LO QUE EN VERDAD MATÓ A MARILYN MONROE
Publicado en
marzo 30, 2014
Dos años después de la muerte de Marilyn Monroe, sus admiradores aún se preguntan qué fue lo que la llevó a quitarse la vida. He aquí un penetrante estudio de las fatales influencias contra las cuales tuvo que luchar desde su niñez.
Por Clare Boothe Luce (Condensado de "Life").
LA NOTICIA del suicidio de Marilyn Monroe, en agosto de 1962, apareció en la primera página de todos los diarios del mundo entero. Editorialistas, críticos, colegas, amigos y enemigos de la artista parecían hallarse obsesionados por el enigma: ¿por qué esta mujer, poseedora de tanta belleza, fama y fortuna, había odiado o temido la vida hasta el punto de no poder seguir afrontándola?
¿Quién o qué había sido su verdugo? Sobre este punto las opiniones diferían, aunque las más señalaban a uno en particular: Hollywood. Pero la fácil aceptación de tal punto de vista ha oscurecido el sentido y la moraleja que pudieran encerrar la vida y la muerte de la artista. Hollywood le valió fama, fortuna, adulación, dos maridos célebres y respetados (Joe DiMaggio, popular jugador de béisbol, y Arthur Miller, destacado dramaturgo), así como el auxilio, por tardío que haya sido, de competentes siquiatras. De haberle faltado todo esto, es posible que Marilyn se hubiera dado muerte 10 años antes. En verdad, la fama le proporcionó una continua estabilidad emocional en la única forma que Marilyn haya conocido jamás o que tal vez fuera ella capaz de apreciar.
Marilyn creía firmemente que su extraordinaria facultad de proyectar su atractivo sexual era su don más valioso. La desesperación que la embargó al fin, cuando echó mano de una postrera y letal dosis de barbitúricos, asemejóse quizá a la del pintor que descubre que está perdiendo la vista. La adoración que la turba le mostraba a causa de su pura sensualidad ya no podría durar sino unos cuantos años más. Marilyn tenía ya 36, y su espejo había comenzado a advertirla de ello.
CONFERENCIA CAPITAL CON EL ESPEJO
La chica que entra en la adolescencia celebra secretas, intensas, a menudo prolongadas entrevistas con el espejo. Estas constituyen la muy legítima preocupación de una jovencita por su porvenir como esposa y madre. A temprana edad se da cuenta de que el varón siente una natural preferencia por las mujeres jóvenes y hermosas. En la medida en que una mujer madure su carácter y se torne más estable emocionalmente, menos recurrirá al espejo en busca de confianza en sí misma y de la conciencia de su propia y verdadera personalidad.
Con todo, para una estrella del cine que se ve adorada a causa de sus encantos físicos, la narcisista consulta con el espejo se convierte en una necesidad profesional constante y cada día más imperiosa. Sus cotidianas entrevistas con el cristal, que con frecuencia se prolongan durante horas, por satisfactorias y tranquilizadoras que hayan sido en un principio, llegan a constituir conferencias capitales con su irreconciliable enemigo: el tiempo.
Después de que Marilyn pasó de los 30, sus consultas con el espejo, en su camarín de los estudios, le habrán sido más y más dolorosas. La creciente hostilidad y la actitud agresiva que había manifestado en los últimos años de su vida; su incesante cambiar de ropas y su interminable acicalarse en el camarín; los vómitos que la acometían justamente antes de que las cámaras empezaran a filmar: todo esto bien pudo haber sido anuncio del terror que le acarrearía esa hora en que le faltarían la adoración de los hombres y la admiración de las mujeres. Cuando así fuera, ¿qué le quedaría de valor? ¿Quién era Marilyn Monroe sino esa encantadora chica de la pantalla, esa deliciosa criatura que veía en el espejo?
HUERFANA DE ORIGEN
"Tengo la sensación de que todo esto le pasa a alguien que estuviera a mi lado", dijo Marilyn en uno, de sus momentos de triunfo. "Me hallo muy cerca... lo comprendo, lo percibo... pero no se trata de mi verdadero yo".
Marilyn sabía muy bien quién era su "verdadero yo". Era esta, sin embargo, una confesión que ella no se quería hacer. En efecto, aquel "verdadero yo" de la artista era una de las niñas rnás amedrentadas y más tristes que jamás hayan venido al mundo: Norma Jeane Mortenson.
A la cabecera de su cuna congregóse una espantosa colección de hadas malignas: la locura, la infidelidad conyugal, la ilegitimidad de su nacimiento, la ignorancia y la miseria. Su madre, la señora Gladys Baker, era una bonita muchacha de 24 años, pelirroja, que trabajaba en Hollywood como compaginadora de películas y cuyo esposo la había abandonado, llevándose consigo a sus dos pequeños hijos. El padre de Marilyn fue un panadero ambulante. Al nacer la niña fruto de esta informal unión, el día 1ero de junio de 1926, en Los Ángeles (la bautizaron Norma Jeane Mortenson), el padre no se encontraba presente: había desaparecido desde que supo que Gladys Baker estaba encinta.
