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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
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  • 157. Slut - 0:48
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  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
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  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
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  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
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  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
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  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
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  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
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  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
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  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
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    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

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    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
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    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
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    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


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    IMAGEN PERSONAL



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    LA CRIATURA EN LA CIMA DEL MUNDO (James Blish)

    Publicado en enero 12, 2014
    Y está escrito que después de que los Gigantes llegaran a Tellura desde las lejanas estrellas, permanecieron un tiempo, y miraron a la superficie de la tierra, y la hallaron desolada y de siniestro augurio. De modo que hicieron que el hombre viviera siempre en el aire y a la luz del sol, y a la luz de las estrellas, que harían que les recordara. Y los Gigantes permanecieron aún un tiempo, v enseñaron a los hombres a hablar, y a escribir, y a tejer, y a hacer todas esas cosas que son necesarias y de las cuales hablan los escritos. Y después se marcharon hacia las lejanas estrellas, diciendo: "Tomad este mundo como vuestro, y cuando regresemos, no temáis, porque os pertenece".
    EL LIBRO DE LAS LEYES


    1


    Honath el Constructor de Bolsas fue sacado de las redes una hora antes que el resto de los prisioneros, debido a su status de archiincrédulo sobre todos los demás. Aún no había amanecido, pero sus captores, pequeñas sombras oscuras con torcidas piernas, hundidos hombros y delgadas colas sin pelo, que se enrollaban en espirales concéntricas en el sentido de las agujas del reloj, lo llevaron con grandes saltos a través de los interminables y profundamente aromáticos jardines de orquídeas. Honath iba tras ellos, al extremo de una larga cuerda pasada alrededor de su cuello y acompasando sus saltos con los de ellos, puesto que cualquier movimiento en falso lo ahorcaría instantáneamente.

    De todos modos, se hallaría igualmente camino de la superficie, situada a unos ochenta metros por debajo de los jardines de orquídeas, poco después del amanecer. Pero ni siquiera el más archiincrédulo de todos ellos deseaba iniciar el viaje —ni siquiera al compasivo extremo de una liana— un momento antes de que la ley le dijera: "Ve".

    La densa e interconectada red de lianas y plantas trepadoras que formaba como una alfombra bajo ellos, cada tronco tan grueso como el cuerpo de un hombre, se alzó y luego descendió bruscamente cuando el grupo alcanzó en sus saltos el borde del bosque de helechos arbóreos que rodeaba al bosque de equisetos. El grupo se detuvo antes de iniciar el descenso y miró hacia el este, al otro lado de la indistinta bóveda. Las estrellas palidecían cada vez más; sólo la brillante constelación del Papagayo seguía siendo visible sin la menor duda.

    —Un día espléndido —dijo uno de los guardias, en tono conversacional—. Mejor ir abajo en un día soleado que en medio de la lluvia, Constructor de Bolsas.

    Honath se estremeció y no dijo nada. Siempre estaba lloviendo allí abajo, en el Infierno, eso lo sabían hasta los niños. Incluso en los días soleados, la interminable llovizna de la transpiración procedente del centenar de millones de hojas de los árboles eternos cubría de neblina el aire del bosque y empapaba constantemente el negro suelo.

    Miró a su alrededor en la brillante y brumosa mañana. El horizonte oriental, era aún negro por encima de la giba del gran sol rojo, que había ascendido ya casi un tercio de su diámetro; era el momento ya de que su furiosamente tórrido consorte, el pequeño y blancoazulado disco, le siguiera. De uno a otro horizonte, hasta perderse de vista, el oscilante océano de las copas de los árboles formaba un amplio y constante oleaje, fluido como aceite. Sólo en las partes más cercanas podía el ojo desnudo captar ese océano en sus detalles, transformarlo en el mundo que realmente era: un enorme y enrevesado amasijo de plantas, con pequeños helechos, con orquídeas ávidas de aire, con un millar de variedades de hongos surgiendo por todas partes allí donde las plantas trepadoras se enredaban entre sí y recolectaban un poco de humus para ellos, con hambrientas plantas parásitas chupando la savia de las trepadoras, los árboles e incluso entre ellas mismas. En los charcos de agua de lluvia recogidos por las apiñadas hojas de las bromeliáceas, ranas arbóreas y ranas de zarzales interrumpían dubitativas su ronco croar a medida que aumentaba la luz, y guardaban silencio una tras otra. En los árboles del mundo inferior, los tentativos chillidos de los pájaros-lagarto (las almas de los condenados, o los demonios que las atormentaban, nadie estaba demasiado seguro de ello) iniciaban su concierto.

    Una breve ráfaga de viento sopló en la oquedad sobre el claro de equisetos, haciendo que toda la masa vegetal bajo el grupo se estremeciera ligeramente. Automáticamente, Honath adelantó una mano para sujetarse, pero una de las pequeñas trepadoras, hacia la cual había adelantado su mano carente de pelo, le lanzó un silbido y se retorció desapareciendo en la oscuridad de abajo..., una serpiente verde clorofila que había subido de las chorreantes profundidades aéreas, donde cazaba en la penumbra ancestral, para saludar a los soles y secar sus escamas en el tranquilo amanecer. Mucho más abajo, un sorprendido mono, despertado por la irritada serpiente, saltó a otro árbol, lanzando mortíferos insultos, uno tras otro, cuando se hallaba aún en mitad de su salto. La serpiente, por supuesto, no le prestó la menor atención, puesto que no hablaba el lenguaje de los hombres; pero el grupo al borde del bosquecillo de equisetos sonrió apreciativamente.


    —El lenguaje soez es norma ahí abajo —dijo otro de los guardias—. Un lugar adecuado para ti y tus blasfemadores, Constructor de Bolsas. Sigamos.

    La cuerda en el cuello de Honath se tensó, y poco después sus captores estaban avanzando a saltos en zigzag hacia la parte más honda de la oquedad, hacia el Trono de Justicia. Les siguió, puesto que no tenía otra elección, con la cuerda amenazando constantemente con enredarse entre sus brazos, piernas o cola, y —peor, mucho peor— haciendo cada uno de sus movimientos mortalmente torpes. Arriba, el estrellado penacho del Papagayo iba desvaneciéndose en el azul.

    Hacia el centro del cuenco formado por la vegetación, las casas de hojas y cuero se apiñaban muy juntas, sujetas a las propias plantas trepadoras, o colgando de alguna ocasional rama demasiado alta o demasiado delgada para sostener lianas. Honath conocía perfectamente la mayoría de aquellas bolsas, no sólo como visitante sino también como artesano. Las más finas de todas ellas, las flores invertidas que se abrían automáticamente cuando las bañaba el sol de la mañana, aunque podían cerrarse fuertemente y con toda seguridad en torno a sus ocupantes al anochecer con sólo tirar de una cuerda, habían sido diseñadas y construidas por él. Habían sido ampliamente admiradas e imitadas.

    La reputación que le habían proporcionado había ayudado también a pasar aquella cuerda en torno a su cuello. Había dado peso y autoridad a sus palabras, el suficiente peso y autoridad como para convertirlo, a la larga, en el archiincrédulo, el hombre que conducía a los jóvenes a la blasfemia, el hombre que cuestionaba el Libro de las Leyes.

    Y probablemente había ayudado a conseguirle su billete para el Ascensor al Infierno.

    Las bolsas se estaban abriendo ya cuando el grupo llegó junto a ellas. Aquí y allá, adormilados rostros aparecían entre las secciones que se separaban, a medida que las nervaduras de cuero empapado de rocío se distendían. Algunos de los soñolientos ocupantes reconocieron a Honath, éste estaba seguro de ello, pero ninguno salió para seguir al cortejo, aunque los habitantes del poblado solían caer de las corolas de sus abiertas flores como semillas maduras a aquella hora de cualquier día normal.

    Había un Juicio en puertas, y ellos lo sabían; ni siquiera aquellos que habían dormido durante toda la noche en una de las más elaboradas casas de Honath se atrevían a hablar con él ahora. Al fin y al cabo, todo el mundo sabía que Honath no creía en los Gigantes.


    Honath podía ver ahora el Trono de Justicia ante él, un asiento colgante de caña trenzada con el respaldo coronado por una hilera de gigantescas orquídeas moteadas. Se suponía que las orquídeas habían sido trasplantadas allí cuando fue construido el asiento, pero nadie podía recordar cuánto tiempo hacía de ello; puesto que no había estaciones, no existía ninguna razón particular por la que no pudieran haber estado allí desde siempre. El propio Trono se hallaba al fondo de la arena y muy alto por encima de ella; pero a la creciente luz Honath podía distinguir el pelaje blanco del rostro del Portavoz Tribal como una flor solitaria, un pensamiento, plata y negro entre los vividos colores que la rodeaban.

    En el centro de la arena se hallaba el Ascensor. Honath lo había visto a menudo, y había asistido a Juicios en los cuales había sido utilizado, pero le costaba creer que con toda seguridad él iba a ser su próximo pasajero. Consistía tan sólo en un gran cesto, lo suficientemente profundo como para que nadie pudiera saltar fuera desde su interior, y rodeado de espinos para que nadie pudiera trepar por él. Tres cuerdas de cáñamo estaban atadas a su borde, entrelazándose hasta formar una cuerda de sustentación enrollada al otro extremo a un torno de madera que podía ser accionado por dos hombres incluso cuando la cesta estaba cargada.

    El funcionamiento era también simple. El condenado era obligado a meterse en el cesto, y éste bajado hasta desaparecer de la vista, hasta que el aflojamiento de las cuerdas indicaba que había llegado a la superficie. La víctima salía entonces —y si no lo hacía, el cesto quedaba abajo hasta que ésta se moría de hambre o hasta que el Infierno se hacía cargo de ella por algún otro método—, y el torno era accionado de nuevo enrollando la cuerda.

    La sentencia era por periodos de tiempo variables según la gravedad del crimen, pero en términos prácticos esta formalidad carecía de sentido. Aunque el cesto era bajado de nuevo cuando la sentencia había expirado, nadie había vuelto nunca en él. Naturalmente, en un mundo sin estaciones ni lunas, y por lo tanto sin ninguna medida del tiempo excepto un año arbitrario, era difícil contar exactamente largos periodos. A menudo la cesta podía bajar treinta o cuarenta días antes o después de la fecha correspondiente. De todos modos, era sólo un tecnicismo, puesto que si resultaba difícil contar el tiempo en el mundo superior, probablemente era imposible en el Infierno.

    Los guardias de Honath ataron el extremo libre de su cuerda a una rama y se sentaron a su alrededor. Uno le pasó distraídamente una pina y el Constructor de Bolsas intentó ocupar su mente con el trabajo de extraer las jugosas semillas, pero no consiguió hallarles ningún sabor.

    Estaban trayendo a más cautivos ahora, mientras el Portavoz observaba con sus brillantes ojos negros desde su alta percha. Allí estaba Mathild la Forrajeadora, estremeciéndose como si tuviera fiebre, el pelaje de su costado izquierdo brillante y erizado, como si se hubiera volcado encima inadvertidamente una planta barril. Tras ella venía Alaskon el Navegante, un hombre de mediana edad sólo unos pocos años más joven que el propio Honath; fue atado cerca de éste, y se sentó inmediatamente, masticando un brote de caña con aparente indiferencia.

