó y Cordelia lo siguió.
Vikram se apartó de la impronta de la onda gravitatoria y preguntó sutilmente:
—Muy bien, ahora podéis confesarlo: ¿quién añadió el exabyte adicional?
— ¡Liiiiiibre!
Cordelia se puso a dar saltos por el entorno de control de la Cartan Null, una larga plataforma que flotaba en un túnel de diagramas de Feynman ordenados por colores, que surcaban la oscuridad como el rastro de mil millones de chispas que chocan y se desintegran.
La reacción instintiva de Gisela habría sido llevársela a un rincón y gritarle a la cara: « ¡Suicídate ahora mismo! ¡Acaba con esto ahora!». Una ramificación breve, eliminada antes de que hubiera tiempo para una divergencia de la personalidad, apenas contaba como una vida real y una muerte real. Sólo sería un sueño olvidado, nada más
Pero ese análisis no se sostenía. Desde el instante en que fue consciente, esta Cordelia había sido una persona completamente distinta: la que había dejado Atenea para siempre, la que había escapado. Su yo ampliado había invertido demasiado en este clon para tratarlo como un error y darlo por vencido. Más allá de lo que pudiera esperar para sí mismo, el clon sabía perfectamente lo que su existencia significaba para el original. Traicionar eso, aunque nunca pudiera descubrirse, sería impensable.
—No le diste falsas esperanzas, ¿verdad? —dijo Tiet cortante.
Gisela repasó sus conversaciones.
—No creo. Tiene que saber que sobrevivir es prácticamente imposible.
Vikram pareció preocupado.
—Puede que haya planteado nuestro argumento con demasiada vehemencia. Debe pensar que los mismos descubrimientos le bastarán, pero no estoy seguro de que vaya a ser así.
Timón suspiró impaciente.
—Está aquí. Eso es irreversible; no tiene sentido agobiarse por ello. Lo único que podemos hacer es darle la oportunidad de sacarle lo que pueda a la experiencia.
A Gisela le vino a la cabeza un pensamiento aterrador.
—Los datos extra no nos habrán sobrecargado, ¿verdad? ¿No nos impedirán el acceso al dominio computacional completo?
Cordelia se había comprimido como un programa mucho más ligero que la versión que había enviado desde la Tierra, pero aun así se trataba de una carga inesperada.
Sachio dio un ruido con indignación.
— ¿Tan mal piensas que hago mi trabajo? Sabía que alguien traería más de lo que había prometido; dejé un margen de seguridad de cien veces lo acordado. Un polizón no cambia nada.
Timón le tocó el brazo a Gisela.
—Mira.
Por fin Cordelia se había tranquilizado lo bastante como para empezar a examinar su entorno. Los haces primarios, la infraestructura para todos los cálculos, ya se habían desplazado al azul y se habían convertido en rayos gamma, y los fotones que colisionaban estaban creando pares de electrones y positrones relativistas. Además, un rango de haces experimentales con longitudes de onda más cortas exploraban la física a escalas de longitud diez mil veces más pequeñas; la física que se aplicaría a los haces primarios aproximadamente una hora subjetiva más tarde. Cordelia encontró la ventana con los resultados principales de estos haces. Se dio la vuelta y gritó:
— ¡Demasiados mesones llenos de quarks top y bottom, pero nada fuera de lo previsto!
— ¡Bien!
Gisela notó cómo empezaba a deshacérsele el nudo de culpabilidad y ansiedad que sentía. Cordelia había elegido la Inmersión libremente, como todos los demás. Para ella había sido una decisión difícil, pero eso no era motivo para asumir que se iba a arrepentir.
—Vale, tenías razón —dijo Timón—. Me equivoqué. Está claro que ha conseguido escapar del influjo de Atenea.
—Sí. Al traste con tu teoría de las superficies meméticas cerradas. —Gisela se rio—. Lástima que sólo fuera una metáfora.
— ¿Por qué? Pensé que te encantaría que lo consiguiera.
—Y estoy encantada. Sólo que es una pena que no nos diga nada sobre nuestras propias posibilidades de escapar.
Cada órbita les daba treinta minutos de tiempo subjetivo, mientras que la longitud y las escalas temporales reales de la Cartan Null se reducían cien veces. Sachio y Tiet escrutaban el funcionamiento de la polis, comprobando una y otra vez la integridad del «equipamiento» según iban entrando nuevas especies de partículas en los trenes de pulsos. Timón revisó varios métodos para recircular la información hacia nuevos modos en caso necesario. Gisela se esforzaba por poner al día a Cordelia, y Vikram, cuya principal tarea habían sido las nanomáquinas, le echaba una mano.
