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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    ● Activar Slide 1
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  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
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  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
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  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


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    NO ME BURLO DE TI (Corín Tellado)

    Publicado en diciembre 15, 2013

    Capítulo 1


    VICTORIA Rendle disfrutaba de unos días de descanso alejada de las complicaciones que habían hecho aparición en su vida a raíz de su primer gran éxito como novelista. En poco tiempo había dejado de ser una joven promesa para convertirse en una escritora consagrada, en un nombre importante en la literatura argentina, pero estaba agotada y, a los dos meses de la aparición de su libro en el mercado, huyó de Buenos Aires para refugiarse en la estancia de sus padres. Aunque el viaje hasta allí era largo y cansado, estaba dispuesta a tomarse un mes de vacaciones y a afrontar los inconvenientes de su desplaza—miento.

    Como siempre, aquella mañana se levantó temprano, abrió de par en par la ventana de su habitación y, tras comprobar que el cielo estaba despejado y el sol brillaba con intensidad, se vistió adecuadamente para cabalgar y bajó al comedor. La casa de los Rendle era una mansión del más puro y tradicional estilo inglés, que se reflejaba hasta en el más mínimo detalle. La arquitectura y decoración del Cottage, así como las costumbres, estilo y manera de vestir de sus habitantes podían hacer creer a cualquiera que viera una foto de su fachada y de su interior que estaba situada en plena Inglaterra. Ése era el ambiente en el que se había criado Victoria, ésa la manera de vivir que le gustaba y de la que se sentía orgullosa.

    Paul Rendle estaba sentado a la cabecera de la larga mesa de comedor y Ann, su esposa, servía distraídamente zumo de naranja en altos vasos. Al oír los pasos de Victoria acercándose por el salón, Paul levantó la mirada del ejemplar atrasado de The Times que leía y la dirigió a la esbelta figura de su hija.

    —Buenos días, Victoria —saludó Paul, ladeando la cara para que Victoria le besara la mejilla—. ¿Ha descansado bien la famosa escritora?
    —¡Maravillosamentel —contestó Victoria, besando a su padre—. Creo que nada ni nadie podría conseguir que yo no durmiese bien y, menos aún, cuando estoy aquí.
    —Me alegro, hija —contestó la madre sonriente—. Siéntate junto a tu padre, te serviré el desayuno.
    —No te molestes, mamá, lo haré yo misma —fijo Victoria después de besarla—. No quiero comer demasiado y si me lo sirves tú no podré negarme a hacerlo.
    —¡Con lo delgada que estás...! Deberías comer un poco más —comentó el padre pasando la hoja del periódico—. Las mujeres sois unas maniáticas.

    Sin hacerle caso a su hija, Ann se levantó de la mesa y se dirigió al aparador sobre el que estaban las bandejas del desayuno sosteniendo un plato en las manos y sin dejar de mirarla. La extrañaba sobremanera cuando pasaban tantos meses separadas, sobre todo desde que Paul decidió vivir todo el año en la estancia y reducir al mínimo sus idas a Buenos Aires. Hacía dos meses que no la vela., justamente desde la fiesta de presentación de su libro y la encontraba más delgada que nunca, lo que probablemente se debía al ajetreo de aquellas semanas. Sin embargo, la veía tan linda como siempre, vestida de manera impecable con una chaqueta de pequeños cuadros en tonos marrones que se ajustaba a la cintura, unos pantalones de montar de una tonalidad más oscura y llevaba las botas de piel por encima de los pantalones hasta casi llegar a la rodilla. Su pelo rojizo y liso, sujeto en la nuca con una coleta, era el marco perfecto para las suaves y perfiladas facciones que conferían a su rostro una personalidad y seguridad indudables. Las cejas finas y arqueadas dibujaban el comienzo de unos amplios párpados, suavemente maquillados. que finalizaban en pobladas pestañas. Sus ojos eran grandes y verdes, el sello de familia de los Rendie; sin embargo s.u boca era fina y bien dibujada, como la de la mayoría de los miembros de su familia materna. La figura de Victoria, alta v delgada, de porte elegante y distinguido, parecía reunir en sí misma los siglos de tradición inglesa de su apellido, algo que siempre la había enorgullecido, que había esgrimido como un estandarte que la diferenciaba de los demás.

    Pese a desear una familia numerosa, Ann y Paul sólo pudieron tener a Victoria y habían volcado en ella todo su amor y cariño, todas sus ilusiones... En aquellos veinticinco años nunca habían sido capaces de negarle nada, ni el más pequeño de sus caprichos. Sabían que eso la había convertido en una muchacha caprichosa y altiva, quizá demasiado soberbia, pero adorable cuando quería.

    Ann puso el plato con huevos revueltos y bacon delante de su hija, sirviéndole después un vaso de zumo de naranja y sentándose al lado de Paul, frente a ella.

    —¿Lo ves, mamá? —dijo Victoria, señalando el plato con tina sonrisa—. ¡Sabía que debía servirme yo misma!
    —Deja ya de quejarte, Victoria —contestó Paul Rendle, cerrando definitivamente el diario—. Tienes que alimentarte, al menos cuando estás con nosotros... Y si además vas a cabalgar esta mañana, con más razón.
    —Estaré estupenda en las entrevistas de televisión redondita y sonrosada como una paisana —protestó Victoria, comenzando a dar buena cuenta de su desayuno—. Estaré muy elegante...
    —No ha sido precisamente la historia de un noble inglés la que te ha hecho alcanzar el primer lugar en la lista de best—sellers —dijo Ann, observando a su hija mientras comía——, así que no sería tan terrible esa posible semejanza.
    —Tu madre tiene razón, Victoria —intervino Patil sonriendo irónicamente—. Esa historia que escribiste, supuestamente ficticia, sobre un hombre que se hace a sí mismo, que llega hasta lo más alto desde la nada, es digna de admiración.., Seguramente él también sería redondito y sonrosado. Pero no te preocupes —dijo simulando gesto de seriedad—, tus sarcasmos y tu irónico sentido del humor al describir su vida impedirán que te consideren como una muchacha simple.
    —¿Qué os ocurre? —preguntó Victoria, limpiándose los labios con su servilleta — ¿No os ha gustado mi libro?
    —¡Claro que nos ha gustado! —exclamó Ann—. La historia de tu protagonista es digna de alabanza y está escrita con un estilo intachable...
    —Sí, hija —interrumpió Paul a su esposa—, lo que a tu madre y a mí nos ha parecido fuera de lugar han sido los comentarios que has hecho posteriormente sobre tu propia obra. Te burlas de los esfuerzos de un luchador, de alguien que merece respeto.
    —¡Vamos, papá! —protestó Victoria, mirando a su padre sorprendida—. Yo no me burlo de que alguien prospere... ;Es el prototipo del sueño americano! De vendedor de periódicos a presidente... De miserable a multimillonario... Eso le encanta a la gente, les hace mantener viva su ilusión. Pero una persona así nunca podrá ver la vida igual que yo, nunca podrá tener la misma sensibilidad o cultura, en definitiva; seríamos de mundos opuestos... Por más dinero que llegase a tener, esa persona seguiría disfrutando de lo vulgar, nunca podría apreciar lo exquisito... Es de eso de lo que me río, de un burro vestido de rey; es casi tan dramático como una princesa vestida de harapos.
    —En eso te equivocas, Victoria —contestó su madre tomándole la mano—. Lo importante son las personas, su fondo, su manera de ver la vida, sean ricas o pobres. Eso te lo enseñará la vida y recuerda siempre que de todos tenemos algo que aprender.
    —Eso es lo que hemos intentado enseñarte siempre tu madre y yo —dijo Paul, frunciendo el entrecejo—, no sé de dónde has sacado esas ideas...
    —Papá—dijo Victoria poniéndose en pie—, tú mismo me lo has enseñado sin darte cuenta durante estos años. Tú nunca has invitado a casa a tus trabajadores, ni has compartido con ellos una fiesta sin mantener las distancias. ¿Qué más pruebas necesito?
    —Creo que no he sido tan claro como creía —contestó Paul Rendle, bajando la mirada—. Esas son tradiciones, maneras de trabajar que siempre se han observado en nuestra familia desde el principio, pero no quiere decir que no profese respeto a las personas que trabajan para mí o que no haya aprendido mucho de cada uno de ellos durante estos años.
    —Lo sé, papá —sonrió Victoria, acercándose a su padre para besarle—, pero esto es diferente. Es admirable que mi personaje haya conseguido triunfar en la vida, pero nunca po—drá entender un poema o cabalgar con elegancia,.. Son cosas distintas: sobrevivir haciendo cualquier cosa o vivir disfrutando lo bello. Me voy a pasear. Estaré de vuelta antes del almuerzo —después de besar también a su madre, Victoria salió del comedor caminando erguida y con paso elástico, dispuesta a disfrutar de una agradable mañana cabalgando a lomos de la yegua que su padre le había regalado unos años antes. Paul y Ann se miraron perplejos. Era evidente que su hija era una mujer segura de sí misma e inteligente, pero la vida aún le debía enseñar muchas cosas. De lo único que estaban seguros era de que Victoria tendría la suficiente fortaleza para encajarlas y aprender de ellas.,. o al menos así lo esperaban.

    El sol brillaba con intensidad y se reflejaba en la nieve que, pese a lo avanzado del verano, aún cubría parte de los árboles y el suelo. La estancia de los Rendle estaba situada al sur de Argentina, en la Patagonia andina, relativamente cerca del Parque ¡Nacional Los Glaciares y del manto de nieves eternas que cubren esa parte del país. Por estar situada algo más al norte era posible disfrutar de una temperatura agradable en verano unida a los maravillosos paisajes multicolores de la zona. Victoria era feliz cabalgando por las estepas y bosques en los que, en esa época del año, bril.laban por doquier los riachuelos y las alegres cascadas que alimentaba el deshielo. La estancia era inmensa, miles de hectáreas de terreno que ni tan siquiera ella había conseguido conocer en su totalidad. Uno de sus lugares favoritos, donde solía ir— con más asiduidad, era un pequeño lago, escondido entre sauzales y juncos, en el que podía observar los movimientos de los cisnes de cuello negro, flamencos y una gran variedad de patos. Victoria siempre se había mantenido bastante alejada en lo que se refería a la actividad económica de la estancia, la parte de la que se encargaba principalmente su padre. Sin embargo, siempre se había sentido más próxima al interés de su madre por la naturaleza de la zona y las especies tanto vegetales como animales que se podían encontrar, aunque nunca llegó a aprender demasiado de todo aquello... Le parecía hermoso y por eso le gustaba disfrutarlo, admiraba la inquietud intelectual de su madre que la había llevado incluso a publicar un libro al respecto, sin embargo, ella se había dirigido más hacia otro tipo de literatura.

    Al llegar junto al lago, bajó de su montura. ató a la yegua a una rama con descuido y se dispuso a disfrutar del espléndido panorama que se podía vislumbrar desde allí. El día era claro, hasta la última gota de rocío, hasta la más pequeña de las hojas de cualquier arbusto, brillaba al recibir la luz del sol. Victoria respiró profundamente; la hermosura y tranquilidad de aquellos parajes la hacían sentirse en paz consigo misma. A Victoria le gustaba el ambiente de Buenos Aires, donde vivía sola desde hacía más de tres años, aunque sus padres intentaban visitarla con frecuencia. Disfrutaba de su ambiente cosmopolita, de las tertulias en los elegantes cafés y de las fiestas de sociedad pero, de vez en cuando, necesitaba huir de todo aquello y vivir de nuevo la paz de su hogar, disfrutar de la belleza de aquellos parajes solitarios. Sobre todo después del revuelo causado con la publicación de su libro.

    Al verse rodeada de tanta belleza se decía a sí misma que nadie que no hubiese sido educado para ello podría disfrutar como ella de la poesía que lo invadía todo. Un hombre vulgar, un hombre como el que ella había descrito en su libro... ese hombre que ella sabía que existía y que no había sido capaz de verse reflejado en sus páginas, nunca podría ver aquello como lo veía ella, eso era evidente. Absorta en sus pensamientos comenzó a caminar hasta subir a la cima de la ladera que había a un lado del lago; desde allí, y en un día despejado como aquél, podían verse a lo lejos las cumbres nevadas de los cerros Fitz Roy y Torres, dos bellas montafias a las que su padre la había llevado en más de una ocasión cuando era pequeña... Su padre sí que era un caballero, alguien que se había educado en la tradición y en el orgullo de su apellido, tal y como sus padres lo habían sido y como después fue educada ella, como lo serían sus hijos. Las arraigadas tradiciones inglesas transportadas al Nuevo Mundo con todas sus consecuencias, algo que evidentemente siempre les diferenciaría de los demás, que siempre acompañarían a los Rendle... Y eso era algo que hacía de Victoria Rendle una mujer diferente.

    Ann disponía el servicio del té en la salita unos minutos antes de que fueran las cinco de la tarde, cuando Victoria bajó de su habitación después de haber descansado un rato. Paul había salido para ultimar algunos detalles de la salida de algunos envíos de la estancia, así que las dos mujeres terminaron de prepararlo todo y se sentaron en el sofá para esperar la llegada del cabeza de familia.

    —Dime, Victoria —dijo Ann mirando a su hija después de poner la últimas bandejas sobre la mesa—. ¿Has conocido a alguien especial?... ¿Algún hombre en especial?
    —¡Mamá!—exclamó Victoria divertida—. Eres una casamentera. Estoy muy bien sola, ¿no crees?
    —Pues no, hija, no lo creo —contestó Ann con convicción—. Me gustaría que conocieses a un hombre que te hiciera feliz y con el que pudieses formar una familia. Yo soy tan feliz con tu padre que me gustaría que tú vivieses algo semejante... Y tarde o temprano eso tendrá que suceder, no me creo que no hayas conocido a nadie que...
    —Mamá —interrumpió Victoria acercándose a su madre como si le contase un secreto—, encontrar a un hombre como papá no es nada fácil, te lo puedo asegurar.
    —Lo sé —contestó Ann, sonriendo con complicidad—, pero no tiene por qué tratarse de alguien igual a él. Tú tienes tus propios gustos, has vivido una vida completamente distinta a la mía, los tiempos han cambiado y en el ambiente que te mueves en Buenos Aires tiene que existir algún hombre que merezca la pena.
    —Yo no lo he encontrado, te lo aseguro —dijo Victoria, recostándose sobre el respaldo suspirando—. No voy a negarte que he salido con varios hombres, tú lo sabes, y que incluso alguno ha llegado a ilusionarme, pero sólo durante poco tiempo.
    —Has probado a darles una oportunidad? —preguntó la madre, acariciando el pelo de su hija—. Eres demasiado tajante y exigente.
    —No lo creo, mamá. Ése no es el problema. Les he dado más de una oportunidad, pero siempre me decepcionan. Sólo he conocido niños tontos, de buenas familias, pero demasiado blandos. No hombres de verdad —Victoria se incorporó y dirigió la mirada hacia su madre—. Luego están los que juegan a ser intelectuales u hombres de negocios pero que, en realidad, ni saben nada ni hacen nada más que seguir apegados a las faldas de sus madres. Por último están los vulgares, los que tienen acceso a ciertos círculos por el dinero que han acumulado, pero que estarían mejor en un establo, así que... no hay mucho dónde elegir.
    —No creo que sea para tanto —contestó Ann riendo—, siempre has sido algo exagerada. El último tipo de hombre que me has descrito es bastante parecido al de tu libro, ¿no?
    —Bastante —aceptó Victoria, inclinándose hacia la mesa de centro para tomar una pasta.
    —Es alguien en concreto, ¿verdad? ¿Le conociste personalmente;

    Victoria miró sorprendida a su madre. Era la persona que mejor la conocía y, evidentemente, lo demostraba una vez más. Había veces que incluso le parecía que podía leerle el pensamiento. Ann Rendle era una mujer de cincuenta años, de aspecto elegante y distinguido a la que nunca había oído pronunciar una palabra más alta que otra. Su discreción y diplomacia eran cualidades que Victoria siempre había admirado en ella; su presencia nunca resultaba molesta. Había ocasiones en las que parecía no estar atenta a lo que sucedía a su alrededor y, sin embargo, siempre se daba cuenta de todo. Aunque Victoria estaba acostumbrada a ella, nunca dejaba de sorprenderla, y ahora estaba a su lado, con un brillo especial en sus ojos azules y una media sonrisa en sus finos labios, esperando una respuesta.

    —Lo he adivinado, ¿verdad? —preguntó Arin, triunfante, interpretando acertadamente el silencio de su hija—. Por eso hablabas con tanta seguridad esta mañana.
    —¡Eres increíble! —exclamó Victoria poniéndose en pie, sonriente—. De acuerdo, tú ganas —dijo con aire resignado—. Te contaré la historia.

    Cuando Victoria se disponía a comenzar a hablar, oyeron cómo se abría la puerta principal e, inmediatamente después, la voz de Paul que avisaba de su llegada y que en unos instantes se uniría a ellas. Ann le hizo un gesto a su hija para que se apresurase a contarle la historia que le había prometido, antes de que la presencia de su padre pudiese coartarla.

    —Está bien —contestó Victoria a los gestos de su madre, acercándose a ella—. En realidad no le conozco personalmente. Se trata de un hombre bastante introducido en los cír—culos financieros. Su historia ene la contó por casualidad alguien que le admira mucho y al que conocí en una fiesta. Su estado de embriaguez era tal, que probablemente no se acuerde tan siquiera de mí, pero la historia me pareció curiosa y me inspiré en ella para mi novela. La persona que me lo contó me lo puso como ejemplo de alguien que logra hacerse a sí mismo, como ejemplo de alguien muy especial y eso me pareció un buen argumento.
    —Pero, si no le conoces, ¿cómo te atreves a dar opiniones tan rotundas sobre su vulgaridad? ¿No te parece arriesgado? —preguntó Ann con gesto preocupado.
    —No me hace falta conocerle, estoy segura de que es igual a los que ya tengo el gusto de conocer. Por otra parte es una novela, no una biografía y como tal se ha publicado y, por último, no creo que se moleste en leer ni mi libro ni ningún otro... Y, en el caso poco probable de que lo hiciera, nunca sería lo suficientemente sagaz como para saber que se trata de su vida o para captar mis ironías.
    —Si tú lo dices, Victoria —dudó la madre.
    —De eso puedes estar segura... —afirmó Victoria, convencida. Sin embargo, sería divertido conocer su reacción en el caso de que lo supiese.

    Al oír los pasos de Paul que entraba en el saloncito, las dos mujeres se pusieron en pie para recibirle, como era su costumbre. Después, los tres se sentaron alrededor de la mesa para compartir como tantas otras veces el té y las deliciosas pastas y emparedados que Ann cónfeccionaba personalmente. El té de cada tarde era una más de otras tantas tradiciones que ellos, corno otras familias inglesas propietarias de las más importantes estancias, conservaban pese a la gran distancia que les separaba de su tierra de origen.

    —Por cierto —comentó Paul distraídamente, dando un sorbo de la humeante taza—. He hablado con John Bridges. Al parecer esperan a un invitado especial y quieren ofrecer una cena en su honor. Por supuesto cuenta con nosotros y me ha pedido expresamente que vengas tú también, Victoria.
    —¡Papá! —objetó Victoria, mirando a su padre sin ocultar su contrariedad—. No me apetece ir, seguro que sale el tenia del libro y me acosarán a preguntas... Ya sabes cómo es Mildred Bridges.
    —Eso puedes darlo por supuesto, Victoria. Precisamente el que hables de tu libro es una de las razones principales de que vayas. ¡Eres un miembro importante de la comunidad y eso es un acontecimiento! —bromeó Paul, pellizcando la mejilla de su hija—. Prepárate, van a estar allí todos nuestros amigos, Mildred se va a encargar de comprar varios ejemplares de tu novela para que los firmes y quieren que hagas una corta lectura. Disfrutaremos de una velada intelectual.
    —¿Es imprescindible? —preguntó Victoria, pidiendo con la mirada el apoyo de su madre.
    —Me temo que sí, Victoria —contestó Ann, sonriente, a su mirada—. No te hagas la remolona. Además, a ti te gustan ese tipo de reuniones.
    —De acuerdo —transigió Victoria—. ¿Cuándo será la cena—.
    —Aún no lo saben —contestó Paul, dejando la taza sobre la mesa—. Su invitado ha de confirmarles cuándo llegará, pero será en breve.
    —¿Quién es? —preguntó Ann, curiosa—. ¿Le conocemos? Para que Mildred ponga tanto interés debe ser alguien especial.
    —La verdad es que John no me ha dicho su nombre y yo tampoco se lo he preguntado. Ya sabes que soy poco curioso. A mí me parece que se trata tan sólo de una excusa para poder jugar una buena partida de bridge —contestó Paul. mirando de reojo a su mujer.
    —Eso estaría bien —contestó Ann. fingiendo no per la mirada de su marido—, hace tiempo que no jugamos.

    El sonido del teléfono interrumpió la conversación del matrimonio. Victoria, que les observaba divertida, fue la primera en levantarse para ir a contestar. Aún sonriendo, levantó el auricular sin poner mucha atención.

    —Dígame —contestó distraidamente.
    —¿Victoria? —preguntó una voz femenina que le resultó familiar.
    —¡María! —exclamó Victoria con alegría—. ¡Qué sorpresa! ¿Cómo va todo?
    —Muy bien —contestó la. mujer con tono animado—. Tu libro se sigue vendiendo una barbaridad. Estamos preparando ya una segunda edición.
    —¿De verdad? —preguntó innecesariamente Victoria, complacida—.¡Es estupendo!
    —Desde luego que si, yo estoy encantada. Pero te llamaba por otra cosa —Maria cambió la entonación de su voz—. ¿Sabes quién me llamó por teléfono ayer?.
    —Quién? —preguntó Victoria despistada.
    —Santiago Gascón —contestó rotunda la voz de María.

    La expresión de Victoria se tornó sorprendida.

    —¿Qué? ¿Qué quería? —preguntó, titubeando.
    —Hablar contigo, conocerte personalmente... No fue excesivanmente concreto acerca de sus intenciones.
    —¿Qué le dijiste —preguntó Victoria, recuperando la compostura después de su sorpresa inicia!.
    —La verdad —afirmnó María—. Que estás de vacaciones en la estancia de tus padres... Pareció conformarse con la respuesta.
    —¿No te dijo nada más? —insistió Victoria. disimulando a duras penas su nerviosismo.
    —Nada. Fue extremadamente correcto y amable. Ni siquiera llegó a concretar la ra,ón por la que tenía interés en verte.
    —¡Qué sorpresas nos depara a teces la vida' —exclamó Victoria sonriendo—. Tal vez cuando regrese a Buenos Aires tenga la oportunidad de conocer personalmente nada más y nada menos que a Santiago Gascón... mi héroe.


    Capítulo 2


    Despues dee colgar el auricular, Victoria se sentó denuevo junto a sus padres, quienes la miraban expectantes. Habían oído las expresiones de sorpresa de su hija y, si bien no habían prestado mucha atención a la conversación, suponían que algo extraordinario bahía ocurrido... No era fácil que Victoria se alterase, en general era perfectamente capaz de controlar sus reacciones.

    —¿Quién te llamaba, Victoria —preguntó Ann, sirviendo de nuevo té en las tazas.
    —María Albarello, mi editora —contestó Victoria con una sonrisa—. Me ha llamado para decirme que la primera edición de la novela está prácticamente agotada y que están preparando la segunda.
    —¡Eso es estupendo! —exclamó Paul con gesto orgulloso—. Tu primera novela larga es todo un éxito, desde luego no puedes pedir más.
    —La verdad es que yu no me esperaba todo esto. María es una buena profesional y sabe cómo hacer las cosas —respondió Victoria, levantando su taza—. Organizó una presentación estupenda y mantiene buenas relaciones con la prensa. Me han hecho entrevistas en casi todos los medios del país, lo que supongo que habrá ayudado a que las ventas hayan sido tan rápidas.
    —A mi me pareció una mujer encantadora —intervino Ann con expresión complacida—. Estuve hablando con ella un buen rato en la fiesta de presentación... Te aprecia mucho, hija.
    —Lo sé. mamá. Nos hemos hecho buenas amigas, yo también le tengo mucho cariño. La considero alguien muy especial.

    Después de cenar, la familia Rendie disfrutó de una corta velada repasando viejas fotos de familia y leyendo algunos de los versos favoritos de los tres. Después de despedirse de sus padres, Victoria se retiró a su habitación. Quería descansar para levantarse temprano al día siguiente. ya que su padre había prometido acompañarla en su paseo a caballo y enseñarle algunas de las novedades de la estancia. Se metió en la cama y apagó la luz intentando obligarse a dormir, sin embargo su conversación con María volvía una y otra vez a su memoria. ;Santiago Gascón la había llamado' ¿Qué querría%

    Después de dos meses desde la aparición del libro en el mercado, se ponía ahora en contacto con la editorial... Tal vez se tratase únicamente de una casualidad. Se dijo a sí misma que era el comportamiento normal de un nuevo rico. Probablemente, querría invitarla a cualquier reunión que tuviera prevista en su casa para que sus conocidos le considerasen un hombre culto, aunque ni tan siquiera hubiese terminado el bachillerato. Sintió ganas de reír ante esa posibilidad, sería el colmo (le la ironía. El hombre sobre el que ella había escrito y sobre cuya historia había hablado desde una evidente posición de superioridad en todos los medios de comunicación, invitándola a su casa. Pero.., después de todo, tal vez hubiese leído la novela, tal vez la hubiese oído hablar en cualquier entrevista y quizá hubiese sacado la conclusión de que se trataba ,de su propia vida. Realmente a ella esa posibilidad le resultaba graciosa, incluso interesante.,. Una nueva posibilidad de ratificarse en su teoría sobre ese tipo de hombres, la oportunidad de mantener una conversación con él y hacerle patente la diferencia existente entre ambos, de modo que no tuviese más remedio que aceptar su propia realidad... Se trataba de un desafio atractivo, pero de momento tendría que esperar a su regreso a Buenos Aires para saber qué era lo que ocurría realmente.

    Victoria no dejaba de dar vueltas en la cama, cerraba los ojos intentando dormir, pero le resultaba imposible. Se sentía inquieta y nerviosa. Se dio cuenta de que, pese a conocer bastantes detalles de la vida de aquel hambre, pese a que había sido la inspiración de su mejor libro, no sabía cómo era fisicamente. Era un hombre rico e importante en ciertos círculos, pero nunca había coincidido con él en ninguna fiesta de sociedad ni había visto su foto en ninguna parte. El hombre que le contó su historia le había dicho que se trataba de una persona sin ningún tipo de vanidad. personal pese a lo que había conseguido, pero eso era algo que ella no podía creer aunque, en cierto modo, se lo demostraba la evidencia de no haberle visto nunca.