    Hasta aquel momento, todo el proceso se había desarrollado sin pronunciar más que unas pocas palabras, pero eso terminó cuando los guardias intentaron sacar a Seth el Fabricante de Agujas de las redes. Pudo ser oído inmediatamente, a través de toda la distancia

    —del bosquecillo, hablando y gritando alternativamente en una mezcla que tanto podía significar miedo como cólera. Todo el mundo excepto Alaskon volvió la cabeza para mirar, y de las bolsas surgieron cabezas como mariposas de sus capullos.

    Un momento más tarde, los guardias que custodiaban a Seth aparecieron en el borde del bosquecillo en un confuso grupo, gritando ellos también. En algún lugar en medio de la confusión la voz de Seth dominaba a las demás; obviamente, estaba agarrándose con sus cinco miembros a cualquier liana o fronda que se pusiera a su alcance, y aún no habían conseguido obligarle a soltar una cuando ya se aferraba con mayor fuerza a otra, más hacia atrás si era posible. Sin embargo, estaba siendo conducido inexorablemente a la arena, dos pasos adelante, uno hacia atrás, tres pasos adelante...

    Los guardias de Honath siguieron comiendo sus pinas. Honath se dio cuenta de que durante el alboroto Charl el Lector había sido traído silenciosamente del mismo lado del bosquecillo. Ahora estaba sentado al lado opuesto de Alaskon, mirando apáticamente hacia abajo, al inextricable entrelazado de lianas y plantas trepadoras, los hombros caídos hacia delante. Exudaba desesperación; tan sólo mirarle hacía que Honath sintiera un renovado estremecimiento.

    Desde el alto Trono, el Portavoz dijo:

    —Honath el Constructor de Bolsas, Alaskon el Navegante, Charl el Lector, Seth el Fabricante de Agujas, Mathild la Forrajeadora, habéis sido llamados para responder a la justicia.
    —¡Justicia! —estalló Seth, soltándose de sus captores con un Remendó salto, y siendo detenido por un tirón del extremo de la cuerda que lo sujetaba—. ¡Esto no es justicia! No tengo nada que ver con...

    Los guardias se arrojaron sobre él y estamparon firmemente las morenas manos sobre su boca. El Portavoz observó con divertida malicia.

    —Las acusaciones son tres —dijo—. La primera, contarles mentiras a los niños. La segunda, sembrar la duda del orden divino entre los hombres. La tercera, la negación del Libro de las Leyes. Cada uno de vosotros hablará según su orden de edad. Honath el Constructor de Bolsas, tu alegato puede ser oído.

    Honath se puso en pie, temblando ligeramente, pero sintiendo un sorprendentemente renovado brotar de su antigua independencia.

    —Estas acusaciones se resumen todas en la negación del Libro de las Leyes —dijo—. No he enseñado nada más que sea contrario a lo que creemos todos, y no he sembrado la duda en nadie. Rechazo la acusación.

    El Portavoz lo miró con incredulidad.

    —Muchos hombres y mujeres han dicho que tú no crees en los Gigantes, Constructor de Bolsas —dijo—. No ganarás el perdón acumulando más mentiras.
    —Rechazo la acusación —insistió Honath—. Creo en el Libro de las Leyes como un conjunto, y creo en los Gigantes. He enseñado tan sólo que los Gigantes no son reales en el sentido que nosotros somos reales. He enseñado que deben entenderse como símbolos de alguna realidad superior, y que no deben ser tomados literalmente como personas.
    —¿Qué realidad superior es ésa? —preguntó el Portavoz—. Descríbela.
    —Me pides que haga algo que ni siquiera los redactores del Libro de las Leyes pudieron hacer —dijo Honath vehementemente—. Si ellos tuvieron que envolver la realidad en símbolos en vez de escribirla directamente, ¿cómo puede hacer algo mejor un simple constructor de bolsas?
    —Esa doctrina es puro viento —dijo el Portavoz—. Y evidentemente va dirigida a socavar la autoridad y el orden establecidos por el Libro. Dime, Constructor de Bolsas, si los hombres no necesitan temer a los Gigantes, ¿por qué deberían temer a la ley?
    —Porque son hombres, y es de su interés temer a la ley. No son niños que necesiten un Gigante físico sentado a su lado con un látigo para obligarles a creer. Además, Portavoz, esta creencia arcaica nos incapacita en sí misma. Mientras creamos que existen los auténticos Gigantes, y que algún día volverán para seguir enseñándonos, no nos preocuparemos de buscar nuestras propias respuestas a nuestras preguntas. La mitad de lo que sabemos nos ha sido dada en el Libro, y la otra mitad se supone que nos lloverá de los cielos si somos lo bastante pacientes y esperamos lo que sea necesario. Mientras tanto, vegetamos.
    —Si una parte del Libro no es cierta, entonces nada puede impedir que todo él no sea cierto —dijo bruscamente el Portavoz—. Y perderemos incluso lo que tú llamas la mitad de nuestro conocimiento. .., que es en realidad su totalidad, para aquellos que lo ven con ojos claros.

    Repentinamente, Honath perdió su sangre fría.

    —¡Perdámoslo, entonces! —gritó—. Desaprendamos todo aquello que conocemos tan sólo por rutina, volvamos al principio, aprendámoslo todo de nuevo, y sigamos aprendiendo a partir de nuestra propia experiencia. Portavoz, tú eres un hombre viejo, ¡pero algunos de nosotros todavía no hemos olvidado lo que significa la curiosidad!
    —¡Silencio! —exclamó el Portavoz—. Ya hemos oído suficiente. Llamamos a Alaskon el Navegante.
    —Mucho de lo que dice el Libro es claramente falso —dijo Alaskon con voz llana, levantándose—. Como manual práctico de artes y oficios nos ha servido muy bien. Como guía de cómo está hecho el universo es una tontería, en mi opinión; Honath es demasiado benévolo con él. No he hecho un secreto de lo que pienso, y sigo pensándolo.
    —Y pagarás por ello —dijo el Portavoz, parpadeando mientras miraba a Alaskon—. Charl el Lector.
    —No tengo nada que decir-dijo Charl, sin ponerse en pie, sin ni siquiera alzar la vista.
    —¿No niegas las acusaciones?
    —No tengo nada que decir —repitió Charl bruscamente, alzando la cabeza y mirando con ojos desesperados al Portavoz—. Sé leer, Portavoz. He visto palabras en el Libro de las Leyes que se contradicen las unas a las otras. Las he señalado. Son hechos, existen en las páginas. No he enseñado nada, no he dicho mentiras, no he predicado herejías. He señalado hechos. Eso es todo.
    —Seth el Fabricante de Agujas, puedes hablar ahora.

    Los guardias retiraron, agradecidos, sus manos de la boca de Seth; habían sido mordidos varias veces en el proceso de mantenerlo inmóvil y silencioso. Seth empezó a gritar inmediatamente.

    —¡Yo no formo parte de ese grupo! ¡Soy víctima de las habladurías, de los vecinos envidiosos, de los artesanos celosos de mis habilidades y de mi éxito! ¡Ningún hombre puede acusarme de otra cosa que de haberle vendido agujas a ese constructor de bolsas, de habérselas vendido de buena fe! ¡Las acusaciones contra mí son mentiras, todas ellas!

    Honath se puso en pie de un salto, furioso, y luego volvió a sentarse, tragándose la airada respuesta que subía a sus labios sin probar siquiera su amargo sabor. ¿Qué importaba? ¿Por qué había de presentar testimonio contra el joven? Con eso no ayudaría a los otros, y si Seth deseaba mentir para escapar del Infierno, era mejor concederle su oportunidad.

    El Portavoz estaba mirando fijamente a Seth, con la misma expresión de ultrajada incredulidad que había exhibido hacia Honath.

    —¿Quién fue el que grabó las blasfemias en los árboles de madera dura cerca de la casa de Hosi el Legislador? —preguntó—. Se necesitaron agujas aceradas para hacer aquel trabajo, y hay testigos que dicen que tus manos eran las que las sujetaban.
    —¡Más mentiras!
    —Las agujas encontradas en tu casa corresponden a las entalladuras, Seth.
    —¡No eran mías... o me fueron robadas! ¡Exijo ser liberado!
    —Serás liberado —dijo fríamente el Portavoz.

    No había ninguna duda posible acerca del significado de sus palabras. Seth se echó a llorar y empezó a gritar al mismo tiempo. Nuevas manos taparon su boca.

    —Mathild la Forrajeadora, tu defensa puede ser oída —prosiguió el Portavoz.

    La joven se puso vacilantemente en pie. Su pelaje estaba casi seco ahora, pero seguía temblando.

    —Portavoz —dijo—, he visto las cosas que Charl el Lector me mostró. Dudé, pero lo que Honath dijo restauró mis creencias. No veo ningún mal en sus enseñanzas. Disipan las dudas en vez de afirmarlas, como tú dices que hacen. No veo nada malo en ellas, y no comprendo por qué son un crimen.

    Honath la miró admirativo. El Portavoz suspiró profundamente.

    —Lo lamento por ti —dijo—, pero como Portavoz no podemos aceptar la ignorancia de la ley como un eximente. Seremos compasivos con vosotros, de todos modos. Renunciad a vuestra herejía, confesad vuestra creencia en el Libro tal como está escrito de principio a fin, y vuestra única pena será ser arrojados de la tribu.
    —¡Renuncio a la herejía! —bramó Seth—. ¡Nunca la he compartido! ¡Toda ella es una blasfemia, cada palabra es una mentira! ¡Creo en el Libro, en su totalidad!
    —Tú, Fabricante de Agujas —dijo el Portavoz—, has mentido antes del Juicio, y probablemente estás mintiendo también ahora. No quedas incluido en la dispensa.
    —¡Asqueroso gusano reptante! ¡Ojalá te... ! hummmpp.
    —Constructor de Bolsas, ¿cuál es tu respuesta?
    —Es "no" —dijo Honath firmemente—. He dicho la verdad. Nadie puede desdecirse de la verdad.

    El Portavoz miró a los demás.

    —En cuanto a vosotros tres, pensaos cuidadosamente vuestra respuesta. Compartir la herejía significa compartir la sentencia. La pena no será menor sólo porque vosotros no inventarais la herejía.

    Hubo un largo silencio.

    Honath tragó dificultosamente saliva. El coraje y la fe que había en aquel silencio le hicieron sentirse más pequeño y desamparado que nunca. Se dio cuenta de pronto de que los otros tres habrían mantenido su silencio aunque la defección de Seth no hubiera reforzado su resolución. Se preguntó si él también lo habría hecho.

    —Entonces pronunciaremos la sentencia —dijo el Portavoz—. Todos y cada uno de vosotros sois condenados a mil días en el Infierno.