Los haces de longitud de onda más corta seguían recapitulando los resultados de antiguos experimentos realizados con aceleradores de partículas; los tres juntos estudiaban detenidamente los datos. Gisela lo resumió lo mejor que pudo:
—La carga y los demás números cuánticos generan una especie de ángulo entre las líneas de universo de estas redes, igual que hace el espín, pero en este caso actúan como ángulos en un espacio de cinco dimensiones. A baja energía lo que se ve son tres subespacios separados, que corresponden al electromagnetismo y a las interacciones débil y fuerte.
— ¿Por qué?
—Un accidente en las primeras fases del universo con bosones de Higgs. Deja que te lo dibuje...
No había tiempo para abordar todas las sutilezas de la física de partículas, aunque de todas formas, para la Cartan Null, muchos de los problemas que eran cruciales fuera de Chandrasekhar se estaban convirtiendo en meras especulaciones. Mientras hablaban, las simetrías rotas se estaban restaurando conforme la energía cinética en aumento hacía que las diferencias en la masa en reposo fueran insignificantes. La polis mutaba rápidamente en un híbrido de todos los tipos de partícula posibles; lo que iba a regir su futuro no iba a ser la teoría de ninguna de las fuerzas por separado, sino la naturaleza misma de la mecánica cuántica.
¿Qué subyace a la frecuencia y a la longitud de onda de una partícula?
Vikram esbozó una instantánea de un paquete de ondas en un diagrama espacio temporal.
—En su propio marco de referencia, la fase de un electrón rota a un ritmo constante: más o menos una vez cada diez elevado a menos veinte segundos. Si está en movimiento, vemos que ese ritmo se reduce debido a la dilatación del tiempo, pero eso no es todo.
Dibujó un conjunto de componentes que se abrían en abanico a distintas velocidades desde un mismo punto de la onda, y a continuación tachó los puntos sucesivos donde la fase hacía una rotación completa para cada uno de ellos. El lugar geométrico de estos puntos formaba un conjunto de frentes de onda hiperbólicos en el espacio-tiempo, como una serie de cuencos cónicos apilados, más apretados, tanto en el espacio como en el tiempo, allí donde la velocidad de las componentes era mayor.
—El espacio de la onda original sólo es reproducido por las componentes que tienen justo la velocidad adecuada; dibujan copias idénticas de la onda en momentos posteriores, todas perfectamente superpuestas. Las componentes con velocidades inadecuadas mezclan la fase, por lo que sus copias se anulan.
Repitió la construcción entera para cien puntos a lo largo de la onda y se propagó perfectamente hacia el futuro.
—En el espacio-tiempo curvado, todo el proceso se distorsiona. Pero si se dan las simetrías adecuadas, se puede preservar la forma de la onda mientras que la longitud de onda se contrae y la frecuencia se expande.
Vikram combó el diagrama para demostrarlo.
—Ésta es nuestra situación.
Cordelia lo asimiló todo, garabateando cálculos, verificándolo todo hasta quedar satisfecha.
—De acuerdo. Entonces, ¿por qué tiene que desmoronarse? ¿Por qué simplemente no podemos seguir desplazándonos al azul?
Vikram amplió el diagrama.
—Al final todo corrimiento de fase proviene de una interacción: la intersección de una línea de universo con otra. En el modelo de Kumar, toda red de líneas de universo tiene una malla finita. En cada intersección hay un mínimo corrimiento de fase que hace que el tiempo salte unos diez elevado a menos cuarenta y tres segundos... y no tiene sentido hablar de corrimientos de fase más pequeños o de escalas de tiempo más cortas. Por lo que si intentas mantener indefinidamente el corrimiento hacia el azul de una onda, acabas llegando a un punto en que el sistema deja de tener la resolución suficiente para seguir reproduciéndola.
Conforme el paquete de ondas caía en espiral, empezó a adoptar una forma que era una aproximación dentada y difuminada de su forma anterior. Luego se desintegró y no quedó más que ruido irreconocible.
Cordelia examinó el diagrama con atención, siguiendo las componentes una a una hasta las fases finales del proceso.
— ¿Cuánto tardaremos en ver alguna prueba de que es así? —dijo finalmente—. Asumiendo que el modelo es correcto...
Vikram no contestó; parecía que se estaba preguntando si había sido una buena idea hacer la demostración.
—En unas dos horas deberíamos ser capaces de detectar la fase cuantizada en los haces experimentales —dijo Gisela—. Luego nos quedará una hora más o menos antes de...
Vikram le lanzó una mirada cargada de sentido, en privado, pero Cordelia debió adivinar que ese era el motivo por el que Gisela no terminó la frase, porque se giró hacia él.
— ¿Qué crees que voy a hacer? —preguntó indignada—. ¿Piensas que me voy a volver histérica al primer atisbo de mortalidad?
