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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

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  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    ● Activar Slide 1
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  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
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  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


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    IMAGEN PERSONAL



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    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

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    Widget 7














































































































    PROGRAMA DE INSEMINACIÓN (James Blish)

    Publicado en diciembre 29, 2013
    1


    La espacionave reanudó su zumbido en torno a Sweeney sin que éste se diera cuenta del cambio. Cuando la voz del capitán Meiklejon le llegó finalmente a través del altavoz de la pared, Sweeney seguía tendido y sujeto en su litera, en un peculiar estado de tranquilidad que nunca antes había conocido, y que posiblemente hubiera sido incapaz de describir, ni siquiera a sí mismo. De no ser porque su pulso seguía latiendo, habría llegado a la conclusión de que estaba muerto. Necesitó varios minutos para reaccionar.

    —Sweeney, ¿me oyes? ¿Estás..., estás bien?

    La breve vacilación en la voz del piloto hizo sonreír a Sweeney. Desde el punto de vista de Meiklejon, y de la mayoría del resto de la humanidad, Sweeney era un completo error. De hecho, estaba muerto.

    La cabina completamente aislada, con su propia compuerta estanca que daba al exterior, sin ningún acceso para Sweeney al resto de la nave, era un testimonio claro del error que representaba. Lo mismo que el tono de la voz de Meiklejon: un hombre dirigiéndose no a otro ser humano, sino a algo que debía ser mantenido en una bóveda estanca.

    Una bóveda estanca diseñada para proteger al universo que había fuera de ella..., no para proteger a su contenido del universo.

    —Claro que estoy bien —dijo Sweeney, soltando sus correas de sujeción y sentándose. Comprobó el termómetro, que seguía señalando —90 °C, la temperatura media de Ganímedes, tercera luna de Júpiter—. Me había quedado dormido. ¿Dónde estamos?
    —Estoy situando la nave en órbita; nos hallamos ahora a unos mil quinientos kilómetros del satélite. Pensé que desearías echar un vistazo.
    —Claro que sí. Gracias, Mickey.
    —Bien, te hablaré luego —dijo la voz desde la pared.

    Sweeney se agarró al riel de guía y se impulsó hacia la única portilla de observación de la cabina, maniobrando con considerable precisión. Para un hombre habituado a una gravedad equivalente a 1/6 de la terrestre, la caída libre —una situación de absoluta ausencia de gravedad— sólo constituía un caso extremo.

    Lo cual podía aplicarse también al propio Sweeney. Era un ser humano..., pero era también un caso extremo.

    Miró afuera. Sabía exactamente lo que iba a ver; lo había estudiado exhaustivamente a partir de fotos, telerregistros, mapas, y a través de telescopios, tanto desde casa como desde la Luna y Marte. Cuando uno se acerca a Ganímedes en su conjunción inferior, tal como estaba haciendo Meiklejon, lo primero que salta a la vista es la enorme mancha ovalada llamada "el Tridente de Neptuno"..., apodada así por los primeros exploradores jovianos, debido a que estaba señalada con la letra griega psi en el antiguo mapa compuesto Howe. A la larga había resultado que el nombre había sido bien elegido: esa mancha es un profundo y ramificado mar, prolongándose hacia el este, que va desde los 120° hasta los 165° de longitud, y desde los 10° hasta los 33° de latitud norte. ¿Un mar de qué? Pues de agua, por supuesto...; agua helada hasta convertirse en sólida y eterna roca, y cubierta por una capa de polvo de roca de casi ocho centímetros de espesor.

    Al este del Tridente, y avanzando en línea recta hacia el polo norte, hay una gran hendidura triangular denominada "la Muesca", un retorcido valle obstruido por las raíces y sacudido por las avalanchas, que se prolonga en torno al polo y asciende luego por el otro hemisferio, abriéndose a medida que avanza (asciende, debido a que el norte para los pilotos espaciales, al igual que para los astrónomos, está abajo). No hay nada absolutamente parecido a la Muesca en ningún otro planeta, aunque desde la conjunción inferior, cuando la nave de uno se aproxima en vertical sobre el meridiano 180° de Ganímedes, puede que recuerde en algo al Syrtis Mayor de Marte.

    Sin embargo, no existe ningún parecido real. Syrtis Mayor es quizá la región más agradable de todo Marte. La Muesca, en cambio, es... una muesca.

    En la pared oriental de esta enorme cicatriz, a los 218° de longitud y 32° de latitud norte, hay una aislada montaña de unos tres mil metros de altura, que por lo que Sweeney sabía carecía de nombre; estaba señalada con la letra pi en el mapa Howe. Debido a su aislamiento, cuando el terminador del amanecer solar coincide con esa longitud puede ser vista fácilmente desde la Luna de la Tierra con ayuda de un buen telescopio, con su pico brillando en medio de las tinieblas como una pequeña estrella. Una cornisa semicircular se proyecta hacia el oeste desde la base del pi de Howe y por encima de la Muesca, con sus abruptos flancos desconcertantes en un mundo que no muestra ningún otro signo de estratos en pliegues.

    Era en esa cornisa donde vivían los demás Hombres Adaptados.

    Sweeney miró hacia abajo durante largo rato, en dirección a la casi invisible montaña con su cima brillante como una estrella, preguntándose por qué no reaccionaba ante ella. Cualquier emoción apropiada hubiera servido: anticipación, alarma, ansiedad, cualquier cosa, incluso miedo. Tras dos meses encerrado en aquella segura cárcel hubiera debido estar ansioso por salir de allí, aunque sólo fuera para ir a reunirse con los Hombres Adaptados. En cambio, persistía la tranquilidad. Era incapaz de ir más allá de una momentánea curiosidad con respecto al pi de Howe, mientras que sus ojos eran atraídos hacia Júpiter, colgando monstruoso y con alocados colores a un millón de kilómetros de distancia, más menos unos cuantos miles. Y aun el planeta le atraía tan sólo porque era más brillante; excepto aquello, no tenía el menor significado.

    —¿Mickey? —dijo, obligándose a mirar al fondo de la Muesca.
    —Estoy aquí, Sweeney. ¿Qué te parece?
    —Oh, como un mapa en relieve. Así es como parece siempre. ¿Dónde vas a dejarme? Las órdenes no te obligan a ningún lugar determinado, ¿verdad?
    —Aja. Pero no creo que hayan muchas posibilidades —dijo la voz de Meiklejon, menos vacilante—. Tendrá que ser la gran llanura..., la H de Howe.

    Sweeney examinó el ovalado mar con un suave disgusto. De pie allí, sería tan visible como en mitad del Mare Crisium de la Luna. Lo hizo notar así.

    —No tienes otra elección —repitió Meiklejon tranquilamente.

    Hizo funcionar los cohetes varias veces. Sweeney notó que su peso volvía brevemente a él; mientras intentaba decidir hacia qué lado vomitar, el peso desapareció de nuevo. La nave se hallaba ahora en órbita; pero Sweeney era incapaz de decir si Meiklejon iba a mantenerla allí o en cambio iba a avanzar en zigzag por encima del satélite. Tampoco lo preguntó. Cuanto menos supiera, mejor.

    —Bien, es una larga caída —dijo Sweeney—. Y esa atmósfera no es precisamente la más densa del sistema. Deberé posarme al abrigo de la montaña. No deseo tener que caminar doscientos o trescientos kilómetros a través de la H de Howe.
    —Por otra parte —adujo Meiklejon—, si desciendes demasiado cerca, nuestros amigos de ahí abajo descubrirán tu paracaídas. Quizá sea mejor si te depositamos en la Muesca, después de todo. Hay tanto revoltijo allí dentro que los ecos del radar deben de ser tremendos...; no hay ninguna posibilidad de que puedan localizar algo tan pequeño como un hombre en un paracaídas.
    —No, gracias. Todavía queda la localización óptica, y la sombrilla de un paracaídas no tiene ningún parecido con un promontorio rocoso, ni siquiera para un Hombre Adaptado. Tiene que ser detrás de la montaña, donde disponga a la vez de una sombra óptica y de radar. Además, 6cómo puedo trepar para salir de la Muesca y llegar hasta esa cornisa? Si se han establecido en el borde de un risco no ha sido sin motivo.
    —De acuerdo —convino Meiklejon—. Bien, tengo la catapulta apuntada. Me pondré el traje y me reuniré contigo en el casco.
    —Está bien. Dime de nuevo exactamente lo que vas a hacer mientras yo esté fuera, a fin de no encontrarme dándole al silbato cuando tú ya no estés por ahí.

    El sonido del armario de los trajes al ser abierto le llegó claramente al piloto por el intercom. Sweeney ya se había colocado el arnés del paracaídas, y sujetarse el respirador y el laringófono sólo iba a ocuparle un momento. Sweeney no necesitaba otra protección.

    —Me quedaré aquí arriba en órbita libre, con toda la energía desconectada excepto la de mantenimiento, durante trescientos días. —La voz de Meiklejon parecía sonar más distante ahora—. Se supone que para entonces habrás hecho buenas migas con nuestros amigos de ahí abajo y sabremos a qué atenernos. Permaneceré atento a un mensaje tuyo en una frecuencia prefijada. Tú me enviarás únicamente una serie de letras codificadas; yo las pasaré a la computadora y ésta me dirá qué debo hacer, y actuaré en consecuencia. Si no tengo ninguna noticia tuya pasados los trescientos días, recitaré una breve pero ferviente plegaria y regresaré a casa. Después de eso. Dios me ayude, no sé nada más.
    —Es suficiente. Vamos.

    Sweeney se dirigió a su compuerta particular. Como todas las auténticas naves interplanetarias, el vehículo de Meiklejon no tenía un casco único que la recubriese de proa a popa. Consistía en varios módulos englobando sus componentes esenciales, incluida la esfera del habitáculo, unidos entre sí por un armazón de tubos y viguetas en una de las más largas de estas últimas, apuntada ya hacia la H de Howe, sería la que serviría como "catapulta".

    Sweeney alzó la vista hacia el globo del satélite. La vieja sensación familiar de caída se apoderó de él por un momento; miró hacia abajo, reorientándose con relación a la nave, hasta que la sensación desapareció. Aunque la verdadera caída no iba a tardar mucho en producirse.

    Meiklejon apareció por el horizonte de la esfera del habitáculo, deslizando sus zapatos magnéticos por el metal. Revestido con su aparatoso e informe traje espacial, era él quien parecía el miembro no humano del dúo.

    —¿Listo? —preguntó.

    Sweeney asintió y se dejó caer boca abajo en la vigueta en I, asegurando las sujeciones de su arnés en sus lugares correspondientes. Sintió las enguantadas manos de Meiklejon moviéndose a su espalda, sujetando la unidad de propulsión JATO(1) ahora no podía ver nada, excepto el trineo de madera que protegería su cuerpo del chorro del cohete.


    1 Jet Assisted Take Off: dispositivo de despegue con ayuda de reacción. (N. del T.)


    —Todo listo —dijo el piloto—. Buena suerte, Sweeney.
    —Gracias. Cuando quieras, Mickey.
    —Ignición en cinco segundos. Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno. ¡Ya!

    La unidad JATO se estremeció y le propinó a Sweeney un golpe casi paralizante entre los omoplatos. Por un instante la aceleración lo aplastó contra su arnés, y el trineo se deslizó por el metal de la vigueta en I.

    Luego, repentinamente, la vibración cesó. Estaba en caída libre. Con un cierto retraso, tiró de la anilla de su paracaídas.

    El trineo estaba alejándose de él en una suave curva descendente, y pronto se perdió entre las estrellas. La presión a su espalda desapareció cuando la unidad JATO, aún funcionando, se alejó también de él, llameando. Por un instante la vaharada de sus gases de escape le hizo sentirse mal; luego la sensación desapareció. Cuando llegara al suelo su impacto sería demasiado fuerte como para dejar algo más que un agujero.

    No quedaba más que Sweeney, cayendo de cabeza hacia Ganímedes.

    Casi desde el principio, desde aquel día apenas recordado de su temprana infancia en que se dio cuenta por primera vez de que el domo subterráneo de la Luna representaba el universo entero para todo el mundo menos para él, Sweeney había deseado ser humano; había deseado en forma de un vago e impersonal dolor que había cristalizado rápidamente en una fría amargura que impregnaba tanto su modo de ser como su actitud hacia la vida cotidiana, y en sueños de ardiente soledad que se iban haciendo más infrecuentes pero también más intensos a medida que maduraba, hasta el punto de despertarse en mitad de la noche, mudo y tembloroso, y quedar postrado varios días, como si hubiera escapado a duras penas a un terrible accidente.

    El equipo de psicólogos, psiquiatras y analistas que se ocupaba de él hacía todo lo que podía, pero no era mucho. La historia de Sweeney no contenía prácticamente nada que fuera manipulable por ningún sistema de psicoterapia desarrollado para ayudar a los seres humanos. Ni siquiera eran capaces de ponerse de acuerdo entre ellos con respecto a la meta principal que debía alcanzar esa terapia: si ayudar a Sweeney a vivir con el hecho de su inhumanidad esencial, o por el contrario soplar sobre la única chispa de esperanza que la gente no médica de la Luna le mostraba constantemente a Sweeney como única razón de su existencia.

    Los hechos eran simples e implacables. Sweeney era un Hombre Adaptado. Adaptado, en su caso, al frío extremo, a la débil gravedad y a la tenue y malsana atmósfera que prevalecía en Ganímedes. La sangre que corría por sus venas y el sustrato no sólido de cada una de sus células eran en sus nueve décimas partes amoniaco líquido; sus huesos eran Hielo IV; su respiración era un complejo ciclo de hidrógeno-metano basado no en la catálisis de un pigmento de naturaleza férrica, sino en el cierre y apertura de una doble relación de azufre; y podía sobrevivir durante semanas, si era necesario, con una dieta de polvo de roca.

    Siempre había sido así. Lo que había hecho de él lo que era había ocurrido literalmente antes incluso de su concepción; se trataba de la aplicación a las células germinales que más tarde se unirían para formarlo de una elaborada constelación de técnicas: envenenamiento mitótico selectivo, irradicación localizada con rayos X, microcirugía tectogenética, inhibición metabólica competitiva, y quizás otras cincuenta cosas cuyos nombres nunca habían sido oídos y que colectivamente habían sido bautizadas como pantropía. Una palabra que, traducida libremente, significaba "cambiarlo todo", y que se correspondía con la realidad.

    Al mismo tiempo que los pantropistas habían cambiado por anticipado los esquemas humanos de la constitución y química de Sweeney, habían cambiado también su educación, su mundo, sus pensamientos, incluso sus antepasados. Uno no podía fabricar un Hombre


    Adaptado simplemente agitando una varita, le había explicado orgullosamente en cierta ocasión el doctor Alfven a Sweeney por el intercom. Incluso las células germinales definitivas eran el resultado de un centenar de generaciones anteriores de células, nacidas las unas de las otras antes de pasar al estadio de zigotos como animales unicelulares, y cada una de ellas decantada un poco más hacia el cianuro y el hielo y todas las demás cosas de las que estaban hechos los niñitos como Sweeney. El equipo psico había apartado al doctor Alfven a finales de aquella misma semana, tras la habitual revisión de las cintas de lo que se le había dicho a Sweeney y de lo que éste había contestado, pero no hubiera sido necesario que se tomaran esa molestia. Sweeney nunca había oído ninguna canción de cuna ni se había visto expuesto al complejo de Edipo. Era una ley en sí mismo, con la mayor parte de los considerandos en blanco.

    Observó, por supuesto, que Alfven no acudía a la siguiente sesión, pero eso era algo normal. Los científicos iban y venían constantemente por la gran caverna sellada, siempre acompañados por la educada y bien uniformada policía particular de la Autoridad del Puerto de la Gran Tierra, pero raramente se quedaban mucho tiempo. Incluso entre el equipo psico había siempre una tensión peculiar, una furiosa pulsión que estallaba periódicamente con terribles batallas a gritos. Sweeney nunca había llegado a saber a qué se debían esos gritos, puesto que cada vez que se iniciaba una de esas batallas el sonido del exterior era cortado inmediatamente; sin embargo, había observado que cada vez algunos de los participantes desaparecían para siempre.

    —¿Dónde está el doctor Emory? ¿No ha venido hoy?
    —Ha terminado su turno de servicio.
    —Pero quiero hablar con él. Me prometió traerme un libro. ¿Cuándo volverá a visitarme?
    —No creo que vuelva a hacerlo, Sweeney. Ha cogido el retiro. Pero no te preocupes por ello; todo seguirá como antes. Yo te traeré el libro.

    Fue después del tercero de esos incidentes cuando Sweeney fue llevado por primera vez a la superficie de la Luna..., custodiado, es cierto, por cinco hombres con trajes espaciales, aunque eso a Sweeney no le importara en absoluto. La nueva libertad le pareció algo enorme, y su propio traje, sólo un símbolo en relación con los de los guardias del Puerto, parecía no existir. Fue el primer anticipo de la libertad que iba a disfrutar, si podía creer en todo lo que le habían insinuado, una vez hubiera terminado su trabajo. Podría incluso ver la Tierra, allí donde vivía la gente.


    Acerca de su trabajo sabía todo lo que tenía que saber, y lo subía como si fuera una segunda naturaleza. Le había sido embutido desde su fría y solitaria infancia, siempre con la misma orden al final:

    —Tenemos que traer de vuelta a esos hombres.

