Publicado en
febrero 16, 2014
Yo vengo de todas partes, para buscarte Arbol.
José Martí
Por Ignacio Abella.
Es curioso que después de la implacable persecución que ha sufrido el tejo desde tiempos remotos a causa de su preciada madera -insuperable para la construcción de arcos y con infinidad de utilidades-, la botánica lo describa con frecuencia como un árbol "solitario" o "raro", "habitante de los riscos más escarpados y las elevadas cumbres de las montañas..." Y es que la cruda realidad nos muestra que las íntimas poblaciones que han sobrevivido al acoso continuo son precisamente aquéllas que ocupan los lugares más abruptos e inaccesibles a los que el hombre no ha podido llegar. Pero incluso éstas soportan casi siempre una excesiva presión por parte de los herbívoros y el fuego, que han determinado, en ocasiones, su exterminio en comarcas enteras.
En esos postreros reductos tan sólo les queda desaparecer o resistir estoicamente para, con mucha suerte, recuperar una parte de sus antiguos dominios. Se diría que desde su atalaya, los tejos esperan con paciencia tiempos mejores.
Paradójicamente, sus hojas contienen el mejor remedio que conocemos para la curación de varios tipos de cáncer.
Toda una lección sobre la importancia de preservar la biodiversidad, aunque sólo sea por los motivos más egoístas desde el punto de vista humano.
El tejo es la especie arbórea más longeva del continente. El tiempo parece resbalar por su perenne follaje sin apenas despeinarlo, a excepción de los troncos vacíos, que revelan el paso implacable de las tormentas y los siglos. Se diría que su fuerza y su belleza aumentan con la edad.
Contemplando un tejo milenario se comprende por qué ha sido y continúa siendo desde tiempo inmemorial el árbol tótem; el más misterioso y venerado de todo el panteón europeo. Tanto en pueblos, como en regiones enteras, presidía desde el mismo centro con su imponente presencia los más señalados eventos de la comunidad. Fiestas, juicios, pactos y juramentos, asambleas o concejos de vecinos tenían lugar al pie del vecín más vieyu; el árbol gigantesco que representaba el alma común de la tribu; el lazo entre la sociedad y el territorio, la raíz, la propia identidad...
No en vano todos los ancestros iban a reposar al fin de sus días entre las raíces del árbol ancestral, del mausoleo vivo. Aún hoy podemos ver cientos de estos majestuosos supervivientes, más o menos avejentados y maltratados, tras el abandono de sus viejas funciones, en los lugares centrales de muchos pueblos del norte peninsular, en Bretaña y Normandía, Irlanda o Gran Bretaña. Como dioses caídos en un mundo que ha perdido la memoria, guardan un obstinado silencio, quizás un mudo reproche hacia aquellos humanos que después de siglos de entendimiento parecen haberles dado la espalda. Sin embargo, todavía es posible recobrar una parte de su mensaje y de su leyenda, pues si preguntamos a los abuelos cuya vida ha transcurrido alrededor de estos templos, nos dirán que el árbol es más viejo que la iglesia o que el propio pueblo; que ellos siempre lo conocieron así. O, seguramente, que los paisanos de antes no tocaban ni una sola rama del anciano.
Todavía en el mundo rural el tejo conserva una parte de su prestigio y una función didáctica que resulta una de sus más valiosas contribuciones. Sin duda, los pueblos que han sabido conservar un árbol centenario tienen un patrimonio de valor incalculable, pero, sobre todo, cuentan con el ejemplo vivo, una escuela permanente que nos inicia de forma magistral en la cultura del árbol.
Hay un tejo orgullo del valle Lorton que aún hoy, en medio de su tiniebla, se yergue igual que en los viejos tiempos (...) iSer viviente, creció tan lento que morir no puede!
Tejos, William Wordsworth.
LAS GOLOSINAS DE ANTAÑO
Al igual que ocurre con otras especies dioicas en las que los sexos están separados, sólo los tejos hembra dan fruto. El del tejo, que en términos botánicos recibe el nombre de arilo, tiene la semilla negra o marrón envuelta en una pulpa roja que resulta la única parte comestible de éste árbol, dado que todo lo demás, semilla incluida, es tóxico. Su dulzura atraía enjambres de niños en tiempos en los que no existían otras chucherías. Hoy en día, muchas aves y mamíferos, entre los que podríamos destacar los zorzales y el tejón, consumen todavía los arilos durante la larga estación en la que los tejos van madurando escalonadamente sus frutos. A veces, podemos encontrarlos en un mismo árbol desde agosto hasta noviembre para deleite de todos los golosos del bosque que irán a tirar los tejos, sembrándolos por doquier.
Fuente:
REVISTA INTEGRAL - ENERO 2009