Vikram pareció dolido.
—Sé justa —dijo Gisela—. Sólo te conocemos desde hace tres días. No sabemos qué esperar.
—No.
Cordelia levantó la mirada hacia la imagen estilizada del haz que los cifraba, que ahora era un enjambre de partículas, desde fotones hasta los mesones más pesados.
—Pero no voy a arruinaros la Inmersión. Si hubiese querido meditar sobre la muerte me habría quedado en casa leyendo mala poesía carnosa.
Sonrió.
—Baudelaire puede irse a la mierda. Yo estoy aquí por la física.
Todo el mundo se reunió en torno a una sola ventana cuando se acercó el momento de la verdad para el modelo de Kumar. Los datos que mostraba procedían de lo que esencialmente era un experimento de interferencia de doble rendija, complicado por la necesidad de que había que realizarlo sin nada que se pareciera a la materia sólida. Un patrón sinusoidal mostraba los números de partículas detectados en una región en la que un haz de electrones se recombinaba consigo mismo tras recorrer dos trayectorias distintas; puesto que sólo había un número finito de puntos de detección, y cada recuento tenía que ser un número entero, el patrón ya estaba «cuantizado», pero el software de análisis lo tenía en cuenta y los números eran lo bastante grandes como para que la imagen apareciera nítida. Con una longitud de onda dada, cualquier efecto auténtico a la escala de Plank se distinguiría por encima de estos artefactos, y una vez aparecieran se irían afianzando cada vez más.
— ¡Encontré algo! —dijo el software—. ¡Encontré algo!
Y amplió la imagen para mostrar una ligera discontinuidad en forma de escalones de la curva. Al principio era tan suül que Gisela tuvo que aceptar la palabra del software de que no les estaba mostrando simplemente el inevitable recorte dentado típico. Luego los diminutos escalones se ensancharon visiblemente, pasando de dos píxeles horizontales a tres. Conjuntos de tres puntos de detección adyacentes, que hacía unos momentos habían estado registrando recuentos de partículas distintos, ahora daban resultados idénticos. El aparato entero se había contraído hasta un punto en que los electrones no podían saber que las longitudes de los recorridos implicados eran diferentes.
Gisela sintió una ráfaga de pura alegría y luego un regusto de miedo. Estaban llegando a un punto en el que podían rozar con la punta de los dedos la estructura del vacío. Era un triunfo que hubiesen sobrevivido hasta aquí, pero su descenso era casi con toda probabilidad imparable.
Los escalones se hicieron más anchos; la imagen se alejó para que se viera mejor la curva. Vikram y Tiet gritaron al mismo tiempo, justo un momento antes de que el software de análisis se quedara satisfecho con las rigurosas pruebas estadísticas.
—Está mal —repitió Vikram en tono suave.
Tiet asintió y se dirigió al software:
—Muéstranos la estructura de la fase de una sola onda.
La pantalla cambió a una escalera lineal. Era imposible medir la fase cambiante de una sola onda de forma directa, pero asumiendo que las dos versiones del haz sufrían los mismos cambios, ésta era la progresión implicada por el patrón de interferencia.
—Esto no concuerda con el modelo de Kumar —dijo Tiet—. La fase está cuantizada, pero los escalones no son iguales; ni siquiera son aleatorios como en el modelo Santini. Se estructuran cíclicamente a lo largo de la onda. Más estrechos, más anchos, de nuevo más estrechos...
Se hizo el silencio. Gisela observó el patrón y trató de concentrarse; estaba contenta porque habían encontrado algo inesperado, pero también estaba asustada por si no eran capaces de entenderlo. ¿Por qué el corrimiento de fase no les llegaba en unidades iguales? Este patrón cíclico era una violación de la simetría, permitiéndote escoger la fase con el salto cuántico más pequeño como una especie de punto de referencia fijo; una idea que la mecánica cuántica siempre había declarado que era tan absurda como singularizar una dirección en el espacio vacío.
Pero la simetría rotacional del espacio no era perfecta: en redes lo bastante pequeñas, la garantía habitual de que todas las direcciones se verían igual ya no se mantenía. ¿Era ésa la respuesta? ¿Los ángulos que los dos haces tenían que adoptar para llegar al detector también se cuan tizaban, y ese efecto se superponía a la fase?
No. La escala estaba mal. El experimento todavía se desarrollaba en una región demasiado grande.
Vikram gritó de alegría y dio una voltereta hacia atrás.
— ¡Hay líneas de universo cruzando entre las redes! ¡Eso es lo que crea la fase!
Sin pronunciar una palabra más se puso a dibujar diagramas en el aire como un poseso, lanzaba programas, ejecutaba simulaciones. A los pocos minutos casi no se le veía detrás de tantas pantallas y artilugios.
