TEMPRANO, UN DOMINGO POR LA MAÑANA (Isaac Asimov)
Publicado en
marzo 23, 2014
Geoffrey Avalon agitó su segunda copa mientras se sentaba a la mesa. No iba aún ni por la mitad y sólo bebería algunos sorbos más antes de dejarla definitivamente. No parecía muy feliz.
—Esta es la primera vez, que yo recuerde, que los Viudos Negros se reúnen sin un invitado. —Sus espesas cejas, negras aún (aunque su bigote y su barba, cuidadosamente recortados, se habían vuelto respetablemente grises con los años) parecían erizarse.
—¡Ah, qué diablos! —dijo Roger Halsted, abriendo su servilleta con una sonora sacudida antes de extenderla sobre sus rodillas—. Como anfitrión de esta sesión, ésa es mi decisión. Sin apelación. Además, tengo mis razones. —Con la palma de la mano hizo un gesto como para despejarse la amplia frente de algunos cabellos que hacía varios años habían desaparecido de allí.
—En realidad —dijo Emmanuel Rubin—, no hay nada en los reglamentos que exija tener un invitado presente. Lo único que no debemos tener a la mesa, es una mujer.
—Los miembros no pueden ser mujeres —dijo Thomas Trumbull, eternamente bronceado e igualmente sombrío—. ¿Dónde dice que el invitado no puede ser una mujer?
—No —dijo Rubin de inmediato—. Todo invitado es un miembro ex officio durante las comidas y debe atenerse al reglamento, incluyendo el hecho de no ser mujer.
—¿Qué significa ex officio de todos modos? —preguntó Mario Gonzalo——. Siempre me lo he preguntado.
Pero Henry ya estaba sirviendo el primer plato que parecía ser un largo rollo de pasta, relleno de queso con especias y luego horneado y cubierto de salsa.
Después de un rato, Rubin dijo con expresión de profunda desdicha:
—Me da la impresión de que esto es un rollo de pasta relleno...
Pero, para ese entonces, la conversación se había generalizado y Halsted aprovechó un silencio para anunciar que tenía lista su próxima estrofa para el tercer canto de la Ilíada.
—Vete al infierno, Roger —dijo Trumbull—. ¿Piensas infligirnos una de ésas en cada reunión?
—Sí —dijo Halsted pensativamente—. Es exactamente lo que estaba planeando hacer. Es lo que me impulsa a trabajar en ellas. Además, hay que poner algo de valor intelectual en estas comidas... ¡Eh, Henry! No te olvides de que si hay bisteques esta noche quiero el mío cocido a medias.
—Hay trucha esta noche, Sr. Halsted —dijo Henry, volviendo a llenar las copas de agua.
—Bien —dijo Halsted—. Aquí va:
Menelao, aunque no el más poderoso,
es más fuerte que París el famoso.
En la lucha Menelao es cosa buena.
Fácilmente ganó el duelo por Helena.
Mas la diosa Afrodita al galán raptó.
—Pero ¿qué quiere decir? —preguntó Gonzalo.
—Bueno, en el tercer canto —intervino Avalon— los griegos y los troyanos decidieron solucionar el asunto por medio de un duelo entre Menelao y París. Este último se había fugado con la esposa de aquél, Helena, y eso fue lo que causó la guerra. Menelao ganó, pero Afrodita rescató a París justo a tiempo para salvarle la vida... Me alegro de que hayas usado Afrodita en lugar de Venus, Roger. Se abusa mucho de los términos romanos.
Con la boca llena, Halsted dijo:
—Quise evitar la tentación de la rima fácil.
—¿Ni siquiera has leído la Ilíada, Mario? —preguntó James Drake.
—Soy un artista. Tengo que cuidarme los ojos —dijo Gonzalo.
Al llegar los postres, Halsted dijo:
—Bien, permítanme explicarles qué tengo en mente. Las últimas cuatro veces que nos hemos reunido siempre ha surgido algún tipo de delito durante la conversación, y en el curso de esa charla éste ha sido solucionado.
—Por Henry —interrumpió Drake, apagando su cigarrillo.
—De acuerdo. Por Henry. Pero, ¿qué tipo de delitos han sido ésos? Delitos estúpidos. La primera vez yo no estaba aquí; pero por lo que supe se trataba de un robo y no muy importante, tampoco. La segunda vez fue peor. Era un caso de alguien que había hecho trampas en un examen. ¡Dios mío!
—Eso no es tan insignificante —murmuró Drake.