    Esas ocho palabras eran la razón de existir de Sweeney; eran también la única esperanza de Sweeney. Los Hombres Adaptados tenían que ser capturados de nuevo y devueltos a la Tierra...; o más exactamente, devueltos al domo de la Luna, el único lugar además de Ganímedes donde podían ser mantenidos con vida. Y si no podía hacerlos regresar a todos —esto tenía que ser considerado únicamente como una posibilidad—, tenía que volver al menos con el doctor Jacob Rullman. Sólo Rullman conocía con seguridad el secreto fundamental: cómo convertir de nuevo un Hombre Adaptado en un ser humano.

    Sweeney comprendía que Rullman y sus asociados eran criminales, pero la magnitud de su crimen era algo que nunca había intentado responderse a sí mismo. Sus estándares eran demasiado incompletos. Sin embargo, desde un principio había quedado claro que la colonia de Ganímedes se había instalado sin el consentimiento de la Tierra, mediante métodos que la Tierra no aprobaba (excepto casos especiales como Sweeney), y que la Tierra deseaba desmantelarla. No por la fuerza, ya que la Tierra deseaba primero conocer lo que sabía Rullman, sino a través de la sutil estratagema que era el propio Sweeney.

    Tenemos que traer de vuelta a esos hombres. Después de lo cual, decían las insinuaciones —sin prometer nunca nada directamente—, Sweeney podría ser convertido en humano, y conocer una libertad mejor que caminar por la superficie sin aire de la Luna en compañía de cinco guardias.

    Normalmente, era tras una de esas insinuaciones cuando estallaba una de esas repentinas batallas entre los miembros del equipo. Cualquier hombre dotado de una inteligencia normal hubiera empezado pronto a sospechar que esas insinuaciones ni siquiera estaban fundadas en expectativas reales; el entrenamiento de Sweeney lo ayudó a que esas sospechas aparecieran muy pronto; pero a largo plazo no importaba. Las insinuaciones le ofrecían su única esperanza, y las aceptaba con ilusión aunque sin confianza. Además, las pocas palabras que solía escuchar al iniciarse las disputas antes de que el intercom dejara oír su clic y se quedara mudo le habían sugerido que había muchos más elementos de desacuerdo que la simple duda acerca de la convertibilidad de los Hombres Adaptados. Había sido Emory, por ejemplo, quien había estallado con un inesperado y explosivo:

    Pero supongamos que Rullman tenía razón...

    ¿Razón acerca de qué? ¿Puede tener alguna vez "razón" un fuera de la ley*? Sweeney no podía saberlo.

    Luego estaba el técnico que había dicho:

    El problema con la terraformación es el coste...

    ¿Qué quería decir con aquello? Apenas un minuto más tarde había sido sacado apresuradamente de la sala de exámenes con un pretexto inventado. Habían habido muchos casos como aquéllos, pero inevitablemente Sweeney fracasaba en intentar relacionar todos los fragmentos en un esquema común. Finalmente, llegó a la conclusión de que no afectaban directamente a sus posibilidades de convertirse en humano, y muy pronto los abandonó en el enorme desierto de su ignorancia general.

    En el largo proceso, sólo las directrices eran reales, las directrices y las pesadillas. Tenemos que traer de vuelta a esos hombres.

    Esas ocho palabras constituían la razón por la cual Sweeney, como un hombre cuyo último esfuerzo por despertar hubiera fracasado, estaba cayendo de cabeza hacia Ganímedes.

    Los Hombres Adaptados encontraron a Sweeney a mitad de camino de su subida al gran puerto que constituía el único acceso a su colonia en la cornisa del risco desde la llanura de la H de Howe. No los reconoció; no correspondían a ninguna de las fotografías que había memorizado; no obstante, aceptaron rápidamente su historia. Y no tuvo necesidad de fingir agotamiento...; la gravedad de Ganímedes era normal para él, pero había sido un largo trayecto y una larga subida.

    De todos modos, se sorprendió al descubrir que había gozado con la caminata. Por primera vez en su vida había andado sin nadie que lo vigilara, ni hombres ni máquinas, en un mundo donde se sentía físicamente en casa; un mundo sin murallas, un mundo donde se sentía esencialmente solo. El aire era rico y agradable, los vientos soplaban por donde querían, la temperatura era considerablemente mucho más fría que todo lo que se podía conseguir en el domo de la Luna, y el cielo estaba a todo su alrededor, teñido de índigo y salpicado de estrellas que parpadeaban aquí y allá.

    Tendría que ser cuidadoso. Podía resultar demasiado fácil aceptar Ganímedes como hogar. Le habían advertido en contra de eso, Pero no había llegado a comprender que el peligro podía ser no solamente real... sino atractivo.

    Los jóvenes lo llevaron rápidamente dentro del camino hasta la colonia. Se habían mostrado tan poco curiosos como anónimos eran. Pero Rullman era distinto. La expresión de sorprendida incredulidad en el rostro del científico, cuando Sweeney fue introducido en su oficina de alto techo y paredes de roca, era tan total que asustaba.

    —¿Qué es eso? —exclamó.
    —Lo hemos encontrado subiendo el puerto. Pensamos que estaba perdido, pero dice que pertenece a la nave madre.
    —Imposible —dijo Rullman—. Absolutamente imposible.

    Y se mantuvo en silencio, estudiando al recién llegado desde la cabeza a los pies. La expresión de sorpresa disminuyó apenas un poco.

    El largo escrutinio le dio a Sweeney tiempo de examinar a su vez al otro. Rullman era más viejo que en sus fotos, pero eso era normal; quizás incluso parecía un poco menos señalado por los años de lo que Sweeney había anticipado. Era delgado, parcialmente calvo y de hombros arqueados, pero la leve curva de su vientre más abajo del cinturón que mostraban las fotografías había desaparecido casi por completo. Evidentemente, vivir en Ganímedes lo había endurecido. Las fotos habían fracasado en prevenir a Sweeney contra los ojos del hombre; eran tan enmarcados y escrutadores como los de un búho.

    —Será mejor que me cuente quién es —dijo finalmente Rullman—. Y cómo ha llegado hasta aquí. No es usted uno de nosotros, eso es evidente.
    —Soy Donald Leverault Sweeney —dijo Sweeney—. Quizá no sea uno de ustedes, pero mi madre decía que sí lo era. He llegado hasta aquí en su nave. Ella me dijo que ustedes me aceptarían.

    Rullman agitó la cabeza.

    —Eso también es imposible. Discúlpeme, señor Sweeney, pero probablemente no tiene usted ni idea de la sorpresa que representa. Entonces, tiene que ser el hijo de Shirley Leverault..., pero (cómo ha llegado hasta aquí? ¿Cómo ha sobrevivido durante todo este tiempo? 6Quién lo cuidó y lo mantuvo con vida después de que nosotros abandonáramos la Luna? Y sobre todo, ¿cómo consiguió escapar de las autoridades del Puerto? Sabemos que Puerto Tierra descubrió nuestro laboratorio lunar antes incluso de que nosotros lo abandonáramos. Apenas puedo creer que usted exista realmente.

    Sin embargo, la expresión de clara incredulidad del científico iba ablandándose por momentos. Sweeney calculó que estaba empezando a convencerse. Y no podía hacer otra cosa: ahí estaba Sweeney, de pie ante él, respirando el aire de Ganímedes, a sus anchas en la gravedad de Ganímedes, con el polvo de Ganímedes manchando su fría piel, un hecho más entre otros muchos hechos irrebatibles.

    —Efectivamente, la policía del Puerto encontró el gran domo dijo Sweeney—. Pero nunca encontraron el pequeño, la planta piloto. Papá hizo volar el túnel entre los dos antes de que aterrizaran... T resultó muerto por el desprendimiento de rocas. Naturalmente, yo era apenas una célula en un tubo de ensayo cuando ocurrió eso.

    Entiendo —dijo Rullman pensativo—. Captamos una explosión con los instrumentos de nuestra nave antes de despegar. Pero imaginamos que era el inicio de un bombardeo por parte del grupo incursor, por inesperado que fuera. ¿Entonces tampoco destruyeron el laboratorio grande, después de todo?

    —No-dijo Sweeney. Seguro que Rullman sabía eso; las comunicaciones por radio entre la Tierra y la Luna debían de ser captadas desde allí, aunque sólo fuera ocasionalmente—. También quedaron algunas líneas de intercom en servicio entre los dos; mi madre acostumbraba a pasar mucho tiempo escuchando para saber lo que estaba ocurriendo. Yo también lo hice, cuando fui lo suficientemente mayor como para comprender. Así fue como supimos que la colonia ganimediana no había sido bombardeada tampoco.
    —¿Pero de dónde obtenían la energía?
    —La mayor parte de ella de nuestra propia célula de estroncio"". Todo estaba blindado, de modo que los policías no podían detectar ningún campo de dispersión. Cuando la célula empezó finalmente a dar signos de desfallecimiento, tuvimos que conectarnos a las líneas del acumulador central del Puerto...; primero con precaución, pero luego según nuestras necesidades. —Se alzó de hombros—. Más pronto o más tarde tenían que descubrirlo. Y eso fue lo que pasó.

    Rullman permaneció en silencio por un momento, y Sweeney supo que estaba efectuando mentalmente operaciones aritméticas, comparando los 20 años de vida media del estroncio11 con la cronología de Sweeney y de los Hombres Adaptados. Las cifras concordaban, por supuesto. La policía del Puerto había sido muy cuidadosa con detalles como aquél.

    —De todos modos es asombroso tener que volver a pensar en todo este episodio después de tantos años —dijo Rullman—. Con el debido respeto, señor Sweeney, es difícil imaginar a Shirley Leverault pasando por toda esa prueba..., y sola, excepto un niño al que ni siquiera podría tocar nunca, un niño tan difícil de cuidar, humana y técnicamente, como una pila atómica. La recuerdo como una muchacha frágil y de poco empuje, yendo detrás de nosotros simplemente porque Robert estaba en el proyecto. —Frunció el ceño ante la reminiscencia-—. Acostumbraba a decir: "Es su trabajo". Nunca pensó en ello más que como eso, un trabajo.


    —Yo era su trabajo —dijo Sweeney con voz átona. Los policías habían intentado enseñarle a hablar amargamente cuando mencionaba a su madre, pero nunca había sido capaz de captar la emoción que deseaban que imitara. Sin embargo, había descubierto que, cuando pronunciaba las sílabas casi sin inflexión, se sentían satisfechos con el efecto—. La juzgó usted mal, doctor Rullman..., o ella cambió tras la muerte de papá. Su valor valía el de diez personas. Y pagó por él al final. Con la única moneda que conocen los policías del Puerto.
    —Lo siento —dijo Rullman suavemente—. Pero al menos usted consiguió escapar. Estoy seguro de que eso es lo que ella hubiera deseado. ¿Dónde consiguieron la nave de la que me ha hablado?
    —Siempre la tuvimos. Pertenecía a papá, supongo. Estaba oculta en una chimenea natural cerca de nuestro domo. Cuando los policías penetraron en la sala de comunicaciones, yo salí por el otro lado del domo mientras ellos estaban... ocupados con mi madre, y la tomé. No había ninguna otra cosa que yo pudiera hacer.
    —Por supuesto, por supuesto —dijo Rullman, con voz tranquila y suave—. No hubiera podido resistir ni un segundo en su aire. Hizo lo correcto. Prosiga.
    —Bien, pues tomé la nave y partí. No tuve tiempo de coger nada excepto lo que llevaba puesto. Me estuvieron siguiendo durante todo el camino, pero no me dispararon. Creo que debe de haber todavía alguno de ellos ahí arriba en estos momentos.
    —Efectuaremos un rastreo en su busca; sin embargo, no hay nada que podamos hacer excepto mantenerlo localizado. Supongo que saltó usted en paracaídas.
    —Sí. De otro modo no hubiera tenido ninguna oportunidad: parecía como si quisieran capturarme para hacerme volver por todos los medios. Supongo que a estas alturas ya deben de haber capturado la nave, y deben de tener también las coordenadas de la colonia.
    —Oh, tienen esas coordenadas desde que aterrizamos la primera vez. Tuvo usted suerte, señor Sweeney, y valor también. Me ha traído de vuelta una sensación de inmediatez que no había sentido desde hacía años, desde que escapamos la primera vez. Pero hay otro problema.
    —¿Cuál? Si puedo ayudar...
    —Tenemos que efectuar una prueba. Su historia parece coherente; y realmente no veo cómo hubiera podido convertirse usted en lo que es a menos que fuera realmente uno de nosotros. Pero tenemos que asegurarnos.
    —Por supuesto —acordó Sweeney—. Adelante.

    Rullman le hizo un signo, y lo condujo fuera de la oficina a través de una puerta baja tallada en la piedra. El corredor por el que pasaron era tan parecido a aquellos que Sweeney había visto en la Luna que apenas reparó en él. Incluso la gravedad natural y el aire circulante sin ningún tipo de procesado eran más tranquilizadores que inquietantes. Era la prueba lo que preocupaba a Sweeney, precisamente debido a que sabía que estaría indefenso para influir en el resultado. O bien los expertos de la Autoridad del Puerto lo habían preparado lo suficiente como para que pudiera pasar cualquier prueba o... nunca tendría la posibilidad de convertirse en humano.

    Rullman le hizo un signo con la cabeza a Sweeney, indicándole otra puerta que conducía a una larga habitación de techo bajo amueblada con media docena de mesas de laboratorio con gran número de instrumental de vidrio. El aire era más activo allí; como en la Luna, había ventiladores renovándolo. Alguien apareció de detrás de un enorme y retorcido aparato fraccionador en el que orbitaban numerosas burbujas de pequeño tamaño y avanzó hacia ellos. Sweeney vio que era una muchacha bajita de lustroso pelo, con blancas manos, ojos oscuros y pies delicados y precisos. Llevaba la típica bata corta blanca de los técnicos y una falda color ciruela.

    —Hola, doctor Rullman. ¿Puedo ayudarle en algo?
    —En mucho, si puede olvidar por un momento su filtro, Mike. Desearía efectuar una identificación hematológica; tenemos a un nuevo hombre aquí. ¿Es posible?
    —Oh, creo que sí. Tomará un minuto extraer el suero. Se alejó en dirección a otra mesa y empezó a sacar ampollas y a agitarlas ante una luz tamizada. Sweeney la observó. Había visto técnicos femeninos antes, pero ninguno tan bien modelado, tan desenvuelto, tan..., tan cercano como éste. Sintió como un ligero mareo, y esperó no tener que hablar durante los momentos siguientes. Notaba sus palmas húmedas y el murmullo de la sangre en su oído interno, y tuvo la impresión de que iba a echarse a llorar.

    Había sido sumergido repentinamente en el centro de una adolescencia largo tiempo retrasada y nunca experimentada, y eso no le gustaba más de lo que podría gustarle a cualquier otro.

    Sin embargo, su cautela tallada en diamante no se alteró por completo. Se dijo que tenía que recordar que la muchacha se había mostrado tan poco sorprendida al verle como los dos jóvenes que lo habían encontrado subiendo el puerto. 6Por qué? Seguramente el doctor Rullman no era el único Hombre Adaptado que conocía de vista a todo el mundo en la colonia, por lo que no tenía que haber sido el único en mostrar sorpresa ante la contemplación de un rostro extraño. A estas alturas, los habitantes de Ganímedes deberían conocer hasta las más pequeñas arrugas de todos sus compañeros; deberían saber de memoria cada gesto, actitud, hoyuelo, matiz, defecto o virtud que les ayudara a diferenciarse entre sí del resto de la hostil y abrumadora humanidad.

    La muchacha tomó la mano de Sweeney, y por un momento su cadena de pensamientos se desmoronó por completo. Luego sintió un brusco pinchazo en la punta del dedo medio de su mano derecha, y Mike estaba exprimiendo gotitas de sangre y dejándolas caer en pequeños charcos de una solución azulada depositada sobre tres plaquitas de delgado cristal. Placas para examen microscópico; Sweeney las había visto con anterioridad. En cuanto a la sangre, podía tomar toda la que deseara.

    Pero sus pensamientos volvieron obstinadamente a la cuestión. ¿Por qué los jóvenes y Mike no se habían mostrado sorprendidos ante Sweeney? ¿Era porque pertenecían a otra generación? Era probable que los colonos originales de Ganímedes se conocieran mutuamente y conocieran a sus hijos sólo con verlos, mientras que los más jóvenes, para quienes todo constituía esencialmente una novedad, no vieran nada extraño en un rostro nuevo.

    Hijos. Entonces, los colonos eran fértiles. No había oído nada acerca de ello, allá en la Luna. Por supuesto, aquello no significaba nada para Sweeney, a nivel personal. Nada en absoluto.

    —Oiga, está usted temblando —dijo la muchacha con voz sorprendida—. No ha sido más que un pinchazo. Será mejor que se siente.
    —Por supuesto —dijo Rullman inmediatamente—. Ha estado usted bajo una gran tensión, señor Sweeney; discúlpeme por haber sido tan desconsiderado. Esto habrá terminado en un momento.

    Sweeney se sentó, agradecido, e intentó no pensar en nada. Tanto la muchacha como Rullman estaban también sentados ahora, delante de la mesa, examinando con microscopios las plaquitas de sangre diluida que Mike había tomado de Sweeney.

