INCUNABLES, TESOROS BIBLIOGRÁFICOS
Publicado en
enero 05, 2014
Biblia Sacra Polyglotta. Editor Brianus Waltowus. Londres, 1657.
Por Jorge Villalba S.J.
Quito se singularizó por la magnificencia de su arte colonial; mas debemos admitir que sobresalió igualmente por sus bibliotecas. Los conventos de religiosos, la curia episcopal, las universidades y quienes se graduaron en ellas se afanaron por adquirir los mejores libros europeos.
La admiración que nos embarga al visitar la biblioteca de cualquiera de los conventos quiteños sobrecogió también a los visitantes del siglo pasado. Así el payanés Francisco José de Caldas, que vino en 1800 a colaborar en las exploraciones de Alejandro von Humboldt, escribió a su amigo bogotano don Santiago Arroyo: "Yo no acabo de admirar cómo ha podido llegar tanto libro bueno a Quito; apenas hay particular que no los tenga; y libros que no pude ver en Santa Fe los he hallado aquí. Las Memorias de la Academia Real de las Ciencias de París las he visto y me he aprovechado de ellas en muchos puntos importantes de astronomía; el Bu ffon, en dos ediciones, la Flora Lapónica de Linneo, La Historia de los Insectos, etc. etc. A mí me parece que hay más copia de buenos libros en Quito que en Santa Fe."
"La Biblioteca Pública es la que fue de los Jesuítas; y es preciso confesar que es pieza magníficamente adornada."
"Es preciso confesar que hay algunos sujetos de luces y de literatura, con quienes he tratado y de quienes espero tomar luz sobre las cosas de Quito..."
Esta es la verdad; pero pocos privilegiados han logrado penetrar en las bien custodiadas bibliotecas conventuales para admirar esos tesoros bibliográficos. Por este motivo, para en alguna manera darlos a conocer al público, se han presentado algunas exposiciones especializadas como las que se han hecho de las famosas Biblias que se guardan en dichos lugares.
Summa contra Gentiles. Santo Tomás de Aquino, 1480. Incunable.
INCUNABLES EN ECUADOR
La muestra que presentó el Museo "Jacinto Jijón y Caamaño" de la PUCE, semanas atrás insistió en los Incunables y en ciertos libros que se pueden calificar con el nombre de raros; los habríamos podido denominar igualmente preciosos, valiosos, excepcionales, o con algún epíteto parecido.
Incunables se denominan los libros impresos en el siglo XV, a partir de la invención de la imprenta por Gutenberg, porque salieron de la cuna de la imprenta. Hacia 1450 Juan Gutenberg realizó su genial invento consistente en usar tipos movibles y metálicos para formar las planchas de cada página. Hasta entonces los libros se escribían a mano, o se utilizaban xilograbados, esto es tablillas de madera en qué se esculpían inscripciones, figuras o textos.
El invento de Gutenberg se extendió con increíble rapidez por Europa. Se estima que hasta 1500 se imprimieron unas 40.000 obras, con más de diez millones de ejemplares: Este número puede darnos idea de lo que significó la revolución cultural del arte de imprimir.
De esos millones de incunables artísticamente impresos sólo han sobrevivido pocos miles; pero ya desde 1650, el segundo centenario de la invención de la imprenta, las mejores bibliotecas del mundo empezaron a coleccionar incunables con diligencia y auténtica codicia.
Y no deja de maravillar que Quito, la villa fundada por soldados y artesanos en 1534, junto con algunos frailes dedicados a la catequización del indígena, se hubiera preocupado de conseguir y almacenar libros incunables impresos en el siglo anterior. Libros que trataban de teología, de historia y también de literatura de los clásicos romanos como Cicerón.
El Padre José María Vargas en su obra La Iglesia y el Patrimonio Cultural Ecuatoriano enumera cuatro incunables en el convento de San Francisco y ocho en el dominicano; a los que hay que añadir los de la Biblioteca Nacional, que fueron de los Jesuítas; y los que guarda el Banco Central del Ecuador, y pertenecieron a Don Jacinto Jijón y Caamaño. Así, pues, es posible que nos queden unos 20 incunables.
