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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
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  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
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  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
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    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


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    ----------------- GENERAL -------------------


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    EL SIGNO DE LABRYS (Margaret St. Clair)

    Publicado en abril 06, 2014

    I


    Existe un hongo que crece en las paredes que sirve para alimentarles. Es de color violeta, de un violeta rojizo obscuro y que tiene un sabor bueno y dulce. La gente lo busca entre las rendijas de las rocas.

    Las cuevas, en si mismas, no son demasiado profundas, aunque la zona excavada desciende a una gran profundidad. Tales cuevas subterráneas nunca estuvieron totalmente ocupadas, ni existía ahora en tiempos de paz su necesidad, si bien tampoco estaban totalmen—te abandonadas. Las gentes viven ahora en ellas por la razón de que allí se disfruta de la quietud, e incluso de ciertas instalaciones lujosas. Existen en estas cuevas, almacenados, todos los artículos y géneros necesarios para la vida en cantidades impresionantes, si se sabe dónde hallarlos. Aunque, claro está, el aire no está tan purificado como debería desearse.

    Para llegar a donde yo vivo, en, la hilera denominada E3, es preciso pasar por habitaciones repletas de muebles archivadores, computadoras y refrigeradores repletos a su vez de bandejas y más bandejas de antibióticos. Sé dónde poder hallar pronto lámparas para linternas y la larga caminata que debo realizar entre aquel dédalo de pasillos y galerías no es cosa que me moleste. No puedo soportar vivir en la superficie, donde los bulldozers mantienen una despierto sin poder conciliar el sueño la mitad de la noche, con sus ruidos, y donde es indispensable el tener que mantenerse de algún modo en contacto con las demás gentes.

    Aquella noche, yo había vuelto a mi estancia más bien tarde. No sabía si tenía algo que hacer o no: voy allí por las mañanas y a veces me ponen a trabajar. Otras veces, me paso el día entero vagando de un lado a otro. El trabajo consiste en realizar algo que cualquier hombre con una regular fuerza física pueda hacer, como trasladar cajas de un almacén de un lugar a otro. Yo he movido las mismas cajas una y otra vez. Pero tal ocupación, le mantiene a uno entretenido en algo y le impide a uno pensar demasiado. Cada sábado se me entregaba un boleto y si no me lo daban, para el caso era igual. Tengo todo un cajón de mi mesa lleno de ellos.

    De cualquier forma, aquella noche me habían mantenido ocupado hasta bastante tarde. Cuando me aproxime a mi pequeña estancia, vi que la luz surgía por los contornos de la puerta. Aquello indicaba claramente que alguien debería encontrarse en el interior y me resultó francamente molesto.

    Resulta curioso de qué forma uno rehuye el contacto con los demás en estos tiempos. En parte, por supuesto, es el hábito de evitar cualquier contacto ajeno resultante de las epidemias tan terribles que se sucedieron. Sin embargo, las epidemias habían sido prácticamente alejadas hacía años. Por ahora, aunque las muertes son muy escasas, continuamos persistiendo en el hábito de evitar cualquier proximidad con nadie. Deseamos vivir separados tinos de otros. No podemos soportar la compañía de otra persona.

    Y allí me encontraba con alguien en el interior de mi apartamiento subterráneo. No me gustó en absoluto. Cuando me decidí a entrar me hallaba de un humor de perros.

    La persona que estaba en el interior se levantó cortésmente al entrar yo. Era un joven delgado y esbelto vestido con el uniforme ciruela obscuro propio del FBY. Tenía los ojos y los cabellos de color muy claro.

    — Mr. Sewell — me dijo —. Soy del FBY. Aquí tiene mi identificación. —Y. extrajo del bolsillo un carnet que me mostró.
    — Humm... — respondí.

    El FBY no es popular. No es que tenga fama de ser brutal con la gente, por cuanto sabemos del gobierno que rige nuestros destinos actualmente, es sencillamente la organización policial FBY, y claramente yo tampoco sé explicarme la aversión que todos sentimos por ella. Tal vez sea el recuerdo pasado de la "ciencia" que para un hombre joven de mi generación, sólo sirve para recordarle el terror. Mas existe el rumor reciente de que esta organización está tramando algo para sus propios propósitos. Además, los hombres del FBY son poco amistosos, al propio tiempo que bastante impersonales. Su falta de amistad parece una tónica general del cuerpo y su impersonalidad petulante. Como digo, no gozan de ninguna simpatía y son muy poco populares.

    — Mr. Sewell — continuó, esta vez sonriendo amistosamente —, he venido a buscarle a usted en demanda de información. Bien, mi nombre es Ames, Clifford Ames. Se nos ha dicho que está usted en contacto con una joven a quien tenemos un especial interés en localizar. Su nombre, al menos el nombre con el que suele ser conocida, es Despoina.

    Yo fruncí el entrecejo.

    — No he oído jamás ese nombre antes — le repuse —. Resulta un nombre bastante singular.
    — No tiene, naturalmente, por qué responderme — dijo el hombre del FBY—, pero creo que conseguiríamos todos una gran ventaja si pudiera hacerlo.
    — ¿Ventaja para mí? — le dije yo —. ¿Qué clase de ventaja puede existir para nadie en los días que vivimos?

    El policía se puso a reír.

    — En eso creo que tiene bastante razón concedió —. Pero se nos ha dicho que no solamente está usted en contacto con ella, sino que esa Despoina, o Espoina, o como se llame, está viviendo actualmente con usted.
    — ¿Viviendo conmigo? — le respondí sorprendido, más que molesto —. Nadie vive aquí conmigo. No podría soportar la proximidad con nadie. Si registra mi vivienda, verá que no existe ni la menor traza de ninguna presencia femenina.
    — Sí, es cierto, no hay nadie con usted. Pero nos gustaría mucho localizarla.
    — Ya se lo dije, jamás oí hablar de tal mujer. — La constante sonrisa del policía me estaba sacando de quicio —. De todas formas, no conozco a ninguna mujer. ¿Por qué buscan ustedes a ésa en particular? ¿Sospechan que es contagiosa?
    — Creemos que es una portadora de gérmenes.

    Un escalofrío me recorrió la espalda. Los portadores de gérmenes eran gentes que, enloquecidas por la destrucción y el horror a través del cual habíamos vivido, esparcían deliberadamente y diseminaban por doquier los virus neurolíticos que lo mataban todo. Eran una masa ciega de asesinos. O, al menos, así se decía de estas personas. Personalmente, nunca me había tropezado con ninguna.

    — Aun así, lamento no poder ayudarle — le repuse —. Puede creerme, no sé nada de todo esto, en absoluto.
    — Pues nuestros informes...
    — Han debido ustedes ser mal informados.
    — Bien — Ames se dirigió hacia la puerta —. Usted trabaja muchas horas, ¿no es cierto? Le estuve esperando mucho tiempo. Tiene usted que trabajar desde las siete a las seis o algo parecido...
    — ¡De las siete a las seis! — repuse riendo entonces —. Oh, no, así no trabajan ni los hombres de los bulldozers, en el nivel B. Mi trabajo es mucho menor que todo eso.

    Ames dejó escapar un suspiro. Parecía que yo hubiera revelado algo importante y significativo sin saberlo. Me miró con ojos de simpatía.

    — De siete a seis o de ocho a cinco, de cualquier forma es algo pesado, ¿no le parece? — dijo deliberadamente. — A propósito — continuó Ames —. No le he dado a usted la descripción de la joven que andamos buscando — Se dice que tiene una talla de tipo medio, esbelta y de esqueleto frágil, con una notable piel clara. A menos que no se la haya cortado o teñido, tiene una cabellera de un rojo dorado muy atractiva. ¿Sabe usted de una mujer que responda a estas señas? — Le vuelvo a repetir que no conozco a ninguna mujer, en absoluto. Ni siquiera he hablado con ninguna desde hace casi tres años, excepto para decirle buenos días ocasionalmente a la mujer que hay en la oficina donde trabajo. Pero ésta es más bien pequeña y de mediana edad.
    — Ya comprendo — repuso Ames —. Bien, si cambia de parecer y se decide a cooperar con nosotros, puede tomar contacto conmigo en esta dirección. — Y me alargó una tarjeta de visita.

    La tomé sin darle importancia; ni siquiera me molesté en leerla, y me la guardé en el bolsillo. ¡Qué forma más descarada de mentirme!

    — No es cuestión de cooperar con ustedes. Es que, sencillamente, no tengo nada que poder manifestar a usted. ¿Tendrá usted dificultades para hallar la salida? Si quiere puedo prestarle una linterna eléctrica, si es que le puede ser útil. — Todo lo que deseaba era quitármelo de encima.

    Abrió la puerta de mi cuarto y salió al comedor.

    — Gracias, no es preciso su ofrecimiento. Conozco un pasillo más corto.

    Mientras le miraba desde el umbral, Ames echó mano de un pequeño tubo de entre un cierto número de dispositivos que llevaba colgado de su cinturón y lo dirigió hacia el techo como si quisiera localizar algún lugar determinado. Movió aquel tubo que proyectaba una luz especial por el techo y tras un par de segundos sentí una fresca corriente de aire. En el techo del corredor aparecía un agujero de dos pies de diámetro.

    Ames devolvió el tubo a su cinturón y volvió a sacar otra cosa. Parecía un haz de cuerdas finas de bramante. Lo arrojó hacia arriba en dirección al agujero del techo y comprendí que se trataba de una escala de cuerda extremadamente ligera y manejable.

    El oficial del FBY puso una mano a cada lado de la escala y comenzó a subir por ella. Cuando se hallaba a medio camino en su ascensión se volvió y me dijo:

    — También nosotros, los hombres de FBY, sabemos hacer cosas de magia.

    Siguió ascendiendo hasta llegar al tope. La escala pendió en el aire unos momentos hasta ser recogida desde arriba. El techo volvió a quedar tan sólido como estaba antes y la abertura había desaparecido junto con el policía.

    Yo volví a mi cuarto. Lo que acababa de ver me volvió pensativo. No había nada improbable en el hecho de que existieran salidas de emergencia en varios lugares de la gigantesca caverna subterránea, salidas de escape conocidas sólo por unas pocas personas. Pero ¿qué es lo que significaba el comentario hecho por Ames? Yo estaba bien seguro de haberlo oído correctamente. ¿Por qué habría dicho que el podía hacer cosas mágicas también?

    Sacudí la cabeza confuso. Me dirigí a la alacena y tomé una lata de comida en conserva para prepararme la cena y después me detuve. En realidad, no tenía apetito. La entrevista con Ames lo había hecho desaparecer, en más de un sentido, además. La conversación que habla sostenido con él era la más larga que jamás hubiera tenido con nadie en años. Aquella proximidad de otro ser humano me enfermaba. Y por encima de todo aquello, se encontraba el FBY.

    Al final preparé un gran plato de hongos de color violeta y comí con ellos. Los había recogido en la última semana y aún permanecían dulces y frescos. Habrían estado mejor ligeramente hervidos; pero no me encontraba en forma alguna dispuesto a ocuparme de la cocina. Cuando comí lo suficiente y quedé satisfecho, puse el plato en la alacena. Traté de leer un libro de texto sobre bioquímica; pero no pude mantener la atención ni siquiera en una sola página.

    Al fin dejé el libro de lado. Despoina. Una chica esbelta con cabellos de color de un rojo dorado y una piel blanca. ¿Para qué deseaba encontrarla el FBY? ¿Y qué pudo haberles hecho pensar que estaba en contacto conmigo?


    II


    Si en los días en que vivimos los seres humanos podemos aguantar la proximidad de otros seres apenas unos minutos, es algo singular cuán diferente es el caso con los muertos. En mi camino hacia el trabajo, suelo pasar por uno de los vastos campos donde yacen las víctimas de la epidemia, cada una encerrada en un saco de plástico a toda prueba, esperando ser enterradas. No siento la menor antipatía por ellas.

    Con todo, debería ser horrible. Los sacos de plástico son traslúcidos y uno puede captar de un vistazo la espantosa visión de lo que contienen. Pero el horror está ausente. Todo lo que siempre he sentido ha sido un gran sentimiento de piedad a la vista de tanta desgracia.

    Los bulldozers estaban trabajando cuando llegué hasta ellos aquella mañana. Siempre lo estaban, existe incluso un turno nocturno. Lo extraordinario es que hayan hecho tan poco. Supongo que la razón se deba en parte a la naturaleza del trabajo a realizar y en parte a que apenas existen suficientes hombres que se ocupen de tales trabajos. Resulta muy difícil encontrar razones que induzcan a la gente a que trabaje.

    Llegué al almacén. La mujer de la oficina me hizo una señal con la cabeza. La antipatía y aversión que 'a gente siente hacia los demás seres humanos en nuestros días, no es menos marcada entre varones y hembras que entre miembros de un mismo sexo. La gente satisface sus necesidades sexuales en contactos de quince minutos y se alejan el uno del otro inme—diatamente. No existe ninguna forma de vida por la que nadie se interese. Yo supongo que a nadie le preocupa.

    El capataz me puso a trabajar llevando de un lado a otro una pila de cajas. Era la misma que había transportado hasta la parte norte del almacén dos días antes. Ahora todo se reducía a volverlas a traer al lugar de origen de nuevo.

    Mientras estaba ocupado en mi trabajo volví a pensar en el hombre del FBY. Esta organización (se la llamó así cuando comenzaron las epidemias, específicamente para ocuparse de los brotes, aunque reconstruida sobre otra más anterior) ha tenido siempre la fama de estar muy unida y obedecer a un principio muy complicado. ¿Será que la gente del FBY está en condiciones de hallarse unida entre sí, mientras que el resto de nosotros somos incapaces de hacerlo? ¿O será simplemente su famosa «disciplina» lo que les permite trabajar juntos?

    Llegado el mediodía, el capataz me dijo que podía volver a mi cuarto. Al salir vi que otros trabajadores del almacén se ocupaban en trasladar mis mismas cajas hacia el sur.

    Los hombres de los bulldozers tomaban el almuerzo cuando pasé junto a ellos. De entre el grupo, uno de corta talla y moreno me llamó la atención.

    — ¡Eh, Mac! ¿Te gustaría ponerte al frente de una de esas máquinas?

    Yo me detuve.

    — ¿Necesitáis hombres?
    — Sí. Yo te enseñaré cómo manejarlo. Empleé el resto del día aprendiendo cómo manejar un bulldozer, mientras que el hombre que me había llamado Mac me pasaba a gritos las instrucciones que consideraba necesarias.

    Hacia las cinco comprendí por qué los enterramientos iban tan despacio. En primer lugar, no había hombres que excavasen con herramientas manuales, y un bulldozer no es precisamente la herramienta adecuada a pesar de su gran fuerza excavadora. Y en segundo término, no existía orden ni arreglo, en absoluto, para disponer de los cuerpos en las fosas. Teníamos que ponerlos en la pala de los bulldozers y enterrarlos uno a uno. Pero mis sentimientos respecto a los cuerpos aquellos no habían cambiado. Seguían llenándome de piedad, como una especie de ternura por algo perdido irremisiblemente.

    Cuando volví a mi cuarto, me dirigí al lavabo para lavarme las manos. Le di la vuelta al grifo; pero no había agua. Aquello era serio. Todas las habitaciones en el nivel E3 — diseñado para alojar a los más importantes empleados del gobierno, contenían un lavabo, una cama y una estufa de dos fuegos, alimentada con baterías eléctricas. Todas las habitaciones de una misma hilera subterránea recibían el agua de un depósito común.

    Me dirigí al cuarto vecino próximo al mío y abrí el grifo. Tampoco había agua. No se me hubiera podido ocurrir semejante cosa. Tenía que hacer algo. ¿En qué dirección debería desplazarme, hacia arriba o hacia abajo?

    Sin duda, algo debería ocurrirle al depósito de reserva. No pude imaginarme que se hubiese terminado el suministro líquido. Había sido diseñado y montado para más de cincuenta años de buen servicio. Lo más probable es que alguna clase de hongos hubiera cre—cido y desarrollado de tal forma en la conducción principal que hubiese terminado por cortar el agua.

    Cuanto más se desciende a niveles bajos en las cavernas, más lujosa es la instalación. Pero el pensamiento de los niveles bajos, siempre me había repelido por instinto... Trataría de hacerlo a uno próximo más bajo y a medio camino de ser posible.

    Empaqueté lo más interesante para mí, unos cuantos libros, alguna ropa y un surtido de latas de conserva con alimentos deshidratados. Siempre estaría en condiciones de obtener cualquier clase de alimento de las enormes reservas apiladas en los niveles. Y salí de mi cuarto. Con una maleta en la mano, caminé a lo largo del sombrío corredor hasta llegar al F1, una fila de cuartos diferentes del F, que era un nivel separada. Después descendí un par de escaleras y volví hacia la izquierda.

    No había caminado mucha distancia en el F1 cuando noté que una de las luces rojas instaladas en un panel de señales en el corredor lucía intermitentemente. Aquello significaba que algo iba mal a todo lo largo de la fila, sin que pudiera imaginarme qué podría ser. Tal vez no fuese nada serio, ya que, de lo contrario, todo el sistema estaría cerrado al paso, excepto en las salidas de emergencia.

    Vacilé. ¿Debería volver atrás? El nivel F2 estaba a poca mayor profundidad de lo que yo hubiera deseado y además, sentía una enorme curiosidad. Continué andando. Una puerta se abrió delante de mí. En ella apareció un hombre apoyándose en el umbral. Vacilaba sobre sus pies, dando el aspecto y la sensación de hallarse enfermo o borracho.

    Produjo un extraño ruido con la garganta y después la palabra «siete» surgió de sus labios. Luchó desesperadamente por respirar y acabó a los pocos segundos por caer colapsado a mis pies.

    Yo tuve entonces un instante de pánico. Había ya visto a mucha gente morir así, en la época en que las epidemia alcanzaron su mayor virulencia. Pero era posible que este hombre estuviese borracho. Le examiné desde cierta distancia.

    Ahora, existe, como lo fueron antes, dos tipos de enfermedades epidémicas mortales. La más común era la pulmonar, donde las células propagadoras del mal proliferaban dentro de los pulmones hasta impedir toda respiración a la víctima, muriendo, literalmente por asfixia. Los cuerpos de la gente que moría de esta horrible manera, aparecían deformados e hinchados'. Las células propagadoras de la epidemia, secretaban una enzima que destruía la conductividad de las células nerviosas y la muerte seguía tan rápidamente tras la ingestión por las víctimas de los bacilos propagadores de la peste que la pobre víctima parecía ser fulminada por un rayo. Moría antes de darse cuenta de lo que estaba ocurriéndole.

    El hombre caído sobre el corredor cerca de mis pies, vestía el uniforme obscuro de color ciruela propio del FBY. Mirándole, veía que las costuras de su traje se distendían bajo la presión terrible de la hinchazón de su cuerpo a punto de estallar. No había la menor duda de que había muerto. Ni tampoco de que la causa de su muerte era la epidemia pulmonar, en su forma de fermentos respiratorios. Las células que en forma de esporas se expandían por el aire se diseminaban fácilmente. Con mi maleta aún en la mano, me volví rápidamente deshaciendo el camino que había hecho. Me detuve cuando me encontré de nuevo en el E 3; Me hallaba realmente aterrado. Las epidemias pulmonares se llevan un par de horas en causar la muerte, tras el contagio y la exposición al aire libre y yo ciertamente me había hallado expuesto en esa forma. Dejé pasar las dos horas siguientes sentado al borde de mi cama, escuchándome mi propia respiración y tosiendo o haciendo inhalaciones de aire experimentalmente.

    Llegaron las siete y aún continuaba vivo. O ninguna de aquellas esporas me había alcanzado, o es que gozaba de alguna inmunidad especial contra la epidemia. Respiré profundamente. Seguía pensando en irme a otro lugar cualquiera a vivir, y todavía no había tomado la cena. Pensé qué debería hacer respecto al hombre muerto en el F1. Era preciso comunicarlo a los enterradores, para que acudiesen a embalar el cadáver en un saco de plástico, para su enterramiento. Pero por otra parte, odiaba la idea de mezclarme en el asunto.

    Finalmente decidí que aquello era un problema que concernía sólo al FBY. Se decía que solían mantenerse entre ellos en estrecho contacto, por tanto, pronto encontrarían al compañero muerto.

    Y entonces me marché por la otra parte contraria del corredor, hacia el nivel D de las cavernas. Las acomodaciones de aquel nivel, estaban dispuestas para tres o cuatro personas. Finalmente encontré acomodo en una habitación sin amueblar, excepto cuatro literas de una pobreza espartana. Pero funcionaba la luz y el agua y existía la clásica cocina de dos fuegos alimentada por electricidad. Bien, el problema era encontrar algo que comer.

    Eché un vistazo a mis provisiones. Tenía hambre; pero nada me parecía bueno. Lo que realmente deseaba, desde luego, eran algunos hongos de color violeta, frescos, dulces y apetitosos.

    La gente solía comerse esta clase de hongos porque es casi lo único fresco y natural que posee en este mundo subterráneo. Cuando las esporas propagadoras de las terribles epidemias escaparon de manos de los científicos que habían estado experimentando con ellas, y comenzaron las horrorosas plagas, no fueron solamente los seres humanos los que perecieron por ellas. Murieron también los animales domésticos, dándose el caso de que la mortalidad aún fue superior entre ellos, afectándose igualmente las plantas y vegetales alimenticios.

    Algunas plantas alimenticias se extinguieron, como por ejemplo, el trigo, la cebada y el arroz. Murieron además todos los árboles. No he visto un árbol desde hace diez años. Y las células germinales de los vegetales corrientes, como las lechugas y tomates, mutaron hasta hacerse polipoides. En nuestros días, una lechuga es una planta de diez pies de altura, cubierta con una especie de corteza y tan comestible como pudiera serlo un estropajo.

    Sin embargo los hongos son buenos, frescos, crujientes y dulces. Cuando se les cuece ligeramente, tienen un ligero sabor a castañas de agua. Y es curioso que uno no se canse de su sabor. La dificultad estriba en encontrarlos. Suelen crecer más allá de la parte de las cavernas que han sido arregladas para que viva la gente o bien entre las desnudas rocas.

    Saqué de la maleta una bandeja y un cuchillo. Si se cortan con el cuchillo en vez de arrancarlos, vuelven a crecer normalmente. Me puse una linterna eléctrica en el cinturón y salí a buscarlos.

    El lugar a donde me dirigía, se hallaba al final del E3, mi antigua fila de viviendas. Los hongos crecerían probablemente en muchos otros lugares de los subterráneos; pero allí, al menos, estaba seguro de encontrarlos.

    Era una larga y tediosa caminata. Resultaba preciso dar muchos rodeos y subir una y otra vez entre las rendijas de las rocas para llegar al lugar en que crecían los hongos. Debía a veces arrastrarme sobre pies y manos. Llegué al sitio y comprobé con satisfacción que los hongos habían vuelto a crecer abundantemente desde la última vez, y pude fácilmente llenar mi bandeja. Comencé a abandonar la rendija rocosa. Mi cinturón se enganchó en un saliente de la roca y la linterna alumbró el lugar. Y vi, rudamente esculpido en la piedra, una señal en forma de número 7.

    Mi corazón latió apresuradamente. Tomé entonces la linterna y examiné el signo aquel, cuidadosamente. No, no era un 7, sino un símbolo mucho más antiguo. Alguien tuvo que haber encontrado realmente una gran dificultad para hacerlo, había dibujado sobre la roca grisácea, el antiguo signo de Labrys, el hacha con doble cabeza.

    Seguí pensando en aquello casi todo el tiempo que tardé en volver a mi alojamiento. Aquel signo pudo estar allí desde mucho antes; pero yo me encontré inclinado a suponer lo contrario, porque cuando comencé a buscar por allí los hongos, había rebuscado todos los rincones de aquella rendija de la roca con el mayor cuidado. Pero alguien, recientemente, lo había dibujado. ¿Por qué? Por lo que yo sabía, era la única persona que en realidad conocía la localización de aquella rendija particular. Por unos instantes de vértigo mental, llegué a pensar si no habría sido yo mismo quien dibujase tal signo. Pero estuve bien seguro de no ha—berlo hecho, a poco de reflexionar.

    Una vez de vuelta a mi cuarto, lavé cuidadosamente los hongos y los puse a cocer con un poco de caldo de ternera. Pero estaba visto que la cena de aquella noche estaría llena de sorpresas. Cuando fui a buscar el plato donde poner la comida, encontré un trozo oblongo de papel depositado en el lugar más visible del utensilio de cocina.

    Era una simple nota. Aquella nota, escrita con tinta de un color marrón pálido, era lacónica: «Mr. Sewell, venga a la galería inferior sobre las once de la noche». Estaba firmada con una simple «D».

    Mi reacción fue estrujar el papel con cierta rabia entre los dedos. Ames, el policía del FBY tuvo que haberla dejado y aquello debía representar o bien un intento de embrollarme activamente con la misteriosa Despoina o, más verosímilmente, la idea de obtener una confesión de culpabilidad de mi conocimiento con ella.

    Pero detuve el curso de mis pensamientos. ¿Cómo habría sabido Ames el sitio donde encontrarme? Ni yo mismo había sabido, hasta el último momento, que iría a elegir un alojamiento en el nivel D. Para él, el estar en condiciones de hallarme diez minutos más tarde de haberme cambiado de lugar, significaba que el FBY me tenía custodiado bajo estrecha vigilancia constante. Y si realmente me vigilaban tan estrechamente, tendrían que saber con toda seguridad que yo no tenía el menor contacto con Despoina, y que jamás 1o había tenido.

    Recogí la nota y volví a examinarla con más cuidado. La tinta con que estaba escrita era tan espesa, que daba la impresión de formar parte del mismo papel, una pasta oscura de color marrón pálido que casi podía emplearse como papel de lija. La escritura a mano resultaba correcta, hasta elegante en los caracteres. Resultaba sorprendentemente fácil leerla. ¿Una escritura de mujer? Sí, podría ser; tenía un carácter más bien egoísta, desde un punto de vista grafológico.

    Me tomé la cena y me sentí inquieto, sin ganas de descansar. No iba a ir a la cita, desde luego. Pero a las once menos cuarto, un misterioso impulso me hizo recargar la linterna eléctrica y ponerme en marcha. La galería inferior se encuentra en su estado natural. Cuando las cavernas se arreglaron para servir de vivienda a los seres humanos y fueron excavados los niveles inferiores, se les consideró estructuralmente demasiado débiles para ser utilizados. Y quedó tal y como lo que había sido: un inmenso espacio cavernoso de doscientos por trescientos pies, con un techo bajo y unas cuantas estalactitas. No resultaba ni siquiera algo espectacular.

    No me encontré a nadie en el camino. Tiene que haber mucha otra gente que vive en las cavernas; pero apenas nos encontramos los unos a los otros. Cuando esto ocurre, miramos de lado. Es mejor hacerlo así. La galería, por supuesto, se hallaba en la más completa obscuridad. Hasta donde podía alcanzar el rayo de luz de mi linterna, fui alumbrando los alrededores, haciendo circuitos de luz parciales, de tanto en tanto, en las paredes... Nadie. Pero aquello era tan grande, que una docena de personas muy bien pudieran haberse ocultado en alguna parte burlando la luz de mi linterna.

    Esperé. Dejé la linterna encendida y seguí alumbrando con ella la obscuridad circundante. Finalmente, oí un ruido. Parecía el de unos pasos. Y llamé:

    — ¿Quién está ahí?

    No hubo respuesta. Yo comenzaba a ponerme nervioso y cansado de aquello, y pensé en volver. Pero un soplo de aire fresco pasó junto a mí. Tenía un cierto olor a humedad. Y entonces, una voz neutral, sin timbre especial y sin eco, habló como si lo hiciera en mis propios oídos.

    — «Bendito... seas.»

    Di una vuelta a mi alrededor. Envié el rayo de luz de la linterna intentando perforar aquella obscuridad circundante.

    —¿Quién está ahí? — repetí —. ¿Quién es usted? ¡Salga y muéstrese! ¡Vamos, muéstrese!

    Mis gritos se desvanecieron. No hubo respuesta alguna. El más absoluto silencio. Ni la menor pisada. Absolutamente nada.


    III


    Me desperté tarde a la mañana siguiente tras un sueño inquieto y poco reparador y me fui a mi nuevo trabajo bastante tarde. Pero no importaba. Trabajé el resto del día con el bulldozer. Resultaba singular lo bien que me sentía haciendo aquel trabajo. Cuando volví a mi alojamiento, al final de la jornada, Ames estaba esperándome.

    —¿Cómo supo usted dónde encontrarme? — le pregunté.

    Ames se encogió de hombros.

    — Cuando vi que se había cambiado, todo fue cuestión de suponer a qué nivel se habría trasladado y de abrir puertas.
    — Humm... ¿Y qué es lo que desea ahora?
    — Lo que antes. Que me ponga usted en contacto con Despoina.
    — Ya le dije y vuelvo a repetírselo una vez más, que no tengo el menor contacto con ella.
    — ¡Oh! Entonces, ¿qué me dice de esto? —. Y me mostró la nota que me había llegado la noche pasada. Fui un estúpido, olvidando de destruirla.
    — Esa nota fue dejada en mi poder, sin la menor intervención por parte mía. No tengo la menor idea de quién pudo dejarla.
    — ¿Acudió usted a la cita?
    — Pues... sí.
    —¿Y qué ocurrió?
    — Nada.
    — ¿Absolutamente nada? No puedo creerlo, amigo.
    — Creí haber oído unos pasos — respondí de mala gana —. Y después una voz dijo: «Bendito seas». No sé quién pudo haberlo dicho, ni en qué sitio estaba.

    La cara de Ames comenzó a enrojecer.

    — ¡Bendito seas! — repitió lentamente —. Sí, ciertamente es ella. Lléveme a ella, Sewell.
    — Si pudiera... pero no puedo. Pero si pudiera hacerlo... ¿Por qué tiene tanto deseo de verla?
    — Es cosa de mi organización... Ningún daño le ocurrirá a esa mujer.

    Yo solté la risa. — No habla usted como si realmente fuese una cuestión de organización. Parece usted personalmente implicado en el asunto.

    — No... — dijo, y después pareció reconsiderar la cuestión —. He sido infectado con la epidemia — continuó con voz pausada —. Ella puede curar estas cosas.

    Me retiré involuntariamente de Ames.

    — ¿De qué forma?
    — Es algo nuevo. Estaré muerto en un par de semanas.
    — Pues tiene usted que tener unos nervios del diablo para venir hasta aquí...
    — No se halla usted en peligro, Mr. Sewell. Parece que no se dé cuenta; pero puedo asegurarle de que usted se halla inmunizado contra la epidemia.

    Le miré inquisitivamente. No tenía aspecto de hallarse enfermo. Parecía más bien optimista y seguro de sí mismo.

    — ¿Cómo puede ella ayudarle a usted? Usted dijo al principio que era una portadora de gérmenes.
    — ¿Dije eso? Despoina puede matar las esporas de la epidemia con sólo mirarlas.

    Aquello no era absolutamente imposible. Yo había oído relatos de tales cosas cuando las plagas se hallaban en su apogeo, aunque en cierta forma me resistía a creer en tales cosas. En mi mente obtuve la conclusión de que era un condenado embustero, a pesar de su atildado y petulante aspecto, y a pesar también de su severo uniforme

    — No me parece bastante bueno lo que me dice — repuse finalmente —. Si pudiese, que no puedo, pero si realmente pudiera — volví a repetir— tendría que tener una razón de más peso que ésa que me da usted.

    Su rostro se descompuso como un papel que se estruja entre las manos.

    — ¡Tengo que echarle el guante! — gritó desesperadamente —. ¿Cuánto tiempo voy a poder seguir viviendo así?
    — Así... ¿cómo? — le pregunté.
    — Tal vez usted está tan entontecido que no sufra por nada — me dijo — Quizá se halle usted tan embrutecido que ni siquiera se dé cuanta de que está sufriendo. Pero yo estuve... muy cerca de ella, hace dos o tres años. Cuando ese hielo que parece envolvemos a todos se derrita un poco, se dará cuenta de qué forma este aislamiento nos está hiriendo a todos.
    — Así es como vive todo el mundo en estos días que vivimos — le dije —. No podemos nadie soportar la presencia de otra persona.
    — Sí. Pero todo ello solía ser diferente. La gente podía compartir cosas, trabajar juntos, construir y crear. Todas las cosas descansan en ese principio. Los lazos entre los seres humanos fueron la base de todas las sociedades. Ahora, esos lazos han fallado. Y ahora también, hemos dejado de pensar o de sentir como seres humanos.

    Yo comenzaba a sentirme incómodo y a disgusto. No era sólo por lo que Ames estaba diciendo; era su sola presencia física. Deseaba que se marchara cuanto antes. Y le dije:

    — Esas son cuestiones puramente filosóficas, mister Ames. Vayamos al grano. ¿Estuvo usted enamorado de esa mujer? — Y aquellas palabras sonaron extrañas al salir de mi boca.
    — No lo sé — repuso Ames. Estaba temblando, todo su cuerpo parecía estremecerse en sucesivas conmociones —. Bien, eso no importa. Ella... ¿es que no lo comprende, estúpido? Ella podría acabar con este entumecimiento que nos mata lentamente. Usted es más joven que yo — continuó — y tal vez sea ésa la causa de su estupidez. Usted no ha vivido todavía lo suficiente como para darse cuenta del horror que yace bajo el hielo.

    Suspiré resignado.

    — A pesar de todo, estoy totalmente incapacitado de llevarlo con ella. Y puesto que es una cuestión personal, y no un interés institucional del FBY, tal vez no le importe decirme qué es lo que le hace pensar que yo puedo hacerlo.
    — Usted es una persona de su misma especie. — ¿Qué quiere decir con eso?

    Yo me encontraba ya al borde de mi paciencia, si continuaba allí estaba seguro de que me lanzaría contra él. Calculé que teníamos aproximadamente la misma estatura y peso, aunque tal vez él fuese una pulgada más alto que yo. Y que probablemente estaría más entrenado en combatir mano a mano contra cualquier hombre de lo que yo lo estaba.

    — ¿Piensa usted que yo puedo darle la sensación de estar «cerca» en la forma que sea, de derretir el hielo?
    — Usted es un miembro de su misma especie, vuelvo a repetirle — me dijo —, pero no lo sabe. Tiene usted todos los signos.
    —¿Qué signos?

    Ames no respondió. Yo avancé un paso hacia él.

    Ames se retiró en la misma medida, como si sintiese casi instintivamente el disgusto de hallarse en contacto con otra persona diferente.

    — ¿Qué signos? — insistí —. ¿Qué clase de persona es Despoina?

    Ames había dejado de temblar ostensiblemente. Me sonrió con simpatía.

    — Se lo diré a usted — repuso —, porque ello no le afectará nada especialmente. Para cuando usted compruebe lo que quiero decirle, ya será demasiado tarde. Usted es de la misma especie de Despoina. Despoina es una bruja.


    IV


    Una bruja es una vieja que vuela por los aires montada en una escoba... Me hallaba echado en mi litera, pensando, tras haberse marchado Ames. Si uno toma esa definición de bruja literalmente, la observación de Ames no tenía el menor sentido. Ames había dicho que Despoina era joven, había explicado que era muy bella, con una esbelta figura, una piel delicada y blanca y una hermosa cabellera dorada. Aparte de que nadie, ni joven ni viejo, puede volar por los aires sobre una escoba.

    Una bruja es una mujer que ha hecho tratos con el diablo, con lo cual goza de privilegios y poder para dañar las cosechas y el ganado de sus vecinos. Pero los únicos diablos que yo había visto en mi vida eran mis antiguos prójimos, los seres humanos, y que yo recuerde ninguno tenía ni cosechas ni ganado a quien dañar en esta época. Dejé escapar un suspiro y doblé la almohada para tener la cabeza en alto. De todas formas, ¿ qué habría querido significar Ames? Había dicho, además, que yo era como ella, que yo era uno de su misma especie.

    Acostado y sin conciliar el sueño, con los brazos bajo la cabeza, fui reviviendo mi pasado. Yo había nacido en Peabody, un pueblecito de Massachusetts, hacía veinticinco años. Mi madre había sido una sensible mujer, y mi niñez había transcurrido feliz. La cosa que recordaba más vívidamente de aquellos años, era su maravillosa habilidad para cocinar aquellos panes algo salados de no muy buen olor, pero deliciosos, y sus pasteles al horno, sus confituras y otras golosinas que me hacían completamente feliz.

    Las epidemias llegaron cuando yo cumplí los quince años. Primero sólo aparecieron unos cuantos casos, dejando estupefactos a los médicos; después fue como un torrente desbordado que causaba la muerte a centenares, a millares, sin distinción de edades ni condición.

    Yo había sobrevivido. Se me ocurrió pensar que tal vez mi capacidad de sobrevivir a aquella espantosa epidemia se debería a la afición de mi madre por cocer él pan poniéndole fermentos y levaduras que yo había masticado y tragado en forma de bollos salados. Ames había dicho que yo era inmune y tal vez lo fuese; aquélla podía ser una causa tan buena para haber adquirido tal inmunidad, como otra cualquiera más o menos razonable dentro del misterio de mi propia supervivencia. Las epidemias fueron terriblemente virulentas durante cinco años; cinco años de desorganización social creciente y de rehuir el contacto con los demás seres humanos. Yo vi morir a muchísima gente. Y para mí, cinco años de vagar, de ir de un lado a otro, sin rumbo fijo, con la más espantosa indiferencia a todo. Aquello me había traído hasta el momento presente. Y entre todo ello, no podía ver nada que hiciese de mí un brujo, ni nada que pudiera parecérsele.

    Me levanté de la litera y me preparé algo de comer. La única conclusión que podía sacarse de todas las declaraciones de Ames es de que se engañaba a sí mismo y de que todo era invención de su propia mente. La sola evidencia de la existencia de Despoina, por lo que a mí respectaba, se debía sólo a él. No hay ninguna regla que diga que entre los hombres del FBY no pueda existir algún chiflado.

    Comí, leí durante un rato y perdí bastante tiempo removiéndome entre las sábanas de papel de la litera. Desperté a las dos de la mañana, surgiendo de un sueño que apenas si me había dejado recuerdo alguno, a una sensación de horror abismal y desamparo.

    Me levanté temblando, en las sombras que me rodeaban. Me dirigí a encender la luz; pero aquello no me ayudó mucho. Ames había dicho que existía el gran horror bajo el hielo; parecía que el hielo había disuelto un tanto de aquel horror en el ambiente. Lo que me torturaba inconscientemente, era la conciencia de que pudiera morir donde yacía, en mi litera, solo y abandonado y que mí cuerpo no pudiese, tal vez, ser encontrado por semanas, si es que al final era encontrado. Existía una peculiar sensación en blanco de mi temor profundo, el horror al vacío.

    M final, aquel temor cedió en parte. Me dirigí hacia mi maleta y saqué un libro que trataba de una moderna teoría científica. Tuve que esforzarme en poner toda mi atención sobre la primera página impresa. Comencé a sentir temblores en todo el cuerpo y cuando detuve la lectura creí sentir una helada fijación de mi propia soledad y aislamiento. Pero poco a poco, fue creciendo mi interés en aquel libro y finalmente, tras un par de horas, conseguí recobrar el sueño perdido. Dejé la luz encendida y con el libro sobre el pecho, acabé por dormirme definitivamente.

    Me incorporé a mi trabajo en los bulldozers a la hora usual a la mañana siguiente. El día transcurrió en calma hasta el mediodía. Después, al remover uno de los sacos de plástico que como sudarios transparentes envolvían los cadáveres a enterrar, observé que el cuerpo que había en el interior se movía torpemente.

    Era el de un hombre, vi claramente los botones de su chaqueta. Su cuerpo aparecía rígido; pero sus brazos y piernas se movían lentamente, como si tratase lánguidamente de efectuar movimientos de natación. Di un grito. Dejé el cuerpo sobre el suelo y salté de mi asiento del bulldozer Corrí hacia Jim, el hombre responsable de mi incorporación al equipo de trabajo.

    — Uno de los cuerpos... está vivo — murmuré asustado.
    — ¿De veras te lo crees? — Y soltó una carcajada. Se aproximó al bulldozer y observó al hombre enfundado en el saco de plástico.
    — No — afirmó —. Está bien muerto. Suelen hacer a veces esos movimientos. Es el gas. Ya he visto alguno que otro en esas mismas condiciones —. Y se alejó nuevamente del lugar.

    Yo volví a mi asiento en la máquina, continuando mi trabajo. Pero procuré no tocar al hombre que estaba moviéndose en aquella forma. Me dediqué enterrando a otras personas el resto del día.

    Cuando volví a mi cuarto, me hallaba realmente cansado. Disponía de una ducha; el agua estaba sólo tibia en aquel nivel donde ahora vivía, y después fui a buscar ropas nuevas de papel. Al moverlas, algo se deslizó cayendo al suelo.

    ¿Qué habría sido? Me incliné y lo busqué. Finalmente, conseguí localizarlo. Era un anillo de oro. Estaba construido con una piedra plana de forma elíptica, y supuse que sería cornalina, grabada como una joya; La observé bajo la luz junto a mi litera, para tratar de comprender bien qué objeto era aquel. Era una mujer, desnuda hasta la cintura, con los cabellos en largos bucles. Sus manos se hallaban bajo sus pechos como sosteniéndolos y vestía de cintura abajo una vaporosa falda que le llegaba hasta los pies. Estos, parecían estar atados juntos con una cuerda, aunque este detalle resultaba más difícil el poderlo apreciar. En conjunto, era una joya sorprendente y realmente singular El vestido de la mujer parecía de la época cretense. Resultaba increíble que tuviera en mis manos algo proveniente de tan lejana época, a través de tantos siglos; pero el oro del anillo y el engaste resultaba de lo más extraordinario, abonando en tal creencia. Traté de ponérmelo en los dedos. El hueco era demasiado pequeño para cualquiera de mis dedos, excepto para el meñique e incluso en éste, tuve que realizar cierto esfuerzo para encajarlo. Volví a sacarlo y aún permanecía mirándolo, como fascinado, cuando sentí un ruido en la puerta de mi cuarto.

    — Entre — dije.

    Era Ames. Tenía los ojos hinchados, como los de un hombre que le ha sido imposible dormir.

    — Venía a preguntarle... ¿Qué es lo que tiene en la mano?

    Yo apreté la mano sobre el anillo.

    — Nada.
    — Vamos, amigo —. Y súbitamente una pistola apareció en su mano derecha —. Entréguemela — ordenó.

    Vacilé unos instantes. Pero el anillo había llegado hasta mí de forma totalmente imprevista y no había razón para que él no pudiera verlo si lo deseaba. Se lo entregué.

    Ames pareció contener la respiración.

    — Es el anillo de Despoina — dijo —. Se lo he visto en la mano mil veces. ¿Quién se lo ha dado? ¿Cómo lo tiene usted ahora?
    — Estaba sobre mi maleta cuando volví del trabajo.
    — ¿Sin ningún mensaje? Yo sí que sé lo que quiere decir Ella se lo envía como un pasaporte, un salvoconducto que le permitirá pasar ante los guardianes. Ella desea que vaya usted a verla.
    — ¿Pasar ante qué guardianes? ¿Dónde? Y si lo que quiere es que vaya a verla, ¿por qué no lo expresa de algún modo?
    — Son los guardianes de los niveles bajos — dijo Ames, respondiendo a mis preguntas como si fueran las de un niño —. Debí haber comprendido dónde estaba ella cuando le dijo que la encontrase en la galería más baja de los subterráneos. Pero usted, naturalmente, no hubiera podido acercarse allí; nadie puede hacerlo sin algo que le sirva como salvoconducto para los guardianes.

    Le miré. Estaba dando vueltas y más vueltas al extraño anillo, entre sus dedos, con la boca abierta en una estúpida admiración.

    — Mr. Ames — le dije entonces —. No creo una sola palabra de todo eso. ¿Existe realmente una persona que sea esa Despoina? Por cuanto yo puedo deducir, ha sido usted mismo quien dejó ese anillo sobre mi maleta.
    — ¿Pude haberlo hecho, verdad? — repuso riendo forzadamente.

    Ames continuaba con una brillante mirada en sus ojos, dando vueltas y examinando cuidadosamente el misterioso anillo.

    Yo volví a vacilar. Resultaba razonable asumir que si yo le decía que podía quedarse con el anillo y que tenía mi permiso para utilizarlo para hacer una visita a la mítica Despoina, como salvoconducto, se marcharía, feliz y satisfecho y me dejaría en paz. Ames se hallaba desequilibrado, ciertamente; pero en el fondo de la cuestión yo creí que no había sido él el que había dejado tal anillo en mi poder. — Yo... — comencé a hablar y me detuve en seguida. Recordé el horror al vacío que me había asaltado la noche última —. Deme ese anillo — le ordené decididamente.

    Ames me miró fijamente. Deliberadamente deslizó el anillo en su dedo meñique, sus manos eran más pequeñas que las mías.

    — Ahora es mío — repuso, mientras me apuntaba con su pistola.
    — ¡Diablos! Guárdelo en mala hora, si es que tanto lo desea — exclamé, arreglándomelas para encogerme de hombros. Pero en el acto di un salto y le eché mano a la garganta.

    La pistola se le cayó de la mano; pero se disparó una fracción de segundo antes y sentí una especie de temblorosa parálisis recorrerme el brazo derecho. Pero aún conservaba el uso de mi brazo izquierdo. Le rodeé fuertemente y un segundo después ambos rodábamos por el suelo.

    — Ames era un buen luchador y conocía muy bien los puntos sensibles a la presión. Y yo sólo disponía de un brazo. Durante un par de minutos me las arreglé para aguantarle bien atenazado. Pero después se echó sobre mi a costa de un gran esfuerzo y comenzó a golpear mi cabeza sobre el suelo de la caverna.

    Pero repentinamente sentí cómo su cuerpo se relajaba. Fui a echarle nuevamente mano a la garganta, pensando que seria un truco de su parte. Pero su cuerpo pareció quedar paralizado y torpe. Cuando dejó de moverse, le empujé a un lado y me incorporé.

    Tenía la cara enrojecida y la boca abierta. Le tomé el pulso, sin poder hallarlo de ningún modo. Una bocanada de baba verdosa se escapaba por la comisura de la boca. Por unos instantes le miré sin comprender nada de lo ocurrido. Después lo comprendí todo. Era la forma neurolitica de la epidemia.

    ¿De qué forma le había alcanzado? ¿Y por qué no lo había hecho conmigo? Me dejé caer en mi litera jadeante. Tras unos segundos, sacudí la cabeza. No podía hallar la respuesta de todo aquello.

    Me levanté y me dirigí al cuerpo de Ames. Le saqué el anillo del dedo y cuidadosamente lo puse en el mío.

    Había dicho que Despoina había enviado aquel anillo como un salvoconducto y que deseaba verme junto a ella. Muy bien. Despoina podía tener o no tener una existencia real. Pero yo iría a comprobarlo.


    V


    La luz sigue brillando conforme se van descendiendo los niveles de las cavernas, hasta que llegado un momento determinado, se encuentra uno envuelto en una completa obscuridad. O al menos, esa es la historia que se conocía. Con esto quiero expresar que no era preciso esperar que llegase el día para que me pusiera en marcha en busca de Despoina, o pensar que aquella noche pudiera tener alguna ventaja en mi favor. Pero estaba cansado y hambriento y además no podía decidir lo que hacer con Ames.

    Me quedé un rato mirando fijamente el cuerpo caído del miembro del FBY. La baba verdosa le cubría ya la mejilla y el cuello de su uniforme. Había ido a llamarme de una forma privada, lo que significaba sin duda alguna, que el FBY, probablemente, no tenía la menor idea de dónde pudiera encontrarse. Si me marchaba de allí y le dejaba abandonado y su cuerpo se corrompía durante varias semanas, las esporas resultantes de la forma neurolítica de la epidemia se esparcirían por todo el sistema de ventilación de las cavernas. Y ni que decir tiene, que cualquiera que abriese la puerta de aquel cuarto, moriría a los pocos segun—dos. Dejaría así, tras de mí, una trampa mortal para el que llegase después.