—Bueno, no es precisamente algo importante. La tercera vez -y yo me encontraba presente en esa ocasión- se trató de otro robo, pero algo mejor. Y el cuarto caso fue algo relacionado con espionaje.
—Le aseguro —dijo Trumbull— que eso no fue insignificante.
—Sí —dijo Halsted con voz tranquila—, pero no hubo violencia en ningún lado. ¡Asesinato, señores, asesinato!
—¿Qué es lo que quieres decir con asesinato? —preguntó Rubin.
—Quiero decir que cada vez que traemos a un invitado, surge algo insignificante porque lo tomamos tal como se presenta. No invitamos deliberadamente a quienes pueden ofrecernos crímenes interesantes. En realidad, ni siquiera se supone que ellos tengan que ofrecernos algún crimen. Son invitados, simplemente.
—¿Y qué?
—Y ahora hay seis de nosotros aquí. No hay invitados, pero debe de haber quien sepa de algún asesinato que sea un misterio y...
—¡Qué diablos! —dijo Rubin furioso—. Has estado leyendo a Agatha Christie. Cada uno de nosotros contará por turno un emocionante misterio y la Srta. Marple lo solucionará... O quizá Henry lo haga.
Halsted parecía avergonzado.
—¿Quieres decir que no es una idea nueva...?
—¡Dios mío! —dijo Rubin incrédulo.
—Bueno, tú eres escritor —dijo Halsted—. Yo no leo cuentos de misterio.
—Eso demuestra lo que te pierdes —dijo Rubin—, y además muestra lo idiota que eres. ¡Y te llamas matemático! Un verdadero misterio es algo tan matemático como cualquier cosa que uno pueda planificar, y debe construirse con material mucho más complicado.
—Un minuto —dijo Trumbull—. Ya que estamos aquí, ¿por qué no vemos si podemos solucionar algún asesinato?
—¿Tienes alguno? —dijo Halsted esperanzado—. Tú trabajas en el gobierno, con códigos y esas cosas. Debes de haberte visto frente a algún asesinato, pero ni siquiera tienes que dar nombres. Sabes que nada de lo que aquí se dice puede ser repetido afuera.
—Sé eso mejor que tú —dijo Trumbull—, pero no conozco ningún asesinato. Puedo darte algunos interesantes casos de códigos, pero eso no es lo que estás buscando... ¿y tú, Roger? Ya que comenzaste con esto, supongo que tienes algún as en la manga. ¿Algún asesinato matemático?
—No —dijo Halsted pensativamente—. No creo haber estado nunca implicado en un solo asesinato.
—¿No crees? ¿Quieres decir que tienes alguna duda? —preguntó Avalon.
—No, estoy seguro de que no. ¿Y tú, Jeff? Tú eres abogado.
—No de los que tienen asesinos como clientes —dijo Avalon, con lo que aparentemente era un triste movimiento negativo—. Las complicaciones de patentes son mi especialidad. Podrías preguntarle a Henry. Está más familiarizado con crímenes que nosotros... o parece estarlo.
—Lo siento, señor —dijo Henry, tranquilamente, mientras servía el café con su habitual pericia—. En mi caso, es simplemente teoría. He sido lo suficientemente afortunado para no haberme visto nunca implicado en una muerte violenta.
—Es decir —dijo Halsted— que con seis de nosotros aquí -siete, contando a Henry-, ¿no podemos contar con un solo asesinato?
—¿Cómo es que estás tan callado, Manny? —preguntó Trumbull—. En toda tu pintoresca carrera ¿vas a decirnos que nunca tuviste ocasión de matar aun hombre?
—Sería un placer algunas veces —dijo Rubin—, como ahora. Pero no tengo por qué hacerlo en realidad. Puedo entendérmelas perfectamente bien, no importa de qué tamaño sean: sin tener que ponerles una mano encima. Mira, recuerdo que...
Pero Mario Gonzalo, que había permanecido sentado con los labios muy apretados, dijo de pronto:
—Yo me vi envuelto en un asesinato.
—¡Oh! ¿De qué tipo? —preguntó Halsted.
—Mi hermana —dijo sombríamente—. Hace casi tres años. Sucedió antes que yo ingresara a los Viudos Negros.
—Lo siento —dijo Halsted—. Supongo que no deseas hablar de eso.
—No me importaría —dijo Mario, encogiéndose de hombros mientras sus ojos saltones y prominentes iban mirando a cada uno a la cara—, pero no hay nada de qué hablar. No hay ningún misterio. Es simplemente otra más de esas cosas que hacen que esta ciudad sea el hermoso lugar que es para vivir. Entraron en su departamento, intentaron robar y la mataron.
