Publicado en
enero 19, 2014
Por Rodrigo Villacís Molina.
BIENAL
Lo mejor que tiene la Bienal de Pintura de Cuenca, es Cuenca; o sea, la sede de este evento internacional que convoca a tantos artistas del continente, incluído Estados Unidos. Visitar la ciudad durante los días iniciales del evento resulta una experiencia extraordinariamente gratificante, porque su tradicional tranquilidad se combina de una extraña manera con la agitación que le llega en forma de una suerte de turismo especializado ávido de pintura: críticos, periodistas culturales, pintores, galeristas, aficionados a las artes plásticas van en todos los vuelos que arriban al pequeño aeropuerto, y se dispersan de inmediato en busca de alojamiento, para reunirse después en las amplias salas de exposición, en los bares y en los cafés.
El tema general, claro, es la Bienal: los envíos de los diferentes países; cuáles son los mejores y cuáles son los más flojos, y entre aquéllos, las obras más buenas. Después los premios: hasta qué punto estuvo acertado el jurado, y en el caso de esta segunda edición de la Bienal, el gran petardo de Martínez Moreno, que no votó a favor de Ianelli sino en contra de Tábara porque éste alguna vez le dijo que le hiciera el favor de no escribir más sobre él. En fin, esas cosas que se dan en el mundillo del arte y que constituyen su condimento.
Otra metedura de pata fue la del alcalde de la ciudad, quien pronunció en el acto inaugural el discurso menos feliz imaginable; porque habló largamente sobre lo que no sabía, precisamente ante un público que sabía mucho de ese tema: la pintura. Para muestra basta un botón: "Cada una de esas fases (de la historia de la pintura) cuenta con estudios muy detallados en cuanto al fondo, a la forma y a los materiales empleados, coincidiendo con la importancia que tiene el dibujo, en cuanto es tangible, en su relación con el color, que es siempre variable". ¡No hay derecho! Y menos en la Atenas del Ecuador.
Hubo que pedir disculpas a los críticos extranjeros, pero ellos dijeron que estas cosas se dan hasta en las mejores familias, y prefirieron hablar de la belleza de la urbe, aunque una garúa pertinaz la ensombreció un poco en esos días. "Nada es perfecto", como dijo filosóficamente un poeta cuencano.
MONJITAS
Una monjita a quien conozco mucho y de cuya palabra no puedo dudar, me cuenta esta verídica historia de monjitas y ladrones: Ocurrió no hace mucho, cuando la monjita ecónoma de cierta comunidad fue al banco a retirar, como lo hace de costumbre, el dinero para los gastos de la casa. Hizo la cola respectiva, paso a paso, hasta la ventanilla donde cobró, en billetes pequeños, el cheque que llevaba. Recogió el fajo que le entregó la señorita, lo puso en una funda de papel, metió la funda en la cartera que le colgaba del hombro y salió del banco. Todo, rutinariamente.
Pero en la calle, mientras se dirigía a tomar el colectivo de costumbre, se le acercó un joven bien vestido a quien le pareció haber visto en el banco, y le dijo con la sonrisa más cordial, que le entregara el dinero que acababa de cobrar, si no quería morir en ese mismo instante. Y para convencerla de que hablaba en serio, le mostró disimuladamente el cañón de una pistola. La monjita tardó unos segundos en entender lo que estaba ocurriendo; pero cuando entendió se le fue "el alma a los talones", como habría de contar después, y pensó que todavía no estaba lista para comparecer ante el Señor. De tal manera qué, sin vacilar, abrió con mano trémula la cartera y le entregó al asaltante el paquete que había puesto allí. El joven lo tomó y lo pasó de inmediato a su bolsillo, al mismo tiempo que, después de una ligera venia, se hacía humo.
La monjita llegó más muerta que viva a la casa de la comunidad, y entre accesos de llanto les contó a las otras monjitas que le acababan de robar. Ya podemos imaginar el revuelo que se armó alrededor de la ecónoma, con monjitas que daban voces, que preguntaban, que querían llamar a la policía, o que consolaban a la víctima del asalto, sin que faltara uno que otro gritito histérico.
Cuando los ánimos se calmaron un poco, la ecónoma le refirió en detalle a la superiora todo el episodio; pero al abrir la cartera descubrió estupefacta que allí estaba el paquete con el dinero. No podía creerlo y hasta pensó por un instante que era un milagro, hasta que recordó que en la cartera llevaba también, dentro de una fundita de papel, una toalla higiénica, que era lo que faltaba.
CHINA
Cuando hace 20 años entrevisté a Jorge Enrique Adoum, me dijo: "Admiro tan profundamente a la China de Mao, como estoy decepcionado de la Unión Soviética. ¿Cómo no estar decepcionado de un país que habiendo sido la esperanza de los trabajadores del mundo, de los pobres de la tierra, ahora le vende magnesio al imperialismo norteamericano para que siga fabricando las bombas de napalm destinadas al frente de Vietnam?" Y después, refiriéndose al pueblo chino: "Es un pueblo tranquilo, casi diría feliz. Un pueblo que sabe, como el de Cuba, que todas la maniobras de guerra van dirigidas contra él y que, sin embargo, no ha desarrollado una histeria de guerra y sigue construyendo; el único pueblo de la tierra donde la mentalidad de la juventud es tan pura, que uno se avergüenza o se asusta de la mentalidad de Occidente".
Los recientes y trágicos acontecimientos de la China continental me hicieron recordar esas palabras del poeta; pensé en esa juventud a la que alude, "de mentalidad tan pura", despedazada por la metralla en la enorme plaza de Tien An-men, por reclamar pacíficamente, pero firmemente, min zhu, o sea democracia. Durante más de un mes se sucedieron en Pekín las multitudinarias manifestaciones inspiradas por los estudiantes contra una dirigencia política que ostenta el poder absoluto y no le deja mucho espacio a la libertad. El gobierno de Deng Xiao-Ping mandó a desalojar la plaza con el ejército; pero al principio, durante algunos días, los soldados se limitaron a contemplar el gran espectáculo del pueblo reclamando sus derechos. Hasta que llegó la orden de disparar.
Al día siguiente, grandes camiones recogieron miles de muertos, tres, cuatro o cinco mil, no se sabe, y las ambulancias se llevaron a los heridos. El gobierno y sus representantes diplomáticos en todo el mundo dijeron que los manifestantes abaleados no habían sido sino unos "bandidos" y unos "delincuentes". ¿Qué otra cosa podían ser si pedían min zhu con tanta insistencia? En lugar de min zhu, el generoso gobierno de Deng mandó al mismo ejército que protagonizara la masacre de Tien An-men, a repartir alimentos para el pueblo. Como quien dice: "Les damos de comer, pero no nos pidan también libertad..."
A raíz de estos acontecimientos, me encontré con Adoum en la Casa de la Cultura, y le recordé sus palabras de hace dos décadas. Hizo un gesto que quería decir: "Otra decepción y van..."