La muestra presentó cinco incunables, entre los que descuella el Liber Cronicarum Mundi o Libro de las Crónicas del Mundo y de Nuremberg, impreso en esa ciudad en 1493; esto es un año después del descubrimiento de América. Está impreso en lindísima letra gótica, ilustrado con grabados tallados en madera. Para admiración nuestra existe otro ejemplar de esta maravilla en la Biblioteca Nacional.
Liber Cronicarum Mundi. Anónimo, 1493. Incunable. Banco Central.
JOYAS BIBLIOGRAFICAS
Entre los libros notables expuestos en la sala sobresalen las dos Biblias Políglotas, libros gigantes en todo sentido. De las cinco Biblias políglotas famosas del mundo, Quito tiene el orgullo de poseer tres.
Se admiraron dos tomos de los siete que componen la Biblia Políglota de París, impresa en 1630. Contiene el texto bíblico en siete idiomas antiguos: son las traducciones de la Biblia realizadas antes del año 400 para los cristianos que no entendían el hebreo o el griego. Está pues en hebreo, griego, siríaco, árabe, latín, caldeo.
La Biblia Políglota londinense de Walton es todavía más asombrosa, trae el texto bíblico en 12 lenguas, con traducciones interlineares, con un alarde de tipografía. También de esta obra hay dos ejemplares.
Con estas Biblias contrastan los libritos pequeños que son los primeros Catecismos impresos en América, en idiomas nativos; ellos expresan a los pueblos primitivos el mensaje de la Biblia.
La muestra concedió especial importancia a los libros referentes a América, como las Leyes de Indias, cuya primera edición de 1681 posee la Biblioteca de la PUCE.
Una novedad singular constituyen los que podríamos llamar Incunables Nacionales, como El Itinerario para Párrocos de Indios, manual de derechos humanos y divinos compuesto por el obispo de Quito Alonso de la Peña Montenegro, cuya primera edición data de 1668. De la misma época es la Historia de la educación en Quito y de las Misiones en el Marañón por el Padre Manuel Rodríguez S.J. que residió en el país.
Se enriqueció la exposición con algunos manuscritos sumamente valiosos, que podríamos llamar preincunables. Sobresale por su volumen e historia el venerable Libro Coral pintado e ilustrado en pergamino por Fray Pedro Bedón, en 1588. Este libro se colocaba en el centro del coro de la iglesia de Santo Domingo, y en él leían la letra y la nota y entonaban los salmos y plegarias los frailes dominicos al amanecer de cada día, a lo largo de los años y de los siglos. Viendo esas gastadas y amarillentas páginas cantaba también nuestro querido Padre José María Vargas, en sus años jóvenes. Ahora este libro canta para nosotros su noble recuerdo.
En las vitrinas se albergaron tesoros únicos: la Correspondencia del Libertador Bolívar en Quito; documentos en los que podemos encontrar su historia y no su novela. La oración fúnebre por los mártires del dos de agosto del año 1810 por el presbítero patriota Miguel Rodríguez. Una copia de los decretos del Sínodo reunido en Quito por el Obispo Solís en 1594. El código de derechos del indígena y de su incorporación a la cultura. El decreto de alfabetización mediante escuelas parroquiales, documento anterior a las leyes de Indias, que demuestra que las leyes indígenas se escribieron aquí en América antes que las recogiera el tomo español de Leyes de Indias de 1681. Curiosamente en otro manuscrito, manda copiar estos mismos decretos el obispo Laso de la Vega en 1830, al comienzo de la República, diciendo que aún regían en Quito.
Hay números del polémico periódico El Quiteño Libre y del Monitor Quiteño de 1823. Ediciones primitivas de José Joaquín de Olmedo y de Juan Montalvo.
En fin, una muestra singular de la historia del libro y de la existencia en el Ecuador de joyas bibliográficas que maravillaron al público que pudo admirarlas.
Ptholomaei Geographia. Anónimo, 1513. Banco Central.