Publicado en
marzo 09, 2014
Por Francisco Proaño Arandi.
ESCARAMUZAS NORTEAMERICANO-JAPONESAS
El pasado 13 de febrero, el primer ministro japonés, Morihiro Hosokawa, retornó a Tokio luego de su reunión cumbre con el presidente norteamericano Bill Clinton. La impresión general en torno al fracaso del encuentro fue la de que un abismo creciente, entre el Japón y los Estados Unidos, se estaba produciendo.
Hosokawa se negó a aceptar las exigencias de Washington, que desea una amplia apertura del mercado japonés a las exportaciones norteamericanas. El déficit comercial de los Estados Unidos con el Japón sobrepasó en 1993 los 50.000 millones de dólares; frente a ello, la administración Clinton amenazó con ampliar represalias comerciales a fin de obligar al Japón a abrir su mercado. El poderío alcanzado por el Japón, dijo Clinton, "simplemente ya no es aceptable".
Tras esta guerra económica y comercial se oculta, sin embargo, otra confrontación, mucho más profunda y permanente, relacionada con las abismales diferencias culturales o de civilización entre las dos grandes potencias económicas del mundo.
Ya en 1991, el líder chino Deng Xiaoping afirmó que una "nueva guerra fría" se estaba desarrollando entre Estados Unidos y China, y lo mismo parece suceder con respecto al Japón. Samuel Huntington, profesor de la Universidad de Harvard, subraya que en este caso las diferencias culturales exacerban el conflicto económico. "Cada lado -dice- acusa al otro de racismo, pero, al menos del lado americano, la antipatía no es racial, sino cultural". Y concluye: "Los problemas económicos entre Estados Unidos y Europa no son menos graves que entre Estados Unidos y Japón, pero no tienen la misma prominencia política e intensidad emotiva porque las diferencias entre la cultura americana y la europea son mucho menores que las que hay entre la civilización americana y la civilización japonesa".
EL MUNDO DE LA POSTGUERRA FRIA
Según Huntington, la política mundial está entrando en una nueva fase, en cuyo marco la fuente fundamental de los conflictos radica (o radicará) en las contrapuestas visiones del mundo que tiene la humanidad; será cultural, civilizatoria. "Las naciones-estados seguirán siendo las protagonistas más destacadas de los asuntos mundiales, pero los conflictos principales de la política mundial se producirán entre naciones y grupos de civilizaciones diferentes. El choque de civilizaciones dominará la política mundial. Las líneas de separación entre civilizaciones serán las líneas de batalla del futuro".
El esquema esbozado por Huntington cobra cierto asidero cuando echamos una mirada a los principales escenarios de conflicto en el mundo de la postguerra fría, el mundo que surge luego del derrumbe del bloque soviético. La confrontación tiende a producirse más que nada entre civilizaciones y menos entre ideologías. Pero, antes, debemos llegar a algún acuerdo sobre el significado de civilización: ésta presupone, básicamente, identidad cultural, es decir comunidad de elementos, entre ellos el lenguaje, la historia, las costumbres y, especialmente, la religión.
Aceptando esta definición vemos que las más agudas líneas de conflicto se están produciendo entre civilizaciones. En Yugoslavia, el choque es triple: entre católicos croatas, cristiano-ortodoxos serbios y serbios musulmanes (o musulmanes bosnios). A lo largo del Mediterráneo y por el Medio Oriente hasta Pakistán, se perfila una vasta línea de confrontación entre el Islam fundamentalista y el Occidente. Cada vez es más intenso el choque religioso entre musulmanes e hinduístas en la India y Pakistán.
A más del declive de las ideologías, propio del mundo de la postguerra fría, el estado nacional sufre un doble acoso que amenaza, si no con destruirlo, al menos con disminuir su papel protagónico en la arena internacional: el resurgir de los nacionalismos éticos y tribalismos, y la transnacionalización de la economía o globalización. Paralelamente, Huntington identifica al menos seis factores por los cuales, cada vez más, asistiremos a crecientes conflictos entre civilizaciones:
• Las diferencias entre civilizaciones son fundamentales (religión, cultura, idioma), de mayor importancia relativa que la ideología o el estatus económico.
• La interacción entre civilizaciones es más intensa en la actualidad, dada la simultaneidad de las comunicaciones y el aumento de las migraciones, en especial del Sur hacia el Norte.
• Los procesos de modernización económica dislocan las antiguas identidades nacionales y a la nación-estado, y la religión ocupa ahora un lugar preeminente como fuente de identidad, lo que da pábulo a los diversos fundamentalismos y a un creciente proceso de dessecularización (la llamada "revancha de Dios").
• La consolidación de la civilización occidental a nivel mundial obliga a un fenómeno de retorno a las raíces de las civilizaciones no occidentales ("asiatización" del Japón, "hunduización" de la India, fracaso del socialismo y los nacionalismos políticos radicales, "reislamización" del Oriente Medio, "rusianisación" de Rusia).
• Las diferencias culturales son menos mudables: se puede pasar de ser pobre a rico o viceversa, o de comunista a social-demócrata; pero un ruso, por ejemplo, no podrá jamás convertirse en azerí o armenio.
• El aumento del regionalismo económico (bloques) que reforzará la conciencia de civilización o de pertenencia a una misma cultura: Comunidad Europea -occidental y cristiana-; expansión de los vínculos económicos entre China, Hong-Kong, Singapur, comunidades chinas exteriores; Pacto Andino, Mercosur, Organización de Cooperación Económica que une a los diez países árabes del Asia Mesoriental: Irán, Pakistán, Turquía, Azerbaiyán, Kazakstán, Kirguizistán, Turkmenistán, Tadjikistán, Uzbequistán y Afganistán.