Pasados los primeros años de vida de la niña, su madre comenzó a dar muestras de violento trastorno mental y hubo de ser internada en un sanatorio. Durante los cuatro o cinco años siguientes, la Agencia Benéfica del Distrito confió el cuidado de Norma Jeane a una serie de tutores a cambio de una asignación mensual de 20 dólares. Durante algún tiempo estuvo recluida también en un orfanato, donde se ganaba unas monedas por fregar los platos y asear los retretes. La Cenicienta del cuento de hadas, obligada a barrer las cenizas del hogar, llevaba una existencia normal, recogida y dichosa, en comparación con la que hizo aquella huerfanita sin origen de la ciudad de Los Ángeles.
"En todo momento me sentía insegura y me consideraba a mí misma como un estorbo", declaró Marilyn en alguna ocasión, "pero sobre todo me sentía asustada".
A la edad de siete u ocho años, en uno de los hogares adoptivos por que pasó, un hombre ya viejo, el huésped preferido de la casa, sedujo a Norma Jeane, a quien dio una moneda de poca monta "a condición de que no lo acusara". Cuando ella lo acusó, la mujer encargada de criarla la castigó con severidad por decir mentiras de aquel "excelente hombre". Bien pudieron ser que las confusas y morbosas correlaciones que la chica estableció durante toda su vida entre la sexualidad, el dinero y un sentimiento de culpa, hayan tenido su origen, en parte al menos, en aquel repugnante suceso. Después dio en tartamudear, defecto que la acompañó durante toda su vida.
PARA GUARECERSE DEL FRIO
En la adolescencia, Norma Jeane descubrió, con enorme alborozo, su único don deslumbrador: su exuberante facultad, vital, casi atómica, para proyectar su propia sexualidad. "Mi llegada a la escuela provocaba los comentarios de todos", contaba. "Los chicos empezaban a gritar y gemir".
Norma Jeane contrajo matrimonio en 1942, cuando tenía 16 años apenas. Pero ella y su esposo se separaron en 1944, al parecer sin pesar alguno. Como jamás había conocido el amor, la joven era sin duda incapaz de dar lo que por su parte no había experimentado. Años después, en el primer año de su vida conyugal al lado de Arthur Miller, Marilyn decía: "Por primera vez, verdaderamente por primera vez, siento que ya no estoy sola. Por primera vez experimento la sensación de hallarme amparada. Se diría que al fin me he guarecido del frío... "
Norma Jeane había tratado siempre de guarecerse del frío. Desdeñando el matrimonio, desconfiando profundamente de hombres y mujeres y, a pesar de ello, ansiosa de admiración, de afecto y comprensión, buscaba el "amor" en una concupiscencia que debió ser de una intensidad febril. De hecho, cuando llegó a hacerse mujer, fue necesario un milagro para salvarla de una existencia de franca o encubierta prostitución. El milagro se realizó bajo el nombre de Hollywood.
LA RUBIA DE ROSTRO ANGELICAL
En 1945, Norma Jeane encontró empleo como modelo de fotógrafos, se tiñó el cabello de un rubio dorado e hizo un papel insignificante en una película de la 20th Century-Fox. Más adelante, cuando tenía 22 años, y tras de haber adoptado el nombre de Marilyn Monroe, obtuvo el papel principal en una mediocre película titulada Ladies of the Chorus, que se filmó en 11 días. Las revistas de cine hablaron de "un idilio" con un director musical. El fin de estos amores, sin embargo, puso de manifiesto que Marilyn flirteaba ya con otro galán: la muerte; llevó a cabo el primero de varios intentos de suicidio. Verse rechazada en su persona física no podía menos que precipitar e intensificar los sentimientos de ser indigna y despreciada que su infancia miserable había inculcado en ella.
En el cine se le presentó una magnífica oportunidad cuando Arthur Hornblow, hijo, y John Huston seleccionaban a la actriz que debía hacer un modesto papel en la película The Asphalt Jungle, papel que requería una muchacha rubia con cara de ángel y un cuerpo perversamente ondulante. Se le hizo a Marilyn la prueba.
"En seguida que la vimos comprendimos que era la chica que buscábamos", dice Hornblow. Hollywood andaba a la busca de esa facultad que, a la vez que tocara las fibras del corazón despertando ternura, acelerara el pulso y excitara los sentidos. Era un timbre de inocente depravación que sólo puede darse en un "delincuente juvenil" del sexo femenino. Marilyn poseía esta faultad, y Hollywood no hizo sino caer en la cuenta de ello.