    Por otra parte, Ames había muerto luchando conmigo, en un cuarto donde yo vivía normalmente. Si lo informaba así al equipo de enterramiento, tendría dificultades con el FBY. Y todo lo que yo deseaba era emprender mi camino, una vez hubiera comido y des—cansado.

    Aquella incapacidad para decidir lo que debía de hacer, aquella estúpida falta de resolución y en una cuestión tan decisiva, resultaba un cambio radical en mi personalidad. Pero me resultaba difícil comprender a qué era debido.

    Finalmente, decidí subir al nivel E, llevándome mis pertenencias personales y hacer una llamada anónima al equipo de enterradores. Aun así, algo me retenía cerca de Ames muerto. Allí permanecí dentro de la más completa indecisión, preguntándome si debía llevarme su cinturón con sus armas y su colección de dispositivos, que podrían serme muy útiles, por supuesto, aunque sintiendo un vago temor de lo que pudiera ocurrirme por tal acción. Incluso después de haber llegado a la puerta para marcharme, me volví mirando el cuerpo sin vida de Ames y permaneciendo algunos minutos todavía. Finalmente, casi salí corriendo de aquella habitación. No me llevé el cinturón.

    Dejé mis sacos en una cocina de comunidad en el nivel C, subí hasta el E e hice mi llamada anónima. En la cocina, donde por supuesto, no había nadie, me preparé una sopa concentrada y abrí una lata de bolas de carne en conserva. Aquel alimento no tenía muy buen sabor y me dejé la mayor parte intacta. Pensé en mi situación y entonces se me planteó el problema de dónde dormir...

    Pensé en las filas y filas de habitaciones y de pequeños cubículos existentes como acomodación para toda una ciudad, casi de un pueblo entero de trogloditas. En cualquier nivel individual, cualquier cama era exactamente igual a otra. El sudor comenzó a correrme por todo el cuerpo y mis manos temblaban. Me hallaba en un estado de pánico agudo e irrazonable. Me mojé los labios. Sí, dormiría... dormiría...

    Me pareció que el único lugar posible para dormir aquella noche era en la rendija rocosa existente al final del E3, donde había visto el signo de Labrys tallado en la desnuda roca.

    Y de nuevo, el recuerdo de aquella cosa fantástica e insospechada que había encontrado, no me produjo temor. Entré en uno de los dormitorios, arrollé el colchón de espuma de goma allí existente e hice con él un bulto llevadero. Tras alguna indecisión más, dejé mis maletas en la cocina y con el colchón enrollado volví al E3. Me llevó cierto tiempo maniobrar y empujar el colchón de goma espuma hasta el lugar que deseaba ocupar. Por fin lo conseguí y pude dormir. Antes, había conseguido situarme con relativa comodidad en la hendidura de la roca. El signo misterioso del hacha doble se hallaba por encima y a la izquierda de mi cama, creciendo tras ella racimos de hongos apetitosos y verdegueantes. Existía una leve corriente de aire a través de la hendidura rocosa y por lo que pude calcular, procedente de un lugar lejano de los largos corredores del E3. Yo estaba recostado dando cara al corredor. No se me ocurrió imaginar por que había ido hasta allí y tomarme tanto trabajo para pasar una noche incorfortable tumbado sobre la roca, a pesar del colchón de espuma de goma. Antes de que—darme dormido, sostuve en mis dedos el anillo de Despoina frente a mis ojos. Pero la luz existente era demasiado pobre y apenas si me permitía ver la piedra tallada en forma elipsoidal engastada en el anillo.

    Dormí sorprendentemente bien. En una ocasión me incorporé a medias con la vaga impresión de que pasaba bastante gente corriendo en una larga distancia en los sombríos corredores del E3. Pensé, medio adormilado que deberían ser los enterradores yendo a buscar el cuerpo de Ames; pero probablemente aquello no sería así; el cuerpo estaba en el nivel D, el existente sobre el que yo ocupaba en aquel momento, y no parecía razón bastante clara para que la gente pasara corriendo a aquella profundidad.

    Me desperté después de las siete y media. Me incorporé en el colchón, bostecé y me estiré. Mis músculos estaban un tanto embotados y tenía la piel cálida. Mientras me deslicé serpenteando fuera de la rendija rocosa, sentí un vértigo pasajero.

    Una vez fuera, de nuevo en el E3, me ocupé de mis cosas. No tenía apetito y estaba fuera de toda cuestión ir a buscar alimentos a niveles más bajos, aunque se decía siempre que eran mejores que los de los niveles más altos. En mis bolsillos tenía uña linterna, una botella de agua y una navaja. Eso era todo. Podría no necesitar nada de todo ello. Tal vez lo más inteligente habría sido tomar la pistola paralizante de Ames; pero ya era demasiado tarde para pensar en ello. Dudé mucho de que las armas pudieran ayudarme, de cualquier modo. Debería confiar antes que todo en la suerte... y en el anillo de Despoina.

    El agua de la botella se había terminado, y traté de llenarla de nuevo en la fuente existente en el nivel, cuando recordé que algo iba mal en el suministro del líquido elemento en el E3. Bien, lo haría en el F. Deseaba emprender la marcha cuanto antes. Y me dirigí hacia la escalera.

    Es importante tener una justa comprensión de lo que es un nivel. No es, que se diga, como el piso en un edificio destinado a oficinas. Un nivel puede estar a cien o a ciento cincuenta pies de profundidad y subdividido en diversas hileras. También, el acceso a ellos, no es cosa uniforme. Los niveles superiores son simples y rectos en toda su dimensión y a ellos se tiene acceso o se marcha de ellos por medio de escaleras, ascensores o elevadores de otro género. Personalmente me disgustan los elevadores, ya que si se interrumpe la corriente, puede quedarse uno atrapado allí indefinidamente. Pero los niveles superiores son fáciles. Mas cuando uno decide bajar, comienzan las dificultades. Las entradas y salidas, están usualmente cerradas. Creo que la razón consiste en parte en proteger los niveles inferiores de la intrusión para los VIP de personas no autorizadas, en parte también para proveer de un reducto en caso de que el «enemigo» resulte victorioso y finalmente debido a la pasión por el secreto que caracteriza la mente de los militantes.

    Sea cual fuera la razón, las dificultades existen. Se dice que el F es el último de los niveles donde uno puede entrar fácilmente.

    Comencé a bajar las escaleras. Resultaban pesadas, tediosas y demasiado pendientes. Sabía que por allí cerca debería existir algún escalador; pero no tuve la menor intención de molestarme buscándolo.

    Las escaleras dieron un par de vueltas completas y finalmente llegaron a un rellano. Yo estaba seguro de que no era el F, sino uno de los subniveles y comencé a huronear a mi alrededor, abriendo puertas y rebuscando entre cortos corredores hasta hallar las escaleras descendentes, una vez más. Era tan pendiente que resultaba peligrosa, pero para mis propósitos eran buenas, así y todo.

    La escalera se detenía en varias ocasiones; pero yo siempre me las arreglaba para encontrar dónde recomenzar de nuevo. Finalmente, llegué al nivel F. Lo cierto es que no sé qué había estado esperando. Ames había hablado de guardianes; pero no era razonable pensar que pudieran estar apostados tan altos como en el nivel F.

    El F había sido diseñado como el nivel para el laboratorio; pero durante su construcción habían surgido inconvenientes. El F1 y el F2, los niveles parciales, que se habían ideado para alojar a los empleados del laboratorio, se habían construido de forma que daban la impresión de los dos brazos de una «y» griega. Los niveles parciales se hallaban, pues, a una considerable distancia del primario y no sé qué hubiese ocurrido si los niveles hubieran estado habitados, según la intención que presidió su construcción; supongo que los empleados y trabajadores del laboratorio habrían cambiado de empleo.

    La parte del F donde yo me encontraba en aquella parecía ser una zona de servicio: había puertas ostentando el letrero de «Alto Voltaje» y «Conservación» y el corredor era alto y estrecho. Corría recto por seis o siete pies y después parecía descender un par de escalones. Había una fuente para beber a mi izquierda y allí llené mi botella. El agua discurría bastante fresca, aunque con un ligero olor a azufre. La encontré algo nauseabunda.

    Me colgué el frasco del agua en el cinturón y me encaminé a lo largo del corredor hasta donde cambiaba de nivel. Y allí quedé detenido por la sorpresa.

    El espacio que tenía frente a mí era ancho, tal vez de unos veinte por cincuenta pies, alfombrado con algo espeso recubierto de un blanco brillante. La cubierta de aquella alfombra resultaba suave, aunque bastante espesa en cualquier caso y me quedé mirándola fijamente, tratando de saber de qué tejido estaría construida. ¿Tejido? ¿No serían hongos? Después noté que el moteado de la superficie estaba en constante movimiento y sentí que mi corazón comenzaba a latir pesadamente.

    Aquel espacio que tenía frente a mí, de un muro a otro, estaba repleto de ratas blancas.

    Se movían incansablemente, saltaban y abrían la boca las unas a las otras, se hallaban tan espesas como empaquetadas al igual que las sardinas en una lata; entonces comprendí que mi primera apreciación no distaba mucho de creer que se trataba de un felpudo particularmente denso. Dos escalones, a unas nueve pulgadas de altura, me separaban de ellas. Sin prisa, descendí los dos tramos de escalera y comencé a caminar entre las ratas. Traté de apartarías con mis zapatos, antes de pisar fuerte en el suelo, me repelía la idea de aplastarlas al paso. El que ello sucediera aumentaba mi repulsión.

    El resultado de mis primeros tres pasos fue sorprendente. Había tratado de evitar el haberlas pisado, pero tuve la sensación de sentir una bajo mis pies. Y entonces, a todo alrededor, ampliándose como una ola de destrucción v de muerte, comenzaron a morir. Chi—llaban, se revolcaban, jadeaban para respirar, caían sobre la espalda y quedaban colapsadas en amplios círculos frente a mí. Era como observar los círculos que van alejándose de una piedra arrojada a la tranquila superficie de un lago.

    Aquellas ondas de muerte parecían llegar hasta lejos y volver sobre sí mismas. Las ratas de la periferia volvían hacia el centro. Observando aquello con una fascinada repugnancia, observé que se dirigían hacia mi, mientras se alimentaban con un apetito feroz de las que ya estaban muertas. Las devoradoras de sus compañeras se movieron hasta entonces, mas en un momento dado, permanecieron inmóviles, con los hocicos en alto. Y entonces, como si hubiesen oído una señal, inaudible para mí, se volvieron y emprendieron una loca huida, algunas de ellas hacia el final del espacio abierto y otras a través de una serie de agujeros en la parte baja de los muros.

    Era como el escuchar el agua correr en una fregadera. Creo que no transcurrieron más de sesenta segundos hasta que todo el espacio frente a mí quedase vacío del todo, quedando tan sólo tres montones enormes de ratas muertas.

    Respiré profundamente sorprendido todavía y tras unos instantes comencé a marchar hacia delante, evitando aquellos racimos de ratas muertas. Tenía todo el cuerpo empapado en sudor. La angustia no me abandonaba.

    Al final del corredor, una puerta se abrió y en ella apareció una joven. Vestía un delantal blanco de laboratorio sobre una falda de lana; e incluso calzada como iba con zapatos de tacón alto, resultaba más bien bajita de estatura. Sus cabellos oscuros, rizados en corto, le dejaban las orejas al descubierto. Su piel aparecía pálida, de un lustre perlífero, singularmente pálido para el resto de su tez y de sus rojos labios. En una de sus manos empuñaba una especie de cuchillo con una curiosa empuñadura. No me di cuenta hasta más tarde de que se trataba de un athame.

    Sus ojos se agrandaron de sorpresa al verme. Vaciló un instante y después vino hacia mí con las manos en las caderas.

    — ¿Qué ha ocurrido con las ratas? — le pregunté cuando estuvo a cierta distancia. Lo cierto es que no supe por qué hice aquella pregunta.
    — Volvieron a sus jaulas — replicó indiferente —. Ocho a cinco.
    — Diez a tres — respondí automáticamente —. No se acerque más a mí.
    — ¿Por qué no? — preguntó ella, pero se detuvo v me miró con más atención. — Soy un portador de la epidemia neurolitica.

    Ella soltó una franca sonrisa. No era la clase de respuesta que podía esperar, tras mi anterior declaración.

    — ¿Qué le hace a usted pensar semejante cosa? — me preguntó.
    — Las mismas ratas. Murieron tan pronto como me acerqué a ellas. Tiene que ser la epidemia.

    Ella volvió a reír. Su risa, como su voz, resultaban broncas y lentas.

    — Bien, no ha sido así. Murieron porque existe un desequilibrio constitucional en sus cerebros y cualquier agitación inesperada las mata. Está relacionado con su tropismo de cuatro—cuatro fuera de sus jaulas y vuelta de nuevo a ellas. ¿Y... quién es usted? — continuó —. Me dio usted la contraseña, pero no creo que sea Gerald. No tiene el aspecto según la descripción que de él tengo, en absoluto.
    — Gerald ha muerto — repuse confiadamente.
    — ¿Cómo lo sabe usted?
    — Le vi morir. Estaba en el F1 hace un par de días. Murió de la forma pulmonar de la epidemia —. Conforme hablaba, tenía ante mí la vívida imagen del hinchado cuerpo del hombre del FBY tumbado a mis pies. No se me ocurrió pensar por qué yo hablaba con tanta confianza en el sentido de saber que era «Gerald» de quien ella estaba hablando.
    — Oh. . .—. Y tiró por el aire el cuchillo, volviendo a cogerlo hábilmente por el mango —. Entonces, ella estaba equivocada, pues... — concluyó pensativamente.
    — ¿Quién estuvo equivocado? — pregunté.
    — ¿No lo sabe? — repuso a su vez preguntando —. Todavía no me ha dicho quién es usted.

    Sentí una misteriosa y repentina atracción por aquella joven. Suponía que a los pocos instantes, siguiendo mi instinto, estaría deseando alejarme de ella; pero por el momento presente, me sentí singularmente contento de tenerla de compañía. Además, no existía ninguna razón de peso para que no pudiera contestarle.

    — Mi nombre es Sam Sewell — dije —. Estoy tratando de hallar la salida desde el nivel F al inferior.

    Ella quedó silenciosa unos instantes. Después, repuso:

    — Siga adelante. Le deseo buena suerte.
    — ¿Sabe usted dónde está la salida?
    — Una cualquiera de las varias que existen. Pero yo sólo conozco una.

    Se había vuelto y dirigido caminando lentamente junto a mí hacia el espacio abierto frente a nosotros. Se oyeron chasquidos suaves detrás y me volví para ver a un robot de andar bípedo no humanoide, recogiendo las ratas muertas en una especie de recogedor de basura.

    — ¿Hace siempre eso? — pregunté a la joven.
    — Sí. En caso contrario, este nivel se haría inhabitable.

    Frente a nosotros y a la izquierda, se abrió una puerta y un hombre rechoncho en mangas de camisa apareció en ella. Cuando nos vio se apresuró a volver al interior.

    — ¿Quién es? — le pregunté.
    — No lo sé. Un hombre.
    — ¿No es usted la única que vive en este nivel? — inquirí, curioso.
    — No, no. Existen doscientos o trescientos laboratorios en él, algunos de ellos muy bien equipados. Cuando llegaron las epidemias, no murieron todos los científicos. Muchos de ellos vinieron aquí a los subterráneos para continuar sus trabajos de investigación.
    — Bien, y puesto que usted conoce esa salida, ¿querría mostrármela?

    Ella repuso con un ligero encogimiento de hombros:

    — Venga a mi oficina y allí hablaremos de todo ello.

    Llegamos a la puerta por donde se había asomado al principio. Yo comencé a entrar; pero la joven me retuvo. — Esa no es mi oficina. Acababa justamente de salir de ella.

    — ¿Y usted, come y duerme aquí? — le pregunté.
    — Uh... Me traje un colchón y algo para cocinar desde el F2. Me siento bastante confortable. Suelo bañarme en un gran tanque del laboratorio.

    El gran espacio había terminado ante nosotros y seguía un estrecho corredor que torcía hacia la izquierda. La luz allí, era diferente, algo menos sombría y con un ligero toque de color naranja. Habría marchado unos quince pies en tal dirección cuando ella me presionó en los hombros.

    — Agáchese — me advirtió —. Es peligroso.
    — ¿Peligroso? ¿Por qué?
    — ¿Lo ignora?
    — ¿Es que no puede decírmelo?
    — No, en absoluto.

    Ella suspiró.

    — Los animales de laboratorio siempre se apartan de las radiaciones ionizantes si tienen oportunidad de hacerlo. Creía que usted sería sensible a tales radiaciones.
    — Pues bien, no lo soy. ¿De qué se trata?
    — Alguien, en ese laboratorio que hay más allá a continuación, ha instalado unos potentes Rayos X demasiado cerca del muro. Consumen un alto voltaje y se extienden en una amplia zona que llega hasta el corredor y a la altura del corazón de un hombre de talla normal. Puede que no le maten las radiaciones durante algún tiempo. Pero existe una endiablada cantidad de roentgens en todo esto.
    — ¿Y por qué razón? ¿Por qué ha tenido alguien que hacer eso?
    — Lo ignoro. Puede que tenga algo dentro de alguna jaula al otro lado del corredor y que desee irradiar, algo que no pueda moverse. O puede también, que trate de situar una especie de barrera contra cualquier movimiento que se produzca en el corredor. Ignoro cuál pueda ser el motivo real. Pero resulta peligroso. Vamos, agáchese.

    Nos habíamos detenido en nuestra marcha conforme hablábamos. Entonces, acurrucados de forma que nuestros cuerpos sólo levantasen del suelo una pequeña altura de unos tres pies, fuimos deslizándonos hacia adelante.

    — Ya puede ponerse en pie — me advirtió.

    Así lo hice. Mi cuerpo estaba tembloroso y el sudor me corría por la espalda.

    — ¿Existen otras trampas mortales como esa por todo esto? — pregunté.
    — No lo creo. Bien, ya casi estamos. ¿No se siente bien?

    Consideré la pregunta de la joven.

    — Creo que me duele un poco la cabeza.
    — Ah, vamos. — Y abrió una puerta de la parte derecha del corredor —. Esta es mi oficina.

    La seguí hasta el interior. Me señaló un sillón y ella a su vez, tomó asiento tras una mesa de despacho.

    Se parecía curiosamente a un gabinete de consulta de un médico. Los mismos muebles rígidos de madera fuerte, la mesa, y ella en sí misma, cuidadosa, atenta, y con el impersonal atractivo que toda mujer, buen médico, suele tener. Pero el temible cuchillo estaba situado entre nosotros, sobre el papel secante de la mesa. No podía apartar los ojos del athame.

    — Ahora — dijo ella —, desea usted que le enseñe la salida desde el nivel F hasta el inferior...
    — Esa es la idea.
    — ¿Para qué quiere usted ir abajo?
    — He sido enviado allí.
    — Ah. Pero, ¿por qué debería yo mostrarle el camino?

    Vacilé. Después le mostré la mano en la que llevaba puesto en un dedo el anillo de Despoina. Sus ojos parpadearon. Alargó una mano y tocó suavemente la talla de la gema del anillo mientras lo contemplaba con atención.

    — Sí... le ayudaré. Pero tendrá usted que darme ese anillo.
    — ¿Cómo cree que puedo hacer tal cosa? Es mi salvoconducto a través del G. Jamás llegaría a esa profundidad sin llevarlo puesto.

    Ella se encogió de hombros. Se produjo entonces un ruido murmurante, parecido al caer de las hojas en otoño, o como la lluvia, tal parecía que grandes partículas de niebla soplasen contra la ventana.

    —¿Qué es eso? — pregunté yo entonces.
    — Las ratas. Salen cada cuatro horas.
    — Pero... no hace aún cuatro horas que llegué al F.
    — Oh, sí que han pasado. ¿No se lo ha parecido a usted?
    — Pues no, en absoluto.
    — Es curioso. — Me miró rápidamente y después apartó los ojos hacia otra parte —. Parece como si fuese usted uno del viejo...
    —¿Del viejo qué?
    — Ya lo sabrá más tarde. Bien, pues, le ayudaré sin que tenga que darme el anillo. Pero es indispensable que primero me haga una promesa. Se lo diré mientras lo vaya viendo. Hay mucho tiempo todavía por delante, para que pueda detenerse, si le parece oportuno. Venga a la habitación próxima.

    La habitación de al lado era también como el gabinete de consulta de un médico. Existía en ella una tumbona, una mesa con guantes y diversas soluciones químicas y un autoclave de gran tamaño. Pero en un rincón había un sillón de brazos, con correas sujetadoras a lo largo de tales brazos del mueble. Miré más abajo y los mismos sujetadores existían, sin duda para las piernas también.

    — Siéntese aquí — me dijo. Entonces había adoptado un aire serio —. Hay cosas que debo hacer antes de que pueda ayudarle en lo que desea.

    Miré al sillón. Ataduras y...

    — Supongamos que me niego — dije.
    — Entonces, tendrá que buscar la salida usted mismo. — La joven rió —. Jamás la encontrará. Tampoco la encontrará ninguna otra persona, de eso puede estar bien cierto.
    — Pero... ¿qué es lo que va a hacer conmigo?
    — Si se lo digo antes de tiempo, la cosa no irá. — La joven pareció vacilar unos instantes —. No hay nada más que yo pueda hacer — dijo al fin —. Siéntese.

    Aquella atmósfera de misterio me impresionó siniestramente, pero de alguna forma tenía confianza en ella. Me senté sobre el duro cuero del asiento del sillón y ella amarró las ataduras sobre mis brazos y piernas.

    — Me siento bastante desamparado — dije, tratando de intentar darle a la cuestión un aire de broma.
    — Tiene que estarlo — respondió sencillamente.

    Me sentí totalmente ligado al sillón. Ella se inclinó sobre la esmaltada mesa y pareció darse prisa buscando alguna cosa. Al final se volvió hacia mí. Lo que sostenía en la mano me produjo una gran sorpresa. No sé exactamente qué habría estado esperando, una aguja hipodérmica, tal vez o algún bisturí. Pero lo que tenía en sus manos era lo propio que suele tener una mujer sobre su tocador... un espejo corriente. El marco y la empuñadura eran de plata labrada.

    Se aproximó a mí y lo sostuvo frente a mi rostro.

    — ¿Qué ve usted? — me preguntó.
    — Mi propia cara.
    — ¿Qué aspecto tiene? Desequilibrada —. Y era cierto —. Y que estoy sudando mucho más de lo que pensaba.
    — Hummm.. .—. Ella dejó el espejo a un lado. Se mordió el labio inferior durante un instante. Después trajo de una vitrina próxima una ampolla que colocó bajo mi nariz.
    — Respire hondo — dijo en una voz neutral —. Procure retenerlo en sus pulmones.

    Obedecí. La substancia que contenía aquella ampolla era algo aromático, como alcanfor, o cierto tipo de especias. Tenía además un cierto gusto amargo.

    — ¿Qué tal se siente ahora? — me preguntó tras haber inhalado aquella substancia unas cuantas veces, normalmente.
    — Muy bien... Me gustaría que se marchara lejos de mi.
    — ¿Por qué? — preguntó sin moverse.
    — No sé.. Quisiera no tenerla cerca de mí. Por favor, váyase lejos...

    Deliberadamente avanzó un paso hacia mí. Yo dejé escapar una especie de quejido de desagrado y me dejé caer hacia atrás en el sillón.

    — Márchese... — dije entre dientes.
    — ¿Qué sensación le produzco? — me preguntó.
    — No puedo soportarla. Usted... Por favor, márchese y pronto. Si pudiera, la mataría ahora mismo. Me está torturando.

    Ella se había aproximado aún más. Prácticamente se hallaba sobre mí. Su rostro estaba junto a mis ojos. Yo luché para desatarme de las ligaduras del sillón.

    — ¡Váyase! — grité desesperadamente —. Aléjese... váyase...
    — ¿Y si le tocase ahora?
    — La... No. No lo haga.

    Sonrió levemente. Con suavidad depositó su mano suave junta a una de las mías. Fue como si tocase mi propia carne en vivo y directamente a mis nervios. Sentí que aquella sensación me recorría como una corriente de fuego todo mi cuerpo y un agudo dolor que no olvidaba nada. Dondequiera que tenía una terminación nerviosa, hasta allí llegaba el dolor.

    Creo que grité. Jadeaba y luchaba desesperadamente por respirar. Después, la obscuridad pareció partir del interior de mi cerebro, envolviendo todo mi ser y cubriéndome los ojos.

    Cuando recobré el uso de los sentidos, ella estaba desatando la última ligadura. Me pareció verla más pálida que de ordinario y que su frente estaba perlada de sudor.

    — ¿Qué tal se siente ahora? — me preguntó.
    — Mejor. Pero sigo deseando que se marche de aquí.

    Ella hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

    — La droga que le he dado a inhalar — dijo —, intensifica la repulsión que la gente siente hacia cualquier otra persona desde que comenzaron las epidemias. Por supuesto, tiene otras propiedades diversas también.

    La joven volvió a tomar el espejo y a ponerlo frente a mis ojos.

    — ¿Qué es lo que ve esta vez?
    — Una niebla. Ahora se aclara... Veo a un hombre desnudo perseguido por ciervos...
    — ¿Dónde está ese hombre?
    — Tras de mí. En el espejo. En mi cabeza... No son ciervos... son perros. Están cogiéndolo...
    — ¿Quién es ese hombre? — interrumpió la joven —. ¿Le conoce usted?
    — Nunca lo he visto antes... Ah, sí. Lo conozco. Es Sam Sewell. Soy yo mismo...
    — Creo que ahora está usted en condiciones de seguir adelante — declaró. Y tiró el espejo sobre la tumbona de la clínica —. Descanse en mi hombro. Se encontrará más débil de lo que se imagina.

    Me ayudó a salir del sillón y en dirección al autoclave. Me encontraba tan débil como si estuviera convaleciente de una larga enfermedad y no sentí más vergüenza de apoyarme en el pequeño y delicado hombro de la joven, de la que hubiera sentido un inválido. A mi olfato llegó un delicado perfume de rosas procedente de sus hermosos cabellos obscuros y bri—llantes.

    Permanecimos en pie frente al autoclave.

    — Su promesa — me dijo —, antes de que le ponga en condiciones de salir.
    — De acuerdo. ¿Qué es lo que debo prometer?
    — Va usted en busca de Despoina. Cuando vuelva, me ayudará usted a salir de aquí hacia los niveles altos.
    — ¿A la superficie?
    — Sí.
    — ¿Y por qué no lo hace usted sencillamente? No hay nada que le prohiba hacerlo cuando quiera...

    Ella me miró con una mirada oblicua.

    — Sí que lo hay. Prometa que me ayudará.

    No vi la razón de negarlo.

    — Está bien, le ayudaré.

    Ella pareció respirar aliviada, como si hubiese estado reteniendo el aliento. Entonces apretó un pedal en el suelo. La autoclave se abrió.

    — Métase dentro — me dijo —. En la abertura de la autoclave.
    — ¿Ahí?
    — Sí. No está caliente. Ponga sus hombros y brazos en el interior. Yo le levantaré las piernas.

    La imagen de lo que estaba ocurriendo me pareció tan cómica que dejé escapar una débil sonrisa burlona. La miré. Ella no parecía estar nada divertida con todo aquello.

    — Es la única salida de este nivel que yo conozco — me dijo —, y le hubiera resultado imposible hallarla sin mi intervención. Es algo en parte físico y en parte psicológico lo que hice. Si espera demasiado tiempo, todo se destruirá. Entonces no habría nada que pudiera hacer en su favor.
    — Pero... esto sólo es un autoclave. Una gran autoclave. Pero no parece que mediante ella se vaya a ninguna parte.
    — Lleva hasta el nivel G. No discuta ahora. ¿Es que eso no significa nada para usted? Está comportándose como un tonto.
    — Pero...

    Cuanto más espere, más peligroso resultaría. ¡De prisa! No le estoy engañando.

    Su voz era plenamente sincera. Vacilé una fracción de segundo y después introduje mi cabeza y los hombros en la abertura del autoclave.

    Tras de mí sentí cómo me levantaban las piernas. Para ser una joven delicada, resultaba inesperadamente fuerte y vigorosa. No pude ver otra cosa más, excepto una fuerte corriente de aire soplar.

    — ¡Muévase hacia adelante con los brazos! — me dijo, mientras me empujaba hacia adelante, en la forma en que se introduce un lápiz en un sacapuntas.

    Obedecí. Se produjo un ligero chasquido, mi cabeza pareció haber chocado con algo. En seguida sentí que caía suavemente deslizándose por un plano inclinado.

    — ¡Recuerde su promesa! — gritó detrás de mí —. Conserve los brazos sobre la cabeza y trate de permanecer relajado. Mi nombre es Kira. Recuérdeme y no lo olvide.

    Yo traté de responder algo, de gritar alguna cosa. Pero mis pulmones parecían carentes de aire. Mi cuerpo caía aceleradamente en aquella angosta obscuridad por la que se iba deslizando.


    VI


    Cantaba un pájaro. Oía sus notas en una forma metálica, reiterativa, insistente... remotamente durante algún tiempo, antes de que saliera de mi estado de estupor. Finalmente, levanté la cabeza y me senté. Traté de averiguar dónde estaba.

    La superficie sobre la que descansaba mi cuerpo era suave; miré con atención y comprobé que era hierba. Sobre mi cabeza existía un tupido entrelazamiento de ramas de árboles y hojas verdes. Me hallaba sentado entre dos árboles, en una especie de bosquecillo. Una suave brisa, fresca y agradable, me despeinaba el cabello.

    Me dolía la cabeza violentamente; me sentí tentado a tumbarme de nuevo. ¿Dónde estaba? No ciertamente en la superficie; allí no hay árboles... no había visto un árbol, aparte de la hierba, desde hacía diez años. Aquél tenía que ser el nivel G. Pero... ¿cómo había conseguido llegar hasta allí? No pude recordar nada entre el último empujón que me dio Kira, mi caída acelerada por la obscuridad y oír el canto de aquel pájaro.

    Me volví ligeramente y miré a mi alrededor. El movimiento hizo que la cabeza me doliese aún más y dejé escapar un quejido de dolor. El pájaro, que había permanecido silencioso desde que me incorporé a medias, tuvo que haberse alarmado por mis movimientos. De todas formas, dejó escapar una especie de chillido y se alejó. Me pareció verlo un instante; era un pájaro pequeño, una especie de pardillo.

    Sí, aquello debía ser el nivel G. Pero... qué espacioso, qué enorme en amplitud, como para permitirse el lujo de contar con árboles en cantidad y de pájaros como en un parque público. Procuré afirmar mi cabeza durante unos instantes y después intenté ponerme de pie.

    No pude ver el menor signo de la forma en que había llegado hasta allí. El bosque de árboles parecía seguir y seguir hasta perderse de vista. El «cielo» tenía un aspecto azulado, bien iluminado por cierto. Caminé unos cuantos pasos y tuve pronto que recostarme en un árbol en busca de apoyo. Mi jaqueca me llegaba en oleadas, cada una más terrible que la anterior. Repentinamente me incliné hacia adelante y vomité.

    No había gran cosa en mi estómago; pero cuando acabaron las náuseas me encontré mejor. Todavía seguía sostenido contra el árbol, una especie de abedul, cuando vi a una chica que se dirigía hacia mí.

    Vestía una blusa blanca con mangas de encaje cortas y un escote tan bajo que se apreciaban los pezones de sus pechos a menos de media pulgada de distancia. La parte baja de su vestido eran unos pantalones excesivamente cortos, de terciopelo, apretados a los muslos. En los pies se calzaba unas sandalias brillantes cuyos lazos subían entrelazados hasta media pierna, a la manera de las zapatillas de satín de una bailarina. Era un estilo de vestimenta que yo recordaba haber visto en la superficie hacía ya diez años atrás, justo antes de comenzar las terribles plagas. Pero los escotes de las blusas, entonces, habían sido algo más subidos. Los cabellos de la chica eran de un negro muy brillante, con una flor roja que parecía un hibisco prendida en ellos. Sus labios aparecían pintados de un rojo brillante. No existía nada de apagado en el colorido general de su vestimenta; pero con todo, daba la impresión de algo desvaído, marchito, como un trozo de tela que ha sido lavado muchísimas veces o gastado por el tiempo y la luz. Su busto aparecía como el de una mujer de robustos pechos y redondas caderas, aunque las piernas correspondían a una mujer esbelta y más huesuda.

    — ¡Hola! — me saludó —. Has roto la hierba. Vi a otro hombre que hizo eso en otra ocasión. Tienes que venir desde lo alto. — Hablaba con una voz de chiquilla, más bien en tono afectado, aunque atrayente v al propio tiempo algo irritante.

    Miré tras de mí, siguiendo la dirección de su mirada. Era cierto, la hierba donde había estado tumbado aparecía deshecha y pálida. En el acto revivieron mis temores.

    — Aléjate de mí — le avisé —. Soy un portador de epidemias.

    La joven dejó escapar una risita inocente.

    — Bah, no te preocupes por eso. No podrías infectarme con nada. He sido inmunizada contra todo ataque posible de epidemias. Nosotros somos aquí gente importante, ya debes saberlo.
    — Pero... destruí la hierba.

    Ella se encogió de hombros.

    — De todas formas, no es ninguna hierba saludable ni interesante. Probablemente llevarías contigo algunas esporas en las ropas que la han afectado. Eso puede arreglarse fácilmente. ¿Cómo va la guerra?
    — ¿Qué guerra?
    — La guerra que discurría por todas partes, cuando este nivel fue cerrado a toda influencia, estúpido. La guerra comenzó cuando el enemigo dejó libres las esporas de las epidemias.

    Aquello era tan distinto de lo que realmente había sucedido, que sólo pude limitarme a mirarla fijamente. Las plagas que asolaron la Humanidad habían comenzado cerca de un desgraciado laboratorio de Newark, que las había expandido por todo el país, matando a nueve de cada diez personas y cruzando los océanos con los grandes aviones de pasaje hacia Europa y el resto del mundo. El «enemigo» no había tenido nada que ver en todo aquello. Las últimas noticias que cualquiera hubiese podido tener de la gente de otros países tenían, cuando menos, cinco años de antigüedad; y lo habían sido en el sentido de que todo el mundo había sufrido parecida suerte a la nuestra. Presumiblemente, ellos habían sido reducidos a la misma suerte de parasitismo y desunión que nosotros habíamos sufrido.

    — No hay ninguna guerra — dije al fin.
    — ¿Quieres decir que todo se ha arreglado ya? ¡Es absurdo! Habrían bajado hasta aquí para decirnos que había terminado, O... ¿es que eres algún espía? — preguntó con desconfianza.

    Resultaba inútil discutir con ella, me sentí casi desesperado.

    — No soy ningún espía. Estoy tratando sólo de ir al nivel que existe bajo éste. No me interesa lo más mínimo lo que sucede aquí.
    —¿Y por qué quieres ir hacia abajo? Aquí se está muy bien. Yo diría que maravillosamente...

    Como respuesta, le mostré el anillo de Despoina. Lo miró con ojo crítico.

    — Eso es una imagen curiosa — dijo al final —. Tiene que ser algo muy antiguo. — Y volvió a dejar escapar una sonrisita infantil —. Me estoy figurando qué tal se iría vestida en ropas como ésas...

    No cabía la menor duda que aquel salvoconducto para llegar hasta Despoina, no tenía el menor significado para ella.

    — Oye, guapa, ¿tienes alguna idea de cómo descender desde este nivel al inferior?
    — No, ¿por qué habría de saberlo? No hay nada interesante por ahí abajo — dijo con un gesto enfurruñado. Se aproximó a mí presionando contra mi cuerpo su hombro y sus muslos —. Me gustas, ¿sabes? — dijo con una candidez artificiosa —. Eres joven y atractivo, algo fresco. Diferente. Nuevo. Estoy tan cansada de los hombres viejos y de los chicos...
    — Gracias. ¿No sabe nadie en este nivel la forma de descender hasta el próximo inferior?
    — No lo creo. Tal vez pudiera saberlo un técnico. Pero aquí no existen técnicos. No son gente importante... quiero decir, como nosotros.

    Habíamos ido caminando mientras hablábamos y me encontré a mí mismo todavía tembloroso, en cierta medida y confuso. Ahora estábamos llegando al borde del bosque de aquellos árboles. Frente a nosotros se alzaba un gran edificio.

    Era una hermosa estructura, construida en una ligera elevación del terreno, con amplias escalinatas que daban acceso. Estaba coronado por una cúpula achatada. Se veía a diversas personas entrar y salir de él, las mujeres vestidas con variantes del mismo tipo de vestido que llevaba mi guía y los hombres con pantalones a medio muslo y camisas de colores chillones, propias de las playas tropicales. — ¿Qué es eso? — pregunté.

    — El casino. ¿Te gustaría visitarlo en primer término?
    — ¿Un casino? ¿Es que tenéis aquí juego?
    — Ah, sí. Ruleta, baccarat, chemin de fer, de todo. Pero resulta muy aburrido jugar por dinero — me confió —. No hay nada que comprar con él. Las chicas, a veces, jugamos por nosotras mismas. Apostamos durante una semana o un mes o algo así.
    —¿Y qué ocurre si perdéis?
    — Entonces la casa dispone de nosotras por la misma duración de tiempo. Tenemos que hacer lo que ellos quieran. Resulta muy divertido.

    Las actividades sociales del nivel G parecían ser una tapadera para algo no muy distante de la verdadera prostitución. Sin embargo, no era nada que me importase gran cosa. Lo que tenía que hacer y realmente me importaba era conseguir descender hasta el nivel inferior.

    — Vayamos a echar un vistazo al casino — le dije.
    — Bien... Podríamos ir también a la playa. Es una playa deliciosa.
    — ¿Una playa? ¿Aquí? ¿A semejante profundidad en estos subterráneos?
    — Oh, sí. Con agua salada, arena y lugar para tostarse a la luz. Tenemos incluso mareas. Somos una gente importante los que vivimos aquí, ya sabes.

    Tomó mi mano y tiró de mí con aire infantil. Parecía haberse olvidado de todo lo anterior y de lo que le había preocupado pensando que yo pudiera ser algún espía. La palma de su mano estaba húmeda y cálida y suave al tacto.

    — ¿Cómo te llamas, guapa? — le pregunté mientras marchábamos por un sendero arenado.
    — Cindy Ann. ¿No te parece un bonito nombre? ¿Y el tuyo?
    — Humm... Me llamo Sam.
    — Sam... — Ella pronunció mi nombre con cierto acento extraño, como si pronunciase Zam —. También es un nombre bonito. Zam...

    La arena nos llegó de repente y se extendía a unos diez pies de distancia frente a nosotros. Seguimos por ella hasta ]legar al agua. Como había dicho Cíndy Ann, aquello era, sin lugar a dudas, una playa, aunque toda su extensión no fuese más que de unos ciento cincuenta pies. Tenía una forma de herradura y ambos brazos se perdían entre malezas.

    — ¿Hasta dónde llega? — pregunté.
    — No lo sé. Está dispuesta de forma como si pareciese que existen millas de agua. Pero nadie nada más allá de cincuenta pies.

    La arena estaba constelada por docenas de bañistas. Sus trajes de baño eran los más inverosímilmente reducidos que jamás yo hubiera visto; los hombres se tapaban estrictamente con lo que podía ser muy bien una hoja de parra y las mujeres gastaban bromas con lo que llamaban entre sí «una corbata y un tapón», lo cual proporcionaba una razonable descripción de la realidad. Todos estaban deliciosamente bronceados; pero en cierta forma, al igual que ocurría con Cindy Ann, daban la impresión de ser algo desvaído, desteñido. Mientras observaba todo aquello, fui sorprendido por algo singular en el conjunto de la escena que admiraba y repentinamente me di cuenta de lo que podía ser en realidad. Los bañistas yacían muy juntos unos junto a otros; la gente, en las entradas y salidas del casino, pasaban unos junto a otros, sin aparente disgusto. En otras palabras, aquellos habitantes del nivel G parecían gozar de la antigua costumbre de desearse la recíproca compañía.

    — Cindy Ann — le dije a la chica —, ¿os ha importado alguna vez a los que aquí vivís permanecer unos junto a otros? Arriba, en la superficie, nos molesta que cualquier persona permanezca junto a nosotros sólo unos minutos.
    — Pues yo podría estar contigo por cualquier duración de tiempo — me respondió —. De todas formas, una noche entera.

    Sus gestos amorosos se estaban convirtiendo en algo embarazoso para mí.

    — Ya comprendo. Pero ¿eso no os molesta? — A veces — repuso sobriamente —. A veces nos encerramos en nuestras casas, alejándonos de los demás por días enteros. Pero usualmente tomamos un comprimido eufórico y en seguida gustamos de la compañía de los demás.
    — ¿Una píldora eufórica? ¿Una especie de tranquilizante?
    — Oh, muchísimo mejor. Cuando te tomas una píldora eufórica te sientes a las mil maravillas. Feliz y relajado. Te gusta todo el mundo, especialmente todas las gentes importantes que viven aquí.

    Cindy había retenido mi mano todo aquel tiempo. Entonces me volvió la mano deliberadamente y recorrió con uno de sus dedos la palma. Me miró inquisitivamente.

    — ¿Qué te pasa? ¿Es que no te sientes bien?
    — Si tengo que decir la verdad, no del todo — le repuse —. Me duele mucho la cabeza y tengo el estómago trastornado. Además, quisiera marcharme de aquí.
    — Tú lo que necesitas es una píldora eufórica — dijo la chica. Se rebuscó en los pequeños bolsillos de sus pantalones cortos y extrajo una diminuta pastilla de color rosa que me entregó —. Tómala, yo me tomaré otra. Te sorprenderás de ver lo bien que te sientes ea seguida.

    Miré aquello con cierta duda y recelo. Pero me sentía peor por momentos físicamente, y aquel comprimido podría ayudarme... además de sentir una gran curiosidad. Me puse el pequeño comprimido en la lengua y lo tragué con una bocanada del agua sulfurosa que contenía mi cantimplora de plástico sujeta a la cintura.

    Ella me vigiló llena de interés.

    — Nosotros las tragamos en seco, son tan diminutas...— Y para demostrarlo abrió la boca, se lanzó al interior el pequeño comprimido y lo tragó en el acto.
    — Vamos a sentarnos en los matorrales — me dijo.

    Me condujo a lo largo de la playa hasta el lugar en que se desvanecía entre matojos y pequeños arbustos. Paseamos en el interior de aquella maleza vegetal hasta poner una barrera entre la gente que se bañaba y nosotros.

    — Sentémonos — me dijo —. Podemos charla r—. Sonrió picarescamente, y puso los ojos en blanco.

    Me senté junto a ella. Aquella píldora debía ya estar haciéndome efecto, porque me sentía muchísimo mejor. Cindy Ann me parecía tremendamente atractiva... llena de un juvenil encanto y de una tentadora coquetería.

    Me miró a los ojos. Se aproximó más a mí y me atrajo hacia si.

    — Bésame, Sam..

    Tenía la boca húmeda y cálida. Por un instante, a su contacto, sentí el estallido del viejo instinto separacionista, de disyuntiva repulsión a que estaba acostumbrado de mi vida en las cavernas subterráneas; después de todo, sólo hacia un rato que estaba junto a ella. Pero el efecto de la píldora eufórica era potente; y tomándola en mis brazos la besé apasionadamente. Le soltó la cinta que le sujetaba la blusa por detrás y la saqué por su cabeza. Después me las arreglé para despojarla de sus «shorts». No tenía ninguna otra prenda debajo.

    Tenía los pechos un tanto grandes y abultados y sentí un febril deseo irrefrenable de poseerla. Ella se aplastó contra mí y yo tomé todo el placer que se me ofrecía, antes de volver a darle sus pequeños «shorts» de terciopelo.

    De pronto sentí que se ponía rígida en mis brazos. Sus ojos rodaron en sus órbitas, quedándose en blanco. Casi en el acto la sentí pesada y en casi completo colapso. Su boca permaneció abierta y observé cómo se escapaba de ella un hilo de baba verdosa. Al principio apenas si pude darme cuenta de lo que había ocurrido. La llamé por su nombre y la sacudí vigorosamente. De su rostro había desaparecido el color y la saliva verdosa le corría por el cuello. Le tomé el pulso, pero había dejado de latir. Puse entonces el oído sobre su pecho y traté de escuchar el latido cardíaco. No oí ningún latido. Estaba muerta. Estaba muerta y yo era, sin duda alguna, un portador de la espantosa epidemia neurolítica. ¿Qué hacer en tales circunstancias? Allí había una mujer muerta junto a mí. ¿Cómo me las arreglaría para salir del nivel G? ¿Y de qué forma podría acercarme a cualquiera para solicitar auxilio sin condenarlo a la misma muerte?


    VII


    Comencé a darme cuenta de que estaba en un estado físico realmente singular. Me dolía la cabeza, teniendo los pies y las manos casi helados, volviéndome de momento en momento las mismas náuseas que había experimentado al llegar. Además, estaba la terrible frustración del placer tan repentinamente interrumpido y del deseo que sentía por la pobre Cindy Ann, que me dejó temblando y debilitado en extremo. Y con todo, junto a tales sensaciones negativas, sentía que era algo enorme, tan alto como para sobresalir por encima de hombres gigantescos, capaz de romper en mis manos una roca de granito en pedazos con mis propios dedos y que, además, disponía de una doble visión en mis ojos.

    ¿Una doble visión? ¿Qué diablos me hizo suponer tal cosa? Me puse en una posición más cómoda para considerar la situación, teniendo junto a mí a la pobre chica muerta. La doble visión... Bien, si esta palabra significa algo, yo debería estar en condiciones de ver... Fijé entonces mis ojos en la mujer muerta que yacía junto a mí.

    Fue una fantástica experiencia. Su carne parecía disolverse suavemente conforme la miraba. Primero se hicieron visibles sus costillas, después sus pulmones encerrados en la caja torácica, con su corazón sin movimiento en el lugar correspondiente. Mi mirada fue aún más profunda todavía y entonces vi su columna vertebral y finalmente la hierba bajo ella. Todo era real y con sus colores naturales, nada parecido a una película de Rayos X, sino con sus propias tonalidades bastante acentuadas.

    Moví la posición de mis ojos dentro de su cuerpo y ocurrió lo mismo. Observé que uno de sus riñones parecía definidamente situado más bajo que el otro en su pelvis, lo que pudo haberle causado seguramente disturbios de importancia, de haber vivido más. Me froté los ojos y volví a mirar. La visión persistía. Pero aquello podía ser muy bien una alucinación, después de todo. Deseaba probar conmigo mismo, para estar seguro de que no lo era.

    Miré al cinturón de los «shorts» de terciopelo de la infortunada Cindy Ann. La cajita de píldoras de la cual había sacado las dos que habíamos tomado antes, estaba dentro de un pequeño bolsillo del lado derecho de la prenda. Si metía la mano y encontraba la cajita en el lugar en que la estaba viendo, aquello probaría mi sorprendente facultad de doble visión.

    No quise tocarla, y además había visto que ella la puso justamente en el lugar en cuestión. Sabía que estaba allí y hallarla por tanto en aquel lugar no probaría gran cosa. Necesitaba una comprobación más objetiva.

    Me puse en pie y miré a mi alrededor. A pocos pies de distancia había un árbol y sobre él intenté la facultad de mi doble visión.

    No resultó interesante ver cómo se disolvía la corteza y el interior anatómico de las fibras de madera del árbol. Dirigí mis ojos hacia un cruce existente en el tronco del árbol v allí me sentí recompensado al ver, completamente escondido de mi vista ordinaria, un nido de pájaros que se me hizo perfectamente visible. El nido, construido en el interior del hueco, contenía cuatro polluelos desnudos de pluma.