    —Tipo O, Rh negativo —dijo la muchacha. Rullman estaba tomando notas—. MsMs, P negativo, cdE/cde, Luther a-negativo, Kell-Cellano negativo, Lewis a-menos b-más.
    —Humm —dijo Rullman, sin precisar nada, dejándolo en suspenso en el aire—. Duffy también a-negativo, Jk-a, U positivo, Jay positivo, Bradbury-inmune, plaquetas IV, ninguna degradación. Un buen análisis. ¿Significa algo para usted, Mike?
    —Debería —dijo ella, mirando especulativamente a Sweeney—. Desea que compruebe la compatibilidad, ¿no?

    Rullman asintió. La muchacha se acercó a Sweeney de nuevo, y su pequeña lanceta se clavó en la punta de otro de sus dedos. Una vez hubo regresado ante su mesa, Sweeney vio que se pinchaba la punta del dedo medio de su propia mano izquierda y dejaba caer una gota de su sangre sobre otra plaquita. Luego silencio.

    —Compatible, doctor Rullman.

    Rullman se volvió hacia Sweeney y sonrió por primera vez.

    —Ha pasado usted la prueba —dijo. Parecía realmente contento—. Bienvenido, señor Sweeney. Ahora, si quiere volver conmigo a mi oficina, veremos lo que podemos hacer para buscarle un alojamiento, y por supuesto un trabajo; estamos llenos de esto último. Gracias, Mike.
    —No hay de qué. Adiós, señor Sweeney. Parece que vamos a vernos muy a menudo en el futuro.

    Sweeney asintió y tragó saliva. Hasta que no estuvo de vuelta en la oficina de Rullman no pudo controlar de nuevo su voz.

    —¿Qué ha sido todo esto, doctor Rullman? Quiero decir, sé que estaba analizando usted mi sangre, pero ¿qué es lo que le ha dicho ese análisis?
    —Me ha mostrado su buena fe —dijo Rullman—. Los grupos sanguíneos son hereditarios; siguen muy estrictamente las leyes mendelianas. Su análisis sanguíneo me ha proporcionado su identidad, no como individuo, sino como miembro de una familia. En otras palabras, ha mostrado que es realmente quien afirma ser, un descendiente de Bob Sweeney y Shirley Leverault.
    —Entiendo. Pero también la comprobó con la de la muchacha. ¿Qué significaba esa prueba?
    —Los llamados factores privados, los que aparecen tan sólo dentro de una familia y no en la población en general. Entienda, señor Sweeney: tal como consideramos estas cosas aquí, Michaela Leverault es su sobrina.


    2


    Al menos por décima vez en dos meses, Mike estaba mirando sorprendida a Sweeney, turbada y divertida a la vez.

    —¿De dónde diablos has sacado esa idea? —dijo.

    La pregunta, como de costumbre, era peligrosa, pero Sweeney se tomó su tiempo. Mike sabía que siempre era lento en responder a las preguntas, y a veces parecía no oírlas siquiera. La necesidad de aquella costumbre protectora era claramente obvia para Sweeney. y lo único que hacía era posponer el momento en que sería obvia también para los ganimedianos; sólo la manifiestamente patológica introversión de su carácter en conjunto les había impedido sospechar ya que estaba eludiendo las preguntas difíciles.

    Mas pronto o más tarde, Sweeney estaba seguro de ello, esas sospechas iban a surgir. Sweeney no tenía experiencia con mujeres, pero sin embargo estaba convencido de que Mike era un ejemplar excepcional. Su rápida perspicacia parecía a veces próxima a la telepatía. Rumió la pregunta, apoyado en la barandilla que circundaba la cornisa en la parte baja de la montaña; contemplaba reflexivamente la Muesca, mientras elaboraba su respuesta. Cada día se veía obligado a acortar aquellos tiempos de reflexión, aunque eso no significaba que las preguntas fueran menos difíciles.

    —De la policía del Puerto —dijo—. Sólo hay dos respuestas a esa pregunta, Mike. Lo que no he aprendido de mi madre, lo he aprendido escuchando a la policía.

    Mike también estaba mirando las brumas de la Muesca. Era un cálido día de verano, largo —tres días y medio de la Tierra—. mientras el satélite se hallaba en el lado diurno de Júpiter, avanzando, junto con Júpiter, más y más hacia el Sol. El viento que soplaba sobre las anfractuosidades de aquel lado de la montaña era tan suave y variable como el aliento de un flautista, y ni siquiera agitaba los enormes y enmarañados estolones y plantas trepadoras que llenaban el fondo del gran valle, ni las envolventes hojas unidas a ellos como otros tantos centenares de verdeazuladas bandas de Moebius.

    La tranquilidad que había allí en el fondo era engañosa. Se oía un murmurar y un retumbar de caída de rocas y lejanas avalanchas mucho más intenso que el que podía oírse durante la estación fría. Las raíces cubiertas de fragmentos de granito crecían rápidamente en aquella breve época, enterrándose insistentemente en las paredes del valle, engendrando nuevas plantas y nuevas rocas. En los riscos, el aumento de la temperatura cambiaba el agua cristalizada de Hielo IV a Hielo III, y el aumento de volumen cuarteaba los estratos de roca. Sweeney sabía cómo se producía el fenómeno: exfoliación; era común en la Luna, aunque en la Luna era causado por la recongelación del Hielo I en los estratos de yeso. Pero el resultado final era el mismo: deslizamiento de rocas.

    Todo aquel incesante retumbar errático y sordo tronar era el rumor característico del pleno verano en la Muesca. Era un sonido tan apaciguador para los oídos de Sweeney como el zumbar de una abeja para un terrestre, aunque Sweeney nunca había visto una abeja excepto en los libros. Y como las cosas vivas de todas partes, las terribles plantas trepadoras de allí abajo despedían un aroma que los Hombres Adaptados encontraban relajante; el olor específico de la lucha a muerte de los vegetales, que adormece el olfato y las glándulas de los animales haciéndoles olvidar sus propias luchas pasadas.

    Ganímedes era, de hecho, un mundo delicioso, incluso para un hombre muerto. O únicamente para un hombre muerto.

    —No puedo comprender por qué la policía del Puerto perdería el tiempo esparciendo mentiras aquí y allá —dijo finalmente Mike—. Ellos saben que nunca nos hemos dedicado a la piratería comercial. Nunca hemos salido de Ganímedes desde que nos posamos aquí. Y no podríamos hacerlo aunque quisiéramos, por ahora. ¿Por qué iban a pretender que sí podemos? ¿Por qué iban a hablar de ello como si fuera un hecho, especialmente no sabiendo que tú estabas escuchando? No tiene sentido.
    —No lo sé. Nunca se me pasó por la cabeza que vosotros no estuvierais dedicándoos a la piratería. Si hubiera tenido la menor idea de que no estaban diciendo la verdad, habría escuchado en busca de indicios que me mostraran por qué estaban actuando de esa forma.


    Pero nunca se me ocurrió. Y ahora es demasiado tarde; todo lo que puedo hacer son suposiciones.

    —Tienes que haber oído algo. Algo que no recuerdas conscientemente. Yo también puedo hacer suposiciones, pero son tus suposiciones las que son importantes. Tú estabas escuchándoles; yo no. Inténtalo, Don.
    —Bueno, tal vez ni ellos sabían que lo que estaban diciendo no era cierto. No hay ninguna ley que diga que los jefes de la policía del Puerto deban decirles la verdad a sus hombres. Ellos están allá abajo en la Tierra; yo estaba en la Luna, y sus subordinados también. Y parecían plenamente convencidos; el tema salía una y otra vez, todo el tiempo, de la forma más casual, como si todo el mundo lo supiera. Todos creían que Ganímedes estaba abordando las líneas de pasajeros hasta zonas tan lejanas como la órbita de Marte. Era un hecho establecido. Así es como yo lo oía.
    —Eso encaja —convino Mike.

    Sin embargo, no estaba mirando a Sweeney; en vez de ello, inclinó su cabeza más hacia el borde de la Muesca; las manos unidas ante ella, hasta que sus pequeños pechos se apoyaron ligeramente sobre la barandilla. Sweeney inspiró profundamente. El efluvio de las plantas trepadoras pareció de pronto todo menos apaciguador.

    —Dime, Don —dijo ella—. ¿Cuándo oíste a la policía empezar a hablar de este tema? Por primera vez, quiero decir.

    La atención de Sweeney regresó tan brusca y restallantemente al frío centro de su ser que dejó tras de sí un brillante verdugón, como si un látigo hubiera flagelado su expuesto cerebro. Mike era peligrosa; peligrosa. Tenía que recordar eso.

    —¿Cuándo? —repuso—. No lo sé, Mike. Los días eran todos iguales. Fue hacia el final, creo. Cuando era un niño solía oírles hablar de nosotros como si fuéramos criminales, pero no podía imaginarme por qué. Sospechaba que solamente se debía a que éramos distintos. Fue sólo al final cuando empezaron a hablar acerca de crímenes específicos, e incluso entonces la cosa no tenía demasiado sentido para mí. Ni mi madre ni yo habíamos pirateado nunca una nave, eso era seguro.
    —Sólo al final. Eso es lo que había pensado. Empezaron a hablar así por primera vez cuando vuestra energía empezó a fallar. ¿No es eso?

    Sweeney pensó largo tiempo, al menos dos veces más de lo que habitualmente consideraba seguro frente a Mike. Sabía ya adonde le estaban conduciendo las preguntas de ésta. En aquellas circunstancias, una respuesta rápida podía ser fatal. Tenía que aparentar estar intentando, no sin dolor, extraer una información que carecía de sentido para él. Finalmente, dijo:

    Sí; fue por aquel entonces. Estaba empezando a acortar los periodos de escucha de sus llamadas; no era que se necesitara mucha energía para ello, pero necesitábamos de toda la que disponíamos. Quizá no oí las partes más importantes; es posible.

    —No —dijo Mike lúgubremente—. Creo que lo oíste todo. O al menos todo lo que se suponía que debías oír. Y creo que interpretaste lo que oíste exactamente de la forma que ellos deseaban que lo hicieras, Don.
    —Podría ser —repuso lentamente Sweeney—. Yo sólo era un chiquillo. Tomaba todo lo que oía exactamente al pie de la letra. Sin embargo, eso significa que ellos sabían que nosotros estábamos allí. Me pregunto... No lo recuerdo exactamente, pero no creo que hubiéramos empezado a tomar su energía aún. Por aquel entonces, todavía estábamos pensando en la posibilidad de instalar una célula solar en la superficie.
    —No, no. Ellos debían de saber que vosotros estabais allí años antes de que empezarais a tomar su energía. Rullman ha estado hablando recientemente de eso. Hay formas simples de detectar una conexión en una línea telefónica, y tampoco pudo pasar mucho tiempo sin que vuestra batería de estroncio fuera detectada. Aguardaron simplemente a estar seguros de que no ibais a escapar cuando finalmente lanzaran su ataque. Es su forma de pensar. Mientras tanto, os iban inundando con su palabrería cada vez que escuchabais.

    Aquello comenzaba a rebasar la historia que los policías le habían dicho a Sweeney que contara. Sólo la extrema estupidez que suponía en los Hombres Adaptados le había protegido tanto tiempo; nadie se defiende a sí mismo, al menos al principio, basándose en la suposición de que su oponente piensa que es un idiota microcéfalo. El engaño había durado dos meses, pero nunca duraría trescientos días.

    —¿Por qué iban a hacer eso? —dudó Sweeney—. Iban a matarnos tan pronto como pudieran... abrirse camino hasta nosotros sin dañar nuestro equipo. ¿Por qué preocuparse de lo que pensáramos?
    —Tortura — dijo Mike, alzándose y aferrando sus manos en la barandilla con la automática rigidez de las patas de un pájaro agarrándose a su percha. Miró hacia el otro lado de la Muesca, a la pared opuesta del valle—. Deseaban que pensarais que todo lo que vuestra gente había planeado y hecho no había servido para nada, que no habíamos conseguido otra cosa que convertirnos en unos viciosos criminales. Puesto que no podían alcanzaros a ti y a tu madre inmediatamente, se divertían atormentándoos mientras aguardaban. Quizá pensaran que eso ayudaría a ablandaros, que os empujaría a cometer algún error que hiciera más fácil el trabajo de llegar hasta vosotros. O quizá simplemente lo hacían porque disfrutaban con ello. Porque les hacía sentirse mejor.

    Tras un corto silencio, Sweeney dijo:

    —Quizá fuera eso. Quizá no. No lo sé, Mike.

    Ella se volvió bruscamente hacia él y lo sujetó por los hombros. Sus ojos tenían el azul del cristal.

    —¿Cómo ibas a saberlo? —dijo, clavando sus dedos en los músculos deltoides de él—. ¿Cómo ibas a saber nada cuando no había nadie que pudiera decírtelo? La Tierra debe de estar llena de mentiras sobre nosotros ahora. ¡Mentiras y nada más que mentiras! Tienes que olvidarlos..., olvidarlos a todos, exactamente como si acabaras de nacer. Acabas de nacer, Don, créeme. Ahora mismo. Todo lo que oíste en la Luna eran mentiras; tienes que empezar a aprender la verdad aquí, aprender desde el principio, ¡como un niño!

    Lo mantuvo sujeto durante un instante. En realidad, lo estaba sacudiendo. Sweeney no sabía qué decir; ni siquiera sabía qué emoción expresar. La emoción que sentía realmente era desconocida para él; no se atrevía a dejarla traslucir, a permitir que aflorara al exterior. Mientras la muchacha le miraba intensamente a los ojos, ni siquiera osó parpadear.

    Después de todo, realmente había nacido hacía poco tiempo. Nacido muerto.

    La dolorosa e intensa presión sobre sus hombros se transformó bruscamente en un hormigueo residual por encima de un profundo dolor. Las manos de Mike cayeron a sus costados. Desvió la mirada, de nuevo más allá de la Muesca.

    —Es inútil —dijo oscuramente—. Lo siento. Esta no es forma de hablarle a un tío.
    —No te preocupes, Mike. Estaba interesado.
    —Estoy segura... Vayamos a dar un paseo, Don. Estoy harta de seguir mirando a la Muesca.

    Estaba ya dirigiéndose de vuelta a la imponente montaña a cuyo pie vivía la colonia.

    Sweeney la contempló alejarse, sintiendo que su helada sangre zumbaba en sus oídos. Era terrible ser incapaz de pensar; nunca había experimentado aquella especie de vértigo hasta que había conocido a Mike Leverault; sin embargo, ahora parecía que no iba a abandonarle nunca. A veces disminuía, pero nunca desaparecía por completo. Al principio había sentido una apesadumbrada alegría al saber que existían lazos de "sangre" entre él y Mike, una relación genética que era absolutamente real, puesto que él era de hecho el hijo Adaptado de Shirley Leverault, lo cual le impedía sentirse interesado por la muchacha según las costumbres de la Tierra. Pero en realidad el efecto no había sido ése. Los tabúes de la Tierra no actuaban sobre él, y allí en Ganímedes ese tabú en particular había sido rechazado de plano. Rullman le había explicado el porqué.

    No pienses más en ello —le había dicho el primer día, sonriendo ante el sorprendido rostro de Sweeney—. No tenemos ninguna razón genética que impida las uniones consanguíneas; más bien al contrario. En un grupo pequeño como el nuestro, la influencia evolutiva más fuerte e inmediata es la dispersión genética. A menos que tomemos medidas para prevenirla, habrá una pérdida de genes no fijados a cada nueva generación. Obviamente, no podemos permitirnos eso, o terminaríamos siendo un grupo en el cual no existirían auténticas individualidades: todo el mundo sería igual a todo el mundo en algún aspecto crucial y absolutamente impredecible. Ningún tabú tiene validez ante ese tipo de resultado.

    Rullman había seguido explicándose a partir de ahí. Había dicho que el hecho de permitir las uniones consanguíneas no iba a detener por sí solo esa dispersión genética; que en algunos aspectos la favorecía, y que la colonia estaba tomando medidas positivas para contrarrestar esa dispersión, medidas que empezarían a dar frutos dentro de ocho generaciones. A partir de ahí había empezado a hablar en términos de alelos e isomorfos y recesivos letales, y a garabatear criptogramas tales como rrR:rRR/('rA)rr/R'Rr en la hoja de mica que tenía ante él. Entonces, bruscamente, había levantado la cabeza y se había dado cuenta de que había perdido a su auditorio. Aquello le había hecho sonreír.

    Sweeney no había sonreído. Sabía que era un ignorante. Además, los planes de la colonia no significaban nada para él; estaba en Ganímedes para terminar con la colonia. Por lo que a Mike se refería, sabía que nada podría gobernarle excepto su monumental soledad, que por otro lado gobernaba todo lo demás que hacía y sentía.

    No obstante, se quedó tremendamente sorprendido al descubrir que, al menos de una forma encubierta, esa misma soledad gobernaba a todos los demás miembros de la colonia, con la única posible excepción de Rullman.

    Mike miró hacia atrás y, endureciendo el rostro, apresuró el paso. Sweeney la siguió, como ella sabía que haría; pero aún seguía luchando por pensar.

    Mucho de lo que había aprendido sobre la colonia, si era cierto y al menos todo lo que había conseguido comprobar había superado la prueba—, entraba en completa contradicción con lo que le había enseñado la policía del Puerto. Por ejemplo, la policía le había dicho que la supuesta piratería tenía dos objetivos: secundariamente, aprovisionarse de comida y equipo, pero primariamente aumentar el número de colonos capturando gente normal para su Adaptación.

