Publicado en
marzo 02, 2014
Una mujer mayor, con apariencia juvenil, llegó a buscar a mi tía Eulogia. "Quiero que espíe a mi hermana Marianela" , le dijo, "y averigüe qué le hace a su amante, que la ama con verdadera locura".
Por Elizabeth Subercaseaux.
La mujer le clavó sus ojos y la tía Eulogia vio en su mirada una curiosa mezcla de pillería con tristeza que no supo cómo definir. Intentó adivinar qué edad podría tener. De toda maneras, más de 60. Sin embargo, había algo muy juvenil en su apariencia, nadie la habría llamado "vieja", por ejemplo. Había llegado a la agencia en un taxi, empapada hasta los huesos, pues llovía a cántaros y había salido sin paraguas. Luego de servirle una taza de té y de invitarla a quitarse los zapatos para secarlos en el radiador, Marisela la hizo pasar a la oficina de la tía Eulogia. Llevaban varios minutos conversando de cosas sin importancia y la tía Eulogia aún no se atrevía a preguntarle en qué podría ayudarla. Sus últimos casos habían rondado la muerte... y la verdad, estaba cada día más asustada con lo que veía en su trabajo. Para colmo, entre Jack, Roberto y la Domitila le habían puesto un plazo de cuatro meses para buscarse otro oficio. Decían que ser detective le estaba soltando los tornillos. Así se lo dijo Jack:
—Se te están soltando los tornillos.
¡Qué insolencia! ¿Por qué no le decía de frente que la encontraba chiflada? ¿Y qué culpa tenía ella de que laspersonas más raras necesitaran los servicios de un detective?
El hecho es que aquí estaba ella, frente a una nueva clienta, sin atreverse a preguntarle cuál era su problema.
—¿No quiere saber qué me trae por estos lados? —dijo la mujer sonriendo amablemente, mientras sacaba un paquete de cigarrillos de un elegante bolso de cuero de caimán.
—Sí, sí, por supuesto, disculpe. ¿En qué puedo servirla?
—¿Directo al grano? — preguntó la mujer.
—Directo al grano.
—Me llamo Delia y necesito que espíe a mi hermana Marianela. Que la siga. Que se introduzca en donde sea que hace el amor con su amante, Federico, y me cuente qué le hace.
—¿Qué le hace a quién?
—¡A Federico, pues !
—Usted me está pidiendo que me meta en la pieza donde su hermana hace el amor con el tal Federico y me fije en qué le hace.
—Exactamente, señora.
— Imposible. Cómo se le ocurre. ¿Por quién me toma? ¿Cree que me voy a deslizar debajo de una cama y cuando estén en el momento culminante voy a salir de mi escondite para ver qué le hace su hermana a ese tal Federico?
—¿Usted no es detective? ¿No se supone que los detectives son quienes espían a la gente para saber qué hacen?
— Sí, pero no para saber cómo hacen el amor. El sexo es un asunto enteramente privado, nadie tiene derecho a inmiscuirse en eso. Así que olvídelo, para eso no cuente usted conmigo.
Delia, al notar que no podía convencer a Eulogia para que la ayudara, dio la vuelta molesta, agitando su bolso, para marcharse de la oficina. Pero Eulogia la detuvo y le dijo:
—Solo por curiosidad, ¿por qué quiere saber qué le hace su hermana a Federico?
—Verá. Mi hermana, mi medio hermana, en realidad, es 40 años menor que yo. Tiene 30 y yo tengo 70. Federico, su amante, tiene unos pocos años menos que yo y la ama, la ama con verdadera locura, se muere por ella, sería capaz de matarse por ella, la tiene en un altar, la venera como a una virgen, y le aseguro que no hay nadie menos virgen que mi hermana. La cosa es que lo tiene embobado, anulado, acaramelado, entusiasmado hasta los huesos. Y yo quiero saber qué le hace, cómo consigue inspirar esa devoción, para hacerle lo mismo a mi novio.
—¿Su novio?
—Sí, mi novio, Angel. Es menor que yo, ¿sabe? Y quiero tenerlo contento, hacerle cosas que le gusten, tal como hace mi hermana con Federico, solo que no sé qué hacerle. Todo ha cambiado tanto, ¿sabe? En mis tiempos una no hacía nada de nada. Esperar solamente. Ser atrevida y osada a la hora del sexo estaba muy mal visto, reservado para cierto tipo de mujeres, pero, mire usted, yo veo la tele, por ejemplo, y veo a todas esas chiquillas medio desnudas en los comerciales, sensuales... ¡No se privan de nada! Yo quiero aprender. Nunca es tarde para aprender a ser feliz y hacer feliz al hombre que te toca en suerte.
—Si no es indiscreción, ¿cuántos años tiene Angel?
