UNA LUZ PARA LAS NIÑAS OLVIDADAS DE COLOMBIA
Publicado en
diciembre 01, 2013
Stella Cárdenas ofrece una nueva vida a las víctimas de la prostitución infantil de Bogotá.
Por Daniel Levine (los nombres de los protagonistas se han cambiado para proteger sus vidas privadas).
SON LAS 11 DE LA NOCHE en Patio Bonito, un peligroso barrio del extremo suroeste de Bogotá, pero Luz Stella Cárdenas, que conduce despacio un pequeño Nissan azul por la Avenida Ciudad de Cali, no tiene miedo. Señala un letrero de luz fluorescente verde que parpadea al frente de un bar.
—Aquí es —dice, y estaciona el auto.
Stella, de 39 años, cruza la calle entre los vehículos y entra en el bar.
El establecimiento imita el interior de una cueva; unas lámparas de neón azul alumbran pálidamente el musgo artificial que cuelga del techo y los árboles de plástico que tapizan las paredes. Sentadas ante mesas de plástico blancas hay varias muchachas vestidas con poca ropa, sorbiendo sus bebidas con aire aburrido. Parecen muy jóvenes, al igual que otras que bailan lentamente en la pequeña pista con hombres de aspecto rudo, mucho mayores que ellas.
Stella, vestida con una blusa azul de algodón y pantalones vaqueros, se acerca a una chica de ajustada minifalda negra que está junto a la pista de baile.
—Me llamo Stella —dice, mirándola a los ojos—. Quiero ayudarte.
Añade que es directora de la Fundación Renacer, una institución que ofrece servicio médico, terapia de deshabituación de drogas y capacitación laboral a prostitutas menores de edad. La muchacha, Luisa Gutiérrez, se muestra interesada.
Le cuenta a Stella que tiene 14 años y que hace tres meses la esposa del dueño del bar la trajo de su casa, en Valle del Cauca, a unos 300 kilómetros al sur, prometiéndoles a sus padres que la colocaría como sirvienta en una casa particular. En vez de eso, dice, se prostituye a los clientes del bar por una paga equivalente a cinco dólares por cada uno.
—¿Te gusta lo que haces? —le pregunta Stella.
—No mucho, pero no sé qué otra cosa hacer.
Stella le explica que Renacer puede capacitarla para un trabajo honrado y, si hace falta, atenderle cualquier adicción o trastorno psicológico que pudiera tener. Luisa promete tratar de ir a la fundación.
Stella le da un afectuoso beso en la mejilla y le entrega su tarjeta de presentación y varios condones.
—Cuídate mucho —le dice.
"ME HICIERON PEDAZOS"
Mientras se aleja en el auto, Stella suspira:
—¡Esta prostitución de Bogotá!
Es un lamento que no se cansa de repetir, y con toda razón, porque hay miles de menores atrapados en el comercio sexual de la capital colombiana. Muchos vienen a vender su cuerpo a las calles de la ciudad tras haber sido víctimas de abuso sexual o violencia física en sus hogares. Otros fueron desplazados por la guerra que sostienen en las zonas rurales el gobierno, la guerrilla marxista, los escuadrones paramilitares, y lo que queda de los carteles del narcotráfico. La niñez es el sector de la población más afectado por esta violencia rampante. Más de 50 por ciento de los desplazados en Colombia son menores de edad. Casi todos son drogadictos.
"Nunca me imaginé que los niños pudieran sufrir así", comenta, "llevar una vida tan infeliz y padecer tanto dolor porque nadie en el mundo se ha preocupado por ellos". Stella es una de los pocos que sí se preocupan. Según datos de Renacer, en los siete últimos años la institución ha ayudado a 700 niñas prostitutas y a otras víctimas de la explotación sexual de menores a tener una vida mejor.
Su silenciosa cruzada comenzó hace más de diez años, cuando en una calle bogotana se encontró a una niña muy flaca que lloraba histéricamente. Si acaso, tendría 11 años, y sus ojos verdiazules eran tan hermosos, que en la calle la llamaban "la Zarca".
—¿Qué te pasa? —le preguntó.
La niña le contó que había pactado con un hombre venderle sus favores sexuales por el equivalente de dos dólares (5000 pesos colombianos), pero que le pagó con un billete falso.
—Mi cuerpo no vale nada —agregó.
Estas palabras dejaron estupefacta a Stella, que en aquel entonces estudiaba un curso de posgrado en psicología en la Universidad de La Sabana de Bogotá y era consejera voluntaria de prostitutas adultas. Había visto muchas injusticias, pero no estaba preparada para ayudar a una niña tan pequeña.
Abrazándola tiernamente, le preguntó cómo había terminado en la calle. La Zarca le contó que cuando tenía seis años la habían violado, y que a los ocho, la obligaron a prostituirse en un bar.