    Debía reconocer que Santiago Gascón era indudablemente un hombre listo, si bien ella no lo calificaría de inteligente. Era de ascendencia española, de padres sencillos y sin cultura que se habían dedicado a trabajar el campo de otros desde su llegada a Argentina. Aquellos humildes campesinos murieron jóvenes, dejando huérfanos a Santiago y a su hermana a temprana edad, por lo que él dejó la escuela del pueblo, preparó su exiguo equipaje y se marchó con su hermana a Buenos Aires. Allí comenzó su verdadera aventura. Según la historia que le habían narrado con detalle, su primer trabajo fue el de vendedor de periódicos, luego consiguió un trabajo fijo atendiendo un pequeño carrito de helados... Consiguió que su hermana estudiase y él aprendió lo que pudo por su cuenta. Después de algún tiempo, cuando ya tenía más de dieciocho años, el dueño del carrito de helados murió, dejándole su miserable herencia a Santiago y ése fue precisamente el punto de partida de su fortuna. ¿Se trataba de un hombre arriesgado, con afán de mejorar o tan sólo de un inconsciente? Eso era algo de lo que no podía estar segura, lo cierto es que vendió el carrito e invirtió inmediatamente parte del poco dinero obtenido en las acciones de una empresa que a él le parecía prometedora pese a su baja cotización en el mercado en aquel momento. Un par de meses después las había revendido con un alto beneficio y continuó con sus inversiones. Victoria no pudo evitar sonreír al pensar que, doce años después, al publicar su novela, aquel vendedor ambulante de helados se había convertido en un hombre millonario, al que se consideraba un genio de las finanzas, aunque muy poca gente le conocía personalmente. Hasta ese punto, la vida de aquel hombre le parecía incluso digna de cierta admiración. Lo que Victoria no podía aceptar es que el que le había contado la historia, cuyo nombre no era capaz de recordar, le considerase un hombre culto, interesado por el arte y de gran sensibilidad. Eso sólo evidenciaba una pose de nuevo rico, una actitud típica de arribista que utilizaba una falsa inquietud intelectual para ser aceptado por la gente con la que se relacionaba. Victoria no dudaba de que tuviese olfato para los negocios, de que se hubiese esforzado por mejorar, pero ella sabía que nunca podría estar al mismo nivel que las personas de una clase social superior, acostumbradas a vivir en esos ambientes desde su nacimiento. Probablemente, seguiría bebiendo mate v comiendo asado con los peones de algunas de sus propiedades... Ése era su verdadero ambiente y le parecía ridículo que pretendiese pertenecer a otro.

    Victoria logró dormirse después de varias horas en lela; casi deseaba que llegase el momento de conocerle personalmente para demostrarse a sí misma, para demostrarle a él cuál era el verdadero lugar de cada uno. Durante algunos instantes llegó a pensar que tal vez estuviese siendo injusta, incluso le pareció sentir remordimientos pero, inmediatamente, alejó esos pensa—mientos de su mente y cerró los ojos...

    Cuando Victoria y su padre regresaron de su matutino paseo por la estancia, Ann les esperaba con la mesa preparada para el almuerzo, en el que dieron buena cuenta de un jugoso roast—beef y algunos de los deliciosos postres que su madre solía preparar a Victoria cuando era más pequeña. Las fresas silvestres que Ann cuidaba con mimo en la parte trasera de la casa se convertían en un pastel que le resultaba imposible rechazar, aunque quisiese cuidar su figura.

    —¡Mamá! —protestó Victoria, relamiéndose con anticipación—. Me vas a hacer engordar varios kilos antes de que me vaya. Sabes que con otras cosas puedo contenerme, pero el dulce...
    —Vamos, vamos —contestó Ann, sonriente, sirviéndole un gran pedazo de pastel—, deja que te mime. No tengo la oportunidad de prepararte las cosas que te gustan muy a menudo y tú estás delgada, así que te puedes permitir ciertos caprichos.
    —Tu madre tiene razón., Victoria Y, por favor, no conviertas cada comida en una lucha sin cuartel. Bastante ]ata nos diste ya cuando eras pequeña.
    —De acuerdo —transigió Victoria con fingida resignación mientras se llevaba a la boca con delectación el primer bocado de pastel.
    —Hoy me ha llamado Mildred Bridges —dijo Ann, sentándose después de que la doncella sirviese a su marido—. Mañana tendrá lugar la cena que habían previsto, así que no hagáis planes.
    —¿No has visto la posibilidad de librarme de ese compromiso, mamá? —preguntó Victoria.
    —Ni lo sueñes, hija. Mañana iremos los tres juntos a esa cena. Te prometo que intentaré echarte una mano para que no te resulte muy pesada —sonrió Ann—. Además, Jane ha ve—nido a pasar también unos días con sus padres y tiene ganas de verte.
    —Eso no es un gran consuelo, mamá. Jane es insoportable.
    —¿Se puede saber por qué te has vuelto tan arisca, Victoria? —preguntó Paul, mirándola sorprendido—. ¿Es que nadie te resulta simpático?
    —Tú sí, papá —sonrió pícaramente Victoria—, y mamá también.
    —Vaya, muchísimas gracias —contestaron Ann y Paul a un tiempo.
    —Es una suerte contar con tu aprobación, ¿verdad, Paul?—bromeó Ann.
    —Desde luego. Siempre he sabido que mi princesa es muy exigente.

    Paul abrazó a su hija y se despidió de su mujer hasta la hora del té.


    La estancia de los Bridges estaba situada a más de dos horas de camino de la de los Rendie. La carretera hasta allí no era mala y en aquella época del año esa distancia se convertía en un agradable paseo. Un paisaje cambiante y multicolor hacía casi imposible separar la mirada de la ventanilla. Cuando los Rendle llegaron a su destino habían visto algunos grupos de ñandúes y guacanos que le brindaron a Ann la oportunidad de hablar de los nuevos estudios que estaba realizando en sus horas libres, por lo que los tres llegaron a casa de los Bridges animados por la interesante conversación mantenida durante el viaje y por la oportunidad de hacer de nuevo excursiones juntos.

    La casa de los Bridges estaba situada relativamente cerca de la carretera, erigida en medio de un precioso y cuidado jardín que resaltaba su arquitectura de estilo típicamente inglés. Ésa era una característica más o menos común en todas las estancias de la región ya que aquellos que las fundaron intentaron sentirse lo más cerca posible de su hogar, pese a los miles de kilómetros que les separaban de Gran Bretaña. Los miembros de la colonia inglesa de aquellas tierras solían conocerse entre sí y reunirse en cuanto tenían una excusa para ello, como era el caso de la cena de esa noche. Incluso en los pueblos y ciudades de los alrededores eran típicos los salones de té en los que habitualmente se detenían las familias cuando iban a hacer compras.

    Mildred y John Bridges recibieron a los Rendle sonrientes y con su amabilidad característica. Eran tos primeros en llegar y estaban deseando contar con su compañía. Les hicieron pasar directamente al salón para ofrecerles un aperitivo mientras llegaba el resto de los invitados. Después de que John Bridges sirviese unas copas de jerez seco para todos, se sentaron distri—buyéndose entre el sofá y las butacas que había frente a la chimenea. Cuando Mildred estaba a punto de explicarles a Ann y a Victoria dónde estaban ,Jane y el invitado en honor del cual se celebraba la cena, la voz de su hija se oyó clara y aguda en la puerta principal.

    —Creo que nos lo podrán contar ellos mismos —dijo Victoria al identificar la voz de su amiga de la infancia.
    —Han querido aprovechar antes de que llegaseis para dar un paseo por los alrededores de la casa —contestó Mildred, sonriente—. Jane ha llegado hoy mismo y estaba deseando ir a los establos para ver a su yegua. Creo que cuando está fuera de casa siente más nostalgia por ella que por nosotros.
    —Debe de ser algo inherente a nuestras hijas —intervino Ann en tono de broma—. Desde que Victoria llegó ha pasado más tiempo con Vanity que conmigo.
    —¡Qué exagerada eres, mamá': —exclamó divertida Victoria—. Lo que ocurre es que con ella no puedo hablar nunca por teléfono...
    —Sigues igual que siempre, Victoria —aseguró Mildred—. Mantienes tu sentido del humor.

    Paul y John habían dejado solas a las mujeres y charlaban animadamente en un extremo del salón, junto a la vitrina de las escopetas, contemplando la última adquisición del señor Bridges. Ellas bebían a cortos sorbos sus copas de jerez, mientras esperaban que los recién llegados se uniesen a ellas.

    —¿Quién es vuestro invitado? —preguntó Victoria a Mildred sin poder reprimir su curiosidad—. ¿Es el novio de Jane?
    —¡Victoria!—exclamó su madre contrariada—. Te estás volviendo bastante indiscreta.
    —No te preocupes, Ann —contestó Mildred Bridges, sin dejar de sonreír——. No ha sido correcto por mi parte no informaros antes acerca de quién cenaría con nosotros esta noche, pero puedo excusarme.
    —No tiene importancia... —interrumpió Ann, algo violenta por la situación.
    —La verdad es que nosotros no le conocemos directamente, pero un socio de John en Buenos Aires nos pidió expresamente el favor de que le acogiésemos en casa —dijo Mildred bajando el tono de voz como si se tratase de una confidencia—. Al parecer es un hombre de muy buena posición que deseaba conocer esta parte del país y al preguntarle al socio de John sobre buenos alojamientos y el mejor modo de llegar, éste le ofreció nuestra casa ya que están a punto de hacer negocios juntos... Pero si te soy sincera, Victoria —Mildred tocó el brazo de la joven con suavidad—, no me importaría que fuese el novio de Jane, es un hombre encantador.
    —Parece que será una cena interesante —sonrió Victoria mirando a su madre, disculpándose con la mirada—. ¿Cómo se llama
    —Santiago —contestó Mildred en el mismo tono—. Es de ascendencia española. No sé muy bien a qué se dedica, la verdad, pero parece un hombre muy culto... Además de ser muy atractivo.

    Al oír ese nombre, el corazón de Victoria comenzó a palpitar con inusitada violencia. Desde que recibió la llamada de María Albarello no había dejado de pensar en él. ¿Y si se tratase del mismo... Santiago Gascón? Victoria intentó mantenerse imperturbable y que su estado de nervios no se traicionase en ninguno de sus gestos. De pronto, pasó de sentirse abrumada por esa posibilidad a creerse ridícula porque eso pudiese alterarla. En primer lugar, se trataría de una increíble casualidad que ese hombre fuera a parar a casa de unos amigos y, desde luego, era imposible que hubiese ido a buscarla expresamente, así que resultaba absurdo considerar la remota posibilidad de que pudiese ser él... Su nerviosismo sólo se debía a que el saber que la había llamado la había sorprendido. Nada más. Victoria respiró rítmicamente, obligándose a serenarse y se dijo a sí misma que aun en el caso de que fuera él, no tenía por qué sentirse incómoda, a fin de cuentas ella había llegado a desear esa posibilidad.

    Los pasos y la voz de Jane la sacaron de su breve ensimismamiento. Levantó la vista y dirigió su mirada hacia el lugar de donde provenía la voz de su amiga. Allí estaba Jane Bridges, saludando a los dos hombres que seguían charlando junto al armario de las armas. Victoria se puso en pie para ir a saludarla. Hacía al menos un año que no coincidía con ella, pero estaba exactamente igual. Era una muchacha alta, aunque algo menos que ella, de rasgados ojos azules y cabello intensamente rubio y bastante rizado que siempre había llevado largo, hasta la mitad de la espalda. Tenía un año menos que ella y, dada la relación de amistad de los padres de ambas, se vieron casi obligadas cuando eran niñas a hacerse amigas, aunque en realidad ninguna de las dos sentía un especial apego por la otra. Jane siempre había sido la niña dulce, bonita y mimada y Victoria la inteligente y descarada. Aquel reparto de papeles no siempre fue del agrado de Victoria. Durante una época llegó a sentir celos del rizado y rubio cabello de Jane, de su boca grande y sonrosada y de los ojos azules que sabía entornar de una mariera especial cuando quería conseguir algo. A su lado Victoria se sentía como el patito feo. sobre todo cuando se miraba al espejo y veía su liso cabello rojizo. Sin embargo, con el tiempo, lo había superado sin problemas. Llegó a darse cuenta de que ella también era atractiva y de que no todas las miradas de los chicos se dirigían a Jane, sobre todo cuando la habían oído hablar. La voz de Jane era la voz aguda de una niña mimada y sus únicos temas de conversación se reducían, a la moda, las fiestas de temporada y la relación de hombres solteros. Victo—ria, con el tiempo, agradeció que le hubiesen adjudicado el papel de inteligente.

    Ahora, observando los movimientos de su antigua amiga, se daba cuenta de que, aunque sólo hacía un año que no la veía, realmente habían transcurrido varios más desde que no charlaban o pasaban varias horas juntas... Tal vez había cambiado... La característica risita chillona de Jane a medida que Victoria se acercaba a ella para saludarla, confirmó a la joven que realmente nada había cambiado.

    —¡Victoria! —exclamó alegremente Jane, acercándose a ella para besarla—. ¡La famosa escritora! Tenía muchísimas ganas de verte para que me cuentes todo lo que te ha ocurrido últirnarnente, la gente que has conocido...
    —No hay demasiadas cosas interesantes que contar, Jane —la interrumpió Victoria con una paciente sonrisa—. Pese a ello, te contaré lo que quieras y prometo no aburrirte demasiado.
    —Tú nunca me has aburrido —contestó Jane con su encantadora sonrisa y, luego, acercándose más a Victoria—: Recuerda que tú has sido siempre la inteligente, me gusta escucharte. Luego yo te hablaré sobre las últimas novedades de cosmética, corno hacíamos antes.

    En el momento en el que Jane le decía esas palabras una imponente figura masculina había entrado en el salón y se había situado lo suficientemente cerca de ellas como para escuchar el comentario. En otras circunstancias, Victoria no se hubiese molestado por las palabras de Jane, de hecho no tenían la más mínima importancia, pero saber que aquel hombre las había oído la hizo sentirse de nuevo como el patito feo.

    Al ver que la mirada de Victoria se dirigía hacia alguien que estaba a su espalda, Jane se giró para ver de quién se trataba y, emitiendo una de sus agudas risitas, tomó al hombre del brazo y lo acercó hacia sí.

    —Victoria, te presento a Santiago Arqués —dijo Jane, mirándole con coquetería—. Es nuestro invitado.

    Victoria acertó a tenderle la mano sin poder apartar la mirada de los profundos ojos negros de aquel hombre que parecía hipnotizarla. Se sintió aliviada al comprobar que sus temo—res de que se pudiese tratar del protagonista de su novela eran infundados. Evidentemente, sólo se había tratado de una coincidencia. Sin embargo, la manera en que la miraba el recién llegado casi le hizo perder el aliento. Era indudable que M. ildred Bridges tenía razón, su invitado era muy atractivo. Santiago Arqués era un hombre alto y fuerte, de mentón decidido y rasgos angulosos. Pese a estar perfectamente afeitado, se podía intuir que tenía una barba poblada y oscura, como su ondulado cabello, que llevaba más corto por el cuello y algo más largo, aunque muy cuidado, en la parte superior de la cabeza. Su tez morena destacaba debido al contraste con el elegante traje color arena, de corte italiano, que vestía. Pero sin duda, y pese a que a primera vista no le encontraba ningún defecto, lo que más la había impresionado había sido la intensidad de su mirada. Si existía algún prototipo de hombre latino, desde luego ése era Santiago Arqués.

    —¡Santiago!—dijo Mildred, acercándose al grupo de los jóyenes del brazo de Ann—. Espero que el paseo te haya resultado agradable...
    —Desde luego —afirmó Santiago, con grave voz masculina—. No nos ha dado tiempo a ver demasiado, pero su estancia parece muy hermosa... —dirigió su mirada a Jane—. Aunque permítame decirle que al lado de su hija la belleza de sus ardines me ha pasado absolutamente inadvertida. Victoria fue víctima de un violento ataque de celos al ver la sonrisa seductora con la que le respondía Jane y la manera en que entornaba los ojos para mirarle... Sólo le faltaba caer rendida entre sus brazos.
    —Santiago es todo un caballero español, de eso no hay duda —dijo Victoria mordaz, forzando un gesto de indiferencia.
    —¿Ya les has presentado? —pregunto Mildred, dirigiéndose a su hija.
    —Estaba haciéndolo justo cuando has llegado, mamá —contestó Jane, sin soltar el brazo de Santiago y mirándole después—. Te presento a Victoria Rendle y a su madre, Ann. Los Rendle son amigos de toda la vida, ¿verdad, Victoria?
    —Desde luego —contestó Victoria con ironía.
    —Encantado de conocerlas —Santiago le tendió la mano a Ann, haciendo una leve inclinación de cabeza—, aunque en cierto modo ya las conocía a ambas.

    Ann le miró sorprendida y sonriente, para después dirigir su mirada a su amiga Mildred.

    —La señora Bridges me habló ayer de ustedes —contestó Santiago con una sonrisa—, pero no es por eso por lo que digo que las conozco. He leído los libros de las dos y, aunque ab—solutamente diferentes, ambos ocupan un lugar de honor en mi biblioteca.
    —Es usted muy amable —contestó Ann. riendo complacida—. No me encuentro con mucha gente que haya leído mi libro. Las obras sobre plantas y animales no suelen tener mucho éxito comercial.
    —Pues precisamente su libro es el que comenzó a despertar mi interés por esta parte del país, por eso estoy ahora aquí—dijo Santiago con convicción—. En él describía de un modo tan bello los paisajes de la zona, desde aquí hasta los glaciares, que siempre he tenido deseos de conocer esta región personalmente.
    —Espero que no le defraude —respondió Ann, casi ruborizada.
    —No lo creo —contestó Santiago. fijando de nuevo su mirada en Victoria—. Por el momento todo lo que he visto es hermoso.

    Victoria sintió que su corazón se desbocaba al sentir de nuevo en los suyos la fuerza de los penetrantes ojos negros de Santiago. Al oírle pronunciar esas palabras mientras la miraba únicamente a ella, se quedó paralizada. Se sentía como una colegiala.

    La voz de él era masculina y dura, pero a la vez suave y susurrante. Su magnetismo parecía tener atrapadas a las cuatro mujeres a su alrededor. Antes de que ninguna de ellas pudiese responder a su último cumplido, Paul y John se acercaron al grupo.

    —Santiago, esto n.o es justo —dijo John Bridges en tono de broma—, has acaparado la atención de todas nuestras mujeres. Te presento a mi buen amigo, Paul Rendle.
    —Encantado de conocerle, señor Rendie —contestó Santiago, tendiéndole la mano—. Imagino que estará usted encantado de tener a dos mujeres bellas e inteligentes en su casa.
    —La verdad es que no me puedo quejar —rió Paul, estrechando la mano que le tendía—. Pero le aseguro que eso a veces trae muchos quebraderos de cabeza.
    —Santiago es un adulador —intervino John riendo también—. Temo el día que se marche porque entonces Mildred se habrá acostumbrado a oír cumplidos y me traerá de cabeza para que le diga cosas lindas.
    —Les aseguro que no suelo hacer cumplidos gratuitos —contestó Santiago con una media sonrisa y mirando alternativamente a las cuatro mujeres para detenerse en Jane—, pero admiro la belleza y me resulta difícil no alabarla.
    —¿Y la inteligencia?—preguntó Victoria, punzante, deseando inconscientemente que la mirase a ella y esperando con curiosidad su respuesta.

    Santiago clavó de nuevo su mirada en la de Victoria y se dirigió a ella con voz suave para contestarle escuetamente: —La inteligencia me cautiva.


    Capítulo 3


    El resto de los invitados a la cena de los Bridge no tardó demasiado en llegar, En poco tiempo. el salón estaba lleno de gente que se saludaba alternativamente haciéndose las mismas preguntas sobre la :familia y las cosechas para comentar después la situación económica del país. A Victoria le parecía en ocasiones que volvía a ser de nuevo una niña y que asistía a una de las cenas de sus padres: las mismas conversaciones y la separación entre hombres y mujeres se repetía, si bien en esta ocasión la diferencia era que ella era uno de los centros de atención.

    A ninguna de las familias de la colonia inglesa de la región le había pasado inadvertido el éxito literario de Victoria Rendle y las preguntas y felicitaciones se sucedían sin parar. Debía reconocer que esa situación halagaba su vanidad, sobre todo en presencia de Santiago, aunque en muchas ocasiones hubiese preferido no tener que hablar con tanta gente y tener más tiempo para charlar con él. No podía evitar buscarle con la mi—rada cuando le perdía de vista. Le gustaba la manera en la que se presentaba a todo el mundo y el modo en que movía las manos al hablar. Estaba claro que no se trataba de un noble inglés, no era excesivamente refinado ni moderado, pero su espontaneidad y seguridad en sí mismo delataba cierta elegancia innata.

    Cuando al buscarle instintivamente se encontraba de pronto con su mirada, se sentía inusualmente excitada y nerviosa, incluso temía sonrojarse sin poder hacer nada para evitarlo, lo que la hacía sentirse vulnerable y débil. Por el contrario; cuando veía a Jane cerca de —él, tornándole del brazo y coqueteando descaradamente, sentía una indignación indescriptible y tenía que luchar por no ceder al impulso de ignorar a la persona con la que estuviese hablando e ir directamente a separarla de él. ¿Por qué tenía que ser tan atractiva y mover los ojos de aquella manera? ¿Por qué tenía que llevar un vestido tan ajustado y ella uno tan elegante, pero discreto?

    En el primer momento que tuvo una oportunidad, Victoria se disculpó convenientemente con la señora con la que conversaba y se encerró en el amplio cuarto de baño floreado. Apoyó ambas Ruanos en el mueble de mármol del lavamanos y se miró fijamente al espejo para comprobar que sus mejillas, tal y como temía, estaban sonrojadas. Pacientemente, se incorporó para sacar del pequeño bolso de raso azul verdoso, que colgaba de su hombro y que hacía juego con sus zapatos y vestido, la polvera para retocarse. A medida que daba ligeros golpes con la suave borla sobre su rostro se comprendía menos, a sí misma. ¿Qué le estaba pasando? Nunca se había sentido así antes. Parecía que la mirada de aquel hombre la hubiese hechizado, que su manera de hablarle la hubiese conquistado. Se repetía una y otra vez que las sensaciones que estaba experimentando eran impropias de ella. ¿Cómo podía sentirse celosa de Jane a esas alturas? ¡Era absurdo! ¿Cómo podía sentirse insegura por la presencia de un hombre al que no conocía de nada? Después de repasar su maquillaje volvió a mirarse de nuevo fijamente en el espejo, tal y como había hecho al principio, intentando infundirse ánimos para controlar sus reacciones. Ella nunca se había permitido esas niñerías y no iba a empezar ahora. Seguramente, ese hombre tenía bastante que aprender de ella, De pronto, el sonido de unos leves golpes en la puerta la distrajeron de sus pensamientos.

    —Victoria, ¿estás ahí? —preguntó la voz de Jane desde el otro lado.
    —Sí —contestó Victoria, después de respirar profundamente—. Ahora mismo salgo, Jane.
    —¡Ábreme! —rogó mimosa Jane.

    Victoria abrió la puerta de inmediato y Jane pasó al cuanto de baño cerrando rápidamente.

    —Te buscaba porque ya se están sentando todos a la mesa —dijo Jane, mirando a su amiga con una sonrisa—, pero quería hablar contigo a solas un momento.
    —Tú dirás —contestó Victoria, intentando mostrarse amable.
    —¿Qué te ha parecido Santiago; Es un sueño de hombre, ¿verdad? —preguntó Jane con gesto ilusionado—. ¡Es tan guapo... y amable! Además es soltero y rico. ¿Qué más se puede pedir?
    —Desde luego nada más —respondió Victoria forzando una sonrisa—, pero ya sabes que tú y yo no tenemos los mismos gustos en lo que a hombres se re%ere.
    —Me alegro de que no te guste —dijo Jane sin sorprertderse—, porque a mí me encanta. Así nre ayudarás, como cuando éramos unas adolescentes.
    —Haré lo que pueda —y con repentina prisa añadió—: Será mejor que nos unamos a los demás; no empezarán a cenar sin nosotras.
    —Tienes razón —contestó Jane despreocupada.

    Mientras Jane caminaba delante de ella, hacia el comedor, Victoria pensaba en lo absurdo de la conversación que acababa de mantener con Jane. Se preguntaba por qué le habría mentido asegurando que a ella no le gustaba Santiago y, lo que era aún peor, ¿cómo era posible que ella se sintiese atraída por un hombre que le gustaba a Jane? Siempre habían sido opuestas en ese aspecto. Victoria temió por un momento estarse volviendo tan tonta como Jane. Era imposible que a ambas les atrajesen las mismas cosas de un hombre. Victoria se dijo para sus adentros que todo aquello no era más que el producto de la vieja rivalidad que existía entre ambas. Cuando llegaron al comedor se sentía mucho más tranquila y capaz de dominar la situación, después de haber encontrado una explicación lógica para las reacciones que había experimentado al principio de la velada.

    Había unos treinta comensales sentados a la mesa v, evidentemente, Jane obligó a su madre a cambiar la disposición de algunos de los invitados para sentarse junto a Santiago. Vic—toria se sintió aliviada al comprobar que le había tocado en el mismo lado que a ella y que estaban separados por una persona. por lo que era bastante difícil que sus miradas se encontrasen. Sin embargo, aunque eso le resultó relajante, a los pocos minutos de comenzar a cenar se dio cuenta (le que no servía de nada, al menos para distraer su atención. La única persona que le separaba de él era un hombre bastante mayor que reo hablaba ni se interesaba en absoluto por lo que ocurriese a su alrededor. Los comensales del otro lado eran más o menos de las mismas características, dos señoras que no tenían la menor intención de introducirla en su conversación. Así pues, de pronto se sorprendió atendiendo a la conversación que mantenía Santiago con las personas que tenía cerca y entre las que se encontraba su padre. Llegó un momento en el que estaba tan concentrada escuchándoles hablar que no prestaba ninguna atención a las breves palabras que le dirigían sus compañeros de mesa.

    Pese a que las conversaciones que se mantenían en ese tipo de reuniones solían ser irrelevantes y normalmente las mismas, Santiago las conducía hacia temas más comprometidos para al—guien a quien no le gustase aportar demasiadas opiniones que diesen a conocer sentimientos auténticos. Sin embargo, a él no parecía importarle demasiado expresar sus opiniones, algo que, extrañamente, para ese círculo de personas fue cautivando a sus interlocutores. No hablaba de su vida en concreto, ni de sus riquezas, empresas o relaciones sociales sino de su manera de ver la vida y de disfrutar de ella e intentaba que los demás hiciesen lo mismo con un cierto éxito por su parte. Evidentemente, nada de lo que decía acerca del modo de valorar las cosas más sencillas o de su poco apego a los convencionalismos sociales tenía mucho que ver con Victoria o con las rígidas reglas inglesas que ella acataba Y. sin embargo, su manera de hablar hacía que sus palabras le parecieran incluso lógicas, por más que intentase resistirse a ellas.

    —¿De dónde es su familia, Santiago'— —preguntó Paul Rendle casi a los postres, después de haber mantenido una larga c agradable charla.
    —Mis padres eran españoles —contestó con desenvoltura—, Gente muy humilde, pero buena y honrada que vino a trabajar a estas tierras hace muchos años.
    —Debió de ser gente muy especial cuando han conseguido que su hijo no llevase la misma vida que ellos —dijo Pata¡, admirado.
    —Realmente era gente especial —contestó Santiago con una melancólica sonrisa—. Por desgracia murieron cuando yo era aún muy pequeño; sin embargo nunca les he olvidado. Siem—pre he recordado la razón por la que decidieron emigrar: por darme una vida mejor, un futuro más alentador. Siempre hablábamos de lo que estudiaría, de cómo cambiaría nuestra vida entonces y ese recuerdo ha sido siempre el motor de mis días. aunque no todo haya sido como ellos deseaban.
    —Lo siento —se disculpó Paul, dándose cuenta de la indiscreción que había cometido al preguntar por su familia—. pero como padre le digo que estoy seguro de que estarían orgullosos de usted...