—¿Quién lo hizo? —preguntó Rubin.
—¿Quién sabe? ¡Toxicómanos! Sucede siempre en ese barrio. En el edificio de departamentos en el que vivían ella y su marido había habido cuatro asaltos desde Año Nuevo, y fue en abril cuando sucedió.
—¿Algún asesinato en esos asaltos?
—No tienen para qué. El ratero inteligente elige un momento en que el departamento está vacío. Si alguien se encuentra allí, lo asustan o lo atan, simplemente. Marge fue lo suficientemente estúpida como para intentar resistir y pelear. Había señales de lucha. —Gonzalo sacudió la cabeza.
—¿Detuvieron a los culpables? —preguntó Halsted después de una pausa dolorosa.
Gonzalo levantó los ojos y miró fijamente a Halsted sin siquiera intentar disimular su desdén.
—¿Crees que intentaron? Esas cosas suceden a diario. Nadie puede hacer nada. A nadie le importa, incluso, y si los hubieran detenido, ¿qué hay con ello? ¿Le devolvería la vida a Marge?
—Evitaría que se lo hicieran a otros.
—No faltarían otros miserables que lo hicieran. —Gonzalo aspiró profundamente y agregó—: Bueno, quizá sea mejor que hable y me lo saque de encima. Fue por culpa mía, en realidad, ¿saben?, porque me despierto demasiado temprano. Si no hubiera sido por eso, quizá Marge estaría viva y Alex no sería la ruina que es ahora.
—¿Quién es Alex? —preguntó Avalon.
—Mi cuñado. Estaba casado con Marge y yo lo quería mucho. Creo que lo quería a él más que a ella, para decir la verdad. Ella nunca aprobó lo que yo hacía. Pensaba que ser artista era simplemente mi manera de fracasar. Por supuesto, una vez que comencé a ganar decentemente... Pero no. En realidad ni siquiera entonces aprobó lo que yo hacía, y a cada momento -sin que yo quiera faltarles el respeto a los muertos- no hacía más que molestarme. A Alex lo quería, sin embargo.
—¿Él no era artista? —Avalon llevaba el peso del interrogatorio y los demás parecían dispuestos a dejárselo a él.
—No. Cuando se casaron, él no era gran cosa: vivía a la deriva. Pero después se transformó en lo que ella quería exactamente que fuese. Ella era lo que él necesitaba para darse un poco de ánimo. Se necesitaban el uno al otro. Ella tenía algo por qué preocuparse...
—¿No tenían niños?
—No. Ninguno. A menos que se pueda tomar en cuenta uno que perdieron. Pobre Marge. Algo biológico, de modo que no podía tener chicos. Pero no importaba. Alex era su chico y con ella prosperó. Consiguió un empleo el mes en que se casaron, lo ascendieron y le iba bien. Habían llegado al punto en que estaban planeando mudarse de ese maldito agujero y entonces sucedió eso. Pobre Alex. Él tiene tanta culpa como yo. En realidad, más. Habiendo tantos días, justamente tenía que elegir ése para salir del departamento.
—¿No se encontraba en el departamento?
—Por supuesto que no. Si hubiera estado, podría haberlos asustado.
—O podría haberse hecho matar.
—En cuyo caso, ellos probablemente habrían huido y dejado a Marge viva. Créanme, le he escuchado enumerar todas las posibilidades. Él sabe que, diga lo que diga, ella todavía estaría viva si él no hubiera salido del departamento ese día, y esto lo persigue. Y les aseguro que, desde que sucedió, el tipo es una ruina. Deambula de un lado a otro. Le doy dinero cuando puedo y suele conseguir uno que otro trabajito. Pobre Alex. Pasó cinco años de matrimonio en que realmente le fue bien. Estaba dispuesto a todo en ese tiempo. Ahora no le queda nada. —Gonzalo sacudió la cabeza—. Pero la víctima no llevó la peor parte. Fue un asesinato sin sentido, ¡maldita sea! Todo lo que tenían en el departamento no llegaba a más de diez o quince dólares en billetes chicos... pero por lo menos Marge murió rápidamente. El cuchillo estaba justo sobre el corazón. Pero Alex no pasa un solo día sin sufrir, y a mi madre le afectó mucho, y a mí me duele, también.
—Mira —dijo Halsted—, si no deseas hablar sobre eso...
—No importa... A veces me desvelo por la noche. Si yo no me hubiera levantado temprano ese día...
