LAS ORQUÍDEAS Y EL PINTOR
Publicado en
abril 20, 2014
Hace poco se llevó a cabo en Quito una exposición mundial de orquídeas, algunas de las cuales aparecen fotografiadas en estas páginas. Este evento motivó a revista DINERS para realizar este reportaje a uno de nuestros artistas plásticos más importantes, orquideólogo apasionado.
Por Milagros Aguirre.
La casa queda allá arriba, en el Itchimbía. Tenía, por cierto, una referencia para llegar... "Por el camino empedrado, la casa esquinera, esa que se distingue de las demás por la cantidad de árboles y plantas que se asoman por encima del muro".
Correcto. Era esa sin duda. Cuando conversábamos de cosas diferentes a la pintura, había mencionado ya su querencia por las flores. Hasta se rumoreaba por ahí que su jardín era de envidia. Pero no se me hubiera ocurrido encontrar, en la casa de Nicolás Svistoonoff, un lugar que fuera un verdadero oásis en este Quito de cemento gris.
El olor de la tierra mojada y el verdor de las hojas frescas eran algo conmovedor. Las pequeñas flores de miles de colores eran cada una más hermosa que la otra. Se sentía verdadera vida ahí, vida que tiene que ver con bichos, con tierra, cortezas, hongos, abonos, sol; vida de esa que uno no está acostumbrado a disfrutar... Porque vamos perdiendo la costumbre de ver árboles y plantas silvestres, como si no existieran más y fueran simplemente imágenes remotas de bosques encantados, de los que se describen sólo en los cuentos de hadas.
Descubrir "el jardín de Svistoonoff" es más que saberle pintor maestro y amante de la naturaleza. Es respirar. Y eso es un alivio. Dentro de ese millar de plantas, yerbas, hojas, flores, tanos caídos por el suelo, árboles inmensos, saltan a la vista y conmueven el espíritu las orquídeas. Sí. Las orquídeas, que se han tomado no sólo el jardín sino parte de la vida de Nicolás Svistoonoff: las cuida, las colecciona, las quiere y vela por ellas.
Al entrar en su casa, el aire que se respira es otro... Y Nicolás Svistoonoff deja de ser pintor para convertirse en quien da vida a toda esa vida: les pone agua a las plantas, ríe con ellas, las fotografía y se deleita mostrando cada uno de los especímenes que pueblan su jardín.
—¿Conocías las orquídeas? —pregunta él primero, antes de entrar en detalles al respecto.
—Obviamente no, aunque sé que maravillan —digo.
El pintor sonríe. Y es que "pocos son los ecuatorianos que conocen las orquídeas, siendo este un país tan rico en especies", dice.
"El Ecuador es uno de los países más ricos del mundo en orquídeas; hay unas 3.500 especies, de las cuales 2.500 están clasificadas. Sin embargo, hay un desconocimiento absoluto de la planta", comienza diciendo Svistoonoff, quien ha encontrado en las orquídeas un tema para desarrollar en un libro (que acaba de publicar la Imprenta Mariscal), "la diversidad de formas y colores de la planta y su propia capacidad creadora, son dignos de admiración, de ahí que me pareció importante que tanto los ecuatorianos como los extranjeros conocieran esta increíble variedad de la naturaleza".
"A través de las imágenes de estas flores maravillosas, quiero hacer entender por qué se produce la fascinación por ellas", comenta Svistoonoff a propósito del libro en el que se trata cada fotografía de las flores con un amplio concepto estético que tiene que ver con el arte y la plástica, por supuesto.
Claro que las flores son lindas. Claro que ver nacer y crecer plantas provoca un sentimiento de emoción y de alegría. Pero es triste pensar que el hábitat de las orquídeas se destruye sistemáticamente, como hizo notar el orquideólogo (o mejor orquideófilo, amigo de las orquídeas, porque lo de logos equivale a ser sabio en la materia y no amante de ella).
Sí. El hábitat de las orquídeas se destruye constantemente: en donde se construyen carreteras, por ejemplo, no es nada raro encontrar las más variadas especies.
Y observando las plantas del otra vez maravilloso "jardín de Svistoonoff", lo primero que viene a la mente preguntar es el por qué de las orquídeas..: ¿De dónde se desprende la fama de esta flor silvestre? ¿Cuál es el misterio?
El misterio -según cuenta Nicolás- está, por un lado, en lo codiciado de las plantas durante el siglo pasado, cuando aficionados y coleccionistas llegaron a pagar pequeñas fortunas por ellas. Pero algo de enigma tiene ahora también... Parte de la mística por las orquídeas procede indudablemente de su singular apariencia: su característica más especial estriba en el modo en que surge la flor y en su mecanismo de reproducción.
UNA ESPECIE DE AMOR FATAL
¿Cuál es la fascinación por ellas?, es la pregunta que se hace Svistoonoff el momento en que decide tomar fotos de las orquídeas para hacer un libro sobre estas plantas.