    Debió haber sido fácil comprobar una cosa como aquella. Cogí una rama horizontal y subí hasta la misma altura del cruce de las ramas. El esfuerzo no tenía nada de agradable; y yo, que me creí capaz de deshacer una roca de granito con mis manos, apenas si llegué con fuerzas suficientes al lugar que deseaba ver. Pero antes de volver al suelo comprobé que, efectivamente, al natural, existía aquel nido con sus cuatro polluelos sin pluma en el hueco, que piaron al sentir mi presencia, seguramente en demanda de alimento.

    No era, por tanto, ninguna alucinación. Pero sí que podría ser una especie de sueño elaborado de alguna forma... o una serie sistematizada de quimeras... No tenía sentido todo aquello. Yo me encontraba en una forma física de lo más peculiar. Me estaban ocurriendo una serie de cosas extremadamente singulares. Pero no estaba soñando, ni me sentía alucinado, ni fuera de la realidad circundante. La facultad que mi mente había elegido de «doble visión» existía realmente en mí. ¿Cómo podría usarla para que me resultase útil?

    Volví a sentarme en el suelo junto al cuerpo de Cindy Ann, para pensar sobre el asunto. Su proximidad no me molestó en absoluto. Era como hallarse junto a una caja vacía o a un hato de ropas viejas. Supongo que aquella sensación se debería a no sentir ninguna responsabilidad moral por su muerte. Aparte de que no había demostrado tener mucha personalidad mientras estuvo viva. No se había perdido gran cosa.

    Ames había afirmado que el anillo de Despoina era un pasaporte para conseguir pasar a través de los guardianes en los niveles más bajos de las cavernas. Yo había entendido, desde luego, que cuando él se refirió a guardias, quiso decir, efectivamente, tal y como yo lo seguía entendiendo, «guardianes». Ciertamente aquello era lo que Kira, en el nivel F, me había parecido ser. Pero la palabra «guarda» tenía otra significación.

    Uno suele referirse, por ejemplo, a un guardacadenas, hablando de una bicicleta, o a un guardabarros hablando de un automóvil. ¿Se habría referido Ames al empleo de esa palabra en este segundo sentido? En tal caso, el «guarda» en este nivel en que ahora me encontraba podría ser una pieza de maquinaria que el anillo de Despoina podía activar... o desactivar.

    Había otra cosa también. Ames había dicho que Despoina me deseaba junto a ella. En tal caso, ¿no podría esperar alguna clase de cooperación proveniente de ella misma o de alguno de sus agentes? ¿No me ayudaría a llegar hasta ella?

    Levanté el anillo a la altura de mis ojos y lo miré. Lo estuve haciendo por lo que debió ser un buen rato. Pude ver mi mano a través del anillo y los huesos en el interior. Pero eso fue todo lo que ocurrió.

    Finalmente, dejé escapar un suspiro de resignación y me puse en pie. La mejor cosa que podía pensar era la de vagabundear por el nivel G y mirar las cosas y la gente con mi facultad de mi doble visión. No pensé que pudiera infectar con la epidemia a nadie por el simple hecho de pasear a través del nivel G. Después de todo, Cindy Ann, había estado en contacto físico conmigo antes de haberla infectado.

    ¿Adónde debería dirigirme primero? ¿Al casino? Parecía un lugar poco verosímil o adecuado, de todos modos, para encontrar un «guardián». (Y si lo encontraba, ¿estaría en condiciones de reconocerlo, hombre o mujer? ¿Me ayudaría a ello mi doble visión?) Volvería por el sitio en que anduve paseando con Cindy Ann hasta el bosquecillo en donde había caído procedente del nivel superior y vería qué podría hallar de interesante por allí.

    Me llevó cosa de cinco minutos volver al punto de partida, en el lugar justo en que caí al llegar al nivel G, y en el sitio en que la hierba se había estropeado.

    Kira había insistido y hecho resaltar de que mi percepción del tiempo estaba alterada y aquello pudo haber tenido un efecto mucho más largo. Antes de que dejase el bosquecillo por completo, había cruzado un pequeño riachuelo murmurante y agradable con un lecho de guijarros y arena. ¡Un riachuelo, en aquella profundidad! La verdad es que existían cosas hermosas y sorprendentes en el nivel G.

    Más allá del riachuelo se encontraban, distribuidas al azar, grupos de casas de habitación. Cada una de ellas estaba situada entre matorrales o pequeños árboles y flores, y mientras que parecían algo más pequeñas que las casas de ostensible lujo existentes en la superficie, eran, no obstante, de buen tamaño. Aquí y allá se observaban gentes que entraban o salían de aquellas casas.

    Nadie me dedicó mucha atención, excepto una o dos mujeres que me miraron con cierta curiosidad especulativa. Una de ellas incluso me sonrió con un gesto de saludo, al que correspondí. Sin duda pensó que me conocería. Supongo que la explicación se debe a que siempre he tenido un rostro corriente, o con palabras más exactas, una faz plástica. Cuando yo crecía en mi juventud, los otros muchachos se irritaban por que no hallaban forma de localizarme en un grupo fotográfico hecho en común. Y aquí, en el nivel G, a despecho de mi indumentaria, debería tener el aspecto vulgar y corriente de otro hombre cualquiera.

    Pronto me di cuenta que los vestidos que llevaba Cindy Ann respondían más bien a un tipo conservador. Dos de las mujeres con las que me crucé en el camino llevaban unas blusas que dejaban totalmente al descubierto sus pechos, teniendo en cuenta que no eran precisamente ni las más jóvenes ni las más bonitas de cuantas salpicaban los terrenos del nivel en que me hallaba.

    Sin importar que fuese hombre o mujer, yo miraba a todos cuantos pasaban a mi lado con mi doble vista. Vi una enorme cantidad de anatomías humanas y pude haber descubierto, de haberlo deseado, muchos secretos viscerales. Pero no vi a ninguna persona que me pareciese verosímilmente lo que pudiese ser considerado como un «guardián».

    Pasé por un apretado cinturón de árboles y después llegué a lo que parecía ser un centro comercial. Cindy Ann me había dicho que el dinero no tenía allí ninguna utilidad; pero las gentes entraban y salían en las diversas tiendas con paquetes de alimentos congelados y lo que parecían ser ropas y los más diversos objetos para el hogar. Una de aquellas tiendas parecía ser una farmacia. En ninguna parte vi un dependiente o vendedor. Supongo que los constructores del nivel G habían tenido en cuenta que sus artículos fuesen demasiado buenos para que los utilizase nadie que no fuese una persona «importante». Pero a pesar de la ne—gativa de Cindy Ann, deberían existir algunos técnicos en el nivel, aunque sólo fuese para mantener en marcha la compleja maquinaria que lo gobernaba. Hay siempre un límite para lo que es capaz de hacer un robot.

    No entré en ninguna de aquellas tiendas... Tenía miedo de ser reconocido como un extraño, ya que ignoraba el procedimiento a seguir para obtener cualquier mercancía. Paseé tan lentamente como me fue posible y traté de inspeccionar a las gentes que se encontraban en su interior.

    Aquel «centro de comercio» daba lugar a otro cinturón de árboles y éste a más casas. Conforme andaba a todo lo largo de aquel complejo viviente, pensé hasta qué límite podía ser ilimitado el número y la cantidad de objetos y provisiones existentes para aquellas personas que allí vivían. Algunas de las personas que vi llegaron al nivel cuando eran niños, cuando el peligro de la guerra había parecido tan inevitablemente inmediato. Se habían hecho ya personas adultas, mientras que las plagas y epidemias habían causado destrozos incalculables en la superficie y aún seguían entrando en las tiendas adquiriendo objetos de todas clases. Habían sido preparados para vivir en los subterráneos para un cuarto de siglo o tal vez medio siglo, y el material necesario y la cultura asegurados para mantenerlos felices y seguros. Cuando se sentían atacados por el tedio, siempre podían tomar una píldora eufórica.

    ¡Qué enorme era aquel nivel G! Podían estar justificados los árboles, cuyo follaje serviría para mantener purificada la atmósfera y los troncos para ocultar los pivotes enormes de acero que soportaban los niveles superiores. Pero un riachuelo... casas privadas de habitación... un casino... e incluso toda una playa real, con todo el espacio apropiado. Yo había leído en algu—na ocasión que la excavación de los niveles había costado 300.000 dólares por cada pie cúbico de tierra removida.

    Grande como era aquel nivel, tenía naturalmente, sus límites. Más pronto o más tarde llegaría a un punto en que desapareciera la ilusión de boscaje y lejanía para encontrarme frente a la roca desnuda de las profundidades.

    Al fin alcancé el borde del segundo grupo de casas. Había otro cinturón de árboles y su correspondiente espacio de flores y arbustos. El sendero que había seguido, tocaba a su fin. Vi, por fin, la roca desnuda frente a mis ojos. Y casi pegada literalmente a la roca, una pequeña casa, algo inesperado. Era pequeña y aunque no ruinosa, no estaba ciertamente en muy buen estado de conservación. Las ventanas necesitaban hacía tiempo un repaso de pintura así como las paredes y el porche de entrada. Probablemente sería prefabricada. Las enredaderas y la hiedra que crecían dentro de grandes macetas, tenían un pobre aspecto. ¿Quién podría vivir en el nivel G, en una casa como aquella?

    Pero pensé haber hallado la solución. El técnico que Cindy Ann afirmó no existía y que yo creí estar seguro de que debería ser. Casi sin pensarlo, me adelanté dos pasos en el porche y llamé a la puerta.

    Se produjo una espera silenciosa. Después, oí que alguien se movía en el interior. Volví a llamar. Por fin, una mujer apareció en la puerta. No abrió la puerta del todo, sino que permaneciendo con el cuerpo dentro asomó la cara. Era una mujer de mediana edad, con unas facciones duras e inteligentes en su expresión.

    — ¿ Quién es? — preguntó secamente.

    Yo había estado pensando en qué responder. Y entonces, las palabras parecieron abandonarme. Me limité a levantar la mano hacia ella, mostrándole el anillo de Despoina.

    Aquella mujer me disparó una mirada decidida y autoritaria.

    — ¡No sé nada de todo eso! — gritó con vehemencia —. ¡No sé nada sobre eso, no más que si fuese un perro! — Y cerró la puerta con fuerza alejándose y sin dejarme tiempo a reaccionar.

    Volví a llamar y seguí haciéndolo durante un buen rato. Pero ella no volvió a dar signos de vida. Al fin me marché... «no más que si fuera yo un perro». ¿Qué habría querido decir con aquello? Después, se me ocurrió pensar, con el sentido de una oportunidad perdida inútilmente, de que no hice uso sobre ella, de mi facultad de la doble visión. Pero tal vez no hubiera servido de nada el hacerlo.

    Comencé a caminar de nuevo. Durante un buen rato, fui andando pegado a la pared rocosa del nivel de la caverna. El camino no resultaba fácil a causa de las pilas enormes de trozos de roca y de soportes de acero, que a la altura de la rodilla, iban bordeando la pared del subterráneo, teniendo que verme obligado a realizar constantes rodeos en uno u otro sentido. Pero me parecía que allí, junto al borde de la excavación subterránea, debería existir d camino lógico que sirviera de salida del nivel G en que me hallaba, hacia el inferior que con tanto anhelo deseaba encontrar.

    No hallé nada. Ya iba cansándome, hasta decidir abandonar la inútil búsqueda. Abandoné tal propósito por la periferia del nivel G y entonces decidí volver al centro, donde el caminar resultaba mucho más fácil, cuando vi ante mí un destello de color familiar. Me aproximé rápidamente y comprobé que era una parcela de hongos de color púrpura que crecían en profusión y con gran riqueza. No sé por qué; pero me sentí muy animado, La primera impresión que me dieron tales hongos, era el comprobar que estaba realmente hambriento. Saqué el cuchillo y corté un buen puñado de ellos, suculentos y magníficos. Los mastiqué lentamente, apoyado sobre la roca y me supieron a gloria. Era lo primero que comía desde hacía mucho tiempo, tal vez, según pude calcular, varios días. Rocié aquella comida vegetal con algunos tragos del agua sulfurosa de mi cantimplora, llena en el nivel F.

    Mientras tapaba la cantimplora, pensé en Kira. Su forma de jugar con el cuchillo me vino a la mente y traté de imaginar qué es lo que habría querido darme a entender con aquello. Después, continué marchando de nuevo, junto a la pared rocosa. Nada. Cada bulto rocoso de las paredes, se parecía exactamente a cualquier otro. Yo continué todavía caminando de aquella forma obstinadamente, hasta hallarme demasiado cansado para continuar. Decidí, pues, dirigirme definitivamente hacia el centro del nivel G en busca de cualquier sitio en que poder descansar.

    Cuando ahora recuerdo el nivel G, siempre lo hago con la idea de un caminar sin fin. Estaba cansado, tanto, que apenas si tenía ya fuerzas para echar un pie delante del otro y la sensación de percepciones de cuanto me rodeaba se volvía más y más ausente.

    Me detuve al fin. Me encontraba en uno de aquellos bosquecillos de árboles en alguna parte del inmenso nivel G. Pensé que no debería estar muy lejos del casino y de la pequeña playa. Aquel era tan buen sitio para descansar como otro cualquiera. Supuse que nadie me encontraría en aquel lugar, a menos que cualquier par do amantes se aproximasen por puro accidente. De todos modos, lo único importante para mí era descansar.

    Me tumbé limpiamente sobre la hierba. Me prometí solemnemente que tras haber descansado, continuaría buscando sin descanso la tan ansiada salida del nivel G... pero tras haber dormido.

    Creo que me quedé dormido en cuanto estuve en el suelo. Mis sueños cayeron sumidos en una profunda inconsciencia, como en un olvido misericordioso para mi fatiga física. Era como llegar al fondo de un mar en donde me diese la bienvenida el total olvido de las cosas.

    Finalmente, creo que comencé a surgir a la superficie. Algo estaba frotándome la mejilla y yo creía moverme para evitarlo. Sin embargo, aquello persistía, dulce y constantemente. Tras bastante tiempo abrí los ojos. No había recobrado del todo la consciencia de mi situación; pero ya sentía una gran curiosidad. ¿Qué sería aquello que frotaba una y otra vez mi mejilla?

    Parpadeé, bostecé y entonces tuve que reírme. Un perrazo de pelo marrón rojizo, hermoso y magnífico estaba sobre mí. A pesar de haberme despertado, allí continuaba lamiendo insistentemente mi mejilla.


    VIII


    Aquel hermoso perro llevaba un collar al cuello. Su nombre estaba grabado en él. «Dekker». Pensé que resultaba un nombre realmente singular para un perro.

    Me incorporé a medias acariciando al hermoso animal. Hacía ya tanto tiempo que no veía un perro... Le tiré de sus orejas sedosas y el hermoso animal movió el rabo amistosamente.

    Se sentó frente a mí, haciéndome gestos de cariño, mientras jadeaba con su lengua fuera. Con bastante pesadez, conseguí ponerme en pie. Aquel sueño me había hecho un gran bien, incuestionablemente, pues me sentía más fuerte, más seguro de mí mismo y lo que era muy importante, mi jaqueca había desaparecido. Al propio tiempo, los cambios físicos experimentados antes en mí, habían progresado aún más. Me sentía el cuerpo con toda la piel cálida y a menos que no me sujetase la cabeza, los objetos de mi alrededor parecían dar vueltas como un tiovivo. El simple esfuerzo de adelantar un pie para andar me mojaba en sudor.

    «Dekker», sentado frente a mí, emitió un corto gruñido. Por primera vez le miré haciendo uso de mi nueva facultad de doble visión.

    Su cuerpo, hasta donde podía apreciar, era el de un can perfectamente normal. Habría servido de modelo para algún libro ilustrado que se titulase «La Anatomía de un Perro». Pero su cabeza parecía diferente.

    Resultaba más difícil observar en su interior; pero cuando conseguí obtener una visión a través del cráneo canino, me quedé sorprendido y confuso. No parecía tener sentido lo que vi entonces.

    Yo insistí en profundizar en lo más recóndito de su anatomía cerebral, haciendo un gran esfuerzo. Entonces comprobé, no sin sentir un extraño estremecimiento> que tenía un cerebro doble. ¿Doble visión y doble cerebro? Sí. Pero sobre los dos hemisferios normales de los mamíferos, «Dekker» poseía otra pequeña estructura, en una especie de lóbulo lleno de complicadas circunvalaciones. No era desde luego un tumor, ni una creación producto de cualquier enfermedad; era ciertamente un doble cerebro.

    Me quedé sorprendido al máximo. ¿Era, pues, el perro, el guardián de la salida del nivel? Yo sabia que me hallaba en condiciones físicas anormales, tal vez el haber imaginado semejante idea era la prueba de mi anormal condición física. «Dekker» dejó de hacer señas cuando le miré fijamente. Entonces, se puso a cuatro patas vivamente y emprendió un ligero y alegre trote delante de mí. Tras haber marchado algunos pasos se detuvo y me miró sobre su espalda. Dejó escapar un ligero ladrido. Sin la menor duda, me indicaba que le siguiera.

    Me condujo hasta la playa. Aún permanecía bastante llena de bañistas, el «sol» estaba tan alto como de costumbre. Volviéndose y estando seguro de que yo le seguía, marchó con paso rápido a través de la arena hasta encontrar un trozo de palo de unos tres pies de longitud que tomó entre los dientes y lo depositó a mis pies. Deseaba sin duda que jugase con él.

    Por un momento, permanecí bastante confuso. Un perro, que podía o no tener algo que iba mal en el interior de su cabeza con aquel doble cerebro, quería entablar una especie de juego amistoso con un extraño. ¿Sería aquello la explicación del porqué me había despertado e insistido en que le siguiera hasta la playa? Bien, según esto, yo debería arrojar el palo a alguna distancia para comenzar el juego.

    Haciendo señas hacia el palo, ladró con insistencia. Bien, no me haría ningún daño jugar un poco con aquel perro tan simpático. Con cierta torpeza, me incliné, recogí el palo y lo arrojé. El animal galopó lleno de entusiasmo sobre la arena, rociando con ella a un par de bañistas. Una chica rodó sobre si misma para apartarse del galope del animal.

    Todos parecían conocer a «Dekker» y no hallar nada de raro en su juego tras el palo.

    Un par de veces más, volví a tirarlo a distancia y él fue a recogerlo trayéndomelo nuevamente a mis pies. La cuarta vez, cuando me agachaba a recogerlo, emitió una especie de gruñido significativo para que yo le entendiese. Yo creí sentirme molesto por el juego. Hasta entonces, me había divertido en cierta forma con el perro, porque no tenía otra cosa mejor que hacer. Pero aquello comenzó a fastidiarme.

    «Dekker» miró entonces al agua, después a mí v nuevamente en dirección al agua de la playa. ¡Oh, allí estaba sin duda la clave! Supuse que lo que deseaba era que se lo tirase al agua. Y entonces, él se lanzaría para sacarlo y devolvérmelo. ¡Pero aquello seguiría siendo una estúpida pérdida de tiempo! Sin ningún entusiasmo, tomé el palo y lo arrojé al agua.

    Cayó más allá del borde de la suave playa y flotó suavemente sobre la superficie líquida, hundiéndose y levantándose en suaves oleadas. El perro se lanzó, nadó con la habilidad propia de los animales de su especie y volvió en seguida trayéndome el palo a mis pies. El animal estaba mojado del chapuzón y al inclinarme para tomar el palo en mis manos, se sacudió fuertemente, rociándome de agua salada. Llegué a la conclusión de que estaba tan falto de cerebro como un vulgar perro de aguas. Bien, tiraría el palo por última vez y acabaría así aquel tonto juego. El palo fue a caer a unos diez pies de distancia del sitio en que habla caído anteriormente. «Dekker» lo miró y se dejó caer sobre sus patas traseras.

    — ¡Vamos! — le ordené —. ¡Tráelo aquí!

    El perro no hizo el menor movimiento; pero sus ojos inteligentes se volvieron hacia mí y después hacia el trozo de palo flotando en las aguas.

    — ¡Vamos, perezoso! — insistí —. ¡Ve a traerlo!

    Deliberadamente se incorporó, dio media vuelta y se dejó caer sobre sus patas traseras, volviéndome la espalda y mirando el lugar. Aquella acción tenía, sin duda alguna, algo de deliberado en su concepción, a despecho del concepto de corta inteligencia que yo me había formado momentos antes de él. Entonces miré al lugar indicado por el animal y donde sin duda él deseaba que yo mirase.

    El palo que yo había arrojado se hundía y volvía a flotar suavemente en el agua, pero siguiendo un lento movimiento. Aquel movimiento fue incrementándose fuertemente hacia la derecha.

    ¿ Existiría allí alguna clase de corriente? ¿ Era aquello lo que el perro deseaba que yo comprendiese?

    Observé lo que ocurría con toda curiosidad y atención mientras el perro estaba agachado junto a mí. El palo llegó a cierto punto en su movimiento hacia la derecha y comenzó entonces a marchar en derecho, alejándose de la playa más y más rápidamente cada vez. Entonces, cuando había alcanzado una distancia de unos ciento cincuenta pies, desapareció. No pude decir si es que lo había perdido de vista sencillamente o es que en realidad había desaparecido de nuestra vista. Pero ¿dónde pudo haber ido? Cindy Ann había dicho que nadie llegaba nadando más allá de cincuenta o sesenta pies de la playa, aunque el agua parecía extenderse por millas de distancia. ¿Hacia dónde iría el palo? Presumiblemente la playa era una piscina de agua salada de grandes dimensiones con alguna especial disposición de compleja maquinaria para dar la perfecta ilusión de oleaje natural propio de un mar e incluso, en ciertas ocasiones, el determinar la subida y bajada de mareas. Pero no me pareció que tal maquinaria hiciese aquel efecto de succión hacia el exterior que yo había apreciado. ¿Qué había sido del palo arrojado?

    «Dekker» me miró intencionadamente. Cuando estuvo seguro de contar con mi atención, corrió a lo largo de la playa, rebuscó por los alrededores y me trajo otro palo. Parecía dar a entender claramente que volviese a arrojarlo, como había hecho con el anterior. Me sentí obligado a repetir el juego, tirándolo con fuerza suficiente para que llegase a la distancia del anterior. Y una vez más se repitió lo ocurrido, su movimiento lento al principio y más rápido después, siempre hacia la derecha, y entonces un rápido movimiento alejándose de la playa. Y de nuevo, también, un punto determinado en que al llegar allá el palo desaparecía como tragado por el agua.

    Intenté hacer uso de mi nueva facultad de la doble visión a través del agua, para ver si encontraba alguna especie de maquinaria que pudiese ser la responsable del movimiento que se había producido. Pero a algunos pies de distancia aquella doble visión era tan efectiva como mi vista normal. Solo pude tener la impresión de una cierta turbulencia y de un caer de agua verdosa. Aquello era todo.

    El juego con el perro me había fatigado. El sudor me corría por el rostro. Tenía el cuerpo tan mojado por el sudor como si me hubiese dado ya un baño y, sin embargo, sentíalo más caliente que nunca. Me senté en la playa para pensar en todo aquello. «Dekker» estaba junto a mí, tranquilo, con su hermosa cabeza apoyada sobre una de mis rodillas. ¿Qué sería lo que hiciese moverse los palos arrojados en aquella peculiar forma? No. La cuestión no era aquélla. Más bien consistía en por qué quería el animal que yo me diese cuenta. ¿Habría sido sólo un juego? Tal Vez; pero, con todo, su acción parecía llena por completo de un propósito definido. Existía una razón evidente del porqué «Dekker» deseaba que yo fuese testigo de aquel movimiento hacia afuera de la playa y de la final desaparición de los palitos arrojados al agua. Permaneció tranquilamente en aquella posición junto a mí. Después se levantó y puso su nariz bajo mi mano, levantándola y haciendo que la cabeza quedase bajo ella. Pensé al principio que le gustaba que le hubiese acariciado y le froté cariñosamente su cabeza marrón rojiza y sus sedosas orejas. Pero no se trataba de aquello: se retiró, me miró fijamente y pareció también pensar inteligentemente frente a mí. Después tomó mi muñeca suavemente entre sus fuertes dientes hasta inclinarse de forma que tuviese que apoyarme en el codo. Puso sus patas delanteras sobre mis piernas y sostuvo mi mano frente a mis propios ojos.

    Me miré a mi propia mano. Una mano corriente, excepto el hecho de que estuviese caliente, a una temperatura como si tuviese una fuerte fiebre. Pero... sí, allí estaban mis dedos v en uno de ellos el anillo de Despoina. Aquello era lo que el animal deseaba hacerme ver. Lo comprendí súbitamente. El lugar por donde desaparecían los palos que habían servido de juego era la salida del nivel G. El perro no había hecho otra cosa que mostrarme la forma de salir de allí.

    — «Dekker»... — dije.

    El perro había soltado mi muñeca y me observaba con el aliento contenido. Parecía que ni siquiera respiraba. A través de su cráneo yo podía ver aquel extraño segundo cerebro situado por encima de su cerebro normal canino.

    — «Dekker», ¿es ésa la salida de este nivel? ¿Hacia dónde se dirigen los palos?

    Los perros no suelen, naturalmente, hacer gestos afirmativos con la cabeza; pero emitió un corto ladrido, decisivo y sin lugar a dudas.

    Aquel ladrido significaba exactamente: Sí. Yo dudé aún. Yo sólo era un nadador moderado y aun siendo real lo que «Dekker» estaba dándome a entender, sentía miedo de que la corriente me hundiese hacia alguna especie de maquinaria en la que pudiese resultar atra—pado. Yo no suponía que existiese un flujo descendente de agua desde el nivel G hacia el inferior, sino pensaba únicamente que debería abandonarme a la pura aventura.

    «Dekker» pareció emitir un suspiro, el impaciente suspiro de un perro que ha estado esperando mucho tiempo para que su amo se decida a dar un paseo en su compañía. Después, cogió entre sus dientes el extremo de mis pantalones y me llevó en dirección al agua. Me puse a reír. Sí realmente había tenido mucha paciencia.

    — Está bien, muchacho — le dije —. Allá voy.

    Marchamos sobre la arena juntos hasta adentramos en el agua. No debía ser cosa muy corriente que la gente se bañase con toda la ropa puesta; pero en cualquier caso, nadie pareció dedicarme la menor atención. Probablemente pensarían que estaba borracho, si es que pensaban en algo. Su curiosidad parecía atrofiada en la misma forma que sus personalidades.

    Cuando nos adentramos a cierta distancia, yo comencé a nadar y «Dekker» lo hizo igualmente junto a mí. Creo que el agua me habría hecho un gran bien, de no haberme sentido tan febril. En aquellas circunstancias me resultaba fría como el hielo. Nadamos jun—tos, por lo que me pareció una gran distancia. Yo me hallaba interesado al descubrir que incluso a aquella distancia de la playa, la ilusión de ser un espacio ilimitado continuaba en igual forma, aunque a poco descubrí que una especie de muralla detectora surgía a poca distancia frente a mi.

    Súbitamente, «Dekker» que se hallaba a mi izquierda, se volvió y nadó contra mí, forzándome a hacerlo hacia la derecha.

    — ¿Es por aquí, viejo amigo? — le dije cariñosamente. El simpático animal emitió una especie de gruñido que podía traducirse como una afirmación sin lugar a dudas.

    Seguí nadando en la dirección que «Dekker» me había señalado tan claramente. Tras unos minutos, hallé una suave corriente hacia la derecha y comprobé entonces que me movía claramente hacia donde habían desaparecido los dos palitos arrojados en el anterior juego con el perro. Me alegré de hallar la corriente, ya que mis brazos se hallaban alarmantemente fatigados de nadar.

    Dekker» no siguió nadando conmigo. Se quedó en el sitio desde donde me empujó hacia la derecha, moviendo sus patas delanteras y sin dejar de mirarme. Le hice una señal con la mano; resultaba tan humano que lo lógico era decide adiós. Entonces, la corriente cambió de dirección y comencé a sentirla mucho más fuertemente. Me di cuenta de que empezaba la gran aventura. ¿Hacia dónde? La muralla de roca ya estaba muy próxima. La ilusión del espacio se había desvanecido. Podía darme cuenta de la pintura de la roca y las capas de tela metálica frente a ella. Repentinamente, me sentí tragado hacia abajo por la corriente. Semiinconsciente, debía haber esperado algo parecido v no intenté luchar contra aquello. No hubiera resultado beneficioso para mí de haberlo hecho; la atracción, por lo demás, resultaba irresistible. Era como si la mano de un gigante me hubiese atrapado por los pies y tirase hacia abajo con fuerza ciclópea. El agua se cerró sobre mi cabeza. Me encontré en un mundo verde y semitransparente. Sentí un rugido impreciso en mis oídos. Hacia abajo, siempre hacia abajo...

    En la lejanía, y delante de mí, pude darme cuenta de la existencia de una mancha de luz.


    IX


    ¡Caballo, caballo! — grité —. ¡Adelante!

    Eché una pierna sobre el remo, curiosamente grabado al extremo y que relinchaba como un caballo y comencé a hacer cabriolas y a corvetear alrededor del confuso resplandor de una hoguera.

    Los otros iban también montados y me seguían. Se aproximaban más y más al fuego de la hoguera, en forma de espirales hacia el interior del fuego hasta que al fin saqué el remo de entre mis piernas, recobré el equilibrio un instante y me lancé rectamente hacia el fuego.

    Sentí el fuego abrasarme conforme me aproximaba a la hoguera y súbitamente el rudo cambio del fresco aire de la noche. Se produjo un grito de aprobación y los otros comenzaron a su vez a gritar desaforadamente sobre las llamas, volando como pájaros, las chicas tan valientemente como los jóvenes de aquel grupo. Todos gritaban conforme saltaban y marchaban y yo pensé: «El trigo crecerá bien alto este año».

    Volví a subirme sobre el remo y comencé mis danzas en forma de espirales; pero esta vez hacia el exterior del fuego de la hoguera. La luz del fuego resultaba demasiado brillante, incluso alejándome de ella, parecía continuar siéndolo cada vez más y sentí terror. ¿Estaba asustado, en aquella noche embriagadora, alrededor de aquella fascinante hoguera? Mi corazón latía con fuerza y el fuego se hacía más y más brillante.

    Aquella luz llegó a ser algo inmisericorde, algo tan luminoso que derrotaba cualquier clase de piadosas sombras que pudieran haberla atenuado. Traté de esconder la cabeza, tapándola con mi brazo y recular hacia las rocas en busca de las sombras. Pero resultaba en vano. Era la iluminación de aquella estancia especial.

    Al fin abrí los ojos. La luz no era el terrible resplandor que me había parecido en sueños; aunque bastante fuerte y absolutamente desprovista de sombras. Traté de levantarme. Por primera vez me di cuenta de que mi enfermedad — no había otra explicación para tal estado, había progresado hasta el extremo de que no sólo mis percepciones eran irreales y poco dignas de confianza de mi parte, sino que los pensamientos acerca de mis propias percepciones, tampoco lo eran. Me encontré un tanto desarmado... Bien, había poco que pudiera hacer acerca de todo aquello.

    Me hallaba echado sobre una pequeña prominencia del terreno rocoso, con las espalda sobre la piedra desnuda y rodeado de una intensa luz sin sombras a mi alrededor. El techo rocoso del recinto era bajo y el espacio que tenía ante mí no era demasiado grande, digamos de unos veinte por veinte pies. Al final de aquella estancia, había una puerta rectangular abierta en la propia roca.

    Intenté incorporarme apoyándome en un codo. Aquel simple movimiento hizo que todo girase a mi alrededor como un tiovivo, pareciéndome surgir pequeñas nubes por todas partes. Cuando pude ponerme en posición erecta y mi cabeza en posición normal, las nubes parecieron volver a desaparecer en el interior de las rocas. Me miré a mí mismo. Todavía estaba vestido con la camisa y los pantalones de papel, pero mis zapatos habían desaparecido. Tenía la ropa seca, excepto los pantalones un poco húmedos.

    ¿Qué habría sido de mis zapatos? ¿De qué forma habría ido a parar a aquel extraño lugar? Recordé cómo me dirigía nadando hacia la mancha de luz, luchando por mantenerme vivo contra la succión y la tremenda confusión de la corriente de agua y me pareció que repentinamente, me condujo hacia arriba. Yo había nadado desesperadamente y a veces había tragado agua, cuando me faltaba la respiración. Después debí haber sido empujado hacia abajo o hacia arriba, hasta perder todo sentido de la dirección, hasta parecerme estar sobre una dura superficie de madera. Aquello me había sucedido ya en la obscuridad. Casi no pude verme mis propias manos. Me había parecido hallarme en una especie de jaula. Entonces, aquella jaula había comenzado a descender. ¿Qué ocurrió tras aquello? No me era posible recordarlo. Pude haberme quedado dormido, tal vez. Tenía la remota impresión de haber sido expulsado con gran fuerza de aquella especie de jaula en cierto punto y haber caído por fin en una superficie donde se respiraba el perfume embalsamado de flores en la primavera.

    Aquello tuvo que haber sido un sueño, sin duda. Pero no existía nada en mis recuerdos que me indujera a suponer qué habría sido de mis zapatos.

    Traté de ponerme en pie. ¡Buen Dios, qué mal me sentía! Me dolían todos los huesos de mi cuerpo, como si estuviera realmente muy enfermo y el pecho lo sentía como un gran hueco, sin nada en el interior. La piel la tenía roja y ardiente. Mi facultad de la doble visión, la había perdido totalmente. Apenas si podía retener la visión de cualquier objeto de los existentes a mi alrededor. En cuanto 10 intentaba, todo se desenfocaba de mi vista.

    Durante un rato continué yaciendo sobre la roca desnuda. Si continuaba en aquel estado, ¿qué iba a ocurrirme en semejante lugar? No había hecho un viaje tan aventurado y peligroso, sólo para quedarme en aquella situación, donde la fiebre estaba consumiéndome. Yo había descendido a aquel bajo nivel de las cavernas para encontrar a... Hice un esfuerzo para mirarme a la mano y ponerla frente a mis ojos. Sí, el anillo de Despoina estaba en su lugar.

    Inesperadamente comencé a temblar febril. Los dientes me castañeteaban tan violentamente que tuve que hacer un enorme esfuerzo por mantener la boca cerrada y juntar las piernas pegándome a la roca. Al poco cesó aquel ataque y mi piel comenzó a arder de nuevo.

    Conseguí hacerme con mi cantimplora que destapé. El agua que contenía estaba caliente y con el gusto sulfuroso de siempre; pero la vacié de un trago. Me pareció sentirme un poco mejor; pero el sudor comenzó a brotar por toda la piel y sentí con ello un alivio al mojárseme el cuerpo. Por unos minutos, comencé a sentirme casi a gusto. Mi linterna y la navaja, habían desaparecido.

    Me puse de rodillas y después en una posición semierecta. Al pie de aquella elevación en que me hallaba, existía una especie de mapamundi con los países de la Tierra marcados en brillantes colores. Me di cuenta de que si deseaba ir de un sitio a otro, como por ejemplo desde Angola a la Patagonia, todo lo que tenía que hacer era poner un pie en el lugar correspondiente. Los reinos del mundo y su gloria subsiguiente. ¿O sería algo que yo había leído en algún libro?

    Llegué al fondo de aquella pequeña prominencia rocosa y no encontré nada, excepto unos cuantos lugares de diferente coloración naturales en la propia esencia de la roca. Me dirigí como un borracho hacia la puerta rectangular de salida de aquella estancia y un hombre surgió ante mis ojos y se me quedó mirando. En sus manos portaba una antorcha flameante. Aparecía vestido de gris obscuro, con unas ropas brillantes que colgaban de su pecho y sus muslos en grandes pliegues. Tenía el rostro escondido tras una máscara de gris obscuro. Le vi con extraordinaria agudeza visual; pero en la forma en que hubiera podido observarlo por el lado contrario de unos gemelos de ópera.

    Levanté la mano para que pudiese ver bien el anillo de Despoina. Hizo un gesto de aprobación con la cabeza, bajó la antorcha ardiente que llevaba en la mano y se encaminó a la salida. Yo le seguí hacia aquella puerta rectangular. Allí, en un reducido espacio, estrecho como un pasadizo, existían cinco entradas abiertas en la roca igualmente, una junto a otra y todas frente a mí.

    ¿Por cuál debería entrar? Mientras permanecía en pie vacilante, cinco hombres surgieron de la roca con sendas antorchas flameantes que quedaron mirándome sin hacer el menor gesto.

    — ¿Qué camino debo seguir? — pregunté, pero ninguno me respondió. Se adelantaron hacia mí con aire amenazador y tuve que mostrarles el anillo para que volvieran a recular al punto de partida.

    Después, quedé libre de seguir adelante; pero, ¿qué puerta debería franquear? Recuerdo que grité, sin saber por qué: ¡El nido del cuco! — y me dirigí hacia la puerta del centro.

    Me pareció por un instante que estaba obscuro; pero al poco me di cuenta que existía la misma luz difusa sin sombras, que parecía bañarlo todo por todas partes. Los muros y el suelo, todo daba la impresión de emitir una misteriosa luz fluorescente, sin sombras. Me hallaba en un largo corredor. Continué marchando por él, deteniéndome aquí y allá y apoyándome contra una de las paredes rocosas del corredor para descansar de mi fatiga y mi extenuación. Una de las veces, mientras me había detenido para descansar, un sapo surgió repentinamente de la pared, me miró y cuando vio el anillo gritó:

    — ¡Dejen pasar!

    Pero en aquel instante una verdadera hilera de armas parecidas a rifles surgieron apuntándome y dispuestas a hacer fuego sobre mí. Traté de imaginarme dónde había espacio en el corredor para aquel número de armas de fuego. Comprendí que aunque me echara a tierra quedaba expuesta mi espina dorsal al ataque mortífero de aquellas armas y que sería alcanzado. Pero levanté en alto el anillo de Despoina y las armas se retiraron tan misteriosamente como habían aparecido amenazándome.

    Más tarde traté de imaginar cuánto de todo aquello pudo haber sido cosa real. Los hombres no surgen así como así de la roca pura y aquella hilera de rifles tampoco podía surgir de un corredor tan estrecho. Pero el nivel había sido diseñado como un reducto es—pecial, con objeto de conservar en él lo más preciado de la vida de cuanto quedaba en el país, tras las devastadoras epidemias que habían asolado al mundo. Era natural que entre sus fantásticos y misteriosos dispositivos existiera lo que para mí resultaba totalmente incomprensible, y que guardara entre sus secretos unas armas defensivas altamente elaboradas. La gente a quien yo había preguntado sobre el particular, o lo ignoraban o jamás explicaron nada al respecto.

    El corredor de roca pura por donde yo continuaba tenía de tanto en tanto vueltas y rincones. Por dos veces más me vi confrontado con cinco puertas y otras tantas tuve que hacer la elección por mí mismo.

    Después, y repentinamente, el piso de roca cedió bajo mis pies y caí rodando por un tramo de escaleras. Allí también creí hallarme en la obscuridad; pero en seguida volví a comprobar que estaba alumbrado por todas partes por aquella luz difusa, brillante e inmisericorde que hería los ojos y que no tenía sombra alguna en ningún sentido. No importaba cuán fuerte cerrase los párpados, mis ojos seguían percibiendo aquella terrible luz sin piedad

    Mis oídos comenzaron a percibir y sentir una extraña sensación. Me pareció comprender que había descendido mucho hacia las entrañas de la tierra. Tenía sed, pero se había terminado hasta la última gota de mi cantimplora. Además me sentía hambriento. No era razonable pensar que los hongos crecieran en aquellas rocas bañadas por semejante luz. No pude descubrir ni rastro de ellos, que entonces y más que nunca, hubieran resultado para mi apremiante apetito el más delicioso manjar.

    De tanto en tanto sentía momentos de oscurecimiento. A veces sentía como si la sangre huyese de mis ojos y la obscuridad me recubriera con un espeso manto. Posiblemente debí continuar dando traspiés en una especie de semiinconsciencia. En tales momentos, al menos, creí sentir un alivio contra el efecto desesperante de aquella luz implacable.

    No puedo decir cuánto tiempo continué aquella marcha desesperada. Más tarde pude casi estar seguro que debí haberlo hecho, al menos, por una duración aproximada de dos días completos. Muchas veces debí volver sobre mis pasos y seguir las curvas de aquel espantoso laberinto sin rumbo fijo. No había nada directo en mis pasos frente a una dirección determinada. Pero, por fin, llegué frente a una puerta.

    Era una puerta, no una entrada. Conforme me dirigía a ella, un semicírculo de espadas de reluciente acero surgieron como protegiéndola y dirigidas directamente hacia mi pecho. Después se reunieron corno formando las puntas de una corona; pero una corona amenazadora y temible. Volví sobre mis pasos nuevamente, dando traspiés contra las paredes del corredor. Aquel arco de acero me siguió hasta que acabó por disolverse en el aire y desaparecer de mi vista. Me mantuve en el colmo del agotamiento, sacudiendo la cabeza. Debí haber mostrado el anillo. Al fin intenté caminar de nuevo hacia adelante. Alguien lanzó una granada de mano sobre mí.

    Me inclino a creer que aquella granada era real. Explotó de una forma espantosa en aquel confinado espacio, aumentando el sonido por el retumbar de las paredes y el suelo rocoso. Además, más tarde pude comprobar que las esquirlas de roca desprendidas me hirieron en los brazos y en el pecho, con pequeñas cortaduras. Sí, aquella granada de mano había sido cosa real, y no ninguna alucinación. No me mató, seguramente porque me encontraba bastante alejado del lugar en que cayó, dentro del corredor. Yo traté de protegerme la cara con los brazos cuando vi surgir la bomba de mano. Conforme el sonido de la terrible explosión fue desvaneciéndose en la lejanía de los corredores y el polvo de la roca fue sedimentándose, continué hacia adelante con mi andar vacilante y los puños crispados extendidos frente a mí. Lo hice para que en todo momento pudieran verme el anillo de Despoina. Llegué por fin nuevamente a la puerta. No ocurrió nada entonces. Di una vuelta al abridor y entré.

    Pudo haber sido una trampa engañabobos, pero no lo era. Yo había ya dejado de preocuparme por nada. No ocurrió nada, como dije antes.

    Se trataba de una pequeña habitación, una oficina más bien, con una mesa de despacho en la que destacaba una verdadera batería de teléfonos, una cama plegable y un pequeño tocador muy próximo. Sobre la mesa se veía una pequeña bandera americana; pero uno de los extremos estaba replegado sobre la bandera y en él estaba dibujado el siglo de Labrys, el hacha de doble cabeza.

    Levanté uno de los teléfonos. Oí una especie de zumbido; pero supuse que sería algo ilusorio. Nadie estaba al otro extremo, jamás debió estarlo, seguramente. Ni ninguno de aquellos timbres debió probablemente haber sonado jamás.

    Me senté en la mesa. La luz existente en aquel despacho era una luz de tipo normal y no la luz implacable del resto del nivel H. Por un momento mi cabeza pareció hallarse firme y comprobé dónde me hallaba. Aquello era el santuario, el corazón mismo del nivel H. Había llegado al centro mismo de aquel fantástico mundo del nivel H. Pero no existía ninguna otra cosa allí.


    X


    Sobre la mesa yacía un pisapapeles redondo de cristal. Era un disco cristalino, con filos redondeados. Lo tomé en mis manos y miré a su través. Durante bastante tiempo no ocurrió nada. Después, el cristal se nubló y pude contemplar una escena algo horrorosa, llena de figuras que se movían contra una obscuridad tempestuosa, mientras, sobre la escena en cuestión, se hallaba dispuesto un rojo resplandor y un incierto moverse de algo humeante. Por alguna razón que no pude comprender, aquella escena llegó a aterrarme, y con dedos temblorosos volví a dejar el disco cristalino sobre la mesa.

    Me di cuenta de que estaba sediento. Me levanté con verdadero esfuerzo de la mesa, mientras todo en la habitación me daba vueltas y el suelo parecía hundirse bajo mis pies, y con un infinito trabajo, apoyándome en los muebles, pude aproximarme al lavabo.

    Tomé un vaso de papel impermeable, abrí el grifo del agua y aunque surgió ésta un tanto verdosa, como dando el aspecto de contener algas en ella, lo llené cuando menos cinco veces, hasta saciarme. Era agua fresca y tenía, a pesar de todo, un buen sabor.

    Miré hacia la litera. ¿Por qué no? No podía resistir más, estaba rendido mortalmente y enfermo, y me dejé caer en ella. Estaba por cierto el colchón que contenía bien arreglado con muelles finos, como la cama apropiada para alguna persona importante. Caí en el instante en un sueño profundo.

    Debí dormir mucho tiempo. Lo que me despertó fue algo cuya singularidad parecía no ser inmediatamente aparente: la habitación estaba a obscuras. Nadie puede imaginarse en tales circunstancias lo que aquello significaba. Durante días, incluso desde que había pasado la noche en las rocas, bajo el signo de Labrys, la doble hacha, habla vivido en una constante luz cegadora a veces, brillante siempre, sin ningún paliativo a tan terrible luz. Y ahora estaba sumido en la obscuridad. No me moví al comprobarlo y no vi razón alguna para hacerlo.

    Me pareció sentirme con la cabeza completamente despejada; pero tenía la impresión de que mi consciencia estaba separada de mi cuerpo.

    Me parecía estar cerniéndome en el espacio teniendo la cabeza separada a un nivel superior, a unos dos pies de distancia hacia la derecha, observando, sin mucho interés, lo que pudiera o no suceder. Supongo que mi desorientación mental llegó en aquel momento al máximo. Había dejado de sufrir las alucinaciones propias de la alta fiebre; pero mi presente confusión mental había mezclado el presente, el pasado e incluso ciertas visiones premonitorias del futuro, sin reconocer diferencias apreciables entre todos aquellos recuerdos y conceptos mentales. Todo se quedaba reducido al «ahora».

    Lo que me hizo finalmente levantarme de la litera fue una leve sensación de curiosidad. La habitación estaba entonces a obscuras y aquello significaba claramente que alguien había apagado la luz. Pero... ¿quién? ¿Por qué? ¿Tendría todavía el anillo de Despoina?

    Me toqué la mano y me sentí aliviado al comprobar que la sortija continuaba en su sitio, en mi dedo.

    Reposé todavía bastante más tiempo y decidí por fin levantarme. Y entonces me di cuenta de que mis pies estaban ligados. No atados a la cama, sino ligados uno al otro. Me incliné sobre la cuerda que los ligaba, palpando en la obscuridad ambiente prácticamente impe—netrable y traté de aflojar la ligadura. Pero estaban muy bien atados, con nudos maestros y sobre los cuales no pude hacer nada. Y había perdido mi navaja.

    No me sentí aterrado por aquello, sólo curioso. Me pareció que aquello había ocurrido antes. Desplacé las piernas hasta ponerlas en forma de poder incorporarme. Después, tratando de orientarme en relación con la litera, comencé a marchar dando saltitos en dirección a la puerta. Era un trabajo difícil ir andando a saltos en tales condiciones, pero no imposible. De nuevo sentí la impresión de algo familiar. Cuando llegué a la puerta la abrí y miré por el corredor.

    El corredor, a su vez, estaba sumido en la obscuridad. No tanto como en el interior de la oficina, ya que pude percibir una leve claridad, como una especie de luz fantasmal hacia lo lejos. Me agarré al pestillo de la puerta para sostenerme. Me incliné cuanto pude intentando oír algo en alguna dirección y apenas si pude oír nada que me proporcionase algún signo de vida en aquellos alrededores.

    ¿Adónde debería dirigirme? ¿Qué debería hacer? Seguramente había llegado al fondo de todas las cosas de forma irremediable y aquello sería el fin para mí. Después se produjo una especie de tirón en mis pies. Era como si alguien hubiese decidido que el período de búsqueda por mi parte hubiese terminado definitivamente y yo debiera dirigirme rectamente hacia algún lugar determinado.