    Victoria palideció al oír la última parte de la conversación entre Santiago y su padre. ¿Cómo era posible que, tratándose de otro hombre, hubiese tantas coincidencias con su novela? Realmente él provenía de una familia humilde, se había quedado huérfano joven y, por su aspecto y los comentarios de Mildred. parecía haber triunfado en la vida a los treinta años de edad. ¡Era increíble) Victoria se dio cuenta en ese momento de que probablemente serían muchas las personas que habían vivido unas circunstancias parecidas a las suyas y que habrían conseguido salir adelante. Sin embargo, ahora no sabía cómo sentirse. Por una parte estaba violenta ya que, después de conocer a Santiago, su teoría parecía desmoronarse en parte. No tenía aspecto de patán, ni se le podía calificar de un hombre vulgar. Por otra, se sentía ingenua porque un hombre tan diferente a ella, justamente su opuesto, hubiese podido atraerla. Se autoconvenció de que tan sólo se había dejado llevar por una voz agradable y una mirada de magnetismo animal, lo que era absurdo en una mujer como ella...

    Victoria permanecía abstraída en sus pensamientos, por lo que no se dio cuenta del momento en que la persona que la separaba de la mirada de Santiago se levantó de la mesa. Tenía la mirada perdida en un punto indefinido del comedor mientras escuchaba de fondo la voz cantarina de Jane.

    —Estoy deseando escuchar la lectura que va a hacer de su libro, Victoria —sonó profunda y masculina la voz de Santiago—. En cierto modo me siento identificado con la bella historia que narra y será un placer oírla de sus labios.

    Victoria se sobresaltó al oír su voz, volvió inmediatamente la cabeza y se encontró de nuevo con sus ojos negros que parecían querer adivinar sus pensamientos. De pronto se sintió empequeñecer, sus mejillas volvían a sonrojarse de súbito... Todos sus razonamientos, todas las evidencias que le presentaban como una persona objetivamente incompatible con ella se desmoronaban cuando sentía aquella mirada sobre sí.

    —Nos comentará algo sobre su libro, ano es así, —volvió a decir Santiago al ver que ella no contestaba.

    Victoria pudo captar cierta ironía en la voz y en los ojos de Santiago. Se dio cuenta de que probablemente él la habría visto en alguna de las entrevistas que le habían hecho en televisión o habría leído las publicadas en las revistas, por lo que conocía su opinión acerca del protagonista con el que él se sentía identificado. El corazón volvía a latirle a toda velocidad, tenía que encontrar una salida si no quería quedar como una tonta. Su orgullo y sensación de superioridad vinieron en su auxilio.

    —Por supuesto, Santiago —contestó Victoria con una me dia sonrisa y la barbilla elevada—Atenderé gustosa las preguntas que desee hacerme, lo que no me gustaría es aburrir al resto de los invitados con una tediosa lectura.
    —Vas a tener que leer —dijo Jane, acercándose de nueva al costado de Santiago—. Mamá se lo está diciendo a todos los invitados que están ya en el salón y que, por cierto, nos esperan.
    —¿Lo ve, Victoria? —dijo Santiago ayudándola a levantarse—. Nadie teme aburrirse con usted.
    —¡Claro que no! —corroboró Jane, haciendo un gesto con la mano—. Es muy inteligente, ¿sabes? —miró a Santiago—.Estarnos muy orgullosos de ella.
    —Sé que es inteligente, Jane. La he oído hablar en público en varias ocasiones y sus opiniones son muy interesantes. Estoy deseando que comience la tertulia.

    Mientras Santiago le ofrecía un brazo a Jane y otro a ella para acompañarlas hasta el salón, Victoria hubiese deseado que se la tragase la tierra. Estaba convencida de su teoría, nunca había temido defenderla ante nadie, pero por más que se lo negaba a sí misma n.o podía evitar que la presencia de Santiago Arqués la alterase y que sus principios se tambaleasen. Hubiese preferido no tener que hablar de su libro, no leer ni una sola línea y evitar cualquier pregunta. Casi deseaba ser como Jane, colgarse de su brazo, pestañear de vez en cuando y dejarse llevar por él. La lucha que se desencadenaba en su interior entre su atracción por Santiago y el desprecio por su situación se convertía en una auténtica tortura.

    Antes de que pudiese darse cuenta estaba en el centro del salón, con un ejemplar de su novela en la mano y leyendo uno de los primeros capítulos, en el que describía un atardecer en los campos interminables en los que trabajaban los padres del protagonista mientras él y su hermana se perseguían el uno al otro. Una fuerza nueva y extraña le hacía pronunciar las palabras de un modo distinto, darle a las frases que había leído tantas veces una entonación diferente... Sabía que la atención de Santiago estaba completamente centrada en ella, que la estaría recorriendo con sus ojos, que pararía en su escote y en sus labios para obserilar el ritmo de su respiración y el modo en que su boca dibupaba cada sílaba y esa sensación la hacía sentirse diferente. Sin embargo, al terminar de leer, cuando todos los invitados comenzaron a aplaudir y Santiago se puso en pie, recuperó su postura arrogante y fría, como si el modo en el que había leído aquello no tuviese nada que ver con él.

    Ella nunca había sido una persona sentimental o impulsiva y odiaba sentirse de aquella manera.

    Después se entretu\o firmando un ejemplar para cada uno de los invitados, ejemplares que Mildred Bridges se había preocupado de repartir entre ellos. El último en acercarse a la butaca en la que estaba sentada fue Santiago.

    —Sería un honor para trií tener su autógrafo —dijo tendiéndole lentamente su ejemplar sin dejar de mirarla—. Me gusta la idea de tener dos ejemplares de su libro en mi biblioteca.
    —¿Es usted siempre tan galante? —preguntó Victoria, intentando dibujar una media sonrisa de superioridad en su rostro—. ¿O se trata tan sólo de una manera de actuar en este tipo de reuniones?
    —Me gusta valorar lo hermoso, bien se trate de una mujer o de un libro —contestó Santiago sin apartar su mirada de ella, con voz tranquila que denotaba doble intención—. Siempre lo hago, en una lujosa estancia o en un miserable poblacho. Yo soy el mismo en cualquier situación... Resulta mucho más cómodo no tener caretas. ¡Pruelbe alguna vezl

    Victoria escribió algunas rápidas y sencillas frases sobre la parte interior de la cubierta del libro. La respuesta de Santiago había sido amable, pero dura, evidentemente referida a la contradicción existente entre las páginas de su libro y las opiniones que había dado a los distintos medios de comunicación. Tenía que admitir que se trataba de un hombre de mente ágil, al que no era fácil dejar sin respuesta. Era rápido y correcto, capaz de decir lo que quería sin ofender...

    —En eso coincidimos —contestó Victoria poniéndose en pie y alargándole el libro—. Yo también suelo dar mis opiniones en cualquier lugar y no tengo miedo a criticar, incluso mi propia obra.
    —¿Quiere que nos sentemos? —preguntó Santiago, tomándola del brazo con una encantadora sonrisa—. M1e gusta charlar con usted.
    —¡Desde luego! —contestó Victoria, sonriendo también.

    Se dirigieron hacia el sofá en silencio. Victoria no podía evitar que el roce de la mano masculina sobre la piel de su brazo desnudo la hiciese estremecer. Su instinto la hacía desear sentarse junto a él y perderse en su compañía, pero lo que su cabeza realmente quería era mantener con él una conversación que le descubriese a sí mismo lo que realmente era, que él mismo llegase a aceptar las diferencias entre ambos y que esa incipiente sensación de culpabilidad desapareciese de su estómago.

    En el momento en el que tomaban asiento, cuando Santiago apoyaba su brazo en el respaldo del sofá por detrás de ella y pudo sentir su perfume y ver de nuevo sus labios bien dibujados, deseó salir corriendo, huir de él... Casi no se sentía capaz de razonar.

    —Tiene unos ojos maravillosos, Victoria —dijo Santiago, fijando en ella su mirada—. Es curioso, son del mismo color de su vestido.
    —Una feliz coincidencia, ¿no le parece? —contestó ella con una falsa sonrisa, intentando hacerse fuerte frente a él.

    ¡Desde luego! —exclamó él, burlón—. Pero no más feliz que el hecho de que el color de su cabello sea el complemento perfecto para sus atractivos rasgos.

    —¡Cosas de la naturaleza! —contestó ella fríamente, e Ínniediatamente después—: ¿A qué se dedica?

    Santiago rió por la contestación y, en el momento en que iba a responder a su pregunta, Jane se acercó y pasó su mano de modo insinuante por la parte superior de la pechera de la chaqueta.

    —Ahora me toca a mí demostrar mis habilidades, Victoria —dijo, mirando coqueta a Santiago—. Así que venid al otro lado del salón, voy a interpretar un par de piezas al piano.
    —Luego continuaremos nuestra conversación —se disculpó Santiago, poniéndose en pie.

    Antes de que Victoria pudiese darse cuenta, Jane ya había arrastrado a Santiago hasta situarle lo más cerca posible del piano, mientras que ella se ¡labia quedado sola en pie junto al sofá. Las contradicciones que la atormentaban desde el principio de la velada volvían de nuevo a ella. Hubiese deseado reaccionar como una mujer normal ante sus piropos, sonreírle, animarle a que continuase con ellos... Sin embargo, no podía evitar ser brusca y sentirse en inferioridad de condiciones con respecto a Jane, que reaccionaba sin dificultad, corno una perfecta muñeca de salón. Por otra parte, Victoria quería destrozarle, hacerle evidente que ella era muy superior a él por más dinero que hubiese conseguido acumular en pocos años. Victoria estaba confusa. No sabía si amarle o despreciarle.

    Sus reacciones físicas eran más fuertes que las cerebrales. Al ver a Santiago junto al piano, admirando la belleza de Jane, al percatarse de las continuas miradas que ésta prodigaba a aquel hombre, Victoria sentía que la sangre le hervía en las venas, que el corazón le latía tan deprisa que incluso llegaba a dolerle. Todo lo que le estaba pasando no era lógico, así que decidió que, en cuanto terminase la actuación de Jane, le pediría a sus padres que se marchasen a casa y olvidaría aquella absurda noche y a Santiago Arqués.

    Después de los nutridos aplausos que celebraron la interpretación que a Victoria le pareció más que deficiente, ésta fue en busca de sus padres. Jane y Santiago estaban junto al ventanal del porche... Pensó con rabia que él probablemente le estaría hablando del color de sus ojos, aunque unos segundos después no pudo evitar sonreír al pensar en la expresión de Jane cuando le dijese que eran del mismo color de su vestido... ¡rojo!

    Al cabo de unos minutos encontró a sus padres charlando con los Bridges. Su padre parecía algo cansando y ojeroso, así que pensó que era la excusa ideal para que se marchasen.

    — ¡Victoria! —exclamó su madre al verla—. Precisamente iba a buscarte ahora. Tu padre no se encuentra muy bien y...
    —Nos vamos cuando queráis —interrumpió Victoria a su madre sintiéndose mucho más tranquila—. ¿Le pido las chaquetas al mayordomo, Mildred?
    —No hace falta —contestó la aludida, sonriente—. Os quedaréis aquí esta noche. Es una tontería que a estas horas tengáis que recorrer tanto camino cuando aquí hay habitaciones de sobra.
    —Gracias, Mildred —contestó Victoria, intentando dibujar una gran sonrisa en sus labios y disimular una sombra de disconformidad en sus ojos al mirar a su madre—, pero no es ne—cesario. Aunque papá esté cansado yo puedo llevarlos en el auto hasta allí y así...
    —Nos quedaremos, Victoria —le dijo Paul Rendle a su hija con suavidad—. Se nos ha hecho bastante tarde y me quedo más tranquilo si ninguno de tos tres ha de conducir ahora. Mildred y John han sido muy amables.
    —De acuerdo, papá —se conformó Victoria, muy a su pesar—. Si no es ninguna molestia...
    —Por supuesto que rro, tonta —contestó Mildred, haciéndole una carantoña en la mejilla como si fuese una niña—. Jane y tú dormiréis juntas... Así os podréis contar vuestras cosas.
    —¡Estupendo! ——exclamó Victoria con un fingido y poco conseguido gesto de alegría.

    Victoria se separó del lado de sus padres mientras algunas de los invitados comenzaban ya a despedirse para retirarse a sus casas. ¡Era el colmo de la mala suerte! Cuando por fin creyó que la ridícula situación que de pronto se le había planteado iba a tocar a su fin, ésta se prolongaba hasta el día siguiente. Tendría que quedarse un buen rato más en el salón, hasta que se fuera el último de los asistentes, dormir con Jane y soportar su charla sobre su hombre maravilloso y, lo que era peor aguantar el martirio de tener cerca a ese hombre que a ella también le parecía especial... ¡Qué tontería!

    Victoria se despedía de los que se acercaban a ella sin poner mucha atención, prodigando frases corteses maquinalmente y dejando vagar su mirada más allá de la ventana por la que se veía el jardín iluminado.

    —Me han dicho los señores Bridge% que esta noche se queda con nosotros —dijo Santiago a sus espaldas mientras miraba hacía afuera.

    Victoria sintió que la piel de su cuello y sus hombros se erizaba al sentir la proximidad de su voz y su aliento.

    —Sí —contestó girándose para mirarle de frente, sin sonreír—. Parece ser que mi padre está algo cansado.
    —Siento que su padre no se encuentre bien, pero me alegro de que se queden aquí esta noche —respondió sonriéndole—. Podremos continuar nuestra conversación tranquila—mente.
    —Yo también estoy bastante cansada, Santiago —dijo Victoria, intentando mantenerse fría ante su proximidad—, así que no creo que tarde mucho en retirarme.
    —¡Vamos, Victoria! No sea así —le pidió Santiago de un modo encantador—. Jane también quiere quedarse a charlar y a oír música; con usted lo pasaremos mejor.
    —¿Usted cree? —preguntó Victoria con una sonrisa irónica.
    —No lo dude —contestó él sin pestañear.

    Victoria no quería seguir sufriendo los altibajos que le provocaba aquel hombre pero, por otra parte, no podía soportar la idea de que Jane pasara unas horas esa noche a solas con él, así que se apresuró a aceptar el ofrecimiento con una amplia pero distante sonrisa... Tenía un morboso deseo de seguir sufriendo la tortura de su mirada, el desafío de sus palabras y sentir cómo el corazón te palpitaba con rapidez. Todo aquello resultaba interesante v desesperante para una mujer como ella, que nunca había sentido nada parecido. Quería sentirlo y ser capaz de no demostrarlo en ningún momento... Victoria se autodisculpó, convenciéndose de que lo único que quería en realidad era demostrar su superioridad.


    Capítulo 4


    SANTIAGO Arqués era un hombre madrugador, incluso cuando estaba de vacaciones, así que aquella mañana no fue una excepción. Se levantó haciendo el menor ruido posible, ya que supuso que los demás dormían Y, después de una corta y tonificante ducha de agua fría, bajó a la cocina para salir por la puerta de atrás y dar un paseo. Hacía tiempo que no se tomaba unos días libres. Era cierto que viajaba con frecuencia pero siempre se trataba de asuntos de negocios que nunca le dejaban disfrutar de algo de tiempo libre ni de los lugares que visitaba. También hacía mucho que no disfrutaba del campo, que no se tumbaba en la hierba a contemplar el vuelo de los pájaros o a sentir el roce de la brisa en su rostro. Visitaba las dos estancias de las que era propietario sólo cuando era nece—sario atender algún asunto del ganado o de las cosechas de los frutales, pero esas visitas eran su mayor distracción; un par de días en cualquiera de ellas eran para él el mejor de los relajantes. Le encantaba ir a ver los rebaños con los peones, pasar el día entre las reses y luego tornar un buen asado con ellos. Después, el mate y viejas canciones cuando se había terminado el trabajo... Siempre recordaba a sus padres en esas ocasiones, pensaba en lo mucho que hubiesen disfrutado de la situación que él había logrado alcanzar. Había trabajado mucho para conseguirlo, muchas veces sin descanso y, justo antes de emprender esas cortas vacaciones, había decidido tomarse las cosas con más calina. Quería tener algo de tiempo para visitar los lugares que deseaba conocer, para ver a su sobrino corretear por los prados de sus estancias... Poner realmente en práctica el concepto de vida ideal en el que creía y por el que había trabajado.

    Desde que sus padres murieron, su única distracción fueron el estudio y la lectura. Tal vez, precisamente por no haber tenido la oportunidad de hacerlo de otro modo, su ilusión por saber se había ido incrementando día a día y nunca, aunque fuese en sus pocas horas de descanso, había dejado de saciar su sed de conocimientos hasta entonces.

    Salió de la casa y caminó sin un rumbo fijo, abstraído en sus pensamientos, hasta que se dio cuenta de que debía de haberse alejado bastante. Había bajado una pequeña loma y, cuando se dio la vuelta para comprobar a qué distancia estaba realmente de su punto de partida, pudo ver la mansión de los Bridges elevándose majestuosa sobre el montículo. Fue entonces cuando pensó en lo diferente que había sido su vida de la de las personas que había conocido la noche anterior... Sobre todo en lo que se refería a Jane y a Victoria. Ambas eran los perfectos prototipos de las hijas de familias adineradas inglesas. La una era la chica guapa y mimada que no ponía ninguna objeción a vivir en la casa paterna hasta que encontrase un marido que pudiese mantenerla, y que vivía hasta entonces pendiente de las últimas novedades de la moda y de los rumores de la alta sociedad. Vivía en Buenos Aires estudiando ternas que no le interesaban en absoluto haciendo tiempo hasta que apareciese su «príncipe azul». Victoria era distinta y era consciente de ello; sin embargo, tenía más puntos en común con.Jane de los que creía. Ella era inteligente, luchaba por conseguir mantenerse a sí misma sin tener que recurrir a sus padres o a una buena boda y tenía convicciones firmes. Victoria estaba segura de estar en posesión de la verdad absoluta. Ése era precisamente su nexo de unión con Jane. Aunque de un modo más sutil, resultaba ser también una niña mimada. Para ella era tan importante la sociedad en la que vivía como para su amiga, pese a que, en cierto modo, se negase a aceptarlo.

    Allí, sentado en la hierba, asistiendo corno espectador de primera al despertar del día y mirando fijamente aquella casa, recordó a las dos mujeres. Victoria no le habla decepcionado en absoluto, era tal y como se la había imaginado: bella, inteligente, aguda e irónica. Una combinación de características que, unidas, conformaban a una mujer altiva y orgullosa, pero irresistiblemente atractiva. Jane poseía una belleza tnás sensual y estudiada en lo que a atraer a los hombres se refería, era mucho más simple y despreocupada, aunque capaz de hacer cualquier cosa por obtener lo que consideraba suyo por derecho. Victoria era una compañía interesante, con ella era difícil aburrirse, era capaz de hablar de cualquier tema con la mayor seguridad y resultaba un interesante desafío estar atento al más mínimo de sus comentarios y agudas observaciones. Por su parte, Jane era la mujer ideal para hacer que un hombre se sintiese importante y fuerte... Ambas resultarían una grata compañía para sus vacaciones.

    Victoria abrió de súbito los ojos cuando, entre sueños, se dio cuenta de que no estaba en su casa. Las cortinas de la alcoba estaban corridas y la habitación permanecía en una penumbra que invitaba a seguir durmiendo. Había cerrado de nuevo los ojos al darse cuenta de que estaba en casa de Jane, sintiéndose como cuando era una adolescente y pasaba una noche cualquiera en la estancia de los Bridges, cuando todo lo ocurrido la noche anterior acudió de golpe a su memoria. No pudo evitar incorporarse de inmediato, casi de un salto y con el corazón palpitándole a toda velocidad. Poco a poco se fue calmando, consultó su reloj de pulsera, que estaba sobre la mesilla, y al ver que eran más de las nueve y media de la mañana se levantó despacio y entró en el cuarto de baño. Jane aún estaba dormida Y pensó que podía aprovechar para darse una ducha antes de que su anfitriona se levantase.

    Abrió los grifos y se sentó de medio lado en el borde de la bañera con la mano debajo del agua, esperando a que ésta saliese caliente. Las imágenes que había vivido la noche anterior volvieron a su recuerdo con nitidez. Las sensaciones que había tenido junto a Santiago... Casi podía sentir nuevamente su penetrante mirada sobre ella...

    Cuando todos los invitados se hubieron ido y los padres se retiraron a sus habitaciones, Santiago, Jane y ella se quedaron para charlar un rato tal y como habían previsto... Él había con—seguido sorprenderla. Hablaron sobre música y poesía, pusieron algunos viejos discos y departieron sobre la vida. Jane intentó acaparar la atención de Santiago en varias ocasiones con zalamerías propias de ella y, al ver que no daban el fruto deseado, se recostó sobre su hombro y se quedó dormida, probablemente aburrida de tanta charla y esperando enternecer el corazón de su invitado. Sin embargo, éste parecía encantado con la conversación que mantenía con Victoria. Ésta había intentado repetidamente ponerle en evidencia calibrando su rapidez y sus verdaderos conocimientos, pero en ningún momento recibió una réplica que no fuera digna de un contrincante preparado. Tomaron dos copas de vino, poco a poco la conversación se fue apagando por sí misma y la mirada de Santiago pareció volverse más brillante e intensa, más atractiva e intrigante... Fue entonces cuando ella tomó la iniciativa y, fingiendo darse cuenta en ese momento de lo avanzado de la hora, encontró una excusa para que se retirasen a sus habitaciones respectivas.

    Victoria tenía la mirada fija en los azulejos de la pared, sintiendo cómo su corazón se aceleraba al pensar en Santiago, cuando el intenso calor del agua en su mano la hizo reac—cionar.

    Se rió de sí misma al darse cuenta de que se sentía como una jovencita inexperta y soñadora mientras se desnudaba y se metía en la ducha. Cuando empezaba a enjabonarse oyó la voz de Jane:

    —Buenos días, Victoria —dijo ésta medio bostezando—. ¿Has descansado bien?
    —Sí, muchas gracias, Jane.. ¿Y tú? —preguntó Victoria, elevando la voz sobre el ruido del agua—. Anoche estabas totalmente dormida cuando te subimos a la habitación —comentó con cierta sorna que sabía que Jane no iba a captar—. Por cierto, tomé un camisón prestado de tu armario. Espero que no te importe.
    —¡Claro que no! —contestó Jane, mientras ponía pasta en su cepillo de dientes—. Lo que siento es no habértelo dado yo misma, pero estaba tan cansada que no me di cuenta de nada. ¿A qué hora subirnos a la habitación?
    —Creo que eran las cuatro de la madrugada —respondió Victoria cerrando los grifos—. Al final se hizo tardísimo. A esa hora nos dio pena verte tan dormida y Santiago te ayudó a subir hasta aquí...
    —Creo recordar algo entre sueños —dijo Jane sin empezar a cepillarse los dientes—. Tú entraste conmigo, ¿no?

    Victoria sonrió antes de abrir las cortinas de la bañera. Sabía que Jane le mentía y que recordaba perfectamente cómo había subido las escaleras.

    Desde luego no había perdido la ocasión de desmoronarse sobre Santiago e ir completamente apoyada en él desde el salón hasta arriba. Incluso apostaría que mantuvo un ojo abierto para comprobar cómo se despedían...

    —¡Claro que entré contigo! —contestó Victoria finalmente, saliendo de la bañera—. No iba a quedarme sola con él y mucho menos permitir que te subiera hasta aquí sin compañía, estando tú tan dormida... No sabemos cómo es realmente. Parece un hombre educado, pero nunca se sabe —dijo Victoria mientras se secaba, intentando mantener su expresión grave y no sonreír.
    —Muchas gracias, Victoria. Es imperdonable que me haya quedado dormida de ese modo. Al fin y al cabo yo era la anfitriona y debía haberos atendido correctamente —el rostro de —Jane mostraba una forzada sonrisa que intentaba ser encantadora—. Gracias a Dios tú eres de confianza en la casa y pudiste atender a nuestro invitado correctamente. Lo último que querría sería darle una mala impresión.
    —No te preocupes, querida —contestó Victoria, envuelta en la toalla y mirando a Jane a través del espejo—. Estoy segura de que le has causado una impresión excelente. Cuando te duermes estás aún más encantadora.

    Cuando Victoria salió del cuarto de baño, Jane se quedó sola frente al espejo N• comenzó —t cepillarse los dientes casi con rabia. ¿Por qué su madre había tenido que invitar a tos Rendle a que se quedasen esa noche? Todo hubiese sido mucho más fácil para ella si Victoria y su «inteligente» conversación no hubiesen estado allí. Santiago Arqués era un hombre guapo, em—prendedor, soltero y millonario... Nadie la había impactado tanto como él desde hacía tiempo. No se podía negar que era un partido maravilloso y, con la oportunidad a su alcance de tenerle para ella sola durante esa primera noche, tuvo que compartirle con la «brillante» Victoria. Si hubiesen estado solos, ella no le hubiese aburrido con charlas...

    Jane se enjuagaba la boca gesticulando frente al espejo, sin poder evitar que sus pensamientos se leyesen en su expresión. ¡Si al menos la hubiese dejado sola cuando Santiago la ayudó a subir a la habitación! Pero no. Victoria no lo podía permitir... No hicieron más que hablar de cosas absurdas toda la noche mientras ella se aburría como una ostra y, después, como marcaban los cánones, la acompañó hasta el último momento. ¡Qué chica tan aburrida: Además., ya que reconocía que no le gustaba Santiago, podría haberse subido a la habitación con sus padres y haberle dejado el campo libre... Pero eso tampoco lo podía permitir. ¡Siempre le había hecho lo mismo! Aunque no tuviese ningún interés en una persona, le gustaba acaparar su atención.

    Mientras se metía en la ducha, se tranquilizó pensando que su amiga de la infancia se marcharía en unas horas y que, con un poco de suerte, no volvería a encontrarse con Santiago. Él aún permanecería unos citas en su casa así que... tenía tiempo de sobra.


    Cuando Jane y Victoria estuvieron arregladas, bajaron juntas al comedor. Los padres de ambas ya se habían levantado y desayunaban charlando animadamente con Santiago Arqués. Parecía que habían sido las últimas en despertarse aquella mañana...

    —¡Buenos días, hijas! —las saludó Mildred cariñosamente—.:Habéis dormido bien
    —Maravillosamente —contestó Victoria, sonriente—. Buenos días a todos.
    —¡Buenos días! —contestaron los demás al unísono.
    —Siento muchisimo haberme quedado dormida anoche —dijo Jane con voz suave, entornando los párpados al encontrarse con la mirada de Santiago. que había girado la cabeza para saludarlas—, pero estaba tan cansada...
    —No tiene importancia —contestó Santiago con seguridad—. La culpa fue mía, que soy un charlatán incansable. Espero no haberos aburrido mucho.
    —En absoluto —contestó Victoria, adelantándose a la respuesta de Jane—. Resultó una charla muy instructiva.
    —Lo aceptaré como un halago —dijo Santiago con una media sonrisa—, teniendo en cuenta que un hombre de campo consiguió mantener despierta a una escritora consagrada.
    —De cualquier situación se pueden aprender cosas nuevas... Incluso de las que nos parecen más incongruentes —respondió Victoria sin pestañear, encajando el ataque de su interlocutor.
    —¿Qué os parece si os sentáis a desayunar? —intervino Ann, que conocía bien las respuestas hirientes de su hija y quería evitar una situación violenta—. Vais a tomarlo todo frío.
    —Tienes razón, Ann —dijo Jane sonriendo, agradecida por la oportunidad que se le brindaba de intervenir.