    En aquel momento no había piratería de ningún tipo, de eso estaba seguro, y Sweeney se sentía inclinado a creer la negativa de Mike de que hubiera habido alguna en el pasado. Una vez comprendía uno la balística del viaje espacial, comprendía también que la piratería era una imposibilidad práctica, simplemente porque el coste de la operación no compensaba sus posibles beneficios. No obstante, más allá de esta persuasiva objeción práctica existía la imposibilidad del motivo que la policía del Puerto había imputado a los ganimedianos. El objetivo principal era un contrasentido. Los colonos eran fértiles, y por lo tanto no necesitaban reclutas; y además, era imposible convertir a un ser humano adulto normal en un Hombre Adaptado; la pantropía debía iniciarse antes de la concepción, del mismo modo que se había iniciado con Sweeney.

    Calamitosamente, sin embargo, lo inverso parecía ser también cierto. Sweeney había sido incapaz de encontrar a nadie en la colonia que creyera que era posible convertir a un Hombre Adaptado en un ser humano. La promesa que le había hecho la policía del Puerto —aunque nunca había sido formulada de una forma directa— no parecía estar fundada en algo más sólido que polvo. El si era posible, sin embargo, devolver a la vida a un hombre como Sweeney era algo que sólo Rullman sabía, y Sweeney tenía que ser supercauteloso en sus preguntas al científico. Rullman había efectuado ya algunas incómodas deducciones de los hechos dispersos y de las numerosas mentiras que Sweeney, por orden de la policía del Puerto, le había suministrado. Como todos los demás en Ganímedes, Sweeney había aprendido a respetar la determinación y el valor implícitos en cada cosa que Rullman decía y hacía; pero al revés de todos los demás en Ganímedes, temía la perspicacia de Rullman.

    Y mientras tanto —mientras Sweeney aguardaba, con un fatalismo alterado solamente por Mike Leverault, a que Rullman viera a través de él, más allá de la ranura que en Sweeney constituía un helado y enmarañado sustituto de un alma humana—, quedaba aún la cuestión del crimen.

    Tenemos que traer de vuelta a esos hombres. ¿Por qué? Porque necesitamos saber lo que ellos saben. ¿Por qué no preguntárselo? No nos lo dirán. ¿Por qué no? Porque tienen miedo. ¿De qué? Cometieron un crimen, y deben ser castigados. ¿Qué es lo que hicieron?


    SILENCIO

    Así que la cuestión del crimen subsistía. No era piratería; aunque los ganimedianos hubieran realizado realmente lo imposible y hubieran pirateado espacionaves, aquél no era el primer crimen, el que había hecho huir a Ganímedes a los Hombres Adaptados, el crimen del cual había surgido toda la técnica de la pantropía. ¿Qué gran crimen habían cometido los padres de los Hombres Adaptados, para obligarles a desterrar a sus hijos a Ganímedes para siempre?

    La responsabilidad no era de los hijos, eso resultaba obvio. Ellos no habían estado nunca en la Tierra. Habían nacido y se habían criado en la Luna, bajo un estricto secreto. La pretensión de la policía de que eran los propios colonos quienes debían ser devueltos a la Tierra para pagar su antiguo crimen era otro fraude, como la historia de la piratería. Si se había cometido algún crimen en la Tierra, había sido cometido por los terrestres normales, cuyos gélidos hijos vagabundeaban ahora por Ganímedes; no podía haber sido cometido por nadie más.

    Excepto, naturalmente, por Rullman. Tanto en la Luna como en Ganímedes todo el mundo suponía que Rullman había sido en un tiempo un terrestre normal. Eso era imposible, pero era la creencia general. El propio Rullman eludía la cuestión en vez de negarla. Quizás el crimen había sido sólo suyo, puesto que no había nadie más que hubiera podido cometerlo.

    ¿Pero qué crimen? Nadie en Ganímedes podía, o quería, decírselo a Sweeney. Ninguno de los colonos creía en ello. La mayoría pensaban que no había nada contra ellos excepto su diferencia de los seres humanos normales; unos cuantos, muy pocos, pensaban que el propio desarrollo de la pantropía era el crimen esencial. De lo cual, evidentemente, era culpable Rullman, si culpable era la palabra aplicable.

    El porqué la pantropía —o la responsabilidad de su desarrollo— debía ser considerada como algo criminal constituía un misterio para Sweeney, pero había tantas cosas que ignoraba acerca de las leyes y estándares de la Tierra que no perdía ya más tiempo rompiéndose la cabeza sobre ello. Si la Tierra decía que inventar o utilizar la pantropía era un crimen, eso es lo que era. Y la policía del Puerto le había dicho claramente que no debía fracasar en su misión de llevar de vuelta a Rullman, aunque fracasara estrepitosamente en todas las demás instrucciones que había recibido. Era una respuesta, y bastaba.

    Pero ¿por qué la policía no había empezado diciendo eso en primer lugar? ¿Y por qué, si la pantropía era un crimen, la propia policía había cometido un crimen idéntico... creando a Sweeney?

    Tardíamente, apresuró el paso. Mike había desaparecido ya bajo el amplio reborde que formaba una cornisa en la boca de la gran caverna. No podía recordar cuál de la docena de pequeñas entradas que partían de ella había tomado la muchacha, y no conocía adonde conducían ninguna de ellas excepto dos. Eligió una al azar.

    Cuatro revueltas más tarde, estaba irremediablemente perdido.

    Aquello no le había ocurrido nunca, pero no era inesperado. La red de túneles debajo del pi de Howe era un laberinto, no sólo de hecho sino intencionadamente. Cuando habían horadado su hogar, los Hombres Adaptados habían tomado en consideración la posibilidad de que hombres armados protegidos con trajes espaciales pudieran llegar algún día en su busca. Tales hombres jamás podrían encontrar la salida desde el interior de la montaña a menos que un Hombre Adaptado que se supiera de memoria el laberinto le condujera al exterior; y tampoco iba a encontrar a ningún Hombre Adaptado. La memorización era la única llave, puesto que no existía ningún mapa del laberinto, y los colonos tenían una ley muy estricta prohibiendo trazar ninguno.

    Sweeney había conseguido aprenderse quizá la mitad del laberinto de memoria. Si no encontraba a nadie conocido —puesto que, después de todo, nadie se ocultaba de él—, terminaría desembocando más pronto o más tarde en alguna sección conocida. Mientras tanto, sentía curiosidad por ver todo lo que fuera posible.

    Lo primero interesante que vio fue al doctor Rullman. El científico surgió de un túnel orientado en un ángulo de 20° con respecto a aquel en que Sweeney se encontraba en ese momento, alejándose de Sweeney y sin haber reparado en su presencia. Tras un instante de vacilación, Sweeney lo siguió, tan silenciosamente como le fue posible. El ruidoso sistema de ventilación ayudaba a cubrir el sonido de sus pisadas.

    Rullman tenía la costumbre de desaparecer durante periodos que abarcaban desde medio día hasta una semana. Nadie de los que sabían adonde iba y lo que hacía hablaba de ello. Era posible, naturalmente, que las desapariciones de Rullman estuvieran relacionadas con la inminente crisis meteorológica a la que estaba abocado Ganímedes, y acerca de la cual Sweeney había estado oyendo un creciente número de alusiones. Por otra parte..., ¿qué había por otra parte? No iba a causar ningún daño un poco de investigación.

    Rullman caminaba rápidamente, la barbilla hundida en el pecho, como si estuviera recorriendo un camino tan familiar que pudiera confiar en su costumbre para que le llevara. En un momento dado Sweeney casi lo perdió, y a partir de entonces redujo un poco, cautelosamente, la distancia que los separaba; el laberinto era lo suficientemente complejo como para ofrecer multitud de escondites rápidos si Rullman daba muestras de volverse o dar media vuelta. A medida que el científico avanzaba, de su boca surgían una serie de sonidos inarticulados, impredecibles pero dotados de un cierto ritmo, más cantados que hablados. No transmitían nada, no accionaban ningún mecanismo, no proporcionaban a Rullman ningún salvoconducto, como resultaba evidente por el hecho de que Sweeney estaba efectuando su mismo recorrido sin producir ningún sonido similar. De hecho, el propio Rullman parecía no ser consciente de estarlos produciendo.

    Sweeney estaba desconcertado. Nunca antes había oído a nadie canturrear.

    La roca empezó a inclinarse hacia abajo suave pero apreciable-mente bajo los pies de Sweeney. Al mismo tiempo, observó que el aire se hacía marcadamente más cálido, y que la temperatura iba aumentando progresivamente a cada nuevo paso. Un débil sonido de maquinaria en funcionamiento pulsaba a su alrededor.

    Cada vez hacía más y más calor, pero Rullman no vacilaba en su caminar. El ruido —que Sweeney podía ahora identificar de una forma definida como de bombas, varias de ellas— se incrementaba también. Los dos hombres caminaban ahora por un largo, inclinado y recto corredor flanqueado por puertas cerradas en vez de por bifurcaciones del laberinto; estaba mal iluminado, pero pese a ello Sweeney dejó que Rullman se le adelantara un poco más. Hacia el otro extremo del corredor, el calor empezó a disminuir, con gran alivio de Sweeney, que empezaba a sentirse un poco mareado. Rullman no parecía ni siquiera darse cuenta de ello.

    Al extremo, Rullman giró bruscamente hacia una entrada lateral que resultó ser la parte superior de un tramo de escaleras de piedra. Una perceptible corriente de aire cálido descendía por ellas. Según sabía Sweeney, se suponía que en un campo gravitatorio el aire cálido ascendía; el porqué éste estaba yendo en dirección opuesta era algo que no podía imaginar, especialmente cuando no parecía haber ventiladores actuando en aquel nivel. Puesto que estaba soplando en dirección a Rullman, llevaría hasta él cualquier ruido que produjera Sweeney. Empezó a bajar las escaleras de puntillas.

    Rullman no era visible cuando Sweeney llegó al final de las escaleras. Frente a él, en cambio, había un largo pasillo de techo alto que se curvaba suavemente hacia la derecha hasta desaparecer de su campo de visión. En la parte interior de la curva, espaciadas a intervalos regulares, había rechonchas máquinas provistas de series de tubos metálicos lateralmente espiralados alzándose ante ellas. Eran la fuente de los sonidos que Sweeney había oído.

    Allí volvía a hacer frío; un frío anormal, pese a la densa corriente de aire cálido que descendía por las escaleras. Había algo radicalmente erróneo en el comportamiento de las leyes de la termodinámica allí abajo, pensó Sweeney.

    Avanzó cautelosamente. Tras unos pocos pasos, rebasado el primero de los mecanismos en funcionamiento —sí, hacía más frío junto a las brillantes espirales, como si el frío fuera radiado realmente por ellas—, descubrió una inconfundible compuerta estanca. Además, se hallaba en pleno funcionamiento; la puerta exterior estaba cerrada, pero una lucecita a su lado indicaba que se estaba produciendo un reciclado. Frente a la puerta, en la otra pared, una hilera de trajes espaciales colgaban fláccidamente de sus perchas, abiertos y vacíos.

    Pero fue la inscripción pintada en la válvula de la compuerta lo que finalmente hizo que todo encajara en su lugar. Decía:


    LABORATORIO DE PANTROPÍA N.° 1 ¡Peligro! — Prohibida la entrada


    Sweeney dio un salto hacia atrás, apartándose de la compuerta con un destello de puro pánico, como saltaría un hombre buscado por asesinato viendo un letrero que indicara "50.000 voltios". Ahora todo quedaba claro. No había nada erróneo en la termodinámica de aquel corredor que no fuera igualmente "erróneo" en el interior de cualquier aparato refrigerador. Las enormes máquinas eran bombas, correcto..., bombas térmicas. Sus serpentines estaban libres de hielo simplemente porque en el aire de Ganímedes no existe el vapor de agua; sin embargo, estaban tomando el calor de aquel aire y transfiriéndolo al otro lado de aquella pared de roca, al laboratorio de pantropía.

    No era extraño que el laboratorio estuviera aislado del resto del laberinto por una compuerta estanca, y que Rullman tuviera que meterse en un traje espacial para penetrar en él.

    Hacía calor en el otro lado. Demasiado para un Hombre Adaptado.

    ¿Pero qué Hombre Adaptado?

    ¿Qué interés tenía la pantropía para Rullman allí? Esa fase de la historia se suponía que estaba cerrada y superada. Sin embargo, lo que estaba ocurriendo dentro de aquel laboratorio era obviamente tan extraño al entorno de Ganímedes como el entorno de Ganímedes lo era en relación con la Tierra.

    A es a B como B es a... ¿qué? ¿A C? ¿O a A?

    Estaba Rullman enfrentándose a la imposibilidad de un proyecto como aquél, intentando readaptar a su gente a la Tierra?

    Debían de haber diales o medidores en aquel lado de la pared que proporcionaran más información de las condiciones al otro lado. Y allí estaban efectivamente, en una pequeña oquedad que Sweeney no había visto en su primer sobresalto. Decían:


    Algunas de aquellas indicaciones no significaban nada para Sweeney: nunca antes se había encontrado con una presión expresada en milibares, y menos aún del modo en que estaba abreviada en el medidor que tenía delante; ni tampoco sabía cómo extraer la humedad relativa a partir del punto de condensación. Estaba vagamente familiarizado con la escala Fahrenheit, lo bastante como para haber olvidado cómo convertirla en grados centígrados. Pero...

    ¡Tensión del oxígeno!

    Sólo había un planeta donde una medición como aquélla tuviera algún significado.

    Sweeney echó a correr.

    Ya no corría cuando llegó a la oficina de Rullman, aunque estaba completamente sin aliento. Sabiéndose incapaz de volver sobre sus pasos de nuevo hasta el laboratorio de pantropía, sintiendo aquel calor azotarle el rostro y sabiendo al menos en parte lo que significaba, había ido en dirección opuesta, más allá de los gigantescos intercambiadores de calor, avanzando torpemente hacia el otro lado. Había recorrido cinco erráticos kilómetros por aquellos intrincados corredores, haciendo al mismo tiempo varios descubrimientos adicionales que le habían impresionado casi tanto como el primero.

    Empezaba a dudar incluso de su propia cordura. Pero tenía que saber. Ahora nada era tan importante para él como la respuesta a la más importante cuestión, la respuesta que afirmaría o destruiría la esperanza con la cual había vivido durante tanto tiempo.

    Rullman estaba ya de vuelta en su oficina, y se hallaba rodeado por casi todos sus colaboradores. Sweeney se abrió camino entre los ganimedianos, la mandíbula encajada, el diafragma pulsando contra sus pulmones.

    —Esta vez cerraremos todas las compuertas de seguridad-estaba diciendo Rullman por teléfono—. Los frentes de presión van a ser demasiado fuertes para permitirnos confiar únicamente en las compuertas exteriores. Asegúrense de que todo el mundo sabe lo que hay que hacer tan pronto como suene la alerta, y esta vez asegúrense bien: no deseamos que nadie quede atrapado entre las compuertas durante la duración de la emergencia. Recuerden que en esta ocasión puede presentarse casi sin previo aviso.

    El teléfono murmuró algo, y Rullman colgó.

    —Hallam, ¿cómo está la cosecha? Ya sabe que tiene menos de una semana.
    —Sí, doctor Rullman; terminaremos a tiempo.
    —Y otra cosa..., ah, hola, Donald. 6Qué ocurre? Pareces un poco alterado. Estoy muy ocupado, así que procura ser breve, por favor.
    —Seré breve —dijo Sweeney—. Puedo resumirlo en una sola pregunta si puedo hablar con usted en privado. Serán tan sólo unos segundos.

    Las rojizas cejas de Rullman se alzaron, pero tras examinar más de cerca el rostro de Sweeney el científico asintió y se levantó.

    —Ven por esta puerta, entonces... Ahora, muchacho, adelante, suéltalo. Con la tormenta a punto de llegar, no tenemos mucho tiempo para chácharas.
    —Está bien —dijo Sweeney, inspirando profundamente—. Simplemente es esto: ¿es posible volver a transformar a un Hombre Adaptado en un ser humano? ¿Un ser humano terrestre normal?

    Los ojos de Rullman se entrecerraron muy ligeramente; y durante lo que pareció un largo tiempo, no dijo nada. Sweeney tenía los ojos clavados en él. Tenía miedo, pero ya no de Rullman.

    —Veo que has estado abajo —dijo finalmente el científico, tamborileándose el mentón con dos dedos—. Y por los términos que utilizas, me temo que los métodos educativos de Shirley Leverault dejaban mucho que desear. Pero dejemos eso por el momento.

    En cualquier caso, la respuesta a tu pregunta es "no. Nunca serás capaz de vivir una vida normal en ninguna otra parte excepto Ganímedes, Donald. Y te diré algo más que tu madre hubiera debido decirte: deberías sentirte tremendamente feliz por ello.

    —¿Por qué? —dijo Sweeney, casi desapasionadamente.
    —Porque, como todas las demás personas en esta colonia, posees un tipo de sangre Jay positivo. No te lo ocultamos cuando lo descubrimos, el primer día que te encontramos, pero evidentemente tú no te diste cuenta de ello..., o no tuvo un significado especial para ti. La sangre Jay positiva no significa nada en Ganímedes, es cierto. Pero la gente terrestre normal con sangre Jay positiva es propensa al cáncer. Es tan susceptible al cáncer como un hemofilia) lo es a desangrarse hasta morir, y de forma tan imprevista como ellos.