—Fue el día que más dolor sentí en mi vida —le confió—. Me hicieron pedazos... me hicieron pedazos.
"No sólo se refería a que le habían desgarrado el alma", explica Stella, "sino también el cuerpo". La niña estaba cubierta de cortaduras y moretones, y el médico al que la llevó Stella descubrió que tenía el cuello del útero deforme a causa de los repetidos coitos violentos. Además, se le había formado un gran cúmulo de verrugas genitales llamadas condilomas. El médico le enseñó a Stella a aplicarle un medicamento. Ella siguió sus indicaciones todos los días, hasta que la Zarca quedó curada.
Stella sabía que faltaba hacer más, y que si quería contribuir, debía empezar desde el principio. En el mejor de los casos, la mayoría de los colombianos no hacían caso a las muchas Zarcas que había en sus ciudades. En el otro extremo estaban los escuadrones de "vigilantes" que sólo veían en las niñas prostitutas una molestia que debía eliminarse. Los vigilantes les arrojaban granadas desde autos en movimiento y les disparaban en la cabeza mientras dormían en la calle.
Durante un año Stella se levantó diariamente antes de las 6 para recorrer las calles de la ciudad, recoger a las niñas y llevarlas a ver a médicos que simpatizaban con su causa. A algunas las alojó en cuartos de alquiler que pagaba de su bolsillo, les compraba alimentos y trataba de sanarles las heridas físicas y morales.
Gracias a su perseverancia, convenció a los dirigentes de la Cámara de Comercio de mandar realizar un estudio sobre la prostitución infantil, el cual demostró que tan sólo en el centro de Bogotá había alrededor de 3000 menores, en su mayoría mujeres, dedicados a la prostitución. La cifra estremeció al público. Fue poco después, en 1994, cuando Stella estableció la Fundación Renacer, institución no lucrativa de asistencia privada.
"SIEMPRE ESTUVE SOLA"
"Renacer es el único programa de múltiples pasos que hay en el mundo para rehabilitar menores que han sido víctimas de explotación sexual", declara Timothy Ross, ex corresponsal de la BBC que utilizó sus relaciones para ayudar a la fundacióna salir adelante económicamente, y que aún colabora con ella prestando auxilio voluntario a los niños.
"Nadie quiere trabajar con prostitutas menores", dice Miguel Alvarez Correa, investigador de casos de abuso infantil de la Procuraduría General de la Nación colombiana. "Pero Stella tiene voluntad y convicciones firmes. Cree que debemos ayudar a los demás".
Betty Garza es un ejemplo de lo que se puede lograr con esta ayuda. Tenía 15 años y vivía en la calle cuando los reclutadores voluntarios de Renacer la encontraron. Ella escuchó sus ofrecimientos de ayuda, pero pasó algún tiempo antes de que se decidiera a acudir al Hogar de Paso de la fundación, un pequeño edificio de ladrillo situado en un barrio residencial.
Stella estaba esperándola. Betty en seguida la tomó de la mano y no la soltó hasta que estuvo acostada en la cama. Durmió cinco días seguidos con sus noches.
Su "renacimiento" no fue fácil. "Era muy arisca y al principio batallamos mucho con ella", cuenta Stella. "No sabía hacer nada, solamente usar su cuerpo para el comercio sexual".
Betty dijo que había nacido en una cárcel de Bogotá donde su madre, una mujer de 29 años, violenta y adicta a las drogas, había pasado la mayor parte de su vida adulta. La propia Betty permaneció varios años en la cárcel antes de conocer el mundo exterior. Su madre la golpeaba y la prostituía para comprar drogas. Así fue como Betty también se hizo adicta a la cocaína, la heroína y las píldoras.
La muchacha se inscribió en los programas de Renacer, y Stella comenzó una terapia psicoanalítica con ella los viernes a las 4 de la tarde para hablar de sus problemas. Al comienzo fue difícil: Betty no acudía a las citas o, si lo hacía, le gritaba a Stella y luego salía del cuarto dando un portazo y llorando sin consuelo.
"No pienso quedarme aquí", la amenazaba. "Nadie me tiene confianza; nadie me quiere. Eres igual a mi mamá".
"No todas las mujeres del mundo son como tu madre", le contestaba Stella. "Yo sí te quiero, y en tu vida también te querrán muchas otras mujeres. Tienes que respetarte a ti misma y volverte una mujer fuerte e independiente".
Manos a la obra- Entre las actividades de rehabilitación está este taller de costura.
Andando el tiempo, Betty terminó por confiar en aquella desconocida, y a instancias suyas empezó a participar en las sesiones de terapia contra la drogadicción. Además, Stella dedicó muchas horas a enseñarle a leer y escribir, así como a hablar correctamente, sin jerga callejera, y a sentarse a la mesa y usar cubiertos y vajilla. Betty aprovechó tan cariñosa atención... y aprendió a respetarse a sí misma.