—Es la segunda vez que dices eso —observó Trumbull—. ¿Qué tiene que ver el que te hayas levantado temprano con el asesinato?
—Porque la gente que me conoce cuenta con ello. Miren, siempre me despierto a las ocho en punto. Ni cinco minutos antes ni cinco minutos después. Ni me molesto siquiera por poner el despertador al lado de mi cama, sino que lo dejo en la cocina. Es algo relacionado con ciertos ritmos del organismo.
—El reloj biológico —musitó Drake—. Ojalá funcionará así conmigo. Odio levantarme de mañana temprano.
—En mí funciona siempre —dijo Gonzalo, ya pesar de las circunstancias su voz tenía un tono de complacencia—. Incluso cuando me acuesto tarde -a las tres o cuatro de la madrugada-, siempre me despierto a las ocho. Me vuelvo a dormir más tarde, durante el día, si estoy agotado; pero a las ocho me despierto. Incluso los domingos. Uno diría que tiene derecho a dormir hasta tarde, los domingos; pero aun entonces, ¡qué diablos!, me despierto.
—¿Quieres decir que sucedió un domingo? —preguntó Rubin.
—Así es —asintió Gonzalo—. Debería haber estado dormido. Debería ser de esas personas que la gente no despierta un domingo por la mañana sin pensarlo dos veces... aunque no dudan en hacerlo. Saben que estoy despierto, incluso los domingos.
—¡Qué vida! —dijo Drake, todavía enfrascado aparentemente en sus dificultades mañaneras—. Tú eres un artista y fijas tu propio horario. ¿Por qué tienes que despertarte de mañana temprano?
—Bueno, trabajo mejor a esa hora. Además, me importa el tiempo. No tengo que vivir pendiente del reloj, pero me gusta saber qué hora es en todo momento. En cuanto al reloj que tengo parece estar adiestrado, ¿saben? Después de lo que pasó, después que asesinaron a Marge, estuve ausente de mi casa durante tres días y resultó que el reloj se detuvo justo a las ocho de la noche del domingo o del lunes a la mañana. No sé. De todos modos, cuando volví, allí estaba, señalándome las ocho como si quisiera insistirme en que ésa era la hora de levantarse.
Gonzalo permaneció pensativo durante unos momentos y nadie habló. Henry sirvió las copas de coñac con rostro inexpresivo, a menos que uno se fijara en sus labios levemente apretados.
Finalmente Gonzalo dijo:
—Fue extraño, porque la noche anterior fue horrible y no había ninguna razón para que así fuese. Esa época del año, a fines de abril, la época, en que florecen los cerezos, es mi favorita. No soy exactamente un pintor de paisajes, pero ésa es la única época en que me gusta ir al parque y hacer algunos bosquejos. Y el tiempo estaba excelente. Recuerdo que era un sábado muy templado, el primer fin de semana realmente lindo desde principios de año, y mi trabajo iba muy bien, también. No tenía razones para sentirme mal ese día, pero me sentía cada vez más inquieto. Recuerdo que apagué la televisión justo antes del noticiario de las once. Fue como si no quisiera escuchar las noticias, como si hubiese tenido la impresión de que habría malas noticias. Recuerdo eso. No pensé más en eso después, y no soy ningún místico. Pero tenía una premonición. Eso es todo.
—Me parece más probable que tuvieras un poco de indigestión —dijo Rubin.
—Está bien —dijo Gonzalo agitando las manos como si aceptara de buena gana la sugerencia—. Llámalo indigestión. Todo lo que sé es que aún no eran las once de la noche cuando entré a la cocina para darle cuerda al reloj -siempre le doy cuerda de noche- y me dije: “No puedo irme a la cama a esta hora”. Pero lo hice. Quizás era demasiado temprano, porque no pude dormir. Continúe dando vueltas en la cama preocupado... ya no recuerdo por qué. Lo que debía hacer es levantarme, trabajar, leer un libro o mirar alguna película por televisión... pero no pude hacerlo, simplemente. De modo que decidí quedarme en cama.
—¿Por qué? —preguntó Avalon.
—No sé. Parecía importante en ese momento. ¡Dios mío, qué bien recuerdo esa noche! No podía dejar de pensar que quizá dormiría hasta tarde porque no dormía en ese momento y sabía que no podría dormir. Quizá me haya dormido alrededor de las cuatro, pero a las ocho estaba despierto y me bajé de la cama para hacerme el desayuno. Fue otro día de sol. Templado y fresco, pero uno sentía que tendría todo el sol de un día de primavera sin el calor del verano. ¿Saben? A veces me duele no haber querido a Marge más de lo que la quise. Quiero decir, nos entendíamos bien, pero no había lazos estrechos entre nosotros. Juro que los visitaba más con el propósito de estar con Alex que con ella. Y en ese momento recibí una llamada.