    Victoria siguió a Jane hasta el aparador donde estaban las bandejas, sirviéndose en un plato algo de huevos revueltos y bacon y en otro algo de fruta, uric itras entre todos intercambiaban comentarios intrascendentes sobre la cena del día anterior.

    Después, las dos se sentaron a la mesa, donde Mildred ya tenía preparados dos vasos de zumo de naranja para ellas. Jane se apresuró a elegir el sitio que quedaba libre frente a Santiago, mientras que Victoria se quedó junto a su padre y John.

    —Estáis las dos preciosas —comentó galante Paul Rendle, mirando a su hija.
    —¿Verdad que son unos conjuntos divinos% —preguntó dicharachera Jane—. Los compré en ni¡ último viaje a Nueva York —recalcó las palabras —con malicia—. No hay nada como la Quinta Avenida para ir de compras...
    —Jane ha tenido la gentileza de prestarme algunos trapitos para poder pasar el día —la interrumpió Victoria, aclarándole a los demás la razón de que Jane hablase en plural—. No le pareció muy adecuado in¡ traje de raso para la mañana.
    —Encantada de hacerlo, Victoria —continuó diciendo Jane—. No hay nada más incómodo que ponerte la misma ropa dos días seguidos.

    Victoria dejó que Jane siguiese hablando sobre la Quinta Avenida y se refugió en su desayuno. No podía soportar la manera descarada en la que la muchacha coqueteaba con Santiago.

    Había llegado a pensar que por la mañana lo vería todo de un modo diferente, que aquel hombre la afectaría mucho menos de día, que las extrañas sensaciones que había experimentado se debían únicamente al hechizo de la noche... pero en ese momento se daba cuenta de que no era así. Cuando entró en el comedor y Santiago giró la cabeza para saludarlas, le pareció que su magnetismo se había incrementado en unas horas. Llevaba un tino jersey de cuello alto de color verde oliva y, por lo que había podido intuir al verle sentado, unos pantalones tejanos del mismo color con unas botas de cuero marrón. Aquel color hacía su tez más aceitunada y sus ojos más profundos. La luz del sol que entraba por los ventanales hacía su mirada más brillante... Fue entonces cuando Victoria se dio cuenta de que aquella irracional atracción no iba a desaparecer próximamente, al igual que la rabia que sentía cuando era a Jane a la que miraba. Sentía celos de la manera en que le sonreía, mientras que a ella le dirigía miradas desafiantes... Debía reconocer que ella misma se lo buscaba, era a ella a la que le gustaba ese juego y él lo seguía con la ventaja de conocer de antemano sus opiniones sobre ciertos temas. Era precisamente esa capacidad de Santiago para contestarle con el mismo sarcasmo depurado que utilizaba ella lo que más le irritaba y le gustaba de él.

    Cuando ya había terminado su zumo y Mildred le servía un café con leche, se repitió así misma que todo aquello estaba a punto de terminar. En unas horas estaría de nuevo en la estancia de su familia, se olvidaría de todo y volvería a sentirse tranquila. Probablemente, no volvería a ver a Santiago Arqués y, con un poco de suerte, no se encontraría con Jane durante muchos meses. Lo único que temía era que no le resultara tan fácil como creía olvidarse de aquel hombre. Nunca se había sentido así con nadie y no soportaba la idea de que eso la pudiese descentrar.

    Se tranquilizó recordando la gran autodisciplina de la que era capaz: si quería olvidarlo lo olvidaría, no debía hacer nada más que proponérselo...

    Después de tomar varias tazas de café, mientras hablaban de las estancias y de sus rendimientos de los últimos años, Victoria decidió que había llegado el momento de marcharse. Podía ver en la mirada de Jane que estaba deseando perderla de vista tanto como ella, así que era una tontería alargar más esa situación.

    —Papá —dijo Victoria, llamando la atención de Paul—. Creo que debemos marcharnos —y, bromeando—No creo que a Mildred le apetezca darnos también el almuerzo.
    —Por mí, encantada —rió Mildred—. Me encanta teneros aquí. Hacia mucho tiempo que tu madre y ya no teníamos tiempo de charlar.
    —Es verdad, Míldred —sonrió Arin—, pero Victoria tiene razón. Ya hemos abusado bastante de vuestra hospitalidad.
    —¡Tonterias!—objetó John—. De todos modos sé que tenéis cosas que hacer allí, así que os dejaremos marchar... Pero antes de que te vayas —dijo mirando a Victoria—, Santiago tiene algo que proponeros a Jane y a ti.
    —¡Es verdad! —exclamó Paul—. Lo había olvidado. A nosotros nos ha parecido una buena idea. Además, como ha tenido la amabilidad de consultarlo antes con nosotros, no pode mas poner la más mínima objeción de padres preocupados —rió mirando a Santiago, animándole a que comenzara a hablar.

    Las expresiones de Victoria y de Jane se tornaron sorprendidas y, después de un intercambio de interrogantes miradas, esperaron a que Santiago se decidiese a hablar.

    —Se trata de lo siguiente —dijo mirando a ambas alternativamente—: tengo previsto realizar un viaje de algunos días por la región. Me gustaría visitar los glaciares y los cerros... En fin, conocer los sitios que tan maravillosamente describe Ann en su libro —sonrió. mirando a la señora Rendle—. He pensado que tal vez os apetezca acompañarme a las dos ya que estáis de vacaciones. Vosotras aprovecharíais para pasar unos días untas y hacer una bonita excursión y yo no podría desear unas mejores guías... No quiero que os sintáis comprometidas. Para mí seria un placer que fuésemos juntos, pero comprendo que tal vez no os apetezca.

    Jane se quedó de una pieza. ¿Es que nunca iba a poder deshacerse de Victoria? Ella habla pensado en la posibilidad de pasar unos días con él pero, desde luego. sin la incómoda com—pañía de su querida amiga. Sin embargo, no le quedaba más remedio que aceptar. Si no lo hacía y Victoria y él se marchaban solos habría perdido cualquier oportunidad con Santiago, así que lo mejor sería permanecer a su lado.

    —Yo estaré encantada de acompañarte —se apresuró a contestar Jane con una amplia sonrisa—. Hace años que no voy tan al Sur y puede ser divertido. ¿Tú que dices, Victoria? —le preguntó, cruzando los dedos bajo la mesa para que su respuesta fuese negativa.

    Victoria estaba paralizada, no sabía qué decir. Cuando había comenzado a convencerse de que no volvería a ver más a Santiago Arqués, se le presentaba en bandeja la oportunidad de pasar con él varios días, de conocerle mejor, aunque en compañía de Jane.

    Por una parte deseaba aceptar el desafío que le estaba planteando y por otra sabía que lo lógico era que corriese a su casa y se encerrarse allí para evitar el peligro. Su cabeza le decía que debía contestar negativamente si quería dominar esa si tuación desde un principio, pero su corazón deseaba continuar la aventura..,

    —Me encantaría —contestó mirando a Jane, reponiéndose con rapidez de su sorpresa inicial—, pero no estoy segura de poder ir.
    —Por qué —preguntaron a la vez su padre y Santiago.
    —Porque he de llamar a mi editora —improvisó Victoria, intentando hablar con naturalidad—. El otro día me comentó, cuando hablé con ella por teléfono —miró a su padre— que tal vez tendría que volver con antelación a Buenos Aires.
    —¿Sí? —preguntó extrañado Paul Rendle.
    —Sí, querido. ¿No lo recuerdas —intervino rápidamente Ann en auxilio de su hija, fingiendo hablarle con gesto paciente a su esposo—. Como están preparando la segunda edición...
    —¡Es verdad! —exclamó Paul, haciéndose el despistado—. Tengo una memoria horrible.
    —¿Cuándo lo sabrás? —se interesó Santiago, mirando fijamente a Victoria.
    —Supongo que esta misma noche —contestó Victoria, sin saber bien qué decir e incómoda al advertir que Santiago se dirigía a ella con familiaridad, tuteándola.
    —¡Estupendo! —contestó él—. Tengo previsto salir mañana por la mañana. Llámanos en cuanto lo sepas con certeza y, si te es posible venir, te pasaremos a buscar. Está de camino, ¿no?
    —Así es —respondió John por Victoria—. La estancia de los Rendle está a algo más de dos horas de camino hacia el Stir. así que no te desviarías en absoluto.
    —Espero que hagas todo lo posible por venir —dijo Santiago, buscando los ojos de Victoria—. Me gustaría contar con tu compañía.
    —Sí, Victoria. Sería estupendo —mintió Jane, intentando mostrar una gran sonrisa—. Pasaríamos varios días juntas.

    Jane había lanzado al aire esa última frase casi como una amenaza y Victoria lo sabía. El tener que convivir varios días con Jane podía convertirse en un verdadero tormento, aunque tal vez no tan duro como el de saber que la había dejado sola

    con Santiago mientras ella no hacía más que dar paseos con su yegua. De momento y, gracias a la ayuda de su madre, había logrado dilatar unas horas :su respuesta. Tendría tiempo suficiente para sopesar fríamerRte los pros y los contras de continuar arriesgándose a tener a su lado a un hombre como Santiago Arqués...


    Capítulo 5


    Los tres miembros de la familia Brídges, así corno su invitado, insistieron en acompañar a los Rendie hasta su auto todo terreno. Desde que Santiago habló del viaje que tenía previsto hasta que llegaron al automóvil, más de una hora después, no hubo entre ellos otra conversación. Tanto Paul como Ann le explicaron detenidamente la belleza de los parajes que tenía previsto recorrer así como las visitas que no podía dejar de hacer. Santiago se mostraba encantado con todos los detalles que le facilitaban y hacía preguntas al respecto, con lo que dejaba patente su interés. Victoria observaba la situación, percatándose de la habilidad de Santiago para conseguir aquello que pretendía. Sabía perfectamente que si tenía a Paul y a Ann de su parte éstos intentarían convencerla de que fuese al viaje. Sin embargo, lo hacía de una manera tan sutil y encantadora que no se podía sentir ni molesta ni halagada, va que no parecía que ése fuese su objetivo final. Citando Paul estuvo sentado al volante y su mujer y sre hija dentro de] auto, Santiago se acercó a la ventanilla de su portezuela.

    —Me gustaría que pudiese venir con nosotros, Victoria —dijo suavemente—, Todavía nos queda mucho de lo que charlar para conocernos mejor...
    —Agradezco que muestre tener interés por conocerme mejor —contestó Victoria, conteniendo la respiración para que no le temblase la voz. Él volvía a poner distancia entre ellos y Victoria se sintió secretamente encantada—. De todos modos noise preocupe, estoy segura de que en caso de que yo no pueda , Jane se encargará de hacerle el viaje muy agradable.
    —Eso nunca lo he dudado.

    Santiago respondió esbozando su media sonrisa característica, con la que le demostraba a Victoria que captaba perfectamente el sentido de sus insinuaciones. Entonces vio una sombra en la carrocería del auto, y presintió que se trataba de Jane, que se acercaba sigilosamente por detrás. Él alargó su brazo y la atrajo hacia sí hasta situarla junto a la ventanilla de Victoria.

    —Es imposible que con una mujer como ésta —continuó diciendo Santiago, mirando a Jane—, un viaje resulte aburrido... Pero aún así, sería agradable que nos acompañases.
    —Os llamaré esta misma noche —dijo Victoria apresuradamente, conteniendo a duras penas su indignación—. Espero que paséis un buen día.
    —¡Graciasl —dijo Jane, emitiendo una aguda risita y diciéndole adiós con la mano—. ¡Vamos Santiago! Todavía tenemos tiempo para dar un paseo a caballo.

    Cuando Paul arrancó el auto y comenzó a maniobrar para dar la vuelta, Jane tiraba de la manga del jersey de Santiago para llevarle hacia la casa mientras él permanecía firme, mirando a Victoria fijamente y haciendo un breve gesto con la mano. Paul hizo sonar el claxon dos veces, se despidió del matrimonio amigo y emprendió el camino de regreso a su estancia.


    Durante la primera hora de trayecto, los padres de Victoria no le hicieron el menor comentario sobre su actitud de esa mañana. Se limitaron a charlar entre si sobre los amigos con los que se habían encontrado la noche anterior, las novedades que había introducido John en la estancia y lo exquisito de las atenciones de Mildred. Victoria se sentía aliviada por aquella situación. No tenía ganas de hablar de nada, sólo quería cerrar los ojos y pensar, intentar rebuscar dentro de sí misma para encontrar una solución al dilema que se le presentaba. Sin em—bargo, corno era lógico, el nombre de Santiago Arqués terminó por salir a relucir. Tanto a Ann como a Paul les había parecido un hombre encantador y educado, digno de la mayor admiración. Bien era cierto que no provenía de una buena familia y que probablemente había tenido que hacer de todo para llegar hasta donde estaba, pero evidentemente se había preo—cupado de pulirse y de mejorar y poseía una sensibilidad que parecía innata.

    —¿Qué te ha parecido Santiago Arqués. Victoria? —preguntó finalmente Ann, girándose en su asiento para mirarla. —Es agradable —contestó Victoria escuetamente.
    —¿Sólo es agradable un hombre con el que estuviste charlando hasta las cuatro de la madrugada? —intervino Paul. mirándola con expresión incrédula a través del espejo retrovisor—. Ja, ja, «agradable».
    —Pues sí, papá —dijo Victoria, un tanto airada—. Sólo «agradable»... Nada rnás.
    —Lo que tú digas, hija —aceptó Paul, sin cambiar la expresión de su rostro .y luego, sonriendo—: Recuerda que estás hablando con tus padres, te conocemos bien...
    —¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Victoria, bajando la mirada.
    —Que piensas que Santiago es algo más que agradable —contestó Paul, mirando un instante a su mujer. que asistía divertida al resultado de su pregunta inicial—. Lo que ocurre es que te molesta adrr ítirlo.
    —:Por qué iba a molestarme?
    —Tu padre tiene razón, Victoria —ahora fue Ann quien tomó la palabra—. Los dos pensamos que no quieres admitir tu error. Toda esta historia parece una de esas fábulas con moraleja... Tú escribes un libro sobre un hombre cuya vida podemos considerar paralela a la de Santiago, ironizas sobre las personas que se hacen a sí mismas, sobre aquellos que provienen de familias humildes... Crees que nadie que no sea como nosotros puede ser sensible e inteligente y lo que es peor, lo aseguras en todos los medios de comunicación...
    —Y de pronto —continuó la frase Paul—, irrumpe un buen día. en tu vida alguien que es la palpable demostración de que tu teoría es falsa...
    —En todo caso —intervino Victoria, molesta porque sus padres adivinasen parte de sus pensamientos—, podría tratarse únicamente de la excepción que confirma la regla. Nada más.
    —¿Admites entonces que Santiago es diferente? —preguntó Ann, sorprendida.
    —¡Ni mucho menos' —respondió Victoria de inmediato, con una sonrisa de superioridad—. Sólo digo que es agradable, pero yo nunca he dudado que un campesino pueda serlo. Eso no quiere decir que considere dignas de admiración sus costumbres. Sin embargo, es cierta, he de admitir que él parece distinto, aunque sólo en unas horas es dificil saberlo. Un tipo listo como él siempre aprende una serie de poses que le sacan de apuros. Pero sólo el tiempo demuestra quién es realmente...
    —Entonces —dijo Paul, mirándola de nuevo a través del retrovisor—. ¿Por qué no quieres ir al viaje?
    —Yo no he dicho —comenzó a excusarse Victoria, intentando parecer segura— que...
    —¡Vamos, hija! No soy tonto —rió Paul, mientras intentaba esquivar un bache de la carretera—. Sé que lo de llamar a María no es más que una excusa que, gracias a tu madre, sonó algo más creíble.
    —Es verdad —admitió Victoria—. Gracias, mamá.


    Aun miraba a su hija y permanecía atenta a sus reacciones a las preguntas de su padre. Desde la cena del día anterior, tanto Paul como ella se dieron cuenta de que, pese a que Victoria era una actriz perfecta para ocultar su verdadero estado de ánimo, se sintió incómoda en determinados momentos, sobre todo al darse cuenta de que Santiago Arqués no coincidía con el estereotipo que ella misma había fabricado, Intentó ponerle a prueba, desafiándole con sus frases mordaces y su agudo sentido del humor, pero él siempre le supo contestar manteniéndose a su altura y ambos sabían que eso era algo que Victoria admiraba. Lo que más les había llamado la atención fue el modo en que Victoria levó uno de los capítulos de su libro. Lo hizo con más intensidad y fuerza, con más sentimiento que nunca. Ambos pensaron que tal vez se tratase de un modo sutil de disculparse con aquel hombre del que indirectamente se habla burlado.

    —¿Por qué no quieres ir, hija —preguntó Ann, cariñosa, al ver que su hija se quedaba en silencio—. Podría ser un viaje agradable. Además esa zona siempre te ha gustado.
    —Mamá, Jane es insoportable.
    —Te planteo un desafío —dijo Paul con voz firme—. Dices que no estás segura de que realmente Santiago Arqués sea diferente, que le conoces poco... Si realmente quieres demostrarte a ti misma tu teoría, si quieres empezar a hablar con conocimiento de causa, ¿no crees que lo correcto sería llegar hasta él final? Me gustaría que fueses a ese viaje y que, a la vuelta, nos comentases a tu madre y a mí tus conclusiones, He de admitir que Jane será una pequeña molestia, pero eso hace aún más interesante el asunto.
    —;Sólo una pequeña molestia? —contestó Victoria, sin poder evitar una sonrisa—. ¡Es insoportable!
    —¡Qué exagerada eresl —exclamó Ann, riendo también—.

    Bueno, ¿aceptas o no?

    —Tendré que pensármelo.
    —No me imagino a mi hija soslayando un desafío —habló Paul sin dirigirse a ella, sabiendo el efecto que te iban a causar sus palabras—, pero a —veces la gente nos sorprende...

    Victoria se sentía como una fiera enjaulada dentro de su habitación. Después de llegar a la estancia habían tomado un ligero almuerzo e inmediatamente después se encerró en su cuarto. Ni siquiera había bajado a tomar el té. Tenía un nudo en la boca del estómago que casi le impedía respirar... Sólo le quedaban un par de horas para dar su respuesta y aún no había tomado una decisión. Había levantado el auricular del te—léfono en innumerables ocasiones y, cuando estaba a punto de marcar, pensaba que lo más correcto era lo contrario a lo que había decidido.

    Encendió la radio que tenía sobre la mesilla y se tumbó sobre el floreado edredón de su cama. Aquella habitación le traía infinidad de recuerdos de su niñez. Estaba decorada en tonos pastel, tomando como base el color marfil en el que estaban tapizadas las paredes. En la parte superior de éstas, unos cuantos centímetros más abajo del techo, se dibujaba una primorosa cenefa de flores rosas y azules a la que, irregularmente, se acercaba una mariposa de vivos colores. La cama era alta y estaba cubierta con un dosel cuya suave tela se ataba con dos grandes lazos a ambos lados del colchón. Los muebles de la habitación eran de recia madera inglesa, de un tono rojizo que constituía, junto a las mariposas, el único toque de color del ambiente. Aunque los gustos en decoración de Victoria habían variado desde que diseñó junto a su madre aquella habitación, nunca había querido cambiarla... Allí estaba guardada una etapa importante de su vida y quería que permaneciese así.

    Tumbada sobre la cama no hacía más que dar vueltas y repetirse una y otra vez la misma pregunta. ¿qué debía hacer? Su intuición le decía que era peligroso para su estabilidad natural, para su seguridad y sus principios estar mucho tiempo junto a ese hombre. Indudablemente era peligroso que se sintiese tan atraída por él... Se decía a si misma que no merecía la pena perder el tiempo en conocerle, al fin y al cabo siempre había estado segura de que un hombre como él no tenía nada que ofrecerle a una mujer como ella... ¡Era absurdo'. Aunque llevase un traje elegante v supiese citar algunos poemas no deaba de ser un hombre vulgar hasta la médula, su cuna así lo demostraba. Lo único que la atraía de Santiago era esa especie de magnetismo animal que poseía y que era precisamente propio de hombres primarios y eso... No era digno de una mujer como ella.

    Cuando casi había logrado convencerse de esa supuesta verdad, volvían a su memoria las palabras de su padre. Tenía que reconocer que tenía razón. Si tan segura estaba de sí misma y de sus conclusiones, ¿qué importancia podía tener hacer uta viaje con él? Ella se rcafirrnaria en sus convicciones y él se daría cuenta de la diferencia existente entre ambos... Sin duda eso era lo mejor para ella.


    Levantó de nuevo el auricular del teléfono y, cuando estaba a punto de marcar, la voz de su madre, desde otro de los teléfonos de la casa, le pidió que la dejase llamar primero a ella. Victoria colgó con rabia y de nuevo reaparecieron sus dudas... ¿Y si ese magnetismo animal se convertía en algo superior a ella? ¿Sería capaz de soportar sin inmutarse las miradas de San—tiago, su voz susurrante y masculina, la manera que tenía de pronunciar su nombre...: ¡Claro que sería capaz! Estaba segura de estar muy por encima de esas cosas. Sin embargo. su seguridad disminuía cuando pensaba en la rabia irracional que le causaba ver a Jane coqueteando con él.

    Cuando su madre la avisó de que ya podía disponer del teléfono, el corazón comenzó a latirle a toda velocidad. Levantó el auricular y marcó el número sin pensarlo. Cuando la voz de Jane sonó al otro lado del teléfono creyó que no iba a poder hablar. ¡Se alegraba tanto de que no pudiesen verla¡ Sentía que las mejillas le ardían y que el pulso le temblaba. Las ideas en su cerebro parecían agitarse al mismo ritmo que los latidos de su corazón.

    —¡Hola, Jane! —la saludó, sin que su voz dejase traslucir su estado de ansiedad—. Soy Victoria.
    —Victoria, querida —sonó falsa la voz de Jane—. Precisamente estábamos hablando de ti en este momento.
    —Espero que diciendo cosas buenas —acertó a decir Victoria, intentando dibujar una sonrisa en sus labios.
    —Por supuesto, querida —contestó Jane después de emitir una de sus risitas—. Terminamos de tomar el té hace un buen rato y nos hemos quedado charlando los cuatro —Jane remarcó la última palabra, como si con ello le quisiese decir que Santiago estaba junto a ella—. Precisamente le estaba comentando a Santiago lo mucho que me apetece que te unas a nuestro viaje. ¿Has logrado hablar con Buenos Aires?
    —Sí —contestó Victoria escuetamente.
    —Bien —titubeó Jane—. Espero que tengas buenas noticias.

    Victoria se dio cuenta entonces de que había llegado el momento de dar una respuesta, de decidirse. El sí y el no bailan en su mente como los símbolos de una máquina tragaperras. 1 Ni siquiera ella misma sabía qué palabra pronunciaría antes. Se sentía como si estuviese en un restaurante con una carta interminable y un camarero impaciente. Sabía que debía contestar con rapidez, que no podía darle a Jane el gusto de saberla dubitativa...

    —Por suerte puedo acompañaron —Victoria se sorprendió a sí misma pronunciando esas palabras—. Finalmente se han retrasado los temas que tenía pendientes. En la editorial sabían que necesitaba unas vacaciones.
    —¡Estupendo! —contestó Jane sin mucho entusiasmo—. A Santiago le alegrará la noticia..

    De pronto Jane parecía atender a una voz que reclamaba su atención a sus espaldas. Jane tapó el micrófono del teléfono para destaparlo inmediatamente.

    —¡Victoria! —dijo Jane para comprobar que seguía al teléfono.
    —¿Sí? —preguntó ella, suponiendo que había surgido algún inconveniente.
    —Te paso a Santiago —dijo con voz seca—. Quiere hablar contigo.

    La poca calma que Victoria había recuperado después de dar su respuesta se desvaneció al saber que Santiago se iba a poner al teléfono. No quería que pensase que estaba deseando acompañarle en aquel estúpido viaje, ni mucho menos que sentía la menor atracción por él. Sin embargo, la sangre volvía a desbocarse por sus venas y su respiración se agitaba...

    —¿Victoria? —sonó la voz masculina de Santiago al otro lado de la línea.
    —¡Santiago? —exclamó Victoria, intentando aparentar normalidad—. Ya te habrá dicho Jane que finalmente puedo acompañaros.
    —Sí, me lo ha dicho y me alegro muchísimo —afirmó él con voz tranquila—. Lo pasaremos muy bien.
    —Eso espero —contestó Victoria—. Hace años recorrí con mis padres esa zona, así que creo conocerla bien, espero ser una buena guía.
    —Tal vez descubras algo nuevo en este viaje —insinuó Santiago sin cambiar su tono de voz.
    —Lo dudo, aunque todo es posible —se apresuró a decir Victoria.
    —Ten en cuenita que un hombre de campo ve las cosas de otra manera y eso....
    —Un glaciar es un glaciar —le cortó Victoria—, lo mire quien lo mire.
    —Ya lo veremos, Victoria —rió Santiago y luego, cambiando de tenia—: Jane y yo hemos pensado que no es necesario que madruguemos mucho, no tenemos prisa. Te pasaremos a buscar a las diez y india más o menos. ¿Te parece bien?
    —Me parece estupendo —contestó con sequedad—. Entonces, hasta mañana.
    —Hasta mañana, Victoria.

    Victoria colgó el teléfono de golpe. No quería volver a oírle pronunciar su nombre de aquel ¡nodo. Lo que era evidente es que él parecía estar resuelto a demostrarle, cada vez que tuviese una oportunidad, que era consciente de que para ella no era más que un hombre de campo, un gaucho con suerte. Incluso parecía hacerle gracia... Eso excitaba la curiosidad de Victoria y a la vez llegaba a molestarla, aunque tenía que reconocer que él no hacía más que pagarle con su propia moneda: la ironía y la altivez. El día anterior no le había hecho el más mínimo comentario sobre las opiniones que ella había expresado en las entrevistas sobre el protagonista de su libro y estaba segura de que las conocía perfectamente. Así lo demostraban sus continuas y sutiles indirectas. Entre ambos se había entablado una guerra fría y lo que estaba claro era que en aquel viaje se proclamaría un vencedor.

    Jane estaba en su habitación preparando el equipaje con sumadre. Santiago le había advertido que no llevase mas de una maleta,que lo que tenía previsto era realizar excursiones a pie y disfrutar de la naturaleza y de los lugares sencillos que encontrasen por el camino y para eso no era necesario un amplio vestuario. Con el armario abierto, la dulce Jane iba tirando despectivamente diversas piezas sobre la cama, demostrando así su mal humor.

    —¿Qué te ocurre, hija? ¿No te apetece irte de viaje? —preguntó Mildred mientras doblaba la ropa que su hija tiraba.
    —Con Victoria, no —contestó Jane rotunda, sin mirarla—. No la soporto ni ella a mí, así que esto es absurdo.
    —Todavía estás a tiempo de no ir —respondió Mildred pacientemente—. Si quieres le diré a Santiago que te sientes indispuesta.
    —¿Estás loca? —exclamó Jane, dejándose caer sobre la cama—. ¿Y dejarle solo con Victoria? ¡Ni hablar!

    Mildred no pudo evitar reírse al escuchar el comentario de su hija. Aunque ya lo suponía, eso confirmaba el interés de Jane por Santiago y debía admitir que no le extrañaba en absoluto.