    Vacilé unos instantes. El tirón misterioso volvió a repetirse. Comencé a dar saltos en la dirección en que me sentía atraído. Dando aquellos cortos saltos por aquel método tan incómodo y exhaustivo, fui haciendo algunos progresos hacia adelante. Me veía obligado a detenerme con frecuencia para cobrar aliento. Cada vez que lo hacía, el tirón misterioso me obligaba a seguir. No pude explicarme hacia dónde me dirigía, naturalmente. A veces tenía la sensación de pasar por rincones y revueltas de aquel laberinto, y hasta llegué a creer que volvía al punto de partida. Pero, no obstante, de alguna forma se me hizo claro que me dirigía en una dirección predeterminada de antemano por algo o por alguien. La presión que sentía en los oídos me indicaba que descendía más y más en las entrañas de la tierra. Sin duda ya no estaba en el fondo del nivel H, sino mucho más profundamente de lo que había imaginado.

    Me hallaba apoyado en la pared, jadeando, cuando una sombra más obscura que las demás se movió frente a mí. Era la de un hombre, vistiendo una especie de cogulla sobre la cabeza, que ocultaba sus facciones. Sentí un extraordinario terror ante su vista.

    — ¡El sabueso! — me oí decir a mí mismo entre dientes. Entonces yo mismo me puse la mano en la boca para evitar que mis sentimientos me traicionasen y pudiera dejar escapar algún grito.

    La sombra desapareció y una vez más sentí el tirón en mis pies ligados por las cuerdas.

    Comencé a sentir frío, un frío intenso. Pude comprobar que me subía por los pies una sensación helada que me causaba unos terribles escalofríos. Era como si fuese dando pequeños saltos sobre una superficie helada. Después me incliné apoyándome sobre las manos y comprobé que, efectivamente, la superficie sobre la que andaba en tales condiciones era de hielo puro. Había llegado a una tal profundidad, en la que discurría a saltos sobre un río helado.

    Y repentinamente me encontré frente a unos árboles. Sombras más obscuras a las que me dirigí siguiendo obedientemente los tirones sentidos en mi marcha. Una o dos veces creí darme cuenta de que no se trataba de árboles realmente, sino de grandes pilares, en parte formados por la naturaleza en aquellas profundidades y en parte artificiales. Pero pronto volví a pensar en ellos como árboles verdaderos. Entonces comencé a apreciar alguna luz más intensa. A despecho de la circunstancia, resbalé y caí de espaldas. Tuve que rodar sobre mí mismo y aferrarme al suelo helado y resbaladizo para sostenerme junto al tronco de uno de aquellos misteriosos árboles.

    Allí permanecí un tiempo considerable, descansando y reflexionando. Cuando volví a emprender la marcha sentí que me invadía una gran laxitud. De las ligaduras de mis pies, algo debió haberse aflojado, debido también a los esfuerzos que hice en tal sentido, y me sentí aliviado del dolor y la fatiga. No habría dado más de otros cuatro saltos con los pies atados siempre, cuando un hombre surgió frente a mí, de detrás de uno de aquellos inmensos pilares que sostenían la caverna. Tenía la cabeza de un ciervo, con toda su cornamenta — debía ser una máscara, sin la menor duda —, y aparecía totalmente desnudo, excepto una banda de cuero por debajo de la rodilla derecha. Tenía las manos junto a la espalda.

    — ¿Qué mano te gustará tener? — me preguntó en una voz ruda y profunda.
    — La izquierda — repuse sin vacilar.

    Aquello también me pareció que había sucedido antes y que mi respuesta estaba de acuerdo con alguna regla familiar. Sin duda debía serlo, aunque no fuese ninguna regla aprendida en la vida de Sam Sewell.

    Silenciosamente, aquel hombre enmascarado abrió mi camisa dejándome el pecho al descubierto. Y entonces, con la precisión de un cirujano, puso sus dedos sobre el lugar exacto de mi corazón. Tenía las manos increíblemente frías. Un escalofrío espantoso pareció atravesarme el cuerpo hasta llegar a la espina dorsal y caer después sobre mi propio corazón, Era como si lo manejase con dedos de hielo. Lo sentí latir desesperadamente para no caer en colapso contra aquella misteriosa fría presión que estaba ejerciendo.

    — ¿Quién es usted? — pregunté apenas sin aliento.
    — El señor de las puertas de la Muerte. Y de la Vida.

    Retiró sus manos de mi cuerpo. Sentí que mi sangre volvía a circular por mis venas, y mi corazón, que latía desesperadamente, se rehizo en su ritmo regular nuevamente.

    — Ahora es preciso que conozcas el dolor.

    Y mientras así hablaba, adelantó su mano derecha, en la que vi un látigo de tres colas. Por un momento cruzó los brazos sobre el pecho, tocándose los hombros con las manos. Después levantó el látigo y me golpeó brutalmente. Creo que debí gritar de dolor. No sentía exactamente una sensación dolorosa, sino otra de horror, más bien como Si los golpes del látigo amenazaran algo más que mi cuerpo físico. Aquellos golpes eran como llamaradas de fuego, algo impalpable y espiritual . Alguien que me lea debe conocer seguramente lo que quiero explicar con estas palabras.

    Yo vacilé a causa de aquel castigo bárbaro que estaba infligiéndome y traté de escaparme hacia adelante. Pero no pude moverme, hasta que al fin pude gritar:

    — ¡Lo sé! ¡Lo sé!

    Al oírme hizo un gesto de aprobación con la cabeza. Una vez más cruzó las manos sobre el pecho.

    — Bendita sea — dijo. Y se dirigió tras uno de los troncos de aquellos árboles, desapareciendo de mi vista.

    Permanecí en pie vacilante, esperando el tirón de mis pies que me permitiera seguir desplazándome. No llegó ningún nuevo impulso y tras un rato de angustiosa espera comencé a dirigirme hacia adelante. Me pareció que a cierta distancia frente a mí aparecía un leve resplandor que destacaba de entre la semiobscuridad reinante.

    Sí. No era una ilusión. Seguí dando aquellos breves saltos dolorosamente, y tras un rato aprecié una inconfundible luz parpadeante.

    Y sucedió de repente. En un momento dado, me hallaba entre los pilares y al siguiente me hallé frente a un amplio espacio. Y allí estaba Despoina.

    Despoina, la tan angustiosamente buscada. Estaba seguro por completo de que era ella. Permanecía en pie ante una muralla de roca pesadamente recubierta de hongos de color de púrpura que formaban como un maravilloso tapiz natural. Vestía las ropas de la mujer tallada en la joya de mi anillo.

    Sus hermosos cabellos de fuego caían sueltos sobre sus hombros. La blancura de su cuerpo resultaba impresionante y fantástica. A sus pies se hallaban encendidos dos candeleros, y a cada lado de aquel extraño trono en que parecía sentirse como una reina, apa—recían dos leones acurrucados. Se movieron, y pude darme perfecta cuenta de que eran hombres enmascarados con una piel de león.

    Sí, Despoina. Por ella, yo había pasado toda aquella angustiosa serie de mortales aventuras, descendiendo, siempre más, hacia las entrañas de la tierra y había errado tan dolorosamente Su anillo había sido mi salvoconducto y su nombre mi estrella polar. Y ahora que estaba frente a ella no sentía absolutamente nada...

    Seguí dando saltos forzados con mis pies amarrados. Ella ni se movió de su hierática postura, ni habló una palabra. Yo saqué el anillo de mi dedo y se lo mostré, ofreciéndoselo. En aquel momento final, me sentí como el recadero que entrega un telegrama.

    Su rostro permaneció inmutable. Tomó el anillo y lo deslizó en uno de sus dedos. Y repentinamente, como si aquella acción suya hubiese tenido la virtud de romper el hechizo que tenía helado mi cuerpo y mi espíritu, sentí que mi indiferencia había desaparecido por completo. La miré con ojos atónitos, con una mirada nueva.

    Era como si yo hubiese acabado de nacer y ella fuese el primer ser viviente que mis ojos hubieran contemplado. Sentí una extraordinaria sensación de frescura y de delicia interior que me embargó por completo.

    El titilar de las candelas parecía llenar el aire con un diminuto, fino y alegre polvo de estrellas, en una cascada alegre de brillantes chispas. Ardían en rastros de oro a través de los cuales vi sonreír el maravilloso rostro de Despoina.

    — Benditos sean mis pies, que me han conducido hasta aquí — dije.

    Uno de los hombres con cabeza de león se inclinó hacia adelante y en un instante me desató los complicados nudos de mis ataduras. Cayeron fácilmente, formando como un círculo de cuerda a mis pies. — Benditos sean tus pies — dijo entonces Despoina. Su voz parecía casi una caricia. Volví a sentir de nuevo aquella impresión de infinita delicia.

    — Bendita sea mi boca que ha...

    Súbitamente se produjo un terrible ruido, mezcla de estampidos y conmociones profundas de entre los pilares gigantescos de la caverna y hacia mi izquierda. Despoina se había vuelto hacia el inesperado ruido y yo la seguí con la mirada. Y observé cómo aquellos distantes soportes gigantescos de la caverna se desplomaban, como si fuesen castillos de naipes.

    Es preciso que yo me encontrase en un estado de extrema debilidad respecto al equilibrio de mis sentimientos conscientes, ya que conforme vi desplomarse las sólidas columnas de piedra del recinto, aquella escena real cambió totalmente para mí y en su lugar me vi rodeado de una tremenda columna de fuego que parecía envolverlo todo. Aquella llamarada ardía con un brillo cegador, como si se hubiese mezclado azufre en ella. No percibí ningún olor sofocante, sólo aquel fuego terrible y cegador.

    — ¡Las drogas! — grité con angustia —. ¡Lo prometiste! ¡Yo te creí! ¡Yo seguí ciegamente a las llamas!

    Nadie respondió a mi angustioso llamamiento. El fuego parecía lamerme las facciones y traté como un loco de apartarme de él. Una espantosa obscuridad pareció abatirse súbitamente sobre mí, mientras creía percibir el calor de un horno envolviéndome por todas partes. Y caí entre aquellas máscaras doradas.


    XI


    Mi vuelta a la consciencia fue totalmente clásica. Esto es, durante un cierto tiempo antes de abrir los ojos me hallé remotamente consciente de que alguien me había proporcionado un trago de agua, de que había arreglado la cama en que yacía y de que había ejecutado otros servicios en mi obsequio. A veces intentaba levantarme, pero carente de fuerzas volvía a caer en una especie de semiinconsciencia. Al fin pude abrir los ojos y mantenerlos abiertos. La habitación en que me hallaba estaba levemente iluminada, pero pude ver a alguien sentado en una silla contra una de las paredes. E hice la clásica pregunta:

    — ¿Dónde estoy?

    La mujer se levantó de su asiento y se aproximó junto a mi cama.

    — Bien — dijo —, al fin ha venido. Lo cierto es que le ha costado bastante tiempo el conseguirlo.

    Era Kira. Aún a través de mi visión confusa de las cosas, pude apreciar que ofrecía un aspecto fatigado en extremo.

    — ¿Dónde estoy? — volví a preguntar.
    — En el nivel F. En mis habitaciones.
    — ¿Hace mucho tiempo que estoy aquí?
    — Casi diez días. Y bastante fastidiado, por cierto.
    — ¿Cómo conseguí llegar hasta aquí?
    — No haga tantas preguntas. Se encuentra débil todavía. Vuelva a tratar de dormir. Yo estaré en el cuarto de al lado, donde me dormiré también un poco, que buena falta me hace.
    — Pero...
    — No discuta. Sé qué es lo que más le conviene —. Y me dirigió una severa mirada, alejándose después. Sentí cómo se cerraba la puerta del otro cuarto.

    En su rudeza y falta de cortesía sentí, no obstante, un cierto sentimiento de seguridad. Creo que sonrió entre dientes. Di la vuelta y a poco caí nuevamente en un profundo sueño.

    Me despertó mucho después, tocándome en un hombro.

    — Ya ha dormido demasiado — me dijo Kira, apareciendo más descansada que la vez anterior y con mejor aspecto. Deslizó un brazo bajo mis hombros, ayudó a levantarme y me arregló la almohada para seguir descansando. Después apareció con una bandeja de alimentos
    — ¿Puedo ayudarle a tomarlos? — me preguntó.
    — Creo que no hará falta, gracias. Puedo manejar el tenedor.
    — De acuerdo —. Y se sentó frente a mí, tomando a su vez su comida.

    Lo que me trajo era un plato de hongos purpúreos, estofados con unos cubitos de alimento de carne de buey concentrada y cebollas deshidratadas. No era nada extraordinario, pero sabía bien. Terminé mi plato rápidamente y pude comerme otro más.

    — Kira, es usted una buena cocinera — le dije al terminar.

    Ella sonrió.

    — Gracias. Pensé que le gustaría. Esa ya es una buena señal. — Y se llevó la bandeja.
    — ¿Señal de qué? Kira... ¿cómo es que llegué hasta aquí? Lo último que recuerdo es que me encontraba en el nivel H.
    — Yo le traje — repuso, poniéndose un dedo sobre el labio inferior con indecisión —. Supongo que lo habrá podido suponer. El FBY atacó el nivel H y se llevaron prisionera a Despoina.
    — ¿Cómo es posible? ¿Cómo es que pudieron llegar hasta allí?
    — No me gustaría explicárselo —. Arregló de nuevo las almohadas para hacerme descansar de nuevo —. Vamos, vuelva a dormir. Necesita más descanso.
    — ¿Espera usted que vuelva a dormirme, tras haber oído una cosa así?
    — Sí, lo espero — repuso con agudeza y sequedad —. Le contaré más cosas cuando se despierte de nuevo. Las cosas aparecerán bastante mejor así, ya comprenderá...
    — Pero Despoina...
    — No le harán ningún daño. Vamos, duérmase.

    Y me dormí una vez más. Kira había apagado la luz al salir y la habitación quedó sumida en una agradable obscuridad. Creí oír un cierto rascar como de garras de animales tras la pared, que me despertó; pero pronto volví a dormirme.

    Cuando desperté vi a Kira disponiéndose a lavarme el rostro, y corno me expresó, a servirme en lo que fuera preciso.

    — Deseo conocer cuanto ha ocurrido — insistí cuando estuve limpio.
    — Primero el desayuno — repuso decididamente —. He preparado unos buenos huevos revueltos.

    Tras haberlos comido, por cierto que me resultaron gustosos, y se hubo llevado los platos, volví a decirle:

    — Y ahora dígame, por favor, lo ocurrido. ¿Cómo se las arregló el FBY para llegar hasta allí? Cuando vi deshacerse los pilares de roca y toda la estructura de la caverna del nivel H, poco antes de perder el conocimiento... ¿fue el FBY quien realizó el ataque?
    — Creo que sí. No sé nada acerca de esas paredes ni pilares de roca. Pero el FBY le siguió a usted hasta donde se hallaba Despoina.
    — ¿Seguirme hasta semejante profundidad? ¿Cómo ¿ pudo haber ocurrido eso? ¿Acaso les ayudó usted misma?

    Kira se volvió, roja de indignación.

    — Es usted el estúpido más grande que he conocido en toda mi vida. ¿Ayudarles? Por supuesto que no lo hice. Me maniataron y estuvieron vigilándome con una pistola. Tuve la suerte de que no me torturasen para hacerme hablar.
    — Le pido perdón, Kira — le dije —. ¿Pero cómo pudieron hallar el camino? Yo no dejé el menor rastro tras de mí.
    — Claro que sí lo dejó. Poseen un dispositivo supersensitivo, algo parecido a una especie de manómetro que capta los cambios de temperatura y de presión que un ser humano va dejando tras los lugares en que ha permanecido. La gente va sembrando el aire de moléculas constantemente a su paso.
    — ¿Y han empleado eso?
    — Sí. Les lleva cierto tiempo su empleo, sin embargo: Anduvieron huroneando en el nivel F casi medio día hasta hallar finalmente el autoclave.
    — Pues no comprendo cómo pudieron pasar a su través sin el proceso a que usted me sometió a mí...

    Ella sonrió sombríamente.

    — Uno de ellos no pudo hacerlo. Hicieron un verdadero desastre; pero al fin los demás lo consiguieron. Bien — dijo cambiando el curso de la conversación — ¿quiere levantarse un rato? Podría así hacerle la cama.
    — Oh, sí, gracias, Kira.

    Ella puso un brazo bajo mis hombros y me ayudó a encontrar una posición en que pude permanecer sentado al borde de la cama. Me echó una manta por encima para taparme.

    — No tengo ninguna pieza de ropa lo suficientemente grande como para cubrirle del todo. Vamos, apóyese en mí para llevarle hasta la silla.

    Hice lo que indicó. Al percibir bajo mi estatura el frágil cuerpo de Kira me sentí avergonzado al tener que ser auxiliado por una criatura a la que yo sobrepasaba en peso en treinta kilos. Y con todo, ella tuvo de alguna forma que haberme traído desde el nivel H y llevado hasta sus propias habitaciones, cuidando de todas mis necesidades mencionables o no, durante casi diez días.

    — Kira... es usted una buena chica — le dije.

    Ella se sonrojó un tanto.

    — Vamos... no tiene importancia.

    Apreté su mano con afecto, que ella me devolvió con igual sentimiento. Después se dedicó a arreglar la cama. Mientras la observaba, volví a preguntarle:

    — ¿Cómo consiguió sacarme de manos del FBY?
    — Pagué un precio — repuso sencillamente, sin perder la naturalidad.

    Repentinamente, se me ocurrió pensar que estaba mintiendo. No sé por qué pude estar seguro de tal cosa en aquel momento. Kira era una mujer honesta, básicamente; pero no era precisamente un ser transparente o una persona fácil de entender. Pero yo estaba seguro de que no había sobornado al FBY para dejarme escapar. Se había pagado un precio, ciertamente... pero ¿a quién?

    — ¿Cuánto de lo que vi en esos niveles era real? — pregunté a Kira.
    — No sé lo que vio — me repuso alisando las sábanas.
    — Bien... — Y le referí todo lo sucedido en el nivel G—. El perro, por ejemplo. ¿Tenía realmente un doble cerebro, o sería algo ilusorio?

    Ella sacudió la cabeza.

    — No lo creo. Existen animales así. Creo que usted gozó temporalmente de esa facultad de la doble visión. Tal vez algún día llegue a poseerla por completo y para bien suyo.
    — No estoy muy seguro de que me gustase. Oh, y Cindy Ann. ¿Se contagiaría de la epidemia a causa mía?
    — Lo dudo. El procedimiento y curso de la inmunización de las gentes del nivel G les ha dejado más frágiles de lo que ellos puedan suponer. Creo que ella murió de un ataque al corazón.
    — Kira... ¿es usted médico?

    Ella se puso a reír francamente.

    — Pues... algo así. Será mejor que se vuelva ahora a la cama.

    Volvió a ayudarme a meterme en la cama. Me dejé caer con un suspiro de fatiga. Las limpias sábanas con su frescura, me hicieron sentirme bastante mejor. — Hay muchas otras preguntas que deseo hacerle, Kira — le dije.

    — Lo sé. Pero es mejor que se duerma otro peco ahora.

    Cuando volvió con el almuerzo, le pregunté:

    —¿Qué es ese ruido que he oído en las paredes? Como si algún animal rascase la pared con sus garras o algo parecido. No creo que se trate de las ratas blancas que vi antes cuando llegué aquí por primera vez.

    Creí verla palidecer. Se dirigió hacia la puerta y cerró por dentro.

    — No hay por qué preocuparse ahora — dijo, con un suspiro de alivio —. Mientras estén las puertas cerradas...
    — ¿Pero de qué se trata?
    — Uno de esos científicos de ahí fuera... Sorensen, creo que se llama. Ese Sorensen ha estado realizando experimentos de cruces con animales de laboratorio. Este que ha oído usted puede comerse cuanto encuentre en su camino, incluso los hierros de su jaula como si fuesen papeles. Pero por alguna razón, jamás se atreve a morder la madera.
    — ¿Es carnívoro?
    — En principio, no. Le gusta roer. Pero no come cuando roe.
    — Bien, entonces no debe ser peligroso.
    — Bueno, lo cierto es que le repele la madera y la puerta está cerrada.
    — ¿Es tal vez por eso por lo que lleva usted siempre ese cuchillo a la mano? ¿Para protegerse?
    — Pues es una de las razones. El nivel F no está desprovisto de peligros. Debo saber protegerme a mí misma.
    — Entonces, ¿por qué sigue permaneciendo aquí?

    Kira permaneció callada.

    — Vamos, cómase su almuerzo — dijo finalmente —. Tengo muchas cosas que hacer en la cocina. Y además debo ir a los almacenes cuanto antes mejor en busca de provisiones.

    Al hacer ademán de llevarse la bandeja, la interrumpí:

    — Siéntese y charle un poco conmigo. Hay muchísimas preguntas que quisiera hacerle.
    — Humm... — replicó Kira; pero puso la bandeja sobre una mesa y se sentó en el filo de mi cama.
    — ¿Cuántas de mis percepciones del nivel H fueron reales? ¿Qué fue lo que me hizo sentirme tan enfermo? ¿Y por qué Despoina deseaba que fuera hasta ella? Supongo que sí era una persona real, de todos modos...

    Kira rió. Pude percibir el delicioso perfume de rosas que solía usar.

    — Sí, Despoina era una persona real. Cuénteme lo que sucedió en el nivel H.

    Me llevó algún tiempo relatarle todas mis aventuras.

    — Bien — dijo ella cuando terminé mi relato —. El hombre con la capucha no era real. Tampoco eran las llamas que vio usted, que eran una simple ilusión. O más exactamente, un antiguo recuerdo. Debe ser su propia memoria la que le responda a sus preguntas en ese sentido.
    — ¿Mi memoria? Nada parecido a eso me ha ocurrido jamás en la vida.

    Ella me miró con una mirada oblicua.

    — No dije cuándo ocurrió o pudo haber ocurrido. Pero se trataba de un recuerdo. El hombre con la máscara de ciervo estaba realmente allí yo creo — continuó —. Para que sepa, el flagelamiento con el látigo es parte del rito. Ese rito fue interrumpido por el FBY, y de no haber sido así, habría usted comprendido la razón dé todo ello.
    — ¿Y Despoina? ¿Y aquellos hombres con máscaras de león?
    — Estaban realmente presentes. Despoina había hecho ciertos cambios... Eso es lo que había hecho de ella una gran... — ¿Una gran qué? — me apresuré a preguntar impaciente —. Kira, vosotros... todos ustedes parecen relacionados de algún modo. Usted insinúa y vuelve a insinuar. ¿Por qué no dice nada nunca directamente? ¿Por qué todo este misterio?

    Kira sonrió:

    — Nosotros insinuamos las cosas, en parte porque algunas de ellas sólo pueden decirse indirectamente y en parte porque ignoramos qué es lo que usted sabe ya. De todas nuestras insinuaciones, usted comprobará, tal vez, algún día que ha comprendido lo que había allí.

    Suspiré desesperado y rodé mi cabeza de un lado a otro en la almohada. Kira volvió a reírse.

    — ¿Más preguntas todavía?
    — Sí. ¿Por qué he estado tan enfermo? ¿Por qué Despoina me emplazó a ir hasta ella?

    Usted tenía el anillo de Despoina. ¿Se le ocurrió mirar en el interior?

    — Pues creo que no. Me interesaba sólo el exterior de la joya.
    — Sí. Si hubiese mirado en el interior, creo que habría encontrado una fina película de color marrón como embadurnándolo.
    — ¿Una película de qué?
    — De cierta carga de esporas propagadoras de la epidemia. Para que comprenda, yo no sé completamente qué es lo que Despoina estaba tratando de hacer. Ignoro cuanto se halla en su mente. Pero usted puede haberse dado cuenta de algo... Lleva en mi compañía ya muchas horas. ¿Siente el deseo de marcharse de mi lado?
    — Pues no ciertamente que no. Es realmente singular.
    — No lo es. Creo que es lo que estaba tratando de hacer. Su infección de esa particular tendencia y el recobrarse de ella, han producido el efecto de ponerle a usted en condiciones de tolerar la proximidad de los seres humanos, en la forma usual que se producía antes de estallar las epidemias. Despoina le infectó a usted deliberadamente. Ames, quien no tenía completamente su... digamos, constitución física y psíquica, murió cuando tocó el anillo. Pero ella ha tratado también de hacer de una forma más sencilla que las personas se soporten unas a otras y he ahí por qué el FBY, como organización, se haya interesado en ella.
    — Pues la gente en el nivel G parecía muy capaz de vivir en comunidad social — dije pensativamente —. Lo hacían, desde luego, tomando comprimidos eufóricos. Kira se encogió de hombros.
    — Les era preciso tomar dosis cada vez más altas de la droga. Tras un cierto tiempo, se encerraban en cualquier pequeño espacio temblando de pies a cabeza o comenzaban a golpearse la cabeza contra las paredes.
    — Pues Cindy Ann no mencionó nada de eso.
    — Imagino que se sentiría avergonzada de hacerlo.
    — Pero ¿por qué hizo Despoina que llegara hasta ella? Pude haber sido infectado por el anillo y haber permanecido en el nivel E. Pude muy bien haber seguido el curso de los acontecimientos y de mi enfermedad quedándome allí.
    — Ya le dije que yo no sé del todo lo que hay en su mente. Ella no confía en mí. Pero creo que ella estaba tratando de ensayar si usted era uno de los de la vieja clase.
    — ¿De la antigua clase? ¿Qué quiere decir con eso?

    Kira volvió a encogerse de hombros.

    — Ya ha tenido usted una gran cantidad de indicaciones al respecto.
    — Humm... ¡He pasado por la prueba?
    — Creo que sí. Incluso las dificultades que tuvo, los sitios en que falló, eran sitios en que alguien de la vieja especie hubiera fallado.

    Yo seguía sin comprender aquel lenguaje de Kira. Mirando hacia atrás, creo que debí haber sido cegado deliberadamente. — Pero el FBY la capturó — insistí yo —. ¿Es que Despoina no pudo prever que el EBY me seguiría hasta ella?

    Los ojos de Kira relampaguearon.

    — Sigo diciéndole a usted que no sé bien cuánto existe en su mente. Es cierto que la capturaron, en efecto. A ella y a su gente. El FBY los retiene ahora.

    La voz de Kira no había cambiado en absoluto y con todo, yo estaba totalmente convencido de que estaba mintiendo. Yo no podía creer que la mujer que había visto a la parpadeante luz de los candeleros tan bella y con los pechos desnudos, hubiese caído igno—miniosamente en las manos del FBY.

    — Me gustaría saber... — comencé a decir pensativamente.
    — ¿Saber qué? — interrumpió Kira de forma cortante.
    — Quisiera saber si queda todavía gente en el nivel H.
    — Bien, puede que la haya, Pero jamás lo sabremos.
    — ¿Por qué no?
    — Porque el FBY, cuando salió de allí con Despoina y los suyos, cerraron para siempre el nivel H. Nadie podrá jamás volver de nuevo a él.

    Yo no repuse. Pero estaba íntimamente resuelto, tan pronto como hubiese recobrado mi fuerza normal, a intentar descender de nuevo hasta el nivel H.


    XII


    El carcelero echó la cuerda de cáñamo alrededor de mi cuello, y sin embargo no quise resistirme a tal acción; era mi amigo y sin duda que aquello sería por mi bien.

    — Durará poco — me dijo al oído. Y puso un trozo de madera cogiendo los dos cabos de la cuerda y comenzó a retorcerla para estrangularme poco a poco. La cuerda comenzó a apretarme la garganta. No podía respirar. Mis ojos comenzaron a salirse de sus órbitas. ¡Cuánto tiempo tardaba! ¿Por qué no se daría más prisa? Contra mi voluntad, mis manos se dirigieron hacia las cuerdas luchando por soltarlas.
    — ¡Detente! — me gritó —. Es mejor así que morir quemado.

    Yo seguí frenéticamente luchando por soltar la cuerda de cáñamo. El carcelero la sostuvo contra mi esfuerzo. Sus manos seguían apretando inexorablemente la cuerda.

    Me desperté con un grito estrangulado de emoción contenida. En la obscuridad, traté de buscar a Kira. Cuando comencé a sufrir las pesadillas que ella me había explicado que serían para mi «desarrollo», Kira había llevado su cama junto a la mía, diciéndome que si despertaba sin ella junto a mí, podría acrecentarse en mí el miedo a quedarme dormido.

    La encontré e hice presión sobre su cuerpo. Ella suspiró y medio dormida, me dijo:

    — ¿Qué ocurre, Sam?
    — He tenido otro sueño.
    — ¿Cuál?
    — He soñado que un carcelero, mientras me hallaba en prisión, en un calabozo sucio y apestoso, trataba de estrangularme con una cuerda que retorcía poco a poco ayudándose con un trozo de madera. Y que se suponía que yo debía luchar contra él, ya que pensaba que era mi amigo...

    Y probablemente lo era — repuso Kira. Bostezó —. Si tienes más sueños, Sam, creo que no es preciso que tengas que despertarme. Ahora puedes hacerlo sin mí. Estás mejorando mucho al tener esa clase de sueños. Vamos, vuelve a dormirte.

    Apreté una de sus manos finalmente, di la vuelta y traté de dormir nuevamente en mi cama. La última cosa en que pensé antes de dormir fue: «Ella dice que estoy mejorando. Muy bien. Mañana, si tengo la oportunidad de hacerlo, trataré por todos los medios de volver al nivel H».

    El desayuno consistió en un café instantáneo y unos pastelillos daneses que ambos tomamos de una lata de conservas. Kira estaba recogiendo las tazas y llevándolas al fregadero cuando le dije:

    —¿Has oído el ruido ése que se produce en la entrada? ¿Esa especie de rascar con garras en la pared? ¿Es lo que yo pienso?

    Ella se detuvo y escuchó.

    — Ah, sí, es eso. — Y suspiro —. Es el monstruo creado por Sorensen. Tendré muy pronto que salir fuera y me gustaría evitar que entrase aquí. La mayor parte de las cosas que hay en el nivel F no me molestan; pero aborrezco ese montón de basura.
    — ¿A qué se parece?
    — No importa la forma que pueda tener. Si te lo dijera, te suministraría nuevo material para sufrir más pesadillas. — Y se fue hacia la fregadera de la pequeña cocina y comenzó a lavar el servicio del desayuno.
    — Kira, ¿por qué permaneces en este nivel? — le pregunté al volver.
    — He sido estacionada aquí — me repuso brevemente.
    — ¿Para llevar a cabo algo en especial? ¿Es eso lo que quieres decir?
    — En parte, sí. Ya en parte porque yo...
    — Vamos, acaba de decirlo.
    — No es nada que te importe — repuso secamente —. Si debieras saberlo, te lo diría.
    — Cuando estuve antes en d nivel F, me hiciste prometer que yo te ayudaría a volver de nuevo a la superficie.
    — Sí, así es.
    — ¿Qué pensaste que podría yo hacer?
    — Pensé que podrías usar tu influencia en el tribunal para ayudarme a volver.
    — ¿Con Despoina?
    — Supongo que sí.

    Aquel intercambio de palabras, estaba comenzando a tener la exasperante característica que habían tenido la mayor parte de mis intentos de conseguir información de Kira y que ya habían acabado con mi paciencia.

    — ¿Y qué hay ahora sobre el particular? — le dije —. ¿Debe seguir en pie tal promesa?

    Se dirigió hacia una vitrina y la abrió.

    — No tenemos otra cosa para el almuerzo más que huevos deshidratados. Tendré que ir a los almacenes. ¿Crees que podrás bañarte por ti mismo?

    Se refería a la pequeña ducha existente en un rincón de la habitación próxima. Era posible contar con aquella comodidad en el vivir del nivel F, porque la mayor parte de los laboratorios la tenían, disponiendo de un cuarto completo de aseo por cada tres o cuatro habitaciones. Pero tenían un carácter elemental y muy simple.

    — Seguro — respondí —, creo que todo irá bien. Pero, ¿qué hay de ese monstruo de Sorensen? Es probable que esté ahí fuera en la puerta.
    — No me molestará — repuso ella — mientras cuente con esto en la mano. — Y echó mano del athame, aquél enorme y extraño cuchillo que con tanta frecuencia y con tan maravillosa habilidad sabía manejar.
    — Yo diría que con un trozo de madera sería suficiente.
    — No. Es así mejor. No puede soportar el ruido que produce el vibrar de la hoja del athame.

    Yo debí aparecer ante ella con aire de duda en sus palabras porque me repuso a renglón seguido:

    — No te preocupes, Sam. No saldría de aquí si creyera que es peligroso. No me llevará esto más de media hora. Kira se dirigió hacia la vitrina, como una especie de alacena de cocina y tomó de ella un saco fuerte tejido de una especie de lona flexible y sin duda muy resistente. Con el saco en una mano y el cuchillo en la otra se dirigió hacia la puerta.
    — Volveré pronto — dijo, y se marchó.

    Oí cómo sus pasos se perdían en el hall. Tan pronto como la creí lo bastante alejada de mí, me levanté de la cama. Todavía me sentía débil y vacilante y tuve que detenerme y apoyarme en la pared. Poco a poco, deteniéndome para descansar y agarrándome en el mobiliario, me dirigí a la puerta de intercomunicación.

    La habitación próxima había sido el dormitorio de Kira. Ahora no había allí nada, excepto la ducha y algunas ropas de uso corriente colgadas de unos percheros incrustados en la pared. Atravesé la habitación, hacia la otra, donde se hallaba la «consulta de Kira». Seguía dándome cuenta de lo débil que estaba todavía.

    Aquella habitación de consulta estaba en idéntica forma a cuando la vi por primera vez; el diván, el sillón con sus ligaduras para brazos y piernas y el autoclave. El autoclave era lo que me interesaba.

    Maniobré como pude para introducirme en el aparato. Estaba resuelto a pasar a través de él para alcanzar de nuevo el nivel H y seguía estándolo a pesar de mi debilidad física. De pronto me asaltó la idea de que estaba conduciéndome de una forma poco agradecida respecto a Kira. Después de todo, ella me había salvado la vida.

    Miré a mi alrededor. Bajo el diván había una especie de trineo con el aspecto de haber sido fabricado por un aficionado, con una cuerda amarrada a un extremo. Traté de imaginarme si habría sido valiéndose de aquella especie de trineo con lo que Kira pudo salvarme y sacarme del fondo del nivel H. Abrí el autoclave, de una capacidad parecida a la de una gran bañera y conseguí meter en el aparato la cabeza y los hombros. Empujé mi cuerpo hacia adelante y comencé a hurgar contra la superficie metálica de la parte opuesta. Parecía perfectamente algo sólido. En mi mente existía la débil esperanza de que tocaría alguna especie de resorte o algo parecido y que sería de tal forma transportado hacia el lugar de caída y escape como me hubo sucedido la vez primera, sin el sentimiento de culpa de haber sido desamparado deliberadamente por Kira.

    Pero no fue aquello lo que sucedió. Anduve tocando aquí y allá durante un cierto tiempo, sin conseguir otra cosa que el ruido débil y metálico que era de esperar. Y repentinamente — tuve sin duda que haber hecho trepidar los goznes — la tapa del autoclave se cerró sobre mi cabeza. Comencé a hurgar por todas partes. Al cerrarse, mi camisa quedó atrapada en parte por la tapa del aparato. Traté de hacer uso de mis brazos para ayudarme, pero no había espacio suficiente. La camisa que llevaba puesta era de tejido y no de papel y continuaba estando sujeta y teniéndome prisionero sin poder accionar en ningún sentido. Me sentí como un hombre atrapado por una gigantesca almeja.

    Traté de empujar hacia arriba la tapadera del autoclave. Pero no tenía apenas fuerzas y además tampoco conseguía llegar bien al lugar preciso. Me encontraba todavía en aquella ridícula y embarazosa situación, cuando Kira entró en las habitaciones.

    La primera indicación que tuve de su presencia, fueron sus palabras un tanto ácidamente pronunciadas.

    — ¿Qué estás tratando de hacer, Sam? ¿Dándote tú mismo un baño de vapor a presión?
    — Sácame de aquí — grité.
    — No. — Se oyeron una especie de ruidos apagados y yo calculé que había ido a sentarse en el diván —. No, hasta que me digas qué es lo que estabas tratando de hacer.
    — Yo creo que resulta obvio — repuse con dignidad —. Conseguir llegar hasta el nivel H de nuevo, por supuesto.
    — ¿El nivel H? — Su voz estaba impregnada de una auténtica sorpresa —. Ya te dije que estaba totalmente cerrado para siempre y que es inaccesible. Nadie podrá volver a entrar en él. ¿Es que has supuesto que estaba mintiendo?
    — ¡Sácame de aquí!
    — Está bien. — Kira se aproximó hasta el autoclave y comenzó a tirar de mi camisa. Nadie hubiera podido acusarle de su falta de cuidado aparente, más tarde comprobé toda una serie de abrasiones a lo largo de mi espalda, y cuando consiguió sacarme de allí me propinó un fuerte cachete en las nalgas que me hizo perder el equilibrio y casi caer de cabeza al suelo.

    Me volví furioso encarándome con ella. Pero ella me devolvió la misma furiosa mirada, sin parpadear y al cabo de unos instantes, comencé a reír. Había algo de irresistiblemente cómico en la dignidad y propia confianza de la chica en sí misma.

    — La cosa no es para tomarla a broma — me dijo severamente —. No me gusta que nadie sospeche que digo mentiras. — Y se sentó en el diván.
    — Lo siento, Kira. Pero...
    — Pero dudabas de mí, ¿eh? — Y lanzó al aire el athame volviéndolo a coger con mano experta.
    — De veras lo siento — repetí.

    Dejó el athame a un lado, se sentó en el diván y me habló más serena:

    — Cuando el FBY subió procedente del nivel H, volaron el G con granadas de mano. El G es ahora un espantoso montón de escombros. La totalidad de su espacio está lleno de cascotes y de trozos de acero retorcido. No creo que jamás hayas visto cosa semejante.

    Parecía imposible dudar de lo que decía Kira.

    — ¿Y qué ha ocurrido con aquella gente?
    — Han muerto todos.
    — ¿Y no les ha importado al FBY semejante masacre.
    — No, ¿por qué habría de importarles? Todos eran la peste.
    — Así que los han considerado a todos como portadores de la epidemia.

    Ella se encogió de hombros.

    — El FBY es ahora la nueva epidemia.
    — ¿Todos han muerto? — pregunté angustiado. Recordé la mujer a quien había mostrado el anillo de Despoina.

    Kira desvió la mirada.

    Creo que dos personas consiguieron salir con vida. Y un perro. Pero no creo que nadie más haya podido salir de allí a menos de disponer de algún medio muy potente.

    — Nadie puede salir de allí — repetí pensativo.

    Oh, alguien ha podido hacerlo. Pero el FBY es eficiente y trataron por todos los medios de bloquear el H. Tú y yo salimos. Tienes que aceptarlo, Sam. Bien, y ahora que estás mucho mejor — dijo ella, tomando un acento práctico de las cosas —, es tiempo de empezar a entrenarte y fortalecerte. ¿Has tomado el baño?

    — No. ¿Qué diferencia puede establecer?
    — La tiene, sin embargo. Toma un buen baño, enjabónate bien y cámbiate con ropas limpias. Te traeré una toalla.

    Cuando volví de la ducha, me estaba esperando en la habitación del autoclave. Había estado pensándolo mientras me vestía y me dirigí sin rodeos a Kira.

    — Kira... ¿eres tú Despoina disfrazada.?

    Se me quedó mirando con la boca abierta un poco por la sorpresa.

    — ¿Que si yo soy... quién?
    — ¿Eres Despoina? Podrías muy bien serlo, ya sabes...
    — No, desde luego que no. ¿Qué te ha hecho pensar semejante cosa?
    — Pues en principio, tienes su misma altura y... — No, somos distintas. Ella es algunas pulgadas más alta que yo.
    — Las dos tenéis esta tez pálida, casi nacarina. El cabello puede estar teñido...
    — Bien, no lo es. ¿Y qué respecto al color de los ojos?
    — Yo no pude apreciar bien el color de sus ojos. Vuestras figuras son muy parecidas.
    — No. Ella tiene los pechos mayores que los míos. Yo no me encontraba satisfecho, incluso ante aquellas negativas razonadas de Kira.
    — ¿Eres tal vez, pariente de ella? Te pareces mucho a Despoina, de todos modos...
    — Ella es una prima mía en un grado muy lejano. Mucha gente entre nosotros está emparentada por la sangre. A veces, de forma muy remota. Bien, ahora siéntate en esa silla. Voy a ponerte una venda en los ojos.

    Obedecí. Mientras me ataba un pañuelo de seda negra tapándome los ojos, me di cuenta de lo profundamente decepcionado que me hallaba. Hubiera deseado que Kira fuese Despoina, aunque me di cuenta al pensarlo, de que era demasiado bajita para ser la mujer maravillosa que vi entre aquellas columnas allá bajo en el fondo del nivel H. Pero la comunicación entre Despoina y yo había sido ruda, corta y dolorosa, interrumpida cuando el FBY irrumpió en el santuario y me sentía insatisfecho de todo, a menos que aquello hubiera comenzado de nuevo.

    Sentí como el rascar de una cerilla. Kira estaba sosteniendo algo bajo mi nariz.

    — Aspira — dijo — y aguanta el aire en tus pulmones hasta que puedas. Esto te resultará más bien placentero, Sam. No tienes que temer nada.

    Inhalé aquel humo en mis pulmones. Tenía un cierto gusto a resma y algo también a alcanfor y mucho de perfume de violetas.

    — ¿Qué es esto? — pregunté cuando lo hube exhalado.
    — Le llamamos kat. Solemos utilizarlo muchísimo. Ahora resulta difícil conseguirlo, cuando las plantas crecen con tanta dificultad.
    — Oí un ruido en el hall — dije a Kira a los pocos instantes —. Mis latidos cardíacos han aumentado sensiblemente.
    — No le prestes atención a ese hecho — me replicó Kira como ausente —, son las ratas blancas, en su ir y venir de rutina. Ahora puedes oír ese ruido con más claridad desde donde nos encontramos, eso es todo. Y ahora, dirige tu vista desde el interior de tus globos oculares, como si tratases de ver por encima de tu cabeza. No trates de ver nada en concreto, en particular, sino sencillamente, mirar.

    Intenté seguir aquellas instrucciones que me parecían una cosa imposible.

    — No veo nada — dije tras unos momentos —. Ni comprendo tampoco cómo podría hacerlo.
    — ¿De veras? Tal vez esto pueda ayudarte. — Y apretó los dedos pulgares por encima de mis ojos, presionándolos ligeramente —. ¿Y ahora puedes ver algo?
    — Sí — repuse excitado —. Veo, tus propias manos que me presionan. Las veo de un rojo difuso. También advierto una especie de corriente de luz que surge de ellas...
    — Eso está bien — repuso Kira complacida —. Mírame ahora, sobre la parte superior de tu cabeza. ¿Ves algo?
    — Si — dije todavía realmente excitado —. Te veo, como en una silueta de color rojo y existe un lugar muy brillante entre tus ojos. Veo también otro lugar, no tan brillante justo en medio de tus pechos.
    — Bien, creo que es un excelente resultado, para ser la primera vez — dijo Kira. Entonces, me quitó la venda de los ojos —. No queremos fatigarte en exceso. Ahora vamos a intentar otra cosa distinta.

    Kira cubrió una de las brillantes bandejas de su consulta con unos grandes papeles e introdujo debajo un puñado de objetos que sacó de una bolsa.

    — Cuando te pregunte cuántas cuentas hay, responde en el acto. No trates de contarlas.

    Aquello me resultó fácil. — Cuatro — respondí.

    Ella abrió el puño y dejó caer más cuentas.

    — ¿Y ahora?
    — Uh... siete.
    — No las cuentes — me dijo con severidad —. Te dije que no lo hicieras. ¿Y ahora?
    — No puedo...
    — Sí, sí puedes. ¿Cuántas cuentas hay ahora?
    — Treinta y seis.
    — ¿Y ahora? — Y añadió más cuentas a las que había mientras hablaba.
    — Setenta y ocho.
    — ¿Y ahora?
    — Posiblemente no podría...
    — Dímelo rápidamente — me ordenó entre dientes.
    — Ciento trece. No, catorce.
    — Muy bien. ¿Y ahora? — Y quitó alguna cantidad de la bandeja.
    — Ochenta y dos.
    — ¿Y esta vez?
    — Cuarenta, exactamente.
    — ¿Y ahora?
    — Las has tomado todas excepto una. Pero de todas formas, parece como si hubiera más.
    — Humm... — Kira volvió a poner las cuentas en la bolsa de donde las había tomado y la colocó en la vitrina —. Esto es suficiente por ahora. Tengo que ocuparme de preparar algo para el almuerzo.

    Tras haber comido, Kira sugirió que me acostase para descansar un rato.

    — Saldré un poco — me dijo.
    — ¿A dónde vas, Kira? Todos, o casi todos los días, sales casi a la misma hora.
    — Tengo asuntos que atender — replicó impasible —. Si puedes dormirte un buen rato, hazlo. Creo que esto te hará bien. — Y tomó el cuchillo —. No me alejaré mucho.

    Una vez que me quedé solo, permanecí intranquilo. Anduve dando vueltas de un lado a otro, hasta que al final, quedé en una situación de un cierto relajamiento en una especie de duermevela. Fui despertado por unos golpes dados en la puerta de entrada.

    Aquello me alarmó. Casi antes de que pudiera levantar la cabeza de la almohada, se abrió la puerta y un hombre introdujo los hombros y la cabeza por la puerta entreabierta.

    — Oh, perdone — me dijo —. ¿Está Tanith aquí?
    — No, estoy solo.
    — Oh — repuso simplemente y cerró la puerta.

    Cuando volvió Kira, algo más tarde, le referí lo sucedido con el inesperado visitante.

    — Preguntó por Tanith — le dije finalmente.
    — ¿Tanith? — Y enarcó un tanto las cejas —. ¿Qué aspecto tenía?
    — Más bien grueso y de una mediana edad. No le miré muy bien. Sin embargo creo haberle visto antes en alguna parte.
    — Ah, hay toda clase de gentes en este nivel. Algunas de estas personas tienen las más variadas razones para venir.

    Aquel asunto parecía quedar cerrado a ulterior discusión. Pero me di cuenta de que ella parecía ausente y distraída por el resto del «día». Pongo entre comillas esta palabra, ya que no existía alteración entre la luz y la obscuridad en cualquiera de las hileras de los niveles subterráneos. Pero estaba obscuro en el interior de nuestro dormitorio cuando Kira volvió y encendió la luz, permanecíamos despiertos por unas dieciséis horas o así y dormíamos unas ocho horas. Nos fuimos a dormir temprano, ya que yo me encontraba fatigado. Me desperté una vez durante la noche al oír el peculiar arañar y rascar procedente del monstruo de Sorensen al exterior de la puerta de nuestra habitación. La puerta, no obstante, estaba cerrada y pude oír el respirar tranquilo y acompasado de Kira en su cama, próxima a la mía. Nos encontrábamos en seguridad, Kira y yo, de cualquiera de los peligros que pudieran provenir de los corredores del nivel F.

    Al día siguiente, Kira continuó con sus entrenamientos y su terapéutica para fortalecerme. Entre ellos, existían unas series de juegos, al parecer infantiles y sin significado aparente alguno para mí, pero que sin duda deberían tener alguna importante significación. Por ejemplo, una de las veces, había hecho que me vendase yo mismo los ojos y después me rogó que anduviese dando vueltas palpando las paredes de la habitación, diciéndome que estaba caminando por un es trecho paso entre los escarpados de una alta montaña.

    De repente, me ordenó que me detuviese. Obedecí en el acto.

    — ¿Qué habría sucedido si no me hubiese detenido? — le pregunté cuando me hube quitado la venda de los ojos.
    — Había una trampa en tu camino. Habrías caído y te hubieras matado.