    Hubo un unánime jadeo en torno a la arena, donde, sin que Honath se hubiera dado cuenta de ello, se había ido reuniendo una silenciosa multitud. No le sorprendió el sonido. La sentencia era la más larga que se había pronunciado en toda la historia de la tribu.

    Aunque en realidad aquello no significaba nada. Nadie había regresado ni siquiera de una sentencia tan leve como cien días en el Infierno. De hecho, nadie había vuelto nunca del Infierno.

    —Preparad el Ascensor. Todos subirán juntos a él. Y su herejía con ellos.


    2


    La cesta oscilaba. Lo último que Honath vio del mundo de arriba fue un círculo de rostros, no demasiado cerca del agujero practicado en la urdimbre de lianas y plantas trepadoras, mirando hacia abajo, contemplando su descenso. Entonces el cesto cayó otros cuantos metros con la siguiente vuelta del torno, y los rostros desaparecieron.

    Seth estaba sollozando en el fondo del Ascensor, acurrucado sobre sí mismo hasta formar una apretada bola, la punta de su cola rodeando su nariz y ojos. Ninguno de los demás emitía el menor sonido, y mucho menos Honath.

    La oscuridad se espesaba a su alrededor. Parecía extraordinariamente densa. El ocasional grito chillón de un pájaro-lagarto realzaba en cierto modo el silencio que les rodeaba, sin romperlo. La luz que se filtraba por entre las rendijas de los árboles parecía ser absorbida por una penumbra verdeazulada, a cuyo través las lianas trazaban sus curvadas líneas. Las columnas de los troncos de los árboles, los pilares del mundo, se erguían a su alrededor, demasiado distantes a la débil luz para permitirles calcular su velocidad de descenso; sólo los irregulares tirones de la cesta evidenciaban que seguían moviéndose aún hacia abajo, aunque se desviaban lateralmente en una compleja y entremezclada serie de ochos trazados en el aire en respuesta a la rotación del planeta; un péndulo de Foucault lastrado por cinco vidas.

    Finalmente la cesta descendió una vez más, dio un brusco tirón hacia arriba y se ladeó, arrojándoles a todos contra la dura pared de cañas. Mathild lanzó un agudo grito, y Seth se desenrolló casi instantáneamente, aferrándose a lo primero que encontró a mano. Otra sacudida, y el Ascensor se inmovilizó, volcado.


    Estaban en el Infierno.

    Con precaución, Honath se arrastró fuera, pasando por encima de las largas espinas que rodeaban el borde del cesto. Tras un momento Charl el Lector le siguió, y luego Alaskon tomó a Mathild firmemente de la mano y la condujo hasta la superficie. El suelo era húmedo y esponjoso, aunque en absoluto elástico, y era muy frío; los dedos de los pies de Honath se encogieron involuntariamente.

    —Vamos, Seth —dijo Charl con voz ronca—. No van a volver a subir el cesto hasta que tú hayas salido. Lo sabes bien.

    Alaskon miró en derredor la helada bruma.

    —Sí —dijo—. Y vamos a necesitar un fabricante de agujas aquí abajo. Con buenas herramientas, tenemos una posibilidad...

    Los ojos de Seth no habían dejado de saltar de uno a otro. Con un repentino grito discordante, saltó fuera de la cesta, pasando por encima de las cabezas de los demás en un largo salto, y golpeó la base del árbol más cercano, una inmensa palmera. Al mismo tiempo, sus piernas se doblaron bajo su cuerpo, y casi con el mismo movimiento pareció saltar directamente hacia arriba en el sombrío aire.

    Boquiabierto, Honath siguió su trayectoria. El joven fabricante de agujas había calculado sus movimientos a la décima de segundo. Estaba ya trepando por la cuerda de la que se hallaba suspendido el Ascensor. Ni siquiera se molestó en mirar hacia atrás.

    Tras un momento, la cesta empezó a ascender. El impacto del peso de Seth golpeando la cuerda evidentemente había sido interpretado por el equipo del torno como que todos los condenados habían salido ya a la superficie; una sacudida de la cuerda era la señal habitual. La cesta empezó a subir, balanceándose. Su velocidad de ascenso, unida a la propia de Seth, hizo que su trepadora silueta desapareciera rápidamente de su vista. Tras un momento, la cesta había desaparecido también.

    —Nunca llegará arriba —susurró Mathild—. Está demasiado lejos, y está yendo demasiado aprisa. Perderá fuerzas y caerá.
    —No lo creo —dijo Alaskon seriamente—. Es ágil y fuerte. Si alguien puede conseguirlo, es él.
    —Lo matarán si lo consigue.
    —Por supuesto que lo harán —dijo Alaskon, alzándose de hombros.
    —No lo lamentaré —dijo Honath.
    —Yo tampoco. Pero algunas agujas aguzadas nos hubieran sido de utilidad aquí abajo, Honath. Ahora vamos a tener que planear nacerlas nosotros mismos..., si podemos identificar las diferentes laderas aquí abajo, sin hojas que nos ayuden a distinguirlas.


    Honath miró curiosamente al Navegante. El salto de Seth hacia el cielo le había distraído de la comprensión de que la cesta también había desaparecido, pero ahora ese frío hecho le caló.

    —¿Realmente piensas permanecer con vida en el Infierno, Alaskon?
    —Por supuesto —repuso éste tranquilamente—. Esto no es más un Infierno de lo que ahí arriba es el Cielo. Esto es la superficie del planeta, ni más ni menos. Podemos seguir con vida si no nos dejamos llevar por el pánico. ¿Acaso lo único que piensas hacer tú es quedarte sentado aquí hasta que las furias caigan sobre ti, Honath?
    —No he pensado mucho sobre eso-confesó el aludido—. Pero si hay alguna posibilidad de que Seth pierda presa en esa cuerda, antes de que llegue arriba y lo acuchillen, y cae, ¿no crees que deberíamos aguardar y ver si podemos atraparlo? No debe de pesar más de quince kilos. Quizá pudiéramos habilitar alguna especie de red...
    —No conseguiríamos más que rompernos los huesos, además de romperse los suyos —atajó Charl—. Mi idea es marcharnos de aquí tan rápido como sea posible.
    —¿Por qué? ¿Conoces un lugar mejor?
    —No, pero sea esto el Infierno o no, hay demonios aquí abajo. Todos nosotros los hemos visto desde arriba, los gigantes con cabeza de serpiente. Deben de saber que el Ascensor siempre entra en contacto con el suelo aquí y descarga comida gratis. Éste debe de ser terreno de caza para ellos...

    No había terminado de hablar, cuando las ramas empezaron a agitarse y entrechocar, muy arriba. Una cascada de pequeñas gotas cayó cruzando el azulado aire, y resonó un trueno. Mathild dejó escapar un gemido.

    —Es tan sólo una ventolera —la tranquilizó Honath.

    Pero las palabras surgieron de su boca en una serie de entrecortados jadeos. Cuando el viento había agitado los árboles, Honath había flexionado automáticamente las rodillas y lanzado los brazos en busca de un asidero, aguardando que el amplio oleaje de respuesta sacudiera el suelo bajo sus pies. Pero no ocurrió nada. La superficie bajo ellos permaneció inmóvil, sin agitarse ni una fracción de milímetro en ninguna dirección. Y allí no había nada lo suficientemente cercano a lo que agarrarse.

    Trastabilló, intentando compensar la ausencia de movimiento del suelo, pero en el mismo momento otra ráfaga de viento sopló entre las frondas, un poco más fuerte que la primera, reclamando insistentemente un nuevo ajuste de su cuerpo a las olas que hacían oscilar las cimas de los árboles. De nuevo la blanda superficie bajo sus pies se negó a responder; el familiar agitarse de lianas y plantas trepadoras con el viento, un aspecto de su mundo tan habitual como los propios vientos, no existía allí.

    Honath se vio obligado a sentarse en el suelo, sintiéndose francamente mareado. La húmeda y fría tierra bajo sus posaderas desprovistas de pelo era desagradable, pero no hubiera podido permanecer más tiempo de pie sin vomitar el magro desayuno de prisionero que le habían dado. Se aferró a las primeras matas que encontró, pero aquello no le trajo ningún alivio.

    Los demás no parecían sentirse mejor que Honath. Mathild, en particular, estaba girando desconcertada sobre sí misma, los labios apretados, las manos aplastadas contra sus delicados oídos. Mareo. Era algo desconocido allá arriba, excepto entre aquellos "que habían sufrido graves heridas en la cabeza o estaban muy enfermos. Sin embargo, en el inmóvil suelo del Infierno resultaba evidente que iba a estar con ellos constantemente.

    Charl se acuclilló, tragando saliva convulsivamente. —Yo... no puedo resistirlo —gimió—. Esto es magia, Alaskon... Los demonios con cabeza de serpiente...

    —Tonterías —dijo Alaskon, aunque había conseguido permanecer en pie tan sólo agarrándose al enorme y multicolor bulbo de una cicadácea—. Es sólo una alteración de nuestro sentido del equilibrio. Es... el mareo de la inmovilidad. Nos acostumbraremos a ello.
    —Será mejor que lo hagamos —dijo Honath, consiguiendo soltarse de su asidero con un supremo esfuerzo de su voluntad—. Creo que Charl tiene razón acerca de que esto es un terreno de caza, Alaskon. He oído moverse algo entre los helechos. Y si la lluvia dura mucho rato, el agua inundará esto también. He visto muchos destellos plateados procedentes de abajo muchas veces, después de fuertes lluvias.
    —Es cierto —aseveró Mathild, con voz ahogada—. La base de los helechos siempre está inundada; por eso las cimas de los árboles son mucho más bajas aquí.

    El viento parecía haberse calmado un poco, aunque la lluvia seguía cayendo. Alaskon se puso tentativamente en pie.

    —Entonces vayámonos —dijo—. Si conseguimos mantenernos a cubierto hasta que encontremos un terreno un poco más elevado... Un débil crujido, muy alto por encima de su cabeza, le interrumpió. Se hizo más fuerte. Sintiendo un repentino espasmo de puro miedo, Honath miró hacia arriba.

    Por un instante no pudo ver nada excepto la lejana pantalla de ramas y frondas. Luego, con una sorprendente brusquedad, algo pequeño y negro irrumpió por entre el verdeazulado techo y cayó dando volteretas. Era un hombre, girando y agitándose en el aire con una grotesca lentitud, como un niño volviéndose en su sueño. Se apartaron.

    El cuerpo golpeó el suelo con un ruido sordo, pero hubo crujientes resonancias, como el reventar de una calabaza. Por un momento nadie se movió. Luego Honath avanzó arrastrándose.

    Era Seth, como Honath había comprendido desde el mismo momento en que la negra figurilla había surgido entre las ramas allá arriba, a lo lejos. Pero no había sido la caída lo que le había matado. Había sido atravesado al menos por una docena de agujas..., algunas de ellas, sin la menor duda, fabricadas por él mismo, sus puntas afiladas hasta el espesor de un cabello por sus propias preciosas bandas de corteza de madera de cuero, empapadas-hasta convertirlas en blandas, flexibles y casi transparentes— en el lodo del fondo de las corolas de bromeliáceas calentadas por el sol.