    —¿De nuevo las viejas rencillas? —preguntó con suavidad, acariciándole un mechón de cabello—. Ya sois mayorcitas para esto, ¿no te parece?
    —Mamá, tú la has visto... Con sus aires de intelectual, pavoneándose delante de mí...
    —Es una chica muy inteligente y eso no tiene nada de malo —le dijo Mildred conciliadora—. Y si es Santiago quien te preocupa, olvídalo.
    —¿Por qué? —preguntó Jane sorprendida, incorporándose de inmediato.
    —Victoria es muy bonita, pero no tanto como tú, hija —y, acercándose a ella como si fuese a decirle un secreto—: A los hombres no suelen gustarles las mujeres que intentan quedar por encima de ellos... Les gusta que les admires. que les des la razón. No quieren sentirse acosados por un continuo desafío intelectual..
    —¿Tú crees? —preguntó Jane tímidamente.
    —Estoy segura —sonrió Mildred—. El único caso diferente que conozco es el de Paul y Ann. Él siempre ha preferido que su mujer se mantenga activa y le obligue a pensar.
    —¡Debe de ser cosa de familia! —rió Jane—. Tienes razón.

    Yo siempre conseguía quitarle a Victoria los chicos que le gustaban.

    —¿Lo ves?

    Mildred continuó doblando la ropa, contenta al comprobar que había logrado cambiar el humor de su hija. La verdad era que no estaba muy segura de que a Santiago le gustase su hija, ni tampoco de que pudiese gustarle Victoria. Era un hombre bastante enigmático. De lo único que estaba segura era de que no le importaría en absoluto tenerle por yerno.

    —La verdad —dijo Jane, sentándose de nuevo sobre la cama—, es que por lo único que me apetece este viaje es porque va Santiago. No me hace ninguna gracia tener que ir de caminata, meterme en cualquier sitio del camino...
    —Sí —estuvo de acuerdo Mildred—. La verdad es que nunca has sido muy deportista. Debes tener mucho cuidado. Tú no estás muy acostumbrada a estas cosas y no quisiera que te hicieses daño.
    —Eso espero —llevantó las cejas Jane—. ¡Sería una alegría para Victoria!
    —¡Qué tontería! —protestó la madre—. De todos modos me quedo tranquila. Estoy segura de que si algo te ocurriese Santiago se ocuparía de ti.

    En los labios de ,Jane se dibujó una pérfida sonrisa.

    —Sí, es verdad —dijo tumbándose y acariciándose el pelo—. Él se ocuparía de mí...

    Ann no molestó a Victoria durante toda la tarde. Suponía que deseaba estar sola. Sabía que había llamado por teléfono y se imaginaba que había sido a la estancia de los Bridges... Ni siquiera se atrevió a preguntarle qué había decidido hacer. Victoria se debía estar debatiendo en un mar de dudas aunque no lo quisiese admitir. De todos modos, y conociendo a su hija, seguramente no podría soportar la tentación de aceptar el desafío de su padre y, mucho menos, de demostrarle a todo el mundo, sobre todo a sí misma, que estaba en posesión de la verdad.

    Guando la vio bajar a la hora de la cena, con la gran mochila de montañismo que llevaba años sin utilizar cargada al sombro, Ann sonrió para sus adentros... Un desafío era algo que Victoria no podía dejar pasar. Tal vez, por una vez, un "hombre sería capaz de demostrarle a su hija qué era lo realmente importante en la vida... Y si ese hombre existía, seguramente seria Santiago.


    Capítulo 6


    PESE a que había dejado preparado su exiguo equipaje la noche anterior y que la pasarían a buscar bastante tarde, Victoria se despertó por primera vez casi antes del amanecer. Se sentía nerviosa y excitada y odiaba experimentar aquella sensación de angustia continuada. Aunque no se lo demostrase a los demás, para ella quedaba cada vez más claro que no estaba tan segura de sí misma como creía y eso era algo realmente sorprendente y nuevo en Victoria Rendie. Sorprendente y desquiciante.

    Se obligó a dormir de nuevo, consiguiéndolo durante una hora y media más, después se desveló definitivamente. Eran sólo las siete y media de la mañana. Ni tan siquiera su madre se ha—bría levantado... pero era del todo absurdo seguir en la cama, ya le resultaba imposible volver a conciliar el sueño. Se levantó sin hacer ruido y entró en el cuarto de baño de su habitación. Al menos intentaría aprovechar el tiempo haciendo algo útil. Abrió los grifos del agua, puso el tapón de la bañera y dejó que ésta se fuese llenando mientras se ponía una mascarilla hidratante en la cara. ¡No le vendria mal un tratamiento a su piel antes de iniciar la excursión)

    Victoria se untaba la crema en el rostro mirándose sin verse en el espejo que había sobre el lavabo... Sólo podía pensar en lo que le depararía aquel viaje, cómo sería capaz de soportar a Jane durante varios días y cómo se sentiría viendo a Santiago a todas horas. Después de extender la mascarilla y lavarse las manos, consultó distraídamente el reloj de pulsera que había dejado sobre la repisa la noche anterior—.. ¡Las ocho menos cuartel Se llamó tonta a sí misma pensando que Jane y Santiago se estarían levantando entonces, teniendo por delante más de dos horas de camino y sin embargo ella... Dejó de nuevo el reloj en su sitio y, al levantar la vista, se encontró con su imagen en el espejo. No pudo evitar reírse a carcajadas. ¡Parecía un marciano con aquella pasta verde sobre el rostro! Intentó imaginarse lo que diría cualquiera que la conociese siempre impecablemente vestida y maquillada, si la vieran con aquel aspecto. Inmediatamente le vino a la cabeza Santiago. Casi podía ver su cara de sorpresa, incluso pensó en guardar la mascarilla entre su equipaje y ponérsela la primera noche que pasaran fuera... ¡Seguro que Jane se pondría muy contenta, él nunca podría verla ya de otro modo, era imposible! Victoria no podía evitar reírse cada vez más, repitiéndose en voz alta que el estado de nervios de los dos últimos días debía estar afectándola. No era normal que se riese por esa tontería, pero no podía evitarlo.

    Intentando calmarse, cerro los grifos del agua y se metió en la bañera repleta de espuma. Tenía tiempo de sobra para darse un baño e iniciar su aventura con los músculos relajados lo que. en su estado, va era más que suficiente. Al cabo de unos minutos sonaron en la puerta del bario unos suaves golpes.

    —Victoria, ¿estás ahí? —preguntó en voz baja la voz de Ann.
    —Sí, mamá, pasa —contestó Victoria sintiendo que la risa acudía de nuevo a ella.

    Ann entró y cerró la puerta. Llevaba una bata larga de terciopelo granate y unas zapatillas del mismo color. Aún tenía cara de sueño, pero cuando se sentó en la banqueta que estaba junto a la bañera y vio a su hija intentando contener la risa, ella comenzó a reírse también.

    —He oído ruidos y he venido a ver si te pasaba algo —dijo Ann, sonriente—. ¿Se puede saber qué te hace reír así.
    —No lo sé, mamá —respondió Victoria entre carcajadas—. Me he visto tan ridícula con esta mascarilla que... con ternura—. Deberías hacerlo más a menudo. Tienes la risa más contagiosa que he oído nunca.
    —Mamá —objetó Victoria, intentando contenerse—. Sabes tan bien como yo que no es correcto reír de esta forma, pero hay veces que no puedo evitarlo...

    Victoria rompió a reír de nuevo, chapoteando con los brazos y las piernas en el agua, secundada por su madre que sentía cómo le caían las lágrimas de los ojos. Cuando reía, los ojos verdes de Victoria se iluminaban de una manera especial, su rostro perdía esa rigidez que tenía la mayoría de las veces y se transformaba haciéndola parecer más niña.

    —Sí es verdad que la risa da vida —dijo Ann consiguiendo dominarse—, esta mañana hemos ganado unos cuantos años
    —Más vale que lo aprovechemos, porque esto no me ocurre muy a menudo...

    De nuevo se volvieron a oír golpes en la puerta, pero esta vez fue la voz de Pa ul la que mencionó los nombres de su hija y —de su mujer.

    —Sí papá. Estarnos las dos aquí —contestó Victoria entre risas.
    —¿Estás bien? —.preguntó Paul, extrañado.
    —Sí papá, no te preocupes. Estoy perfectamente...

    Cuando a las once menos cuarto de la mañana sonó el timbre de la puerta principal de la casa de los Rendle, Victoria estaba mucho más tranquila. Estuvo riendo y bromeando con su madre hasta que el agua del baño se quedó fría y eso la habla puesto de buen humor. Desayunaron con Paul y aún estaban de charla cuando Jane y Santiago entraron en el comedor precedidos por el ama de llaves. Después de las oportunas recomendaciones de última hora de Paul y Ann, los tres jóvenes subieron al auto todo terreno que les había facilitado John Bridges y se pusieron en camino. Evidentemente, Jane se había apoderado del asiento delantero, relegando a Victoria a sentarse junto a parte de su equipaje.

    —¿Se puede saber qué llevas en todas estas bolsas? —preguntó Victoria sonriente, sin dar crédito a lo que estaba viendo.
    —Cosas que me harán falta —contestó Jane malhumorada—. Al fin y al cabo no sabernos qué tiempo va a hacer, ni a dónde iremos.
    —Vamos de campo, Jane, no a tu querida Quinta Avenida —respondió Victoria sin dejar de sonreír—, pero si así te sientes mejor...
    —Además —replicó Jane, intentando disculparse—, en una de las bolsas está el almuerzo que nos ha preparado mi madre.
    —¡Ah, bueno'. —exclamó Victoria, fingiendo tranquilizarse—. Eso ya es otra cosa. ;Ahora lo entiendo!

    Al volver la vista para mirar a Jane, Victoria se encontró con la mirada sonriente de Santiago en el espejo retrovisor. Parecía estar disfrutando con la conversación de las dos mujeres que le acompañaban y, por el guiño que le hizo, Victoria supuso que estaba de acuerdo con su observación.

    —Parece que estás de buen humor esta mañana —dijo Jane molesta—. ¿Es que ocurre algo especial?
    —No —contestó escuetamente Victoria, mirando por la ventanilla—. Me he levantado así.
    —Eso es bueno —intervino Santiago sonriendo—. Para el éxito de un viaje el buen humor es fundamental.

    Santiago conectó la radio y durante un buen rato se hizo cl silencio en el interior del auto. Escucharon la música alegre que emitía y cada uno se perdió en sus propios pensamientos hasta que el mismo Santiago inició de nuevo la conversación. Él también se sentía alegre, al igual que Victoria. Por una parte, el día era claro y luminoso y por otra 1e divertía viajar en compañía de dos mujeres diametralmente opuestas. Jane era el prototipo de la coquetería. Se había vestido con tinos ceñidos pantalones de cuero marrones a .juego con un chaleco del mismo tono, del que sobresalía un delicado jersey de punto de algodón y seda de color beige. Calzaba unos finos botines de piel y, por supuesto, llevaba el bolso a juego. Su maquillaje también era llamativo, en tonos naranjas y marrones, llevaba el pelo suelto v su aspecto general no era el de una mujer dispuesta a darse una caminata de cinco horas por un bosque. Victoria, por el contrario, era el prototipo de la corrección. Desde luego iba bien coinbiriada, en tonos ocres y verdes, pero su vestuario era mucho más apropiado para la ocasión, mucho más montañero, incluyendo las gruesas botas de suela de goma. Llevaba el cabello sujeto en una trenza y, aunque iba algo maquillada, su aspecto era absolutamente natural, por lo que pese a llevar ropa mucho más deportiva que la de Jane, resultaba mucho más elegante.

    —Os contaré el recorrido aproximado que he pensado que hagamos —Santiago rompió el silencio, hablando animadamente—. Aunque ya sé que vosotras conocéis todo esto.
    —Yo no —se apresuró a contestar Jane con una sonrisa—. Mi padre intentó traerme en varias ocasiones, pero yo nunca encontré el momento.
    —Bien —dijo Santiago con naturalidad y mirando a Victoria por el espejo retrovisor—, entonces puedo estar seguro de que tú no podrás criticar mis planes.

    Victoria esbozó una sonrisa admitiendo con ella que captaba la indirecta de Santiago. Se sentía bien, así que estaba dispuesta a no reiniciar por el momento sus ataques a Santiago. Pretería esperar a escuchar sus planes para dar una opinión al respecto.

    —De acuerdo —Santiago admitió la silenciosa respuesta de Victoria—. Ahora nos dirigimos hacia el lago Viedma que, si no me equivoco y John no me ha engañado, está relativamente cerca.
    —No te han engañado —dijo escuetamente Victoria.
    —Nos detendremos en un pueblecito que se llama El Chaltén —prosiguió Santiago sonriendo—, donde ya me be permitido reservar alojamiento. Cuando lleguemos, preguntaremos si podemos realizar alguna excursión.
    —No creo que tardemos mucho en llegar —intervino de nuevo Victoria, consultando su reloj—. La carretera hasta allí no es excesivamente mala y ya hemos recorrido más de la mitad del camino. No creo que nos dé tiempo a hacer una excursión larga, pero sí a dar un paseo y planear el día de mañana.
    —¡Vaya! —exclamó Jane intentando sonreír—. Parece que llevamos una buena guía.
    —En su día acepté la invitación de mi padre y te aseguro que mereció la pena —contestó Victoria con voz calmada—. Por cierto, Jane, en cuanto lleguemos a la hostería lo primero que tienes que hacer es cambiarte de ropa. Aunque estemos en verano en esta zona hace frío y la tierra está húmeda. Podrías ponerte enferma.
    —Gracias por tu interés, pero ya lo tenía previsto —mintió Jane sonrojándose de indignación.
    —¿Qué más has planeado, Santiago? —preguntó Victoria, gnorando la respuesta de Jane.
    —La verdad es que no mucho más —reconoció Santiago—. Me gustaría que fuésemos decidiendo sobre la marcha.
    —Y le parece una buena idea —admitió Victoria—. Además, visitando esta región no se pueden hacer muchos planes. Ahora hay un sol resplandeciente, y tal vez dentro de una hora haya una ventisca.
    —¡Qué horror!——exclamó Jane en voz baja—. ¿Una ventisca? —se. giró en el asiento para mirar a Victoria.
    —En esta época del año no es habitual, pero puede suceder —contestó Victoria, divertida al ver la mirada atemorizada de Jane.
    —Esperemos que eso no ocurra —intentó tranquilizarla Santiago—. Además, estoy seguro de que tendremos buena suerte.

    Al entrar en una zona en la que el firme de la carretera era muy irregular, Santiago le pidió a Jane que desplegase el mapa de carreteras que llevaban, para que fuese comprobando que iban por el camino correcto. Mientras oía sus voces y el ruido del papel al extenderse, Victoria se quedó mirando en silencio a través del cristal de la ventanilla. Siempre le había encantado aquella zona, sus contrastes de color, la sensación de que algo nuevo acechaba al salir de cada curva... Hacía muchos años que no pasaba por esa vieja carretera, pero le pare—cía que todo estaba igual. No sabía por qué exactamente, pero se sentía mucho más cómoda y tranquila. No podía negarse que, tanto al ver entrar a Santiago en su casa, como cada vez que se cruzaban sus miradas a través del retrovisor su pulso se aceleraba, pero la sensación de angustia había desaparecido. A medida que transcurrían los minutos estaba más segura de que había hecho lo correcto al aceptar la invitación de Santiago. Poco a poco iba recuperando el control de sí misma y eso le gustaba.

    —Victoria —la llamó Jane, haciéndola volver a la realidad.
    —Qué? —preguntó Victoria, despistada.
    —No soy capaz de aclararmee con este mapa —admitió Jane entre dientes—. ¿Quieres echarle un vistazo?
    —Creo que será mejor que ella se ponga delante, Jane —rió Santiago mientras frenaba para detener el auto a un lado de la carretera—. Entre tú y yo vamos a conseguir pasarnos a Chile.
    —De acuerdo —refunfuñó Jane.

    Victoria intentó borrar la sonrisa que estaba a punto de aflorar a sus labios. Por una vez la caída de ojos de Jane y su dulce sonrisa no !e servían de nada. Estaba segura de que hubiese preferido atravesar !a frontera antes que cederle su asiento, pero era do suficientemente lista como para no ponerse en evidencia delante de Santiago.

    Cuando el auto se hubo detenido, las mujeres cambiaron sus asientos y Victoria desplegó el mapa sobre sus rodillas mientras volvían a ponerse en marcha. Al llegar al primer cruce no tuvo ninguna duda en ciarle a Santiago las indicaciones oportunas, lo cual molestó aún más a Jane. Sin embargo, ella no se conformaba con un puesto en segunda fila, así que no dudó en echarse hacia delante y poner la cabeza entre las de Santiago y Victoria, aprovechando de vez en cuando para rozar descuidadamente el cuello de él y dejarle oler su perfume. Incluso se convenció de que el cambio había sido positivo para ella. De todos modos, no podía dejar de pensar que la presencia de Victoria no era más que un molesto inconveniente y, para colmo de males, ese día precisamente había amanecido de buen humor. ¡Parecía que lo hacia a propósito para molestarla! Era un verdadero fastidio, así que tendría que ingeniárselas para que la molestase lo menos posible en su plan de conquistar al hombre al que consideraba tan buen partido. Estaba segura de que no le costaría demasiado acaparar su atención, ya que no había olvidado las palabras de su madre acerca de lo que opinaban los hombres sobre las mujeres excesivamente listas, pero no dejaba de ser un escollo en su camino: un escollo excesivamente atractivo.


    Después de tres horas de camino, mientras Jane dormitaba en el asiento trasero, llegaron al pequeño pueblo donde Santiago había reservado alejamiento. Se trataba de una minúscula villa constituida por unas veinte casas, un par de hoteles. algunas tiendas pequeñas y la parada de autobús. Entraron por la calle principal a poca velocidad, fijándose en los carteles de las casas hasta encontrar el hotel. Frente a él, Santiago detuvo el auto y, antes de bajar, despertó a Jane llamándola con voz suave. Cuando ésta abrió los ojos, miró a su alrededor con gesto extrañado.

    —Cuánto falta para llegar? —preguntó, aún somnolienta.
    —Ya hemos llegado, querida —contestó Victoria con una sonrisa maliciosa—. El pueblo es pequeño, pero acogedor, te lo aseguro.
    —Me han hablado bastante bien de este hotel —dijo Santiago intentando disculparse—. Dentro de las posibilidades de la zona es de lo mejor.
    —¡Pues cómo será lo demás! —dijo Jane en voz baja y evidentemente desencantada.
    —La regenta una familia inglesa —contestó Santiago, sonriendo al oír el comentario de Jane—, así que os sentiréis como en casa.

    Victoria fue la primera en bajar del automóvil. Se puso la gruesa chaqueta acolchada y esperó junto a la puerta trasera a que saliese Santiago para sacar el equipaje. Cuando éste bajó del auto, lo primero que hizo fue abrir la portezuela del lado de Jane que llevaba algunos minutos esperando a que terminase de doblar los mapas para que lo hiciese. En cuanto lo tuvo frente a ella, se apoyó en su hombro y, dando un saltito, se bajó de golpe con una gran sonrisa antes ele que Santiago tuviese tiempo de advertirla del gran charco que había en ese lado. Al oír el chapoteo, la sonrisa de Jane se tornó en una expresión sombría y malhumorada, sobre todo al comprobar que sus elegantes botines habían quedado llenos de barro.

    Al ver la escena, Victoria tuvo que esconderse detrás del auto para que Jane no pudiese ver la sonrisa que irremediablemente se dibujaba en sus labios. No quería ser desagradable con ella, pero tenía que reconocer que Jane le daba oportunidades de sobra para hacerlo. Lo único preocupante de eso es que a Santiago parecía gustarle el modo de actuar de su amiga, que aprovechaba cualquier ocasión para estar lo más cerca posible de él. Ésa era una actitud que no la asombraba en exceso, ya que los hombres que eran como el protagonista de su novela, como Santiago, solían preferir mujeres tontas que les hiciesen sentir importantes... Lo peor del asunto es que cada vez le resultaba más doloroso pensar que él era realmente así.

    Después de ayudar a salir a Jane de su incómoda situación, intentando animarla y quitarle importancia, Santiago se dirigió a la parte trasera del auto para abrir la portezuela. Allí se encontró con la mirada divertida de Victoria quien, extrañamente, aun no había hecho ningún comentario sobre el incidente. Victoria sacó su mochila de inmediato y se la colgó al hombro sin darle oportunidad para que la ayudara, mientras que él sacaba la suya y las innumerables bolsas que Jane había Llevado consigo.

    Al entrar en el hotel acudieron a la memoria de Victoria los recuerdos del viaje que había realizado con sus padres, hacía ya bastantes años. Todo parecía igual que entonces. Un mobiliario sencillo, pero bien cuidado, decoraba las rústicas habitaciones. Incluso sin hablar con los dueños se podía apreciar fácilmente que estaba regida por ingleses. Cada detalle y cada tela o encaje constituía una clara evocación del origen de sus propietarios.

    Un amable matrimonio de mediana edad les recibió v, mientras el marido subía el equipaje a las habitaciones, la mujer les indicaba qué datos de las fichas de registro debían rellenar. Dado que el hotel estaba al completo, Jane y Victoria tendrian que compartir una habitación con baño, mientras que Santiago dispondría de una para él solo, pero sin la última comodidad. Antes de que subiesen a sus respectivas habitaciones, la señora Clearmoni les mostró el comedor y el salón de la televisión, confirmándoles que a las cinco de la tarde se servía el té y a las ocho la cena.

    Una vez hubieron llegado a su habitación y antes de que Victoria pudiese repetirle nada, lo primero que hizo Jane fue cambiarse de ropa, vistiéndose con algo menos provocativo pero bastante más práctico, sobre todo en lo que a calzado se refería. Sin embargo. ella no se sentía cómoda con aquellas prendas que, en principio, ni tan siquiera tenía previsto llevar. Fue únicamente por la insistencia de su madre por lo que metió las botas impermeables dentro de una de las bolsas.

    A los pocos minutos de subir, los tres estaban reunidos en el salón de la televisión para decidir cuáles serían sus primeros pasos y lo primero que iban a hacer era informarse sobre las posibilidades que les quedaban para aquel primer día. Desde el teléfono del mostrador de recepción, el señor Clearmont tuvo la amabilidad de llamar al guardaparques del lago Viedrna, para que les informase sobre la climatología prevista y las condiciones del terreno, conocimientos éstos fundamentales para emprender cualquier excursión.

    —Parece que les espera a ustedes un tiempo estupendo —sonrió amablemente el señor Clearmont después de colgar el auricular—. Sin embargo, hoy ya es demasiado tarde para que puedan hacer algo —consultó —el reloj que llevaba en uno de los bolsillos del chaleco para confirmar su opinión.
    —¿Qué podríamos hacer? —preguntó Santiago, algo desilusionado
    —Yo les aconsejo lo siguiente —contestó animadamente Clearmont—: Vayan hacia la parada del autobús, justo en la casa que hay detrás de ella vive un .rherpa experimentado, se llama Adolfo Bustamante. Él conoce perfectamente la región, los caminos más fáciles para las señoras... No creo que esté dispuesto a acompañarles en su excursión, pero seguramente no tendrá inconveniente en señalarles el trazado que deben seguir en su mapa. Además, les dará diferentes opciones...
    —Parece una buena idea —aprobó Victoria mirando a Clearrnont satisfecha—. De ese modo estaremos seguros de que nuestro paseo será el más lxMnito.
    —También a mi me parece una buena idea —Jane buscó los ojos de Santiago y se apoyó en su brazo—. No rne gustaría perderme por aquí.
    —¡De acuerdo! —sonrió Santiago—. Las mujeres mandan —y dirigiéndose a Clearrnont—: Avise a su señora de que volveremos a tiempo para la hora del té. Hoy aprovecharemos para descansar.

    El sherpa del que les habían hablado en el hotel era un hombre menudo de unos treinta y cinco años, de piel curtida por el sol y el aire. Pese a que no era excesivamente alto, su cuerpo parecía estilizado y ágil, sin duda debido a su dedicación absoluta a acompañar a los alpinistas en sus ataques a los cerros próximos. Tal y como les había adelantado Clearrnont, el guía no podía acompañarles en su paseo, ya que esperaba a un nuevo grupo de escaladores, pero no tuvo inconveniente en ayudarles a decidir el recorrido que les sugería emprender al día siguiente. Había varias opciones, pero ni Santiago ni Victoria dudaron en elegir el circuito que les llevaría hasta la base del cerro Fitz Rov.

    Jane palideció al comprobar que se trataba de una caminata de cinco horas... Sabía que podía aguantarla, pero si todo el viaje iba a ser igual iba a convertirse para ella en una verdadera tortura.

    Al comprobar el aspecto frágil de las dos mujeres que acompañaban a Santiago, Adolfo no tuvo inconveniente en contactar por radio con cl campamento base del cerro y pedir que les reservasen un lugar en alguno de los rústicos refugios de montaña que allí se encontraban, algo que nunca se solía hacer.

    Muy agradecidos por su amabilidad y con el trazado de su excursión marcado en un mapa, regresaron al hotel pocos minutos antes de las cinco de la tarde, tal y como habían previsto. Sin duda lo mejor sería que se toniasen ese día de descanso para poder lograr si dificultades sus objetivos al día siguiente. Su aventura estaba a punto de empezar.


    Capítulo 7


    SANTIAGO, Jane y Victoria estaban sentados e n el salón de televisión esperando a que llegase la hora de la cena. Victoria estaba instalada en una butaca independiente, mientras que Jane se las había ingeniado, como siempre, para sentarse junto a Santiago en el pequeño sofá de dos plazas que estaba situado cerca de la chimenea. Habían tornado el té que la señora Clearmont preparaba con el más puro estilo inglés y veían distraídamente los programas que emitían los canales locales.

    De pronto, Victoria palideció al oír que, en uno de los programas, el locutor mencionaba su nombre haciendo alusión a que se había agotado la primera edición y que había llegado un teletipo de la editorial en el que anunciaban que habían recibido algunas ofertas para llevarlo al cine. La voz del locutor seguía hablando...

    —Lamentarnos no poderles ofrecer la opinión de la señorita Rendle a este respecto ya que, según nos han confirmado, se encuentra de vacaciones fuera de Buenos Aires. Sin embargo, les ofrecernos la repetición de una de las últimas entrevistas que concedió antes de marcharse...
    —¡Victoria, eres tú! —exclamó Jane riendo y acercándose aún más a Santiago.

    Victoria no contestó. Mantenía la mirada fija en la pantalla mientras sentía que el corazón le latía cada vez a mayor velocidad. Podía sentir los ojos de Santiago clavados en ella, como si supiese lo que iba a decir en esa entrevista y esperase que se lo dijera a él frente a frente. Precisamente, emitieron una de las entrevistas más agresivas que había realizado. En ella le contestaba a su entrevistador que comprendía que al público le gustasen ese tipo de historias, que se trataba del prototipo del «sueño americano» hecho realidad y trasladado a otro país en el que, si cabía, era todavía más difícil verlo materializado. A la pregunta de si podría enamorarse de un hombre corno el proragonista de su novela, Victoria reía con superioridad, contestando que eso era del todo imposible. Comentaba que podía admirar en cierto modo a una persona que lograba salir de la miseria por sí misma. pero que el dinero no le cambiaría en absoluto. Decía que había algunas cualidades que provenían de la cuna, que eran fundamentales para ella y que no se podían adquirir con dinero... La vulgaridad nunca termina de desaparecer.