    Pense si estaba gastándome alguna broma; pero cuando la miré, su rostro apareció perfectamente serio.

    Kira repitió los entrenamientos del día anterior. Pero tan pronto como acabamos de tomar el almuerzo, Kira me indicó que intentara ahora algo completamente diferente.

    Me dio para tragar una píldora blanca, explicándome que se trataba de un anestésico suave.

    — No es un hipnótico, ni incluso un sedante explicó. No estoy intentando que duermas, sino de adormecer un tanto la impresión de tus sentidos. Y ahora, acuéstate relajado en tu cama.

    Cuando estuve acostado, puso una máscara negra sobre mis ojos.

    — No quiero que ninguna luz pase a través de esa máscara, todo lo que deseo es que no veas nada naturalmente — me explicó.
    — ¿Qué idea persigues con este experimento? — le pregunté.
    — Al suprimir todas las impresiones lumínicas del exterior, deseo que te reconcentres en ti mismo. Trata de no moverte ni de estar nervioso. Permanece tranquilo y deja que fluyen tus pensamientos de una forma natural.
    — ¿Y si me quedo durmiendo?
    — No creo que lo hagas; pero si así fuese, todo irá bien de cualquier modo. Estaré en la habitación de al lado, con la puerta abierta, en caso de que te sientas asustado. ¿Tienes que preguntarme algo más antes de que te obture los oídos para aislarte de los ruidos exteriores?
    — ¿Cuánto tiempo debo permanecer así?
    — No más de cinco o seis horas, en todo caso. Te observaré de tanto en tanto para ver cómo va la cosa. ¿De acuerdo?

    Yo aprobé con un gesto de la cabeza. Con todo cuidado insertó unos suaves tapones en mis oídos.

    Entonces, sin visión y sordo respecto al exterior, con mis propias sensaciones un tanto reducidas, me parecía que estaba más o menos como en situación de estar durmiendo en una habitación tranquila y sin ruidos. Y con todo, el resultado fue completamente distinto. Casi desde el primer instante en que Kira taponó mis oídos, comenzaron a formarse una serie de brillantes imágenes detrás de mis párpados vendados y mis ojos cerrados. Eran de tipo arquitectónico, al principio, como una especie de galerías enormes llenas de columnas, y balaustradas con extrañas formaciones en relieve o por el contrario con figuras grabadas a bu—ril, habitaciones con techos enarcados y paredes recargadas de artesonados y figuras cuadriculadas de misteriosa forma. Y todo el conjunto en colores brillantes donde destacaban el azul cielo, el rojo y los verdes intensos y las columnas resplandeciendo de un fantástico color de ámbar contra un intenso azul cielo.

    Las imágenes se sucedían, unas a otras rápidamente. Aparecían por un instante, para desaparecer mágicamente al siguiente. A veces los mismos elementos volvían a aparecer en una nueva combinación cual si se sacudiese el interior de un caleidoscopio, y otras veces aquellas imágenes aparecían de forma totalmente nueva, sin nada que me preparase para observar las respecto a las anteriores.

    Durante bastante tiempo, estuve observando aquel fantástico mundo de maravillosas imágenes con la atención tensa. No me encontraba intranquilo, ni nervioso. No sentía el menor deseo de mover mi cuerpo lo más mínimo en ningún sentido, y con toda certidumbre, no estaba dormido. Pero conforme continuaba aquel flujo constante de imágenes, poco a poco comencé a sentirme cansado, después se me hizo algo opresivo y finalmente me sentí francamente asustado.

    Sin embargo, aquello continuaba sin cesar. No había sitio alguno en mi mente que pudiera retraerme de aquella contemplación de extrañas imágenes tan vivas de colorido y extrañas formas. Al final, con un tremendo esfuerzo por mi parte, creo que conseguí apartar mi atención, o alejarlas de mi mente, no estoy muy seguro, procurando dejar aquellas formas aisladas en sí mismas. Entonces comprendí que mi consciencia ya no estaba allí.

    Yo, o alguien llamado Sam — tal vez mi otro yo, se hallaba en un lugar triste, sombrío y de tonos apagados, en un mundo de color y luz opaco, como si fuese una inmensa llanura incolora y deprimente. Era como algo anterior a la creación del mundo. Algo que no cambiaba.

    Me sentí levantado por Kira, que me destapaba los oídos.

    — Voy a descubrirte los ojos — me dijo al oído —, pero no los abras inmediatamente. Así. Y ahora ¿qué tal te sientes?

    Consideré la respuesta.

    — Como si hubiese estado muerto.
    — ¿Y además?
    — Me he sentido culpable de algo. Al morir, hay siempre alguna culpa.
    —¿Has sentido algún horror? — me preguntó con entonación profesional.
    — ¡Sí, sí!
    — Ahora puedes abrir los ojos. ¿Qué tal te sientes respecto a mí?

    Una extraña emoción me invadió repentinamente.

    — Te odio — le dije.

    Ella se puso a reír.

    — Bien, eso es cosa perfectamente natural. ¿Quieres marcharte lejos de mi?
    — No, quiero quedarme aquí y estrangularte.

    De nuevo se puso a reír y se sentó al borde de mi cama.

    — Has mejorado considerablemente — me contestó a la par que sus labios dibujaban una suave y encantadora sonrisa.
    — ¿ Por qué me levantaste cuando lo hiciste? — le pregunté.
    — Porque al mirarte vi que las lágrimas corrían por tus mejillas.

    Yo dejé escapar un prolongado suspiro.

    — ¿Cuánto tiempo estuve aislado del mundo real en esa forma?
    — Unas cuatro horas. Los resultados habrían sido mejores si hubiera podido ponerte en un baño de agua a la temperatura de tu cuerpo. Pero ni que decir tiene que no dispongo de tales facilidades. Puedes levantarte ahora, Sam, pero muévete con lentitud. Te encontrarás tembloroso y agitado durante algún corto espacio de tiempo.

    Me incorporé despacio, bostezando y frotándome el rostro con las manos. Saqué los pies fuera de la cama y me puse en pie. — Mi sentido del tiempo es muy confuso — le dije a Kira —. Parece que lo mismo puede ser ahora medianoche que el amanecer de un nuevo día.

    — Sí. Ven a mi consulta y te mostraré algo. Tendrás que trabajar de firme antes de que puedas hacer esto.

    Cuando estuvimos en la habitación que contenía el diván y el autoclave, me dijo.

    — Para esto no voy a vendarte los ojos Pero vuélvelos hacia el rincón, lejos de mí, hasta que yo te avise cuando puedes mirar.

    Cumplí sus instrucciones. Oí el ruido de las ratas blancas en el corredor. Después, tras unos cinco minutos, la voz de Kira me advirtió:

    — Ahora puedes mirar.

    Me volví hacia el ruido de su voz. Ella ya no estaba allí. No la había sentido dirigirse hacia la puerta, ni tampoco que se abriese.

    — ¿Dónde estás? — pregunté intrigado.
    — Justamente aquí. — Su voz sonó perfectamente clara y procedía del mismo lugar en que había permanecido cuando me advirtió que apartase los ojos hacia un rincón, lejos de ella.
    — Pero... no te veo por ninguna parte.
    — Mira con más fijeza.
    — Pues... ahí se nota algo muy borroso. Pero no puedo verte, Kira. No estás ahí, en absoluto.
    — Eso está muy bien. No había hecho esto desde hacía algún tiempo.

    Y repentinamente apareció claramente en el lugar en que esperaba haberla visto.

    —¿Qué ha sido eso?
    — ¡Ah! Secretos del oficio... Desvanecimiento corporal. Algo que se halla tras todos los relatos de magia. Es difícil de hacer y algo además muy exhaustivo para el que lo practica.

    Era evidente que parecía exhausta. Tenía la frente perlada de sudor y se notaban unas líneas de fatiga alrededor de sus bellos ojos y su boca.

    — ¿Quieres decir que puedes hacerte invisible mediante algún proceso mental tuyo?
    — Sí, es cierto. Pero es terriblemente difícil conseguirlo y sólo puede durar relativamente poco tiempo.
    — Pero... ¿cómo ha podido tener algún efecto en mis propios ojos?

    Kira se encogió de hombros.

    — No sabemos cómo se produce.
    — ¿Podré yo hacerlo también?
    — Creo que sí. Si lo intentas con gran esfuerzo.

    Se produjo entonces un prolongado silencio. Kira se había dejado caer en el diván con la cabeza abatida. Volví a oír procedente del hall nuevamente el característico ruido de las ratas blancas.

    — Resulta singular — le dije —. Las ratas vuelven fuera de su horario de rutina. Hace muy poco que las oí saliendo al corredor.

    Kira levantó la cabeza y escuchó. Respiró agitada.

    — No me gusta eso — dijo tras unos instantes —. Son sensibles a las vibraciones, ya sabes. La última vez se alteraron en su rutina de una forma terrible, cuando el FBY estuvo tras tus pasos.


    XIII


    El corredor se hallaba repleto de una niebla helada y brillante a través de la cual, en el extremo más lejano, pude ver confusamente las figuras achaparradas de hombres que se movían. Parecían dirigirse hacia nosotros, con grandes mangueras en las manos, de cuyos extremos surgían chorros de copos de nieve. La niebla brillaba como si sobre ella cayera la luz de la luna. Todo estaba en total silencio, y parecía como si el aire hubiera comenzado a helarse cayendo en grandes Copos de nieve que caían suavemente al suelo.

    Cerré la puerta de prisa. Ya estaba temblando de frío. Me dirigí a Kira.

    — Es el FBY. Esa es la causa de que las ratas se equivocasen de horario ayer. Están sembrando todo el nivel con nieve carbónica.
    — No se trata del FBY — repuso ella, que permanecía contra la pared —. Ellos creen que tú has muerto, yo hice que te viesen muerto tirado contra una roca en el nivel G. Es el equipo de enterramientos. Jaeger tiene que haberlo dicho.
    — ¿Jaeger? ¿Quién es? Bueno, no importa ahora, tenemos que marcharnos de aquí inmediatamente.
    — ¿Y adónde? — repuso ella —. No hay lugar adonde podamos dirigirnos. El nivel G ha sido sellado y bloqueado y tienen guardias estacionados en las salidas del nivel E.
    — ¿Es que no existen salidas de emergencia?
    — Sí, hay varias. Pero todas están en el corredor. Si salimos, el equipo de enterradores volverá sus mangas sobre nosotros.
    — Pero entonces... ¿es que vamos a quedarnos aquí hasta quedar congelados y morir así?

    Kira levantó la cabeza y me dirigió una mirada vaga.

    — ¿Y qué otra cosa podemos hacer? No hay nada...

    Ella había estado manejando el athare con una de sus manos. Entonces lo levantó a la altura de sus ojos, lo miró fijamente y después lo arrojó con indiferencia en el suelo.

    La miré fijamente sin dar crédito a mis ojos. Aquella indiferencia, aquella resignación sin esperanza de parte de la persona a quien yo siempre había visto tan segura de sí misma, tan optimista y eficiente, me chocó como algo absurdo y anormal, además de resultarme algo inexplicable. Apenas si pude respirar normalmente. Me di cuenta de hasta qué punto había confiado en ella.

    — ¡Tiene que haber algo que podamos intentar! — exclamé tras unos segundos de vacilación.
    — ¿Qué? — Sus dientes castañeteaban. Después, como si no fuese a mí, dijo:
    — ¿Por qué no nos ayudas? Tú le llamaste a ti; pero yo salvé su vida. ¿ Es que no estoy lo bastante castigada ya? ¿Tiene él también que sufrir lo mismo?

    No pude comprender lo que decía ni a quién se dirigía con aquellas palabras. Ciertamente que apenas las había oído, ya que algo me vino a la cabeza, como procedente de alguna parte.

    — Kira, ¿qué hay respecto a esas esporas y fermentos de los cuales te cuidas cada tarde? Dispones de una gran colección. ¿No hay entre ellos algo que pueda ayudarnos?

    Ella pareció recobrar aliento.

    — Sí — repuso pensativa —, hay un hongo que florece a bajas temperaturas. Produce alucinaciones que después no pueden recordarse. Tal vez con ellos... Pero no puedo dirigirme hacia mi almacén. El único acceso es por el corredor.

    Kira se dejó caer sobre la pared.

    — Podemos ir hacia allá — le dije dándole ánimos y con toda decisión. Su desesperanza había dejado de afectarme y me sentí dispuesto a sonreír —. Ese juego del espejo que me mostraste ayer... creo que puede ser usado para ayudarnos a nosotros mismos.
    — Sí, supongo que sí. Oh, hace un frío terrible aquí.
    — Pero tomó el espejo con su luz colgante de la vitrina y me lo entregó.

    Abrí la puerta un poco y miré afuera.

    — Se aproximan cada vez más — le dije —. Dos de ellos están mirando hacia aquí.

    Di la vuelta al espejo en su marco. El metal estaba tan frío que casi me heló las manos.

    — ¿En qué dirección está tu almacén? — le pregunté —. Hemos de ir los dos. Cualquiera que permanezca aquí fenecerá por congelación.
    — Hay que ir en derecho por el corredor hasta el primer cruce, después hacia la izquierda. Después yo te señalaré el camino. — De acuerdo. — El espejo giraba ahora suavemente —. Voy a tratar de proyectar algo que pienso pueda interesarles — le dije a Kira —. Cuando abra la puerta, corre. Yo me quedaré unos momentos hasta estar seguro de que el espejo funciona.

    Colgué el espejo sobre el borde superior de la puerta. Seguía rotando bien, llenando la habitación con destellos de luz. La puerta se abrió hacia el exterior, según recordaba que lo hacía. Vacilé un instante, recordando lo que Kira me había enseñado. Después abrí la puerta de par en par. Nos vimos azotados por una bofetada de viento helado, glacial. Kira, inclinándose, se dio prisa saliendo delante de mí. Vi un destello de luz y después algo que flotaba serenamente sobre la masa de niebla, como una extraña flor. No se oía ruido alguno procedente del equipo de enterramientos, como si se hubieran detenido momentáneamente. Sabía que tendría que darme prisa. Me esforcé en emplear toda la habilidad que Kira me había enseñado.

    Aquel resplandor de luz entre la niebla aumentó hasta comenzar a adoptar la forma de un surtidor y creí verme a mí mismo encerrado dentro de un saco de plástico como los utilizados para los enterramientos.

    Era ya hora de entrar en acción. Me agaché y salí corriendo a todo correr. El aire estaba tan helado que parecía congelar mis pulmones. No volvieron las mangueras sobre mí. Yo resultaba casi invisible por la rotación que producía el espejo, y además, la apariencia de aquel saco sobre los surtidores producidos por la extraña luz de la niebla, había vuelto nerviosos e inquietos al personal del escuadrón de enterramiento. Salí corriendo corredor adelante, giré a la izquierda y me reuní a poco con Kira. Lo singular de la cuestión era que, excepto nosotros, nadie parecía haberse dado cuenta de la incursión en el nivel F del escuadrón de enterramientos.

    Kira me tomó de la mano. El aire resultaba allí más templado. Ambos respirábamos jadeantes; pero no nos atrevimos a aminorar la marcha. Kira me condujo por un verdadero dédalo de vueltas y revueltas del nivel F. Para entonces ya caminábamos a menor velocidad. Yo ya había perdido todo sentido de la orientación. Finalmente, ella se detuvo frente a una puerta encristalada.

    El almacén de Kira era una gran habitación, repleta de hileras de vasares de cristal y de acero, dispuestas en gran cantidad de estanterías. Sobre muchos objetos aparecía una cubierta cristalina.

    — Mis experimentos necesitan luz — me explicó —. Al que buscamos no le es precisa y lo que necesita más bien es frío.

    Y tomó uno de aquellos receptáculos de cristal. Los lados estaban fabricados de un plástico opaco y el termómetro determinaba que en su interior existía una temperatura de 14 grados centígrados.

    — ¿Hueles algo? — me preguntó.

    Yo aspiré el aire circundante.

    — Creo que sí. Me parece oler a algo parecido a las alheñas en el verano.

    Kira aprobó con un gesto de la cabeza.

    — Esto es lo que causa las alucinaciones — dijo Kira —. El hongo exhala ese dulce olor como subproducto de su propio metabolismo vegetal. Evita el respirarlo mucho tiempo.
    — ¿Y podrá pasar a través del traje protector del equipo de enterramientos?
    — Creo que sí. Es muy volátil y dispongo de una gran cantidad del producto. Cuando la pequeña mezcla frigorífica comience a volatilizarse se expande rápidamente. El óxido carbónico es precisamente lo que necesita para su expansión inmediata y rápida.
    — ¿Cómo has planeado el poder usarlo?
    — Se extenderá como un gradiente del frío. Creo que si lo extiendo en el hall, proliferará inmediatamente en dirección adonde se encuentra el escuadrón de enterramientos.

    Kira tomó el frasco encristalado bajo el brazo y se dirigió hacia la puerta. Una vez más yo había estado haciéndole preguntas y ella respondiéndome; pero la relación entre nosotros había sufrido un cambio notable.

    — Kira, lo que yo deseo es salir a través del F1 de soslayo. Tú te harás más visible que yo. Antes de salir al hall, mira y fíjate en qué lado se encuentran los guardias y el escuadrón.

    Obedientemente, Kira volvió a dejar el frasco sobre una de las vitrinas. Cerró los ojos y se puso las manos sobre ellos durante unos instantes en que permaneció inmóvil.

    — Estoy tratando de hallar la entrada del F1 — me dijo tras unos instantes —. Ya la tengo. Sí, hay un guardia, un hombre provisto de un arma y una manguera, estacionado allí.
    — ¿Y qué hay del escuadrón de enterramientos?
    — Creo que o bien se han dividido o hay dos escuadrones. Uno viene en esta dirección, aunque pueden no hallarnos y pasar de largo. Sí, han vuelto. Vienen a lo largo de este corredor, aunque aún se encuentran a bastante distancia. Están entre nosotros y la entrada al F1.

    Se apartó las manos de los ojos y me miró desesperanzada.

    — Creo que todo es inútil, ya te lo dije — me advirtió.

    Existía una verdadera razón para encontrarse desesperado; pero yo no me hice eco de su desesperación y su abatimiento.

    — ¿Han bloqueado sólidamente todo el corredor con la nieve?
    — No. Todavía no.
    — Entonces, pasaremos, cueste lo que cueste — le dije decididamente.

    Kira todavía tenía en sus facciones la sombra de la duda; pero yo recogí el frasco de los hongos alucinatorios y me dirigí hacia la puerta. Me asomé lo suficiente como para apreciar a la distancia en que aún se hallaba la gente del escuadrón de enterramientos. Entonces destapé el frasco, metí la mano en él y, al igual que si fuese una siembra de semillas en el campo, fui rociando aquellos hongos refrigeradores a todo lo ancho del corredor.

    Hacía una frío terrible y aquel producto parecía quemarme las manos; después me encontré con señales de erosiones superficiales como consecuencia de haberlos manejado. Los hongos en si eran de una bella especie, brillando como objetos delicados, de un blanco helado y daban el aspecto de flores congeladas por una helada de invierno al exterior de una ventana. Cayeron sin ruido de mis manos y se rociaron suavemente por el corredor. Durante unos instantes no sucedió nada. Kira se había aproximado a mí y miraba a través de la abertura de la puerta. Pero una ráfaga de viento gélido nos golpeó de nuevo el rostro y aquel precioso cultivo comenzó a responder a semejante temperatura glacial.

    Lentamente al principio y después con creciente velocidad, comenzó a expandirse por todas partes. La dirección en el movimiento hacia el escuadrón de enterramientos resultó, al principio, casi imperceptible. Pero aumentaba sin cesar y aquel cultivo se alejaba de nosotros en busca de su objetivo.

    Kira temblaba de excitación. Sentí cómo sus dedos temblaban en mi brazo.

    — Si eso pudiera... Pero aún disponen de las mangueras — la oí decirme suavemente al oído.

    Puse mi brazo alrededor de los hombros de Kira, mientras que los hongos, cada vez con mayor rapidez, crecían y se extendían por el corredor hacia los hombres armados que lo custodiaban. Los últimos metros de su creciente progresión parecieron como una ola que se estrellase contra un acantilado rocoso.

    Algo tuvo que haber alarmado a la gente del escuadrón de enterramientos por aquel misterioso movimiento silencioso de los hongos. Dos de ellos se volvieron hacia nosotros, lanzando por las bocas de sus mangueras chorros de nieve carbónica. Se comportaban como si atacasen a un inesperado enemigo que les amenazase de forma tan súbita. Pero aquellos hongos se unían a la nieve carbónica como si su vida vegetal sintiese un extraño placer en hacerlo. La concentración de frío alrededor de las mangueras, les resultaba una delicia orgánica y de una forma ávida parecían asociarse a las formas cristalinas salidas de las mangueras. A los pocos momentos, todas las bocas de sus mangueras parecían hallarse obturadas definitivamente con unos extraños tapones de blanco brillante.

    No pude darme cuenta si aquella gente se había apercibido de la presencia de Kira y de la mía. Pero los hongos subían y continuaban extendiéndose alegremente por las mangueras y después rodeando la armadura protectora del frío de los individuos del escuadrón y envolviendo totalmente sus trajes a prueba de frío. Yo capté el suave y dulzón perfume de aquel aroma de flores de verano que exhalaban los hongos del misterioso cultivo de Kira.

    Los hombres que formaban el escuadrón parecieron súbitamente vacilar y sentirse como embriagados. Uno de ellos dejó la manguera suavemente sobre los hongos del suelo y comenzó, tras una ridícula cortesía frente a su compañero más próximo, a bailar una fan—tástica danza. Después cayó como colapsado de cara a un montón formado en parte por los hongos cristalinos y en parte por la nieve carbónica esparcida por las mangueras.

    Los otros comenzaron a comportarse de forma parecida. Uno de ellos comenzó a dar vueltas y más vueltas como un trompo, mientras que otro parecía intentar agarrarse a una barra inexistente en el aire. Al fin todos acabaron por caer en el suelo de aquel alfombrado blancor del hall del corredor. Las bocas de las mangueras, atascadas por los hongos, habían dejado ya hacía rato de lanzar la nieve carbónica.

    Me volví hacia Kira.

    — ¿Crees que estarán todos inconscientes?
    — No. Pero lo que están viendo ahora no tiene la menor relación con la realidad que tienen ante sus ojos.
    — Entonces, creo que es llegado el momento de que intentemos huir.
    — De acuerdo, Sam. — Por primera vez desde la invasión del nivel F, Kira parecía haber vuelto a recobrar su antigua confianza en sí misma —. Llena aquí de aire tus pulmones, y procura no respirar al paso de la zona sembrada de hongos. Si no tenemos cuidado, nos ve—remos en seguida como ellos se encuentran ahora.

    Yo vacilé. Kira pareció comprender lo que pasaba por mi mente, ya que se apresuró a decirme:

    — Creo que el frío no nos hará demasiado daño. Cuando estos hongos crecen, recalientan el ambiente en seguida.
    — Magnífico. — La tomé de la mano y abrí la puerta.

    Los dos habíamos llenado nuestros pulmones de aire, y nos dirigimos rápidamente hacia donde se encontraba el escuadrón de enterramiento por entonces bastante bien recubierto con los hongos de Kira. Tan pronto como tropezamos con trozos de consideración llenos de hongos, aminoramos la marcha. Resultaba algo suave bajo nuestros pies y resbaladizo; haber corrido en aquellas condiciones hubiera sido tan peligroso como hacerlo por una superficie helada. Delante de nosotros se hallaban montones de individuos del escuadrón y después un montón enorme de nieve carbónica, sobre los cuales, los hongos crecían de forma exuberante. Más adelante, aquella pequeña colina de nieve llenaba el corredor casi por completo, excepto en un claro a mano izquierda por la parte alta del montón.

    Nuestra carrera anterior se había reducido notablemente hasta un paso ligero; nos hundíamos hasta la rodilla a cada paso. Yo no había tenido más remedio que volver a respirar aquel aire, y casi en seguida vi una vívida imagen de Ames, colgando de una escalera y haciendo gestos como un mono, ofreciéndome un par de zapatos para andar por la nieve. En el acto me di cuenta de que estaba sufriendo una alucinación producida por el aroma exhalado por los hongos. Pero me asustó.

    Saltamos sobre los cuerpos de los hombres del equipo de enterramientos y comenzamos a subir por la ladera de la colina de nieve carbónica. El frío ya no resultaba tan insoportable; pero el perfume a flores de verano de los hongos era excesivo. Procuré evitar caer en alucinaciones y continué mi camino de una forma más bien dolorosa. Aquello resultaba demasiado para mí. Las apariencias irreales que surgían frente a mí, habían dejado de causarme terror; más bien me resultaban agradables. Me habría sentado confortablemente para gozar de ellas.

    Kira, me miró con facciones en las que se pintaba la desesperación. Con el resto de sus fuerzas, me retorció la mano brutalmente por la muñeca para arrancarme del hechizo. El dolor que me produjo, tuvo la virtud de aclarar mis ideas y a poco comprobé que nos hallábamos en la cima de aquella colina formada por la nieve carbónica.

    Kira andaba hundida hasta las rodillas, como atrapada por los hongos que había creado. La tomé por las axilas y la empujé hacia adelante sobre la cresta y ya en dirección a la bajada opuesta. Después, y aquello fue lo último que pude hacer, me lancé tras ella.

    Caímos dando tumbos hacia el otro lado. Alcanzamos el fondo con un golpe seco. Allí creo que tuvimos que descansar durante un buen rato. Pero el aire que nos daba en el rostro era fresco y puro, libre de la intoxicación emanada del perfume alucinante de los hongos. Finalmente me puse en pie.

    Miré en la situación en que nos hallábamos. Hacia la izquierda, desde donde había venido la gente del escuadrón, el corredor se hallaba sólidamente bloqueado por la nieve carbónica a temperaturas bajo cero. Pero la desviación de la derecha, aparecía libre al paso. La barrera de hielo entre nosotros y la entrada al Fi quedaba detrás. Nos encontrábamos, por fin, al otro lado.


    XIV


    Aunque el montón enorme de hielo quedaba detrás, entre nosotros y la entrada al F1 allí estaba sin embargo el guardia que Kira había visto con un tanque de óxido carbónico a la espalda y una pistola. Pudo habernos disparado o habernos congelado, lo cual en realidad> no habría establecido una gran diferencia.

    Lo que necesitábamos hacer, esencialmente, era conseguir pasar al guardia de la entrada, sin que pudiera advertirlo. Habíamos ya evitado al equipo de enterramiento dos veces, una físicamente por medio de las exhalaciones alucinatorias, y psicológicamente mediante el uso del espejo. El espejo ya estaba fuera de todo alcance... pero ¿nos sería posible volver a utilizar los hongos?

    Como si hubiese adivinado mis pensamientos, Kira me dijo:

    — Los hongos no podrán sernos ahora de utilidad. No existe nieve en las proximidades del guardia para que puedan crecer con su rapidez característica. Además, no podremos volver a exponernos de nuevo. Eso proporciona una acumulación tóxica que nos haría comenzar a ver visiones antes de intentarlo. Hemos de pensar en otra cosa distinta. — Y me miró en una pre—gunta muda e inquisitiva.

    Me sacudí la cabeza para aclarar mis ideas. El olor a flores de verano aún permanecía en el ambiente y me resultaba difícil concentrarme. La luz resultaba bastante intensa por todas partes en el nivel E para que cualquier objeto resultase difícil de apreciar. Pero aquella pequeña colina de hielo, tenía una sombra y allí, en un lugar determinado de la obscuridad, en un azul pálido y resplandeciente contra el muro, vi el signo de Labrys, el hacha de la doble cabeza.

    Por un instante pensé que fuese una alucinación. Pero Kira lo veía igualmente, con los ojos bien abiertos y su máxima atención puesta en el signo.

    — Nunca vi el signo así dibujado antes — me dijo por lo bajo —. Con la cabeza hacia abajo y el mango hacia arriba...
    — Tú crees... — Y entonces, dándome cuenta de lo que aquel signo significaba, mis palabras surgieron apresuradamente —: Kira, ¿hay alguna salida de emergencia en esta parte del corredor? ¿En el techo, más concretamente?
    — ¡Oh, sí! ¡Sí, allí es!
    — Entonces, ya lo tenemos. ¿Puedes abrirla?
    — Lo intentaré.

    Kira comenzó a deslizar sus manos por la parte del muro más próxima a nosotros, aparentemente sin rumbo fijo. Durante unos momentos no ocurrió nada. Pero continuó repitiendo aquellos movimientos de busca hasta que al fin una sección cuadrada del corredor, se descorrió hacia un lado, en el techo, mostrando una abertura obscura sobre nuestras cabezas. Casi en el acto, sentí una tenue corriente de aire, sólo era cuestión de alcanzar la salida.

    — Es lástima que no pudiéramos salir volando en una escoba — dijo Kira, mirando a la abertura del techo. Noté que temblaba violentamente, más por la tensión nerviosa, que por el frío, según imaginé —. Tendrás que subirme encima de tus hombros, Sam, y ayudarme así a llegar hasta ella. Una vez esté arriba, tiene que haber alguna escala de cuerda o algo que permita que yo pueda ayudarte a subir también.

    Comenzó por quitarse sus zapatos de tacón alto. La tomé en mis brazos y tras algunos forcejeos, me las arreglé para que pusiera sus pies en mis hombros. No pesaría más allá de los cincuenta kilos. Ella se balanceó peligrosamente. Después me gritó:

    — ¡Súbeme más! — y simultáneamente dio un salto hacia arriba, consiguiéndose asirse con las manos a la abertura. Tuvo que haber hallado algo donde sujetarse porque un instante después la sentí colgando sobre mi cabeza.

    Momentos después, sentí que sobre el pecho me rozaba una cuerda.

    — ¡De prisa! — me urgió Kira —: Ya vienen tras nosotros, están a un par de vueltas de distancia por el corredor... No te olvides de mis zapatos.

    Miré y nadie venía aún por el corredor. Me eché los zapatos en los bolsillos y trepé por la cuerda nudosa que me había arrojado. Tan pronto como penetré por la abertura del techo, Kira presionó un botón y comenzó a deslizarse la sección que cerraba la abertura.

    Miré hacia abajo. Nadie se veía aún por el corredor y aquella pequeña colina de hielo brillaba resplandeciente bajo la iluminación permanente del nivel. Por un instante tuve la impresión de que había comenzado otra Edad del Hielo y que el nivel E era una vasta llanura sobre la cual se extendía el triunfo del silencio lunar de la nieve.

    La compuerta se había cerrado. Nos hallábamos en un espacio de unos cuatro pies cuadrados, con una estrecha subida en forma de chimenea por encima de nuestras cabezas. No estaba totalmente a obscuras, tanto las paredes como aquella chimenea tenían algo de luz fosforescente y podíamos vernos el uno al otro con cierta facilidad.

    Kira se llevó un dedo a los labios advirtiéndome el más absoluto silencio, apuntando entre tanto hacia la chimenea que ascendía sobre nuestras cabezas. Una vez más la empujé hacia arriba, esta vez con más facilidad, y ella volvió a dejar la cuerda para mí. Comenzamos así a subir por aquella rendija, tras haberle entregado sus zapatos.

    Aquel vertedero se parecía en realidad a una estrecha chimenea con asideros y huecos para los pies y manos a convenientes intervalos. Nos hallábamos a unos pies de altura en nuestra ascensión, cuando creí oír un vago y confuso ruido procedente del corredor que teníamos bajo nuestros pies, y me di cuenta que el escuadrón de enterramientos había llegado ya hasta allí. Entonces comprendí la advertencia de guardar silencio que Kira me había hecho momentos antes.

    Ascendíamos firmemente. No podía creer que hubiésemos podido escapar de las manos del escuadrón tan fácilmente y conforme transcurrían los segundos sin sentirnos perseguidos, comencé a sentirme realmente aliviado. Percibí la vaga sensación de hallarme protegido por el destino.

    Seguimos ascendiendo. Tenía la imaginación vagando en el pensamiento de que jamás, ni antes, ni nunca, yo hubiese estado destinado a un futuro que, con Despoina siempre en mi pensamiento, podría tener algo de inesperado, en donde mi imaginación se extraviaba.

    Kira se detenía de tanto en tanto para descansar en aquella escalada, apoyándose contra uno de los lados de la chimenea y respirando profundamente para recobrar alientos. Fue tras uno de aquellos altos en el camino cuando me dijo en voz baja:

    — Ahora podemos hablar, Sam.

    Mis fantásticas especulaciones desaparecieron como por encanto al enfrentarme con la realidad.

    —¿Se supone que existirá una salida de emergencia? — le dije en un murmullo de voz —. Creo que hemos subido lo suficiente como dos veces la altura del nivel E. Y en una emergencia real, nadie habría podido conseguirlo, en absoluto.

    Kira sonrió entre dientes suavemente.

    — Los niveles están llenos de ingeniosos dispositivos y de trampas ocultas que casi nunca funcionan. Tuvieron tanto dinero para construirlos, cuando se dedicaron a extenderse por las cavernas subterráneas, que los niveles resultaron un conjunto de errores al final. Pero creo que daremos eventualmente con el nivel E.

    Subimos y continuamos subiendo más y más. Los costados del vertedero por el que ascendíamos se habían vuelto más rudos y se habían obscurecido sensiblemente. Finalmente, Kira advirtió:

    — Creo que estamos en el final.
    — ¿Quieres decir en el nivel E?
    — No, todavía no. Pero debe existir algún lugar por aquí cerca en que podamos descansar.

    Se detuvo y se apoyó contra el lado derecho de la chimenea. Mirando hacia arriba la vi empujando con fuerza la superficie hacia su izquierda. No ocurrió nada. Ella esperó un momento, braceó y volvió a insistir.

    Esta vez funcionó algo. La totalidad del trozo de pared del vertedero se rompió en pedazos hacia adentro. A través de aquella abertura irregular se hicieron visibles las paredes fosforescentes de una habitación.

    — ¿Qué puede ser eso? — pregunté. La pared se había roto como la corteza de un pastel al horno.
    — Líquenes. Tienen el mismo aspecto que el resto de la chimenea y resultan bastante fuertes. Pero si se sabe dónde presionar, salta en pedazos. Antes de que comenzasen las epidemias se empleaban mucho los líquenes y hongos.
    — Entremos — sugerí —. Estoy cansado. No veo que haya razón para que no podamos descansar un buen rato.

    La seguí y entramos en una habitación que me recordó en cierto modo la de los áticos en donde yo había vivido en mis años de infancia en Peabody y donde realicé mis travesuras infantiles. Era de grandes dimensiones, con el suelo de madera sin pintar, teniendo como único mobiliario una litera y un pequeño tocador discretamente disimulado tras una cortina que caía desde el techo.

    — ¿Para qué se construiría esto? — pregunté, mirando a mi alrededor.

    Kira se encogió de hombros.

    — Imagino que su constructor tenía ciertas nociones sobre las posibilidades de combates de guerrillas y acciones por sorpresa entre los que habitaban aquí y los que ocuparon el nivel F. Pero lo ignoro, en realidad, con certeza. Tal vez se hizo para gastar más dinero. — Sentémonos. No es de extrañar que esté realmente fatigado. Apenas si hemos dormido algunas horas y desde que llegó el escuadrón de enterramientos no hemos hecho otra cosa que correr y saltar, o sufrir un constante temor. Hay algo de fatigante en sentirse atemorizado.

    Ella se sentó en la litera y tras unos momentos se acostó. Yo lo hice a su lado.

    — ¿Estaremos aquí seguros? — le pregunté.
    — Creo que sí. Cuando estoy cansada, sólo veo las cosas a retazos. Pero por lo que he sacado en conclusión esa gente aún continúa en los corredores. Los que gaseamos estarán volviendo en sí. Creo que tienen que suponer que no ha escapado nadie.
    — ¿No les haría sospechar el truco del espejo? — insistí.
    — No más de lo que ya lo estaban al respecto. El nivel F siempre ha tenido fama de ser un extraño lugar, donde suceden cosas misteriosas y «científicas».
    — Resulta sorprendente que nadie haya tratado de salir del nivel F — dije yo. El frío nos alertó a nosotros dos. Pero los demás parecen no haberse dado cuenta.
    — Supongo que el escuadrón de vigilancia puso algún hipnótico en el aire antes de llegar. A nosotros no nos afectó, porque somos en cierto aspecto bastante diferentes a ellos, físicamente considerados. O puede que haya sido por alguna otra razón.

    En aquella habitación solitaria y desnuda existía una tranquilidad agradable. Cuando Kira dejó de hablar, yo podía escuchar los latidos de mi propio corazón. Aquella quietud me recordó el mido constante que siempre había existido en el nivel F. Algunos ruidos no tenían significado concreto, otros habían resultado amenazadores. Pero siempre presentes. Volví a preguntar a Kira:

    — Dijiste que Jaeger tuvo que haberlo dicho. ¿Quién es?
    — Es el individuo que te preguntó acerca de Tanith el otro día. Va por todas partes preguntando por ella — repuso Kira —. Es uno de los pocos que salieron vivos de esos sacos de plástico empleados para los enterramientos.

    Se me vino entonces a la memoria el hombre muerto y encerrado en el saco transparente, que no obstante se movía. Lo había visto cuando trabajaba con el bulldozer.

    — ¿Crees que ha sido así? ¿Quieres decir que no estaba muerto cuando lo pusieron dentro?
    — Sí. O al menos él lo dice así. Particularmente, creo que vio cómo enterraban a Tanith, su novia. De todas formas, eso le ha dejado trastornado mentalmente. Piensa que los demás son propagadores de la epidemia. Yo le detuve una vez al querer hacer una llamada anónima al escuadrón de enterramientos.
    — ¿Y esa gente seria capaz de congelar a toda la población de un nivel de los subterráneos sólo por una llamada anónima?
    — No sé qué sería lo que les pudiera decir — repuso Kira. Bostezó —. Si continúas haciendo preguntas, ¿por qué no te acuestas en vez de estar ahí sentado al borde de la cama? Creo que nos hará bien dormir un poco. Después pensaremos en subir hasta el E.
    — Una pregunta todavía. ¿Por qué te hallabas tan desmoralizada cuando vimos por primera vez al escuadrón de enterramientos?
    — Me recordaba... bueno, no es nada que te importe, Sam. Acuéstate. Y duerme.

    Obedecí la primera orden; pero me resultaba imposible dormir. Mi mente estaba repleta de preguntas y de incertidumbre. Al final, tras haber estado junto a ella durante bastante tiempo, le murmuré al oído:

    — ¿Estás despierta, Kira?
    — ¿Qué harás cuando lleguemos al nivel E?
    — Me quedaré unos cuantos días, hasta que el F se deshiele de nuevo. Después volveré allá. He sido estacionada especialmente allí. Tú puedes quedarte en la superficie, Sam. Te irá bien. He hecho ya todo lo que podía hacer por ti.

    Una vez más caímos en un prolongado silencio. El proyecto que había bosquejado para mí me sumió en el desaliento y el estupor. El futuro sin Kira... ¿qué futuro podría ser? Entonces comprendí lo que aquella chica significaba en mi vida. Me había vuelto a la vida hablándome del futuro como una especulación, incluso como una esperanza. Ella me había devuelto el deseo de vivir y pensar en el porvenir.

    Me aproximé a ella y la tomé en mis brazos.

    — Kira, déjame volver contigo adonde tú vayas. Deja que me quede contigo en el nivel F. Si es que tienes que permanecer allí, yo también me quedaré. Ya estamos uno junto al otro, cariño. Y creo que casi enamorados. Podríamos ser felices los dos, incluso en el nivel F. Es un lugar desagradable; pero seríamos amantes, querida.

    Ella no había rehusado mi abrazo; pero había adoptado una actitud totalmente pasiva.

    — No — repuso suavemente —. Lo siento mucho, Sam.

    Yo no quise dejarla escapar.

    — ¿Por qué no? ¿No te encuentras a gusto junto a mí también?
    — Oh, sí, Sam. Pero existe una razón para que no podamos ser amantes.
    — ¿Cuál? ¿Alguna especie de prohibición como la que hace que tengas que quedarte recluida en el F?
    — No, no es eso... Tendré que decírtelo. Soy tu hermana, Sam.

    Abrí mis brazos, de los que se deshizo Kira. Medio me incorporé asombrado por aquella revelación y me apoyé en un codo, mirándola fijamente. Ella me miró a su vez sin parpadear.

    — ¿Mi hermana? ¿Estás segura? ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?
    — Sí, estoy segura. Lo sé desde la primera vez que me dijiste tu nombre.

    Me senté en el borde de la litera con la cabeza entre las manos. El tono de su voz tenía una poderosa fuerza de convicción. Habría alguna explicación para aquello, ella me diría cómo tan extraordinaria circunstancia pudo ser posible.

    No puse en duda de que me dijo la verdad. Pero por el momento, — el futuro se me apareció como una página en blanco.


    XV


    Me alejé de Kira, triste y aplanado, dos días después de hallarnos en el nivel E. En aquel intervalo hablamos hablado mucho, de muchas cosas. Ella me había hablado con detalles de su descendencia familiar, por cuanto sabía sobre el asunto. Estaba cierta de que si no era mi hermana, al menos era media hermana.

    Mi padre — ella conocía su primer apellido — había sido simpatizante con la asociación. La madre de Kira, que había ostentado un alto rango como para llevar el brazalete ritual, se había encontrado con él en la víspera de Mayo, y como dijo Kira, «se habían encaprichado totalmente». La víspera de Mayo es una de las ocasiones rituales y la propia Kira había sido el resultado de una de tales ocasiones.

    Yo no supe nunca que mi padre se había interesado en la antigua adoración; pero era cosa perfectamente posible; había sido muerto en una catástrofe acaecida en un viaje cuando yo era todavía un bebé, y no tuve nunca la oportunidad de haber sabido cómo era en realidad. Traté de descubrir por Kira si el episodio había ocurrido antes o después del matrimonio de mis padres; pero ella se manifestó vagamente respecto a las fechas. Ella tampoco estaba segura de la edad que tenía en realidad. Pero se le había dicho el nombre de sus padres y siempre se había llamado a sí misma Kira Sewell.

    — ¿Se habrá ya deshelado el nivel F? — le pregunté al borde de la escalera, en nuestra despedida.
    — Creo que sí. Esa gente ya lo habrá limpiado por completo. El monstruo de Sorensen debe haber desaparecido y ya no será ningún problema, eso siempre es un consuelo. Pero ahora resultará algo singular vivir allí, sin nadie, excepto yo sola. — ¿Es preciso que vuelvas, Kira? — insistí una vez mas. Me resultaba horrible imaginarla solitaria y sin defensa en aquella enorme y pavorosa caverna subterránea que constituía la totalidad del nivel F.
    — Sí, ya te lo dije. He sido estacionada, situada allá. Además, quiero ver si algunos de mis hongos han quedado vivos en mis cultivos. Pero — y me dirigió una leve sonrisa — no permaneceré allá por mucho tiempo.
    — Hasta la vista, pues. — Se adelantó y me besó en ambas mejillas como hubiera hecho un general francés prendiendo una medalla en el pecho de cualquier persona. Después apretó una de mis manos. Y se volvió apresuradamente descendiendo por la escalera que conducía al F.

    La estuve observando cómo su obscura cabeza desaparecía lentamente de mi vista. Pequeña y valiente Kira! Me sentía orgulloso de estar emparentado con ella.

    Después me consideré a mí mismo. ¿Iría de nuevo a vivir solo, cocinándome y viviendo solo como una rata en los niveles altos de las cavernas, o debería vivir en la superficie y buscarme algún lugar donde seguir viviendo? En la superficie deberían existir muchísimos lugares vacíos, la escasez de viviendas había sido resuelta en un forma que Carlos Marx, mientras escribía sus ideas revolucionarias en Londres, no hubiera podido ni soñar. Pero el problema consistía en encontrar una casa que tuviese agua corriente, electricidad o alguna otra comodidad indispensable; excepto en las oficinas del FBY, desde muchos años, nadie se ocupaba de tener los generadores de energía en marcha.

    Habría sido más confortable haber hallado cualquier habitación en los niveles altos; pero decidí finalmente que no quería saber más de la vida de las cavernas. Estaba enfermo y asqueado de aquella vida artificial, de aquel mundo microcósmico de los subterráneos y las cavernas. Creí que de todas formas valía la pena intentar vivir, a pesar de todos los inconvenientes, al aire libre y al sol de la superficie de la Tierra.

    Tomé un ascensor hasta la superficie. Hacía un día radiante y tuve que cerrar los ojos como un topo al que le da la luz del día. Los niveles estaban bien iluminados; pero nunca es como la luz proveniente del sol en la superficie. Después comencé la búsqueda de alojamiento. Encontré con relativa facilidad un apartamiento vacío, en el segundo piso de un edificio nuevo, terminado cuando comenzaron las epidemias. Pensé que el segundo piso sería una buena elección, ya que si el techo goteaba y tenía grietas, tenía por encima todavía tres pisos más para protegerme de la lluvia. Pensé que viviría alguien en aquel segundo piso, aun—que la mayor parte de las ventanas estaban rotas.

    Mis nuevos dominios resultaban espaciosos y bastante lejos del lugar donde se enterraba a los muertos, además de sentir bastante tranquilidad ambiental y estar alejado de otros ruidos. Pero estaba indeciblemente sucio. Las cavernas estaban limpias, en parte porque el aire era filtrado y de otro por los robots que se encargaban de la limpieza sistemática y constante. Pero allí existía una acumulación de polvo de diez años. Estaba tan denso y espeso que lo borraba todo, deformando la silueta de las sillas y mesas. Era como la capa de vegetación marina que envuelve las rocas del fondo de un lago. Sin embargo, me sentía contento de vivir de nuevo en la superficie. Me dirigí a la cocina en busca de algo con que limpiar aquello. Encontré un aspirador, y al impulsar el botón de conexión me sentí gratamente sorprendido al comprobar que funcionaba. La energía estaba restablecida en la superficie, sin duda. Alguien debería ocuparse de tener los generadores de energía eléctrica en marcha. Pero, ¿por qué? ¿Y quién?

    Encontré algunas latas de conservas en la despensa y cené con carne y confitura de manzana. Estaba acostumbrado a cosas más apetitosas. Al día siguiente iría a visitar los almacenes y traería algún alimento más variado.

    Me fui temprano a la cama. De todas formas, aunque disponía ya de fluido eléctrico, no quería encender las luces de noche y revelar mi presencia allí. A la mañana siguiente me dirigí adonde trabajaban los bulldozers y me subí al asiento de la vieja máquina donde trabajé antes. Nadie pareció haberse dado cuenta de mi ausencia.

    Al mediodía pregunté a Jim, el único trabajador cuyo nombre conocía, si sabía que alguien hubiese sido depositado en un saco de plástico, una vez muerto, para ser enterrado y que después se hubiera escapado. Me dijo que aquello podía ser posible; pero más bien lo consideraba altamente improbable. Cuando la gente se moría, se moría de verdad.

    Resultaba sorprendente observar cómo, mientras estábamos hablando, Jim evitaba que me aproximase a él, reculando cada vez que lo hacía yo. Yo podía aproximarme a él sin sentir la antigua aversión del contacto con los demás; pero se le veía deseoso de estar alejado de mí. No sé si se dio cuenta o no.

    El día continuó normalmente> trabajando pacíficamente, sin las anteriores sensaciones que había experimentado en los bulldozers. Sobre media tarde llegaron dos hombres del FBY, inconfundibles en sus uniformes de color ciruela. Caminaban juntos, más próximos el uno del otro que las demás personas a quienes veía. Aquel día vi a muchos más elementos del FBY que otras veces. Corrientemente solían apartarse de las calles.

    En mi camino de regreso a casa me desvié hacia uno de los almacenes de alimentos y tomé un par de sacos de provisiones llenos de cosas realmente exquisitas. Yo conocía la localización de al menos media docena de almacenes de provisiones. Dos de ellos no se encontraban en el sistema de los niveles subterráneos.

