Publicado en
abril 20, 2014
Todo comenzó el día en que Eulogia dio una fiesta en su departamento de "soltera" e invitó a Roberto... Sin habérselo propuesto, ella y su ex marido terminaron haciendo el amor en un motel.
Por Elizabeth Subercaseaux.
Si alguien le hubiese vaticinado a Roberto que llegaría un momento en que se convertiría en amante de la misma mujer con la que estuvo casado 20 años, y que esta asumiría unos aires de condescendencia que no se habían visto ni en el cine, no lo hubiera creído. Y se hubiera reído si le hubieran dicho que él debía pagar el alquiler de un departamento para las noches de amor con Eulogia, y que luego de amarla a gusto de ella (todo había cambiado tanto) debía regresar a su casa, muerto de cansancio y frío, porque Eulogia se negaba rotundamente a despertar con nadie en la cama que no se fuera su gato... Pero lo cierto es que estaba enamorado del todo de una mujer separada (de él) que se negaba rotundamente a casarse de nuevo (con él menos que con nadie), gastando una plata que no tenía para que ella estuviera contenta. Eso por no decir para que ella se dignara a salir con él. ¿Se había visto una situación más indigna? ¿Qué diablos era esto de tener una casa para él solo, otra para Eulogia, y un departamento minúsculo (constaba de una pieza con una cama y dos veladoras) para hacer el amor?
—Son los tiempos modernos —se reía Eulogia, mientras se arreglaba el pelo viéndose en un espejito mexicano que había comprado para su nido de amor con su ex marido— . Es bueno que te vayas dando cuenta de lo que pasa ahora, y lo que sucede es que somos nosotras, las mujeres, quienes decidimos cómo, cuándo y por qué nos acostamos con el marido, con el ex marido, o con quien sea.
Roberto la miraba atónito. ¿Era esta su querida Eulogia? ¿Qué animal le había picado? ¿Quién le había metido esas ideas de feminista de los 60 en la cabeza?
—No me mires así. No tiene nada de raro. Estamos separados y date con una piedra en el pecho que haya aceptado ser tu amante, habiendo tantos hombres apetecibles por ahí.
Todo comenzó el día en que Eulogia dio una fiesta en su departamento de "soltera" e invitó a Roberto, a sus hijos y a Tina Fernández. Roberto fue el primero en llegar, porque la curiosidad de ver cómo se las ingeniaba Eulogia viviendo sola se lo comía, y casi se va de espalda cuando una mujer joven, linda y muy bien arreglada le abrió la puerta. Eulogia lo hizo pasar a su departamento, nada ostentoso, pero de buen gusto y muy acogedor, donde los esperaba con una cena incomparable, flores y un ambiente tan grato que él se hubiera quedado allí toda la vida. Al día siguiente y luego de soñar con esta nueva Eulogia, la llamó por teléfono y la invitó a almorzar.
Por la mañana fue al gimnasio, se compró un traje nuevo, se cortó el pelo y se hizo masajes en la cara. Quería estar relajado y lo más presentable posible para su cita. Quería verse bien. Que Eulogia se sintiera cómoda con él. La cita era a la una, en un restaurante que él sabía que a su ex mujer le encantaba.
Eulogia llegó corriendo, despeinada, porque no tuvo tiempo para ir a la peluquería. Pidió todo tipo de disculpas porque no podría quedarse más que una hora con él; tenía una reunión de trabajo importante y Tina, su jefa, estaba fuera de la ciudad.
Comieron rico y hablaron como buenos amigos. Eulogia se veía fresca y contenta, y él la observaba sin poder creer que esta fuera la misma mujer que lo esperaba lloriqueando en la cama esas noches (ahora se arrepentía) en que él se iba de parranda con la flaca. ¿Quería decir que lo que le hacía falta era librarse de él? ¿Pero no decía que lo quería tanto? ¿Que estaba tan enamorada de él? ¿Y para qué había llorado por la flaca, si en el fondo él le importaba un rábano? Estos pensamientos pasaban por su mente mientras la miraba comerse el pan con mantequilla, sin importarle si iba a ganar peso, riendo a carcajadas con sus propios chistes, tomando su mano de vez en cuando, como a un buen amigo...