    Si por algún milagro consiguieras ser transformado en un terrestre normal, Donald, te hallarías ante una inmediata sentencia de muerte. Por eso te digo que tienes que sentirte tremendamente feliz de que eso no pueda ocurrirte. ¡Tremendamente feliz!


    3


    La crisis de Ganímedes —que por supuesto no habría pasado de ser un incidente de no haber existido nadie allí para vivirla— se producía periódicamente, más o menos cada once años y nueve meses. Era al cumplirse este periodo cuando Júpiter —y con él su familia de una cincuentena de satélites grandes y pequeños— pasaba por su punto más cercano al Sol.

    La excentricidad de la órbita de Júpiter es sólo de 0,0484, lo cual resulta ser muy poco para una elipse que por término medio está a 773.300.000 kilómetros de sus puntos focales. Sin embargo, en su perihelio Júpiter está aproximadamente dieciséis millones de kilómetros más cerca del Sol de lo que está en su afelio, y el clima de Júpiter, que nunca es menos que infernal, se convierte en algo indescriptible durante esa aproximación. Lo mismo ocurre, a una escala menor pero suficiente, con el clima de Ganímedes.

    La temperatura de Ganímedes en su perihelio nunca asciende lo suficiente para fundir el hielo del Tridente de Neptuno, pero sí sube los grados suficientes para hacer que el Hielo III desprenda un poco de vapor en el aire de Ganímedes. Nadie en la Tierra soñaría siquiera en denominar al fenómeno resultante humedad, pero el clima de Ganímedes se altera bajo tan microscópicos cambios; una atmósfera que no contiene agua reacciona rápidamente al más mínimo contenido de vapor. Por un lado, absorbe más calor. El ciclo resultante no tarda en recuperar su equilibrio, pero no por ello el producto final es menos peligroso.

    Según supo Sweeney, la colonia había pasado ya por uno de tales periodos sin más que unas pocas dificultades menores, refugiándose simplemente en el interior de la montaña; pero por varias razones esta solución ya no era posible. Había ahora instalaciones semipermanentes —estaciones meteorológicas, observatorios, radiorastreadores, señalizaciones y otros dispositivos de vigilancia—, que sólo podían ser desmanteladas a costa de perder mucho tiempo antes de la crisis, y mucho más en su posterior reinstalación. Además, algunas de estas instalaciones eran necesarias para informar y registrar los avances de la propia crisis, y por lo tanto debían quedarse allí donde estaban.

    —Y no os hagáis a la idea de que la montaña va a protegernos durante todo el tiempo esta vez —-dijo Rullman en una masiva reunión de los colonos, apiñados en la caverna mayor del laberinto—. Ya os he dicho antes, y vuelvo a recordároslo ahora, que este año el clímax coincide con el punto crítico del ciclo de las manchas solares. Todo el mundo sabe los efectos que eso produce en el clima del propio Júpiter. Podemos esperar efectos similares, a su correspondiente escala, en Ganímedes. Vamos a vernos en problemas, por muy bien que nos preparemos. Todo lo que podemos esperar es que los inevitables daños sean lo más pequeños posible. Cualquiera que piense que vamos a salir bien parados de ésta será mejor que escuche primero durante un minuto.

    En la calculada y dramática pausa que siguió, todo el mundo prestó atención. El viento era audible incluso allí abajo, aullando por las entradas y salidas del sistema de ventilación, arrastrado, amplificado e incrustado en innumerables ecos por los kilómetros de metal de las conducciones de aire. El sonido era un recordatorio de que en el transcurso de la tormenta que se aproximaba todas las aberturas al exterior deberían permanecer cerradas, de modo que todo el mundo bajo la montaña tendría que respirar aire reciclado. Tras un momento, un enorme suspiro —una involuntaria inspiración de aire, como una previsión contra el fácilmente imaginable futuro— recorrió la audiencia de Rullman. Éste sonrió.

    —No pretendo asustaros —dijo—. Saldremos de ésta. Pero tampoco deseo que abriguéis falsas esperanzas; y por encima de todo, no admitiré ninguna relajación en los preparativos. Es particularmente importante que esta vez mantengamos las instalaciones exteriores intactas, porque vamos a necesitarlas antes del final del próximo año joviano; mucho antes, si todo continúa yendo bien.

    La sonrisa desapareció bruscamente de sus labios.

    —No necesito recalcaros a algunos de vosotros la urgencia de que nuestro proyecto sea completado en el tiempo previsto —prosiguió Rullman suavemente—. Puede que no tengamos mucho tiempo antes de que la policía del Puerto decida lanzarse sobre nosotros Me sorprende que aún no lo hayan hecho, particularmente desde que hemos dado asilo a un fugitivo que la policía se tomó la molestia de perseguir hasta casi nuestra propia atmósfera. De modo que no podemos confiar en que sigan dejándonos tranquilos mucho tiempo todavía.

    Para aquellos de vosotros que solamente conocen los rasgos generales del proyecto, dejadme señalar que de él dependen muchas más cosas de las que podría parecer a simple vista. Todo el futuro del hombre en el espacio puede quedar determinado por la magnitud de nuestro éxito; no podemos permitirnos ser vencidos, ni por la Tierra ni por el clima. Si lo somos, toda nuestra lucha por la supervivencia habrá carecido de sentido. Cuento con cada uno de vosotros para que esto no suceda.

    Era difícil saber de qué estaba hablando Rullman cuando mencionaba el "proyecto". Resultaba claro que tenía algo que ver con los laboratorios de pantropía; y que tenía algo que ver también con la espacionave original de la colonia, con la que Sweeney se había tropezado accidentalmente aquel mismo día, almacenada en una chimenea de lanzamiento casi idéntica a aquella de la Luna por la que Sweeney había sido lanzado para iniciar su propia vida libre, y preparada —si podía confiarse en el juicio basado en un examen rápido— o bien para un largo viaje de unas pocas personas, o para un viaje corto de un grupo numeroso.

    Aparte de eso, Sweeney no sabía nada acerca del "proyecto", excepto un hecho adicional del cual no podía extraer ninguna conclusión: tenía algo que ver también con las disposiciones a largo plazo de la colonia para evitar la pérdida de los genes no fijados. Posiblemente —nadie era más incapaz que Sweeney de tener en cuenta esa posibilidad— la única conexión que tenía este hecho con el "proyecto" era que era a largo plazo.

    En cualquier caso, Sweeney procuraba no hacer demasiadas preguntas. Sin embargo, la tormenta que se estaba formando en su interior estaba anteponiéndose a todo lo demás; por lo que a él se refería, era incluso más importante que las tormentas que estaban barriendo Ganímedes, o cualquier otra que pudiera barrer aquel mundo en un previsible futuro. No estaba acostumbrado a pensar en términos de sociedad, ni siquiera de una sociedad pequeña; las llamadas de Rullman al Ideal le resultaban incomprensibles. Era el más extremado individualista de todo el Sistema Solar, no por naturaleza sino por diseño.

    Quizá Rullman se diera cuenta de ello. Fuera o no así, la misión que confió a Sweeney podía haber sido perfectamente calculada para situar a un hombre solitario en el más definitivo aislamiento que pudiera temer; para depositar el peso de una agónica decisión enteramente sobre los hombros del hombre que debía tomarla, o... para aislar a un espía del Puerto allí donde pudiera hacer el menor daño posible mientras la atención de la colonia estaba ocupada por completo en otro lado. O posiblemente, incluso probablemente, no tenía en mente ninguno de esos motivos; lo que contaba, en cualquier caso, era que lo hizo.

    Asignó a Sweeney a la estación meteorológica del polo sur, para toda la duración de la emergencia.

    No había casi nada que hacer allí excepto contemplar los cristales de "nieve" de metano amontonarse contra las ventanas, y mantener la estación en buen orden de estanqueidad. Los instrumentos informaban a la base automáticamente, y no necesitaban mayor atención. En el momento de la crisis quizá Sweeney tuviera un poco de trabajo; o quizá no. Eso estaba por ver.

    Mientras tanto, tenía todo el tiempo del mundo para hacer preguntas... y nadie a quien hacerlas excepto él mismo y el ululante e interminable viento.

    Hubo un interludio. Sweeney partió, a pie, de vuelta a la H de Howe, para recuperar el transmisor de radio que había enterrado allí, y luego regresó a pie a la estación meteorológica. Le tomó once días, y esfuerzos y privaciones con los cuales Jack London hubiera escrito toda una novela. Para Sweeney no significaron nada; ni siquiera sabía si deseaba o no utilizar la radio una vez la hubo llevado de vuelta consigo. En cuanto a la saga de su viaje en solitario, no sabía lo que era una saga, y ni siquiera si había sido realmente algo difícil y penoso. No tenía nada con que compararlo, ni siquiera en la ficción; nunca había leído un libro. Medía las cosas por los cambios que producían en su situación, y la posesión de la radio no había cambiado las preguntas que se hacía a sí mismo; sólo nacía posible actuar de acuerdo con las respuestas, una vez consiguiera alguna respuesta.

    En el camino de vuelta a la estación vio un pájaro pinnah. Se enterró en la primera duna apenas lo vio, pero por un breve instante había tenido compañía. Nunca volvió a verlo, pero de tanto en tanto Pensó en él.

    La cuestión, planteada simple y llanamente, era: ¿qué iba a hacer ahora?

    El hecho de que estaba perdidamente enamorado de Mike Leverault era algo que ya no podía ser discutido. Resultaba doblemente difícil dominar la emoción, además, debido a que no conocía el nombre que debía darle, de modo que cada vez tenía que razonar con la propia cruda experiencia, a falta del más conveniente símbolo de un nombre que pudiera envolverla. Cada vez que pensaba en ello sentía el mismo shock. Pero no podía evitarlo.

    En cuanto a los colonos, estaba seguro de que no eran criminales de ninguna clase, excepto por disposición arbitraria de la Tierra. Eran un grupo de personas trabajadoras, animosas, decentes, y le habían ofrecido a Sweeney la primera amistad desinteresada que jamás había conocido.

    Y como todos los demás colonos, Sweeney no podía hacer otra cosa que admirar a Rullman.

    En esas tres afirmaciones se apoyaba su razonamiento en contra de la utilización de la radio.

    El plazo para comunicarse con Meiklejon estaba a punto de cumplirse. Sólo tenía que emitir por el transmisor que tenía en la mesa ante él una de entre cinco combinaciones de letras, y la colonia de Ganímedes habría terminado. Las combinaciones eran las siguientes:

    WAVVY: Tengo prisioneros necesito recogida NAVVY: Tengo prisioneros necesito ayuda VVANY: No tengo prisioneros tengo ayuda AAVYV: No tengo prisioneros necesito recogida YYAWY: Tengo prisioneros tengo recogida

    Ignoraba la respuesta que iba a dar la computadora de la nave a ese mensaje, qué tipo de acción iba a dictar en respuesta a cada una de esas señales, pero ahora era algo casi irrelevante. Cualquier respuesta sería inapropiada, puesto que ninguna de las cinco señales encajaba con la situación actual, pese a todo el trabajo intelectual que había requerido su elaboración.

    Si ninguno de esos mensajes era enviado, Meiklejon se marcharía al término de los 300 días. Eso podía significar que el "proyecto" de Rullman, fuera cual fuese, podría seguir adelante. Pero eso no salvaría a la colonia. La Tierra necesitaría un mínimo de dos generaciones para preparar y madurar a otro Sweeney Leverault de los ovarios artificialmente conservados de Shirley Leverault, muerta afortunadamente para ella hacía muchos años, y era muy difícil que la Tierra decidiera seguir adelante con aquello. Probablemente la Tierra sabía mucho más que Sweeney acerca del "proyecto" —era difícil que supiera menos—, y sí Sweeney fracasaba en detenerlo, lo más probable era que el siguiente intento fuese una bomba. La Tierra dejaría de desear la vuelta de "esos hombres", una vez resultara evidente que no podía conseguirlos ni siquiera a través de algo tan sutil como un agente doble del estilo de Sweeney.

    Resultado de todo ello: reacción en cadena. Sweeney sabía que existía una considerable cantidad de deuterio en Ganímedes, una gran parte de él alojado en las heladas extensiones del Tridente de Neptuno, y una cantidad menor esparcida por entre las rocas combinado con litio. Una bomba de fisión que estallase allí tenía excelentes probabilidades de iniciar una fusión en cadena que podía hacer saltar todo el satélite. Si cualquier fragmento aún activo de esa explosión alcanzaba a Júpiter, a alrededor de un millón de kilómetros de distancia en aquel momento, dicho planeta podía ser lo suficientemente grande como para albergar un ciclo de Bethe o de carbono. Era hipotético, pero sólo él de entre todos los demás planetas tenía la masa suficiente. La ola frontal de esa inimaginable catástrofe haría arder los mares de la Tierra en sus lechos; podía también desencadenar el proceso de convertir al Sol en una nova —las probabilidades eran de 3/8—, aunque nadie estaría vivo por aquel entonces para sentirse agradecido de que tal cosa no se produjera.

    Puesto que Sweeney sabía eso, tenía que suponer que era algo de conocimiento común, por lo que la Tierra se limitaría a utilizar únicamente explosivos químicos en Ganímedes. Pero ¿lo haría? El conocimiento común y el de Sweeney habían tenido desde un principio tan poco en común...

    De todos modos, tampoco importaba demasiado. Si la Tierra bombardeaba la colonia, daría buena cuenta de él. Como daría buena cuenta también de toda aquella reducida camaradería, su mudo amor, su sensación de que aún podía volver a renacer... Todo desaparecería. Él desaparecería. Lo mismo que aquel pequeño y reducido mundo.

    Pero si enviaba su señal a Meiklejon y a la computadora, él seguiría con vida..., aunque lejos de Mike, lejos de Rullman, lejos de la colonia, lejos y lejos. Seguiría siendo el muerto que era ahora. Tendría la oportunidad de aprender de nuevo la misma interminable lección acerca de las infinitas formas que puede tomar la soledad; o la Tierra podía obrar el milagro y convertirlo en un ser humano, vivo y Jay positivo.

    El viento soplaba y soplaba. Las congruentes furias de las tormentas dentro y fuera de Sweeney aumentaban paralelamente en intensidad. Hubiera podido reconocer que su congruencia era un clásico ejemplo del artificio literario denominado "el sofisma patético"; Pero Sweeney jamás había leído ninguna ficción, y reconocer a la naturaleza en el proceso de imitar al arte no le hubiera servido de nada.

    Como tampoco sabía, cuando la crisis de la tormenta exterior empezó a socavar el ángulo de la fachada expuesto al viento, royendo los cimientos de la estación con un millón de dientes de invisible cólera, que su solitaria batalla por salvar la estación hubiera podido ser un canto épico. Capítulos enteros, cantos, versos de sublime heroísmo consciente en otro hombre, en un ser humano, eran simplemente un trabajo que había que cumplir y que Sweeney realizó mientras su mente seguía con su solitario debate.

    No disponía de ninguna señal que pudiera transmitir a Meiklejon o a la computadora la verdad. No había capturado a los hombres que la Tierra deseaba, y no deseaba hacerlo, así que era una tontería pedir ayuda para atraparlos. Ya no creía que la Tierra tuviera que recuperar a esos hombres, ni por el interés de la Tierra —por misterioso que fuera— ni por el suyo propio, que ahora se le presentaba como absolutamente inalcanzable.

    No obstante, cualquier señal que enviara lo llevaría lejos de Ganímedes..., si él deseaba ser llevado lejos.

    Se dio cuenta de que la crisis había terminado. Aseguró rápidamente la estación.

    Comprobó la radio una vez más. Funcionaba. Giró el sintonizador hasta uno de sus contactos de cobre y cerró el circuito, enviado a Meiklejon VVANY. Al cabo de media hora, el oscilador empezó a lanzar unos rítmicos pitidos, indicando que Meiklejon se hallaba todavía en el cielo de Ganímedes y que le había oído.

    Sweeney dejó el transmisor sobre la mesa de la estación, regresó a la montaña, y le dijo a Rullman quién era y lo que había hecho.

    La furia de Rullman era muy tranquila, y un millar de veces más terrible que la rabia más incontrolada que hubiera podido exhibir. Simplemente, se quedó sentado tras su escritorio y miró a Sweeney, con toda su amabilidad ausente de su rostro y el calor desaparecido de sus ojos. Tras unos pocos instantes, Sweeney se dio cuenta de que la fijeza de los ojos de Rullman significaba que no le estaba mirando en absoluto; su mente estaba vuelta hacia su interior. Y también su cólera.

    —Estoy asombrado —dijo finalmente, con una voz tan átona que no parecía contener la menor sorpresa—. Sobre todo, estoy asombrado de mí mismo. Hubiera debido anticipar algo así. Pero ni siquiera llegué a soñar que ellos poseyeran la inteligencia o la astucia suficiente para embarcarse en un programa a largo plazo como éste. En pocas palabras, he sido un idiota.