—Treinta y ocho recién cumplidos... Sí, ya sé, es mucha la diferencia, pero es más la que hay entre mi hermana y Federico y, sin embargo, eso no le sorprende para nada, ¿verdad?
—Bueno, es más común que las mujeres jóvenes anden con hombres mayores, pero que una mujer de sus años ande con uno que ni ha cumplido 40, no es muy usual.
—Claro que no es muy usual y yo creo que esto se debe, precisamente, a que las mujeres mayores no saben cómo conquistar a los hombres jóvenes. Los viejos sí saben cómo conquistar a las jóvenes: un regalito por aquí, un billete por allá, un abrigo de pieles por allá...
—Lo pinta como si solo se tratara de plata.
—¿Y usted cree que se trata de otra cosa que no sea plata y seguridad? —preguntó la mujer.
—Tal vez tenga razón. La plata desempeña un papel importante en esas relaciones, pero ¿qué puede ver un hombre joven, mucho más joven, en una mujer de 70 años?
—A su mamá — sentenció la señora con aplomo.
—¿Le gusta la idea de que un hombre se enamore de usted porque ve a su mamá? ¿No sería mejor que la viera a usted
—Precisamente para eso la quiero contratar, para que espíe a mi hermana, me diga qué le hace a Federico y cuando yo le haga esas mismas cosas a Angel, se olvidará de su mamá.
—Mmmm, ya entiendo, solo que no puedo hacer lo que me pide. ¿No sería mejor que hablara con su hermana y se lo preguntara directamente?
—No me atrevo, me parece que es entrometerme en su intimidad. Y tampoco somos tan amigas como para eso.
—Mucho peor sería que yo me metiera debajo de su cama. Lo que podemos hacer es que yo hable con su hermana.
—¿Usted? ¡Pero si ni la conoce!
—Me las ingeniaré para acercarme a ella con alguna disculpa, no se preocupe por eso, es mi trabajo, déjemelo a mí.
Al día siguiente, la tía Eulogia hizo un preparativo. Tomó un pote de crema Lechuga, lo vació, lo limpió bien, le quitó la etiqueta, le pegó una bella etiqueta con un cupido, una flecha y una rosa, mezcló crema hidratante con unas gotas de vainilla, lo envolvió todo en papel celofán y partió a la oficina de la hermana de Delia, que resultó ser una conocida arquitecta, muy exitosa, Marianela González. Se presentó como vendedora de una crema milagrosa que tenía un potente efecto en los hombres. La enamorada debía echarse un poquito detrás de la oreja, antes de hacer el amor, y los resultados eran ¡francamente inolvidables! Las secretarias se echaron el ungüento detrás de la oreja, y una de ellas dijo que ya sentía vibraciones deliciosas, y se armó tal alboroto que al poco rato salió la propia Marianela.
—¿A qué se debe todo este jaleo? —preguntó divertida, y entre Eulogia y las secretarias le explicaron de qué se trataba el "milagro".
—Pase a mi oficina, allí conversaremos con calma —dijo Marianela y la tía Eulogia entró.
—Bueno, bueno, vamos a ver, ¿de qué se trata su crema? —preguntó Marianela.
Era bella. El cabello color miel le caía hasta la cintura, los ojos oscuros, eran como dos carbones que miraban como si pudieran atravesar para el otro lado. ¡Con razón se había vuelto loco el viejo!
—No creo que usted la necesite — aventuró la tía Eulogia—. Se trata de una crema afrodisíaca que se coloca detrás de la oreja y da muy buenos resultados, pero, claro, es para personas que tienen problemas a la hora de la conquista sexual y no creo que usted sea una de ellas. ¿Tiene marido? ¿Novio? ¿Amante?
—Tengo un amante. Es mayor que yo. Mucho mayor... no le interesa el sexo para nada, dice que el sexo es para los jóvenes, que lo único que le gusta es que le cuente historias...
—¿Historias porno?
—No, de ninguna manera, es el hombre más delicado y fino imaginable... Le gustan las historias de aventuras, los magos, las hadas. Me adora por sobre todas las cosas, me llena de regalos, pero a la hora de irnos a la cama prefiere que le cuente historias de Las mil y una noches.
—O sea que ustedes... no hacen el amor.
—No, tenemos otro tipo de relación, ¿sabe?
—¿Y a usted no le importa?
—No, pues nunca me va a engañar, nunca. Además, me apoya económicamente. Es cierto que es una relación coja, pero tal vez con su crema pueda arreglarse. ¿Puedo probarla esta noche?
Eulogia se sintió mal, incómoda, pues la crema era totalmente inocua y se la regaló deseándole buena suerte.
Al día siguiente, al llegar Delia a la oficina, Eulogia le dijo:
—Siga haciéndole a su joven lo que sea que le estaba haciendo. Y no le voy a decir nada más —le dijo, y la mujer sonrió.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, OCTUBRE 24 DEL 2006