—¿Una llamada telefónica? —preguntó Halsted.
—Sí. A las ocho de la mañana del domingo. ¿Quién llama a esa hora a menos que sepa que el estúpido está levantado a las ocho como siempre? Si hubiese estado durmiendo y la llamada me hubiese despertado y yo hubiera gruñido por teléfono, todo habría sido diferente.
—¿Quién era? —preguntó Drake.
—Alex. Me preguntó si me había despertado. Sabía que no, pero supongo que se sentía culpable por llamar tan temprano. Me preguntó si sabía qué hora era. Miré el reloj y le dije: “Son las ocho y nueve minutos. Por supuesto que estoy despierto”. Me sentía un poco orgulloso, ¿entienden? Y entonces me preguntó si podía venir, porque había tenido una pelea con Marge y había salido del departamento con un portazo y no quería volver hasta que ella se hubiese calmado... Les diré que me alegro de no haberme casado. En todo caso, si simplemente le hubiese dicho que no, que había pasado una mala noche y que necesitaba dormir y no quería visitas, él habría regresado a su departamento. No tenía otro lugar a dónde ir, y entonces nada hubiera sucedido. Pero no, Mario “corazón de oro” estaba tan orgulloso de ser madrugador que dijo: “Ven y nos prepararemos un café con huevos”, porque sabía que Marge no era de las que sirven desayuno los domingos temprano y suponía que Alex no había comido. De manera que él llegó a los diez minutos ya las ocho y media ya le había servido un plato de huevos revueltos con jamón mientras Marge estaba sola en el departamento esperando a los asesinos.
—¿Le dijo tu cuñado a su mujer a dónde iba? —inquirió Trumbull.
—No creo —dijo Gonzalo—. Supuse que no. Me imagino que lo que sucedió es que él salió en un arrebato de furia sin saber adonde iba. Entonces pensó en mí. Incluso, aunque supiese que iría a visitarme, pudo no habérselo dicho. Debe de haber pensado: “La dejaré que se preocupe”.
—De modo —dijo Trumbull— que entonces llegaron esos toxicómanos y, quizá cuando intentaron abrir la puerta, ella haya pensado que era Alex que regresaba y les abrió. Apuesto a que la cerradura no estaba forzada.
—No, no lo estaba —dijo Gonzalo.
—¿No es extraño que un toxicómano elija un domingo por la mañana para hacer sus incursiones? —preguntó Drake.
—Mira —dijo Rubin—, lo hacen a cualquier hora. La desesperación por las drogas no sabe de horarios.
—¿Por qué fue la pelea? —preguntó repentinamente Avalon—. Me refiero a la de Marge y Alex.
—¡Oh, no sé! Alex debe de haber hecho algo en el trabajo que pudo haber causado una mala impresión, y eso Marge no podía soportarlo. Ni siquiera sé qué fue; pero fuese lo que fuere, debió de haberla herido en su orgullo por él y estaría resentida. El problema es que Alex nunca aprendió a dejar que ella se calmara sola. Cuando éramos chicos yo lo hacía siempre. Solía decirle: “Sí, Marge; sí, Marge”, y entonces se calmaba. Pero Alex siempre intentaba defenderse y entonces las cosas se ponían peor. Esa vez, la pelea debió de haber durado toda la noche... Por supuesto, ahora él dice que si no hubiese transformado la pelea en una batalla, no habría salido del departamento y entonces nada habría sucedido.
—Estaba escrito —sentenció Avalon—. Lamentarse por la leche derramada no sirve para nada.
—Sí, claro. Pero ¿cómo no lamentarse, Jeff? El caso es que ellos pasaron una mala noche y yo pasé una mala noche. Fue como si hubiera habido algún tipo de comunicación telepática.
—¡Oh, cuentos! —exclamó Rubin.
—Eran mellizos —recordó Gonzalo a la defensiva.
—Sólo mellizos de nacimiento —dijo Rubin—. A menos que tú ocultes ser una niñita bajo toda esa ropa...
—¿De modo que...?
—Que sólo los mellizos idénticos, aparentemente, tienen esa afinidad telepática. Pero estos son cuentos, también.