    No llegaría ninguna gracia de arriba. La sentencia era de mil días. Aquella rota y sangrante masa de pelaje constituía la única alternativa.

    El primer día apenas acababa de empezar.

    Se afanaron durante el resto del día para alcanzar un terreno más elevado, aferrándose al suelo la mayor parte del tiempo, ya que los árboles, excepto algunas dispersas excepciones, gingkos, cerezos silvestres en flor y robles jóvenes, no empezaban a tener ramas hasta más allá de los cinco metros por encima del suelo. A medida que se acercaban cautelosamente, al inicio de las colinas precursoras de la Gran Cadena y el suelo iba haciéndose más firme, fueron capaces de respirar más libremente; sin embargo, no habían recorrido mucho más trecho entre los sauces cuando los pájaros-lagarto empezaron a caer sobre ellos, luchando entre sí por el privilegio de picar a aquellos gordos e increíblemente lentos monos.

    Ningún hombre, por firme librepensador que fuera, hubiera podido resistir a pie firme el asalto en masa de unas criaturas que desde pequeño le habían dicho que eran sus antepasados. La primera vez que ocurrió, cada miembro del grupo se dejó caer como una pina al arenoso suelo y permaneció allí paralizado bajo el refugio más próximo, hasta que los chillones animales de moteadas plumas y cola en abanico, cansados de volar en estrechos círculos, partieron en busca de aires más puros-Incluso después de que los pájaros-lagarto se hubieron ido, permaneció" ron allí tendidos e inmóviles durante largo tiempo, esperando a ver que demonios mayores podían haber sido atraídos por la conmoción.


    Hasta entonces, sin embargo, ninguna de las Potencias con cabeza de serpiente se había dejado ver..., aunque varias veces Honath había captado inquietantes movimientos en la jungla a su alrededor.

    Afortunadamente, en las tierras altas había muchos más refugios disponibles, en forma de arbustos y árboles más pequeños: palmitos, sasafrás, varios tipos de laurel, magnolias, y gran número de juncias. Allí arriba, también, la interminable jungla empezaba a ofrecer claros en torno a las bases de los enormes riscos rosados, dando la bienvenida a visiones del cielo abierto, sólo interrumpidas por los puentes de lianas que unían el mundo superior a los propios riscos. ,En las dispersas columnas de aire azul revoloteaban toda una jerarquía de criaturas volantes, alineadas por voluntad propia capa tras capa; primero los escarabajos de vuelo bajo, las abejas y los dípteros; luego las libélulas que cazaban a los anteriores, algunas de hasta —sesenta centímetros con las alas desplegadas; luego los pájaros-lagarto, que cazaban a las libélulas y a cualquier otra cosa que pudiera ser atrapada sin demasiada resistencia, y finalmente, muy arriba, los grandes reptiles planeadores que se dejaban deslizar a lo largo de las paredes de los riscos, aprovechando las corrientes ascendentes de aire, con las enormes mandíbulas tragando ávidamente cualquier cosa que volara... Como hacían también los pájaros del mundo superior que se dejaban caer por allí de tanto en tanto, y los peces voladores a lo largo de la línea del distante mar.

    El grupo hizo un alto en un bosquecillo de juncias especialmente denso. Aunque la lluvia seguía cayendo, más fuerte que nunca, todos estaban desesperadamente sedientos. Aún no habían encontrado ninguna bromeliácea; evidentemente, las plantas barril no crecían en el Infierno. Tender las manos formando copa hacia el chorreante cielo acumulaba sorprendentemente muy poca agua; y no había charcos lo bastante grandes como para beber del agua acumulada sobre la arena. Pero al menos, allí bajo cielo abierto, el aire era demasiado violento para permitir a los pájaros-lagarto congregarse chillando sobre su refugio.

    El sol blanco se había puesto ya, y el enorme arco del sol rojo colgaba aún sobre el horizonte debido únicamente a que su luz era desviada más hacia arriba en el cielo de Tellura por el intenso campo gravitatorio del sol blanco. Bajo aquel siniestro resplandor la lluvia Parecía sangre, y las paredes llenas de costurones de los rosáceos riscos habían desaparecido. Honath miró dubitativo desde debajo de "s juncias hacia los aún lejanos acantilados.

    —No veo cómo podemos esperar escalarlos —dijo en voz muy baja—. Ese tipo de piedra caliza se desmorona apenas la tocas; de otro modo hubiéramos tenido más suerte en nuestra guerra contra la tribu de los riscos.
    —Podemos rodearlos —dijo Charl—. La parte baja de las colinas de la Gran Cordillera no es muy abrupta. Si podemos alcanzarlas, podremos subir hasta la propia Cordillera.
    —¿Hasta los volcanes? —protestó Mathild—. Pero... nada puede vivir ahí arriba, nada excepto las cosas blancas de fuego. Y están también las lenguas de lava, y el humo asfixiante...
    —Bien, no podemos subir esos riscos; Honath tiene razón —dijo Alaskon—. Y no podemos subir tampoco las Estepas de Basalto; no hay nada que comer en ellas, ni tampoco agua ni refugio. No veo qué otra cosa podemos hacer excepto intentar llegar a las colinas.
    —¿No podemos quedarnos aquí? —murmuró Mathild, quejumbrosa.
    —No —dijo Honath, con más suavidad de la que pretendía. Las cuatro palabras que acababa de pronunciar Mathild eran las más peligrosas que podían pronunciarse en el Infierno; estaba convencido de ello, porque la criatura aprisionada en su interior había gritado inmediatamente "sí"—. Tenemos que abandonar la región de los demonios. Y si conseguimos cruzar la Gran Cordillera, quizá, sólo quizá, podamos unirnos a una tribu que no sepa que hemos sido condenados al Infierno. Se supone que hay tribus al otro lado de la Cordillera, pero la gente de los riscos nunca nos permitirá pasar. Y la tenemos delante ahora.
    —Eso es cierto —convino Alaskon, tranquilizándose un poco—.

    Y desde la cima de la Cordillera podremos descender a otra tribu, en vez de intentar trepar hasta su poblado desde el Infierno. Honath, creo que puede funcionar.

    —De modo que será mejor que intentemos dormir aquí y ahora —dijo Charl—. Este lugar parece bastante seguro. Si debemos rodear los riscos y subir esas colinas, necesitaremos todas las fuerzas que nos queden.

    Honath estuvo a punto de protestar, pero de pronto se sintió demasiado cansado para hacerlo. De hecho, ¿por qué no dormir allí?

    Y si eran hallados y capturados durante la noche..., bien, al menos eso pondría fin a todas sus preocupaciones.

    El lugar era una cama demasiado triste y húmeda para dormir en ella, pero no había otra alternativa mejor. Se acurrucaron lo mejor que pudieron. Justo cuando ya empezaba a dormirse, Honath oyó a Mathild sollozar silenciosamente y, movido por un impulso, se arrastró hasta ella y empezó a lamerle cariñosamente el pelaje. Para su sorpresa, cada uno de sus pelos estaba empapado de rocío. Mucho antes de que la muchacha se hubiera acurrucado aún más sobre sí misma y su llanto se hubiera convertido en un tenue murmullo en mitad de su sueño, Honath había apagado su sed. Pensó que debía recordar el mencionar aquel método a la mañana siguiente.

    Pero cuando el sol blanco surgió finalmente, no hubo tiempo de pensar en la sed. Charl el Lector había desaparecido. Algo lo había arrebatado de entre sus apelotonados compañeros tan limpiamente como quien arranca un fruto maduro..., y había dejado caer negligentemente su cráneo perfectamente mondo, brillante y marfileño, a unos cincuenta metros de distancia, en la ladera que conducía a los rosados riscos.


    3


    Aquel mediodía los tres llegaron al azul y turbulento riachuelo que fluía por entre las colinas que formaban las primeras estribaciones de la Gran Cordillera. Ni siquiera Alaskon sabía qué hacer. Parecía agua, pero avanzaba como los ríos de lava que descendían arrastrándose de los volcanes. Fuera lo que fuese, obviamente no era agua; el agua permanece inmóvil, nunca fluye. Era posible imaginar una extensión de agua tan grande como aquélla, pero sólo con un esfuerzo de la imaginación, una exageración derivada de los volúmenes de agua en las plantas barril. Pero ¿tanta agua en movimiento? Sugería pitones; probablemente era venenosa. A ninguno de ellos se le ocurriría bebería. Les asustaba incluso tocarla, y mucho más cruzarla, puesto que casi seguramente era tan ardiente como los demás tipos de ríos de lava. Siguieron cautelosamente su curso por entre las colinas, sus gargantas tan secas y arrugadas como los huecos troncos de los equisetos.

    Excepto la sed —que era en cierto sentido su amiga, puesto que les hacía olvidar el hambre—, la ascensión no era difícil. Era tan sólo lenta debido a las vueltas y revueltas que les obligaba a hacer su necesidad de mantenerse a cubierto, de explorar cada pocos metros, de elegir no el camino más directo sino el más seguro. De común acuerdo, aunque nadie lo había expresado en voz alta, ninguno de los tres mencionaba a Charl, pero sus ojos iban constantemente de un lado a otro, buscando algún atisbo de la cosa que se había apoderado de su compañero.

    Ésa era quizá la peor, la más terrible parte de la tragedia: que en ningún momento desde que habían llegado al Infierno habían visto realmente a un demonio, o siquiera a un animal tan grande como el hombre. Las enormes huellas con tres garras que habían descubierto en la arena junto al lugar donde habían dormido —el lugar donde la cosa había permanecido inmóvil, mirando desde arriba a los cuatro durmientes y decidiendo fríamente cuál de ellos iba a tomar— era la única evidencia de que se hallaban realmente en el mismo mundo que ' los demonios, los mismos demonios que habían entrevisto algunas veces al mirar desde arriba a través del distante amasijo de lianas y plantas trepadoras.

    Las huellas... y el cráneo.

    Al caer la noche, habían ascendido quizás hasta unos cincuenta metros. Era difícil calcular las distancias en el atardecer, y los puentes de lianas que unían el mundo superior a los rosados riscos quedaban ahora fuera de su vista por las enormes masas de los propios riscos. Pero no había ninguna posibilidad de que pudieran subir más ese día. Aunque Mathild había soportado la ascensión sorprendentemente bien, y el propio Honath se sentía lo bastante fresco como para seguir, Alaskon estaba completamente agotado. Se había hecho un profundo corte en la cadera con una aguda arista de vidrio volcánico contra la que había caído, y era evidente que la herida, vendada con hojas para evitar que pudiera dejar un rastro susceptible de ser seguido, le resultaba cada vez más ¿olorosa.

    Honath ordenó finalmente un alto cuando alcanzaron una pequeña cornisa con una cueva a sus espaldas. Ayudando a Alaskon a subir el último tramo, se sorprendió al descubrir lo calientes que estaban sus manos. Lo condujo al interior de la cueva y luego regresó de nuevo a la cornisa.