Los grandes aficionados sienten verdadera pasión por ellas. En siglos pasados se montaban verdaderos operativos para "cazar" orquídeas. A partir de 1830 fueron enviados al trópico hombres preparados para recoger éstas y otras plantas. Pero la edad de oro de la recolección de orquídeas llegó a su fin con la Primera Guerra Mundial. En 1922 un científico americano, Lewis Knudson, descubrió el modo de hacer crecer esta planta en frascos estériles con una jalea nutritiva y a partir de entonces sus precios comenzaron a bajar. Después, tras la Segunda Guerra Mundial, George Morel, científico francés, descubrió el modo de propagar las plantas a partir de un pequeño esqueje tomado de la punta de una rama recién brotada (sistema meristemático de la reproducción de orquídeas), lo que permitía producir en cantidades ilimitadas copias exactas de nuevos y bellísimos híbridos.
Cuando Nicolás Svistoonoff comenzó a fotografiar sus plantas, en principio simplemente para registrarlas, se acercó tanto a ellas que fue encontrando los misterios interiores de la flor, de sus colores y de sus formas, casi cumpliendo la función de polinizador de ellas. Ahí se adentró más en la magia y el magnetismo de las flores. Fue entonces cuando comenzó a descifrar la fuerza de las orquídeas, a conocer sus formas inverosímiles, extrañas, insólitas, hasta descubrir que, de alguna manera, cada una de las plantas seduce de manera especial a quien las cuida.
"Cuando a uno le entra la afición, que es como un vicio, se da cuenta de que coleccionar orquídeas es muy diferente a coleccionar otras plantas; la creatividad de la naturaleza en ellas es tan amplia que raya en el surrealismo", comenta.
Las orquídeas se convirtieron entonces, para Svistoonoff, en una especie de "amante". Cuando no está fotografiándolas, está buscándolas en alguna parte o está ahí, en el jardín, cuidándolas, dándoles el alimento preciso, observándolas crecer.
Su afición comenzó desde niño cuando en alguna de las quebradas de Quito se encontró con una "Maywa", una especie de orquídea que tiene pequeñas florecitas rojas. "Tenía ese gusto por las plantas silvestres motivado por la afición que tenían mis padres por el Ikebana", recuerda. Luego, con Juan Cueva, salía de excursión en busca de especímenes nuevos. Ni siquiera se dio cuenta cuándo le entró el "vicio" por ellas. Una especie de amor fatal...
MISTERIO, ENIGMA Y SEDUCCION
No se puede cuidar a una orquídea sin tener pleno conocimiento de ella. Antes que nada, hay que entender que la orquídea es una planta epífita, diferente a otras. Con muy raras excepciones, prefieren crecer en substratos que no tengan tierra, en cortezas, en piedra volcánica o en raíces de helecho. Les gusta el aire y una cierta condición de humedad atmosférica. Unas son de sol y otras de sombra.
Las flores que tiene Svistoonoff son parte de una "misión de rescate": la mayoría son rescatadas de la destrucción en lugares en que estarían en peligro de extinción: carreteras, quebradas, bosques a punto de ser talados por completo. Y como parte de esa misión, pretende incentivar la afición por su cultivo "porque es tanto lo que se destruye que si no se toma conciencia, en muy poco tiempo las orquídeas desaparecerán del todo".
Los mecanismos de reproducción de las orquídeas son de cuento de ciencia ficción: "Tienen una cápsula en la que hay unas diez mil semillas. Esas semillas se desprenden, caen o se las lleva el viento. Algunas, casualmente, caen en un hongo que se llama micorisa y ahí germinan", explica Nicolás descifrando uno de los grandes misterios de la naturaleza, que no se queda sólo ahí...
"Apenas unas diez de las semillas encuentran ese lugar propicio para crecer y es tan grande su diversidad que sólo con las orquídeas se podría escribir otra teoría de evolución de las especies. Tienen una sorprendente capacidad de metamorfosis y de adaptación. Y es que, a más de lindas, son ingeniosas...
Hay algunas que tienen un olor agradabilísimo y perfumado, mientras que otras despiden uno tan desagradable como la carroña, todo para atraer al insecto polinizador.
Unas se parecen al insecto hembra, y otras crean mecanismos increíbles para "ahogar" al insecto en una especie de vaso del cual sale después de haberla polinizado.
Cuando Svistoonoff explica todo eso, una especie de sentimiento de conmoción se presenta: nos hemos acostumbrado a no ver lo que es la naturaleza... mientras otros se deleitan con ella.
Todos esos encantos de la orquídea la hacen un enigma de la naturaleza, y de ahí viene la seducción, la pasión que le ponen quienes las cultivan, el orgullo frente a un jardín como pocos, con especímenes maravillosos que nos permiten comprender los encantos de la vida misma.