Al día siguiente, la llamó de nuevo. Y al otro. Y al otro. Y así fue como, sin que Eulogia jamás se lo hubiese propuesto, terminaron haciendo el amor en un motel y al final del acto sexual, que fue increíblemente satisfactorio para ambos, se miraron como si fuera la primera vez. Al día siguiente fue lo mismo. El fin de semana se fueron a un hotel en la playa. Un mes más tarde pasaron dos días en Miami, porque Eulogia quería hacer algunas compras y Roberto la invitó. Y la vida siguió su curso hasta esa nóche en que Roberto le hizo el amor en el departamento y regresó a su casa muerto de cansancio y de frío, sin entender por qué no se casaban de nuevo.
Al día siguiente, Roberto llegó a la oficina de Eulogia con un gran ramo de rosas rojas, pasó derecho hacia su despacho y, una vez adentro se arrodilló a su lado. Eulogia, que estaba sumida en su computadora tratando de hacer cuadrar los números de las ventas de la última semana, sintió como si alguien (creyó que era un ángel) se hubiera instalado a su lado; pero estaba tan ocupada con el balance, que continuó con lo que estaba haciendo. Diez minutos más tarde, el ángel seguía en el mismo lugar. Eulogia podía escuchar su respiración casi encima de su cuello. Solo entonces se dio vuelta y se encontró con Roberto, el ramo de rosas y unos ojos suplicantes. Sintió una especie de parálisis.
—¿Qué haces aquí? —gritó.
—He venido a proponerte que nos casemos, que vivamos juntos de nuevo, que superemos lo que ha pasado entre nosotros y volvamos a empezar, Eulogia.
—¿Te volviste loco? ¿De qué estás hablando? Ya, pues, Roberto, no me hagas estas bromas, no puedo perder el tiempo en inutilidades, cuando estoy haciendo un esfuerzo bárbaro por averiguar cuáles han sido las utilidades de la empresa la última semana.
Entonces Roberto le explicó su situación de ex marido enamorado de la ex mujer, como nunca lo había estado mientras estuvieron casados, y acto seguido le dio las rosas.
—¿Te casarías por segunda vez conmigo, Eulogia?
Eulogia se levantó y tomó el teléfono con decisión.
—¿Qué haces?
—Estoy llamando a mi terapeuta para ver si te puede recibir el lunes. Tienes que estar enfermo de la cabeza, del corazón o de ambas cosas. ¡Cómo se te ocurre que nos vamos a casar de nuevo! ¿En qué tiempo estás viviendo? ¿No ves que ahora la gente a duras penas se casa una vez, porque sabe que hasta un abrigo en liquidación dura más que un marido? Mira, Rober, cuando yo era chica, mi mamá me dijo que todo era para siempre, el marido era para siempre, la casa era para siempre, el abrigo de piel era para siempre, y ¿sabes qué he aprendido en mi vida? ¡Que nada es para siempre! El marido es desechable, igual que un lápiz. ¿Y la casa? ¿Cuál casa? No he podido comprarme una casa. Y en cuanto al abrigo de piel, el mío me duró hasta que el mundo empezó a tener conciencia ecológica y yo iba caminando por la Quinta Avenida de New York y una señora me pegó un paraguazo por andar con la piel de un "pobre gatito asesinado". Así que ya lo ves, mi mamá estaba perfectamente equivocada, nada es para siempre, y el marido menos que nada.
Roberto sintió una lágrima que corría por su mejilla.
—No me digas que te vas a poner a llorar, porque si hay algo que no resisto es a un ex marido llorando por mí.
—¿Por qué no entras en razón? Nos llevamos bien, nos conocemos de toda la vida, somos buenos amantes. Hemos tenido una crisis como cualquier matrimonio, tenemos tres hijos, luego vendrán los nietos, ¿qué tienes en contra de vivir conmigo en la misma casa?
—Todo —dijo Eulogia sonriendo—. Si vuelvo a lo de antes voy a engordar, se me va a resquebrajar el cutis, me van a salir canas, la "meno" me llegará temprano, no me estará permitido mirar para el lado y la rutina se hará cargo de que el sexo sea una lata... No, mi querido Roberto, ya es tarde para ser marido y mujer de nuevo. Eres mucho mejor como amante. Sigamos así, y cuando te aburras de mí y yo me aburra de ti, cada uno a su vida y tan amigos.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, ENERO 3 DEL 2006