    Victoria no sabía qué hacer. Casi no se atrevía a mirar a Santiago y no sabía por qué. El hecho era que seguía creyendo que sus opiniones eran correctas, pero estando al lado de ese hombre su seguridad parecía naufragar. Evidentemente, con su desprecio hacia el protagonista de su libro le estaba despreciando a él también... Y eso ya no le parecía tan acertado, al menos sintiéndose tan atraída por él.

    —Te felicito por tu éxito —dijo Santiago al concluir la entrevista—. Incluso lo van a llevar al cine...
    —Eso ya lo veremos —contestó mirándole finalmente a los ojos—. Los proyectos no son nada hasta que no hay un contrato firmado.
    —¡te desenvuelves bien ante las cámaras! —contestó él con una media sonrisa—. No dudes un momento antes de responder cuando te preguntar. ¿so es bueno.
    —Gracias —Victoria le devolvió la sonrisa con una inclinacicén de cabeza—. No tiene mucho mérito. Cuando estás realmente convencida de lo que dices, las respuestas surgen de manera natural...

    Victoria no podía permitir que él la viese dudar. Sabía que con su penetrante manera de mirarla y sin llegar a abordar directamente el terna, pretendía que ella buscase alguna excusa, verla flaquear, pero desde luego no iba a conseguirlo. Se repitió de nuevo que su atracción hacia él era puramente física o al menos algo similar, pero que nunca estarla a su nivel ni in—telectual ni social... Sin embargo era positivamente consciente de que él no parecía un hombre vulgar.

    —Es realmente admirable —dijo Santiago con fingido gesto de aprobación—. Ya que tengo la suerte de estar cerca de ti, te agradecería que cuando adviertas que soy imperdonable—mente vulgar me lo hagas saber. Me gustaría corregirme... Dentro de lo posible, claro, ya que nunca lograré alcanzar ciertos niveles.
    —Estaré encantada de hacerlo —contestó Victoria con seguridad, sintiendo cómo se le sonrojaban de nuevo las mejillas. Pero no sé qué tal se me dará hacer de Pigmalión.
    —Estoy seguro de que no me defraudarás —Santiago se puso en pie deshaciéndose de la compañía de Jane y añadió—: ¡Nunca me defraudas!

    Santiago se disculpó y salió del salón con la excusa de ir a buscar algo a su habitación. Había cambiado su tono de voz al pronunciar la última frase, como si la conversación con Victoria le sacase de sus casillas y hubiese decidido marcharse para no decirle lo que pensaba realmente. Victoria se quedó más erguida que nunca en su butaca, en un intento de que su actitud exterior no revelase sus verdaderos sentimientos. La falsa humildad de aquel hombre hacía que su orgullo se rebelase aún más. Tal vez si le hubiese hablado directamente, si hubiese intentado discutir con ella, habría depuesto en parte su actitud... Pero lo que nunca iba a permitir era que un tipo como aquél le hablase con ese tono de cnperioridad. La guerra entre ambos había vuelto a comenzar y la tranquilidad con la que Victoria había comenzado el viaje se transformó de súbito en un recuerdo.

    Jane se levantó de su asiento y fue a sentarse de medio lado en el brazo de la butaca de Victoria. ¡No comprendía a esa mujer! Aunque su actitud se convertía en una gran ventaja para ella... ¿Cómo iba a fijarse un hombre en una mujer que le hablaba de aquel modo? Íntimamente, se sintió satisfecha: Victor;a le allanaba el camino...

    —¿De verdad te parece vulgar Santiago? .—preguntó Jane con expresión sorprendida.
    —Desde luego —contestó escuetamente Victoria.
    —A mí me parece un hombre de verdad —respondió Jane con expresión soñadora—. Siempre va tan bien vestido y es tan galante...
    —La ropa se compra con dinero, Jane —dijo Victoria, elevando el tono de voz.
    —¿Y qué? —se atrevió a replicar la muchacha, pese al incipiente enojo de su amiga.
    —¿Es que no entiendes nada? —la miró Victoria incrédula—. Ese hombre confesó la otra noche cuál era su verdadera ascendencia. Hasta hace pocos años era pobre. ¿Lo entiendes? Pobre —dijo masticando cada sílaba—. ¿Te hubieses fijado en él entonces?
    —Probablemente no le hubiese conocido —contestó Jane despreocupada y sonriendo pícaramente—. Aun así creo que sería el pobre más guapo que nunca hubiese conocido... Es una suerte que ya no sea po—bre.

    Jane se puso en pie riendo. En ese momento estuvo casi segura de que Victoria no era un peligro para ella,

    —Voy a arreglarme para la cena. ¿Me acompañas? —le preguntó Jane.
    —Sí —contestó Victoria secamente—. Yo también me cambiaré de ropa.

    La cena transcurrió con normalidad, debido en gran parte a que se sentaron a la misma mesa con otros huéspedes. Antes de retirarse, Santiago le alquiló al dueño del hotel los sacos de dormir y algún material extra que les hacía falta para el día siguiente, mientras las mujeres subían a su habitación después de despedirse.

    Mas tarde, se acordaba todavia de las continuas miradas de Santiago que la hacían es—tremecer... Quería dormirse, pero no lo conseguía. Oía todos los movimientos de Jane en el baño y la luz encendida la desvelaba aún más.

    De pronto, su estado de nervios se convirtió en una risa Irrefrenable cuando vio salir a Jane del cuarto de baño. Llevaba un ligero camisón de raso color rosa y la cara cubierta por una mascarilla verde... Aunque quería reprimir sus carcajadas no podía conseguirlo, Victoria reía y reía ante una Jane atónita que probablemente nunca la había visto reír de aquel modo. Victoria se disculpó como pudo y salió de la habitación, ya que no le parecía oorrecto ofender a Jane de aquel modo. Apoyada junto a la puerta de su habitación, en el pasillo, Victoria intentaba dominar su ataque de risa sin ningún éxito, tapándose la cara con la.s manos, hasta que oyó la voz de Santiago a su lado.

    —¿Te ocurre algo? —le preguntó preocupado al no poderle ver el rostro.

    La risa de Victoria cesó de repente pero, al quitarse las enanos de la cara y verle, —volví(> a imaginarse su expresión horrorizada si las viese a los dos con aquella crema verde. De nuevo las carcajadas acudieron a su garganta, irrefrenables.

    —¿Se puede saber qué te pasa? —volvió a preguntar Santiago, contagiado por su risa.
    —Nada —contestó Victoria como pudo—, es una tontería, pero...

    Después de algunos segundos en los que ambos reían sin parar, Santiago logró dominarse. Veía a Victoria diferente, con los ojos iluminados y mostrando su blanca dentadura entre sus labios húmedos.

    —¿Sabes que estás preciosa cuando te ríes? —dijo acercándose a ella, acorralándola contra la pared.

    Victoria pudo sentir sobre ella la respiración de Santiago, su mirada penetrante clavada en sus ojos y en sus labios, el calor de su cuerpo y la intensidad de su magnetismo que la atraían irremediablemente. Su risa fue desapareciendo poco a poco para dar paso a una sensación de atracción irrefrenable que le hacía desear que él se acercase cada vez más, quería sentirle más y más cerca... Como si pudiese leer sus pensamientos, Santiago acercó lentamente sus labios a los de Victoria, rozándolos con suavidad hasta advertir que ella los entreabría ligeramente dejándose llevar por la pasión. La rodeó con sus brazos y la besó con más fuerza, hasta hacerla estremecer. Entonces la separó de sí y la miró fijamente a los ojos.

    —Disculpa, Victoria —dijo en un tono de absoluta normalidad, como si no hubiese ocurrido nada entre ambos—. Sé que esto ha sido una vulgaridad propia de un tipo corno yo. Te agradecería que lo olvidases...

    Victoria sintió ganas de abofetearle. La rabia se apoderaba de ella hasta casi hacerla temblar. ¡La había besado sólo para humillarla, para ponerla en evidencia! Y ella había sido tan tonta como para desearlo, se dejó arrastrar por sus instintos, no fue capaz de cumplir las órdenes de su cerebro...

    —Intentaré olvidarlo —contestó Victoria dominándose y mirándole con altivez—. Desde luego esto no ha sido propio de un caballero, pero ya sabía con qué tipo de hombre ene en—frentaba, así que no me sorprende.

    Antes de que él le contestase, abrió la puerta de la habitación y entró sin mirar atrás. Hubiese querido llorar y gritar, pero respiró profundamente hasta que consiguió tranquilizarse. Jane estaba ya acostada y la siguió con la mirada hasta que ella hizo lo mismo.

    —¿Te ha ocurrido algo? —preguntó Jane cuando ya estuvo en la cama.
    —No —contestó secamente—. He estado charlando con Santiago.


    Jane esperó despierta hasta que comprobó que Victoria se había dormido. Las voces que oyó al otro lado de la puerta le habían permido intuir que algo ocurría entre ellos. Primero las risas... luego una frase de Santiago que no había podido entender, pero que pronunció en un tono especial y finalmente el silencio durante algunos momentos. Había tenido que reprimirse para no salir de la habitación hecha una furia. ¡Al fin Y al cabo parecía que con Victoria corría más peligro del que pensaba! No estaba dispuesta a permitir que le ganase la partida, así que debía actuar con rapidez. Se levantó sin hacer ruido, se sujetó el cabello con una pinza del mismo color rosa del camisón y salió de la habitación. En la oscuridad del pasillo y el silencio que reinaba en la casa, pudo oír el lejano murmullo de una radio y ver una rendija de luz que salía por debajo de la puerta de la habitación de Santiago. Se acercó a ella lentamente y llamó con golpes suaves. A los pocos segundos. él abrió la puerta en pijama y la invitó a pasar con una sonrisa...

    A las siete en punto de la mañana, Victoria estaba en el comedor tomando el desayuno que amablemente le sirvió la señora Clearmont. No despertó a Jane, ni tan siquiera lo in—tentó... Deseaba estar sola al menos unos minutos antes de tener que reunirse con sus 'compañeros de viaje. Había pasado una noche intranquila, desde luego no había disfrutado de un sueño reparador. No había hecho más que soñar una y otra vez con el beso de Santiago, con su proximidad y con su mirada. Él no era el primer hombre que la besaba, pero nunca había sentido nada igual. Por más que odiase reconocerlo, aquello había sido diferente. ¡Todo era diferente desde que le conocía' Nunca había dudado hasta entonces, siempre sabía qué hacer o decir en cada momento, convencida de qué era lo correcto. Sin embargo, desde hacía tres días dudaba hasta de sí misma y eso la ponía nerviosa.

    ¿Qué sentía realmente por aquel hombre? ¿Sería un error suyo el prejuzgar a la gente? ¿Debería reconocer su error o mantenerse en su postura? ¿Y si él amase a Jane...? Las preguntas la atormentaban sin conseguir pensar en nada más. Era absurdo que aquello le estuviese ocurriendo precisamente a ella.

    Media hora más tarde entraron en el comedor Jane y Santiago, cuando Victoria terminaba su taza de café con leche. Saludándola, se sentaron frente a ella a esperar que les sirviesen el desayuno.

    —¿Por qué no me has despertado, Victoria? —preguntó ane, sonriente—. Ha tenido que hacerlo Santiago...
    —Él se he levantado muy temprano —contestó Victoria intentando sonreír a su vez—. Estabas tan dormida que me dio pena despertarte. Supuse que Santiago se encargaría de hacerlo.
    —Tal y como prometí —dijo él levantando las cejas—. a las siete en punto llamé a nuestra puerta para despertaras. ¿No has descansado bien? —le preguntó a Victoria con algo de sorna.
    —Maravillosamente —mintió ella—. Siempre suelo levantarme temprano y hoy con más motivo. Me gusta digerir el desayuno antes de hacer deporte. ¿Y tú? —le preguntó ella en el mismo tono.
    —He dormido como un niño —intercambió una sonrisa con Jane—. Siempre suelo hacerlo, pero esta noche con más motivo. Después del viaje hasta aquí.

    Victoria sintió celos de aquella sonrisa de complicidad entre ambos... Jane parecía encantada mirándole y sonriéndole abiertamente, mientras que ella no podía hacer lo mismo. Sólo quería que terminasen su desayuno y emprendiesen la marcha. Una buena caminata y el aire fresco de la mañana siempre habían ejercido sobre ella un efecto sedante p' eso era justo lo que necesitaba.


    Al comenzar su excursión, lo primero que contemplaron con detenimiento fueron las tonalidades azules y blancas del lago Viedma, sobre cuyas aguas discurrían dos glaciares que no eran rnás que una pequeña muestra de los que podían verse más al Sur. Después se int.errtaron en un pintoresco bosque, lleno (le color en aquella época del año, que debían cruzar para llegar hasta su destino. Tal y armo había predicho el guardaparques el día anterior, el día era claro y luminoso y, aunque la brisa era fresca, el sol calentaba cada vez con mayor intensidad. Después de un par de Doras de ejercicio tuvieron que quitarse los chaquetones acolchados, con los que se habían abrigado los tres a primera hora de la mañana y Santiago tuvo que hacerse cargo de la mochila de Jane, que cada vez se iba quedando más retrasada.

    Como Victoria ya sabía, la suave brisa de la montaña y el paseo por aquel bosque multicolor consiguió tranquilizarla poco a poco. Los comentarios sobre los paisajes que atravesaban y sobre los animales que descubrían a su paso iban logrando suavizar la tensión que había entre ella y Santiago. El miraba con ojos ávidos hacia todas partes, animado y feliz como un niño ante la belleza de lo —que estaba viendo. A medida que observaba sus reacciones, Victoria se planteaba la posibilidad de que estuviese equivocada con él, reconociendo para sus adentros que estaba demostrando ser un hombre sensible y delicado... Quizá toda la culpa fuese suya por creerse tan autosuficiente, quizá él no estaba haciendo más que defenderse. Mientras avanzaba la mañana y el camino que les quedaba por recorrer era más corto, su temor de que sintiese por él algo rnás que una simple atracción se iba acrecentando. Cada vez que le veía reír con Jane o que ella se acercaba a él del modo insinuante en que solía hacerlo, sentía que el corazón le daba un vuelco, que no podía respirar. Hubiese gritado que él era diferente, que lo admitía... Hubiese dado cualquier cosa por sentir de nuevo el calor y la humedad de sus labios, la fuerza de su cuerpo y el ardor de su mirada que la traspasaba hasta llegarle directamente al corazón, a la sangre que corría desbocada por sus venas...

    Los picos montañosos del Fitz Roy iban apareciendo, imponentes y orgullosos entre las nubes, a medida que iban avanzando. Al llegar a lo alto de una pequeña loma, se detuvieron a descansar un poco. Jane se sentó agotada sobre una piedra, mientras que Santiago y Victoria dejaban las mochilas en el suelo y, como si mediara un acuerdo tácito entre ellos, se dirigieron al mismo punto para contemplar el magnífico y sobre—r cogedor panorama. Delante de ellos se erguían las montañas y a su espalda el lago, en el que se reflejaba brillante la luz del sol. Sus ojos se encontraron sin querer y, durante unos segundos, una mirada penetrante, casi eléctrica se cruzó entre ambos... Una mirada de ataque y defensa, de deseo y odio y temor y necesidad. Jane, que estaba atenta a las reacciones de ambos, se puso en pie apresuradamente y, llegando hasta ellos, se colgó del brazo de Santiago.

    —Es maravilloso, ¿verdad? —dijo Jane buscando la mirada de él y apartándole de Victoria—. ¿Has visto el color de esa montaña?
    —Es impresionante —contestó él, mirando a Jane y buscando luego los ojos de Victoria—. Tanta belleza hace que me sienta insignificante, que me sienta atraído hacia ella irresistiblemente.

    Victoria escuchaba ensimismada sus palabras. Se las decía a ella, mirándola directamente a los ojos, haciéndola sentir igual que cuando la tomó entre sus brazos para besarla con ternura y pasión... Pero la que estaba a su lado seguía siendo Jane.

    —¡Qué cosas más bonitas dices¡ —dijo Jane llamando la atención de Santiago y acercándose más a él—. ¿Continuamos? Tengo ganas de llegar a ese campamento base.
    —Si, será mejor que reemprendamos la marcha —contestó Victoria, regresando al lugar donde había dejado su mochila.

    Se pusieron de nuevo en marcha y esta vez Jane se mantuvo más atenta a la posible cercanía de Victoria. Pese a que se sentía agotada, hizo todo lo que pudo por seguir el mismo ritmo de Santiago, permaneciendo continuamente a su lado y haciéndole preguntas sobre todo lo que veía. Lo que más le dolía a Victoria era que a él no parecía importarle ese acoso,

    No entendía a qué estaba jugando, Primero la besaba para luego rechazarla. después la miraba hablándole como si quisiera, traspasarla para luego admitir los coqueteos de Jane... Era desquiciante, pero maravillosamente intenso y la intensidad no era algo a lo que Victoria estuviese acostumbrada.


    Cuando llegaron al campamento base, lo primero que hicieron fue dirigirse al responsable del mantenimiento de los refugios para presentarse y que les especificase en cuál de ellos les había reservado un lugar. Los refugios eran rústicas cabañas de madera en las que no había ninguna comodidad a excepción de una chimenea y una especie de pila que hacía las veces de lavabo y fregadero. Los aseos comunes, tan rústicos como los propios refugios, se hallaban en el exterior. Jane no podía creer lo que estaba viendo. Imaginaba que no iban a hospedarse en el Ritz. pero no creía que pudiese existir un lu—gar como aquél y que alguien fuese allí por gusto. A Victoria nunca le habían resultado cómodos ese tipo de sitios, pero no tenía inconveniente en utilizarlos durante un par de noches. Por último, Santiago se mostraba feliz. Todo era aún más bonito de lo que se había imaginado.

    Después de dejar parte de lo que llevaban en las mochilas en el interior de la cabaña, salieron al exterior para tornar al sol las provisiones que llevaban para el almuerzo y, a continuación, pasear por los alrededores de la base del cerro y recorrer, mientras hubiese luz, parte de los bosques y lagunas en los que diversos glaciares rompían en cascadas creando irnágenes paradisíacas ante los ojos de los visitantes.

    Antes de que la noche se cerrase sobre ellos, volvieron al campamento con la idea de cenar algo ligero y acostarse. Los tres estaban cansados y al día siguiente tenían que madrugar de nuevo, ya que Santiago quería visitar otra laguna próxima antes de emprender el regreso al pueblo. Sin embargo, cuando llegaron, se encontraron con varios grupos de alpinistas que durante el día se encontraban en la montaña y que, a esa hora, habían encendido fogatas y cenaban al calor de una hoguera. Justo a la entrada de la cabaña en la que ellos dormirían, un grupo de montañeros españoles acababa de encender el fuego y se disponía a cenar cuando les vieron aparecer. Después de los saludos iniciales les invitaron a que se uniesen a ellos, sobre todo al saber que Santiago era de ascendencia española. Las canciones al son de una guitarra. las historias sobre montañas de distintos países y los recuerdos niás diversos se sucedieron durante toda la noche haciendo las delicias de Santiago, que participaba animadamente, sobre todo al ver que las dos mujeres que le acompañaban reían y disfrutaban igual que él.

    Cuando el fuego de la hoguera comenzó a apagarse, el grupo se fue dispersando poco a poco, hasta que sólo quedaron frente a las brasas Victoria y Santiago; ya que Jane había entrado a la cabaña para buscar algo.

    —Ha sido un día estupendo, ¿verdad? —preguntó Santiago, moviendo los rescoldos con un palo.
    —Creo que ha sido más que ese —contestó Victoria con voz suave—. Lo he pasado realmente bien.

    Cuando Victoria levantó la mirada, Santiago pudo ver en sus grandes ojos verdes aquel leve reflejo anaranjado que la hacia resplandecer. Sus suaves y perfiladas facciones parecían trazadas con cuidado, con el amor con el que un escultor trata de hacer aún más perfecta su obra maestra dándole la vida cota esos toques. Le miraba de una manera diferente, de un modo que le atraía hacia ella.

    De pronto, la voz de Jane rompió la magia de aquel nromento en el que parecía que cualquier cosa podía suceder.

    —¡Santiago, querido! —exclamó Jane desde la puerta de la cabaña con una entonación fórzadamente cariñosa—. ¿Has visto mi pinza del pelo?— Creo que anoche me la dejé en tu habitación.

    Aquellas frases fueron corno un jarro de agua fría para Victoria, quien, sin dar tiempo a la respuesta de él, dijo:

    —Creo que es mejor que nos retiremos. Es tarde.


    Capítulo 8


    Tal y corno tenían previsto, y pese a haberse acostado algo tarde la noche anterior, madrugaron lo suficiente como para poder visitar algo más antes de reemprender el regreso. Guardaron de nuevo las cosas que habían sacado de sus mochilas y, después de despedirse de los alpinistas y del encargado, se pusieron en marcha.

    Jane estaba harta, cansada de los paseos y de que Victoria le estuviese causando tantos problemas. Ya no se trataba de conquistar o no a Santiago, hasta cierto punto incluso eso le resultaba ya indiferente, pero lo que no podía permitir era que fuese precisamente ella la que se lo arrebatase. Victoria quería aparentar indiferencia, simular que estaba por encima de cualquier coqueteo o interés por él, pero ella había visto en sus ojos un brillo especial al mirarle... Estaba segura de que esa noche había estado a punto de ocurrir algo entre ellos aunque por suerte llegó a tiempo para evitarlo.

    A medida que caminaba, cansada de andar entre piedras e incómoda maleza, la idea, de vengarse de Victoria de una vez por todas se iba fraguando con mayor intensidad. Aunque ella intentase fingir lo contrarío, nunca la había visto tan interesada por un hombre... Por otra parte, Jane tampoco quería descartar la idea de convertirse en la señora de Arqués, así que debía pensar en algo con lo que consiguiese ambas cosas y algo que le había dicho su madre le dio una idea con la que podría al menos dar un primer paso para conseguirlo...

    Aún no se habían alejado mucho del campamento. Los tres caminaban en silencio por el sendero rocoso que les llevaría hasta la laguna a la que se dirigían. De pronto Jane comenzó a corretear por delante de Santiago, juguetona, haciéndole guiños y riendo de la manera encantadora en que solía hacerlo cuando quería conseguir algo.

    —¡Vamos, chicos! —les animó, invitándoles a que la siguiesen—. ¡Qué aburridos estáis hoy¡
    —Ten cuidado, Jane —dijo Victoria con voz pausada—. Puedes hacerte daño.
    —¡Oh, Victoria: No seas aguafiestas —contestó Jane, reemprendiendo sus carreras.
    —¡Victoria tiene razón! —elevó la voz Santiago, ya que Jane se había alejado—. ¡Vuelve!
    —Siempre decís que me retraso, ¿no? Pues hoy pienso llegar antes que vosotros.

    Durante unos segundos, Santiago y Victoria perdieron a ane de vista. justo antes de que lograsen verla de nuevo, oyeron un grito. Ambos salieron corriendo hacia el lugar por el que la habían visto desaparecer, angustiados por la posibilidad de que hubiese podido caer por algún barranco. Cuando recorrieron los pocos metros que les separaban de ella, la vieron en el suelo, sujetándose el tobillo derecho con ambas manos y quejándose sin cesar. Santiago soltó las mochilas y se arrodilló de inmediato a su lado para comprobar qué le había sucedido. Al ponerse a su altura, Jane se abrazó a su cuello sollozando. Fue entonces Victoria la que se arrodilló para tantear la parte dolorida y a cada roce de sus dedos las quejas de Jane eran mayores y más profusas sus lágrimas...

    —¡Santiago, ayúdame!. Me he torcido un tobillo —dijo Jane abrazada a Santiago—. Me duele muchísimo.
    —No se te ha hinchado, Jane —le dijo Victoria con gesto de preocupación—. Te lo vendaré, así te sentirás mejor ' podrás caminar.
    —¡No! —gritó ella entre lágrimas—. No puedo soportar que me roces.
    —Pero debemos vendarte —apoyó Santiago a Victorias—Vamos, yo lo haré.


    Jane aceptó que Santiago fuese el que la vendase, aunque no dejaba de quejarse continuamente y de hacer gestos que demostraban que sufría un dolor insoportable. Cuando estuvo vendada y la ayudaron a ponerse en pie, sufrió un ligero desvanecimiento al apoyarse en el suelo.

    —Creo que nuestra excursión de hoy ha terminado aquí —dijo Santiago, al ver que habían transcurrido varios minutos y el estado de Jane era el mismo.
    —¿Y cómo vamos a llegar hasta el pueblo? —preguntó Victoria con gesto preocupado—. Estamos a más de cinco horas de camino.
    —Iremos hasta el campamento —contestó Santiago, tomando a Jane en brazos—. Veremos si el encargado o algún alpinista nos puede llevar hasta allí en un todo terreno. ¡le visto varios estacionados al otro lado de las cabañas. Hasta allí la llevaré en brazos.
    —¡Cuánto lo siento, Santiago! ——dijo Jane abrazándose a él y sin dejar de sollozar. Lo he estropeado todo.
    —No te preocupes ahora —la tranquilizó Santiago—. Todo se arreglará.

    Santiago cargó con Jane y con su mochila, pero Victoria tuvo que cargar con el resto. Después de más de media hora de penoso recorrido lograron llegar hasta el campamento. Casi inmediatamente después de su llegada, uno de los alpinistas que no tenía previsto subir al cerro esa mañana se ofreció para llevarles al pueblo en el todo terreno del equipo y tres horas después les dejaba en la puerta del hotel en el que habían estado alojados.

    El plan de Jane había dado el resultado deseado. Evidentemente, ella se ocuparía de que el dolor de su tobillo fuera lo suficientemente insoportable como para que Santiago tuviese que ocuparse de ella... Tal y como había dicho su madre. El viaje quedaría definitivamente suspendido, ya que él tendría que llevarla a casa. Victoria se quedaría por fin en su estancia, junto a sus padres y ella tendría de nuevo a Santiago por completo. De momento había conseguido deshacerse de las ¡ncomodidades de ese estúpido recorrido y fastidiar a Victoria a la que, según sus cálculos, le quedaban pocas horas de estar junto al hombre que tanto le gustaba. ¡Era perfecto! Lo único que le quedaba por solucionar era encontrar un modo de retener a Santiago a su lado cuando llegasen a casa, pero tenía tiempo para pensar en eso... y, seguramente, cuando estuviesen solos, todo resultaría mucho más fácil.


    En el pueblo no había más que un auxiliar médico que contaba en su pequeña consulta con medios muy escasos para hacer algo que no fuese una cura de primeros auxilios. Fue él quien visitó a ,Jane en el hotel. Examinó el tobillo de Jane y, después de untarle una pomada analgésica, volvió a vendarlo de nuevo.

    —A simple vista no parece que sea nada grave —dijo el auxiliar al terminar la cura—, pero si le duele tanto como dice, lo mejor será que se la lleven a un lugar donde puedan hacerle unas radiografias. Esto es lo máximo que yo puedo hacer en estas condiciones.

    Santiago acompañó al auxiliar hasta la salida y volvió a la habitación en la que estaba Jane tumbada sobre la cama y Victoria sentada a su lado sobre el colchón.