ESPECTRO DE CIVILIZACIONES
De acuerdo con Huntington y otros, en el mundo actual coexisten siete u ocho grandes civilizaciones: occidental, china, japonesa, islámica, hindú, eslavo-ortodoxa, indoamericaca y africana (o negra). La occidental, a su vez, puede dividirse entre: norteamericana, europeoccidental e iberoamericana (América Latina). La islámica, entre árabe, turca e iraní, o entre árabe y no árabe.
La confrontación puede volverse particularmente aguda en los puntos de tradicional convivencia entre civilizaciones, que a su vez coinciden con las llamadas líneas de fractura entre ellas. Las pretensiones territoriales o los simples recelos, o también las viejas cuentas históricas no saldadas, pueden dar lugar a violentos conflictos: tal el caso de Bosnia. No obstante, en un nivel más amplio la confrontación podría producirse por el control económico y militar mundial o regional, como en el caso de las contradicciones islámico-occidentales.
Por otro lado, parecen perfilarse con claridad, y a la luz de la nueva realidad unipolar del mundo de la postguerra fría, esas líneas de separación o de fractura entre civilizaciones o grupos de civilizaciones diferentes. William Wallace, citado por Huntington, asegura que la línea divisoria más importante de la actual Europa coincide con los límites orientales de la cristiandad occidental hacia finales del siglo XV: es la línea de separación entre Finlandia y los Estados Bálticos, por un lado, y Rusia, por otro, y que, hacia el sur, atraviesa Bielorrusia o divide Ucrania (entre la occidental católica y la oriental ortodoxa), separa luego Transilvania del resto de Rumania y, ya en la ex Yugoslavia, discurre exactamente por la frontera entre Croacia y Serbia, frontera que, por otra parte, fue durante mucho tiempo el límite histórico entre los imperios austrohúngaro y turco.
La línea de separación entre el mundo islámico y el occidental es también ostensible desde el Magreb hasta Pakistán. Allí, el conflicto permanece latente o ya ha estallado en ciertos puntos: el conflicto palestino-israelí, por ejemplo; la tensa situación planteada por los integristas árabes en Argelia; o la lucha de los musulmanes bosnios contra católicos croatas y ortodoxos serbios, y entre armenios y azerbayanos, o entre osetios e ingueses, en las fronteras septentrionales históricas del Islam.
EL SINDROME DEL "PAIS PARIENTE"
H.D.S. Greenway, igualmente citado por Huntington, habla del síndrome de "país pariente", para referirse a la comunidad de civilizáción, síndrome que crecientemente va a desempeñar un papel predominante en el tratamiento de los conflictos internacionales.
En el conflicto del Golfo, los países árabes contrarios a Sadam Husein tuvieron que moderar sus acciones dentro de la coalición con Estados Unidos ante el fervor proiraquí de las masas, y distanciarse de las presiones ulteriores contra Irak. En Bosnia, los países occidentales finalmente han apoyado a Croacia (católica) y han dejado que los musulmanes bosnios sean reducidos a un territorio mínimo. El presidente ruso, Boris Yeltsin, por su parte, no puede negarse a la presión nacionalista rusa que aboga por apoyar de manera efectiva a Serbia, lo que explica su oposición a la intervención de la OTAN en el área del conflicto. Frente a la guerra civil entre armenios y azerbayanos, países islámicos como Turquía e Irán debieron ir en apoyo de sus correligionarios azerbayanos, mientras que Rusia, cada vez más, hubo de respaldar a la cristiana y ortodoxa Armenia.
El referido síndrome, sin embargo, es también punto de fricción cuando un factor de poder exógeno trata de desmembrar a un determinado país clave, de su tradicional comunidad cultural. Ese esfuerzo provoca, a la vez, un radicalismo hacia las propias raíces en el seno de dicha comunidad.
Casos ejemplificativos de este fenómeno son Turquía, México y Rusia. Turquía fue por largos años un país prooccidental que se denominaba a sí mismo como europeo. Ahora, en el nuevo mundo de la postguerra fría, Turquía debe redefinir su identidad e importantes sectores de poder se vuelven hacia la posibilidad de ejercer un liderazgo, tanto frente al conflicto bosnio como en relación con las nuevas repúblicas islámicas ex soviéticas, liderazgo que a su vez le es disputado por Irán.
México intenta formar parte de un solo mercado con los Estados Unidos y Canadá (Tratado de Libre Comercio de América del Norte, NAFTA), pero la rebelión de los indígenas de Chiapas le impide una definitiva redefinición entre el Norte y el Sur.
En todo caso, los esfuerzos occidentales por extender su poder y, sobre todo, los atributos de ese poder (su cultura y la hegemonía económica y militar) a todo el mundo, provoca el recelo de las otras comunidades de civilizaciones y su vuelta a los parámetros más característicos que las singularizan y diferencian. Ese recelo, unido a las contradicciones económicas exacerbadas por las de orden cultural-religioso, configuran un mundo internacional mucho más inseguro que el de la guerra fría y la política de bloques.
Si hemos de escuchar a Brzezinski (autor de un reciente libro sobre el tema, Fuera de Control), la historia no terminó con la desaparición de la URSS y sus satélites: los problemas de la postguerra fría pueden fácilmente ser más peligrosos que los de la guerra fría, en un mundo lleno de armas nucleares y desorientado, sin control y sin genuinas superpotencias que puedan reordenar la realidad internacional. La indefinición y la errática política frente a la situación en Bosnia y al desafío serbio es, quizá, la más flagrante y trágica prueba.