    —Está realmente enfermo —le dijo a Mathild en voz baja—. Necesita agua, y otro vendaje para la herida. Y debemos conseguir que se mantenga en pie de algún modo. Si conseguimos alcanzar la jungla al otro lado de la Cordillera, necesitaremos mucho más a un navegante que a un fabricante de agujas.
    —¿Pero cómo lo conseguiremos? Yo puedo curar la herida si dispongo de los materiales necesarios, Honath. Pero no hay agua ahí arriba. Es un desierto; nunca conseguiremos cruzarlo.
    —Debemos intentarlo. Creo que puedo conseguirle agua. Había Una gran cicladella en la ladera por la que hemos subido, justo antes de que pasáramos ese promontorio de obsidiana que hirió a Alaskon. Las calabazas de ese tamaño tienen normalmente bastante agua en su interior; y puedo utilizar un fragmento de esa misma roca para abrirla...

    Una pequeña mano surgió de la oscuridad y lo sujetó firmemente Por el codo.

    —Honath, no puedes volver a bajar ahí. Suponte que el demonio que..., que arrebató a Chad está siguiéndonos todavía. Cazan de noche; y esta región es tan extraña...
    —Podré encontrar el camino. Seguiré el sonido de la corriente de cristal o lo que sea. Tú recoge algunas hojas frescas para Alaskon e intenta que se sienta cómodo. Será mejor que aflojes un poco esas lianas en torno a la herida. Volveré pronto.

    Tocó la mano de Mathild y se soltó suavemente. Luego, sin pararse a pensar en nada más, se deslizó de la cornisa y se encaminó hacia el sonido de la corriente, avanzando de espaldas a cuatro patas.

    Pero pronto se perdió. La noche era densa y completamente impenetrable, y descubrió que el ruido del arroyo parecía venir de todos lados, no proporcionándole así ninguna orientación. Además, su recuerdo del camino que los había conducido hasta la cueva parecía ser falso, puesto que giraba bruscamente hacia la derecha ante él, cuando recordaba claramente que había seguido recto después del primer cruce, y luego girado a la izquierda. ¿O había pasado el primer cruce en la oscuridad sin verlo? Tanteó cuidadosamente la oscuridad con una mano.

    En aquel mismo momento, un breve y brusco soplo de viento se abatió sobre él. Instintivamente, Honath desvió su peso para contrarrestar la flexión del suelo a sus pies que iba a seguir...

    Se dio instantáneamente cuenta de su error e intentó detener la compleja sucesión de movimientos, pero un esquema de costumbres tan profundamente arraigado no podía cortarse por completo. Abrumado por el vértigo, Honath agitó brazos, piernas y cola en busca de un asidero sin encontrar más que aire, y cayó.

    Un instante más tarde, con un ruido familiar y una impresión también familiar que pareció traspasar todo su cuerpo, se halló sentado en medio de...

    Agua. Agua helada, agua que golpeaba contra él con un amenazador parloteo como de mono, pero agua de todos modos.

    Sólo había una cosa que hacer para reprimir su grito de histeria. Hundió la cabeza en el agua. Algunas pequeñas cosas mordisquearon delicadamente sus tobillos mientras se bañaba, pero no había ninguna razón para temer a los peces, de los que algunos ejemplares pequeños se mostraban a veces en los depósitos de las bromeliáceas. Tras hundir su hocico en la invisible superficie de la corriente y beber hasta saciarse, se mojó completamente y luego subió a la orilla, cuidando mucho de no sacudirse el pelaje.

    Regresar a la cornisa fue mucho más fácil.

    —Mathild —murmuró, en un ronco susurro—. Mathild, tenemos agua.
    —Ven aquí, rápido. Alaskon está peor. Tengo miedo, Honath.

    Chorreante, Honath se dirigió a la cueva.

    —No tengo ningún recipiente. Lo único que he podido hacer ha sido mojarme por completo; tendrás que ayudarle a sentarse para que pueda lamer mi pelo.
    —No estoy segura de que pueda.

    Pero, pese a su debilidad, Alaskon pudo beber lo suficiente. Incluso la frialdad del agua —una experiencia completamente nueva para un hombre que nunca había bebido nada excepto el caliente contenido de las bromeliáceas— pareció ayudarle. Finalmente, se tendió de espaldas y dijo, con una voz débil pero normal:

    —Así que la corriente era agua después de todo.
    —Sí —dijo Honath—. Y hay peces también.
    —No hables-dijo Mathild—. Descansa, Alaskon.
    —Estoy descansando. Honath, si seguimos el curso del arroyo... ¿Dónde estaba? Ah, sí. Podemos seguir el arroyo a través de la Cordillera, ahora que sabemos que es agua. ¿Cómo lo descubriste?
    —Perdí el equilibrio y caí en ella.

    Alaskon dejó escapar una risita.

    —El Infierno no es tan malo como todo eso, Geh? —dijo.

    Luego suspiró, y su lecho de hojas y ramas crujió bajo él.

    —¡Mathild! ¿Qué ocurre? ¿Está..., está muerto?
    —No, no. Respira. Sigue estando peor de lo que él cree, eso es todo. Honath, si hubieran sabido ahí arriba el valor que tienes...
    —Estaba blanco de miedo —dijo Honath con una mueca—. Y aún sigo asustado.

    Pero la mano de ella tocó de nuevo la suya en la completa oscuridad, y él, tomándola, se sintió irracionalmente alegre. Con Alaskon respirando pesadamente tras ellos, había pocas posibilidades de que ninguno de los dos durmiera aquella noche; sin embargo, permanecieron sentados en silencio uno al lado del otro sobre la dura piedra en una especie de paz temporal. Y cuando la boca de la cueva empezó a destacarse ante ellos con el primer resplandor del sol rojo, tan débilmente al principio como las flotantes manchas de color que uno ve con los ojos cerrados, se miraron mutuamente como si la luz fuera algo exclusivo de ellos.

    El Infierno no era tan malo después de todo, reflexionó Honath.

    Con la primera luz del sol blanco, un joven cachorro de felino se alzó lentamente de donde había permanecido tendido en la boca de la caverna y se estiró perezosamente, mostrando una hilera de dientes como sables. Les miró fijamente por un instante, las orejas enhiestas, y luego se volvió y se alejó parsimoniosamente ladera abajo.

    Era imposible saber cuánto tiempo había estado tendido allí, escuchándoles. Habían tenido suerte de meterse en la cueva de un felino joven. Un animal adulto hubiera podido matarlos a todos, pocos segundos después de que sus penetrantes ojos los hubieran identificado positivamente. Puesto que aún no tenía familia propia, el felino se había sentido evidentemente desconcertado al encontrar ocupada su cueva, y había decidido no buscar pelea por aquello.

    La partida del animal dejó a Honath helado, no exactamente asustado sino simplemente sorprendido por un final tan inesperado a su vigilia. Al primer gemido de Alaskon, sin embargo, Mathild se levantó y se dirigió sin hacer ruido al Navegante, hablando en voz baja, pronunciando frases que no tenían ningún sentido en particular y que quizá tampoco pretendían tenerlo. Honath salió de su ensimismamiento y la siguió.

    A medio camino hacia el interior de la cueva su pie tropezó con algo, y bajó la vista. Era un hueso de algún animal de mediano tamaño, no muy limpio de carne pero tampoco muy reciente; posiblemente la propiedad que el felino había esperado rescatar de los usurpadores de su morada. A lo largo de su curvada superficie interior había una capa de moho grisáceo. Honath se inclinó y la extrajo cuidadosamente.

    —Mathild, podemos ponerle esto encima de la herida —dijo—. Algo de ese moho ayuda a impedir que las heridas se infecten. ¿Cómo se encuentra?
    —Mejor, creo —murmuró Mathild—. Pero sigue teniendo fiebre. No creo que podamos marcharnos hoy.

    Honath no sabía si se sentía complacido o disgustado por ello. Desde luego, no se sentía ansioso precisamente por abandonar la cueva, donde al menos parecían estar razonablemente confortables. Y era probable que pudieran seguir estando razonablemente confortables, puesto que el agujero, de techo bajo, debía de oler todavía a felino, y los posibles intrusos reconocerían sin duda el olor —cosa que los hombres del mundo superior no podían hacer— y se mantendrían a distancia, ya que no tendrían forma de saber que el animal era solamente un cachorro y que además había abandonado su domicilio. Aunque, por supuesto, el olor no se mantendría mucho tiempo.

    Sin embargo, era importante seguir adelante, cruzar la Gran Cordillera si era posible, y finalmente regresar al mundo al que pertenecían, sin importar el tiempo que todo ello tomara. Aunque llegara a resultar relativamente fácil sobrevivir en el Infierno hasta el momento había pocos signos de ello—, el único objetivo deseable era luchar por la reconquista del mundo superior. Después de todo, hubiera sido mucho más fácil y cómodo, al principio de todo aquello, mantener sus herejías para uno mismo y continuar viviendo en buenas relaciones con sus vecinos. Pero Honath había proclamado en voz alta sus creencias, y lo mismo habían hecho todos los demás, a su manera.

    Era el antiguo conflicto interno entre lo que Honath deseaba hacer y lo que sabía que debía hacer. Nunca había oído hablar de

    —Kant ni del Imperativo Categórico, pero sabía lo suficientemente bien qué lado de su naturaleza vencería a largo plazo. Sin embargo, había sido una cruel burla de la herencia la que había unido un sentido del deber a una naturaleza perezosa. Hacía que incluso las más pequeñas decisiones fueran agresivamente dolorosas.

    Pero por el momento, al menos, la decisión estaba fuera de sus manos. Alaskon estaba demasiado mal para moverlo. Además, los fuertes rayos de la luz del sol que penetraban en la cueva iluminando su suelo estaban disminuyendo por momentos, y se oía el distante y premonitorio rugir de los truenos.

    —Entonces nos quedaremos aquí —dijo—. Va a llover de nuevo, y esta vez va a ser fuerte. Cuando la lluvia sea más intensa, puedo salir y recoger algunos frutos; la lluvia creará una pantalla '} que me protegerá aunque haya algo merodeando por los alrededores. Y no necesitaré ir hasta el arroyo en busca de agua, mientras siga la lluvia.

    La lluvia se mantuvo durante todo el día, formando una cortina de agua que cubrió completamente la boca de la cueva desde primera hora de la mañana. El rumor del cercano arroyo se convirtió pronto en un rugir.

    Por la tarde, la fiebre de Alaskon parecía haber bajado casi a la normalidad, y sus fuerzas iban volviendo poco a poco. La herida, : gracias al emplasto de moho más que a las complicaciones propias, seguía teniendo mal aspecto, pero ahora sólo dolía cuando el Navegante movía la pierna sin precaución, y Mathild estaba convencida de que estaba curándose. En cuanto a Alaskon, que había permanecido en reposo todo el día, estaba desacostumbradamente pensativo.