—En todo caso —continuó Gonzalo—, Alex vino y desayuné con él, aunque no comió mucho. Más bien se lamentó de sus problemas con Marge, de lo dura que ella era con él a veces, y yo simpaticé y le dije: “Mira, ¿por qué le das tanta importancia? Es una buena chica si no la tomas tan en serio”. Ustedes saben todas las cosas que se dicen cuando uno quiere consolar a alguien. Supuse que en un par de horas se habría desahogado, que volvería a su casa y se reconciliaría, y yo podría irme al parque o quizás a la cama. Pero lo que sucedió en un par de horas fue que el teléfono volvió a sonar y era la policía.
—¿Cómo sabían dónde encontrar a Alex? —preguntó Halsted.
—No sabían. Me llamaban a mí. Yo era su hermano. Alex y yo fuimos a identificar el cadáver. Durante unos instantes, Alex pareció un muerto. No era sólo el hecho de que ella hubiera sido asesinada. Después de todo, él había tenido una pelea con ella y los vecinos debieron de haber oído. Ahora estaba muerta y del primero que se sospecha es del marido. Por supuesto que lo interrogaron y él confesó lo de la pelea, haber dejado el departamento para venir a mi casa... Todo.
—Debe de haber sonado como una gran mentira —dijo Rubin.
—Yo corroboré el hecho de que él se hallaba en mi casa. Dije que había llegado alrededor de las ocho y veinte, ocho y veinticinco, quizás, y que desde entonces no se había movido de allí. Y el asesinato había tenido lugar a las nueve.
—¿Quieres decir que hubo testigos? —preguntó Drake.
—No, ¡maldita sea! Pero hubo ruidos. La gente del departamento de abajo oyó. Los del departamento de enfrente oyeron. Muebles que caían, un grito. Ninguno vio a nadie, por supuesto; ninguno vio nada. Todo el mundo le echó llave a la puerta y se quedó donde estaba. Pero oyeron los ruidos y eran cerca de las nueve. Todos coincidieron en eso. Esto bastó, en lo que se refiere a la policía. En ese barrio, si no es el marido es algún ratero, probablemente un toxicómano. Alex y yo salimos y él se emborrachó. Yo me quedé con él porque no estaba en condiciones de quedarse solo, y ahí termina la historia.
—¿Sueles ver a Alex, ahora? —preguntó Trumbull.
—De vez en cuando. Le presto algunos dólares, a veces. Ni espero que me los devuelva. Dejó su empleo una semana después que Marge fue asesinada. No creo que haya vuelto a trabajar desde entonces. Lo destruyó, simplemente... porque se culpa a sí mismo, como dije. ¿Por qué tuvo que discutir con ella? ¿Por qué tuvo que salir del departamento? ¿Por qué tuvo que venir a mi casa? De todos modos, ésa es la historia. Un asesinato, pero sin misterio.
Hubo silencio por unos momentos y luego Halsted dijo:
—¿Te importaría, Mario, si especulamos solamente por... por...?
—¿Solamente para entretenernos? —preguntó Mario—. Por supuesto que no. Adelante, háganlo. Si tienen alguna pregunta trataré de contestarla lo mejor que pueda, pero en lo que se refiere al asesinato mismo no hay nada que decir.
—Tú ves —dijo Halsted un poco embarazado—. Nadie vio a nadie. Sólo se supone que entraron toxicómanos anónimos y la asesinaron. Alguien puede haberla matado por una razón mejor, sabiendo que culparían a algún toxicómano y que él se salvaría. O ella..., quizá.
—¿Quién es ese alguien? —preguntó Mario, escéptico.
—¿No tenía enemigos? ¿No poseía dinero que alguien quisiera robarle? —inquirió a su vez Halsted.
—¿Dinero? Lo que tenía estaba en el banco. Pasó a Alex, por supuesto. Era de él, para comenzar. Todos los bienes los tenían en común.
—¿Y si hubiera sido por celos? —dijo Avalon—. Quizás ella tuviese un amante. O él. Quizás esa fuera la razón de la pelea.
—¿Y que él la haya asesinado? —dijo Gonzalo—. El hecho es que él se hallaba en mi departamento en el momento en que la mataron.
—No necesariamente él. Supongamos que fuera su amante, o la amante de él. Él, porque ella intentara romper la relación. Ella, porque quisiera casarse con tu cuñado.
Mario sacudió la cabeza.
—Marge no era una mujer fatal precisamente. Siempre me sorprendió que lograra atrapar a Alex. En realidad, quizá no lo logró.
—¿Se quejaba Alex de eso? —preguntó Trumbull con repentino interés.
—No, pero tampoco él es lo que se dice un gran amante. Hace tres años que es viudo y podría jurar que no tiene una mujer. Ni un hombre tampoco... antes que imaginen eso.