Renacer hace pasar a los menores por varias etapas. Una vez que Betty terminó con el programa de terapia e instrucción, pasó al Hogar Permanente, un albergue residencial más amplio que funciona las 24 horas del día cerca del centro de la ciudad. Aprendió a cortar el pelo y a hacer la manicura en un salón de belleza dirigido por Renacer y financiado por el gobierno de España. La fundación también tiene un restaurante, un taller de costura, un centro de computación y un taller de artes gráficas.
Betty perseveró en el programa de rehabilitación de Renacer, que dura tres años, y ahora, convertida en una bonita joven de pelo negro y lacio, recogido en cola de caballo, gana el equivalente de 100 dólares mensuales en un salón de belleza, no lejos del sitio donde antes se prostituía. Las drogas y la prostitución ya no son para ella más que un recuerdo amargo.
"Hasta que conocí a Stella siempre estuve sola", comenta. "Ella me dio amor y me cuidó, pero lo más importante es que me enseñó a respetarme".
No todos los finales son tan felices. La Zarca, la primera niña prostituta a la que Stella intentó ayudar, no pudo permanecer más de uno o dos meses sin drogarse, y a veces desaparecía sin dejar rastro. Ahora, a sus 21 años, ha dejado la prostitución y tiene empleo, pero sigue siendo adicta, explica Stella.
"Su caso es muy duro, como los de todos estos niños", dice. "Pero no pierdo la esperanza. Ella sólo tiene que comenzar a creer en sí misma otra vez, y quizá entonces podrá salir adelante".
EL TRABAJO COTIDIANO
Aunque Renacer cuenta hoy con 50 empleados asalariados en Bogotá, Cartagena y Barranquilla, sigue siendo en gran medida una institución familiar. Martha, hermana mayor de Stella, es la directora administrativa; su padre, hombre de 73 años al que los jóvenes internos llaman "abuelo", ayuda en los hogares casi a diario, y el esposo de Stella, Nelson Rivera, es el coordinador terapéutico.
Con un botiquín de primeros auxilios en la mochila, los voluntarios de Renacer recorren el centro de Bogotá por la noche, charlando con los menores que se prostituyen y entregándoles medicamentos y condones. Les dicen que hay una salida, si la quieren, pero procuran no sermonearlos ni juzgarlos. Su interés es correspondido por los jóvenes, que los saludan con besos y abrazos. El año pasado 103 menores completaron con éxito el programa. Actualmente hay alrededor de 140 en albergues de Renacer y 350 más en las primeras etapas de tratamiento.
Sin embargo, la falta de dinero es una dificultad constante. Renacer recibe cierta ayuda del gobierno colombiano, pero también necesita donativos de particulares, y en el curso de los años ha recibido un generoso apoyo de las embajadas de Gran Bretaña, Canadá, Alemania y España. Aun así, Stella a veces ha tenido que pedir prestado a algunos de sus amigos para pagar su propio alquiler.
Renacer hace buen uso de estos fondos. Samantha Perdomo, por ejemplo, era adicta a la inhalación de pegamento de contacto cuando un voluntario de la organización la encontró durmiendo en un parque del centro.
Su historia era muy triste. Cuando tenía 12 años, mientras vivía con una madrina porque su madre estaba trastornada y la golpeaba, conoció a un francés que le dijo que podría ganar el equivalente de 60 dólares haciendo películas pornográficas. Como estaba desesperada por ganar dinero para comprar comida y ropa, accedió, y durante un año la filmaron casi a diario haciendo toda clase de perversiones.
"Era un trabajo vergonzoso que me hacía sentir sucia, como un río contaminado", cuenta. "Pensar en eso ahora me da náuseas". Se fue de casa de su madrina para vivir en la calle.
Acudió entonces al Centro Ambulatorio de Renacer, donde los menores reciben atención médica básica y una comida caliente. Le gustó lo que vio, y finalmente se mudó al Hogar Permanente. No fue fácil, porque, como muchas jóvenes de Renacer, le costaba mucho dominar sus impulsos. Aun así, con el tiempo dejó de inhalar pegamento y se inscribió a un curso de capacitación para el trabajo.
Samantha, hoy de 20 años, es costurera... pero una costurera con ambiciones. Tiene el propósito de asistir a la universidad y llegar a ser psicóloga criminalista.
"Stella es mi ídolo", dice. "Siento como si me hubiera quitado una venda de los ojos".
PARA ponerse en contacto con Renacer, dirigirse a:
Fundación Renacer
Calle 41 No. 25-75
Santa Fe de Bogotá
Distrito Central
Teléfono: (571) 368-8141, 244-590
Fax: (571) 244-5492
E-mails:
Renacer@uolpremium.net.co
Renacer@fundacionrenacer.org
Página web: www.fundacionrenacer.org
Ilustración: Fabricio Vanden Broeck.