    —¿Se os ha ocurrido a alguno de vosotros que, puesto que el arroyo es agua, no es posible que proceda de la Gran Cordillera? —dijo en la creciente oscuridad—. Todos los picos que hay ahí arriba no son más que conos de ceniza y lava. Hemos visto volcanes jóvenes en el proceso de erigirse a sí mismos, de modo que estamos seguros de ello. Además, están sorprendentemente calientes. No veo cómo es posible que exista ninguna fuente de agua en la Cordillera, ni siquiera procedente de las lluvias.
    —No es posible que salga del suelo —objetó Honath—. Tiene que ser alimentado por la lluvia. Por el modo como resuena ahora, puede hallarse en el primer estadio de una inundación.
    —Como bien dices, se trata probablemente de agua de lluvia —dijo Alaskon alegremente—. Pero no procedente de la Gran Cordillera; eso está fuera de toda duda. Lo más probable es que la recoja de los riscos.
    —Confío en que estés equivocado. Puede que los riscos sean más fáciles de subir por este lado, pero sigue existiendo la tribu de los riscos.
    —Quizá, quizá. Pero los riscos son grandes. Puede que las tribus de este lado nunca hayan oído hablar de la guerra con nuestra gente de las copas de los árboles. No, Honath, creo que ése es nuestro único camino desde aquí
    —Si es así —apuntó Honath lúgubremente—, vamos a desear más que nunca disponer de unas buenas, sólidas y aguzadas agujas.

    La opinión de Alaskon no tardó en verse confirmada. Los tres abandonaron la cueva al amanecer del día siguiente. Alaskon se movía algo rígido pero sin ningún otro impedimento aparente. Siguieron en sentido ascendente el lecho del arroyo, un arroyo ahora hinchado por la lluvia hasta convertirse en una serie de rugientes rápidos. Tras serpentear durante unos mil quinientos metros en la dirección general de la Gran Cordillera, el arroyo se enroscó sobre sí mismo y trepó rápidamente hacia los riscos de basalto, cayendo hacia ellos tres por cada vez más abruptos niveles de quebradas rocas.

    Luego cambiaba nuevamente su curso, formando casi un ángulo recto, y los tres se hallaron a la entrada de una oscura garganta, de poco menos de diez metros de alto, pero a la vez estrecha y larga. Allí el arroyo era casi completamente llano, y la delgada franja de tierra a cada lado estaba cubierta por pequeños arbustos. Hicieron un alto y miraron dubitativamente al cañón. Parecía singularmente siniestro.

    —Al menos está lleno de lugares donde resguardarnos —señaló Alaskon—. Debería ser seguro. De todos modos, es el único camino.
    —De acuerdo. Sigamos adelante, pues. Pero mantened bajas las cabezas. ¡Y estad preparados para saltar!

    Honath perdió a los otros dos de vista tan pronto como penetraron en la densa maleza, pero seguía oyendo sus cautelosos movimientos cerca de él. Ninguna otra cosa parecía moverse en absoluto en la garganta, ni siquiera el agua, que fluía sin un murmullo sobre un lecho invisible. Ni siquiera había viento alguno, por lo cual Honath se sentía agradecido, aunque había empezado a desarrollar una cierta inmunidad hacia el mareo de la inmovilidad.

    Tras unos momentos, Honath oyó un suave silbido. Arrastrándose lateralmente hacia la fuente del sonido, estuvo a punto de tropezar con Alaskon, que estaba acurrucado junto a una enorme y densa magnolia. Un instante más tarde, el rostro de Mathild apareció entre el apenas visible verdor.

    —Mira —susurró Alaskon—. ¿Qué opinas de esto? "Esto" era una depresión en el arenoso suelo, de aproximadamente metro veinte de anchura y rodeada por un bajo parapeto de tierra, evidentemente la misma tierra que había sido retirada de su "centro. Ocupando la mayor parte de ella había tres objetos grises y elipsoidales, lisos y sin ningún rasgo definitivo.
    —Huevos —dijo Mathild con sorpresa.
    —Obviamente. ¡Pero observa su tamaño! Sea lo que sea lo que ¿los haya dejado, tiene que ser gigantesco. Creo que estamos cruzando el valle privado de alguien.

    Mathild contuvo la respiración. Honath pensó rápidamente, tanto para impedir el pánico propio como el de la muchacha. Una piedra de bordes afilados que estaba en el suelo cerca de ellos le "proporcionó la respuesta. La tomó y golpeó.

    La superficie exterior del huevo era más bien correosa que frágil; se desgarró como si fuera piel. Deliberadamente, Honath se inclinó y aplicó su boca a la rezumante superficie.

    Era excelente. El sabor era decididamente más fuerte que el de los huevos de pájaro, pero estaba demasiado hambriento para tener miramientos. Tras un momento de sorpresa y desconcierto, Alaskon y Mathild atacaron voluntariosos los otros dos ovoides. Era la primera comida realmente satisfactoria que conseguían en el Infierno. Cuando se alejaron del saqueado nido, Honath se sintió mejor de lo que había llegado a sentirse nunca desde el día en que fuera arrestado.

    Mientras avanzaban por la garganta, empezaron a oír de nuevo el rugir del agua, aunque el arroyo parecía más tranquilo que nunca. Vieron también las primeras señales de vida activa en el valle: un revolotear de gigantescas libélulas danzando por encima del agua. Los insectos huyeron tan pronto como Honath se dejó ver, pero regresaron rápidamente, con sus casi inexistentes cerebros convencidos ya de que siempre había habido hombres en el valle.

    El rugir se fue haciendo más fuerte con mucha rapidez. Cuando los tres rodearon la larga y suave curva que ocultaba la salida de su vista, apareció la fuente del sonido. Era una cascada de espumeante agua tan alta como la propia profundidad de la garganta, cayendo entre dos pilares de basalto a un agitado estanque.

    —¡Estamos atrapados! —exclamó Alaskon, gritando para hacerse oír por encima del tumulto—. ¡Nunca seremos capaces de escalar estas paredes!

    Sorprendido, Honath miró a uno y otro lado. Lo que Alaskon acababa de decir era cierto. Evidentemente, la garganta había nacido a la vida como una hendidura en la blanda y parcialmente soluble roca que formaba los riscos, alzada por alguna erupción volcánica, y había ido siendo excavada por el propio arroyo. Las dos paredes laterales eran de roca más dura, y eran tan lisas y uniformes como si hubieran sido pulidas a mano. Aquí y allá, un entrelazado de lianas y plantas trepadoras había empezado a ascender por ellas, pero en ningún lugar había conseguido alcanzar todavía la parte superior.

    Honath se volvió y miró una vez más al gran arco de agua y espuma. Si hubiera alguna forma de que no se vieran obligados a volver sobre sus pasos...

    Bruscamente, sobre el rugir de la cascada hubo un penetrante y silbante graznido. Los ecos lo hicieron resonar una y otra vez, ascendiendo por los contrafuertes de los riscos. Honath dio un salto en el aire y volvió a caer tembloroso, mirando hacia el otro lado del estanque.

    Al principio no pudo ver nada. Luego, allá en el lado abierto de la curva, hubo un intenso pero impreciso movimiento.

    Un segundo más tarde, un reptil gris azulado, la mitad de alto que la propia garganta, surgió sobre sus dos patas doblando la curva con un solo salto y rebotando violentamente contra la pared más alejada del valle. Se detuvo momentáneamente desconcertado, y la enorme cabeza giró hacia ellos, mostrando un rostro de siniestra y furiosa estupidez.

    El graznido volvió a desgarrar el aire. Equilibrándose sobre su maciza cola, la bestia bajó la cabeza, y sus rojizos ojos escrutaron la cascada.

    El propietario del saqueado nido había vuelto a casa..., y ellos habían encontrado finalmente a un demonio del Infierno.

    La mente de Honath quedó en aquel instante tan en blanco como la parte interior de la corteza de un álamo blanco. Actuó sin pensar, sin siquiera saber lo que hacía. Cuando empezó a razonar de nuevo, los tres estaban inmóviles temblando en la semioscuridad, observando la imprecisa forma del demonio yendo adelante y atrás al otro lado de la cortina de espumeante agua.

    Había sido pura suerte, y no premeditación, el descubrir que había un espacio considerable entre la caída de agua y la ciega pared del cañón. Había sido pura suerte, también, lo que había forzado a Honath a rodear el estanque de modo que alcanzaran la cascada en el lugar donde podían cruzar hasta la parte de atrás de la plateada cortina sin que el peso de la caída del agua los aplastara contra el suelo. Y había sido pura suerte el que el demonio hubiera cargado directamente tras ellos a través del estanque, cuya profunda y burbujeante agua había frenado lo suficiente sus patas como para impedirle alcanzarles antes de que llegaran bajo la cascada, del mismo modo que antes había golpeado contra la dura pared de la garganta.

    Pero nada de todo eso penetró en la mente de Honath antes de que todo se hubiera consumado. En el momento en que el enorme reptil gritó por segunda vez, Honath agarró a Mathild de la mano y echó a correr hacia la cascada, saltando de matorral a arbusto y de arbusto a helecho más rápido de lo que nunca antes había saltado. No se detuvo para ver si Mathild seguía su ritmo o no, o si Alaskon estaba siguiéndoles. Simplemente corrió. Es probable que también gritara; no podía recordarlo.

    Ahora permanecieron inmóviles los tres, empapados, tras la cortina de agua, hasta que la sombra del demonio se hizo imprecisa y se desvaneció. Finalmente, Honath sintió un ligero golpe en su hombro, y se volvió lentamente.

    Era imposible hablar allí, pero el dedo de Alaskon era lo bastante elocuente al señalar. A lo largo de la pared trasera de la cascada, siglos de erosión no habían conseguido arrastrar consigo completamente la blanda piedra caliza original; había aún una especie de chimenea de paredes aserradas, trepando hasta la parte superior de la garganta, y que parecía escalable. En la parte superior de la cascada, el agua caía de entre los pilares de basalto en una especie de tubo de apariencia casi sólida, que se inclinaba al menos un par de metros en un amplio arco antes de desintegrarse en el irisado abanico de agua y espuma. Una vez que hubiesen ascendido a lo largo de la chimenea, les sería posible salir de debajo de la catarata sin tener que atravesar de nuevo el agua.

    ¿Y después de eso?

    Bruscamente, Honath sonrió. Se sentía débil ahora por la reacción, y probablemente el rostro del demonio estaría presente en sus sueños durante largo tiempo; pero al mismo tiempo no podía reprimir una oleada de confianza irracional. Señaló hacia arriba con gesto decidido, se agitó, y saltó a la chimenea.

    Apenas una hora más tarde estaban todos de pie en una cornisa que dominaba la garganta, con la cascada surgiendo casi a su lado, apenas a unos pocos metros. Desde allí resultaba evidente que la garganta en sí era solamente el fondo de una hendidura más amplia, un enorme cañón abierto tan abruptamente en los riscos grises y rosados que parecía como tallado por el rayo. Más allá de los pilares de basalto de los que brotaba la cascada, sin embargo, el arroyo espumeaba a lo largo de una sucesión de escalones de piedra que parecían conducir directamente hasta el cielo. En aquel lado de los pilares la cornisa se hacía más amplia, convirtiéndose en una sucesión de mesetas truncadas, como si las aguas hubieran estado derramándose por aquel nivel durante siglos antes de hallar un estrato de roca más blando en el cual poder encajarse para formar la garganta. La plataforma de piedra estaba cubierta de enormes rocas, redondeadas por la prolongada erosión del agua, obviamente los restos de un antiguo estrato de conglomerado o alguna capa similar sedimentaria.