    Por un momento, su voz adquirió una sombra de color, pero era tan mordiente que hizo a Sweeney retroceder. Y sin embargo, Rullman no había pronunciado ninguna palabra de condena hacia Sweeney todavía; el hombre estaba atacándose a sí mismo. Sweeney dijo tentativamente:

    —¿Cómo iba usted a saberlo? Había un montón de detalles por los cuales yo podía haberme traicionado, pero hice todo lo imposible por mantenerlos ocultos. Habría podido seguir guardando el secreto más tiempo, si lo hubiera deseado.
    —¿Tú? —le espetó Rullman. La seca sílaba fue peor que un puñetazo—. Tú eres menos culpable que una máquina, Donald. Sé demasiado acerca de la pantropía para pensar de otro modo. Es muy fácil aislar a un niño Adaptado, impedirle que se convierta en un ser humano bajo ningún aspecto, si uno es lo bastante retorcido como para desearlo. Tu comportamiento era predecible, después de todo.
    —¿Realmente? —dijo Sweeney, con un cierto tono de burla en su voz—. He venido yo a decírselo, ¿no?
    —¿Y qué significa el que lo hayas hecho? ¿Acaso eso cambia la situación ahora? Estoy seguro de que la Tierra había incluido este factor altamente probable en sus planes. En cuanto a tu capacidad de experimentar lealtad, era lógico que llegara un momento en que te sintieras dividido entre dos lealtades contradictorias; pero ellos probablemente calcularon que esta división se mantendría, es decir que no cambiarías por completo. Y aquí estás ahora, intentando jugar ambos extremos contra el centro, que eres tú mismo, desvelando tu mascarada ante mí y traicionando al mismo tiempo a la colonia. No vas a conseguir nada con esto.
    —¿Está usted seguro?
    —Completamente seguro —dijo Rullman fríamente—. Supongo que te ofrecieron una recompensa. A juzgar por las preguntas que me has ido haciendo, debieron de prometerte convertirte en un hombre normal..., tan pronto como descubrieran de nosotros el modo de hacerlo. Pero el hecho es que eso es imposible, y tú lo sabes. Así que ahora no hay ningún futuro para ti, ni siquiera entre nosotros. Lo siento por ti, Donald, créeme; no es culpa tuya que hicieran de ti una Criatura en vez de una persona. Sin embargo, ahora no eres sino una bomba que ya ha estallado.

    Sweeney nunca había conocido a su padre, y la autoridad de la policía del Puerto había sido demasiado difusa como para instilar en él ningún respeto centrado automáticamente en las personas que ocupan el lugar de los padres. Descubrió de pronto que se sentía furioso hacia Rullman.

    —Eso es hablar de una forma terriblemente estúpida-dijo, mirando fijamente al otro lado del escritorio, hacia el hombre sentado con los hombros ligeramente caídos —. Nada ha estallado todavía. Hay montones de información que puedo transmitirle y que usted puede usar, si es que realmente siente deseos de actuar. Por supuesto, si se admite derrotado ya desde un principio...

    Rullman alzó la vista.

    —¿Qué es lo que sabes? —le atajó, no sin cierta sorpresa—. Tú mismo has dicho que es la computadora a bordo de la nave de ese capitán Meiklejon la que decidirá el curso de la acción. Y no puedes comunicarte directamente con Meiklejon. No es momento de baladronadas, Donald.
    —o Por qué considera esto como una baladronada? Sé más acerca de lo que probablemente hará la Tierra con mi mensaje que nadie en la colonia. Mi experiencia con la Tierra es más reciente. No hubiera acudido a usted si creyera que la situación es desesperada, y si no hubiera elegido cuidadosamente el mensaje que creo deja algunas esperanzas a la colonia para enviárselo a Meiklejon. No estoy haciendo un doble juego. Estoy de su lado. No enviar ningún mensaje hubiera sido la peor cosa que hubiera podido hacer. De esta forma, puede que dispongamos de un periodo de gracia.
    —¿Y cómo esperas que confíe en ti? —dijo Rullman lentamente.
    —Ese es su problema —respondió Sweeney con brusquedad—. Si realmente estoy llevando un doble juego, será debido a que la colonia no ha conseguido convencerme de que mi futuro está aquí. Y si ése es el caso, entonces no estoy solo..., y es culpa de la propia colonia por haber mantenido demasiados secretos con su propia gente.
    —¿Secretos? —preguntó Rullman, ahora con abierta sorpresa—. ¿Sobre qué?
    —Sobre el "proyecto". Sobre el crimen original del que les acusa la Tierra. Sobre el porqué la Tierra los quiere de vuelta allí..., a usted en particular, doctor Rullman.
    —Pero... eso es del conocimiento general, Donald. Todo el mundo lo sabe.
    —Quizá sí. Pero no es del conocimiento general para mí. Y la mayoría de los colonos originales lo dan tan por sentado que ni siquiera hablan de ello, salvo por medio de algunas referencias crípticas, como un chiste particular que se supone que todo el mundo sabe. Pero no todo el mundo lo sabe. ¿Es usted consciente de ello? He descubierto que aproximadamente la mitad de los miembros de la segunda generación tienen apenas una nebulosa noción del pasado. La cantidad de información disponible aquí para un recién llegado, sea éste un extraño que acude por primera vez. como yo, o más simplemente un recién nacido, cabe en un ojo de un pájaro pinnah. Y eso es peligroso. Por eso yo habría podido traicionar completamente a la colonia si lo hubiera decidido así, y usted no habría podido detenerme.

    Rullman se reclinó en su asiento y permaneció inmóvil durante un largo rato.

    —Los niños no suelen hacer preguntas cuando creen que se supone que deben conocer las respuestas —murmuró. Parecía considerablemente más impresionado que cuando Sweeney le había hecho su confesión original—. Les gusta aparentar que saben aunque de hecho no sepan nada. Eso les proporciona un status a sus propios ojos.
    —Niños y espías. Hay algunas preguntas que ni unos ni otros pueden hacer, y casi por las mismas razones. Y cuanto más engañoso es en realidad el conocimiento de los niños, más fácil le resulta al espía moverse entre los adultos.
    —Empiezo a comprender. Pensábamos que éramos inmunes al espionaje, por la mera razón de que un espía de la Tierra no puede vivir aquí sin elaboradas y detectables protecciones. Pero era un problema físico, y ese tipo de problemas pueden resolverse. Tendríamos que haberlo supuesto desde un principio. En vez de ello, nos volvimos socialmente tan vulnerables como era posible.
    —Así es como yo lo veo. Y apostaría a que mi padre no le habría dejado cometer ese error si él hubiera venido con ustedes. Se suponía que era un experto en ese tipo de cosas. No lo sé; nunca llegué a conocerlo. Y supongo que ahora ya no importa, de todos modos.
    —Te equivocas. Sí que importa, y mucho; y creo que tú acabas de probarlo, Donald. Tu padre no pudo prevenirnos sobre ello, pero quizá nos proporcionó un instrumento con el que reparar el error.
    —¿Se refiere a mí?
    —Sí. Impostor o no impostor, la sangre que llevas, así como tus genes, han estado con nosotros desde el principio, y sé cómo se manifiestan sus afectos. Ahora mismo los estoy viendo. Siéntate, Donald. Empiezo a tener esperanzas. ¿Qué es lo que debemos hacer?
    —Antes que nada —dijo Sweeney—, explíqueme, por favor, por favor, cuál es la razón de ser de esta colonia.

    No era una tarea fácil.

    Primero: las Autoridades. Mucho antes de los viajes espaciales, las grandes ciudades de los Estados Unidos se habían visto tan impotentes para controlar sus propios problemas de tráfico que cualquier posible solución política era una quimera. Ninguna administración de ninguna ciudad podía gastarse la cantidad de dinero necesaria para una cura radical, sin verse barrida en las siguientes elecciones por los rabiosos conductores y peatones, que eran quienes más necesitaban la ayuda.

    Los crecientes problemas de tráfico fueron desviados, con gratitud y mayores privilegios, a las Autoridades semipúblicas de Puertos, Puentes y Carreteras: enormes sociedades con fines lucrativos modeladas sobre la Autoridad del Puerto de Nueva York, que había demostrado su capacidad de montar y/o explotar operaciones tan enormes como los Túneles Holland y Lincoln, el Puente George Washington y los aeropuertos de Teterboro, La Guardia, Idlewild y Newark, así como muchas otras empresas menores. Hacia 1960 era posible viajar desde el extremo de Florida hasta la frontera de Maine enteramente sobre territorio propiedad de la Autoridad, si uno podía pagar los correspondientes peajes (y no le importaba recibir los disparos de los propietarios de los Poconos, que aún seguían resistiéndose al gigantesco proyecto Incadel).

    Segundo: los derechos de peaje. Las Autoridades eran creaciones de los estados, actuando normalmente a su mismo nivel, y gozando por ello de protecciones legales no permitidas a otras firmas privadas dedicadas al comercio interestatal. Entre esas protecciones, en el típico documento de autorización, se hallaba la mención de que "ninguno de los estados podrá [...] negar o reducir el derecho de la Autoridad a establecer, exigir y cobrar los derechos de peaje y otras cargas...". El gobierno federal ayudó en ello; aunque la Ley Federal sobre Puentes de 1946 requería que el cobro de peajes terminara cuando se hubiera producido la amortización, el Congreso casi nunca invocó la Ley contra ninguna Autoridad. En consecuencia, los peajes nunca terminaron; en 1953 la Autoridad del Puerto de Nueva York informaba de unos beneficios de más de veinte millones de dólares al año, y las recaudaciones anuales aumentaban a un índice de un diez por ciento anual.

    Parte de estos beneficios eran empleados en el desarrollo de nuevas obras, la mayoría de ellas pensadas para incrementar los beneficios, antes que para resolver el problema del tráfico. De nuevo la Autoridad del Puerto de Nueva York mostró el camino; contra todo buen sentido, construyó una tercera galería en el Túnel Lincoln, arrojando así ocho millones y medio más de coches al año en el centro de Manhattan, donde la ciudad se estaba ya asfixiando ante la absoluta imposibilidad de abrir nuevas vías a las corrientes del tráfico.

    Tercero: la policía de la Autoridad. Desde un principio las Autoridades habían sido autorizadas a tener su>propia policía privada. A medida que las Autoridades fueron creciendo, también crecieron esas fuerzas de policía.

    Cuando llegaron los viajes espaciales, las Autoridades se hicieron con el monopolio. No escatimaron esfuerzos por conseguirlo; habían aprendido de sus operaciones con los aeropuertos —el único, entre todos sus proyectos, que siempre se había saldado con pérdidas— que un negocio no era interesante si no se conseguía el control absoluto. Y de forma característica, nunca demostraron el menor interés hacia ninguna forma de viaje espacial que no acarreara enormes gastos; de otro modo no habrían podido sacar provecho de los subcontratos; de las rápidas amortizaciones de los préstamos; de las leyes que les permitían reducir impuestos con nuevas inversiones, y de las indefinidamente prolongadas colecciones de tasas y peajes una vez amortizado el coste inicial y los gastos de mantenimiento.

    En el primer espaciopuerto comercial del mundo. Puerto Tierra, al propietario de una nave le costaba 5.(XX) dólares cada vez que su aparato tocaba el suelo. Las tasas de aterrizaje estaban prohibidas por la ley en la aviación atmosférica privada desde hacía años, pero la Autoridad del Puerto de la Gran Tierra actuaba bajo sus propios precedentes; creó tasas de aterrizaje para los vuelos espaciales. Y siguió manteniendo la primera fuerza de policía del Puerto, que era más importante que las fuerzas armadas de la nación que le había concedido esta franquicia. Tras un cierto tiempo, la distinción desapareció, y la policía del Puerto pasó a ser las fuerzas armadas de los Estados Unidos. No fue difícil conseguirlo, puesto que la Autoridad del Puerto de la Gran Tierra era en la actualidad un holding que abarcaba a todas las Autoridades del país, incluido Puerto Tierra.

    Y cuando la gente, poco después de iniciarse los vuelos espaciales, empezó a preguntarse: "¿Cómo vamos a colonizar los planetas?", la Autoridad del Puerto de la Gran Tierra ya tenía preparada su respuesta.

    Cuarto: terraformación.

    La terraformación..., la remodelación de los planetas hasta crear imágenes parecidas a la Tierra, de tal modo que la gente de la Tierra pudiera vivir en ellos. Puerto Tierra estaba preparado para empezar a nivel modesto. Deseaba desplazar a Marte de su órbita hasta un punto un poco más cerca del Sol, y efectuar unos cuantos ajustes menores a las órbitas de los demás planetas; transportar a Marte aproximadamente una cantidad de agua equivalente a vaciar el océano índico, sólo una menudencia para la Tierra después de todo, y ni siquiera el 10% de lo que se necesitaría más tarde para terraformar Venus; transportar al pequeño planeta una cantidad de humus más o menos equivalente a la superficie del estado de Iowa, a fin de empezar a sembrar plantas que cambiaran lentamente la atmósfera de Marte, y así sucesivamente. La totalidad del proyecto era perfectamente realizable desde el punto de vista de la energía y los recursos disponibles, apuntó razonablemente Puerto Tierra, e iba a costar menos de treinta y tres mil millones de dólares. La Autoridad del Puerto de la Gran Tierra estaba preparada para recuperar esta inversión sin ninguna repercusión en los impuestos en menos de un siglo, a través de medios tales como 50 dólares por el correo espacial, 10.000 dólares por tasas de amartizaje, 1.000 dólares por cada billete de viaje (sólo ida) al planeta, 100 dólares por acre de desierto marciano en títulos de propiedad, etc. Por supuesto, las tasas se seguirían manteniendo una vez recuperado el coste..., para el mantenimiento.

    Y después de todo, preguntó la Autoridad razonablemente, ¿acaso había alguna otra alternativa? Ninguna, excepto los domos. La Autoridad del Puerto de la Gran Tierra odiaba los domos. Eran demasiado baratos de construir, y el volumen del tráfico hacia ellos y desde ellos siempre sería minúsculo. La experiencia de la Luna lo había evidenciado con dolorosa claridad. Y también el público odiaba los domos; había demostrado ya una reluctancia masiva a vivir bajo ellos.

    En cuanto a los gobiernos, aparte del de los Estados Unidos, que la Autoridad aún toleraba, ninguno de ellos sentía el menor amor hacia los domos, o hacia el tipo de colonización limitada que los domos proporcionaban. Necesitaban librarse de sus excedentes de población a cubos, no con cuentagotas. Aunque la Autoridad sabía que la emigración incrementa antes que frenarla la expansión demográfica en los países de origen, se guardó mucho de decírselo a los gobiernos implicados; ya descubrirían la Ley de Franklin por sí mismos. Los domos fueron desterrados; se optó por la terraformación.

    Entonces llegó la pantropía.

    Si esta tercera alternativa al problema de la colonización de los planetas resultó ser una sorpresa para la Autoridad, y para Puerto Tierra, a nadie hay que echarle la culpa excepto a ellos mismos. Los signos anticipadores habían sido numerosos. La noción de modificar el stock genético humano para vivir en otros planetas a medida que fueran hallados, en vez de cambiar los planetas para acomodarlos a la gente, pertenecía a la época de Olaf Stapledon. Numerosos escritores se habían interesado más tarde por el tema. En esencia, se remontaba hasta Proteo, y se hallaba tan arraigado en la mente humana como la noción del hombre lobo, el vampiro, los cuentos de hadas y la transmigración de las almas.

    Pero, de pronto, era posible; y no mucho más tarde, era un hecho.


    La Autoridad la odiaba. La pantropía requería una enorme inversión inicial para producir los primeros colonos, pero era un método que, con los refinamientos, iría convirtiéndose en más y más barato. Una vez implantados los colonos, no requería la menor inversión; los colonos se hallaban cómodos en su mundo de adopción, y podían producir nuevos colonos sin ayuda exterior. La pantropía, además, resultaba al menos un cincuenta por ciento más barata que la instalación del más pequeño y más fácil de montar de los domos. Comparada con el costo de terraformar incluso un planeta tan favorable como Marte, no costaba absolutamente nada, desde el punto de vista de la Autoridad.

    Y no había forma de cobrar derechos, ni siquiera sobre los gastos iniciales. Era demasiado barato para ocuparse de ello.

    ¿SERÁ UN MONSTRUO SU HIJO?

    Si un cierto número de científicos influyentes prosiguen por el camino que han emprendido, es probable que alguno de sus hijos o nietos arrastren una vida miserable en las heladas llanuras de Plutón, donde incluso el Sol es apenas una pequeña chispa en el cielo. Y jamás podrá volver a la Tierra hasta después de su muerte, ¡si es que puede entonces!

    Sí, actualmente ya hay preparados planes para transformar a niños inocentes aún no nacidos en criaturas alienígenas que morirán de una forma terrible en el momento mismo en que pongan el pie sobre el verde planeta de sus antepasados. Impacientes ante el lento pero seguro programa de la conquista de Marte por el hombre, prominentes pensadores están trabajando en sus torres de marfil para hallar medios de producir todo tipo de caricaturas de la forma humana; caricaturas que serán capaces de sobrevivir, de algún modo, en los más implacables y amargos infiernos planetarios.

    El proceso que puede producir esos desgraciados monstruos —a un costo enorme— se denomina pantropía. Existe ya, aunque en una forma imperfecta y peligrosa. La cabeza visible de esos profetas es un hombre de pelo blanco y ojos soñadores, el doctor Jacob Rullman, que...

    —¡Basta! —estalló Sweeney.

    Apoyó las yemas de sus dedos contra sus sienes y luego, temblando, las apartó y miró fijamente a Rullman. El científico dejó sobre la mesa el viejo recorte de revista, que incluso dentro de su protección de teflón estaba completamente amarillo tras pasar la mitad de su vida en el aire de Ganímedes. Las manos de Rullman no temblaban en absoluto; y lo que quedaba de su pelo tenía el mismo color marrón rojizo de siempre.