Una ventana mostraba una simulación del patrón de interferencia con una correspondencia total con los datos. Gisela sintió una punzada de envidia: había estado tan cerca, tendría que haberse dado cuenta la primera. Luego se puso a examinar más resultados y la sensación se evaporó. Esto era elegante, bello, estaba bien. No importaba quién lo hubiera descubierto.
Cordelia parecía aturdida, como si se hubiese quedado rezagada. Vikram se zafó del barullo que había creado, dejando que los demás intentaran entenderlo. Tomó a Cordelia de las manos y juntos bailaron un vals por el entorno.
—El principal misterio de la mecánica cuántica siempre ha sido: ¿por qué no se pueden contabilizar las maneras en que ocurren las cosas? ¿Por qué tenemos que asignarle una fase a cada alternativa para que puedan reforzarse y cancelarse mutuamente? Conocíamos las reglas para hacerlo, conocíamos las consecuencias, pero no teníamos ni idea de lo que eran las fases o de dónde procedían.
Dejó de bailar e hizo aparecer una pila de diagramas de Feynman, cinco alternativas para el mismo proceso, dispuestas unas encima de las otras.
—Se crean del mismo modo que cualquier otra relación: vínculos comunes a una red mayor.
Añadió unos cuantos cientos de partículas virtuales que interconectaban diagramas antes inconexos.
—Es como el espín. Si las redes han creado direcciones en el espacio que hacen que los espines de dos partículas sean paralelos, cuando se combinen sencillamente se sumarán. Si son anti-paralelos, en direcciones opuestas, se cancelarán. Con la fase pasa lo mismo, pero se comporta como un ángulo en dos dimensiones, y funciona con todos los números cuánticos juntos: espín, carga, color, todos; si dos componentes están perfectamente desfasados, desaparecen completamente.
Gisela miro cómo Cordelia alargaba una mano hacia el diagrama estratificado, siguió los recorridos de dos componentes y empezó a entenderlo. No habían descubierto ninguna estructura más profunda que los números cuánticos individuales, como habían esperado, pero habían aprendido que una única y vasta red de líneas de universo podía explicar lo que el universo construía a partir de esos hilos indivisibles.
¿Era suficiente para ella? Su original, que estaría intentando no volverse loco de vuelta en Atenea, podría consolarse pensando que el clon de la Inmersión podía ser testigo de un avance como éste... pero con la muerte acercándose, ¿no acabaría todo convertido en cenizas para el testigo? Gisela lo pensó de sí misma, aunque lo había discutido ampliamente con Timón y los demás durante siglos. ¿Acaso todo lo que sentía en este momento dejaba de tener sentido sólo porque no había ninguna posibilidad de llevarse la experiencia de vuelta al mundo exterior? No podía negar que hubiese sido mejor saber que podía volver a conectarse con sus otros yoes, contarle a sus familiares lejanos y amigos lo que había aprendido, seguir las implicaciones durante milenios.
Pero el universo entero se enfrentaba al mismo destino. El tiempo estaba cuan tizado; no existía la posibilidad de cálculo infinito antes del Big Crunch, para nadie. Si todo lo que tenía fin era vacío, la Inmersión sólo les había ahorrado prolongar la falsa esperanza de la inmortalidad. Si cada momento valía por sí mismo, completo en sí mismo, entonces nada podía quitarles su felicidad.
La verdad, por supuesto, estaba en un punto intermedio.
Timón se acercó a ella, sonriendo encantado.
— ¿Qué cavilas tanto aquí sola?
Le cogió la mano.
—Pienso en redes pequeñas.
Cordelia le dijo a Vikram:
—Ahora que sabes exactamente qué es la fase y cómo determina la probabilidad... ¿Existe algún modo de utilizar los haces del experimento para manipular la probabilidad para la geometría que nos espera? ¿Crees que podríamos deformar los conos de luz lo suficiente como para seguir eludiendo la región de Planck? ¿Podríamos retroceder en espiral alrededor de la singularidad unos cuantos miles de millones de años, hasta que llegue el Big Crunch, o hasta que el agujero se evapore debido a la radiación de Hawking?
Por un momento Vikram pareció quedarse paralizado y luego se puso a lanzar programas. Sachio y Tiet se acercaron y le echaron una mano buscando atajos computacionales. Gisela se quedó mirando, mareada; a duras penas se atrevía a pensar que fuera posible. Examinar todas las opciones podría llevarles más tiempo del que disponían, pero entonces Tiet encontró un modo de probar clases completas de redes mediante un solo cálculo y el proceso se aceleró mil veces.
Vikram anunció el resultado con tristeza:
—No. No es posible.
Cordelia sonrió.
—No pasa nada. Era sólo curiosidad.
Fin