    Honath observó las enormes rocas —muchas de ellas más grandes que él—, y luego miró de nuevo el interior de la garganta. La silueta del demonio, empequeñecida por la distancia y la perspectiva, seguía moviéndose aún arriba y abajo ante la cascada, y la criatura parecía decidida a quedarse allí de guardia hasta morirse de hambre —evidentemente no parecía gozar de una gran inteligencia—; pero Honath tenía una idea mejor.

    —Alaskon, ¿crees que podemos alcanzar al demonio con una de esas rocas?

    El Navegante miró cautelosamente la garganta.

    —No me sorprendería —dijo finalmente—. Va de un lado para otro siguiendo exactamente el mismo camino. Y todas las cosas caen a la misma velocidad; si podemos conseguir que la roca llegue al suelo en el mismo momento en que él se encuentre debajo en su camino..., hummm, sí, creo que podemos conseguirlo. Pero elijamos una grande para estar seguros.

    Sin embargo, las ambiciones de Alaskon eran superiores a sus fuerzas; la roca que eligió se negó a moverse, en buena parte debido a que él mismo estaba demasiado débil para prestar mucha ayuda.

    —No importa —dijo—. Incluso una pequeña caerá lo bastante rápido para llegar en el momento preciso. Elige una que tú y Mathild podáis hacer rodar fácilmente; lo único que tengo que hacer es calcular la caída con mayor precisión, eso es todo.

    Tras unas cuantas pruebas, Honath seleccionó una roca de aproximadamente tres veces el tamaño de su propia cabeza. Era pesada, pero entre él y Mathild consiguieron hacerla rodar hasta el borde del saliente.

    —Sujetadla —dijo Alaskon con voz preocupada—. Mantenedla sobre el borde, para que caiga tan pronto como la soltéis. Estupendo. Ahora esperad. En este momento vuelve sobre sus pasos. Tan pronto como cruce... Así. Cuatro, tres, dos, uno..., ¡soltad!

    La roca cayó. Los tres se inclinaron sobre el borde de la garganta para mirar. La roca se hizo pequeña hasta parecer una fruta, la punta de un dedo, un grano de arena. La empequeñecida figura del demonio alcanzó el extremo de su loca caminata, se volvió furiosamente para reanudar su guardia...

    Y se detuvo. Por un momento se limitó a permanecer inmóvil.

    Luego, con infinita lentitud, se inclinó de costado hacia el estanque.

    Se agitó convulsivamente dos o tres veces, y luego desapareció; las ondas creadas por la cascada ocultaron las otras ondas que debió de producir al sumergirse.

    —Es como arponear peces entre las bromeliáceas —dijo Alaskon orgullosamente.

    Pero su voz temblaba. Honath sabía exactamente por qué. Después de todo, acababan de matar a un demonio.

    —Podemos hacerlo otra vez —susurró Honath.
    —Siempre que queramos —admitió Alaskon, sin dejar de mirar ávidamente al estanque—. No parecen tener mucha inteligencia esos demonios. Disponiendo de una altura suficiente, podríamos conducirlos hasta lugares sin salida como éste y arrojarles piedras encima a voluntad. Me hubiera gustado haber pensado en eso antes.
    —¿Dónde vamos ahora? —dijo Mathild, mirando hacia los escalones más allá de los pilares de basalto—. ¿Por ese lado?
    —Sí, y tan rápido como sea posible —apremió Alaskon, saltando en pie y mirando hacia arriba, mientras protegía sus ojos del sol con una mano—. Debe de ser tarde. No creo que nos quede mucho rato de luz.
    —Vamos a tener que ir en fila india —dijo Honath—. Y será mejor que avancemos cogidos de la mano. Un resbalón en esas piedras mojadas y... es un largo trayecto hasta bajo.

    Mathild se estremeció y tomó convulsivamente la mano de Honath. Para su sorpresa, al momento siguiente lo arrastraba hacia los pilares de basalto.

    La irregular mancha del cielo, de un violeta cada vez más oscuro, fue agrandándose lentamente a medida que ascendían. Se detenían a menudo, aferrándose a las irregulares escarpaduras hasta que recuperaban el aliento, y recogiendo la helada agua del arroyo que descendía junto a ellos con sus manos formando copa. No había forma de decir cuánto habían ascendido, pero Honath sospechaba que debían de hallarse más o menos un poco por encima del nivel de su propio mundo vegetal. El aire era más frío y cortante de lo que había sido nunca encima de la jungla.

    El último tramo de los riscos por los que descendía el arroyo era otra chimenea, más abrupta y de paredes más lisas que la primera que les había conducido fuera de la garganta, por debajo de la cascada, pero también lo bastante estrecha para ascender por ella apoyando la espalda en un lado y los brazos y pies en el otro. La columna de aire en el interior de la chimenea estaba llena de finas gotitas de agua, pero en el Infierno ésa era una incomodidad demasiado pequeña para preocuparse por ella.

    Finalmente, Honath se izó sobre el borde de la chimenea hasta una roca plana, empapado y agotado, pero lleno de una excitación que no podía reprimir; y tampoco deseaba hacerlo. Estaban por encima del mundo al que antes habían pertenecido; el Infierno había sido vencido. Miró a su alrededor para asegurarse de que Mathild estaba a salvo, y luego tendió una mano a Alaskon; la pierna enferma del Navegante le había ocasionado algunos problemas en la ascensión. Honath tiró fuertemente de él, y Alaskon salió pesadamente de la chimenea y se tendió resollante sobre el musgoso suelo.

    Habían aparecido las estrellas. Durante un rato se limitaron a permanecer allí sentados, recuperando el aliento. Luego se volvieron, uno tras otro, para ver dónde estaban.

    No había gran cosa que ver. Allí estaba la meseta, dominada por un cielo lleno de estrellas por todos lados; una especie de huso, brillante y estilizado, como un pez gigantesco, apuntando hacia el cielo en el centro de la rocosa meseta, y en torno al huso, indistintos a la luz de las estrellas...

    ... en torno al brillante huso, yendo y viniendo de un lado para otro, estaban los Gigantes.


    4


    Aquél era pues el final de la batalla por hacer lo que creía correcto, fueran cuales fuesen las consecuencias. Todas las demostraciones de valor contra la superstición, todas las oscuras luchas contra el propio Infierno desembocaban en esto: ¡los Gigantes eran reales!

    Eran indiscutiblemente reales. Aunque fueran dos veces más altos que los hombres, se mantuvieran erectos, tuvieran hombros más anchos, caderas más desarrolladas, y no poseyeran colas visibles, su pertenencia a la raza humana era evidente. Incluso sus voces, mientras se gritaban cosas los unos a los otros en torno a su imponente huso metálico, eran voces de hombres convertidos en dioses, voces tan remotas con respecto a las de los hombres como lo eran las voces de los hombres con respecto a las de los monos, pero surgidas evidentemente de la misma familia.

    Ésos eran los Gigantes del Libro de las Leyes. No sólo eran reales, sino que habían vuelto a Tellura, tal como habían prometido que harían.

    Y sabrían lo que tenían que hacer con los incrédulos y con los fugitivos del Infierno. Todo había sido para nada; no solamente la lucha material sino también el forcejeo por conseguir el librepensamiento. Los dioses existían, literalmente, realmente. Esa creencia era el auténtico infierno del que había intentado liberarse Honath luchando durante toda su vida; pero ahora ya no era simplemente una creencia. Era un hecho, un hecho que estaba contemplando con sus propios ojos.

    Los Gigantes habían vuelto a juzgar su obra. Y las primeras personas con las que iban a encontrarse iban a ser tres desterrados, tres criminales condenados y degradados, tres fuera de la ley... El peor detritus posible del mundo superior.

    Todo aquello cruzó la mente de Honath en menos de un segundo, pero evidentemente el cerebro de Alaskon trabajaba más aprisa. Siempre había sido el más declarado incrédulo del pequeño grupo de rebeldes, aquel para quien todo el mundo estaba fundado en la existencia de explicaciones racionales para todo, y que ahora encontraba sus opiniones más completamente controvertidas por la visión que tenían ante sus ojos. Con un profundo y ahogado suspiro, dio media vuelta y se alejó de ellos.

    Mathild dejó escapar un grito de protesta, que consiguió ahogar a su mitad; pero ya era demasiado tarde. Un redondo ojo en el gran huso plateado cobró vida, bañándoles con una ovalada mancha de luz.

    Honath se precipitó tras el Navegante. Sin mirar hacia atrás, Alaskon había echado de pronto a correr. Por un instante Honath vio su silueta, recortada delicadamente contra el negro cielo. Luego cayó en silencio fuera de su vista, tan repentina y completamente como si nunca hubiera existido.

    Alaskon había soportado todas las pruebas y todos los terrores de la ascensión desde el Infierno con valor e incluso con alegría, pero había sido incapaz de enfrentarse a la certeza de que todo lo que había hecho carecía de sentido.

    Sintiendo un profundo dolor en su corazón, Honath se volvió de nuevo, protegiendo sus ojos de la milagrosa luz. Se oyó una clara llamada en algún lenguaje desconocido, desde cerca del huso.

    Luego hubo ruido de pasos, varios pares de ellos, acercándose.

    Era el momento del Segundo Juicio.

    Tras un largo momento, una gran voz procedente de la oscuridad dijo:

    —No tengáis miedo. No pretendemos haceros ningún daño. Somos hombres, como vosotros.

    El lenguaje tenía el arcaico aroma del Libro de las Leyes, pero aparte de eso era perfectamente comprensible. Una segunda voz dijo:

    —¿Cómo os llamáis?

    La lengua de Honath pareció clavarse a su paladar. Mientras forcejeaba con ella, la voz de Mathild le llegó claramente desde su lado:

    —Él es Honath el Constructor de Bolsas, y yo soy Mathild la Forrajeadora.
    —Estáis a mucha distancia del lugar donde dejamos a vuestra gente —dijo el primer Gigante—. ¿No seguís viviendo en los amasijos de lianas encima de las junglas?
    —Señor...
    —Mi nombre es Jarl Once. Éste es Gerhardt Adler.

    Aquello pareció frenar a Mathild por completo. Honath pudo comprender el porqué: la mera idea de dirigirse a los Gigantes por sus nombres era algo casi paralizante. Pero puesto que estaban ya casi predestinados a ser arrojados de nuevo al Infierno, nada podían perder con ello.