    —Creo que nuestro viaje ha tocado a su fin —dijo Santiago con gesto de conformidad, sentándose al otro lado de la cama—. Debemos ponernos en camino hacia tu casa lo antes posible —miró a Jane—. Es una tontería que nos quedemos aquí sin poder hacer nada.
    —¡Cuánto lo siento, Santiago! —Jane bajó la mirada para luego volver a fijarla en él con los ojos inundados de lágrimas. Sé la ilusión que te hacía este viaje yy por mi culpa...
    —No te preocupes, ya habrá otros —la tranquilizó Santiago—. De todos modos, voy a llamar a tus padres antes de ponernos en camino. Creo que es lo mejor.
    —Como quieras —dijo Jane entornando los ojos—. Me siento tan avergonzada...
    —No te preocupes —contestó Santiago levantándose y abriendo la puerta—. Ahora vuelvo.
    —Lo siento, Victoria —la voz de Jane sonó con mentido pesar. Sé que estabas disfrutando del viaje y...
    —¡Qué tontería —la interrumpió Victoria, hablando con suavidad—. Ahora descansa y deja de culparte.

    Victoria se levantó de la cama y fue a sentarse en la butaca que había junto a la ventana de la habitación hasta que llegase Santiago. Desde allí podía verse el bosque por el que habían caminado hasta el cerro que se suponía constituía el principio de una aventura y que había sido también su final. Se sentía triste. Ni tan siquiera tenía fuerzas para estar enfadada con Jane. Sabía que realmente no se sentía tan mal como decía, en el supuesto caso de que se hubiese hecho daño de verdad, pero no podía culparla por ello. La noche anterior, Jane se había encargado de dejarle claro que entre ella y Santiago había algo, así que no era de extrañar que quisiese perderla de vista. En ese momento había sentido rabia, se había odiado a sí misma por estarse enamorando de un hombre que, aunque pareciera lo contrario, no era más que un patán por jugar con dos mujeres a la vez. Sin embargo, en ese momento, mirando por la ventana, cuando ya estaba segura de que en unas pocas horas se despediría de él y probablemente no le vería más, sólo podía sentirse triste. Deseaba que el tiempo transcurriese despacio para poder seguir sintiéndole cerca, pero también deseaba que pasase lo antes posible para que su vida volviese a la normalidad, para poder sentirse de nuevo la Victoria Rendle de siempre...

    Santiago regresó a la habitación cuando había transcurrido media hora aproximadamente desde que se marchase a llamar por teléfono a los padres de Jane. Aunque intentaba mantener un gesto serio, sus ojos brillaban de una manera especial.

    —¡Ya he regresado! —exclamó, buscando la mirada de Victoria y luego, sentándose junto a Jane—. He hablado con tu padre y me ha dicho que prefiere que no nos pongamos en viaje hoy... Al parecer ya están acostumbrados a tus problemas con los tobillos. Me ha dicho que los tienes muy frágiles.
    —Sí —contestó Jane con expresión de culpabilidad—. No es la primera vez que me ocurre.
    —Bueno, no te preocupes —le sonrió Santiago. —Entonces, ¿nos vamos mañana? —preguntó Jane devolviéndole la sonrisa.
    —En cierto modo sí —contestó él.
    —¿En cierto modo? —preguntó Victoria extrañada, mirando a Santiago por vez primera desde que había entrado en la habitación.
    —Veréis —comenzó a decir Santiago, hablando pausadamente y con gesto serio—, tu padre, Jane, se ha negado a que te llevemos a casa. No me ha permitido, bajo ningún concepto, que por esto anulemos el viaje. Él pensaba tomarse mañana el día libre, así que saldrá de madrugada para venir a buscarte y luego llevarte a casa. Me ha convencido al decirme que tú no vas a poder moverte en varios días y que te haré sentir menos culpable si yo continúo el viaje con Victoria...

    Ambas mujeres le miraron sorprendidas. Jane hubiese deseado gritar de rabia. ¿Cómo se le habría ocurrido a su padre esa estupidez? Todos sus planes se derrumbaban de pronto y, lo que era aún más dramático, se volvían en su contra. Ahora Victoria tendría un montón de días por delante para estar con Santiago, recorriendo esos lugares bonitos que a él parecían inspi—rarle tanto y ella no podía hacer nada para evitarlo. Ya no la echar a correr por el pasillo para demostrarle que podía ir con ellos, menos aún cuando su padre estaba al tanto de todo y sabía que cuando se hacía daño de verdad pasaba al menos una semana hasta que se recuperaba. ¡Todo estaba perdido!

    Santiago miraba alternativamente a Jane y a Victoria. Ambas parecían haberse quedado mudas después de lo que les había dicho.

    —Todo esto —comenzó a hablar de nuevo buscando los ojos de Victoria para ver su expresión—, suponiendo que quieras acompañarme, Victoria, De no ser así puedes regresar con ellos, si quieres.
    —No, no tengo ningún problema en ir contigo —respon dió Victoria, sin pensar en lo que decía—. Ya que estamos aquí es una pena volver atrás.
    —¡De acuerdo! —dijo Santiago, animado por su respuesta—. Después pensaremos en el resto del recorrido. Te echaremos mucho de menos, Jane.
    —Y yo a vosotros —contestó Jane, sin poder evitar que su respuesta sonase seca y, mirando a Victoria—: Espero que lo paséis muy bien. Mi padre tiene razón, ahora me siento mucho más tranquila.

    A la nueve y media de la mañana, John Bridges llegaba al hotel para llevar a su hija de vuelta a casa. Desayunaron todos juntos antes de ponerse en marcha, aunque en direcciones opuestas. El mal humar de Jane era más que evidente, por lo que su padre, que la conocía bien, apuró su café lo más rápidamente que pudo para evitarles a Santiago y a Victoria una situación desagradable.

    Santiago la llevó en brazos hasta el auto en el que había venido John y, sin que pudiese decir nada, Jane le besó en los labios antes de que su padre llegase, pero asegurándose de que Victoria lo veía todo.

    —Espero que te acuerdes de irá —susurró Jane al oído de Santiago.
    —No te preocupes, Jane —sonrió Santiago—. ¡No eres fácil de olvidar!
    —Estaré en casa cuando vuelvas —habló sobre los labios de él, observando por encima de su hombro la expresión de Victoria.
    —Entonces nos veremos contestó él, separándose de ella y cerrando la portezuela del automóvil.

    John salió finalmente del hotel desde donde estaba telefoneando a su esposa y, después de despedirse de Santiago y Victoria, subió en el auto y arrancó. Victoria lo siguió con la mirada hasta que se perdió en el horizonte. Fue entonces cuando se dio cuenta de que se había quedado sola junto a Santiago. La noche anterior había aceptado su invitación para continuar el viaje junto a él sin pensarlo, sin creer realmente que eso fuese a ocurrir. Habían estado estudiando los mapas juntos para decidir cuál sería su próxima parada, pero realmente no se dio cuenta de que iba a estar absolutamente sola con él hasta que Jane no se hubo marchado. Creyó que ocurriría una curación milagrosa, que John no podría ir a buscarla... Cualquier cosa excepto que se iba a ir de verdad dejándola junto a Santiago.

    En realidad, la lejana posibilidad de que eso ocurriese le parecía una idea atractiva y apetecible, la había deseado en innumerables ocasiones, pero ahora que era cierto sentía miedo. Se animó a sí misma diciéndose que no tenía nada que temer, sobre todo después de haber visto cómo se despedía Jane de Santiago... Sería una tonta si después de que Jane se había encargado de informarla de que había pasado una noche con él y después de aquellos tiernos besos de despedida caía en las redes que él le tendía... Aunque realmente ya no sabía lo que sentía. Rabia o tristeza, deseos de humillarle y castigarle por su juego o deseos de amarle... Todo era confuso. Lo único que sabía es que estaba sola con él, que estaría a su lado durante varios días y que seguía sintiendo que sus mejillas se sonrojaban cuando él se acercaba o pronunciaba su nombre. Lo que ocurriese a partir de entonces era una incógnita, como era habitual en su vida desde que conocía a ese hombre.


    Santiago saldó la cuenta pendiente con los Clearmont y, después de cargar algunas provisiones y de que Victoria se despidiese de ellos, emprendieron de nuevo el viaje con dirección Sur. Habían decidido ir al otro extremo del Parque Nacional Los Glaciares, para lo que tenían que recorrer unos trescientos kilómetros hasta llegar a la villa El Calafate, que era el punto estratégico para planear sus excursiones por la zona. Victoria nunca había visitado aquella parte del país, pero su madre se la había descrito con detalle en innumerables ocasiones. Aquel parque estaba cubierto eternamente por un inmenso manto de nieve que recibía el nombre de hielo continental patagónico; desde allí descendían casi cincu.enta glaciares que se habían ido desprendiendo de esa enorme masa helada, para desembocar en los distintos lagos de la zona.

    Durante todo el trayecto, Santiago y Victoria charlaron animadamente sobre todo lo que iban a ver. Victoria se quedó sorprendida al comprobar que Santiago era un verdadero conocedor teórico de aquellos parajes. Los comentarios que había intercambiado con su madre la noche en que le conoció no habían sido sólo fragmentos aprendidos para impresionarla, sino verdadero interés por el tema. Los dos se mostraban contentos e ilusionados. En ningún momento hicieron alusión a Jane o a su marcha, tampoco a lo ocurrido entre ellos ni a ninguna de las situaciones violentas que se habían producido entre ambos. Simplemente, se dejaban llevar por las sensaciones agradables que tenían al recorrer aquellos caminos, por el deseo de pasarlo bien y de conocerse mejor.

    Como si de dos niños se tratase, iban enumerándose el uno al otro la cantidad de cosas que podrían hacer. A Santiago le apetecía navegar por el lago Argentino, mientras que Victoria estaba deseando cabalgar por las estepas y bosques de la zona. Pero en lo que ambos estaban de acuerdo era en que lo primero que harían sería visitar el más conocido de los glaciares: El Perito Moreno.

    Todo aquello resultaba tan nuevo como excitante para ambos y, desde que se habían separado de Jane, parecían sentirse más cómodos el uno con el otro, más dispuestos a compartir lo suficiente como para comprenderse mejor.

    Cuando llegaron a El Calafate ya eran más de las dos de la tarde, así que hicieron lo mismo que en su parada anterior. Buscaron un lugar donde alojarse, consultaron cuáles eran las excursiones más recomendadas y cuál era el mejor modo de hacerlas y buscaron el equipo y las provisiones que necesitaban para llevarlas a cabo. Tres horas después estaban en un salón del hotel en el que pasarían esa noche, repasando en el mapa el recorrido del día siguiente delante de una humeante taza de té.

    Victoria se sentía bien. La compañía de Santiago resultaba grata y divertida. Lo único que la incomodaba era la posibilidad de haberse equivocado con él... Cada vez dudaba más de sus propias convicciones a medida que pasaban más horas juntos. Tenía una manera diferente de ver la vida, de disfrutar de las pequeñas cosas que había a su alrededor, logrando transmitirle a ella, con esa intensidad que siempre se había negado, unos sentimientos diferentes.

    Esa tarde rieron y charlaron sobre los más diversos temas olvidándose de quiénes eran. Victoria llegó a reír abiertamente sin que eso le pareciese una incorrección, incluso Santiago había logrado convencerla de que no hacía falta que se cambiase pata la cena, ya que estaban en un lugar sencillo y, como tal, no eran necesarias muchas de las premisas protocolarias que ella respetaba tanto... Todo parecía nuevo y diferente.

    Cuando Santiago la acompañó hasta la puerta de su habitación esa noche después de la cena, ninguno de los dos sabía muy bien qué hacer. Victoria deseaba íntimamente que la besara, que sellara de aquel modo lo que había sido un día maravilloso; sin embargo, le tendió la mano antes de que él hiciese nada. Fue un movimiento instintivo de autodefensa... Su fuerte nunca había sido la coquetería y, en el caso de Santiago, aunque su corazón desease otra cosa, su cabeza le decía que debía mantener las distancias si no quería que su corazón se rompiese en pedazos. Al fin y al cabo y, pese a no haberla mencionado durante todo el día, Jane se interponía entre ellos.

    Santiago tomó entre las suyas la mano que le tendía Victoria y, clavando sus profundos ojos negros en los verdes de ella, permaneció en silencio durante unos segundos, acariciando su mano y observándola. Después, con un breve «hasta mañana», la soltó suavemente y se dio la vuelta para dirigirse a su habitación...


    Capítulo 9


    A la mañana siguiente, Victoria bajó al comedor unos minutos antes de la hora que habían acordado, Había descansado mucho mejor que las noches anteriores, pese a que la última mirada de Santiago antes de irse a su habitación la había hecho estremecer. Deseaba emprender aquella excursión para visitar el famoso glaciar del que tanto había oído hablar a su madre, y más si era junto a él... Era consciente de que pisaba arenas movedizas, un terreno extremadamente peligroso, si dejaba fluir sin ningún impedimento sus sentimientos hacia Santiago... Pero, de momento, creía tener el control de la situación. En unos días' se despedirían y probablemente no volverían a verse, así que no tenía que hacer más que seguir como hasta entonces un poco más.

    Puntualmente, Santiago entró en el comedor buscándola con la mirada. A Victoria le pareció que estaba más atractivo que nunca. Vestía un conjunto de pantalón y jersey negro que hacía que su aspecto resultase aún más varonil de lo que era generalmente. Cuando finalmente la vio, sonrió abiertamente v se acercó a la mesa.

    —Puntualidad inglesa, ¿eh? —bromeó Santiago, sentándose a su lado—. ¿Nunca me vas a dejar esperarte?
    —Reconozco que eso va a resultar algo dificil —sonrió Victoria—. A diferencia —de la mayoría de las mujeres, suelo ser bastante puntual.
    —Eres muy diferente de las demás mujeres en todo, así que eso no me sorprende —Santiago contestó con desparpajo, desplegando la servilleta sobre sus rodillas.
    —¡Espero que eso sea un halagol —rió Victoria haciendo lo mismo.
    —No lo dudes ni por un instante —se acercó a ella como si le hiciera una confidencia—. Las demás son bastante más aburridas —volviendo a su posición inicial—. Disculpa que no me haya afeitado. El aire frío hace que se me irrite la piel.

    Victoria ya había reparado en que no se había rasurado esa mañana, pero realmente no le importaba. Aquella media barba le hacía aún más atractivo y, por otra parte, para su desgracia, era poco probable que llegase a pincharla así que... Victoria no pudo evitar sonreír por sus propios pensamientos. Ella era capaz de controlar sus reacciones y sus movimientos, su manera de actuar, pero de lo que era incapaz desde la Fiesta de los Bridges era de dominar sus pensamientos. Al principio esa sensación llegaba a desesperarla, pero después de acostumbrarse a ella incluso le hacía gracia. Era como contarse chistes a ella misma.

    —¿De qué te ríes? —preguntó Santiago, sonriendo extrariado—. Los hombres vulgares como yo tenemos derecho a tener una epidermis sensible, ¿no crees?

    Victoria dejó de sonreír. Aquélla era la primera vez, desde que llegaron al tácito acuerdo de no molestarse el uno al otro, que Santiago volvía a hacer referencia a su despectivo modo de denominar a los hombres como él. La verdad era que no sabía cómo reaccionar— Por una parte, su. respuesta le parecía ocurrente y, por otra, le dolía, porque le recordaba sus propias equivocaciones...

    —Lo siento —se disculpó Santiago al ver su cambio de expresión—. Lo he estropeado, ¿verdad?
    —No te preocupes —se apresuró a contestar Victoria, sintiendo que las palabras le fluían solas—. Al fin y al cabo yo me lo he buscado —bajó la mirada—. Tal vez me haya equivocado contigo. Tú eres diferente a los demás que han...
    —No sigas, Victoria —la interrumpió Santiago, haciendo un gesto de negación con la man.o—. ¿Qué vas a decir? ¿Que soy diferente a los demás hombres que de pobres han pasado a ser ricos? ¿Que soy diferente al tipo de tu libro, a ése del que nunca te podrías enamorar?
    —Yo... Yo —titubeó por vez primera Victoria.
    —Escúchame —la interrumpió de nuevo—. Yo soy diferente porque me llamo Santiago Arqués, porque soy un individuo y como tal me diferencio de los demás, pero no por nada más. Igual que tú eres distinta a Jane y pertenecéis a la misma clase social, yo soy igual a cualquier gaucho, o al camarero que nos va a servir el desayuno. Ahora comamos algo y pongámonos en marcha. Es mejor que no hablemos de esto. Nunca nos, pondríamos de acuerdo.

    Victoria no intentó decir nada más. Por primera vez en su vida no encontraba palabras para contestar, para dar una respuesta adecuada al razonamiento que le había hecho Santiago. Además, no deseaba hacerlo, ya no estaba segura de nada. Lamentaba sobremanera que hubiese surgido ese roce entre ambos, pero era consciente de que, aunque no hablasen de ello, ése era uno de los principales problemas que les separaban en aquel momento... que les separaría siempre. Así que lo único que deseaba era disfrutar el tiempo que le quedaba de estar junto a él, sin más discusiones.

    Se sintió aliviada al comprobar que el comportamiento de Santiago durante el desayuno fue completamente normal. Hablaba y actuaba como si no hubiese ocurrido nada y ella hizo lo mismo. Cuando se pusieron en camino hacia el glaciar Perito Moreno, el ambientee era totalmente distendido. Debían recorrer unos ochenta kilómetros hasta llegar a su destino, bordeando la mayor parte del trayecto, disfrutando desde el automóvil de los tonos plateados del agua y del navegar a la deriva de algunos de los témpanos que se desprendían de los glaciares y que eran de los más diversos tonos de azul. El trayecto hasta la Península de Magallanes, desde cuyas plataformas de observación contemplarían el glaciar, les pareció mucho más corto de lo que en realidad era. Cuando sus miradas se cruzaban accidentalmente mientras intercambiaban algún comentario, Victoria instintivamente intentaba rehuirla, mantener la calma y disfrutar de cosas intrascendentes.

    Al llegar a uno de los puntos recomendados para dejar los automóviles, decidieron abrigarse convenientemente y recorrer el resto del trayecto a pie. Aunque había algunas nubes en el cielo, el día era soleado y merecia la pena vivir ese espectáculo de la naturaleza lo más cerca posible. Mientras se dirigían a una de las plataformas de observación, iban oyendo los comentarios de dos hombres que caminaban en la misma dirección, y que no parecían ser turistas, sobre un posible derrumbe, lo que hizo que Santiago se aproximase a ellos para preguntarles sobre qué hablaban y asegurarse de que no existía ningún riesgo. Aquellos hombres les explicaron algo sobre lo que ellos ya tenían cierta información. El glaciar que se erguía majestuoso de más de cinco kilómetros de frente y cuyas paredes emergían en algunos puntos más de ochenta metros, avanzaba sobre el agua hasta interrumpir el curso del lago Argentino. Se convertía así en un enorme dique para el caudal de uno de los brazos del lago haciendo que el nivel de sus aguas subiese unos veinte metros. Este aumento de nivel producía una gran presión sobre la parte del glaciar que ejercía de tapón consiguiendo al fin, cada tres o cuatro años, derrumbarlo. Al parecer se trataba de un acontecimiento de fuerza inconmensurable que precisamente de tener lugar era en esa época del año, en los meses de febrero o marzo, durante el verano argentino. Ese año se cumplían cuatro años desde el último derrumbamiento y, aunque eran muy pocos los afortunados que lograban presenciar ese momento, aquellos lugareños no cejaban en su entpeño de conseguirlo, acudiendo a aquel lugar cada día que les era posible para contemplar el glaciar.

    Santiago y Victoria siguieron a aquellos hombres hasta el lugar en el que ellos solían detenerse para su espera. Aun sin derrumbamiento, el espectáculo que ofrecía el Perito Moreno era realmente impresionante. El día era claro, las pocas nubes que había en el cielo eran demasiado altas como para impedir la contemplación de la lengua de hielo en toda su inmensidad. Mirando hacia el horizonte se podían ver los treinta y cinco ki lómetros que recorría desde el hielo continental hasta el lago Argentino, deteniéndose finalmente a poca distancia de donde ellos estaban situados.

    Santiago pasó el brazo sobre el hombro de Victoria corno si así pudiese transmitirle mejor la impresión que le causaba lo que veía.

    —¿Ves esto. Victoria? —le preguntó mientras seguía mirando hacia el frente, conmovido—. Sería maravilloso vivir uno de esos derrumbamientos.
    —Creo que me daría miedo —contestó ella con voz suave—. Esto ya me parece lo suficientemente impresionante.
    —Tal vez tengas razón —dijo él, volviéndose para mirarla—. La fuerza de la naturaleza es algo que hay que temer... Muchas veces es irrefrenable y, quizá, no tengamos derecho a ser testigos de su curso.

    Victoria sentía de nuevo el calor de Santiago, la profundidad de su voz y la intensidad de su mirada. Hablaba sobre la fuerza de la naturaleza acercándose a ella cada vez más, corno si con sus palabras se refiriera a ellos, a la electricidad existente entre ambos. Cuando sus labios estaban a punto de rozarla, un fuerte estruendo sonó frente a ellos, les pareció incluso que la tierra temblaba. Ambos miraron inmediatamente hacia el lugar de donde provenía aquel sonido. impresionados por su intensidad, para ser testigos del desplome de parte del frente del glaciar. El espectáculo resultaba sobrecogedor... De nuevo sus retiradas volvieron a encontrarse para sentir la irremediable fuerza que les llevaba el uno hacia el otro, que hacia que sus labios se aproximasen.

    La boca de Santiago buscó con avidez los labios de Victoria, que se entreabrian lentamente para recibir su calor. Los brazos de ella se deslizaron por la espalda de él hasta que sus ruanos alcanzaron su cuello, acariciándolo con suavidad al mismo ritmo de sus besos. Santiago humedeció con su lengua la boca de Victoria, dibujando con ella su perfilado contorno, ansiando su contacto, estrechándola contra su cuerpo hasta sentirla temblar,

    Victoria cerraba los ojos intentando que lo que Santiago le hacía sentir y que llegaba hasta lo más profundo de su ser quedase impreso en ella para siempre. El fuego que corría desbocado por sus venas pedía a grritos el contacto de sus pieles, el sentirse moldeada por sus varoniles manos, saberse suya aunque sólo fuese un instante era suficiente...

    Santiago se separó de ella unos centímetros, lo justo para susurrar sobre su boca las palabras que plasmaban sus sentimientos, la necesidad que sentía de ella...

    —No sé lo que soy para ti, Victoria, pero quiero que mte veas como a este glaciar —dijo Santiago estrechándola de nuevo, como si quisiese fundirse con ella—. Aguanta firmemente la presión que las aguas ejercen sobre él hasta que un buen día se desploma, demostrando con ello su fuerza, arrebatándose sin freno —la miró fijamente. con aquella mirada que Victoria sentía como una quemadura—. No soy un lord ni quiero serlo, soy un hombre, un hombre de verdad que se desploma ante ti, que ya no puede resistir durante más tiempo tu proximidad sin caer vencido y amarte hasta enloquecer.

    La abrazó de nuevo, buscando otra vez sus labios, buscando con su boca la boca de ella para después volver a acariaciarla con ternura...

    Victoria creía que no iba a poder seguir respirando. Era tal la intensidad de lo que estaba sintiendo que hubiese deseado que ese momento no terminase nunca, ser suya en ese mismo instante, entregarse a su pasión, a su desbordante e incalculable fuerza que la hacía creerse en medio de un torbellino, un maravilloso huracán de consecuencias impredecibles.

    Permanecían abrazados, unidos como si su necesidad del otro nunca pudiese ser saciada, cuando unas enormes nubes negras cubrieron el cielo. No se dieron cuenta de ello hasta que los grandes copos de nieve, que al principio caían blandamente sobre ellos, se convirtieron en proyectiles que el viento movía a su antojo. Cuando volvieron a mirar a su alrededor parecía que estaban en otro lugar. Las aguas del lago empezaban a agitarse furiosas. mientras que una cortina de nieve y viento impedía ver el glaciar. Santiago tomó a Victoria de la mano e, intentando protegerla cle la imprevista inclemencia con sir cuerpo, comenzó a avanzar hacia el lugar donde habían dejado estacionado el auto.

    Los dos hombres —que les habían estado hablando sobre el glaciar pasaron por su lado, cubriendo sus Baberas con las capuchas de sus impermeables, al ver a los dos jóvenes que corrían, se detuvieron a su altura.

    —¡Eh, amigo¡ —exclamó el mayor de ellos dirigiéndose a Santiago en voz alta para que pudiese oírle—. ¡Amigo!
    —¡Dígame! —contestó Santiago en el mismo tono, ya que el sonido del viento hacía dificil la comunicación.
    —¿Adónde se dirigen? —preguntó el mismo hombre, acercándose más a ellos.
    —A nuestro automóvil —explicó Santiago, sin soltar a Victoria—. Lo hemos dejado un kilómetro más atrás del lugar donde nos hemos encontrado con ustedes.
    —¡No llegarán! —exclamó el hombre más joven—. Esta ventisca es de las fuertes. Además, en el caso de que lograsen alcanzar el auto, ¿dónde tienen alojamientos
    —En El Calafate —contestó Santiago—. ¿Qué ocurre?
    —Será mejor que vengan con nosotros —ofreció el mayor de ellos—. Si llegasen hasta el auto, después sería imposible que llegasen hasta el hotel. Es muy peligroso quedarse aislado por aquí.
    —¿Cree que esto durará mucho? —preguntó Victoria asustada—. Tal vez lleguemos, aún es temprano.
    —Es mucho más de mediodía y la carretera es mala. ¡Esto no tiene aspecto de cambiar hasta mañana¡ Es imposible que lleguen.
    —Pero... —intentó objetar Santiago.
    —Vamos, amigo —le instó el más joven—. No podremos salir de aquí si no se deciden. ¿Vienen o no?

    Victoria le hizo un gesto de aprobación a Santiago. Realmente el día había adquirido un aspecto horroroso. Incluso parecía que era de noche.. Debían haber estado horas allí sin darse cuenta. No se veía a ningún otro turista por los alrededores. El viento les azotaba con fuerza el rostro y la temperatura habla descendido considerablemente haciendo que la nieve fuese acumulándose a gran velocidad, convirtiendo en más penoso y lento su caminar.

    —¡Les seguimos! —dijo Santiago, estrechando a Victoria contra su costado—. ;Muchas gracias¡
    —¡Pues en marcha: —animó el mayor—. Nos queda bastante camino y esto está cada vez peor.

    Victoria estaba realmente asustada. Cada vez había menos luz y el frío calaba su ropa hasta que parecía entumecerle los huesos. Santiago la ayudaba a avanzar, tirando de ella, sin soltarla en ningún momento. El viento no dejaba de soplar arrastrando a su paso la nieve que les golpeaba el rostro, aunque quisiesen ocultarlo entre sus ropas. Ni Santiago ni ella habían tenido la precaución de sacar del automóvil ni las gorras ni los abrigos de sobra que habían llevado, por lo que los copos se pegaban a su cabello. Uno de los hombres que les guiaban se acercó a Victoria, poniéndole sin preguntarle nada su gorra de lana, para después ofrecerle la capucha que había separado de su impermeable.