Mas lo que la hizo realmente famosa fue una fotografía de calendario en que Marilyn aparecía desnuda y para la cual había servido gozosamente de modelo. El público se dio cuenta de que Marilyn era la chica que ilustraba el calendario, justamente cuando estaba a punto de estrenarse su película Clash by Night. Los administradores de la empresa Fox se enfurecieron y aun amenazaron con rescindir el contrato que tenían firmado con la muchacha. Al hallarse una vez más ante la vieja situación en que podía verse rechazada y castigada por una falta relacionada con el aspecto sexual, Marilyn habló de nuevo de suicidarse. Esta vez, sin embargo, la "rugiente multitud" vino a salvarla. El público clamaba por verla en otras películas. Fueron, pues, ella misma y el público, y no Hollywood, quienes la iniciaron en su carrera como Diosa del Amor y la pusieron en camino de disfrutar durante varios años de la condición de estrella.
LA MAS DESESPERADA DE LAS MUJERES
Un año y medio después del suicidio de Marilyn Monroe, el enigma de la culpabilidad de su muerte ha sido desenterrado por su tercer marido, el eminente dramaturgo Arthur Miller. Éste, en su autodefensivo y autobiográfico drama Después de la Caída, que fue estrenado en enero del año pasado en Nueva York, sostiene que Marilyn provocó su propia destrucción al insistir en considerarse como víctima absolutamente impotente de sus padres, de sus amantes y sus maridos, de su profesión y de sus amigos: una vícima que, en opinión de ella misma, sólo podría ser "salvada" por un "amor ilimitado". Uno de los temas de la obra teatral de Miller es que, si bien todo ser humano es el guarda de su hermano, ningún hombre está en condiciones de dar un "amor sin límites", ni aun a la más hermosa y más desesperada de las mujeres.
No hay razón alguna para poner en duda la validez de la justificación que Miller hace de sí mismo por la tragedia de esta mujer a quien, durante cuatro agitados años, trató sinceramente de darle parte bastante de su corazón y de su espíritu para hacer que cualquier mujer normal se sintiese "amparada". Desde luego, Marilyn no era una mujer normal que hubiese madurado. Seguía siendo una niña huérfana: la niña que ansiaba hallar un hogar permanente donde los "mayores" le brindaran siempre, en forma incondicional, abrigo y ternura; que se los brindara, en este caso, Arthur Miller. El dramaturgo la alentó a buscar el consejo de los siquiatras y a que reforzase la propia estimación cultivando las dotes de actriz que creyera poseer.
Miller ha determinado atinadamente algunas de las causas que provocaron los tres divorcios de Marilyn, sus muchas desavenencias con los estudios que la tenían contratada y a la postre el suicidio: sus insaciables demandas de un "amor ilimitado", sus depresiones y su melancolía; sus orgías de auto-recriminación, que alternaba con orgías de recriminaciones para los demás; los impulsos evidentemente autodestructivos que bullían constantemente bajo la máscara de despreocupada y vibrante felicidad que Marilyn se esforzaba en proyectar ante el público.
Marilyn murió un sábado por la noche. Esa noche, aquella mujer, "objeto de amor" para millones de solitarios varones ignorados, no tenía galán que la acompañara. Esa noche Marilyn sufría física y mentalmente, pero sin duda no amaba ni confiaba en nadie lo bastante para pedir ayuda. Porque, más que nada, Marilyn desconfiaba profundamente de los motivos que impulsaran a quien quiera que se interesase por ella. Tenía un miedo poco menos que sicopático de que se "valieran" de ella: económicamente, como ocurrió primero con los tutores que la habían tolerado únicamente a cambio de los 20 dólares que recibían por hospedarla; sexualmente, como lo hizo el huésped distinguido de una de sus guardianas; profesionalmente, tanto sus representantes como los productores de sus películas.
UNA IMAGEN PERDURABLE
Resulta interesante reflexionar en lo que pudiera pensar Marilyn Monroe de la obra Después de la Caída. Morbosamente sensible a cualquier forma de explotación, probablemente se habría dado por ofendida al ver que su propio marido se había dedicado al negocio de venderla, cuerpo y alma, al público. Pero es indudable que habría visto con agrado que la imagen que de ella se forjó el público ejerce aún tanto atractivo. Patéticamente ansiosa, hacia las postrimerías de su carrera, de ser tomada "en serio" en la escena teatral, se habría sentido orgullosa de hallar su imagen presentada "en serio" en una pieza dramática de distinción intelectual. Y más adelante, cuando Hollywood haga una película de esa obra, en los espectrales oídos de Marilyn resonará de nuevo la música que más halagaba sus sentidos: el vulgar, vigoroso silbido masculino, el silbido admirativo del público que la idolatraba.
La más sencilla lección que puede sacarse de la vida de Marilyn Monroe es que los niños tienen necesidad de padres, o de amor paternal en quienes los sustituyan; de padres que no sólo les quieran sino que entre sí se profesen amor y respeto. Sin un hogar dichoso, que es el más grande de los dones que puedan recibirse en la cuna, es poco menos que imposible vérselas en la edad adulta ya sea con el éxito o con el fracaso.