    —Jarl Once —dijo—, la gente sigue viviendo entre las lianas. El suelo de la jungla está prohibido. Sólo los criminales son enviados allí. Nosotros somos criminales.
    —¿Y habéis recorrido todo el camino desde la superficie hasta esta meseta? —dijo Jarl Once—. Gerhardt, esto es prodigioso. No tienes ni idea de lo que es la superficie de este planeta. En un lugar donde la evolución nunca ha conseguido abandonar el estadio de "garras y dientes". Dinosaurios de todos los periodos del Mesozoico, mamíferos primitivos a todo lo largo de la escala hasta los primitivos felinos... Eso es todo. Por eso el equipo original de inseminación situó a esa gente en las cimas de los árboles.
    —Honath, ¿cuál fue tu crimen? —preguntó Gerhardt Adler.

    Honath se sintió casi aliviado de que el interrogatorio llegara rápido a ese punto; Jarl Once, con sus palabras que no podía comprender, lo había aterrado con su propia impenetrabilidad.

    —Éramos cinco de nosotros —dijo Honath en voz baja—. Dijimos que..., que no creíamos en los Gigantes.

    Hubo un breve silencio. Luego, sorprendentemente, tanto Jarl Once como Gerhard Adler estallaron en una enorme carcajada.

    Mathild se encogió, con las manos en los oídos. Incluso Honath se sobresaltó y dio un paso atrás. Instantáneamente la risa cesó, y el Gigante llamado Jarl Once penetró en el óvalo de luz y se sentó junto a ellos. A la luz, era visible que tanto su rostro como sus manos carecían de pelo, aunque sí lo había en la parte superior de su cabeza; el resto de su cuerpo estaba cubierto por una especie de tejido. Sentado, no era más alto que Honath, y no parecía tan aterrador.

    —Os pido perdón —dijo el Gigante—. No fue delicado por nuestra parte echarnos a reír, pero lo que dijisteis fue tan inesperado... Gerhardt, ven aquí y siéntate, de modo que no te parezcas tanto a la estatua de algún general. Dime, Honath, ¿en qué forma no crees tú en los Gigantes?

    Honath apenas podía dar crédito a sus oídos. ¡Un Gigante le había pedido perdón! ¿Acaso eso era también alguna cruel burla?


    Pero, fuera cual fuese la razón, Jarl Once le había hecho una pregunta.

    —Cada uno de los cinco diferíamos —contestó—. Yo sostenía que vosotros no..., no erais reales, sino solamente símbolos de alguna verdad abstracta. Uno de nosotros, el más instruido, creía que vosotros no existíais en ningún sentido. Pero todos estábamos de acuerdo en que no erais dioses.
    —Y por supuesto no lo somos —dijo Jarl Once—. Somos hombres. Venimos del mismo origen que vosotros. No somos vuestros gobernantes, sino vuestros hermanos. ¿Comprendes lo que estoy diciendo?
    —No —admitió Honath.
    —Entonces déjame hablarte de ello. Hay hombres en muchos mundos, Honath. Difieren los unos de los otros, porque los mundos difieren, y se necesitan diferentes tipos de hombres para poblar cada uno de ellos. Gerhardt y yo somos el tipo de hombres que viven en un mundo llamado Tierra, y otros mundos como ése. Somos dos miembros muy poco importantes de un gran proyecto denominado "proyecto de inseminación", que se está llevando a cabo desde hace miles de años. El trabajo del programa de inseminación es supervisar los mundos recién descubiertos, y luego crear hombres adecuados para vivir en cada uno de esos nuevos mundos.
    —¿Crear hombres? Pero sólo los dioses...
    —No, no. Sé paciente y escucha —dijo Jarl Once—. Nosotros no creamos hombres. Creamos hombres adecuados. Hay una gran diferencia entre ambos conceptos. Nosotros tomamos el plasma germinal vivo, el espermatozoide y el óvulo, y los modificamos; luego surge el hombre modificado, y nosotros lo ayudamos a establecerse en su nuevo mundo. Eso es lo que hicimos en Tellura. Ocurrió hace mucho tiempo, antes de que Gerhardt y yo naciéramos. Ahora hemos vuelto para ver cómo se desenvuelve tu pueblo, y para echar una mano si es necesario.

    Miró a Honath, luego a Mathild y por fin de nuevo a aquél.

    —¿Me seguís? —preguntó.
    —Estoy intentándolo —dijo Honath—. Pero entonces deberíais acudir al techo de la jungla. Nosotros no somos como los demás; ellos son la gente a la que deseáis ver.
    —Lo haremos, por la mañana. Acabamos de aterrizar. Pero precisamente porque no sois como los demás, estamos más interesados en vosotros ahora. Dime: ¿ha escapado alguna vez algún condenado del suelo de la jungla, anteriormente?
    —No, nunca. Y no es sorprendente. Hay monstruos allí abajo.

    Jarl Once miró de reojo al otro Gigante; parecía estar sonriendo.

    —Cuando veas los filmes —observó—, lo llamarás la exageración del siglo. Honath, ¿cómo conseguisteis escapar vosotros tres, entonces?

    De modo vacilante al principio, y con mayor confianza después, a medida que los recuerdos iban volviendo vividamente a él, Honath se lo contó. Cuando mencionó el festín en el nido del demonio, Jarl Once miró de nuevo significativamente a Adler, pero no interrumpió.

    —Y finalmente alcanzamos la parte superior de la chimenea y salimos a este terreno llano —concluyó Honath—. Alaskon estaba aún con nosotros entonces; sin embargo, cuando os vio a vosotros y a la cosa brillante, se arrojó desde lo alto del risco. Era un criminal como nosotros, pero no hubiera debido morir. Era un hombre valiente, y muy sabio.
    —No lo bastante sabio para aguardar a poseer todas las evidencias-dijo Adler de un modo enigmático—. Sinceramente, Jarl, digo que "prodigioso" es la mejor palabra para describirlo. Es realmente el más exitoso trabajo de inseminación que haya hecho nunca ningún equipo, al menos en este brazo de la galaxia. ¡Y qué golpe de fortuna, encontrarnos en el lugar precisamente cuando todo llega a su término, y con una pareja como ésta!
    —¿Qué significan esas palabras? —dijo Honath.
    —Simplemente esto: cuando el equipo inseminador depositó a tu gente aquí en Tellura, no pretendían que vivierais para siempre en la copa de los árboles. Sabían que, más pronto o más tarde, tendríais que bajar al suelo y aprender a luchar contra este planeta en sus propios términos. De otro modo, os estancaríais y terminaríais desapareciendo.
    —¿Vivir en el suelo todo el tiempo? —dijo Mathild, en voz muy débil.
    —Sí, Mathild. La vida en la copa de los árboles tenía que ser únicamente un periodo transitorio, mientras reuníais el conocimiento necesario acerca de Tellura y aprendíais a utilizarlo. Pero para ser los auténticos dueños del mundo, teníais que conquistar la superficie también.

    La forma que tu gente imaginó para conseguirlo, el enviar únicamente a los criminales a la superficie, era la mejor forma de conquistar el planeta que podían haber elegido. Se necesita una gran voluntad y un valor excepcional para ir contra las costumbres; y ambas cualidades son necesarias para conquistar Tellura. Vuestra gente exiliaba a la superficie tan sólo a los espíritus más emprendedores, año tras año.

    Más pronto o más tarde, algunos de esos exiliados conseguirían descubrir cómo sobrevivir en el suelo, y harían posible que el resto de vuestra gente abandonara los árboles. Tú y Honath habéis conseguido precisamente eso.

    —Por favor, Jarl —dijo Adler—, observa que el crimen, en este primer caso con éxito, era ideológico. Ése era el punto crucial en la política criminal de esa gente. Un espíritu de rebeldía no es suficiente; pero añádele una inquietud mental y ¡ecce homo!

    A Honath estaba empezando a darle vueltas la cabeza.

    —¿Pero qué significa todo esto? —dijo—. ¿Nosotros... no estamos condenados ya al Infierno?
    —No, seguís estando condenados a él, si es así como preferís llamarlo —dijo Jarl Once seriamente—. Habéis aprendido cómo vivir allí abajo, y habéis descubierto algo aún más valioso: cómo sobrevivir aniquilando a vuestros enemigos. (;Sabéis que habéis matado a tres demonios con vuestras manos desnudas, tú, Mathild y Alaskon?
    —Matado...
    —Exactamente —dijo Jarl Once—. Comisteis tres huevos. Ésa es la forma clásica, y por supuesto la única forma, de eliminar monstruos como los dinosaurios. No es posible matar a los adultos con nada más pequeño que un carro de combate, pero como embriones están indefensos. Y los adultos no tienen aún el instinto de proteger sus nidos.

    Honath oía todo aquello, pero sólo de una forma distante. Incluso la cálida proximidad de Mathild a su lado no le servía de mucha ayuda.

    —Entonces tenemos que volver allí abajo... —dijo decepcionado—. Y para siempre esta vez.
    —Sí —aseveró Jarl Once, con voz suave—. Pero no lo haréis solos, Honath. A partir de mañana, tendréis a toda vuestra gente con vosotros.
    —¿Toda nuestra gente? Pero... ¿vais a echarlos de los árboles?
    —A todos ellos. Oh, no vamos a prohibirles que utilicen la red de lianas y plantas trepadoras, pero a partir de ahora tu raza deberá conquistar también la superficie. Tú y Mathild habéis probado que es posible. Es el momento de que los demás lo aprendan también.
    —Jarl, piensas demasiado poco en esa joven gente —dijo Adler—. Explícales lo que se abre ante ellos. Están asustados.
    —Por supuesto, por supuesto. Resulta obvio, Honath, que tú y Mathild sois los únicos individuos vivos de vuestra raza que sabéis cómo sobrevivir allí abajo, en la superficie. Y nosotros no vamos a decirle a vuestra gente cómo conseguirlo. Ni siquiera vamos a hacerles la menor alusión. Esa parte os corresponde a vosotros.

    Honath dejó colgar su mandíbula.

    —Os corresponde a vosotros —repitió firmemente Jarl Once—. Nosotros os devolveremos a vuestra tribu mañana, y les diremos a vuestra gente que vosotros dos conocéis las reglas para sobrevivir en el suelo, y que todos tienen que bajar y vivir allí también. Sólo les diremos eso. ¿Qué pensáis que harán?
    —No lo sé —murmuró Honath, desconcertado—. Puede ocurrir cualquier cosa. Pueden incluso nombrarnos Portavoces..., excepto que no somos más que unos criminales comunes.
    —Unos pioneros muy poco comunes más bien, Honath. El hombre y la mujer que conducirán a la humanidad de Tellura fuera de su techo, que le ofrecerán todo un mundo.

    Jarl Once se puso en pie, la gran luz reflejándose en su figura. Alzando la vista más allá de él, Honath vio que había al menos otra docena de Gigantes de pie justo fuera del óvalo de luz, escuchando atentamente cada palabra.

    —Pero queda poco tiempo antes de empezar nuestro trabajo —dijo Jarl Once—. Quizás a vosotros dos os guste echar un vistazo a nuestra nave.

    Abrumado, pero con una silenciosa emoción que sonaba como música dentro de él, Honath tomó la mano de Mathild. Juntos, se alejaron de la chimenea que conducía al Infierno, siguiendo las huellas de los Gigantes.


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