    El más pequeño de ellos habría sido suficiente para alimentar a la presente población por más de cien años.

    Tomé mi comida nocturna y de nuevo me fui a la cama temprano. Antes de dormirme sentí un agudo dolor por la ausencia de Kira de mi lado. ¿ Estaría segura? El nivel F era un lugar pavoroso. Deseé haber convenido con ella alguna forma de comunicación entre ambos. Mi vida comenzó a deslizarse por una nueva rutina. Trabajaba durante las horas del día con las excavadoras gigantes. Jim intentó colocarme en los turnos de la noche, pero yo rehusé de plano. Por las tardes leía hasta el obscurecer y después me acostaba. Aún continuaba reacio a encender las luces del apartamiento, lo que me forzaba a acostarme antes de tiempo. Pensé en Kira mucho en principio, después menos y menos, con menor frecuencia. El futuro había cesado de ocupar mi mente en absoluto.

    En la superficie parecía que nada hubiese cambiado desde que estuve allí la última vez y cuando me hundí en las profundidades de las cavernas, buscando a Despoina. Con todo, yo notaba que algo en mi interior había cambiado profundamente. Era el tiempo de la preparación y el crecimiento. El primer cambio, no obstante, se produjo en aquel mundo, respecto a mí. Me hallaba en la superficie no más de dos semanas cuando, yendo a mi almacén favorito en busca de alimentos de camino a casa, hallé a un individuo armado montando guardia en el almacén. Las estanterías habían sido cerradas mediante una plancha metálica.

    Las luces fluorescentes iluminaron su rostro. Vestía un uniforme de color púrpura de una corte idéntico a los hombres del FBY, aunque algo diferente. Su rostro no parecía ser de los del FBY. Y con todo, algo del aire especial del FBY se desprendía de toda su persona. Como había dicho Kira, «apestaba a FBY por todas partes».

    — ¡Quédese donde está! — me gritó al divisarme, con voz más bien autoritaria —. ¿Qué es lo que quiere?
    — Vengo a recoger algún alimento — respondí, señalando mi saco de provisiones.
    — Vaya y regístrese en la oficina. Le darán una tarjeta. — Y me hizo un guiño desagradable —. De ahora adelante, vosotros, tipos vagabundos y gandules, tendréis que trabajar de firme.

    Me quedé silencioso unos instantes — ¿Debería decirle que estaba trabajando? Ciertamente que mi entretenimiento con los bulldozers debería ser considerado como un trabajo. Pero creí que aquello no era nada que pudiera importarle. Además, yo sólo trabajaba por diversión y por evitar tener en qué pensar.

    — ¿En qué debemos trabajar? — pregunté al final —. Nadie tiene que hacer esfuerzo alguno para construir casas. Ni para fabricar alimentos. Hay de todo en los almacenes para generaciones enteras. Además, ¿cómo podemos trabajar en empleos regulares cuando nadie puede soportar la presencia de otro?
    — Eso es cosa que la arreglaremos a su tiempo debido. Aguantará usted hasta que tenga realmente hambre.

    Aquel tipo había hablado con una gran decisión. Pero dio un paso atrás involuntariamente cuando me aproximé a él.

    — ¿Quién le ha ordenado que monte ahí la guardia? — le pregunté.
    — El gobierno.
    — ¿Qué gobierno?
    — El nuevo gobierno.

    Una vez más volví a aproximarme unos pasos y de nuevo, a su vez, reculó lejos de mí.

    — ¡Márchese! — me gritó. Yo di un paso adelante y una bala vino a estrellarse a mis pies.
    — Eso es un aviso, amigo — me dijo con cara de demonio —. Vaya a la oficina. La próxima vez tiraré a dar.

    Me volví con aire de dignidad y me marché con mi saco de provisiones vacío. Mientras me dirigía a mi apartamiento me hallaba realmente pensativo. El «nuevo gobierno» podía ser solamente el FBY, que era lo que durante mucho tiempo se aproximaba a lo que pudiera haber sido considerado como gobierno. Ahora parecía que realmente se dirigían hacia el poder, abiertamente.

    Nuestra sociedad había dejado de existir a causa del antiguo látigo, el hambre; y no podría plegarse ahora en presencia de la abundancia. El antiguo lazo de unión, el amor, resultaba por completo inoperante. Pero produciendo una escasez artificial, el hambre podría obligarnos a todos a soportarnos unos a otros de nuevo. Podríamos maldecimos y aborrecernos, y con todo, tolerarnos. Y así tal vez sería posible recomenzar una vez más a vivir en sociedad.

    Los motivos del FBY, por supuesto, debían ser absolutamente desprovistos de escrúpulos. No era posible imaginar que estuviesen encaminados en nuestro provecho, sino hacia su propia dominación. Y como el poder es un apetito que crece con su ejercicio, pronto desearían más y más.

    Bien, tal vez no fuese demasiado malo. Se llevaría seguramente un tiempo considerable, cuatro o cinco años, antes de que pudiesen comenzar a adjudicarse los privilegios de una elite abiertamente declarada en su propio favor. Y podía ser que nunca llegaran a ser abiertamente crueles respecto a los demás.

    Ni que decir tiene que me desagradaba tal idea. Existía algo doloroso y contra cualquier clima ideológico, al reflejarnos que todos los sufrimientos de los años de las epidemias, las muertes de las nueve décimas partes de la población, aquella helada indiferencia y el frío aislamiento de uno respecto al otro, todas aquellas miserias habían servido sólo para llegar a una nueva versión odiosa y miserable de un estado policía en el poder. Pero, por desgracia, había muy poco que yo pudiera hacer en contra. Ellos tenían las armas...

    Yo había ido caminando lentamente y pensativo, sumido en aquel mar de confusiones, con mi saco de provisiones colgando vacío de mi hombro. Me di cuenta de que tenía hambre. La entrevista con el guardia no había servido para llenarme el estómago. ¿Qué debería hacer, ir al registro de oficina policial y ficharme? No. Todavía no me hallaba tan hambriento como para tal cosa. Pasaría algún tiempo aún, antes de que hiciera semejante cosa. Iría en busca de otro almacén de alimentos.

    Me decidí por el destinado al de los empleados, imaginando que por ser seguramente el más controlado por el «nuevo gobierno» habrían olvidado el poner un guardia a la puerta. Las latas de conservas de todas clases sólo tienen atractivo para el hombre que realmente tiene hambre.

    El almacén se hallaba en un enorme espacio, no lejos del gigantesco almacén donde había trabajado moviendo cajas de un lado a otro. Fue un caminar tedioso y aburrido. Pero cuando llegué me encontré con otro individuo armado, montando la misma guardia.

    Tenía la misma voz autoritaria, el mismo mal encare (¿sería que la gente del FBY estaban moldeados a la misma imagen y semejanza?) y el mismo uniforme de color púrpura. Sostuve con él la misma humillante conversación que con el anterior. Me había vuelto de espaldas para marcharme, hambriento e impotente de hacer nada en mi favor, cuando se abrió la puerta exterior del almacén y un hombre entró tambaleándose. Tenía la cara pintada a rayas rojas y blancas y daba saltitos como una oca. Vestía una camisa andrajosa de color rojizo y unos pantalones desvaídos de un color indescriptible. En una mano llevaba un gran frasco de Ehrenmeyer.

    Avanzó hacia nosotros cantando «El gallo va a cacarear a la colina del gallo... Aló... ló... ló... — Se detuvo y se enjugó los labios —. Esta noche tan fría nos volverá a todos estúpidos y locos... — dijo confidencialmente. Y volvió a empinar el codo.

    Pero el guarda y yo nos apartamos de él con la misma idea. Que aquel lunático borracho debería ser un portador de gérmenes y el frasco que llevaba en la mano sería seguramente algún cultivo de esporas de la epidemia.

    — Vamos, lárguese, vaya a la oficina — le dijo el guardia con voz casi temblorosa. Casi levantó el rifle y después volvió a bajarlo. Se dio cuenta de que si no el hombre, al menos aquel frasco podría romperse.
    — ¡Al diablo, maricas! — gritó el individuo —. No me gustan esos uniformes. — Y nos dirigió una mirada lobuna agitando el frasco en nuestra dirección.

    Yo estaba realmente aterrado, en aquel momento apenas si pude recordar que yo era inmune a la epidemia. Pero el guarda aparecía aterrorizado hasta los huesos. Conforme aquel individuo avanzaba diciendo algo sobre las crías de los pelícanos, permaneció temblando por unos instantes, y después volvió la espalda y comenzó a correr. En su huida el rifle quedó tirado sobre el suelo del almacén. Llegó a la puerta, hurgó como pudo el cerrojo y la abrió. Oí deseguida cómo se alejaban sus pasos a la carrera.

    — Ya se fue el perro a su cabaña — dijo el individuo de la cara pintada, ya en una voz normal. Extrajo del bolsillo un pañuelo y comenzó a limpiarse la pintura del rostro. Aquel rojo y amarillo de sus rayas desapareció fácilmente, como si fuese una especie de capa ligeramente grasienta. Ahora que se había erguido en toda su talla, comprobé que era mucho más alto de lo que había pensado al principio.
    — Esta es una de las formas de quitárselos de encima — me dijo, haciendo un gesto en dirección a la puerta —. Las gentes del FBY tienen un pánico mortal hacia los portadores de gérmenes y las esporas propagadoras de las epidemias. Volverá dentro de un par de días, ya que, por desgracia, no es de efecto permanente. Y volverá inmunizado, llevando un traje a prueba de contagios. Será mejor que llene usted su saco de provisiones ahora que tiene la oportunidad.

    Hice lo que me dijo de buen grado. Cuando volvía de las estanterías, con el saco lleno a rebosar, aún estaba allí.

    — Muchísimas gracias — le dije —. ¿Cómo es que apareció usted en el momento preciso?
    — Oh... Pero... ¿es que no me conoce?

    Le miré entonces cuidadosamente. Se volvió y se encaminó hacia la puerta abierta del almacén.

    — No pierda demasiado tiempo — me dijo por encima del hombro —. No dispone de mucho tiempo para marcharse.
    — ¿Demasiado tiempo para qué? — pregunté. Pero el hombre aquel ya estaba en el exterior y no se volvió.

    Bien, ya tenía una buena provisión de alimentos. Cuando llegué a mi vivienda abrí una de aquellas latas en conserva. En el interior había otras más pequeñas con diversidad de gustos en alimentos preparados. Cuando comí, leí un buen rato y me fui a la cama.

    Pasé una noche desasosegada. Soñé con Kira en sueños confusos y llenos de sobresaltos, sin que llegasen a ser pesadillas. Alguien más se mezclaba en aquellos sueños; pero no pude identificar a tal persona.

    Al volver al trabajo, a la mañana siguiente, seguí pensando en aquel extraño individuo de la cara pintada. Tal vez tenía razón, y yo no le había reconocido. ¿Dónde pude haberlo visto antes?

    Súbitamente, a las diez y media, cuando la pala gigante del bulldozer levantaba por el aire una enorme cantidad de tierra, caí en la cuenta de lo que había estado diciendo. Yo le había visto antes, pero estaba enmascarado. No era de extrañar que no le hubiese reconocido al pronto.

    Era el hombre con la máscara de los cuernos que me había flagelado con el látigo en el nivel H.

    Salté del asiento de la excavadora. Con aquel chispazo de evidencia se asoció pronto otro: sabía dónde estaba ella, esperándome tanto tiempo. Y comencé a sentirme impaciente. Apenas me llevó tiempo llegar hasta el almacén donde había estado moviendo cajas de un lado a otro durante tantos meses. La mujer de aspecto de edad mediana de la oficina levantó los ojos para mirarme. Se encontraron nuestras miradas. No había duda posible.

    Me dirigí hacia ella. Sus labios comenzaron a curvarse en una sonrisa.

    — ¿Por qué hizo usted que tuviera que ir tan profundo a buscarla, Despoina?


    XVI


    Apartó a un lado la silla de la mesa y vino hacia mí. Sonreía con la leve, misteriosa y arcaica sonrisa del arte mágico de la antigüedad. Puso su mano en mi hombro.

    — Bendito seas — me dijo, y me besó en los labios —. Tenías que encontrarme en el momento preciso. Debes saber que hasta la empuñadura de la espada negra tiene que ser forjada.

    La miré. Ahora que la confusión había huido de mis ojos, me asombré cómo pude haber pensado, ni por un instante que se trataba de una mujer de edad mediana. En parte se debía al maquillaje y en otro aspecto a su forma de actuar. Despoina era una excelente actriz; pero sin duda tenía que ser una verdadera maestra de la magia para que la ilusión fuese completa. En realidad lo era, como tuve ocasión de comprobarlo más tarde. Para aquella apariencia de mujer de edad mediana tuvo que haber hecho un prodigio de disimulo en las apariencias, ya que descubrí también después que era dos meses más joven que yo respecto a la edad.

    — Kira dijo que habías sido capturada por el FBY — le dije.
    — Kira dijo tal cosa bajo nuestra dirección — repuso ella —. Deseábamos que permanecieras en el nivel F mientras ella llevaba a cabo tu entrenamiento. Pero has sido lento en recordarlo. Ahora tenemos que darnos prisa. Ellos están agrandando su poder. No nos queda mucho tiempo.
    — ¿Qué es lo que tenemos que hacer?
    — ¿No lo sabes?

    Lo consideré, con los ojos semicerrados. Su perfume, delicado y con todo, penetrante, me llegó al olfato como el etéreo olor de los bosques de cedros y sándalos.

    — Creo (era como tratar de leer algo ilegible) que necesitamos volver de nuevo al nivel H. Antes de que el FBY cerrase el nivel continué — hicieron una exploración previa de lo que allí encontraron y se llevaron lo que consideraron de valor. Pero el corazón de tu trabajo — tus notas de laboratorio y resúmenes — se los dejaron tras de sí, bien porque no los hallasen o porque no supieran darle su real valor. Tenemos, es absolutamente preciso, que ir en su busca. Aunque por el momento ignoro cómo podremos hacerlo. No se me ocurre ningún plan.
    — Los Wicca son gentes que saben las cosas que nadie les ha dicho — repuso Despoina.
    — ¿Cómo podremos llegar hasta allá? — pregunté —. Kira dijo que el nivel había sido cerrado, totalmente, y creo que es cosa real. ¿Existe otro camino para llegar hasta allá?
    — Tienes que encontrar la respuesta a tu pregunta.

    De nuevo consideré la cuestión.

    — Habremos de esforzarnos en hallar la solución. Eso podría ser fácil si pudiésemos llamar a los nuestros y reunirlos. Pero para reunir a tanta gente podrían despertarse sospechas. Un hombre y una mujer podrían hacerlo, supongo.
    — Sí, si ese hombre y esa mujer están unidos de forma que cualquier espectador extraño suponga que su unión es sexual, y que no permanezcan juntos demasiado tiempo. Pero necesitamos a Ross que nos ayude. Eso harán tres personas.
    — ¿Ross? — pregunté extrañado.
    — El hombre que te flageló con el látigo. Ha estado ocupando tu lugar.
    — ¿Ocupando mi lugar? No comprendo.

    Despoina suspiró.

    — Incluso ahora ignoras quién eres. Bien, eso ya llegará más tarde. Ahora hemos de decidir dónde reunirnos.
    — En el borde oriental del terreno de los enterramientos — sugerí rápidamente —. Allí no va nadie por la noche. Debe ser un lugar seguro.

    ¿Pasó tal vez una sombra por su rostro? Pero Despoina respondió que era una excelente idea; ella y Ross se encontrarían conmigo a las ocho, antes de que saliese la luna.

    Miré al fondo de sus ojos verdosos, un poco bajo el nivel de los míos. A aquella distancia, el efecto de su maquillaje resultaba obvio, y era singular y sorprendente comprobar su radiante juventud a través del mismo, como la luna pasa a través de las nubes.

    Toqué sus cabellos suavemente con las yemas de mis dedos.

    — Me gustaría ver tus cabellos tal y como son, Despoina. No esa peluca grisácea.
    — Más tarde — repuso, sonriendo —. Tienes que irte ahora, Sam. Alguien puede volverse sospechoso de tu presencia en el almacén.
    — De acuerdo. — Y me encaminé a la salida.

    En la puerta de la pequeña oficina, me volví para mirar de nuevo. De nuevo daba la impresión de una mujer de edad. De todas formas no me creí enamorado de ella; todavía lo estaba de mi casi hermana, de Kira. Pero cuando la vi inclinándose sobre algo que tenía la forma de un lápiz, me di cuenta de que el significado del futuro, un futuro ambiguo, turbador, peligroso, pero mío, de nuevo volvía a hacer impacto sobre mí.

    Fue muy poco lo que hice el resto del día, en el bulldozer. Una vez, Jim me gritó dándome una orden, diciéndome más o menos que tardaría tanto como el cometa Halley en volver, hasta que tuviese que enterrar la próxima víctima que allí esperaba metida en su saco de enterramiento. Seguí pensando en Despoina, no como un amante hacia su mujer amada, sino como un explorador especula respecto al corazón ignoto de un continente que ha de descubrir. De una cosa estaba completamente seguro: ella y yo teníamos que actuar juntos. Aquello, si yo hubiese tenido cabal idea de lo que significaba, era una cuestión muy seria en los círculos de la brujería y de la magia.

    Dejé el trabajo a la hora normal. De vuelta en mi apartamiento, me di una buena ducha empleando una gran cantidad de jabón y me puse ropas limpias y nuevas. Pensé en comer, pero apenas si tenía apetito y se me ocurrió pensar que si me esperaban aventuras insospechadas debería tener el estómago vacío, mejor que ocupado. Pensé en que debería preparar ciertas cosas. Busqué por cajones y alacenas hasta que encontré, en la cocina, una gran bobina de cordel blanco. Era tan antigua, que había casi perdido su consistencia; pero lo dispuse en una banda de tres cabos, haciéndole nudos a intervalos y terminé por ponerlo en mis bolsillos, satisfecho de mi trabajo. Me habría gustado teñirlo de rojo; pero me fue imposible hallar nada con que hacerlo.

    Llegué temprano a la cita. Una cortina de monstruosa vegetación cerraba el cielo en ambos lados del campo; me pareció que se trataba de una especie de remolacha mutante de un tamaño monstruoso, quedando abierto el camino hacia el oeste, donde aún se apreciaban los tintes del sol poniente. Miré sin obstáculos aquellos abismos insondables de aire libre.

    El cielo parecía ahora mucho más claro que cuando yo era niño. Entonces, una cortina de humo procedente de las fábricas y los trabajos del hombre lo enturbiaban parcialmente casi siempre y surgiendo de fábricas y hornos ocultaban el verdadero color de los cielos desde el horizonte hasta gran altura. ¿Sería después de todo algo bueno que las epidemias hubieran estallado? El mundo iba dirigido, sin poder evitarlo, hacia el desastre cuando las muertes de tantas criaturas nos dejaron a unos pocos sobrevivir a la gran catástrofe.

    De repente me sentí aplastado por un agudo sentimiento de nostalgia, de vehemente anhelo por el mundo, no por lo que había sido, sino por lo que podría ser. «¡Deseo locamente el advenimiento de la República! » — había gritado una vez una mujer llamada Pilar en Inglaterra. Y Cromwell, aquel político endiosado, había grabado en su espada: «Por la Comunidad Británica de Naciones».

    Hermosas palabras, sin duda. El mundo nunca estuvo como entonces.

    Se produjo un ruido tras de mí y Despoina y Ross emergieron tras aquellos monstruosos matorrales, de entre las sombras. Despoina llevaba un paquete en la mano. Vestía una gran capa de un fino tejido, con un pañuelo cubriéndole la cabeza. De no haber estado es—perándola, jamás hubiera podido reconocerla, ya que sus cabellos daban el aspecto de tener un color castaño obscuro con el aire de una mujer de treinta años. Ross iba en mono de mecánico, con manchas de grasa sobre el rostro.

    Me besaron al saludarme, él en la mejilla y ella en los labios. Despoina desató el paquete y nos mostró el contenido. Ahora que estaba allí conmigo, me di cuenta de cuánto la había echado de menos y qué solitario, para mi propia suerte, había permanecido hasta entonces. Era la misma sensación de identidad y de paz interior que había experimentado con Kira. No—sotros los Wicca, sabemos cómo ser felices en un mundo malo. Pero no nos conformamos con que el mundo lo sea.

    La pálida luna había comenzado a subir por el horizonte. Despoina dejó a un lado la capa con que se cubría. Trazó con la mano un círculo y nos dijo lo que debíamos hacer. El rito comenzó.

    No puedo, por supuesto, describirlo correctamente con palabras. Es preciso recordar de que yo tampoco, en aquel instante, podía considerarme como un iniciado. Sea suficiente decir de que no pude apenas darme cuenta de nada. La superficie de la piedra permanecía obstinadamente en blanco.

    Al fin tuve que confesar mi derrota; me dirigí a Ross y él pasó la piedra a Despoina, diciendo:

    — La luna ve con su luz todas las cosas.

    Ella tomó la piedra plana de la ceremonia con cierta repugnancia, según me pareció ver, y permaneció por unos instantes sosteniéndola, como si tratase de imaginar qué debería hacer en aquellos instantes. Después la dejó caer en el suelo y comenzó a desnudarse, No era la modestia lo que parecía hacerla vacilar, al principio, sino el temor de atraer la atención de cualquier posible transeúnte. Pero tenía que decidirse a hacerlo.

    Arrojó las ropas fuera del circulo trazado, para poder tener libertad de movimientos y después me alargó la mano. Le di entonces la cuerda blanca anudada que tenía en los bolsillos. Despoina corrió la mano a lo largo de la cuerda, deteniéndose con sus dedos en cada nudo. Ross permanecía cantando una melopea sin tono determinado en una voz temblorosa y suave. Ella se ató la cuerda alrededor de la cabeza y recogió la piedra del suelo.

    Durante unos instantes se produjo un profundo silencio, excepto el procedente de la cantinela de Ross. Despoina parecía respirar con la boca cerca de la piedra ritual y limpiándola con la mano. La luna ya estaba en pleno cielo, más alta y su luz lechosa brillaba por sus hombros, pechos y muslos.

    Por fin dijo:

    — Hay una niebla. No puedo quitármela de encima. Quisiera saber si ellos... Ross, debes intentarlo.
    — Está bien — repuso Ross.

    Se quitó sus ropas y me señaló para que yo hiciera lo mismo. Después de todo, el riesgo de atraer cualquier atención indeseada no se hallaría demasiado aumentada por el hecho de que los tres nos encontráramos desnudos, teniendo en cuenta de que el rito pudiese ser más fácil. Sentí el frío aire de la noche en todo mi cuerpo.

    Ella avanzó hacia Ross con un paso de danza, moviéndose alrededor de él, dos veces «planetariamente» y después le entregó la piedra. ¡Cuán diferente resultaba aquello de como habría sido si los tres hubiésemos estado juntos y cuánto más difícil! Así y todo la fuerza buscada comenzó a tomar efecto. Pude sentirla por mi frente y correr como un escalofrío hacia el lugar de mi estómago donde Kira había denominado «el nudo del poder».

    Ross comenzó a tartamudear y a moverse, farfullando:

    — El... el... ¡Oh! El... el...

    Parecíamos hallarnos al borde de la revelación. Ross apretó los dientes con un ruido ostensible. Una vez más, tartamudeó: «El... el...». Después emitió un suspiro y comenzó a sollozar como si tuviese el corazón destrozado.

    Resultaba doloroso escucharle. Las manos de Despoina estaban crispadas y juntas bajo sus pechos. No había ya nada más que esperar. Nuestro poder había alcanzado su punto máximo y a partir de entonces volvería a disminuir. Me incliné en busca de la espada de empuñadura forjada que yacía en el suelo a mis pies, la volví contra mi pecho lo mejor que pude y me hice con ella tres profundas cortaduras en mi propia carne.

    Un mágico poder surgió con mi sangre fresca brotando de los cortes producidos en mi pecho y corrió por mi vientre y mis piernas. En aquel momento Ross decía con voz alta y clara:

    — La piscina. La piscina con el hombre que brilla. Dejó caer la piedra ritual y miró a su alrededor con la vista ausente. Después, sus rodillas se doblaron y cayó sobre su rostro.

    Despoina se aproximó a mí:

    — Tírate al suelo — me murmuró al oído —. Alguien viene hacia aquí.

    Y se tiró al suelo junto a Ross. Yo la seguí. Sentía los granos de tierra y arena mezclarse haciendo grumos con la sangre sobre mi cuerpo desnudo y traté de imaginarme si cualquiera que se hubiese aproximado a aquel círculo, hubiera podido experimentar los singulares fenómenos físicos que suelen ocurrir a veces en tales ocasiones. Entonces y momentos después, oímos voces hablar a lo largo del camino.

    — ¿Crees que es por aquí? — dijo alguien.
    — En absoluto, señor. Ya sabe, lo primero es conseguir algo que sirva para coaccionarlos. Pero después, señor, hará falta algo más.
    — ¿Qué? — dijo la otra persona.
    — Ah, ahí reside la dificultad. Pero creo, señor, que estamos sobre el camino cierto. Si pudieran ser atrapados...

    Las voces se desvanecieron. Nosotros continuamos tumbados sobre el suelo por un considerable espacio de tiempo. Yo seguía especulando mentalmente sobre aquel fragmentario trozo de conversación oída cerca de nosotros en el camino próximo. Por el tono y el hecho de que los que hablaban lo hicieran tan llanamente el uno al otro, pensé que deberían ser hombres del FBY. El sujeto general resultaba obvio. Pero ¿qué habría querido decir el más joven al expresar lo de que «¿sí pudieran ser atrapados?»

    Finalmente Despoina me tocó en un brazo.

    — Ya podemos levantarnos — me dijo —. No volverán.

    Los tres nos incorporamos. Ross estaba temblando.

    — ¿Dije algo? — preguntó —. No recuerdo qué ocurrió entre el lapso de tiempo transcurrido desde que me diste la piedra de los rituales y cuando oí las voces que se aproximaban por el camino.
    — Sí, dijiste algo — le dijo Despoina —. Dijiste: «La piscina. La piscina con el hombre que brilla... »
    — ¿Y eso ha sido todo? — Parecía decepcionado.

    Nos vestimos. El rito debió haberse llevado mucho tiempo, más de lo que yo había supuesto o yacimos por tierra demasiado tiempo, ya que la luna se encontraba de la parte de occidente en el cielo. El este, aparecía de un obscuro impenetrable; aunque con esa obs—curidad que anuncia ya la aurora.

    — No sé lo que quise decir — farfulló Ross —. No tiene sentido para mí. «La piscina con el hombre que brilla... » No, no sé lo que he querido decir con eso.
    — Pues yo creo que sí — intervine yo.

    Yo estaba acabándome de vestir. La sangre se me había coagulado en el pecho.

    — He dado muchas vueltas por los niveles de las cavernas, ¿sabe? — le advertí —. Existe una gran piscina en las cavernas naturales en el nivel B.

    Despoina aprobó con un gesto de la cabeza.

    — Es preciso que vayamos allá — dijo.
    — Desde luego.

    Miré hacia el este. Una suave luz comenzaba a vislumbrarse por el oriente, anunciando el próximo amanecer. Una vez más iba a cambiar el sol por las profundidades donde siempre existía la luz artificial.


    XVII


    El nivel B se halla demasiado cerca de la superficie para que crezcan allí los hongos de color púrpura. Fue diseñado como un refugio masivo contra las grandes explosiones y para los millares y millares de habitantes de la ciudad que no estaban permanentemente domiciliados en los niveles profundos. Consistía en unas series interminables de arcadas entrelazadas, en parte naturales y en parte hechas artificialmente, con diversas tiendas y locales de negocios en la parte frontal. Aquellos locales nunca fueron ocupados. Supongo que la idea fue que la gente que se hallase en el refugio macizo del nivel B comprase recuerdos y otros objetos mientras se encontrase allí, hasta poder volver a la superficie radioactiva con ellos. Tal vez cometa un error al imputarles a los constructores semejante propósito propio de una cabeza de chorlito, sin duda lo construyeron como se les había ordenado.

    Llegué a la piscina a la cabeza de los otros. Cuando partimos del borde del terreno de los enterramientos de la superficie, una o dos horas antes, les había dado cuidadosas instrucciones de cómo hallarla. Decidimos no esperar a que se hiciera de día para tratar de descubrir la forma de llegar, fuese como fuese, hasta el nivel H.

    El tiempo se nos hacía corto y pensamos que podríamos estar los tres ausentes de nuestros puestos de trabajo lo bastante, como para no despertar sospechas, aunque el absentismo era cosa bastante común para todos. La piscina en sí misma es una de las arcadas periféricas situada junto a la ventana de una tienda. El diseñador y constructor había tomado la ventaja que le ofrecía la especial conformación de la pared rocosa para instalar allí una piscina ornamental llena de carpas doradas. El hombre que relucía, estaba dentro de la piscina.

    Me quedé mirándolo por encima del borde de la piscina. Yacía boca abajo en el agua. Era un hombretón, vestido con un traje gris de hombre de negocios con una cartera que descansaba a su costado. Las carpas doradas nadaban y se movían a su alrededor en todas direcciones y jugueteaban entre sus cabellos, distendidos suavemente en el agua.

    El agua debería tener un alto contenido mineral en su composición, ya que el hombre allí yacente daba la impresión de estar convertido en un gigantesco caramelo, habiéndose formado como una máscara que le envolviese por completo, compuesta de millares de bri—llantes cristales. Resultaba tan resplandeciente como un enorme diamante expuesto en un escaparate subacuático, dando por otra parte, en cierto modo la impresión, también, de una tarjeta postal de viejo estilo para Navidades.

    Me sentí sorprendido al querer comprender en aquella persona, el aire de una lejana familiaridad, al observar el perfil de sus formas yacentes. Seguramente, que aunque los cristales que formaban como una capa alrededor de todo su cuerpo, borraban en cierta forma su apreciación, me pareció haberle visto antes en alguna parte.

    Venciendo una profunda repugnancia, metí las manos en las aguas heladas del estanqué y le volví la cara hacia arriba. Se movió fácilmente. Su rostro, muerto y helado, pareció mirarme de frente.

    Me eché hacia atrás, limpiándome las manos en los pantalones. ¿Le conocía? Por supuesto que sí. Había sido un personaje muchas veces fotografiado y televisado cuando yo era un niño. Se trataba de Diaspar Helíman, uno de los personajes más célebres, experto en arma—mento de los días anteriores al estallido de las epidemias.

    Y había ido a morir a un lugar tan inverosímil...

    ¿De qué forma había muerto? No creí que fuese a causa de la epidemia; no daba ese aspecto. Pero bien pudo haberse refugiado en el nivel B huyendo de ella. Probablemente pudo haber sufrido un ataque al corazón y haber caído colapsado al interior de la piscina. Recordé haber oído en alguna parte, hacía unos diez años atrás, que Helíman sufría del corazón.

    De cualquier forma, se había evitado el terrible aislamiento y la soledad de la muerte, ya que aquellas preciosas carpas doradas parecían prestarle una constante compañía.

    Oí unos pasos. Despoina avanzaba hacia mí, de nuevo disfrazada de mujer de cierta edad madura. Daba el aspecto de estar más fatigada de lo que permitía apreciar su maquillaje de ocasión y comprobé, no sólo por mi propia fatiga, qué cosa tan exhaustiva es lo «mágico».

    — Aquí viene Ross — me dijo tras haberme saludado —. Creo que va a recitarnos alguna de sus citas. Trae en sus facciones una mirada propia de los personajes de Shakespeare.

    Ross llegó, en efecto, procedente de otra dirección.

    — Yo te saludo, Thane de Cawdor — dijo al llegar junto a mi —. La tierra tiene burbujas, como el mar las tiene y las aguas, y éstas proceden de ella. — Ross miró al interior del estanque —. A fe mía que brilla. ¡Vaya!
    — ¡Pues si es Diaspar Helíman! !Conocería esa cara en los profundos infiernos... ¿Cómo es que vino a morir aquí?
    — Tuvo que haber intentado descender hasta el nivel H — repuso Despoina —. Tal vez intentase huir de las epidemias, o intentar crear alguna especie de gobierno aquí. El Presidente murió al principio de las plagas. Y Helíman era un hombre arrogante.
    — Cualquiera que fuese el motivo — observó Ross —, no veo cómo esperaba llegar hasta abajo. Esto parece ser un estanque o una piscina perfectamente natural y corriente.

    Yo había estado como ausente observando el ir y venir de los peces. Había algo singularmente regular en los pasos de las carpas doradas, en sus movimientos natatorios. Parecía que un grupo, por lo que pude observar detenidamente, iba marcando una serie de figuras en forma de ocho y otro se movía siempre conformando la figura de una elipse alargada.

    Me incliné sobre el estanque y puse la mano directamente sobre el paso de la carpa dorada más próxima en aquella dirección. No se movió a ningún lado para evitar mi mano. Cerré la mano sobre el pez y apreté los dedos al pasar, para mostrárselo a mis acompañantes. Me di cuenta de que no se movía en absoluto, sin mostrar el menor signo de vida animal.

    Nos miramos los unos a los otros.

    — No es un pez vivo — dijo Despoina, tocándole con un dedo —. Es de metal o de algún plástico con envoltura metálica. ¿Qué es lo que les hace moverse, Sam?
    — Deben existir líneas de fuerza magnética especial bajo la piscina, con toda seguridad — repuse pensando bien lo que decía.

    Los ojos de Ross se iluminaron.

    — He visto algo así... Esperen... Si. Ya lo sé. Existe un transmisor de materia bajo el fondo de la piscina.
    — Tiene que haber alguna forma de drenaje del agua — observó Despoina con sentido práctico —. Pero antes de que lo mires, Sam, procura sacar esa cartera de Helíman fuera del agua y colócala en un lugar seguro.
    — ¿La cartera? ¿Por qué?
    —¿No recuerdas haber oído, precisamente poco antes de las epidemias, que él y su personal científico habían desarrollado una bomba portátil que podía llevarse en una pequeña maleta o una cartera?
    — Por supuesto que sí. Helíman no hubiera ido a ninguna parte sin una muestra de la más avanzada de las armas modernas. Era como un hombre enamorado que siempre lleva con él algo que le recuerde a su novia.

    Ross rebuscó en el fondo de la piscina y sacó la cartera cuidadosamente. Estaba revestida con la misma corteza de brillantes cristales formada por la sedimentación de los componentes minerales del agua del estanque y que recubrían igualmente el cuerpo de Helíman.

    — Vamos, instrumento fatal — dijo Ross como dirigiéndose a la cartera. La llevó a la tienda más próxima abierta en la roca, abrió la puerta y dejóla caer con cuidado sobre una mesa —. Espero que nadie la toque. Tras haber permanecido diez años en el agua, todavía es capaz de morder a alguien.

    Despoina se había arrodillado junto al estanque con las manos sobre los ojos en la forma tan familiar que a mí me recordaba a Kira. No podía dejar de establecer esa semejanza.

    — Veo algo — murmuró —. Cerrojos y calibradores. Ayúdame, Sam.

    Hice lo que me pidió. Inmediatamente junto al estanque, bajo su cobertura de plástico, algo surgió a la vista. En efecto, aparecieron los calibradores a que Despoina se había referido, con tuberías de dos tamaños distintos y una bomba diminuta, escondida en un pequeño nicho excavado en la roca.

    Volví los ojos hacia el fondo del estanque. Allí, bajo la cubierta de plástico, apareció una amplia superficie plana, conformada en figura de cuadrados negros y blancos en forma de mosaico. Resultaba difícil apreciar el color de cualquiera de los cuadrados individualmente: el blanco parecía negro a veces y blanco de nuevo. Pero los perfiles de aquella disposición resultaban evidentes: dos figuras en forma de ocho dentro de una elipse alargada.

    Aquello no me pareció mucho la idea que yo tenía de un transmisor de materia; pero la asociación mágica no tiene en general expertos en electrónica o les proporciona nociones de física nuclear. Pero algo, de alguna forma, podría hacerse con aquel dispositivo del estanque.

    — ¿Tienes un destornillador? — pregunté a Ross.
    — Seguro. Nunca voy a ninguna parte sin llevar uno. — Y se sacó el instrumento requerido de uno de los bolsillos de su mono de mecánico y me lo alargó.

    Trabajé con el instrumento en tres lugares a lo largo del plástico azul que contorneaba el borde del estanque. No aparecía ninguna interrupción en el plástico en sí; pero al tercer intento, una gran sección del plástico saltó de su sitio, permitiendo el fácil acceso a los calibradores de la instalación y a la bomba del agua.

    — Hummm... — murmuró Ross, quien se inclinó sobre la pequeña maquinaria, hurgó unos momentos en la bomba y después tocó una palanquita. El nivel del agua del estanque comenzó a disminuir visiblemente.
    — ¿Qué será lo que hay bajo esa cubierta de plástico? — me preguntó.
    — ¿No puedes verla?
    — No. No tengo esa facultad especial.

    Entonces se lo describí. Escuchó, haciendo gestos de aprobación ocasionales con la cabeza, mientras que el agua y los peces metálicos se hundían más y más hacia el fondo.

    — Es un transmisor de la materia, con toda seguridad — le dije al terminar —. Es de tipo mono—terminal. Podemos intentarlo con Helíman para estar seguros de que aún está perfectamente. Este dispositivo debe hallarse bien, a pesar de no haberse usado en diez años.

    Ross se metió en el estanque, ya vacío del todo, junto al cuerpo del hombre «que brillaba». Allí, a su gusto, ajustó controles, dio vuelta a diversos diales y realizó un intenso trabajo con auxilio de unos alicates de joyería.

    — ¿Ese recubrimiento de plástico del estanque podrá saltar? — preguntó Despoina.
    — No. No podrá ser transmitido. Realmente no está aquí. Esa es la causa de que el agua pueda ser bombeada a su través.

    Ross se subió al borde del estanque. Las carpas doradas se habían quedado sobre la recubierta de plástico a lo largo de las líneas de fuerza donde se retorcían forzadamente.

    — No, todavía no está completamente bien — comentó Ross, mirando al cuerpo de Helíman. Saltó nuevamente al interior del estanque, movió el cuerpo de Helíman un par de pulgadas y volvió al lugar en donde nos hallábamos Despoina y yo.
    — El intento y no la acción nos bendiga — dijo, alargando la mano sobre el borde exterior y apretando un dispositivo.

    Nada ocurrió durante unos instantes. Después, el cuerpo de Helíman comenzó a rotar. Primeramente con lentitud y después más y más de prisa. Comenzó a desprender chispas de luz y giraba como una rueda catalina, despidiendo sucesivamente fulgores de esplendor luminoso como un cohete del espacio. Resultaba algo increíble, nos hería los ojos hasta hacernos verdadero daño físico. Después, en una última explosión ígnea, pareció estallar y disolverse en luz hasta desaparecer totalmente. En el aire quedó un olor como a residuos de resina.

    — ¡Vaya! — exclamó Ross. Se sacó un pañuelo y se enjugó el rostro. Volvió entonces a alargar la mano y a cerrar el dispositivo que había oprimido.
    — Creo que hice un buen trabajo al principio; pero creo que hay algo que va mal en el ajuste final. Pienso que no he debido hacer esto.

    Yo no soy, como creo haber dicho, ningún experto en física nuclear, pero me sorprendió que el voltaje fuese demasiado grande y se lo dije así a Ross. Despoina escuchó nuestra terminología técnica con una sonrisa en sus bellos labios.

    — El voltaje puede haber influenciado algo en el resultado — dijo ella, tras haber hablado yo con Ross sobre la posibilidad de que el voltaje podía haber sido reducido —. Pero tomad esas carpas doradas y ponerlas en el suelo junto al estanque. No están en el agua sólo para adorno.

    Ross y yo le obedecimos. Había dieciocho, como objetos pesados y luminosos y parecía haber dos clases de tales peces metálicos, unos más anchos, con el cuerpo bronceado y la cola blanca y otros más pequeños, de un brillo de metal dorado. Incluso vistos de cerca eran unas convincentes imitaciones de verdaderos peces de su especie.

    Despoina se inclinó sobre los peces artificiales atentamente. Los recogió uno a uno y los puso en una forma determinada, siguiendo una cierta pauta estudiada, tras haberlo considerado. Aquello me recordó ciertas cosas de las que había visto hacer a Kira. Al final se dirigió a nosotros:

    — Creo que ya está.

    Miré a lo que había hecho. Era una figura dispuesta casi idéntica a determinadas formas mágicas.

    — Despoina, ¿los miembros que construyeron esto eran miembros de la asociación mágica?
    — No, casi con certeza que no lo eran. No he dispuesto los peces en esa forma porque pensara que lo fuesen. Pero esa especial disposición es un medio de manipular la realidad física y es válida con respecto a no importa el uso que pueda dárseles. Intenta transmitir algo Ross, y mira si funciona.
    — ¿Qué? — preguntó Ross —. Debe ser algo relativo al tamaño y a la masa de un cuerpo humano, para que signifique algo. Y ya hemos utilizado el de Helíman.
    — ¿Hay tablones dentro de esa tienda? — inquirió Despoina —. ¿Alguna especie de estanterías o algo parecido? Eso podría servirnos.

    Ross y yo trajimos unos tablones de seis pies que dejamos sobre el fondo del estanque. No tenían, naturalmente, el aspecto de un cuerpo humano; pero deberían tener aproximadamente la misma masa.

    — Voy a disponer el voltaje — dijo Ross, aplicando el destornillador —. Creo que es lo mejor que puedo hacer. ¿Todo dispuesto? ¡Ahora!

    Y una vez más presionó el dispositivo.

    Los tablones desaparecieron. Yo miraba al fondo del estanque y pude observar unas leves chispas de luz en el momento en que Ross presionó el dispositivo de conexión. Aquello fue todo. Por lo demás; apenas si se notó ninguna otra cosa. Los tablones habían desaparecido, sencillamente.

    — Parece que esto funciona perfectamente — comentó Ross. Y desconectó la maquinaria —. Bien, ¿quién va primero?
    — Iré yo. — No me encontraba atemorizado; pero noté que mi respiración se aceleraba sensiblemente. —

    Despoina frunció el ceño.

    — Supongo que no hay otra cosa que hacer con esa maquinaria — dijo —, pero creo que debería hacer algo más que hacer con Sam y conmigo antes de ser transmitidos. Quiero decir, alguna especie de prueba previa. Parece que con esos tablones de madera todo ha ido bien. Pero una viga de madera no es un ser humano. Si pudiésemos... ¿Qué ruido es ése?

    Unas pisadas, el ruido de alguien que venía de prisa, casi corriendo, se dirigía hacia nosotros a lo largo de la arcada. Di la vuelta rápidamente en dirección al sonido que se aproximaba, con el corazón en la boca. El hecho de que alguien nos hallara a los tres juntos resultaba altamente sospechoso, y para colmo, nos hallábamos evidentemente ocupados en una actividad totalmente fuera de lo usual. Si la persona que se aproximaba pertenecía la FBY o era alguien que tuviera conexiones con ella, seríamos interrogados, y si sólo se trataba de cualquier persona privada, sin duda tendría que dar cuenta de nosotros, de todas formas, aunque sólo fuese por captarse el favor del «nuevo gobierno».

    La persona que corría en nuestra dirección se hizo visible. Comprobé con el mayor asombro que era Kira. Venía a toda velocidad, a pesar de sus zapatos de altos tacones, llevando en la mano una cartera como el estuche de medicina de un médico.

    — Benditos seáis — dijo, jadeante, cuando llegó hasta nosotros. Sus palabras surgían atropelladas de sus labios —. He venido a ayudaros. Tenéis que daros prisa, Despoina y tú, Sam. El FBY os anda buscando.


    XVIII


    Tuve en aquel momento el súbito capricho de pedir a Despoina que dejase sus cabellos al descubierto. Nunca los había visto a plena luz, tan bellos y con aquel rojo encendido, con el deseo de gozarlos de cerca y acariciarlos con mis manos; si el FBY se nos echaba encima en aquellos instantes, probablemente jamás volvería a tener la oportunidad de verlos. Y me pare—cía una lástima. Pero antes de que pudiera expresar aquel deseo, las dos mujeres comenzaron a hablar de prisa.

    — ¿Cómo sabes que nos están buscando? — le preguntó Despoina —. ¿Estás segura?
    — Sí, segura por completo — repuso Kira —. Venía desde el nivel F para ayudaros, sabía que me necesitabais, cuando oí voces que hablaban. Era en el borde del nivel D. No pude captar bien la visión de los que hablaban, y esto ya me hizo sospechar, ya que sabéis que ellos conocen algo de nuestras técnicas y comprenden cómo contrarrestar la visión. Me escondí en la galería más baja. Me encontraba a bastante distancia de ellos; pero esa galería tiene unas especiales condiciones acústicas y pude oírles hablar tan limpiamente como si estuviese junto a ellos. Dijeron... «ese hombre llamado Sewell y su mujer tienen que ser advertidos, porque los del FBY les están buscando desde el otro lado». Y usaron tu nombre, Despoina. Sólo que lo pronunciaron mal.

    Mientras que hablaba, Kira había abierto su estuche médico y sacó dos termómetros clínicos, sacudiéndolos para bajarlos. En seguida nos colocó uno a. Despoina y otro a mí en la boca.

    — ¿Dónde han estado buscándonos? — preguntó Despoina en voz baja.
    — En el nivel F, según creo. Ellos parecen habernos confundido a ti y a mí y han pensado que Sam permanecía conmigo. Todo lo que he hecho ha sido despistarlos en mi camino de salida del F. De lo que dijeron, se comprende que no saben nada en absoluto respecto al ataque que hicieron los del escuadrón de enterramientos.

    Kira me tomó la muñeca y comenzó a contarme las pulsaciones. Yo dije, con el termómetro en la boca:

    — ¿Y ahora, por dónde andan buscándonos?
    — Creo que a ti están buscándote entre el equipo de los bulldozers, Sam. Dijeron algo relativo a un «receptor de huellas». Después se alejaron, de forma que no pude seguir oyéndoles lo que decían. Pero no cabe duda de que están sobre tu pista como lobos ham—brientos por todos los medios a su alcance.

    Kira sacó los termómetros, los leyó y aprobó con un gesto. Después le tomó el pulso a Despoina. También el resultado debió ser satisfactorio, porque volvió a repetir su gesto de aprobación.

    — Y ahora, escuchad: al transmitir algo tan complejo como un cuerpo humano, la actitud mental es de la mayor importancia. Una persona no es un bloque de madera que pueda transmitirse en moléculas y seguir siendo persona. Para que una persona pueda ser transmitida al otro extremo satisfactoriamente, tiene que conservar su mente dentro de sí misma, en el propio interior de su cuerpo. Despoina sabe bien lo que quiero decir. Sam, ¿recuerdas la lección que te di con la caja?

    Yo hice un gesto de aprobación.

    — Sí, y no fue nada agradable.
    — Pues ahora tienes que hacerlo mejor aún — repuso Kira seriamente —. ¡Concéntrate! No permitas que nada te distraiga. Retrae tu mente a su más íntimo interior.

    Kira sacó un frasco de medicamentos de su estuche médico, lo abrió y nos largó una cápsula a cada uno.

    — Esto os ayudará mucho. Es una droga que los psiquiatras utilizan para combatir la despersonalización. Tragadlas.

    Despoina y yo obedecimos. Kira me miró un momento, frunciendo el ceño.

    — Sam tendrá que hacer algo mejor, además — dijo —. Aquí tienes.

    Y me entregó una tableta azulada, que me dejó un gusto amargo en la garganta al tragaría.

    — Y ahora tendeos de espaldas en el fondo del estanque, uno junto a otro. Ross os situará en perfectas condiciones. No comprendo la mecánica de la transmisión, sólo el acondicionamiento médico.