—Espera —dijo Rubin—, aún no sabes realmente por qué fue la pelea. Dijiste que fue por algo que sucedió en su trabajo. ¿Te contó él lo que había sucedido, en realidad, y simplemente te olvidaste, o nunca te lo dijo?
—No entró en detalles y yo no le pregunté. No era cosa mía.
—Muy bien —dijo Rubin—, ¿qué tal esto? La pelea fue por algo importante en el trabajo. Quizás Alex haya robado cincuenta mil dólares y Marge estuviera enojada, y de ahí la discusión. O, quizá, que Marge lo haya impulsado a robar y él se hubiese arrepentido. O, quizás, que alguien supiese que los cincuenta mil dólares estaban en la casa y que ese alguien la haya matado y se los haya llevado, y Alex no se atreva a mencionarlo.
—¿Quién es ese alguien? —preguntó Gonzalo—. ¿Cuál robo? Alex no es el tipo.
—Me parece haber oído eso antes —entonó Drake.
—Puede ser, pero no es el tipo. Y si lo hubiera hecho, la firma para la que él trabajaba no se habría quedado callada. No tiene sentido.
—¿Y si se tratara de esas peleas internas que ocurren siempre en los edificios de departamentos? —dijo Trumbull—. Ya saben a qué me refiero: esos duelos a muerte entre inquilinos. ¿No habría alguien que la odiara y que finalmente se las cobrara todas juntas?
—¡Diablos, si hubiera habido algo tan serio, yo lo habría sabido! Marge nunca se guardaba esas cosas.
—¿No podría ser un suicidio? —inquirió Drake—. Después de todo, su marido la había dejado. Quizá le dijo que no volvería nunca más y ella se desesperó... y en un arrebato de depresión irracional se mató.
—Es cierto que el arma fue el cuchillo de la cocina —dijo Gonzalo—, pero Marge no era de las que se suicidan. Podía matar a alguien, pero no matarse ella. Además, ¿de dónde aquella lucha y el grito si se hubiese suicidado?
—En primer lugar —prosiguió Drake—, los muebles pudieron haberse caído durante la discusión con su marido. En segundo lugar, ella pudo simular un homicidio para meterlo en complicaciones. “La venganza será mía”, pudo haber pensado la ofendida mujer.
—¡Por favor! —dijo Gonzalo despectivamente—. Marge jamás habría podido hacer eso en toda su vida.
—Mira —dijo Drake—, en realidad uno no conoce mucho a los demás... aunque se trate de su mellizo.
—No vas a hacerme creer eso...
—No sé por qué estamos perdiendo el tiempo —intervino Trumbull—. ¿Por qué no le preguntamos al experto...? ¡Henry!
La expresión de Henry no reflejaba más que un amable interés.
—¿Sí, Sr. Trumbull? —dijo.
—¿Por qué no nos informas? ¿Quién mató a la hermana del Sr. Gonzalo?
Henry alzó las cejas levemente.
—No me considero un experto, Sr. Trumbull, pero debo decir que todas las sugerencias hechas por los caballeros reunidos en esta mesa, incluyendo la suya, son extremadamente improbables. Mi opinión es que la policía está perfectamente en lo cierto, y que si en este caso el marido no lo hizo, entonces fueron los ladrones. Y en esta época, uno debe suponer que esos ladrones hayan sido toxicómanos desesperados por obtener dinero o algo que poder convertir en dinero.
—Me decepcionas, Henry —dijo Trumbull. Henry sonrió ligeramente.
—Está bien —dijo Halsted—. Supongo que será mejor que suspendamos esto, después de haber decidido quién hará de anfitrión la próxima vez. Y me parece que será mejor volver a tener invitados. Este plan mío no funcionó muy bien.
—Siento no haber podido ofrecerles algo mejor, muchachos —dijo Gonzalo.
—No quise decir eso, Mario —se apresuró a decir Halsted.
—Ya lo sé. Bueno, olvidémoslo.
Ya se marchaban, con Gonzalo cerrando la fila, cuando un ligero golpecito en el hombro de éste hizo que se volviera.
—¿Podría verlo en privado, Sr. Gonzalo, sin que los demás lo sepan? —preguntó Henry—. Es bastante importante.
Gonzalo lo miró fijamente un momento y dijo:
—Muy bien, saldré a despedirme de ellos, tomaré un taxi y volveré dentro de un rato.
Al cabo de diez minutos regresó.
—¿Se trata de algo sobre mi hermana, Henry?