    —¡Esas mentiras! —bramó Sweeney—. Lo siento. Pero funcionan, sé que funcionan. Por eso me llenaron con ellas. Es diferente cuando uno se da cuenta de lo retorcidos que son.
    —Lo sé —dijo suavemente Rullman—. Es tan fácil de hacer... Criar a un niño Adaptado es un proceso especial; el niño está siempre aislado y ansioso de imitar, puedes contarle todo lo que quieras; no tiene otra elección sino creerte; está desesperado por un contacto más íntimo, por recibir una aceptación, por los abrazos que nunca ha conocido. Es lo último en niños probeta; el pecho que puede haberle alimentado es probable que esté tan sólo al otro lado del cristal, pero se halla igualmente a generaciones en el pasado. Incluso la voz de la madre llega a través de cables..., si es que llega. Lo sé, Donald, créeme. También me ocurrió a mí. Y es muy duro.
    —Jacob Rullman era su...
    —Mi padre, remoto e inmediato. Mi madre murió pronto. Ocurre a menudo, a causa de las privaciones, creo: como la tuya. Pero mi padre me enseñó la verdad, allá en las cavernas de la Luna, antes de ser asesinado.

    Sweeney inspiró profundamente.

    —Al fin estoy sabiendo todo esto. Continúe.
    —6Estás seguro, Donald?
    —Sí, continúe. Necesito saber, y aún no es demasiado tarde. Por favor.
    —Bien —dijo Rullman reflexivamente—. La Autoridad consiguió que se dictaran leyes contra la pantropía, pero durante un tiempo esas leyes no fueron muy severas; por aquella época, el Congreso estaba dudando acerca de prohibir la vivisección, y no sabía exactamente qué era lo que se le pedía que prohibiera; el Puerto no deseaba ser demasiado explícito. Mi padre estaba decidido a ensayar la pantropía mientras las leyes proporcionasen aún una forma de burlarlas; sabía demasiado bien que la Autoridad las endurecería y las aplicaría con todo rigor apenas tuviera oportunidad de hacerlo sin peligro. Además, estaba convencido de que nunca colonizaríamos las estrellas con domos o con terraformación. Esos métodos podían servir para algunos de nuestros planetas locales. Marte, Venus. .., pero no fuera del Sistema Solar.
    —¿Fuera del Sistema Solar? ¿Cómo es posible ir hasta allí?
    —Con el impulsor estelar, Donald. Existe desde hace décadas, de hecho desde hace casi medio siglo. Se efectuaron con él algunos viajes de exploración poco después de su descubrimiento y tuvieron un gran éxito, aunque no hallarás ninguna mención de ello en la prensa de la época. El Puerto no podía ver ningún beneficio en el vuelo interestelar, de modo que eliminó las noticias, secuestró las patentes, destruyó los informes de los vuelos..., hizo todo lo que pudo. Pero todas las naves de la Autoridad llevan el impulsor, por si acaso. Incluso nuestra nave lo lleva. Del mismo modo que lo lleva tu amigo el piloto que te trajo hasta aquí.

    Sweeney no dijo nada.

    —El asunto es: la mayoría de los planetas, incluso aquí, dentro del Sistema Solar, no pueden ser equipados con domos, ni pueden ser terraformados de ninguna manera. Júpiter, por ejemplo. Muchos otros podrían ser transformados, pero demasiado lentamente y sin posibilidad de beneficios inmediatos para tentar al Puerto. Por otra parte, la Autoridad ni siquiera se ha planteado las distancias interestelares, puesto que no habrá ni tráfico ni comercio en ellas que poder tasar.

    La pantropía era la respuesta obvia. No para el Puerto, evidentemente, sino para el futuro de los hombres en general. De alguna forma, mi padre vendió esa idea a algunos políticos, y también a gente con dinero. Finalmente, fue capaz de encontrar a algunos supervivientes de esas primeras expediciones interestelares, gente que sabía algo acerca de los planetas extrasolares y conocía la forma de manejar el impulsor interestelar. Toda esa gente deseaba efectuar al menos una demostración experimental de la pantropía, que dejara la puerta abierta para otras si tenía éxito.

    Nosotros somos ese experimento: esta colonia en Ganímedes.

    La Autoridad consiguió declararla ilegal antes de que se iniciara realmente, pero cuando descubrieron los laboratorios en la Luna ya era demasiado tarde; nosotros habíamos partido. Fue entonces cuando endurecieron al máximo las leyes, y las hicieron retroactivas; tenían que eliminar la pantropía, y lo sabían.

    Por eso nuestra propia existencia es un crimen, Donald. La policía del Puerto necesita absolutamente que la colonia sea un fracaso, y poder probarlo. Ése es el motivo de que deseen hacernos volver. Desean poder exhibirnos, mostrar los monstruos indefensos que somos en la Tierra, y decirle a todo el mundo que no hemos podido sobrevivir en Ganímedes y que ellos han tenido que venir a sacarnos de aquí.

    Y además..., bien, están esas falsas acusaciones de piratería de que me has hablado. Seremos juzgados. Seremos ejecutados, casi con toda seguridad exponiéndonos en público a las condiciones normales de la Tierra. Será una lección ejemplar; de hecho, el toque final.

    Sweeney permanecía hundido en su silla, agitado por la primera emoción completa que había experimentado nunca: el asco hacia sí mismo. Ahora comprendía las alusiones en la voz de Rullman. Todo el mundo había sido traicionado... ¡Todo el mundo!

    La voz prosiguió despiadadamente, removiendo las cenizas:

    —Bien, en cuanto al proyecto, nuestro proyecto, es tan simple como todo lo demás. Sabemos que a la larga la humanidad no podrá colonizar las estrellas sin la pantropía. Sabemos que el Puerto no va a permitir que la pantropía sea utilizada. Y sabemos, en consecuencia, que somos nosotros quienes deberemos llevar la pantropía a las estrellas, antes de que la Autoridad pueda impedírnoslo. Una, dos, tres veces, hasta el infinito.

    Así que eso es lo que estamos haciendo, o estábamos haciendo. Nuestra vieja nave está dispuesta para el viaje, y hemos preparado una nueva generación de niños, sólo unos pocos, entrenándolos para manejarla, y adaptados para..., bien, para algún lugar. Los chicos no pueden vivir en la Tierra, y no pueden vivir en Ganímedes: pero pueden vivir en uno de seis planetas extrasolares distintos que hemos elegido, cada uno de ellos en una dirección distinta y a diferente distancia del Sol. Yo sólo conozco los nombres de dos de ellos; los chicos son los únicos que conocen los demás. A cuál de ellos irán es algo que decidirán únicamente cuando estén a bordo y en camino. Nadie de los que quedemos atrás podrá traicionarles. La Tierra nunca los encontrará.

    Ése será el inicio del más inmenso programa de inseminación" en la historia humana: sembrar las estrellas con gente.

    Si podemos conseguir que la nave despegue.

    En el silencio que siguió, la puerta de la oficina de Rullman se abrió suavemente, y Mike Leverault entró, con aspecto preocupado y llevando una tablilla con un sujetapapeles. Se detuvo al verles, y el corazón de Sweeney se encogió sobre el helado flujo que arrastraban sus rígidas cámaras de bombeo.

    —Disculpen —dijo Mike—. Pensé... ,,Ocurre algo? Se ven los dos tan taciturnos.
    —Sí, ocurre algo —dijo Rullman.

    Miró a Sweeney.

    Una comisura de la boca de Sweeney se crispó, más allá de su voluntad. Se preguntó si estaba intentando una sonrisa, y si era así, acerca de qué.

    —No hay otra solución —aseguró—. Doctor Rullman, sus colonos deberán rebelarse contra usted.


    4


    La bengala estalló alta, quizás a cinco mil metros. Aunque lo hizo por encima del lado occidental de la llanura, arrojó la suficiente luz al fondo de la Muesca para revelar el bamboleante y gruñente vehículo oruga que avanzaba por ella.

    El sonido, sin embargo, era demasiado débil para imponerse al ruido de las turbinas, y Sweeney no se sentía preocupado por la breve luz. El vehículo, avanzando hacia el norte a unos buenos treinta kilómetros por hora bajo la vegetación, sería tan difícil de detectar desde el aire como un ratón corriendo entre raíces.

    Además, seguramente nadie estaba mirando a la Muesca en aquellos momentos. Las evidencias de la batalla que asolaba las tierras altas atraían demasiado la atención; el propio Sweeney las estaba siguiendo tensamente.

    Mike conducía, dejando a Sweeney libre para acurrucarse en medio de los útiles e instrumentos que llenaban el habitáculo al lado del gran barril de aluminio, observando la pantalla de radar. La antena parabólica del radar en la parte superior del oruga no estaba girando; estaba enfocada directamente hacia atrás, hacia el camino que Mike y él habían recorrido, captando el relé de microondas de la última estación automática junto a la que habían pasado. El barrido estaba siendo efectuado para Sweeney por el gran radiotelescopio en la cima del pi de Howe.

    Sweeney apenas prestó atención a las rápidas y zigzagueantes estrías que cruzaban la pantalla. Correspondían a los cohetes de escaso calibre, una parte de la batalla que apenas tenía incidencia en el contexto general. Un contexto que era claro ya: mostraba, como había mostrado desde hacía días, que las fuerzas insurgentes seguían dominando la montaña y sus armas pesadas, pero que los leales conservaban la iniciativa al norte y se iban haciendo cada vez más fuertes.

    La situación había desembocado en un punto muerto. Aunque obviamente los insurgentes habían conseguido echar a los leales del pi de Howe, quizás a través de algún truco con los ventiladores, quizá mediante alguna forma de guerrilla, resultaba también evidente que los leales tenían superioridad en el campo. Estaban perdiendo terreno dos veces más aprisa de lo que lo habían tomado originalmente. El fuego de apoyo desde la montaña no parecía estar ayudándoles mucho; era pesado, pero terriblemente impreciso. Las frecuentes bengalas hablaban de mala visibilidad y peor inteligencia. Y los leales, aunque habían sido desalojados, poseían todos los aviones; tenían la desfachatez de hacerlos volar sobre las líneas enemigas, con todas las luces encendidas.

    Lo que iban a hacer los leales cuando se enfrentaran al problema de reconquistar la montaña era otro asunto. Nada excepto la artillería más pesada podía hacerle mucha mella al pi de Howe. Y aun prescindiendo del hecho de que toda la artillería pesada estaba en la montaña, sería un suicidio para ambas fuerzas utilizarla en Ganímedes. La lucha no se había vuelto tan dura todavía. Pero podía volverse.

    Y las naves de la Tierra que señalaba la pantalla en el interior del oruga lo sabían. Quedaba claramente demostrado por su situación. Estaban allí, casi con toda seguridad, porque habían deducido que Sweeney se hallaba al mando de los insurgentes; pero no mostraban ninguna intención de intervenir y echarle una mano. En vez de ello, permanecían aparte, un poco más adentro de la órbita de Calixto, a un millón y medio de kilómetros de Ganímedes; lo bastante lejos como para tener tiempo de huir si divisaban alguna explosión atómica en Ganímedes, lo bastante cerca como para acudir en busca de Sweeney si parecía que éste conseguía la victoria.

    La voz de Mike, gritando algo ininteligible, le llegó mezclada con el rugir de las turbinas del oruga.

    —¿Qué ocurre? —gritó Sweeney, inclinando la cabeza.
    —... ese amontonamiento de rocas ahí delante. Si es como... antes. .. probablemente hará de pantalla.
    —Detente —gritó Sweeney—. Quiero efectuar otra lectura.

    El oruga se detuvo obedientemente, y Sweeney comprobó su pantalla con los datos que le había dado Rullman y que tenía clavados en la pared cerca de su codo. Concordaban: 1.500.000 era lo bastante próximo. Quizás un poco demasiado cerca, pero no mucho. La onda frontal de una explosión satelitaria cruzaría aquella distancia en unos cinco segundos, trayendo consigo la aniquilación total; pero cinco segundos podían ser tiempo suficiente para permitir a los controles automáticos de las naves de la Tierra conectar los impulsores transfinitos.

    Dio dos palmadas en el hombro a Mike.

    —Por ahora vamos bien. Sigue adelante.

    Su respuesta se perdió, pero la vio asentir con la cabeza cubierta por su pesado casco, y el vehículo empezó a trepar lentamente por el inclinado talud lleno de rocas y cascotes, formado por la multitud de desprendimientos que cada año caían al fondo de la Muesca por exfoliación de sus paredes. Mike se volvió y le sonrió alegremente; y él le. devolvió la sonrisa; las orugas resonaban demasiado fuertemente como para permitir cualquier otra respuesta.

    Toda la operación había dependido desde un principio de una larga cadena de si... que podía desmoronarse en un momento si fallaba uno sólo de los eslabones. Sólo podían confiar en el principio. La señal que Sweeney había enviado a Meiklejon-VVANY— no le había dicho a éste nada; sin embargo, le había indicado a la computadora que Sweeney no había capturado todavía a los Hombres Adaptados que la Tierra deseaba, pero que disponía de una ayuda que le permitiría conseguir finalmente sus propósitos. Eso era sabido. Las órdenes que la computadora le había dado a Meiklejon en respuesta a su señal constituían el primer 5.

    La computadora, por supuesto, podía reaccionar con alguna increíble pieza de sutilidad que ningún ser humano fuera capaz de imaginar; las máquinas jugadoras de ajedrez de Shannon ganaban a veces sus partidas con los grandes maestros de este modo, aunque normalmente apenas podían ganar a los jugadores medianos. Puesto que no había ninguna forma de anticipar cómo podía ser ese gambito, ni Sweeney ni Rullman habían perdido tiempo intentando averiguar cuál sería.

    No obstante, la otra alternativa era mucho más probable. La máquina supondría que Sweeney estaba a salvo, como evidenciaba la llegada de la señal codificada; y que si había conseguido ayuda, eso sólo podía significar que había reunido en torno suyo a un grupo secreto de colonos descontentos, una resistencia ganimediana" o su equivalente. La Tierra podía haber supuesto, y transmitido esa suposición a las memorias de la computadora, que algunos de los colonos estaban insatisfechos con sus vidas; era una ilusión que la Tierra Podía convertir en un hecho sin ser consciente del engaño, puesto que nadie en la Tierra podía sospechar lo hermoso que era Ganímedes. Y la computadora podía asumir también que era sólo cuestión de tiempo el que Sweeney terminara deteniendo a los otros hombres, y pudiera enviar a Meiklejon WAWY... o quizás incluso YYAWY,

    —¿Cómo sabremos que actúa de esa forma? —había preguntado Rullman.
    —Si lo hace, se cumplirá el plazo sin que Meiklejon haga ningún movimiento. Se limitará a permanecer en su órbita hasta que la computadora cambie de idea. ¿Qué otra cosa puede decirle ésta que haga, de todos modos? Él es simplemente un hombre en una nave pequeña sin armamento potente. Y es un terrestre; no puede bajar y unirse a mi pretendido grupo de resistencia ni aunque se le ocurriera la idea de hacerlo. Seguirá allí.

    El oruga trepó por un peñasco casi cúbico, se deslizó de costado por una de sus inclinadas caras y cayó pesadamente sobre un lecho de redondeadas piedras de tamaño más pequeño. Sweeney alzó la vista de los controles de radar para comprobar cómo soportaba la marcha el enorme barril de aluminio. Estaba metido en un mar de herramientas —picos, azadas, palas, clavos, rollos de cable que podían desenrollarse rápidamente—, pero estaba firmemente asegurado. El milagro de la química pirotécnica (y específicamente la química ganimediana) dormitaba todavía en su interior. Se arrastró hacia delante hasta la cabina junto a Mike y se ató a su asiento para gozar del viaje.

    No había forma de predecir ni de calcular cuánto podía prolongar el plazo la máquina en la nave de Meiklejon, cuánto tiempo podía concederle a Sweeney para iniciar su insurrección. La colonia trabajó como si no hubiera ningún periodo de gracia en absoluto. Cuando el plazo límite pasó sin ninguna señal de que Meiklejon hubiera existido nunca —aunque el radiotelescopio mostraba que aún seguía allí—, Sweeney y Rullman no se felicitaron el uno al otro. No podían estar seguros de que el silencio y la prolongación del plazo significaran lo que ellos creían que significaba. Lo único que podían hacer era seguir trabajando.

    Los movimientos de máquinas y hombres y la exhibición de energía, que tenían que parecerle a Meiklejon el estallido de una revuelta de los colonos, surgieron del pi de Howe once días más tarde. Todos los signos mostraban que habían sido los leales quienes habían instalado su base cerca del polo norte de Ganímedes. Sweeney y Mike habían recorrido toda la Muesca previamente, instalando en la lujuriante jungla opaca al radar una serie de pequeños artilugios, todos ellos automáticos, todos ellos destinados a registrar en los detectores de Meiklejon un enorme despliegue de maquinaria pesada. Los movimientos estratégicos visibles de los ejércitos enemigos sugerían la misma concentración leal en el polo.

    Y ahora Sweeney y Mike estaban en su camino de vuelta.