    Despoina y yo nos pusimos uno junto a otro. Podía percibir a ráfagas su delicado perfume. Ross se ocupó inmediatamente de ver la forma exacta que ocupábamos en el fondo del estanque, moviéndonos alguna pulgada de un sitio al otro. Era algo así como hallarme en un lecho con ella y también como la preparación para tomar una fotografía de los dos. Al final, Ross terminó nuestra disposición corporal.

    — ¿Puedo tomarla de la mano? — pregunté.
    — Seguro. Es una buena idea. — Y Ross hizo una inspección final de los calibradores de la maquinaria transmisora de materia.
    — ¡Recordad lo que os he dicho! — nos advirtió Kira —. ¡Es muy importante!
    — ¡Vamos, salid con las manos en alto, o dispararemos! — gritó en aquel instante una voz autoritaria. Parecía hallarse todavía a alguna distancia de nosotros.

    El FBY, sin la menor duda. Antes de que pudiera moverme o intentar levantarme del lugar que ocupaba junto a Despoina, Ross me gritó:

    — ¡Quieto ahí, Sam! ¡No te muevas! ¡Kira y yo escaparemos bien de ésta! ¡No os mováis!

    Y le vi cómo accionaba el conmutador.

    Se produjo una terrible sacudida, como si el mundo hubiese terminado bajo mi, y después, la negrura, una negrura absoluta, la nada. Nada absolutamente. En aquel último instante recordé la lección que me había dado Kira y recluí mi mente en mí mismo. Casi me pareció que era ya demasiado tarde. Cuando la negrura comenzó a debilitarse, mi «yo» anduvo errabundo. No sentí dolor, no tenía el sentido de la identidad personal, seguramente que en parte, todo ello, por la propia naturaleza de la experiencia. Pero experimentaba un tedio doloroso, como en los sueños producidos por la fiebre, una repelente y sin sentido monotonía de la percepción, aunque no fuese ni «yo» quien lo percibiese.

    Existía un espacio y un tiempo de formas grises, tan incoloras como el granito. No existían sombras, ya que todo resultaba de un gris uniforme, resultando sorprendentemente aplanadas, como siluetas hechas de papel, sin que pudiera apercibir su fin, no obstante darme cuenta de su sentido de aplanamiento. Y se movían hacia mí o yo hacia ellas, sin descanso y tediosamente.

    Me sentía solo, totalmente solo. Yo había sostenido la mano de Despoina cuando Ross conectó la maquinaria transmisora de materia; pero ella no se encontraba allí... en aquel gris. No tenía tampoco la sensación de haberla perdido, estaba demasiado despersonalizado para sufrir la sensación de toda pérdida. No había nada donde me encontraba sino aquellas formas planas y su interminable movimiento de aparición y deslizamiento.

    Despoina me dijo más tarde que había experimentado casi exactamente la misma abrumadora confusión y movimiento de siluetas grises que yo había experimentado. Lo que habría sucedido, supongo, fue que Kira había fallado en apreciar la extensión del efecto de la operación transmisora, con referencia a Despoina y a mí, por mi actitud mental. Kira pensó que yo sería el único afectado. Pero lo cierto es que Despoina se halló tan incapaz como yo para ayudarse o ayudarme.

    Pudimos seguramente haber errado para siempre a través de limbos separados, cruzando las extrañas sombras que nos penetraban por doquier de no haber sido por un afortunado accidente. (En la asociación mágica, nosotros solemos decir que la suerte ha de ser merecida.) O más bien, a un par de afortunados accidentes, puesto que las actividades del hombre a quien más tarde conoceríamos como la «rata gorda» tenían ciertamente algo que ver con ello. Pero en lo principal, Despoina y yo debimos el conservar íntegro nuestro ser al hecho de que arriba, en el nivel B, cuando comenzaron los tiros, una bala resultó perdida en su trayectoria.

    Uno de los atacantes hizo fuego sobre Kira, quien se había refugiado dentro de la tienda vacía inmediata al estanque. La bala falló y vino de rebote a dar en el lado de plástico del estanque, a pocas pulgadas por encima del mosaico blanco y negro. La bala fue a dar de lleno en el transmisor, con el resultado de que por unas fracciones de microsegundos, funcionó a su máxima potencia. Nosotros, por supuesto, no podíamos darnos cuenta del hecho. Ross nos lo explicó más tarde. Lo que yo sentí a través de aquel tedio sin fin, fue un súbito y agradable acceso a mi plena identidad verdadera.

    Fue como la luna llena que irrumpe a través de una masa de nubes. Supe quién era, me di cuenta de que tenía un cuerpo y que se integraba perfectamente con mi mente, con mi verdadero «yo». De ser la nada quien percibía sin ningún sentido de la identidad, me convertí en un hombre que estaba ansioso, casi febrilmente deseoso de introducir su mente dentro de su cuerpo, para tener el completo sentido de las percepciones. Creí beber aquel sentido de mi propia identidad, como un hombre sediento en un manantial de agua fresca.

    Ya pude sentir mi propio cuerpo y resultó algo maravilloso, era algo glorioso. Ya creí sostenerme sobre algo. Y luché desesperadamente por despertarme a la certidumbre de aquella realidad. Y después comprobé, en un flujo de inmensa alegría, lo que era: que seguía teniendo en mi mano la de Despoina.

    Aquello fue el toque mágico que hizo el milagro. Con un ligero esfuerzo salí fuera de aquel limbo de formas color de piedra y volví de nuevo al mundo de la auténtica realidad.

    Me senté y miré a mi alrededor. Despoina, con las rodillas un poco flexionadas, yacía junto a mí. Capté de un vistazo el mosaico bajo su cuerpo y que se desvanecía al mirarlo. Ella también se incorporó, apretó mi mano y sonrió dulcemente.

    Nos encontrábamos en un cuarto diminuto de paredes de roca, con una abertura en uno de los laterales. Una de las paredes, estaba cubierta con una enorme fotografía de la Luna. La luz que entraba por la ventana parecía del propio sol. Cerca y junto a nosotros, sobre el suelo, estaban las tres grandes vigas de madera que Ross había transmitido por la máquina delante de nosotros.

    — Bien, aquí estamos — fue lo que dije en aquel instante. Mi voz sonó débil y remota.

    Despoina hizo un signo afirmativo con la cabeza. Se puso en pie y se asomó a la abertura, mirando por ella. Después volvió y se sentó en el suelo a mi lado. No había dicho nada, su expresión no había cambiado, y con todo sentí la premonición de un desastre. Lentamente su mano fue hacia su frente y se quitó lo que hasta entonces la había recubierto. Era en parte un turbante y en parte una peluca y que había utilizado para esconder sus cabellos. Entonces, aquellos cabellos de color de oro ardiente, cayeron sobre sus hombros, bellos y vivos. Parecía que toda la habitación quedaba repleta con la luz embrujada que se desprendía de su cabellera. Continuó silenciosa. Tuve tiempo de darme cuenta de cómo el color de su cabello hacía que su piel apareciese tan blanca. Finalmente, levantó la cabeza y me miró directamente a los ojos.

    Esperé a que ella hablara.

    — Este no es el nivel H — dijo.


    XIX


    Yo había sabido que diría eso. Me sacudí la cabeza para aclarar mis ideas. Todavía seguía padeciendo la sensación de resbalar por aquellos planos impenetrables de gris fuera de mi campo de visión.

    — ¿Y dónde estamos, pues? ¿En la Luna?

    Despoina se puso a reír francamente.

    — No, no es la Luna. Tiene un parecido con la superficie lunar; pero... mejor es que lo veas por ti mismo, Sam.

    Me asomé a la ventana. Era una pequeña abertura, como la ventana de piedra de un castillo, con una amplia piedra como soporte. A su través, vi un panorama que parecía alumbrado por un brillante sol de verano en la superficie. Se apreciaba un camino que se curvaba graciosamente al fondo, blanqueado por la grava, con pequeñas casas a un lado y otro. Lejos y hacia la izquierda, se veía un supermercado con una gran zona de aparcamiento para coches y lo que parecía ser una escuela pública. En la distancia, la vista terminaba con una línea ondulante de árboles y colinas verdegueantes.

    Algo en aquella escena me sorprendió pareciéndome no natural, y tras unos momentos, comprobé lo que era: los árboles. No podíamos estar en la superficie, desde luego. ¿Era pues, otra vasta caverna subterránea, corno el nivel G, tan enorme como para contener arboleda y toda una línea de colinas?

    Aquello parecía altamente improbable. Miré con más atención, fijándome inquisitivamente en cada detalle y repentinamente algo surgió en mi mente. Lo que estaba mirando, era sólo un paisaje en miniatura un panorama ilusorio, dispuesto y arreglado de la forma más hábil. Había varias pistas para llegar a tal conclusión, una vez caí en la cuenta. Por ejemplo, el supermercado era demasiado grande para hallarse a la distancia aparente en que se hallaba y la hierba existente frente a las casas del camino, demasiado basta. La ausencia de cualquier movimiento en el paisaje era otra justificación para aquel juicio. Pero resultaba una excelente ilusión. En su construcción se había derrochado realmente mucho cuidado y mucha atención.

    Le dije a Despoina el resultado de mi descubrimiento, terminando por decirle:

    — Creo que aún continuamos bajo tierra.

    Ella aprobó con un gesto.

    — Yo también lo creo así. Se siente que estamos bajo tierra. ¿Estás preocupado por Kira y Ross?
    — Pues... sí, realmente, supongo que sí.
    — Y yo también. No puedo captar sus mentes. Ve si puedes hacerlo y ayudarme.

    Uní mi mente a la suya; pero sin éxito. La telepatía es siempre un método de comunicación azaroso, y sin duda en aquel momento, existía algo que bloqueaba su posibilidad.

    Despoina suspiró.

    — Habremos de confiar en que se encuentren bien. Tratemos de saber dónde estamos.

    Abrimos la pesada y rústica puerta de madera que daba acceso al cuarto y salimos a un pequeño corredor. Allí observamos otras cuatro puertas que nos daban de frente. De la más próxima, parecía surgir un profundo y persistente zumbido.

    Despoina la abrió. Vimos entonces una enorme habitación — daba la impresión de tener la mitad del tamaño de una pista de patinaje —, que se hallaba por completo llena de equipos eléctricos como si se tratase de una subestación de energía eléctrica. El aire estaba saturado de aquel ruido profundo. Estaba a punto de volver a cerrar la puerta cuando vi, en el extremo más lejano de la habitación, un ligero movimiento de ropas. Alguien estaba allí, sin duda, teniendo cuidado de aquella maquinaria.

    — ¡Eh, por favor! — grité —. ¡Usted! ¡Oiga!

    Con Despoina a mis talones, corrí hacia el lugar. No vimos a nadie allí y cuando abrimos la puerta del fondo, nos encontramos en otro corredor, grande y largo esta vez, con seis puertas que se abrían al mismo. En el corredor tampoco había nadie. Despoina y yo nos miramos mutuamente. Escogí una de las puertas al azar y nos hallamos de pronto en el más completo laberinto de habitaciones separadas y repletas de pequeñas estanterías y particiones. Por todas partes se veían alacenas y un gran espacio para almacenamiento. Ninguno de aquellos espacios estaba ocupado.

    Volvimos al corredor. Abrí las otras puertas y encontré que una de ellas escondía una alacena de abastecimientos y que de ella se iba a otro apartamiento a todo lo largo del corredor, con muchas puertas y en uno de ellos, hallamos un elaborado escondrijo de go—losinas de postre enlatadas; otra daba a un recinto para cuatro personas, aparentemente nunca ocupado tampoco y el último recinto conteniendo una ducha y un lavabo. Aquello pareció que no tenía fin. Era algo sin esperanza.

    — Intentemos emplear nuestra visión — sugirió Despoina.

    Lo intentamos; pero nuestro empeño resultó infructuoso, para intentar un contacto telepático con Ross y Kira. Por alguna razón, que aún sigo sin comprender todavía —(y lo recomiendo a los futuros investigadores) nuestros sentidos a distancia, resultaban allí completamente inútiles. (Nosotros, los Wicca, no consideramos «la visión» extrasensorial.) Todo lo que obtuvimos fue una obscuridad y un amago de vértigo.

    Nos sentíamos cada vez más preocupados. No sabíamos dónde estábamos o cómo salir de allí y la urgencia de llegar hasta el nivel H se hacía cada vez más aguda y perentoria. Por fin Despoina dijo:

    — Deberemos emplear cualquier artimaña.
    — ¿Y de qué cebo nos servimos para eso?
    — Bien, la persona que vimos en la sala de máquinas, obviamente no es curiosa. No hay nada útil en atraer su curiosidad personal. Pero está trabajando en esa maquinaria. Supongamos que averiemos esos generadores... ¿ No le haría acudir inmediatamente para ver qué es lo que iría mal?

    Me pareció una buena idea. Dentro de la habitación de los generadores de corriente, puse un trozo de cable atravesado en la entrada de la habitación por donde se suponía que la persona desconocida debería entrar. Después tomé un destornillador y arranqué con él un buen puñado de arenisca de regular tamaño de las paredes rocosas del recinto, que arrojé sobre la armadura del mayor de los generadores.

    Se produjo en el acto un chisporroteo de chispas brillantes. El armónico y suave zumbido de la maquinaria, cambió por una dura nota de protesta. El equilibrio de aquella delicada maquinaria quedó alterado, y a pocos instantes, surgió una enorme bocanada de humo blanco, con un fuerte olor a ozono.

    Las luces fluorescentes del techo disminuyeron de intensidad ostensiblemente.

    — Eso hará que acuda — dije yo —. Espero que disponga de un generador auxiliar en alguna parte.

    Y nos pusimos cada uno a ambos lados de la puerta a esperar. Los cortes que me había hecho en el pecho sangraban un poco, podía sentir el fluir de las gotas de sangre a través del pelo. Había pasado una noche sin sueño y aunque intentaba permanecer despierto, creo que estaba literalmente durmiéndose de pie. Fui despertado por Despoina que me tomó de la mano.

    — Escucha — murmuró en voz baja —. Alguien se aproxima.

    Se oyó entonces el ruido de unas pisadas acolchadas que se acercaba y un confuso murmullo, como el de una persona que habla consigo misma. El desconocido parecía hablar en tales condiciones. El ruido se hizo más cercano. Yo esperaba, los nervios en tensión y los músculos igualmente tensos. Se abrió la puerta y se oyó el pesado ruido de alguien que cae al suelo.

    Me tiré hacia él antes de que pudiera moverse. No resistió en absoluto mi ataque. Había caído de bruces y yacía tan quieto que pensé al principio que habría resultado gravemente herido o contusionado. Pero continuaba hablando, sin saber si lo hacía conmigo o con él mismo.

    — ¡Levántese! — dije finalmente, ayudándole a ponerse de pie.

    Mis ojos se habían acostumbrado a aquella tenue luz y pude verle bastante bien. El individuo aquel, vestía una bata de color rojizo con un pañuelo al cuello, dando el aspecto del personal Ratty del libro El viento en los Sauces. Parecía tener la frente y la barbilla retraídas a causa de la gordura. Definitivamente era un hombre terriblemente obeso. Unas gafas obscuras le cubrían los ojos.

    — ¿Por qué no se han quedado en la habitación de la luna? — preguntó con petulancia. Su voz aparecía desvaída aunque con cierta altanería —. Se suponía que deberían haberse quedado allí. Tienen que ser transbordados.

    Durante el tiempo que estuvimos en contacto con aquel individuo, jamás nos miró directamente a ninguno de los dos, sino siempre a un punto situado a dos o tres pulgadas por encima de nuestras cabezas.

    — ¿Transbordados? ¿Y adónde? — pregunté —. ¿A la Luna?

    Se quedó silencioso. Lo único que hizo, como quedándose pensativo fue sacar una enorme lengua, pálida y sucia con la que se lamió los labios.

    — Deseamos ir cuanto antes al nivel H — le dije, insistiendo, mientras le cogía por el cuello de su bata. Sin pretenderlo, le había sacudido fuertemente.

    Aquel individuo ignoró mi gesto.

    — ¡Al nivel H! — repuso riendo —. Yo puedo hacer uno mucho mejor que el H cuando quiera.
    — ¿Qué quiere decir con eso?
    — ¿Es que no han visto mis imágenes y fotografías? — Y pareció sorprendido de nuestra ignorancia. (Fue la única cosa en que pareció estar sorprendido, ya que tomó nuestra presencia en sus dominios y el destrozo causado en el generador con una perfecta calma)—. Hay uno de ellos al exterior de la ventana de la habitación de la Luna. Tienen que haberlo visto. He hecho docenas así.

    Se rebuscó en los bolsillos de su bata y sacó un diminuto modelo de bomba de estación de servicio.

    — Ahora estoy trabajando en esto — dijo, mientras nos mostraba su trabajo en miniatura —. Aunque todavía no sé para qué va a servir.

    Y volvió el modelo cuidadosamente al bolsillo de donde lo había extraído. De otro de los bolsillos, sacó un pastel que comenzó a comer con verdadera delectación.

    — Una vez que haya hecho esa estación de servicio, haré otro supermercado — nos dijo entre bocado y bocado.
    — Le gustan mucho los dulces y los postres; ¿eh? — preguntó Despoina con un cierto tinte de ironía en la voz.
    — Sí. ¿Y a usted no? — Acabó de comerse el dulce y empezó con otro.
    — Tiene que ayudarnos a llegar al nivel H — le dije con tanta firmeza como pude. Me pareció que mi postura era la de un estúpido, ya que hablarle era algo así como dirigirse a un gigantesco pastel de nata.

    El individuo sacudió la cabeza. — Imposible — repuso, dirigiéndose al aire existente por encima de mi cabeza —. Eso no es lo que dicen las instrucciones.

    — ¿Y adónde se supone que va a enviarnos?
    — Harris deseaba ir a la Luna. Por eso hizo tal montaje. Pero está herido en el nivel F donde trabaja como técnico.
    — ¿Cuánto tiempo hace de eso? — pregunté, tratando todavía de ir hacia algo definido.
    — No lo sé. Una o dos semanas. No, puede que haga años. Desde entonces he hecho infinidad de modelos.

    ¿Y no le resultaría mucho más fácil ayudarnos a ir al nivel H que transbordamos? — le preguntó Despoina.

    — Supongo que sí. Pero las instrucciones no lo dicen así.
    — A nosotros también nos gustan los dulces — le dije yo con aire severo —. Nos encantan. Si no nos ayuda a ir al nivel H, nos los comeremos todos.
    — ¿Todos? — preguntó como asustado y sorprendido.
    — Sin dejar uno. Ya sabe usted que no han quedado muchos.
    — ¡Oh! — Se sacó otro dulce del bolsillo y se lo tragó de un bocado —. Bien, está bien. Si hay dificultades, diré que ustedes han tenido la culpa. Pero este hombre — dijo dirigiéndose a mí —, tendrá que instalar el generador auxiliar. — Sus palabras sonaban acolchadas aunque bastante audibles.

    La cosa me pareció razonable. Bajo su dirección, saqué un generador pequeño que estaba encerrado en un armario del corredor próximo y lo instalé en el lugar conveniente, mientras no quitaba ojo de encima a mis movimientos y a los de Despoina. Yo sentía su inseguridad y el miedo a perder el escondrijo donde guardaba sus amados dulces.

    Una vez instalado el generador, dijo:

    — Hace mucho que no hago esto. Voy a tratar de enviar algo al nivel H antes que a ustedes.

    La luz volvió a su intensidad normal, una vez restaurada el generador eléctrico que había fallado. Yo trataba de captar lo que miraba o de mirarle de algún modo a los ojos; pero me evitaba sistemáticamente. Sin embargo, no parecía que existiese razón alguna para que estuviese mintiendo.

    — Bien ¿y qué va usted a enviar primero? — pregunté.
    — Esas vigas que llegaron antes que ustedes. — Su cabeza se inclinó hacia atrás y miró hacia el techo. Siguiendo su mirada, vi que sobre nosotros existía una plancha en forma de espejo desde donde eran visibles el suelo y las paredes de la habitación de la Luna.

    Ratty abrió una consola y comenzó a manipular con una serie de diales.

    — Ustedes dos, muevan esas vigas de forma que su eje longitudinal esté paralelo con la puerta, con un margen de dos pies a su alrededor y después vuelvan aquí.

    Obedecimos. Creo que los dos estábamos nerviosos, ya que podía ser posible que aquello le hiciese tomar ventaja de nuestra permanencia en la habitación de la Luna para enviarnos a cualquier parte y liberarse de nuestra presencia molesta para él. Pero no ocurrió nada, y volvimos, sin novedad, al cuarto de los generadores.

    Aquella rata vieja y gorda comenzó a trazar un diseño con una especie de clavija sobre la superficie de un trozo de pizarra. El diseño recordaba mucho al que Despoina había hecho al exterior de la piscina de las carpas doradas. Después, instaló unos cables en unos clips y terminó por acabar el mismo diseño de Despoina

    — Cuánta molestia me está produciendo esto — gruñó enfadado —, es casi tanto como enviar a ustedes a... — Su voz se apagó y volvió a dar otro bocado a un nuevo bizcocho que extrajo del bolsillo. Se lo comió con los ojos semicerrados. Después, relamiéndose los labios presionó un conmutador.

    Despoina y yo mirábamos a la plancha del techo que hacía las funciones de un espejo. En ella se formó un dispositivo de cuadros blancos y negros, no muy bien perceptible y que se había formado en el suelo fuera del alcance de las vigas de madera. Bostecé in—voluntariamente mientras observaba aquella escena.

    De repente, el visor del techo se obscureció. Y después pareció explotar en un haz de luz marrón.

    ¿Qué había ocurrido? Aquel haz de luz permanecía en el visor. No tenía parecido con nada que nos hubiese resultado familiar.

    — Vayamos a ver lo que es — sugerí finalmente.

    Los tres, con Ratty en pantuflas, salimos al corredor. Abrí la puerta del cuarto de la Luna y lo que había en el interior pareció saltarnos al olfato como una bocanada de humo de fuegos artificiales. Nosotros dimos un salto hacia atrás; pero lo que fuese resultó totalmente inocente. Era una masa de virutas esponjosas de madera, algo más bastas que lo que los ingleses suelen llamar lana de madera y los americanos, virutas de embalaje. Miré en el interior del cuarto de la Luna y vi que estaba repleto, hasta el techo, de tales virutas. En aquello se habían convertido las planchas de madera que Ratty había intentado transbordar, con el transmisor de materia.

    — Tengo que haber hecho algo equivocado — dijo innecesariamente, mirando siempre sobre nuestras cabezas. Se volvió a sacar un bizcocho esta vez de menta, por el olor, y se lo puso en la boca —. Si quieren ustedes limpiar todas esas virutas, les enviaré hasta el nivel H.

    No era preciso que Despoina y yo nos mirásemos. Tener fe en los buenos oficios de Ratty, habría sido la mayor de las locuras. Puede que alguna vez hubiese sido un buen técnico, pero el tiempo y la soledad, le habían hecho perder, tiempo hacia, su competencia.

    — ¿Es que no hay otra forma de llegar hasta el nivel H, aparte del transmisor de materia?

    Cerró los ojos y siguió comiéndose voluptuosamente su bizcocho de menta. Yo comencé a pensar si le golpeaba, o si le amenazaba con destruir su escondrijo de golosinas, o tal vez adularle, cuando Despoina, me dijo al oído.

    — Agárrale por detrás, Sam y sosténle la cabeza para que pueda mirarme fijamente.

    Ratty se hallaba casi vuelto de espaldas a mí. Eché un brazo alrededor de su corpachón grasiento, cogiéndole las manos y sujetándolas a los costados con una de las mías, mientras que con la otra le presionaba fuertemente en la cabeza, para hacer lo que Despoina me había pedido.

    Despoina se colocó en frente de él, rebuscándose algo en el cuello. Mostró algo que colgaba al final de una fina cadena de oro. Era su anillo, el anillo que yo había llevado hasta las profundidades del nivel H antes de haberla visto.

    Ella comenzó a mover la cadena con el anillo colgando al extremo en forma de péndulo frente a los ojos de Ratty. Podía sentir que la cabeza de Ratty seguía, como magnetizado, los movimientos pendulares del anillo de Despoina.

    — Vamos a ver — dijo ella —. ¿Qué es lo que ves?
    — Nada.
    — ¿Qué estás viendo?
    — Un hombre — repuso al fin con cierta resistencia.
    — ¿Y qué más?
    — Grandes animales con cuernos.
    — ¿Y el hombre?
    — Está huyendo de ellos. Pero ellos van cada vez más cerca. — ¡Oh, pobre hombre!

    Ella continuó balanceando el anillo algo más.

    — ¿Quién es el hombre? — preguntó ella con una voz suave, poco más alta que un murmullo, pero llena de firmeza.
    — No... lo sé — repuso con una especie de desesperada obstinación.
    — Sí que lo sabe. ¿Quién es el hombre?

    Todo su cuerpo temblaba. — ¡Soy yo! ¡Socorro, socorro!

    Despoina detuvo el movimiento del anillo con un dedo.

    — ¿Cuál es el otro camino para dirigirse al nivel H?
    — Pues... no lo sé.

    De nuevo Despoina comenzó a mover el anillo.

    — ¿Qué le ocurre a ese hombre? — preguntó Despoina con voz susurrante.
    — ¡Deje de mover eso! ¡Le diré lo que quiera saber! ¡Socorro, socorro! — El pobre Ratty temblaba de pies a cabeza.

    Ella detuvo de nuevo el movimiento pendular del anillo.

    — ¿Cuál es el camino hacia el nivel H?
    — La quinta puerta a la derecha en el corredor largo — repuso con voz débil.

    Le solté y se dejó caer derrumbado contra la pared rocosa de la estancia. Daba la impresión de que iba a desmayarse.

    Despoina le observó por unos instantes. Tras unos momentos, Ratty dejó escapar un profundo suspiro y se enjugó el sudor de la cara con la manga de la bata.

    — Quiero tomar algún dulce — dijo con voz desmayada.

    Le ayudé a salir fuera de la habitación de los generadores y al corredor después. Desde allí si dirigió al trote hacia su escondite de golosinas. Tomó una gran lata de galletas inglesas. Le temblaban las manos.

    — ¿Se encuentra bien? — le pregunté; pero pareció no haberme oído.

    Era evidente que nada más podríamos esperar de él. Habían quedado atrás muchas preguntas sin respuesta, por ejemplo, por qué había preferido enviarnos al nivel H por el transmisor de materia en vez de indicarnos la puerta; pero pensé que jamás descubriría la respuesta exacta a su conducta.

    Despoina y. yo abrimos la puerta que daba al largo corredor. Miré hacia atrás a Ratty. Continuaba apoyado contra la pared, con los ojos pendientes de abrir la lata de galletas inglesas. Y relamiéndose de gusto anticipado, como siempre, en presencia de las golosinas que parecían ser el único objeto de su vida.


    XX


    ¿Qué fue eso? — pregunté a Despoina mientras caminábamos por el corredor.

    — ¿Lo del anillo? Pues... el producir el dolor anímico. Nuestras leyes lo prohiben excepto en casos de grave emergencia. Incluso entonces, los mayores del Consejo deben reunirse y aprobarlo. Pero yo no estoy por encima de la ley.

    Pensé que pudo haberme dicho más sobre el particular; pero ya habíamos llegado a la quinta puerta. La abrí y entramos al interior.

    Nos encontramos en una habitación de gran tamaño, con una buena docena de panoramas artificiales de Ratty, instaladas en nichos del interior de las paredes rocosas de la misma. Apreciamos la vista de una ciudad medieval, probablemente Carcasona, un espléndido paisaje lunar con la Tierra surgiendo hacia la derecha del paisaje y otra con un desierto arenoso, en donde se apreciaban dos camellos y una palmera. Los otros panoramas eran ya más convencionales. Todos estaban bellamente construidos, y tuve algún tiempo para tratar de imaginar qué habría hecho realmente Ratty mientras estuvo en la superficie, antes de ocu—parse del mantenimiento de los transmisores de la materia.

    El centro de aquella habitación mostraba algo completamente diferente a lo que hasta entonces habíamos visto, una piedra cuadrada de casi dos pies de altura y plana en lo alto, encerrando un espacio de unos cinco pies de anchura. Daba la impresión del brocal de un pozo de la antigua usanza. Una ligera corriente de aire parecía soplar desde todos los ángulos de la habitación hacia el brocal. Me aproximé y miré por él Yo no tenía mucho cálculo de las profundidades a primera vista; pero me quedé atónito casi instantáneamente. Estaba mirando a un pozo sin fondo.

    «Sin fondo» tal vez no sea la expresión más acertada. Todo lo que puedo decir, es que no pude verlo. Los lados se iban juntando por perspectiva con la distancia hasta hacerse indistintos. Se apreciaba una ligera iluminación azulada en el tope superior; pero ya más hacia abajo no pude apreciar nada más. Era como mirar desde la cima del Empire State Building de Nueva York hacia una estrecha callejuela del fondo. Extendí mi brazo sobre la abertura. En el acto, sentí que el antebrazo saltaba suavemente hacia arriba, no porque cualquier cosa la repeliera, sino como si alguien levantando un objeto inesperado lo dejase flotar en el aire. Sentí como si mi brazo dejase de pesar, en una palabra: que la gravedad allí debía tener una décima parte de su poder de atracción sobre los cuerpos, como hubiera sucedido en cualquier punto normal de la superficie.

    Despoina había estado observando atentamente. Se dirigió hacia uno de los panoramas de Ratty y volvió con las manos llenas de edificios en miniatura y piezas de escenario de aquellos paisajes. Y los dejó caer en la columna de aire del pozo sin fondo. Comenzaron a caer con extrema suavidad y lentitud. Seguimos su caída con la mayor atención durante un buen rato. Parecían flotar en la nada.

    Sin poderlo evitar, tragué saliva. Aquello no me gustaba nada en absoluto. Pero daba la impresión de que podría ayudarnos.

    — Creo que se trata de la antigravedad — dije a Despoina —. Voy a dejarme caer yo mismo.

    Me senté en el borde del brocal, controlando mis nervios. Después di la vuelta lentamente dejando mi cuerpo caer en aquella columna de aire, mientras me sostenía al filo del brocal sólo con las manos. Sentí una ligereza fantástica e inefable. Aquel aire parecía sostener mi cuerpo como si fuese agua del mar. No se apreciaba esfuerzo alguno para sustentar el peso de mi cuerpo en aquella columna de aire vertical. Me di cuenta de lo fácil que hubiera sido salir hacia arriba con el menor esfuerzo.

    — Sí, creo que esto es así — volví a decirle a Despoina —. Creo que peso ahora la décima parte de mi peso real, aunque ofrezco una pequeña resistencia. Es como dejar caer una pelota de papel de seda.

    Ella aprobó con un gesto y sin vacilar se puso junto a mí con el cuerpo dentro del pozo. Colgamos por un instante.

    — ¡Ahora! — le advertí, y nos soltarnos.

    Por un instante sentí un verdadero pánico. Pero nos sentíamos descender de la forma más suave, como descolgándose de una nube en un sueño, envueltos por aquella pálida luz azulada, y sin movimiento de aceleración alguno en nuestra caída suave y sistemática hacia el fondo de aquella chimenea, donde quiera que estuviese. Daba la impresión de una forma superior de antigravedad.

    Le tomé una mano y la sostuve unida a la mía. Continuaba la luz azulada y pude verla perfectamente. Su vestido blanco y sus gloriosos cabellos color de oro y fuego flotaban a su alrededor suave y ligeramente, como sostenidos milagrosamente en el aire. No tenía menor noción de hacia dónde caíamos; pero sí me sentía muy junto a ella. Lo cierto es que deseaba permanecer en tal situación por un tiempo infinito.

    — Despoina — le dije —. ¿Qué quisiste decir, cuando dijiste antes «yo no estoy por encima de la Ley»?
    — Es que han existido brujas que lo han creído.
    — ¿Quién? Supongo que te habrás referido a alguien en particular.

    Pude darme cuenta que reflexionaba algo antes de responderme.

    — Kira — me dijo al final.
    — ¿Kira? ¿Mi medio—hermana? ¿Y qué fue lo que hizo?
    — No supimos entonces si admirarla o castigarla. Kira fue la que dejó escapar las epidemias.

    No pude entender de momento, qué había querido decir con aquello. Después, pensé qué singular revelación estaba haciéndome en aquellas circunstancias, bajo el misterioso resplandor azulado que nos envolvía por todas partes y en aquel silencio, mientras que descendíamos suavemente juntos hacia el final de lo que aquello fuese.

    — ¿Quieres decir que Kira fue la responsable del estallido de las epidemias? No puedo creerlo, Despoina. Me parece imposible.
    — No, es cierto. Kira era entonces una estudiante de Medicina, en su último curso de la carrera. Trabajaba empleando una parte de su tiempo en un laboratorio como asistente, para ayudarse a costearse sus estudios. El laboratorio donde trabajaba estaba bajo contrato con el Gobierno, investigando el posible uso y utilización de los hongos para el bienestar general de la población, en su aspecto biológico, así como su posible influencia en tiempos de guerra. Un día, Kira encontró una jaula de conejillos de Indias, que morían por algo con lo que habían sido contaminados experimentalmente. Era la forma pulmonar de la epidemia. Kira debería haberlo destruido todo en el acto o haber llamado a su jefes de laboratorio para deci—dir lo que hubiera tenido que hacerse en tales circunstancias. Pero no lo hizo. En su lugar, se dedicó a hacer cultivos de esporas que dejó en libertad. Y la gente comenzó a morir. Después, esa forma pulmonar mutó en la forma neurolítica de la epidemia.

    Mi rostro debía reflejar la sorpresa profunda que aquella revelación debió haberme producido, ya que Despoina se apresuró a decirme:

    — Considera la situación, Sam. ¿Lo has olvidado? La guerra nuclear parecía absolutamente inevitable. Nadie sabía de un día a otro, incluso de hora en hora, dónde pudo haber comenzado aquello. Vivimos en el más absoluto terror. Nadie sabía cuándo ni de qué forma podía morir, ni atreverse a esperar que fuese una muerte rápida. Kira se dio cuenta de lo que había hecho con sus propias manos. Y actuó. Se echó sobre sus hombros la terrible responsabilidad, asumiendo una espantosa culpabilidad por lo ocurrido. Ella sabía y conocía el principio de que ninguna epidemia es universalmente fatal. Y decidió que el mal menor es que murieran nueve de cada diez, antes de que pudieran morir todos.

    Yo continuaba silencioso. Despoina continuó, en cierta forma hablando defensivamente.

    — ¿Tuvo ella la culpa, actuó equivocadamente, Sam? ¿Podemos nosotros creerlo realmente así? Alguna gente sobreviviría. Ella misma no tenía razón suficiente para creer que fuese inmune. Arriesgó su propia vida lo mismo que cualquier otra persona en el empeño.
    — Pero ella rompió la Ley — dije, finalmente.
    — Sí, la Ley de las brujas. Pero tal decisión nunca tiene lugar sin la asistencia de los mayores. Por tanto, cuando se celebró, se decidió que debería sufrir un castigo.
    — ¿Fue esa la causa para enviarla al nivel F?
    — Sí. Aunque no haya permanecido constantemente allí, sin embargo, sólo en los últimos tres años. Al principio estuvo resentida. Su tiempo de exilio está a punto de acabar. Pronto podrá volver de nuevo a la superficie.

    Yo hice un gesto aprobatorio con la cabeza. ¡ Qué persona era Kira! Sin dudarlo, se había echado sobre sus frágiles hombros — no tendría entonces veinte años, apenas —, el martirio de una decisión semejante que la convertía en un nuevo Prometeo. Me sentí en aquel momento orgulloso de tener relaciones de sangre con día.

    La luz que nos envolvía comenzó a palidecer y a obscurecerse lentamente. A poco, casi estábamos sumidos en la obscuridad. Nuestro descenso suave y lento continuaba; pero por la sensación especial que me daba el aire envolvente, tenía la impresión de que pronto íbamos a llegar al fondo. Estaba totalmente inadvertido de la situación cuando Despoina me gritó en voz alta y con urgencia:

    — ¡Cúbrete los ojos, Sam! ¡La luz!

    Obedecí; pero creo que una fracción de segundo demasiado tarde. Una luz terrible pareció cegarme los ojos. Me dejó literalmente casi ciego. Aunque aquella intensidad lumínica ya era terrible, existía algo peor, una cierta cualidad de paralizante. Mi sistema óptico estaba intacto; pero los nervios se negaban a transmitir mensajes

    Mis pies tocaron el fondo. Habíamos llegado, por fin, a nuestro destino. Le dije a Despoina:

    — ¿Puedes ver algo?
    — Un poco, creo que sé dónde estamos, aunque el nivel H es muy extenso. Trataré de conducirte. Espero que tu visión se recobre poco a poco. No pueden haber querido cegar a los usuarios de este descenso antigravitatorio permanentemente, sólo intentar desarmar a la gente que haya utilizado este sistema de descenso. Vamos.

    Comenzamos a avanzar a tropezones, Despoina llevándome de la mano izquierda y usando la que tenía libre para guiarse ella misma por la pared. La primera vez que estuve en el nivel H, mis ojos se hallaban turbios por la fiebre, ahora los tenía literalmente cegados. Hasta entonces, sabía muy poco de lo concerniente al nivel H. La gente a quien había preguntado, incluyendo a la propia Despoina, se había mostrado siempre reticente.

    — ¿Puedes ver algo mejor? — me preguntó ella, al poco rato.
    — Un poco mejor. ¿Y tú?
    — Creo que sí. Me parece que estamos en el buen camino y que llegaremos pronto.

    Continuamos andando unos cuatrocientos o quinientos pies más. Entonces, Despoina abrió una puerta guiándome por ella hacia el interior.

    — Me está volviendo la vista — anuncié con una gran alegría.
    — Magnífico. La mía es casi normal. Acuéstate en esa cama, Sam. Ahora sé dónde me encuentro.

    Me aproximé a la cama y me dejé caer en ella. Sentía el ruido de abrir y cerrar cajones diversos de otros tantos muebles. Mi visión se recobraba a trozos, como si estuviese salpicada de áreas brillantes junto a zonas de obscuridad. Pero pude apreciar bien por la pared que tenía frente a mi, que me hallaba, una vez más, en la pequeña habitación donde estaba colgada la bandera americana y una mesa con una verdadera batería de teléfonos. Había vuelto al lugar del nivel H diseñado como salvaguardia de «una de las más preciosas vidas». Es posible que en él no hubiera tal sentido de lo preciosa que fuese su vida, considerando el fin, los militares le habían retorcido la mente bien en tal sentido. Es posible que la muerte le llegase como un alivio.

    Los trozos de visión de mis ojos fueron agrandándose hasta que de repente, la obscuridad desapareció de mi visión total de las cosas. Vi a Despoina de pie frente a mí, con el rostro radiante de triunfo, ofreciéndome algo entre sus manos.

    — ¿Es eso lo que hemos estado buscando tan ansiosamente? — pregunté —. ¿Dos botellas, una con la etiqueta de «Anacin» y otra con la de «Tums»?

    Despoina sonrió. Nunca había visto sus facciones tan alegres.

    — Las esporas de los hongos mutados están dentro de esta botella que dice «Tums» y los extractos que hicimos de ellas, se encuentran en esta otra con la etiqueta de «Anacin». Creo que tenemos suficiente en estas dos botellas para permitir que vivan todos los que se encuentren en los Estados Unidos en el momento presente, tomando una dosis sustancial. Estos extractos son potentísimos a dosis infinitesimales. Ponte estas botellas en los bolsillos, Sam. No veo la forma de llevarlas.
    — ¿Y las notas de laboratorio? — le dije, mientras que me colocaba con cuidado la botella de «Tums» en el bolsillo derecho de mi chaqueta.
    — Aquí están — repuso, mientras tomaba una carpeta etiquetada con el nombre de «Clasificaciones» y me la daba también.

    Tomé aquella carpeta flexible, conteniendo muy pocas hojas de un papel finísimo y me las guardé igualmente reducidas de tamaño, en el mismo bolsillo que la botella de «Tums». Las dos botellas de plástico de «Anacin», las puse por separado una en el bolsillo izquierdo de la chaqueta y la otra en el bolsillo de atrás del pantalón, tras haberlo abotonado cuidadosamente.

    Entonces que ya tenía en mi poder lo tan ansiosamente buscado, suspiré con un inmenso alivio. No solamente habíamos conseguido nuestro propósito, sino que también, si habíamos que tener dificultades con el FBY, disponíamos de una poderosa arma para tratar con ellos.

    Entonces surgió una pregunta inescapable, la inmediata de nuestra agenda de aventuras. Despoina y yo habíamos dejado conscientemente de hacerla; pero entonces no podíamos dejar de afrontarla y cuanto antes, mejor. ¿Cómo volver de nuevo a la superficie?

    Desde un corredor próximo, sentí el tintinear de unas diminutas campanillas.


    XXI


    El sonido de las campanillas procedía de un hombre en el uniforme de color ciruela típico correspondiente a un elemento del FBY. Era portador de una campanilla de cristal en cada mano y donde quiera que hiciese cualquier movimiento, las campanillas tintineaban con su cristalino son.

    Se detuvo en seco mirándonos con los hombros caldos y la cabeza adelantada. La piel de su rostro y cuero cabelludo poseía un brillo translúcido como él que tienen ciertas especies de bayas de invierno. Aparecía completamente calvo.

    — ¿Es... Nifo? — preguntó Despoina con aire de duda.
    — Supongo que sí — repuso aquel hombre. Se restregó la nariz y al hacerlo, la campanilla de su mano sonó tintineante. — Dígame, señora.
    — ¿Qué... qué ha ocurrido para que estés aquí?
    — Me dejaron aquí al bloquear el nivel — nos contó Nifo —. Ya no me querían con ellos de ningún modo. Trataron de adaptarme, ya sabe. Sí, trataron de adaptarme por sus procedimientos. Pero no dio ningún resultado.
    — ¿Qué quiere decir con eso? — le pregunté yo.

    El hombre se volvió hacia mi.

    — Pues... que ellos... ¿no tiene vista? Fíjese en mi cabeza.

    Miré con más detenimiento, tras algún esfuerzo, y vi que entre los dos hemisferios de su cráneo, aparecía una estructura en forma de higo, esponjosa, más bien sobre el lado izquierdo.

    — ¿Le hace daño eso? — pregunté involuntariamente.
    — No, pero siempre sufro de un extraño ruido en la cabeza. Por eso hago sonar las campanillas. Me adiestraron también en el olfato.
    — ¿Se refiere al FBY?

    Hizo un leve gesto de aprobación, sonando las campanillas siempre.

    — Si, el FBY.
    — ¿Qué trataron de hacer? — le preguntó Despoina.

    Se volvió hacia ella.

    — ¿Es Despoina, verdad? No puedo verla muy bien. Sí, Despoina. Trataron de hacerme como a usted.
    — ¿Como a mi? ¿Por qué?
    — Para que pudiese hacer las cosas que usted hace. Fue como un experimento. Si hubiese dado resultado, todos hubiéramos quedado adaptados para actuar como usted, señora. Nosotros sabemos lo que ustedes son capaces de hacer. Y deseábamos hacerlo mejor y con más facilidad. Yo había observado antes una singular superposición entre nosotros y nuestros oponentes. Y Kira también había dicho que ellos conocían algunas de nuestras técnicas. Pero de alguna forma, jamás se me había ocurrido que el FBY pudiese haber intentado duplicar nuestras capacidades para su organización. Creía que su objetivo era más simple y más clásico: crear una nueva versión de un estado policía a la vieja usanza.

    Ames había dicho que la organización del FBY no tenía interés por Despoina. Debió haberlo sabido mejor. Estaban interesados en lo que él estuviese interesado. Su organización había echado una fuerte garra en sus propios hombres.

    — Entonces, no era precisamente el resultado de mi trabajo lo que deseabais, ¿eh? — dijo Despoina.

    Nifo pareció vacilar.

    — Oh... pues también eso. Ciertamente que eso también. Pero el jefe solía decir que lo que necesitábamos era coger a uno de ustedes, aislarlo y descubrir su secreto. ¿Por qué se toman tanta molestia para volver a la superficie? No hay nada allá arriba que merezca la pena. Más bien el viento molesta y la humedad.

    Ni Despoina ni yo habíamos mencionado para nada el volver a la superficie; Nifo debía ser en cierto modo un telepático, me imaginé. No era nada desconcertante, considerando lo que habían hecho con él. La extra—estructura insertada en su cerebro pudo muy bien haberle suministrado semejante facultad.

    — No importa por qué queramos volver — le repuse yo —. Eso es cosa nuestra.
    — Oh, pero podrían quedarse aquí conmigo, si no fuesen tan tercos y obstinados. No se está tal mal, una vez se acostumbra uno a ello. Hay alimentos en abundancia; yo, por ejemplo, duermo en la cama del Presidente. Desde luego, la vida es algo solitaria. Podría acostumbrarme a alguna compañía.

    Despoina le había estado observando agudamente con las manos en los hombros, en una de sus actitudes rituales. Entonces, dijo:

    — ¿Conoces algún camino que lleve hasta arriba, Nifo? Una salida que no quedase bloqueada cuando el FBY voló el nivel H.
    — No, no conozco ninguna — repuso rápidamente —. Tiene que haberla; pero no tengo la menor idea de dónde puede estar. ¿Por qué me pregunta a mí, Despoina? Tú conoces más del nivel H que ninguna otra persona.

    De nuevo se produjo aquel toque especial de familiaridad entre Despoina y nuestros perseguidores. ¿Qué habría sido Ames, realmente para ella? ¿Su amante?

    Probablemente. Sin embargo, la idea no me repugno en absoluto.

    Nifo se volvió hacia mí.

    — Me gustas — me dijo —. Siempre deseé haber sido una chica. ¿ Por qué no tratan de volver por el mismo camino que trajeron? Eso no está bloqueado.

    Pensé entonces en aquel interminable descenso, y la imposibilidad práctica de subir hacia arriba por la corriente de aquel pozo sin fin incluso con la atracción de la escasa gravedad reducida aún mucho más. Además, arriba se encontraba Ratty comiendo dulces sin descanso e incapaz de transmitir unas simples vigas de madera sin reducirlas a una masa de virutas.

    — No podemos — dije —. Eso no es posible.
    — Oh... ¿Oyen ustedes algo? — Y ladeó la cabeza como un perro cuando está atento al ruido de un ratón.

    Escuché atentamente.

    — No.
    — Bien, yo si lo oigo. Tengo muy buen oído. Y es... — continuó volviendo a ladear la cabeza de nuevo —, es una excavadora. Están excavando hacia donde se encuentran ustedes. Podrían utilizar ese camino.

    Yo seguía sin oír nada.

    — ¿Una excavadora? ¿Quién puede estar usándola?
    — ¿Quién supone usted? — preguntó a su vez, lanzándose a mi garganta.

    El ataque me cogió por sorpresa. Usualmente, antes de que un hombre se lance contra uno, se mueven sus ojos, y se produce cualquier gesto que sirve de advertencia. Caí hacia atrás, incapaz en absoluto de evitar mi caída, dándome con la cabeza en el suelo rocoso de la caverna. Allí quedé por unos instantes aturdido.

    Nifo se sentó sobre mi pecho e intentó estrangularme. Traté con todas mis fuerzas de quitármelo de encima, pero todo lo que conseguí fue mover las piernas en el aire inútilmente tras él. Mis brazos habían quedado prisioneros de sus rodillas. Conseguí medio incorporarme, desesperadamente, y entonces volvió a forzarme a la primitiva posición. Traté de aparecer asfixiado, para ver si soltaba su tenaza; pero no dio resultado la treta. Me sentía ahogado por momentos. Mi campo de visión comenzó a enrojecerse. Estaba tratando todavía de medio incorporarme de alguna forma, cuando Despoina, que había dado la vuelta por detrás de Nifo, le propinó un certero puñetazo en el mismo cuello. Nifo dejó escapar un gruñido animal, se tambaleó farfullando algo incomprensible y cayó colapsado hacia un lado. Lo aparté de mí, me puse en pie y miré a mi alrededor en busca de algo con que atarlo. Me fue imposible encontrar nada utilizable, y Despoina, viendo mis dificultades, se dirigió a la pequeña habitación de la bandera de los Estados Unidos y volvió con una de las sábanas de la cama del Presidente, que por cierto no eran de papel, dada sin duda la categoría del personaje. Me las arreglé para hacerla tiras y para cuando Nifo comenzaba a volver a su estado consciente, ya lo había amordazado y maniatado convenientemente como a un pavo de Navidad.