—Me temo que sí, señor. Pensé que sería mejor hablar en privado con usted.
—Está bien. Volvamos al comedor. Está vacío, ahora.
—Mejor que no, señor. Todo lo que allí se dice no debe ser repetido afuera y no deseo hablar en secreto. No me importa guardar silencio sobre delitos triviales, pero un asesinato es algo totalmente diferente. Por aquí hay un rincón donde podemos estar.
Fueron juntos al lugar indicado. Era tarde y el restaurante estaba prácticamente vacío.
—Escuché su relato y quisiera su autorización para repetir algunos hechos solamente, para asegurarme de que los entendí bien —dijo Henry en voz baja.
—Por supuesto, adelante.
—Según lo que entendí, un sábado a fines de abril, usted se sintió inquieto y se acostó antes del noticiario de las once.
—Sí, justo antes del noticiario de las once.
—Y no escuchó las noticias.
—Ni siquiera los titulares.
—Y esa noche, aunque no podía dormir, no se levantó. No fue al baño ni a la cocina.
—No, no lo hice.
—Y luego usted se despertó exactamente a la hora en que lo hace siempre.
—Así es.
—Bien; mire usted, Sr. Gonzalo: eso es lo que me molesta. Una persona que se despierta todas las mañanas exactamente a la misma hora, gracias a algún tipo de reloj biológico en su interior, se despierta a una hora equivocada dos veces al año.
—¿Qué?
—Dos veces al año, señor, los relojes comunes son alterados: una vez para adelantarlos, otra para atrasarlos. Pero el ritmo biológico no cambia repentinamente. El último domingo de abril, Sr. Gonzalo, los relojes se adelantan en este Estado. A la una de la madrugada del domingo se los adelanta una hora. Si usted hubiera escuchado el noticiario de las once le habrían recordado esto. Pero en cambio le dio cuerda a su reloj antes de las once de la noche y no mencionó haberlo ajustado al cambio. Después se acostó y no lo volvió a tocar durante la noche. Cuando usted despertó a las ocho de la mañana, el reloj debió haber marcado las nueve. ¿No es así?
—¡Dios mío! —dijo Gonzalo.
—Usted salió después que la policía llamó y no regresó hasta varios días más tarde. Cuando usted volvió, el reloj se había detenido, por supuesto. Usted no tenía cómo saber que estaba atrasado en una hora cuando se paró. Usted lo puso a la hora correcta y nunca supo la diferencia.
—Nunca pensé en eso, pero tiene toda la razón.
—La policía debió de pensar, pero es muy común en estos días descartar los crímenes de violencia habituales como obras de toxicómanos. Usted le proporcionó la coartada a su cuñado y ellos siguieron el camino más fácil.
—¿Quieres decir que él...?
—Es posible, señor. Habrán luchado y él la mató a las nueve de la mañana, como indican las declaraciones de los vecinos. Dudo que haya sido premeditado. Entonces, en su desesperación, debe de haber pensado en usted... y fue bastante astuto de su parte. Lo llamó y le preguntó qué hora era. Cuando usted dijo “las ocho y nueve minutos”, él se dio cuenta de que usted no había adelantado el reloj y se apresuró a ir hasta allá. Si usted hubiera dicho las nueve y nueve, habría tratado de salir de la ciudad.
—Pero Henry, ¿por qué lo habrá hecho?
—Es difícil decirlo en las parejas casadas, señor. Su hermana pudo haber tenido aspiraciones demasiado altas. Usted dijo que ella desaprobaba su modo de vida, por ejemplo, y probablemente lo demostraba, lo suficiente por lo menos como para que usted no la quisiera mucho. Debe de haber desaprobado la vida de su marido, también, tal como él era antes de casarse con ella. Él no tenía rumbo fijo, por lo que usted dijo. Ella hizo de él un empleado respetable y trabajador, y es posible que a él no le haya gustado eso. Cuando por fin explotó y la mató, volvió a su antigua vida. Usted cree que lo hace por desesperación, pero puede ser que no sienta más que alivio.
—Bueno... ¿Qué hacemos?
—No sé, señor. Sería algo difícil de probar. ¿Podría usted recordar, realmente, después de tres años, si adelantó el reloj o no? Un buen abogado defensor podría hacerlo pedazos. Por otro lado, puede ser que su cuñado no resista y confiese si usted lo enfrenta. Usted tendrá que decidir si recurre a la policía o no.
—¿Yo? —dijo Gonzalo dubitativamente.
—Era su hermana, señor —dijo Henry suavemente.
Fin