    La computadora parecía estar aguardando; evidentemente, Meiklejon había almacenado los datos de todo aquello como una auténtica rebelión. Al principio, el bando de Sweeney estaba ganando la confrontación. La computadora no tenía ninguna razón para efectuar una nueva extrapolación hasta el día en que las fuerzas leales consiguieran mantener sus líneas; entonces debería extrapolar la pregunta de cómo los leales podrían apoderarse de nuevo de la montaña si en las siguientes semanas conseguían barrer a Sweeney de allí.

    —Es un juego de niños —había dicho Sweeney—. No tiene ninguna razón para pensar de otra forma. Es demasiado simple como para efectuar una extrapolación más allá de la primera derivada.
    —Eres muy confiado, Donald.

    Sweeney se agitó incómodo en su asiento mientras recordaba la sonrisa de Rullman. Ningún Hombre Adaptado, y Sweeney menos que nadie, había tenido una auténtica infancia; ningún "juego de niños". Afortunadamente, la policía del Puerto había creído esencial que Sweeney conociera la teoría de los juegos para desarrollar su tarea.

    El oruga se hallaba ahora en un terreno relativamente más llano, y Sweeney fue atrás para comprobar la pantalla. Tal como Mike había anticipado, el talud impedía la recepción de la estación retransmisora de radar detrás de ellos; Sweeney empezó a efectuar barridos con la antena. Una buena parte del campo estaba obstaculizado por el cercano borde de la Muesca, pero ese efecto iba a empezar a desaparecer poco a poco de la pantalla a partir de ese momento. El fondo de la Muesca se elevaba gradualmente a medida que se acercaban al polo norte, aunque nunca llegaba a alcanzar el nivel de la llanura. Ahora ya podía captar el suficiente cielo como para sentirse satisfecho de que las naves de la Tierra estuvieran exactamente allí donde habían estado antes.

    Ése había sido el último riesgo: que Meiklejon, alarmado ante los constantes consejos de inacción de la computadora, hubiera radiado a la Tierra solicitando consejo de las autoridades superiores. Obviamente, una revuelta de colonos en Ganímedes, un movimiento que podía ser descrito como "Queremos volver a casa", sería ideal para los propósitos de la Tierra. La Tierra insistiría no sólo en que Meiklejon se mantuviera quieto en su lugar tal como le había indicado su computadora..., sino que podía incluso apresurarse a enviar refuerzos a Sweeney, sólo por si acaso.


    Tanto Sweeney como Rullman sabían las probabilidades que había de que ocurriera eso, y habían decidido correr el riesgo, y prepararse contra él. Las probabilidades habían estado a punto de volverse contra ellos —las naves de la Tierra estaban allí—, pero las cosas aún parecían estar a su favor.

    Tan satisfecho como era posible dadas las circunstancias, Sweeney volvió a la cabina. Antes de sujetarse con su cinturón, se entretuvo en besar a Mike, con considerable detrimento del control del bamboleante vehículo oruga.

    La explosión lo proyectó, brutalmente, contra el asiento vacío.

    Se enderezó trabajosamente en su asiento, con la cabeza resonándole. Los motores del oruga parecían haberse detenido; por encima del ruido que llenaba su cabeza sólo podía oír el sonido de los ventiladores.

    —¡Don! ¿Estás bien? ¿Qué ha sido eso?
    —Uf — dijo Sweeney, sentándose—. No me he roto nada. Me he dado un golpe en la cabeza. Ha sido un explosivo potente, por el ruido. Uno de los grandes.

    El rostro de Mike era tenso y ansioso al débil resplandor del cuadro de instrumentos.

    —¿Uno de los nuestros? OO... ?
    —No lo sé, Mike. Sonaba como si hubiera impactado en el barranco detrás de nosotros. ¿Qué ocurre con el motor?

    Ella accionó el encendido. Zumbó, y el motor se puso en marcha inmediatamente.

    —Debe de haberse parado —dijo disculpándose. Insertó la marcha—. Pero esto no va bien. La tracción se desvía hacia tu lado.

    Sweeney abrió la puerta de la cabina y saltó al rocoso suelo. Luego lanzó un silbido.

    —¿Qué ocurre? —le apremió Mike.
    —Ha caído más cerca de lo que pensaba. La oruga de la derecha está casi partida por la mitad. El impacto de alguna roca, supongo. Pásame el cortador.

    Ella se inclinó en su asiento, tomó el cortador de arco y se lo tendió, junto con las gafas protectoras. Él se encaminó hacia la parte de atrás del vehículo y pulsó el botón. El arco eléctrico ardió con un azul sulfuroso; un momento más tarde, la dañada oruga saltó de alrededor de los cuatro grandes neumáticos para la nieve como una agonizante serpiente. Arrastrando el cordón tras de sí, Sweeney cortó también la oruga izquierda, y luego regresó a la cabina, enrollando el cordón al mismo tiempo.

    —Ya está, pero ve despacio. Esos neumáticos estarán hechos trizas cuando lleguemos a la base.

    El rostro de la joven aún estaba blanco, pero no hizo más preguntas. El vehículo empezó a arrastrarse hacia delante, perdida ya su cualidad de oruga. No habían recorrido aún tres kilómetros cuando el primero de los ocho neumáticos estalló, sobresaltándolos a los dos. Un rápido examen mostró que era el exterior trasero de la derecha. Otros cinco kilómetros más, y el delantero interior de la derecha estalló también. Era malo haber perdido dos del mismo lado del vehículo, pero al menos era en diferentes ejes y en posición alterna. El siguiente en estallar, ocho kilómetros más adelante —el suelo estaba menos lleno de rocas a medida que ascendía—, fue el trasero interior izquierdo.

    —Don...
    —¿Sí, Mike?
    —¿Crees que ha sido una bomba de la Tierra?
    —No lo sé, Mike. Lo dudo; están demasiado lejos para arrojar proyectiles contra Ganímedes excepto al azar. Y por otro lado, ¿por qué iban a hacerlo? Lo más probable es que haya sido uno de nuestros torpedos, que ha perdido el control. —Hizo estallar sus dedos—. Espera un momento. Si estamos arrojándonos mutuamente artillería pesada, la policía tiene que haberlo observado, y eso podemos comprobarlo.

    ¡Bang!

    El vehículo se inclinó hacia la derecha y empezó a patinar. Sweeney no necesitaba comprobarlo para saber que esta vez había sido el delantero exterior derecho. Esas dos ruedas debían de estar rodando ahora sobre las llantas desnudas, y quedaban aún más de trescientos metros de recorrido. El peso principal se hallaba en la parte de atrás; los neumáticos direccionales estaban soportando poco castigo, relativamente.

    Apretando los dientes, se soltó el cinturón de seguridad y se arrastró a la parte de atrás, junto al radar, comprobando automáticamente el barril de aluminio.

    Ahora la pantalla rastreaba una parte más amplia del cielo. Era imposible triangular la posición de las naves de la Tierra ahora que la transmisión desde el pi de Howe quedaba interrumpida, pero los breves silbidos en la pantalla eran marcadamente más débiles. Sweeney supuso que se habían retirado al menos otros ciento cincuenta mil kilómetros. Sonrió y se inclinó al oído de Mike.

    —Ha sido uno de los nuestros —dijo—. Rullman está utilizando la artillería pesada, eso es todo. Uno de sus proyectiles automáticos debe de haberse extraviado en la Muesca. La policía del Puerto debe de haber detectado el incremento del fuego... y han retrocedido. Las cosas están empezando a parecer cada vez más como si los rebeldes pudieran aplastar la base de los leales con una bomba de fisión, y no desean estar mejilla contra mejilla con el planeta cuando eso ocurra. ¿Falta mucho todavía para llegar?

    Mike dijo:

    —Ya es...

    ¡Bang! Mike cerró un interruptor, y el motor se detuvo.

    —... tamos-concluyó, y entonces, sorprendentemente, empezó a reír.

    Sweeney tragó saliva, y luego descubrió que también estaba riendo.

    —Con tres neumáticos intactos —dijo—. ¡Hurra por nosotros! Vamos al trabajo.

    Otra bengala estalló en el cielo, no tan cerca como antes. Sweeney rodeó el vehículo hasta la parte de atrás, con Mike a sus talones, y ambos se quedaron mirando sombríos los jirones de caucho siliconado que antes habían sido dos excelentes neumáticos. Dos de las llantas estaban prácticamente desnudas; el quinto neumático, que no había estallado sino que tenía tan sólo un pinchazo, podía ser reparado.

    —Suelta el bidón y hazlo rodar hasta la puerta de atrás —prosiguió Sweeney—. Con cuidado. Ahora pásamelo y ayúdame a bajarlo al suelo.

    En torno suyo, ocultos entre las rocas y los gruesos y retorcidos troncos, estaban los pequeños instrumentos cuyo ajetreado parloteo electrónico hacía que aquel lugar les sonara como un importante campamento militar a las naves que aguardaban fuera de Ganímedes. Las fotografías, por supuesto, no iban a mostrar nada; la luz visible era insuficiente, la infrarroja también era débil, y la ultravioleta era retenida por la atmósfera. Nadie podía esperar ver nada desde el espacio por ningún método, no en la Muesca; no obstante, los detectores informarían de un gran derroche de energía, y de ocasionales estallidos de energía aquí y allá...; los cohetes rebeldes bombardeando la zona. Aquello debía de ser suficiente.

    Con la ayuda de Mike, Sweeney depositó el barril de aluminio de pie en el centro de todos los aparatos, aproximadamente.

    —Voy a retirar ese neumático pinchado —dijo—. Nos quedan quince minutos hasta el momento del despegue, y puede que más tarde lo necesitemos. ¿Sabes cómo montar esto?
    —No soy una idiota. Ve a cambiar tu neumático.


    Mientras Sweeney trabajaba, Mike localizó el cable principal que proporcionaba la energía a los pequeños charlatanes invisibles, e hizo una derivación. Le conectó un interruptor a resorte que saltaría a Off tan pronto como la corriente llegara a un solenoide que actuaba como disparador. Un cable eléctrico iba a este solenoide, y otro a un terminal rojo a un lado del barril de aluminio. Mike comprobó el interruptor manual al otro lado del cable. Todo estaba preparado. Cuando ese interruptor fuera accionado, los pequeños charlatanes dejarían de actuar, y en el mismo momento el barril entraría en acción.

    —¿Todo listo, Mike?
    —Listo y esperando. Cinco minutos para el momento del despegue.
    —Estupendo —dijo Sweeney, tomando el rollo de cable de manos de ella—. Será mejor que te metas en el vehículo y lo lleves al otro lado del polo, más allá del horizonte de este punto.
    —¿Por qué? No hay auténtico peligro. Y si lo hubiera, ¿qué iba a hacer yo allí completamente sola?
    —Mira, Mike... —Sweeney estaba ya andando hacia atrás, siempre en dirección al norte, desenrollando el cable—. Lo único que deseo es alejar el vehículo de aquí; quizá podamos utilizarlo, y una vez este barril empiece a actuar, puede que incendie todo lo que haya a su alrededor. Además, supongamos que la policía decide echar una mirada desde más cerca a este lugar. El vehículo sería visible, o al menos sospechosamente identificable. Pero a mí no podrán verme. Es mucho mejor que el oruga esté más allá de la línea del horizonte. ¿De acuerdo?
    —Oh, de acuerdo. Simplemente, procura no resultar muerto, eso es todo.
    —Lo procuraré. Me reuniré contigo una vez haya terminado el espectáculo. Anda, vete ya.

    Frunciendo el ceño, aunque no muy convincentemente, ella subió al vehículo, que empezó a avanzar con lentitud pendiente arriba. Sweeney pudo oír sus llantas desnudas rechinando contra las rocas mucho tiempo después de que hubiera desaparecido, pero finalmente también estuvo fuera del alcance de sus oídos.

    Siguió caminando hacia atrás, desenrollando el cable del carrete hasta que estuvo por completo desenrollado, y el falso campamento lo halló a casi dos kilómetros al sur. Tomo el interruptor manual con su mano derecha, comprobó su reloj y se puso en cuclillas detrás de Un largo saliente rocoso para aguardar.

    Una serie de bengalas trazaron una hilera de soles azules en el cielo. En algún lugar aulló un misil, y luego el suelo se estremeció intensamente. Sweeney deseó fervientemente que los artilleros "insurgentes" no se mostraran tan finos en su puntería.

    Pero aquello ya no iba a durar mucho. En unos pocos segundos, la nave de supervivencia —la nave dirigida a una de las seis desconocidas estrellas, y llevando consigo la nueva generación de niños Adaptados— despegaría del pi de Howe.

    Veinte segundos.

    Quince.

    Diez.

    Nueve.

    Ocho.

    Siete.

    Seis.

    Sweeney pulsó el interruptor.

    El barril de aluminio entró en acción con una tos cavernosa, y una intensa bola de luz, demasiado brillante pese a tener los ojos fuertemente cerrados o llevar las gafas protectoras de soldar o ambas cosas, ascendió en el cielo de Ganímedes. El calor azotó la piel de Sweeney con tanta intensidad como lo hiciera contra su espalda la unidad JATO , hada tanto tiempo. La conclusión, que siguió aproximadamente unos nueve segundos más tarde, lo aplastó contra el suelo e hizo sangrar su nariz.

    Sin preocuparse por ello, giró sobre sí mismo y miró hacia arriba. La luz ya casi había muerto. Ahora había una torbellineante columna de humo blanco, atravesada por siniestros e incandescentes colores, elevándose hacia el cielo a una velocidad de más de mil quinientos metros por minuto.

    Era una convincente explosión de una bomba de fisión, al menos visualmente..., pese a ser un fraude.

    La columna no empezó a abrirse para adquirir su forma de seta hasta que estuvo a casi ocho kilómetros de altura; no obstante, para entonces Sweeney estaba seguro de que no había ninguna nave de la Tierra dentro de un radio de diez unidades astronómicas de Ganímedes. Nadie se pararía a hacer preguntas, especialmente cuando todos los instrumentos del "campamento" habían dejado de transmitir simultáneamente a la "explosión".

    Quizás a la Autoridad se le ocurriera más tarde que la "explosión" podía haber sido una enorme candela romana de un solo disparo lanzada desde un barril de aluminio, y propulsada por una mezcla de compuestos fumígenos y explosivos químicos de baja acción. Pero para entonces la nave de supervivencia estaría ya más allá de toda posibilidad de rastrear su rumbo.


    De hecho, ya había partido. Había despegado a la cuenta, que Sweeney no había llegado a contar, de Cero.

    Sweeney se puso en pie, tarareando alegremente —y casi con tan poca entonación como Rullman—, y siguió caminando hacia el polo norte. Al otro lado del polo, se suponía que la Muesca continuaba alzándose progresivamente a medida que avanzaba por el hemisferio de Ganímedes orientado siempre a Júpiter. Había allí una zona crepuscular, iluminada irregularmente por el Sol debido a la libración cuando Ganímedes se hallaba en el lado de Júpiter iluminado por el Sol, y muy regularmente cuando el satélite entraba y salía de su periodo de ocultación del gran primario. Naturalmente, los periodos de ocultación iban a ser más bien fríos, pero cada uno de ellos duraba menos de ocho horas.

    Por todas partes en Ganímedes los otros colonos estaban dirigiéndose a lugares parecidos, una vez destruido su espurio equipo de guerra, cumplido su propósito. Iban equipados de las más diversas maneras, pero todos tan completamente como Sweeney. Éste disponía de un vehículo de diez ruedas para la nieve en el cual serían redistribuidos los seis neumáticos que quedaban para convertirlo en un adecuado tractor pesado, y llevaba el compartimento posterior lleno de herramientas, semillas, medicinas, comida y combustible de reserva. También tenía una esposa.

    La Tierra visitaría Ganímedes, por supuesto. Pero no encontraría nada. El interior del pi de Howe había sido arrasado tras el despegue de la nave de supervivencia. En cuanto a la gente, sería inofensiva, ignorante, y estaría muy dispersa.

    Campesinos, pensó Sweeney. Silbando, cruzó el polo norte. Únicamente campesinos.

    Finalmente vio la achaparrada forma del vehículo, detenido junto a la embocadura de un valle. En un primer momento Mike no resultaba visible, pero finalmente la descubrió, de pie dándole la espalda, en una elevación. Trepó hasta situarse a su lado.

    El valle se estrechaba durante una treintena de metros delante de ellos, y luego se abría en una amplia extensión de terreno llano. Una débil neblina flotaba sobre él. Para un terrestre, nada hubiera parecido más desolado..., pero no había ningún terrestre contemplándolo.

    —Apuesto a que es el mejor terreno cultivable de Ganímedes susurró Sweeney—. Me gustaría...

    Mike se volvió y le miró. Él dejó su deseo informulado, pero no había duda alguna de que Mike había captado el resto. Sin embargo, Pullman ya no estaba en Ganímedes para compartir sus bellezas, ésta o cualquier otra. Aunque nunca llegaría a ver el final del viaje, no sobreviviría para alcanzar su distante meta, se había ido con los niños en la nave, llevándose su conocimiento con él.

    Sweeney comprendía que había sido un gran hombre. Más grande quizá que su propio padre.

    —Ve delante con el vehículo, Mike —dijo Sweeney en voz muy baja—. Yo caminaré detrás.
    —¿Por qué? Funciona estupendamente sobre este suelo; el peso extra no importa.
    —No me preocupa el peso. Es simplemente que tengo ganas de andar. Es..., bueno, infiernos, Mike, ¿acaso no sabes que apenas acabo de nacer? ¿Alguna vez se ha oído que un niño llegase a este mundo en un catorce toneladas?


    Fin

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