    — ¿Cómo podrás oír ahora, querido? — dijo, añadiendo con mala saña —: Espera a que el Jefe venga en tu busca.
    — Lo dudo — repuse. Tuve que alzar la voz para oírme a mí mismo. El corredor ya estaba lleno de un ruido especial de barrenamientos producidos por alguna potente máquina que cada vez se hacía más y más fuerte.

    Durante unos instantes no pude imaginarme lo que sería. Después Despoina puso su boca junto a mi oído:

    — Es la excavadora — me dijo.


    XXII


    El morro de la excavadora perforó la pared de la caverna por el techo con un torrente de luz diamantina. Era como la aureola nebulosa de los colores del arco iris que uno aprecia en el fondo de una cascada, y por un momento pensé en grutas llenas de helechos y de fresco verdor. Después, la gigantesca perforadora helicoidal, desprendiendo una escalera, se deslizó silenciosamente a través de la abertura de unos quince pies de ancho abierta en el techo, haciendo un contacto sin ruido con el suelo de la caverna.

    Dos hombres uniformados con el consabido traje de color ciruela aparecieron de pie en los escalones inferiores. Uno de ellos buscó tras él y tocó una palanca sobre el montaje que descendía por la chimenea abierta y en donde estaba montada la hélice. El cono excavador se retrajo y el ruido cesó. Nos produjo el efecto de los hombres que habiendo llegado con su barco a puerto y lanzado el ancla, se dirigen tranquilamente hacia la playa.

    Vi a otro individuo por encima de aquellos dos. La repentina cesación del enorme ruido de la excavadora me hizo sentirme confuso y aquel efecto aumentó cuando los dos primeros hombres se dirigieron hacia la oficina del Presidente con las manos a los lados junto a las armas. No cabía duda de que nos habían visto. No sabía qué partido tomar. Por un instante me sentí irremisiblemente perdido, como si una amenaza invisible que hubiese estado siguiéndome se hubiera desatado súbitamente, dejándome inerme y con las manos vacías en medio de los peligros más terribles y desconocidos. Los muros rocosos y corredores que nos envolvían tenían un aspecto liso puramente artificial. Despoina me puso una mano en el hombro y mi mente se reafirmó.

    Yo pertenecía a los Wicca, después de todo, y aunque los hombres que habían excavado hacia abajo buscando el nivel H para capturarnos deberían hallarse con toda certidumbre en guardia contra cualquiera de nuestras artes y posibilidades, yo podría asimismo hallarme capacitado para hacer algo. Kira me había enseñado muchísimas cosas.

    Los hombres del FBY aún estaban a bastantes yardas de distancia

    — Vamos, vosotros dos — dijo con voz autoritaria el que mandaba el pelotón —. Os conduciremos arriba.
    — No, no lo haréis — repuse. Puse a Despoina tras de mí para su mejor protección —. Quiero hablar con el Jefe.
    — ¡Qué! — El conductor del pelotón del FBY, rubio, recién afeitado y perteneciente sin duda al grupo más escogido de la organización, me dirigió una mirada dura y dejó escapar una carcajada burlona —. ¡Es absurdo! Los prisioneros jamás hablan con el Jefe. ¡Vamos!
    — No somos prisioneros — repliqué. Desabroché el bolsillo y saqué la botella con la etiqueta de «Tums».
    — En esta botella — dije a los dos hombres— están las esporas de una nueva forma de las epidemias. Es una forma mutada de las que causan la forma neurolítica de la plaga mortífera, pero aún mucho más mortal. Si abro la botella y retiro el algodón que recubre el cuello, vosotros y todos los que habéis venido con ese armatoste moriréis en menos de sesenta segundos.

    La señora y yo, a causa de nuestra peculiar biología, somos inmunes a ellas.

    El agente del FBY contrajo las mandíbulas.

    — ¿Y si le dejo tumbado de un tiro, sencillamente?
    — Pues existiría una excelente oportunidad de que la botella se rompiese a mi caída.

    Me dirigió una aguda mirada. Sin duda estaba convencido de que estaba mintiendo, pero se comprendía que no estaba seguro del todo. Durante unos largos instantes nos quedamos uno frente al otro, mirándonos en completa inmovilidad. Después, sin volver la cabeza, dijo al individuo que le acompañaba:

    — Davis, por favor, comunica a nuestro Jefe que el prisionero desea hablar con él. Explícale las circunstancias que concurren.
    — Muy bien, capitán. Y Davis se dirigió rápidamente hacia la excavadora, dejando a su superior y a mí de nuevo mirándonos mutuamente con aire de permanente desafío. Yo mantuve firme la mirada; pero mi mente estaba ciertamente en otra parte. Recorría de—sesperadamente en el archivo de los recuerdos de las cosas que Kira me había enseñado, tratando de saber cuál sería más efectiva. ¿Un truco de magia? Casi ciertamente que no iría bien, no podríamos mantenerlo por demasiado tiempo y aunque pudiéramos evadir los ojos de los hombres del FBY, no estaríamos en condiciones de escapar por la hélice de la excavadora. Nos detectarían por el tacto, aunque no por la vista. ¿No había, pues, algo más que hacer? Lo «mágico» obra indudablemente; pero sus procesos hablando en términos generales, tienen una lentitud orgánica como el crecimiento de una flor. Es muy difícil el precipitarlos. Recordé lo que Kira me dijo una vez, cuando lanzó al aire su athame y lo cogió de nuevo en un rápido movimiento: que la muerte debe constituir a veces una pauta que pueda ser contactada y utilizada. Esa es la causa de por qué se le llama la «poderosa muerte».

    Mientras tales pensamientos discurrían por mi mente, el hombre del FBY y yo permanecíamos uno frente al otro sin pestañear. En un momento determinado, y procedente de la escalera helicoidal, tras él, otro hombre llegó al suelo y se dirigió hacia nosotros a un paso resuelto. Se notaba mayor que los demás, con los cabellos ligeramente grises, con un indiscutible aire de autoridad y superioridad sobre el resto. Cuando llegó hasta mí me miró un instante de arriba a abajo y me dijo:

    — ¿Qué es lo que desean? — en un tono civil, aunque de forma completamente impersonal.
    — Deseamos volver a la superficie — le repuse —; pero no bajo custodia, ni como prisioneros. Han de dejarnos completamente libres.

    Conforme hablaba, me di cuenta de que mi mente se había separado en tres partes: la que hablaba al Jefe del FBY, la que trataba ansiosamente de tomar contacto con una forma de poder y la que planeaba una rápida y eficiente forma de estrategia. Con todo, «yo» estaba al mando de las tres y me sentía tan sencillo y fácil en tal aspecto mental como un hombre que puede, simultáneamente, fumar una pipa y leer un libro. Despoina continuaba de pie tras de mí, con la mano en mi hombro, y aquello tenía, sin duda, que ver con mi situación mental del momento. Nunca existió una bruja tan grande como aquella maravillosa mujer, que ya la consideraba como mía.

    El Jefe se puso a reír. Parecía realmente divertido.

    — Eso no tiene el menor sentido — observó, más dirigiéndose hacia los del FBY que a mí o a Despoina —. Sewell... ese es su nombre, me parece; Sewell, está fanfarroneando. Si puede hacer lo que dice, ¿por qué no lo realiza simple y llanamente? Dudo que se encuentre refrenado por cualquier elemental respecto a la vida. Vamos, Philips, deténgalo o échenle una red. Tal vez meterlos en una red sea lo mejor. Pero llévenlo consigo, que no se escape. Quiero examinarlo bien.
    — Y se volvió para irse.

    Yo dejé escapar un profundo suspiro. Había fallado... no. No, creo que no fallé. Algo se estaba formando en mi interior, como si me revistiera de algo extraño, viejo y poderoso, un corazón que no era el mío, latía potentemente en mi interior, dentro de mi pecho. Entonces supe lo que hacer.

    Supe lo que significaba el signo de Labrys, el hacha de dos cabezas.

    — ¡Espere! — grité.

    Tuve que haber puesto una considerable autoridad en aquella palabra, ya que el Jefe se volvió a medias, mirándome.

    — ¿Y bien? — preguntó.

    Le devolví mirada por mirada. Pude comprobar que intentaba poner a prueba mi mente; pero entonces tenía tres mentes a quien probar. Y no sacaría nada en claro con su intento.

    — No tengo realmente mucho escrúpulo por su vida — le dije —. Pero podemos sernos útiles unos a otros. ¿Ignoraba eso?

    Esta vez no soltó la carcajada.

    — ¿Cómo?
    — Usted tiene la organización; nosotros el poder — le dije —. Usted jamás lo encontrará, a menos que nosotros no elijamos la forma de comunicárselo. Nuestro pueblo puede permanecer en silencio. Los inquisidores solían quejarse de que dormíamos mientras se nos torturaba. La fuerza no conseguirá nada. Pero sí un libre acuerdo. Un modus vivendí — los detalles se fijarían más tarde —, sería de un enorme beneficio recíproco.

    El Jefe era, estoy seguro, un hombre inteligente. En ciertos aspectos tenía una mente mejor que la mía. Pero tenía una seria limitación: el no poder imaginarse a nadie que actuase genuinamente por motivos diferentes a los suyos propios.

    Sabía que nosotros, los Wicca, teníamos capacidades supernormales. Y las codiciaba en gracia a su engrandecimiento personal y el de su organización. Veía la vida en términos de poder; no se le ocurría pensar que dejaríamos de entregarle nuestros secretos, como tampoco lo hicimos a los inquisidores de otros tiempos. Pensaba que nuestras reuniones y nuestro poder sólo era un saco de trucos valiosos de donde surgía una fe.

    Vaciló mordiéndose el labio inferior. Comprendí que su orgullo de casta se hallaba en pugna con lo plausible de mi argumento, lo que, a despecho de algunos obvios baches, era superficialmente plausible. Se hallaba en el momento de ordenar a Philips que nos dejase en libertad, cuando Nifo, que había permanecido por tierra, sin que nadie se hubiera fijado en él, en el mismo lugar en que yo le había maniatado anteriormente, surgió en escena.

    — ¡Hazlo pedazos, Jefe! — gritó histéricamente —. ¡Hacedlo pedazos y ved qué es lo que tiene por dentro.

    Aquello descompuso la situación. El rostro del Jefe se endureció. La imprevista intromisión de Nifo le había hecho recordar a sí mismo, o más adecuadamente, a su antigua convicción, de que los Wicca y sus «poderes» sólo eran una cuestión de pura fisiología.

    En el acto se dirigió a Philips para decirle que lanzase una red sobre nosotros y que nos condujesen escaleras arriba. No disponía ya apenas de tiempo. Entonces di el salto del toro.

    Entonces recordó la serie de cosas sin sentido que se habían dicho de Creta. En particular, el público ha aceptado por casi tres cuartos de siglo cosas respecto a los cretenses, tan genuinamente, y que en realidad jamás existieron, excepto en la mente de los que excavaron aquella cultura. La «creatividad» es algo que ha de ser evitada al restaurar objetos de arte largamente enterrados. Necesita tiempo y paciencia. Pero si un arqueólogo desea ser «creativo» haría mejor en aprender pacientemente a hacer nudos y redes. Los frescos representando el ataque de un toro no caen, en absoluto, en esta categoría. De hecho, dos o tres han sido correctamente restaurados. El hecho existió. Pero la real importancia del ataque de un toro es un símbolo físico causado por una cuestión psicológica.

    Sí, como si tuviera unos potentes cuernos y atravesando el aire. Y en derecho hacia la cabeza del Jefe. No tuvo la intención de dejarme aproximar. Pero no había recibido aviso previo, y yo o la tercera parte de mi mente que actuaba en aquella forma— me hallaba aumentado por aquella otra fuerza inmensa y desconocida para los demás. El tiempo es entonces distinto. Pero había transcurrido mucho tiempo, milenios, desde que el hombre que había puesto en práctica aquella peculiar conducta había visto la bendita luz del sol.

    Entonces ocurrió algo singular. Yo había desposeído al Jefe de su cráneo, pude sentirlo rugiendo de impotencia a mi alrededor. Pero «yo» aún permanecía al mando directo del cuerpo de Sam Sewell, veía a través de sus ojos, dirigía su respiración. Disponía de una consciencia dividida, aquello era todo. Sería inútil tratar de describirlo con palabras. Levanté la mano del Jefe hasta sus labios haciéndole frotarse la parte inferior del rostro.

    — Ah... Nifo, estate quieto — le hice decir. Y después, dirigiéndose a Philips, añadió: — Adormécelo de un disparo si continúa hablando.

    Se volvió — yo le hice que se volviese — hacia Sam Sewell.

    — Muy bien, pueden marcharse — dije a través de los labios del Jefe —. Tendrán que informar en el Cuartel General a su más pronta e inmediata conveniencia. Cualquier retraso considerable les creará dificultades, no lo olviden. ¿Comprendido?

    Sam Sewell aprobó con un gesto de la cabeza.

    — Sí, está comprendido.
    — Muy bien, pues. Váyanse. (Confié en que yo no me repitiese demasiado.) Y le hice alejarse de mí.

    Sam Sewell pasó junto a él seguido de Despoina. Su mano continuaba aún puesta sobre su hombro. Y juntos comenzaron a subir por la escalera helicoidal. Sam Sewell comenzó a sentirse como vacío y débil, falto de energía. Pero aquello podía darse por excusado, y los hombres del FBY les dejaron pasar. Por el momento — tanto tiempo como me fue posible controlar el cuerpo del Jefe —, estaban en seguridad.

    Y entonces la última de las cosas extrañas y singulares que ocurrieron en tan extraño momento. (¿Cuántas partes tiene la mente? Entonces yo tenía cuatro.) Singular, pero sencillo al propio tiempo: supe quién era yo.

    Pensaría en ello más tarde, cuando tuviese tiempo. Pero supe entonces quién era yo.


    XXIII


    Nos hicieron sitio para pasar y comenzamos a subir la escalera helicoidal. Pero sólo estaban a pocos pies de distancia detrás de nosotros. Conforme subían siguiéndonos, podía oír claramente el chocar metálico de las granadas y dispositivos ofensivos de guerra que llevaban sujetos al cinturón del uniforme. No nos atrevimos a marchar tan de prisa como hubiéramos deseado.

    Subimos, siempre dando vueltas y más vueltas alrededor del agujero de doce pies de diámetro que la excavadora había perforado en la roca, en forma de hélice espiral. Nos deteníamos unos momentos para respirar un poco, para continuar después. Y seguimos subiendo.

    El Jefe, tras nosotros, no lo estaba pasando muy bien. La ocupación de su cuerpo por Sam Sewell le estaba trastornando visiblemente. Su corazón latía débil e irregularmente, tenía la piel seca y enrojecida y su campo de visión nublado. De tanto en tanto le hacía caer en brazos de sus ayudantes y dos veces hice que dijera:

    — Vamos, no tiene importancia. Me encuentro perfectamente. Sólo un poco cansado.

    Aquello era totalmente falso, por supuesto. El Jefe, hirviendo de rabia contenida, lo sabía. Yo no estaba muy seguro de la razón que existía para su debilidad física; cuando más tarde lo discutí con Kira, me dijo que la acción del sistema nervioso autónomo estaba inhibida por mi usurpación del cuerpo del Jefe del FBY. Cuando protesté en el sentido de que el sistema nervioso autónomo sigue su funcionamiento incluso dentro de la más profunda inconsciencia, ella replicó que la personalidad persiste, incluso cuando no se tiene la menor percepción de ella. Supongo que la explicación, aunque no técnica, de la cuestión sería la de que cualquier cuerpo no puede recibir nada bueno cuando está gobernado desde el exterior por otro distinto con su mente.

    Las frecuentes detenciones del Jefe en su ascensión para descansar, habían hecho distanciarse la separación que mediaba entre nosotros y ellos. Ya podíamos subir algo más ligeros y así lo hicimos. Siempre dando vueltas en aquella hélice que no parecía tener fin, pero siempre hacia arriba.

    Pero entonces me encontré frente a un cruel dilema. No tenía razones particulares para sentir compasión por el Jefe del FBY; pero yo no era un asesino. Si no dejaba en libertad su propio cuerpo pronto, tenía su muerte en mis propias manos. Más concretamente, si caía colapsado, tendría que enfrentarme con otro Jefe, un nuevo Jefe del FBY, y no me creía capaz de poner en práctica dos veces el salto del toro. Pero si dejaba libre al Jefe para gobernarse a sí mismo nuevamente, su primer acto sería ordenar que nos arrestasen a Despoina y a mí en el acto, e inmediatamente. Y lo primero que nos ocurriría sería «aislarnos para ver cómo funcionábamos».

    Me encontraba en un verdadero compromiso. Aflojé mi control sobre su cuerpo un poco para permitirle que su corazón funcionase algo mejor. Pero seguramente que mi determinación debió surgir un poco demasiado tarde. Había calculado mal el tiempo.

    Demasiado tarde, en efecto. Los suaves impulsos nerviosos del ritmo cardíaco normal de un corazón corriente había caído en una espantosa confusión de enervamiento. El Jefe, de nuevo vuelto a su cuerpo verdadero demasiado tarde, dejó escapar un gemido profundo y cayó como un fardo en la escalera helicoidal.

    Sus hombres se reunieron ansiosamente a su alrededor. Retiré al instante el control que ejercía sobre él en el instante en que cayó al suelo. Entonces Despoina y yo, sin perder tiempo en palabras inútiles de comunicación externa, comenzamos a correr con todas las fuerzas de que éramos capaces.

    No se oyó ningún disparo tras nosotros. Supongo que estarían demasiado ocupados con las atenciones que debían a su Jefe colapsado, para darse cuenta del espacio tan grande que ya mediaba entre ellos y nosotros. El murmullo de sus voces y conversaciones se fue desvaneciendo y la nerviosa sensación que sentía en la espalda, y que normalmente habría sido un balazo, un disparo paralizante o una granada de gases lacrimógenos, también desapareció. Entonces el agotamiento hizo que Despoina y yo camináramos a un paso más moderado, empezando a confiar en que nuestra desaparición sería un hecho, sin ser advertida.

    Habíamos ya subido un gran trecho. Había muy pocas pulgadas entre el borde de la escalera taladrada helicoidalmente y la chimenea que caía a plomo hasta el fondo, ya que no podía distinguir, en las miradas que de tanto en tanto dirigía por el borde y que me trastornaban produciéndome vértigos. La presión en mis oídos continuaba cambiando. Escapados de todo el nivel H, habíamos llegado al G, enterrado totalmente entre cascotes y ruinas, suponiendo que deberíamos hallarnos próximos al F. Pude entonces advertir un lugar alumbrado en el tope del taladro helicoidal, arriba del todo. Sí, ciertamente que habríamos debido recorrer un largo trecho.

    Estábamos casi en la cima. Todavía no se oían tiros tras nosotros, ni ruido de ser perseguidos. Tuve tiempo de maravillarme del tamaño de la excavadora barrenadora y de tratar de imaginarme cómo se las habría arreglado el FBY para llevarla hasta allí. Las difi—cultades logísticas de aquel intento debieron ser enormes. Estábamos más y más cerca, ya a pocos pies. Entonces vi, con una sorpresa que me dejó sin aliento, que había dos guardas apostados en la boca de la chimenea abierta por la barrenadora.

    Despoina los vio más a tiempo que yo, sus dedos se apretaron contra mi brazo. Pero si Sam Sewell se encontraba desanimado en un momento de desesperanza momentánea, el otro que había actuado media hora antes, no. Mi otra personalidad empujó a través de todo mi ser como un nadador se abre paso nadando con fuerza en la corriente. No resultaba doloroso en el aspecto físico, pero me llevó una gran resolución el tener que resistirlo. Ambos deseábamos estar juntos. Las fronteras de las dos naturalezas crecían fundiéndose de forma nebulosa. Una gran fuerza y una poderosa sabiduría, no propiamente mías, estaban a mi dis—posición.

    Despoina y yo habíamos alcanzado la cima de la chimenea. Los guardias nos miraron con incertidumbre. Empujé a Despoina frente a mí sin ceremonia alguna, de la forma en que puede ser tratado y empujado un prisionero. Me dirigí a los guardias.

    — El Jefe ha sufrido un ataque al corazón. Vayan en busca de un médico y de una camilla con abrazaderas. ¡Vamos, de prisa!

    La voz con que había hablado no era la mía. Era más baja de tono, con más fuerza en la entonación de ciertas palabras y matices distintos por completo a los correspondientes a la mía, era de hecho, la voz de Philips.

    — Sí, señor — repuso uno de los guardas —. Perdone, señor, no le había reconocido al principio. — Y vaciló un instante. — Y esa chica, señor...
    — Ella es una prisionera — contesté frunciendo el ceño —. ¡Vamos, no se demoren y dense prisa! Es una emergencia.
    — Sí, señor. — Los guardias volvieron la espalda y escaparon a toda prisa a cumplir las órdenes recibidas de su «teniente» Philips.

    Despoina y yo, terminamos con los dos últimos tramos de escalera de la chimenea. Estábamos en el nivel F, en una parte de aquel vasto nivel subterráneo, que no me resultaba familiar. Pensé que el acceso más fácil hacia el E estaría hacia la derecha. Pero aquél era el lugar a donde se habían dirigido los guardias. Sería preferible elegir otra salida.

    Tomamos el corredor hacia la izquierda tan rápidamente como nos permitieron nuestras piernas. No corríamos demasiado, ya que estábamos exhaustos, y Despoina, particularmente, se hallaba casi al borde del colapso.

    El «signo del poder», que una vez había sido propio de un hombre hacía milenios, estaba abandonándome. Poco a poco, casi sin sentirlo apenas, se retiraba de mi ser, apartándose de mi cuerpo y de mi mente. Me sentí algo triste. Pero, de todas formas, resultaba bueno saberse de nuevo uno mismo. Anduvimos unos cuantos pies hacia adelante, cuando Despoina tuvo que detenerse, apoyándose contra la pared para descansar. Se me encogió el corazón de observar lo pálida que estaba. Pero no me atreví a dejarla descansar más de un par de minutos.

    — Ya sé, Sam... — me dijo, jadeante, cuando le dije que debíamos continuar —. Habrán salido ya de la chimenea... y... no hemos hecho todo ese camino... para que nos atrapen ahora...

    Segundos más tarde oímos el ruido de las explosiones al final del corredor, desde el que procedíamos. Las explosiones fueron seguidas por un retemblar de toda la estructura del nivel a lo largo de sus paredes y corredores. ¿Qué estaría ocurriendo? ¿Estarían nuestros perseguidores volando todo el nivel para hacernos desaparecer totalmente y librarse de nosotros de una vez y por todas? Seguramente que no; más bien estarían lanzando granadas en los cruces de los corredores al azar, tratando de descubrimos por alguna parte.

    Pero aquel espantoso retemblar de las paredes rocosas me dio una buena idea; tal sería el último legado de la forma en que una vez se halló un hombre en Creta. Sabía dónde había visto a Jaeger.

    — ¡De prisa! ¡De prisa, Despoina! — le grité a mi compañera —. Tenemos que conseguir llegar a la galería más baja.


    XXIV


    Nos habíamos cubierto tras un montón de rocas hacia la izquierda y a unos cuantos cientos de yardas de la entrada de la galería inferior. Pensé que las rocas evitarían que nuestros perseguidores nos detectaran utilizando sus dispositivos especiales para el caso. Y creí (porque conocía un testimonio del Jaeger en una sesión de investigación del Senado) que el techo de roca era particularmente fuerte en aquel punto. Aquello era algo que debería descubrir por nosotros mismos.

    Había otra buena razón para haber elegido aquel lugar como reducto. Despoina me había dicho, mientras corríamos juntos, que cualquier sonido producido allí sería recogido, amplificado y remitido en forma de ecos hasta la mitad de la galería. A menos que los hombres que nos perseguían no estuviesen familiarizados y conociesen tales efectos acústicos de la galería, que yo pensé que tenían, pensarían que estaríamos escondidos en alguna parte de su interior.

    Esperamos. Era parte de mi plan el utilizar los efectos de mareas de atracción gravitatoria que el movimiento de la Luna efectúa a través de las rocas. La magia no podía servimos mucho en aquella ocasión, excepto suministrar la ilusión que yo esperaba producir con determinados trucos en nuestros oponentes en acción. Trataría de llevar a la práctica un efecto físico, mediante un medio físico.

    Utilicé la vista y vi a través de cientos y cientos de pies de construcción y rocas, que el círculo rojizo de la luna iba subiendo poco a poco por el cielo. El tiempo ideal de poner mi plan en acción sería cuando se encontrase pasado el meridiano.

    Nuestros perseguidores estaban armando un verdadero infierno para capturarnos. Podía oír sus voces con órdenes y contraórdenes mediante sus aparatos individuales de radios emisores—receptores portátiles, a los hombres que se hallaban en el nivel superior al nuestro, llevando y utilizando linternas eléctricas y docenas de bombas de mano. La luz resultaba pobre; pero ellos eran bien visibles, sin embargo. ¡Toda aquella gente para capturar a dos Wicca desarmados! Aquello también tenía su lado divertido. Me preguntaba por qué no nos aplastaban de una vez directamente. Pero sin duda ignoraban en el lugar en que nos en—contrábamos, y probablemente tampoco estarían seguros de que pudiésemos estar por allí cerca, teniendo en cuenta, además, la incertidumbre de lo que podía suponer que fuésemos portadores de las esporas de la forma más mortal de las epidemias.

    Especulé mentalmente sobre las pequeñas explosiones de las granadas que estallaban por doquier. ¿Bombas de mano? Casi con certeza que no deberían ser, las llevaban al cinturón, pero supongo que tratarían de no emplearlas por temor a nuestros frascos portadores de las esporas de la muerte. Debían querernos intactos, y harían lo imposible por conducirnos intac—tos a sus superiores. Las pequeñas bombas deberían ser seguramente de gas anestésico o lacrimógeno. Creo que aquellas granadas lanzadas en el F no tenían otro fin que aterrarnos.

    Se produjo un fuerte rumor y después una voz amplificada, fuerte e impersonal que se dirigía a nosotros.

    —¡Vamos, salid! Venid aquí y no sufriréis ningún daño. Respetaremos el acuerdo que el Comisionado Harris hizo con vosotros. Os prometemos la inmunidad. Salid de donde estéis y no sufriréis nada.

    Era una promesa y sentí por un instante una ligera tentación de aceptarla. Nosotros, los Wicca, estamos entrenados en los escrúpulos por la vida. Tal vez pudiésemos llegar a un modus vivendi.

    Puse mis labios en el oído de Despoina y le dije con voz casi inaudible:

    — ¿Puedes captar sus pensamientos?

    Despoina sacudió la cabeza negativamente.

    — No. Están escudados.

    Aquello en sí ya resultaba sospechoso. ¿Por qué actuaban así si pretendían ser sinceros? No resultaba concluyente. Reflexioné. Después arranqué unos cuantos guijarros de la pared y los fui lanzando uno tras otro, hasta media docena, contra la pared adyacente. En el acto, dos segundos después, un ruido, casi exactamente como el producido por un disparo paralizante a toda carga, llegó resonando con su eco hasta en medio de la galería.

    Después comenzó un estallido de actividad desusada, órdenes de un lado a otro, palabras y gritos acerca del material a emplear, procedente de nuestros enemigos. La voz amplificadora se detuvo a mitad de la frase, En la confusión alguien dejó al descubierto su escudo mental protector, y yo, que de todas formas no soy más que un telépata corriente, capté las palabras:

    «... bastardos. Cuando les echemos el guante me daré el gusto de hacer la disección del sistema nervioso de esa bruja personalmente».

    ¿Qué partido tomarían a renglón seguido? La luna se encontraba ya casi en el meridiano. Recordé que Jaeger, un geólogo que había testificado contra los niveles y su sistema, había dicho que la totalidad del lugar era geológicamente inmune al ruido; pero que la galería más baja era tan débil que el trabajo de intentar reforzarla haría que el techo se desplomara por entero. Los legisladores le habían escuchado lo suficiente para omitir la galería del sistema estructural de la construcción.

    Nuestros enemigos estaban descargando el contenido de sus cinturones lanzando granadas constantemente. Fuese lo que fuese que quisieran hacer, era llegado el momento para Despoina y para mí de comenzar nuestro trabajo.

    Cuando se lo dije a ella, precisamente poco antes de que llegasen hasta donde estábamos, rogándole que produjéramos el fantasma de un hombre, se mordió el labio inferior y me dijo que resultaría bastante difícil. Tal proyección precisaba de una mente en calma y serena. Pero cuando le expliqué el objetivo que perseguía, estuvo de acuerdo en intentarlo. Y entonces, puestos de rodillas, uno de cara al otro, entre la masa de rocas del lugar que ocupábamos, comenzamos aquel simple rito.

    Lo más difícil, como ella había predicho, era el conservar la mente concentrada en nuestro propósito. Si no hubiera sido por el entrenamiento que me dio Kira, jamás pude haberlo hecho. La curiosidad sobre los ruidos que me envolvían procedentes de nuestros enemigos, era suficiente para estropearlo todo. Sobre el suelo y entre ambos, algo blanco y viviente comenzó a surgir tomando vida, procedente de nuestras propias vidas.

    Pudiendo distraerme un instante, arriesgué un vistazo al exterior y vi que los hombres del FBY se movían con lentitud dentro de la galería. Dos grandes reflectores, tras ellos, combatían en los lugares ocupados por las sombras.

    Conforme avanzaban los hombres del FBY noté que realizaban movimientos torpes con las manos, oyendo una serie de respiraciones sibilantes. Si, es que llevaban puestas máscaras antigás.

    Esperé hasta que estuvieron dentro de la galería. Se movían con cautela, nos buscaban en cada sombra y tras cada una de las innumerables estalactitas que nos rodeaban. Olí un olor dulzón, lo que me dio a entender claramente que estaban empleando o pensaban emplear gases anestésicos.

    Entonces era llegado el momento. La luna se encontraba justamente en el paso por el meridiano; era el momento justo y se lo indiqué a Despoina. Hicimos entonces que el fantasma cobrase cuerpo.

    El espectro que surgió de entre nosotros tendría unos seis pies de altura, ligeramente luminoso y tan insustancial como un espíritu. De hecho, hablando estrictamente, era un verdadero fantasma, hecho con los procedimientos que los antiguos llamaban ectoplasma. Pero yo creí que sería aceptado así, aunque sólo fuese para asustar a nuestros enemigos lo suficiente.

    El fantasma flotó hacia adelante, hasta encontrarse justo dentro de la boca de la galería. Tan fuerte como pude gritar, les dije:

    — ¡Vosotros, hijos de perra, ahora habéis caído en la trampa!

    Debieron haber oído mi grito desde todas partes simultáneamente. Se volvieron en todas direcciones, con las manos sobre sus armas, dispuestos a hacer fuego. Y entonces vieron el fantasma con un brazo sobre la altura del hombro dispuesto a arrojarles una bomba.

    Algunos de los más nerviosos dispararon sobre él, escuché claramente el ladrido de una pequeña ametralladora. Mi astucia estaba dando su fruto. A los próximos instantes siguientes, todo el mundo comenzaría a arrojarle granadas de mano. Pero Despoina, que había suministrado la mayor parte del plasma que configuró el fantasma, dejó escapar un sordo gemido y cayó hacia adelante. Se había desmayado. Y el fantasma desapareció igualmente como un paraguas que se cierra.

    Se produjo un tiroteo cruzado en toda la galería. Una voz autoritaria sobresalió sobre el tumulto.

    — ¡Silencio! ¡Eso no ha sido más que un truco, uno de sus trucos de magia! Están desarmados. ¡Vosotros, Arnaudi y Bacon, montad guardia a la entrada! ¡El resto, seguid la búsqueda!

    Su famosa disciplina surtió efecto. Arnaudi y Bacon se destacaron del grupo y los otros continuaron cuidadosamente buscando rincón por rincón entre las sombras de la galería.

    Me sentí derrotado. Dentro de un par de minutos comprobarían que no estábamos en la galería y comenzarían a buscarnos por los demás sitios. ¿Qué hacer? Si abandonábamos el refugio de las rocas, Arnaudi y Bacon nos verían en el acto, y si por algún milagro conseguíamos pasar hacia alguna de las salidas del nivel D, nos encontraríamos con los hombres del FBY estacionados en lo alto. ¿Qué podríamos hacer, pues? Podríamos evadirnos de ellos durante unas cuantas horas, incluso por un par de días. Pero estarían seguros de que nos atraparían al final. Y entonces... ¿Nos harían realmente aquella horrible disección con que nos habían amenazado? Desde luego que lo harían. Habían volado la totalidad de un nivel con medio millar de personas en su interior, sólo para estar seguros de que nosotros, los Wicca, jamás estaríamos en condiciones de llegar al nivel H. No dudarían jamás en hacer con nosotros aquella atrocidad.

    Despoina comenzó a dar signos de vida, abriendo los ojos. En un susurro, me dijo:

    — La roca.

    Creo que la aborrecí por un instante. ¿Qué quería significar con aquello? Si no se hubiera desmayado, no estaríamos entonces en tan apurado trance. Después, miré al interior de las rocas y vi al nivel de mis hombros, un trozo de roca desprendido del tamaño de una pelota de baseball. Si pudiera desprendería del todo, si pudiera arrojarla... ¿Por qué no? Valía la pena intentarlo. No podríamos utilizar nada mejor. Me di cuenta por las pisadas de nuestros enemigos, que los hombres del FBY habían terminado de buscar en la galería y se dirigían hacia la entrada. La Luna pasaba entonces por el meridiano hacia su ocaso. Apuntando un instante, cogí aquel trozo de roca y lo lancé con todas las fuerzas de que fui capaz.

    Apunté hacia un punto próximo a la entrada, a un enjambre de estalactitas que dependían del techo bajo de la galería. Fallé al principio, la piedra había dado, estrellándose, en la segunda estalactita. Se produjo un ruido sordo y hueco, y entonces la totalidad de la parte más baja de la masa de aquella formación saltó hecha pedazos. Golpeó el suelo de la galería sólo a pocos pies de donde estaban los hombres en vanguardia del FBY.

    Los hombres que avanzaban se apercibieron de la dirección del tiro y oyeron el impacto. Uno de ellos se llenó de pánico y nos arrojó una granada de mano.

    No nos produjo daño alguno. Pero alguien, ya en el interior de la galería, oyendo la piedra y después la explosión, decidió que se trataba de un ataque en regla. Y lanzó una granada en medio de la galería. Tuvo que haber oído la explosión de la granada de Arnaudi como proviniendo de allí. Los haces de luz de las linternas y los reflectores, comenzaron una loca danza en todos sentidos. Alguien lanzó otra granada y otra después. En el minuto siguiente, tuvieron que haberse producido una docena de explosiones, mezcladas con fuego de rifles y disparos de ametralladora.

    La voz autoritaria de mando que había sonado antes, se desgañitaba en aquel caos, tratando de restablecer el orden. Pero ya resultó demasiado tarde. Sentí que se producía un largo y prolongado estremecimiento de todo el suelo. El techo de la galería comenzó a sufrir sacudidas. Caía hacia abajo, como una membrana que está a punto de romperse por un punto. A pocos segundos, se rompió efectivamente y una tonelada de rocas tras otra, comenzó a verterse por la abertura. Yo había tomado a Despoina en mis brazos y me aplasté literalmente contra la pared rocosa de nuestro refugio, rogando interiormente que aquello pudiera resistir la hecatombe que se nos venía encima. Un hombre, Arnaudi o Bacon, corrió hacia nosotros, gritando algo. Una sección entera del techo cayó tras él. Después, una espantosa rociada de tierra le enterró por completo. El ruido de las rocas que caían por aquel vertedero aumentaba de fuerza, hasta ir cesando lentamente y cesar por fin.

    Aquello parecía acabado. La galería baja habíase hundido totalmente, todo sonido de voces de su interior había muerto. Pero oí otro temblor procedente, como un aviso, desde abajo. Seguí esperando con Despoina tan fuertemente sujeta en mis brazos, que me dolían del esfuerzo.

    Se produjo un enorme y largo rugido subterráneo, que en cierta forma tenía un matiz melancólico. Otro y otro más y aquel rugido de las cavernas se aproximaba más y más. El suelo tembló bajo mis pies. Me acurruqué como pude contra la pared. El suelo temblaba aún con más violencia. Lejos y hacia la derecha, donde se hallaba la estructura del nivel principal, percibí un ruido que avanzaba hacia nosotros de forma terrible y cada vez más potente. Me di cuenta de lo que era. No había lugar a especulaciones: los niveles se estaban desprendiendo y hundiéndose.

    Todo lo que existía entonces frente a mí, quedó barrido repentinamente en una cascada fantástica de rocas que caían hacia abajo. Me sentí deslizarme hacia adelante, sin poder evitarlo. No había aire que respirar, parecía algo sólido el poco aire disponible. Demasiado asombrado por lo que sucedía para hallarme aterrado, sostuve a Despoina en mis brazos y esperé la muerte o la vida.

    Me había apalancado sobre el montón de rocas de nuestro refugio, pero todo aquello, a su vez, se deslizaba lentamente. Sentí que estábamos arrastrados por una monstruosa corriente de rocas con destino desconocido. Más y más piedras y rocas por todas partes. Era como una barrera que llegó a encerrarnos en el más mínimo espacio vital imposible de imaginar. Y en—tonces, desde el borde de los niveles, por encima de nosotros, la gloriosa luz de la Luna, nos iluminó. Dejé escapar un suspiro de alivio, tembloroso. Despoina se agitaba ya entre mis brazos y la dejé descansar sobre el suelo aún deslizante. El aire estaba lleno de polvo espeso e irrespirable. Me quedé allí inmóvil por un largo espacio de tiempo.


    XXV


    La Luna fue nuestra guía. Mirando hacia arriba pude ver entre la parte dentada de la chimenea abierta por la perforadora y el borde de la gigantesca masa de cascotes, espacios en claro a través de los cuales era posible ir subiendo. Salí afuera de las sombras, con precaución, encontramos un trozo de construcción de acero sobre mi cabeza. Sobresalía de entre toneladas de peso de rocas y cascotes. Con ello pude ayudarme para subir y situarme hasta cierta altura. Desde allí me incliné sobre Despoina y le di la mano. Cuando ambos estuvimos fuera del refugio, continuamos nuestro camino pulgada a pulgada a lo largo de aquella estructura de acero, hasta llegar hasta el esqueleto de acero de una puerta que daba acceso hacia arriba, donde había estado el nivel D. Desde allí pudimos encontrar el refuerzo de una columna de cemento que debió haber sido el soporte de alguna techumbre. Nuestro progreso fue dolorosamente lento, en parte porque teníamos que comprobar cada paso que adelantábamos y en dónde poníamos los pies para continuar nuestra marcha y de otra, porque estábamos terriblemente fatigados.

    Pudimos arreglárnoslas para pasar entre trozos sobresalientes de muebles de oficina, refrigeradores destrozados por la catástrofe, secciones de librería de acero, cuartos de baño saltados en pedazos, galones enteros de materias colaginosas, maquinaria de energía des—truida y demás materiales de un mundo privado y autárquico. Aquel mundo se había hundido en las profundidades, sin remedio.

    Cuando pudimos llegar hasta donde lo que había sido el nivel C, tuvimos un poco de suerte. En el mismo borde del nivel excavado, todavía quedaba en pie un escalador. No funcionaba, por supuesto, y parecía estar colgado sobre la nada; pero pudimos subir a pasos normales con su ayuda y los peldaños de sus alrededores. Tras haber subido unos treinta pies, encontramos un rellano y el escalador hacía allí un giro de 180 grados. Continuamos subiendo. En el próximo rellano había una interrupción. Un enorme bloque de cemento yacía entre nosotros y los próximos escalones. Podía ser saltado por encima, desde luego; pero estábamos tan cansados que tuvimos que descansar antes de intentarlo. El escalador aún continuaba pareciendo lo suficiente sólido. Había visto un colchón de espuma de goma colgando limpiamente de entre aquel caos de objetos y próximo a nosotros. Diciéndole a Des—poina que aguardase, me las arreglé para hacerme con él, dejándolo en el rellano. Lo extendí en el suelo. Y allí nos tumbamos y con Despoina en mis brazos caí en el sueño más reparador que jamás había tenido en toda mi vida.

    Cuando desperté, la Luna se hallaba a medio camino en el cielo. Despoina abrió los ojos y sonrió. Se dice que no se aprecian los colores a la luz de la Luna, pero eso es un absurdo. Sus cabellos tenían el mismo color de oro ardiente de siempre.

    Sin mediar una palabra, comenzamos a hacernos el amor. Lo que más me sorprendió fue lo fácil que resultó todo. Pero entonces, tal placer, había estado en preparación por un largo espacio de tiempo.

    La primera vez que había visto a Despoina, ella era la gran bruja, la alta sacerdotisa, desnuda hasta la cintura, pero revestida de autoridad. La siguiente vez había sido mi compañera, una mujer a mi lado sufriendo peligros y penalidades. Entonces no era ninguna de ambas a quien abrazaba, sino al verdadero espíritu, salvaje y dulce de la tierra inmortal, sin edad, sin tiempo.

    Cuando estuvimos satisfechos, dormimos durante otro buen rato. Entonces, aunque en contra de nuestro gusto, ya que la Luna estaba a punto de ponerse, dejamos el colchón y nos vestimos.

    Conseguimos salir de aquella masa enorme de cemento sin grandes dificultades. En al cima del escalador, el suelo estaba roto, pero todavía quedaba una escalera auxiliar, bastante resistente, colocada contra la roca y que daba acceso al nivel A.

    Al terminar la escalera metálica, buscamos la salida y tras habernos orientado convenientemente vimos hacia la derecha una gran abertura cuadrada. Por cuanto yo recordaba de la topografía especial del nivel A, aquello debía conducir a una de las entradas subsidiarias del nivel. Tendría que haber un pasaje, inclinado ligeramente hacia arriba, hasta alcanzar por fin la superficie. La dificultad estribaba en pasar por aquella abertura. Despoina, debajo de mí, comprendió la dificultad. Y me llamó:

    — Sam, hay el respaldo de un sillón de oficina a donde puedo llegar. Si pudieras colocar el extremo bajo la escalera, podrías saltar hasta ella.
    — De acuerdo. Cógela.

    El respaldo era de un fuerte roble, la clase de sillón que suele encontrarse en los salones de un Consejo. Volví la parte cóncava hacia la pared, enganché el extremo bajo la escalera y subimos por aquel trozo improvisado antes de tener tiempo de temer por una caída. Aunque con mil apuros conseguimos nuestro propósito. Una vez en la parte superior volví a dar la mano a Despoina subiéndola conmigo. Era más alta que Kira aunque en realidad no debería pesar mucho más.

    Aquel pasaje estaba iluminado por un resplandor fluorescente, más sombrío que la luz de la luna del exterior, que ya estaba escondiéndose. Había una corriente de aire desde la lejana e invisible superficie de la tierra.

    — Despoina — le pregunté entonces —, ¿cómo sucedió que conociste a Ames?

    Ella sonrió alegremente.

    — ¿Ha estado esa idea en tu mente todo este tiempo?
    — Sí. Tú le conocías, desde luego.
    — Nunca lo negué — repuso, suspirando —. Cuando empecé a soñar contigo — continuó — nunca pude ver tu rostro. ¿Sabes ahora quién eres, Sam?
    — Creo que sí. Soy el diablo.
    — Tú eres la persona a quien nuestros enemigos llaman el diablo — me advirtió corrigiéndome —. Daban ese nombre al varón pareja de la alta sacerdotisa, el otro foco de poder en el círculo mágico. Tú eres de la vieja sangre, Sam.
    — Ya sé. Quiero decir, ahora lo sé.
    — Sí... Cuando comencé por vez primera a soñar contigo, nunca podía ver tu rostro. Tenía que buscarte y el lugar más apropiado era buscarte en el FBY, quienes obviamente, estaban en posesión de algunas de nuestras técnicas.
    — Entonces, Ames...
    — Ames fue una de las personas de quien pensé que podías ser tú mismo. Pasó bien la primera prueba; pero fracasó a poco. Los contactos de Ames conmigo atrajeron la atención de sus superiores y se asignó a Gerald la misión de espiamos.
    — ¿Quién era Gerald?
    — Fue el hombre que viste muerto de la forma pulmonar de la epidemia en el nivel F1. ¿No lo recuerdas?, cuando Kira, al verte por primera vez te preguntó: — ¿No es usted Gerald? Ella no sabía que estaba muerto. Yo me inclinaba a concederle cierta importancia; pero los mayores desconfiaban de él. Tendieron una trampa para él, trampa que un hombre inocente hubiera ignorado. Su muerte fue la prueba de su culpabilidad. Aunque no quisimos que muriera, en realidad.

    Habíamos comenzado a andar hacia adelante, lenta pero firmemente, mientras hablábamos.

    — ¿Era Nifo otro de tus candidatos? — le pregunté entonces.

    Despoina volvió a reír.

    — No, me vio con Ames unas pocas veces y me recordaba.

    Yo dejé escapar un suspiro.

    — ¿Te sientes vejado todavía? — me preguntó Despoina.
    — ¿Vejado? Sí, supongo que lo estoy. Quisiera saber cómo será el futuro... Tras las epidemias, la sociedad se dividió porque las gentes dejaron de cooperar. Pero lo que llevo ahora en mis bolsillos, lo que fuimos a buscar al nivel H, lo cambiará todo. Y después... ¿qué sucederá, Despoina? Si la gente vuelve de nuevo a cooperar, ¿no lo hará para una mutua destrucción?

    Ella aprobó con un gesto.

    — Sí, existe esa oportunidad. Pero las epidemias han producido cambios físicos en las personas, y no todos son reversibles. Nosotros somos diferentes de lo que solíamos ser. Si existe la posibilidad de volver al malo y viejo mundo de antes nuevamente, también la hay de que se reconstruya mejor de lo que fue. Creo que vale la pena de tomar ese riesgo. ¡Nos queda tanto por hacer! Creo que debemos estar esperanzados sobre el particular.

    Habíamos llegado al fin del pasaje. La noche se extendía ante nosotros. La Luna se había escondido en el horizonte. El cielo aparecía obscuro y en calma. La constelación de Casiopea alcanzaba su máximo punto por encima de la estrella Polar y las brillantes estrellas de Orión, brillaban hacia el este.

    — Despoina — le dije en un murmullo, mirando a los cielos —, ¿cómo podemos entender eso?: ¿la obra de relojería de los cielos, impresionante y más bien pasada de moda según el punto de vista de Newton, o «el ejército de la Ley inalterable»?
    — Eres un hombre cultivado, Sam — repuso ella. Su perfil se destacaba delicadamente a la luz de las estrellas —. No conozco la respuesta. Pero tal vez, sea suficiente el que hayamos dejado el submundo en que hemos vivido para siempre y podamos decir con el más excelso de los poetas: «Salimos hacia adelante y de nuevo vimos las estrellas».


    FIN



    NEBULAE 123
    E. D.. H. A. S. A.
    BARCELONA BUENOS AIRES
    TITULO ORIGINAL EN INGLES: SIGN OF THE LABRYS
    Traducción de FRANCISCO CAZORLA OLMO
    Depósito legal: B.32.837.1966
    Nº. Rgtro.: 4.743—66
    © Editora y Distribuidora Hispano Americana, S. A.
    Avenida Infanta Carlota, 129. Barcelona
    Emegé. E. Granados. 91 y Londres. 98 — Barcelona

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