    —¡Póngase esto, señorita! —exclamó colocándole las piezas que le ofrecía—. Usted no está acostumbrada a esto y no es muy agradable.
    —¡Gracias! —acertó a decir Victoria, mirando a Santiago con gesto atemorizado.
    —¿Adonde vamos? —preguntó Santiago, aprovechando la proximidad de uno de ellos.
    —A la estancia en la que trabajamos. Nuestras casas están cerca de aquí si se cruza en línea recta. Sólo se puede ir a pie —contestó el hombre, adivinando la pregunta que le iba a hacer Santiago acerca de su automóvil.

    Después de lo que a Victoria le pareció un camino interminable, cuando creía que estaba a punto de derrumbarse y no poder moverse más, Santiago advirtió su debilidad y la levantó en brazos. La apretó fuertemente contra su pecho y reinició la marcha como si no realizase ningún esfuerzo, siguiendo de cerca a los dos hombres que iban delante de él y que les animaban haciendo gestos con los brazos. Finalmente, cuando lle garon a la cumbre de un pequeño montículo, Santiago vio las luces de lo que parecían varias casas.

    —Mira, Victoria. Ya estamos llegando —susurró suavemente en su oído—. Sólo un poquito más y habremos llegado.

    Uno de los hombres miró hacia atrás cuando estaban relativamente cerca de las casas y, al ver la expresión contraída de Santiago y ¡a inactividad de Victoria se acercó hasta ellos, diciéndoles que ya estaban en casa, que pronto se encontrarían mejor. Intentó llevar él a Victoria, pero Santiago la estrechó más contra su pecho., demostrando que podía llegar hasta allí.

    Aquellos últimos metros parecían eternos pero, finalmente, consiguieron alcanzar lo que minutos antes sólo parecía un sueño. La puerta de una de las casas se abrió para dejarles pasar, cerrándose inmediatamente después. Santiago dejó a Victoria en el lugar que le indicaba la mujer mayor que les había abierto, sobre una butaca junto a la chimenea. El calor del hogar encendido les infundía poco a poco la vida a los recién llegados que se acercaban al fuego ansiando su calor. La mujer no permitió que ninguno de ellos se acercase a Victoria y, amorosamente, la despojó del gorro y la capucha, así como de su abrigo, acercándola más al hogar para que fuese reaccionando. Su rostro amoratado fue adquiriendo poco a poco un tono sonrosado que indicaba que volvía a la normalidad, mientras que frotaba sus manos una contra otra y se quitaba ella misma las botas, deseosa de sentir de nuevo que la sangre circulaba por sus venas.

    —Soy Humberto Guerra —se presentó el mayor de los hombres, tendiéndole la mano a Santiago cuando todos se sentían mejor—. Ella es mi señora, Anita —señaló a la mujer que inclinó la cabeza—, y éste mi hijo, también se llama Humberto.

    El hijo de Humberto Guerra le tendió también la mano a Santiago, que la estrechó con fuerza.

    —Yo soy Santiago Arques y ella, mi esposa, Victoria —aseguró Santiago, con una sonrisa—. Les estamos muy agradecidos por lo que han hecho por nosotros.

    Victoria miró sorprendida a Santiago mientras respondía a los saludos de los tres miembros de la familia Guerra. La casa era humilde, pero limpia y bien cuidada. Anita colocaba apre—suradamente al fuego de la cocina de leña una tetera para calentar agua. A su vez, los dos hombres situaban varias sillas alrededor de la mesa redonda que debía servirles de comedor e invitaban a Santiago y a Victoria a sentarse junto a ellos.

    —¡Qué barbaridad! —exclamó Santiago, ayudando a sentarse a Victoria y sentándose él después en la silla que estaba a su lado—. ¿Cómo ha podido ocurrir esto de repente?
    —Aquí nunca se sabe —dijo el padre, encendiendo un cigarrillo—. Puede ocurrir cualquier cosa en unas horas, pero hacía mucho que el tiempo no se volvía tan loco en verano.
    —Un buen mate nos entonará el cuerpo —rió el hijo, ofreciéndole tabaco a Santiago—. ¿Se encuentra usted mejor, señora?
    —Mucho mejor, gracias.

    Anita Guerra sacó la tetera del fuego antes de que el agua comenzase a hervir. Victoria siempre había considerado el rito del mate como una vulgaridad propia de las gentes de baja ca—tegoría social y nunca se había preocupado por conocerlo. Lo había visto de lejos, entre los peones de su estancia y algunos conocidos de Buenos Aires, pero nunca había aceptado sus invitaciones ni se había fijado en qué debía hacerse. Ahora se vela en el compromiso de participar; aquella buena gente les había salvado la vida, se habían preocupado por ella ofreciéndole todo aquello de lo que disponían, así que no podía hacerles un desaire. Ella, que tan correcta era habitualmente, que siempre sabía qué hacer, ahora se daba cuenta de que al salir de su círculo se encontraba perdida, de que no sabía cómo actuar correctamente en esa ocasión.

    Santiago advirtió su expresión de desconcierto mientras el marido de Anita dejaba la tetera sobre la mesa y preparaba en el mate la yerba para después verter algo de agua en su interior.

    —Deben disculpar a mi esposa —dijo Santiago, dirigiéndose a la familia Guerra—. Es de familia inglesa y ha pasado la mayor parte de su vida fuera del país, así que no sabe cómo debe tomarse el mate.
    —¿Hace pocó que están casados? —preguntó sonriente Anita al percatarse del evidente sonrojo de Victoria.
    —Sí —afirmó Santiago sonriente—. Menos de una semana, ¿verdad, querida? Ésta es en realidad nuestra luna de miel.

    Padres e hijo les felicitaron y, sonriéndole a Victoria, condescendientes con su ignorancia, prepararon mate dulce, en lugar del amargo que ellos solían tomar, para que a Victoria le resultase más suave.

    —¿Ves, Victoria? —comentó Santiago, mientras Humberto succionaba la bombilla después de añadir por vez primera agua al mate—. Humberto es el cebador, es decir, el que sirve el mate. Él bebe primero porque el primer mate nunca es demasiado bueno, de este modo los que le acompañan siempre tomarán lo mejor. Ahora volverá a rellenarlo y lo pasará a uno de nosotros, que debemos succionar la infusión igual que lo ha hecho él.

    Humberto, que sonreía al escuchar las explicaciones de Santiago, cebó de nuevo el mate y se lo pasó a Victoria.

    —¡Gracias! —sonrió ella, tomándolo entre sus manos.
    —No, cariño —sonrió Santiago, disculpándose con los presentes—. No debes decir gracias. Eso sólo se dice cuando no vas a querer tomar más. El te seguirá sirviendo cuando llegue tu turno hasta que digas «gracias», entonces sabrá que no quieres más y, en la siguiente ronda, le pasará el mate al siguiente.
    —¡Es más complicado de lo que parecía! —rió Victoria, que se sentía más tranquila por las explicaciones de Santiago y porque hubiese sabido disculparla frente a la familia Guerra—. ¿Ahora qué debo hacer?

    Anita, su marido y su hijo, contemplaban divertidos la escena. Los tres miraron a Santiago para escuchar cómo le explicaba el resto.

    —Veamos —contestó Santiago, alegremente—, no debes succionar con demasiada fuerza, debes hacerlo suavemente. Nunca debes dejar agua dentro del mate ni mover la bombilla de su sitio y, por último, debes terminar haciendo un par de ruidos secos cuando el agua se haya terminado. Creo que no se me olvida nada.
    —¡Allá voy! —exclamó Victoria, haciéndole un guiño a Santiago.

    Cuando Victoria finalmente sorbió en seco dos veces, tal y como le había indicado su sorprendente marido, se encontró con las miradas sonrientes de aprobación de sus compañeros de mesa.

    —¿Lo he hecho bien? ——preguntó tímidamente.
    —Muy bien, querida —contestó Santiago, haciéndole una caricia—. Ahora debes entregarle de nuevo el mate a Humberto.

    La ventisca parecía que no iba a terminar nunca. Después de tomar el mate, el hijo de los Guerra se despidió de ellos y salió de la casa para ir a la suya, a pocos metros de allí, donde le esperaba su mujer. Victoria y Santiago pasaron la tarde con Humberto y Anita al calor de la chimenea. Charlaron sobre el campo, las cosechas y el ganado, sobre la belleza de aquellos parajes y su supuesta luna de miel. Después, Victoria ayudó a Anita a preparar la cena, mientras los hombres salían a buscar la leña que tenían junto a la casa para alimentar de nuevo el fuego.

    Victoria lo pasaba realmente bien. Sus anfitriones eran gente humilde pero muy amable y cariñosa que hacían que se sintieran como en su propia casa. Cerraron churrascos y una pasta de maíz que a Victoria pareció deliciosa, ofreciéndoles de postre el mejor dulce de leche que nunca habían probado. Pese a que por el sonido del viento Victoria supuso que el momento de marcharse de allí no estaba cerca, no le importaba en absoluto. Se sentía cómoda, alegre y feliz. No estaba mal ser de pronto la esposa de Santiago y se sorprendía a sí misma disfrutando de las cosas sencillas que les ofrecían.

    Después de la cena, cuando se acercaba la hora de dormir, Anita y Humberto entraron un momento en su habitación, para salir unos minutos después abrigados y con una bolsa en la mano.

    —¿Adónde van? —preguntaron Santiago y Victoria a un tiempo.
    —Vamos a dormir a casa de nuestro hijo —contestó Hurnberto, acercándose a Santiago y palmeándole la espalda—. Su casa está justo al costado y tiene sitio de sobra.
    —Pero no es necesario —objetó Victoria—. Si nos dejan un par de mantas, nosotros dormiremos aquí, en el suelo. Han sido ustedes muy amables y no queremos que se tengan que ir de su propia casa.
    —No es ningún sacrificio, hija —sonrió Anita—. ¡Claro que cabemos los cuatro aquí! Pero estáis de luna de miel y eso es algo sagrado, nieve o no.

    Antes de que pudiesen decir nada más, Humberto tomó a su mujer del brazo, se despidieron y salieron de la casa.


    Capítulo 10


    SANTIAGO y Victoria se quedaron solos, sentados frente a la chimenea de la pequeña casa de madera y piedra. El ruido del viento se colaba por las rendijas de tas ventanas y una cortina de nieve caía al otro lado del cristal.

    —¿Por qué les has dicho que soy tu esposa? —preguntó Victoria, rompiendo el silencio en el que se habían quedado.

    Santiago miró a Victoria sonriendo, viendo el reflejo del fuego chisporrotear en su rojizo cabello. Llevaba puesta una gran camisa de franela a cuadros de Humberto que Anita le había prestado, unos pantalones que tampoco eran de su talla y unos gruesos calcetines de lana. Con su lisa melena suelta, sin maquillar y un brillo alegre en sus ojos, parecía otra mujer... La verdadera Victoria, la sensible y divertida, la que deseaba vivir la vida intensamente aunque se lo negase, iba saliendo poco a poco a la superficie con un aspecto más infantil, más sensible y cercano. Estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas, sobre tina alfombra de piel de vaca que había junto a la chimenea. Allí parecía ajena a los convencionalismos sociales que tanto respetaba, parecía distinta...

    —¿Me estás escuchando, Santiago? —preguntó de nuevo Victoria sonriendo.
    —Sí, te escucho —contestó Santiago, saliendo de su abstrairniento—. Si no les hubiese dicho que estábamos casados se hubiesen sentido mucho más violentos. No hubiesen sabido qué hacer con nosotros..
    —Tienes razón —aceptó Victoria, bajando la mirada para luego volver a dirigirse a él—. Es una gente encantadora. Muchas gracias por tu ayuda, no tenía la menor idea de cómo se tomaba el mate y lo último que hubiese querido era ofenderlos después de lo que han hecho por nosotros.
    —No te preocupes —contestó él, estirando su brazo para acariciarle el pelo—. Lo supuse cuando vi tu expresión. Dime la verdad, no ha sido tan terrible compartir un mate y algo de tu tiempo con gente sencilla, ¿no?

    Santiago estaba sentado en la butaca y Victoria, que le miraba desde su posición en el suelo, se acercó más a sus piernas, apoyando su cabeza en las rodillas de él, para ocultar el sonrojo que le causaban sus palabras.

    —En realidad, creo que es lo mismo que tomar el té, aunque de un modo diferente —admitió Victoria, levantando de nuevo la vista y fijándola en él—. La actitud de esta gente es sincera y abierta... No sólo no ha sido terrible, sino que te puedo garantizar que he pasado uno de los mejores días de mi vida. A excepción del trayecto hasta aquí, claro.

    Santiago bajó la cabeza poco a poco hasta ponerse a la altura de ella. Con su mano acarició las sonrosadas mejillas de Victoria para luego sentarse junto a ella en la alfombra, El mismo imán que les había atraído mientras contemplaban el glaciar parecía volver a ejercer su influjo con fuerza renovada.

    Victoria de nuevo sentía en los suyos la mirada intensa de los negros ojos de Santiago, que parecían querer leer en su corazón. Como si adivinase sus sentimientos, los labios de él volvieron a acercarse a los de Victoria, que esperaban palpitantes e impacientes ese contacto, que necesitaban sentir de nuevo la dulce calidez de sus besos. Aquellas sensaciones la hacían sentirse otra mujer, una mujer diferente que vivía la intensidad que él le ofrecía como el más preciado de los dones, como algo que nunca antes había experimentado y que quería que se quedara con ella para siempre.

    Poco a poco, mientras se sentían sumergidos en la nube de su mutua pasión y ternura, las manos de Santiago buscaron lentamente las suaves fiormas de Victoria por encima de la gruesa camisa de franela, modelando su cuerpo, buscando su proximidad. La nueva mujer que había surgido de Victoria se separó tinos centímetros de Santiago y fue desabotonando uno a uno los botones de su propia camisa, hasta que su blanca piel pudo verse por la abertura. Cuando terminó con los botones, con un suave movimiento la dejó caer, sacando sus brazos de las mangas y ofreciendo su torso completamente desnudo a Santiago, que la contemplaba como si de un sueño se tratase. Las manos de Victoria buscaron las de él, llevándolas con pulso tembloroso hasta sus erguidos y redondos pechos que ansiaban ser acariciados. Ella cerró los ojos al percibir el dulce contacto de los dedos masculinos que se deslizaban sobre su piel haciéndola estremecer, obligándola a sentir cada vez más una insaciable necesidad de él.

    Las manos de Victoria parecían moverse solas hacia el cuerpo de Santiago, desabotonando su camisa igual que había hecho antes con la suya, para poder saciar la sed acuciante del roce de sus pieles. Santiago se despojó finalmente de la prenda y tumbó a Victoria sobre la alfombra con suavidad. La besó primero despacio, como si estuviese saboreando sus rojos labios. como si nunca quisiese separarse de su boca, para después besar su barbilla y recorrer su cuello mientras sus manos viajaban sinuosas por cada centímetro de la piel de ella.

    Victoria sentía cómo se estremecía su cuerpo con las caricias de Santiago, cómo cada milímetro de ella pedía cada vez más, cómo su respiración se aceleraba al igual que los latidos de su corazón. La intensidad de las sensaciones que la embargaban era tal, que creía perder el control, volverse loca con la humedad de los besos de Santiago que movía con parsimonia la lengua sobre sus pechos, mojándolos con calidez, con el fuego de su pasión, deshaciéndose a la vez de los pantalones que cubrían las piernas de Victoria y haciendo lo mismo con los suyos.

    La sala estaba oscura, sólo la iluminaba la luz anaranjada del fuego, únicamente se oían los suaves gemidos de Victoria y las palabras de amor de Santiago arrulladas por el silbido del viento... Eran dos seres alimentados por su amor, dos sombras fundidas en una que deseaban no separarse jamás, que necesi taban su mutuo contacto para seguir vivas, para no desvanecerse, que se buscaban entre sí para seguir aferradas a la realidad de su sueño de amor.

    Santiago tomó a Victoria entre sus brazos apasionadamente, con la fuerza de un amante que quiere que su amada sienta la irrefrenable necesidad de su deseo de sentirla suya, besándola con ansiedad. acariciándola sin tregua, hasta tumbarla sobre la recia mesa de madera que estaba tras ellos.

    El blanco y suave cuerpo de Victoria parecía resplandecer y Santiago lo contemplaba con chispas de deseo brillando en sus ojos, consciente de lo irremediable del sentimiento de saberse suyo,.. Victoria, tumbada, podía advertir los ojos de Santiago en ella, sus martirizadoras caricias que lograban que hasta el más escondido pliegue de su piel pidiese a gritos más, que buscase, primero despacio y luego de manera imperiosa lo único que saciaría su sed de él.

    La manera en que Victoria se movía buscando su contacto, sus ojos verdes que se entrecerraban para luego volver a abrirse hasta encontrar su mirada, el modo en que sus finos y rojos labios se humedecían paliando así la sequedad que su acelerada respiración les causaba„ el contacto de sus manos que le perseguían hasta hacer que su piel se contrajese, que todos sus músculos estuviesen en tensión, hicieron que no pudiese negarse ni un segundo más a fundirse con ella, a entrar en su calidez...

    Victoria se entregó a él sin dudas, sin temores. El saberse suya, el sentirle dentro de ella no hacía más que aumentar su necesidad de no separarse nunca de él, del hombre que en sólo unos días había cambiado su vida. Se entregó a Santiago sabiendo que nunca volvería a ser la misma, disfrutando de la intensidad del momento en el que su hombre, su amante, volvió a tomarla en brazos, manteniéndola pegada a su cuerpo, sin querer separarse de ella... Luego volvió a dejarla sobre la alfombra, abrazándola, fundiéndose con ella, logrando que ninguna célula de su cuerpo escapase de su calor, de su amor.

    Se amaron hasta el amanecer. Arropados en la calidez de la cama, enlazados sus cuerpos cansados, se quedaron dormidos mientras una suave se filtraba por la ventana iluminando sus sueños de amor, la placidez de su deseo saciado...


    Anita llamó a la puerta cuando ya era casi mediodía. Sus golpes suaves despertaron a Victoria que, tras consultar su reloj de pulsera, se levantó sobresaltada y después de buscar camisa para cubrirse con ella, fue a abrir.

    —Perdóneme, Anita —se disculpó Victoria—. No tenía la menor idea de la hora que era. Creo que hacía años que no dormía tan bien.
    —Me alegro mucho, hija —sonrió la mujer entrando en la casa. Por eso no he venido antes. Imaginamos que estaríais cansados y no había motivo para despertaros.
    —Parece que ha dejado de nevar, .no? —dijo Victoria, cerrando la puerta y mirando por el vidrio de la ventana.
    —De momento parece que sí, pero el cielo sigue nublado... quién sabe... —Anita se quitó la chaqueta v puso la tetera al fuego, y al ver que Victoria se dirigía a la habitación añadió—: No le despiertes todavía, deja que duerma... es bueno para los hombres —sonrió con complicidad.

    Victoria se sonrojó por la sonrisa de Anita más que por su comentario. Miró a su alrededor algo alterada, buscando con la mirada algún detalle que pudiese delatar lo que había ocurrido en aquella parte de la casa la noche anterior. Anita rió al ver la reacción de Victoria...

    —No te preocupes, hija —dijo con voz calmada, invitándola a que se sentase junto a ella—. Llevo muchos años casada y sé lo que se siente al estar con el hombre que se arria. El brillo de tus ojos me dice que estás muy enamorada y que Santiago te hace feliz.
    —Sí... Muy feliz —titubeó Victoria con una sonrisa soñadora.
    —Es un buen hombre, eso se ve a la legua —afirmó Anita moviendo la cabeza—. Es inteligente y trabajador y, lo más importante. te ama.
    —¿Cómo lo sabe? —preguntó Victoria, extrañada.
    —Es un hombre transparente. ¿Todavía no te has dado cuenta? Hacéis una buena pareja.
    —Muchas gracias —contestó Victoria, bajando la mirada—. De todos modos, debo despertarle. No podemos seguir invadiendo su casa y tendremos que marcharnos.
    —Creo que eso va a ser imposible —contestó Anita sin dudar—. Estamos incomunicados por la nieve. No podéis llegar a ningún sitio y el cielo indica que tal vez vuelva a nevar.
    —Pero...
    —Pero nada —se levantó de nuevo Anita, anudándose un delantal a la cintura—. Vamos a preparar la comida para nuestros hombres. Os podéis quedar aquí hasta que todo vuelva a la normalidad.

    Victoria había pasado los cuatro mejores días de su vida en aquella humilde cabaña. Durante el día disfrutaban de la compañía de la familia Guerra al completo, incluido el bebé, el primer nieto de Humberto y Anita. Por la noche vivía la pasión y el amor de Santiago, temblaba bajo las caricias de sus manos y se entregaban el uno al otro como si realmente fuesen marido y mujer. Cuando llegó la hora de las despedidas hubiese querido que otra ventisca viniera a impedir que aquel sueño se rompiese... Quería quedarse allí con Santiago, no tener que regresar a la realidad de sus vidas, a todo lo que les había separado en un principio.

    Los dos hombres de la familia Guerra les llevaron hasta su automóvil en uno de los camiones de la estancia. Les convencieron de que no fuesen solos caminando por si la batería del auto les jugaba una mala pasada. Cuando comprobaron que éste arrancaba sin problemas, se despidieran definitivamente y emprendieron el regreso a El Calafate.

    A Victoria le parecía que había transcurrido mucho tiempo desde que llegaron a visitar el Perito Moreno, desde que se despidieron de Jane.... Jane... Pensó en Jane de nuevo cuando estuvo sentada en el auto, con la mirada fija en la carretera. A partir de ese instante comenzaba una nueva etapa en su vida.

    Santiago y ella no habían hablado una sola palabra sobre el futuro en aquel tienipo, simplemente se habían dejado llevar como si en realidad hubiesen estado en su luna de miel pero, ¿qué ocurriría ahora? Tal vez él volvería junto a Jane, al fin y al cabo también había pasado una noche con ella y esa idea la martirizaba a medida que se acercaban a su destino.

    —¿Qué te ocurre, Victoria? —le preguntó Santiago finalmente al percatarse de su silencio.
    —¿Te puedo hacer una pregunta? —se atrevió a decir Victoria.
    —Por supuesto —afirmó Santiago, mirándola de reojo.
    —¿Qué es Jane para ti?

    Al oír la pregunta. Santiago detuvo el automóvil a un lado de la carretera sin pronunciar ni una palabra. Se giró en su asiento y clavó su mirada en Victoria para después atraerla hacia sí y besarla apasionadamente.

    —¿Crees que esa pregunta es necesaria? —preguntó Santiago sobre sus labios después de besarla—. Creo que esta contestación es más que suficiente.
    —Pero... —intentó protestar Victoria, perdida entre sus brazos.
    —No sé lo que pasará mañana —susurró él—, pero tú eres la única mujer que significas algo para mí. Te quiero, ¿me oyes? No lo dudes nunca.


    Cuando llegaron a su hotel, Victoria llamó a sus padres y Santiago hizo una llamada a Buenos Aires. Iban a tener que regresar antes de tiempo por problemas de trabajo que le habían surgido a él, así que pasaron la noche allí, la última noche de aquella maravillosa semana y a la mañana siguiente emprendieron el regreso a casa.

    Victoria sentía ganas de llorar. No quería separarse de él, tenía miedo del futuro. Amaba a Santiago con todo su corazón, con toda su alma y tenía miedo de perderle. Realmente no sabía nada sobre él, a excepción de que era un hombre que se había hecho a sí mismo. Cuando llegaron a la puerta de su casa se fundieron en un cálido e interminable abrazo y se be—saron hasta casi no poder respirar.

    —¿Qué pasará ahora? —preguntó Victoria, intentando leer en el fondo de aquellos intrigantes ojos negros—. ¿Qué será de nosotros?

    Santiago sonrió y la estrechó fuertemente contra su pecho.

    —He de volver a casa de los Bridges a buscar mis cosas y devolver el auto. Hoy mismo partiré hacia Buenos Aires. Yo te llamaré.
    —Si me das tu teléfono yo...
    —No —la interrumpió Santiago mirándola a los ojos y levantando su barbilla con los dedos—. Yo te llamaré, Recuerda siempre que me has hecho muy feliz y que te quiero.
    —Yo también te quiero —se abrazó Victoria a él, sintiendo Ya la soledad de su separación—. Por favor, llámame pronto.

    Victoria se quedó en medio del camino que llevaba a la puerta de la casa de sus padres siguiendo el arito con los ojos hasta que lo vio desaparecer. Por una parte se sentía la mujer más feliz del mundo, estaba enamorada, más enamorada de lo que nunca soñó que fuese posible. Había vivido la pasión, había disfrutado de otra vida completamente diferente a la suya, la que ahora regresaba era otra persona, una Victoria Rendle diferente, una mujer distinta. Sin embargo. tenía miedo. Se había entregado a Santiago Arqués sin condiciones ni caretas, había derrumbado todos los muros con los que solía protegerse pero, ¿y si no la llamaba? Su manera de despedirse no había sido clara, no sabía lo que había querido decir con aquellas palabras, tal vez se había despedido para siempre y ella no lo había salido ver...

    Habían transcurrido diez días desde que Santiago la dejó en la puerta de su casa. Diez largos días que le habían parecido interminables. los peores días de toda su vida. La esperada llaniada del hombre que amaba no llegaba nunca. Vagaba por— la casa día tras día lanzándose al teléfono cada vez que éste sonaba. Sus padres eran testigos silenciosos de su ir y venir que se había convertido en una tortura para todos. No quería salir de casa. Ni tan siquiera cabalgar sobre su yegua o pasear con su padre lograban calmarla. Se sentía desdichada y hundida, al borde de la desesperación. ¿Por qué no la llamaba? ¿Es que todo lo que habían vivido había sido mentira? Tal vez no la amaba... Las frases con las que se había despedido Santiago volvían a repetirse una y otra vez en su memoria, haciéndole cada vez más insoportable aquella infructuosa espera... «Recuerda siempre que me has hecho muy feliz y que te quiero», «Recuerda siempre...» Cada vez estaba más segura de que en aquel mo—mento no quiso darse cuenta de que aquello era una despedida definitiva, aunque su corazón se lo estuviese diciendo. Se recordaba a sí misma en el camino, viendo cómo se alejaba el automóvil en el que iba su único amor y sentía pena de sí misma... Él se había ido y no volvería más.

    Aquel día, el décimo desde que Santiago saliese definitivamente de su vida, Victoria comunicó a sus padres su intención de regresar a Buenos Aires. Necesitaba reincórporarse a su vida normal, volver a trabajar si no quería volverse loca. Ann y Paul apoyaron su idea e incluso decidieron ir con ella. Le dijeron que aprovecharían para resolver algunos asuntos pendientes y, pese a que Victoria era consciente de que sólo querían asegurarsee de que estaría bien, aceptó gustosamente su compañía. A pesar del desengaño que había vivido, la nueva Victoria Rendle se había afincado con fuerza en su espíritu y no temía mostrar sus sentimientos, reconocer sus debilidades e intentar superar los escollos del camino...

    A su llegada a Buenos Aires lo primero que hizo fue ir a visitar a su amiga y editora, María Albarello. [.a había advertido por teléfono de su llegada y de su necesidad de hablar con ella, por lo que María había anulado todas sus citas y la esperaba en su despacho. María era una mujer de unos treinta y cinco años, de cabello moreno y aspecto elegante que, pese a ser algo baja y redondeada, resultaba atractiva. "Tenía un mar cado acento italiano heredado de sus padres y una habilidad especial para escuchar y subir el ánimo de cualquiera.

    —¡Querida Victorial —exclamó al verla, levantándose de inmediato para abrazarla—. ¿Cómo estás? Quiero que me lo cuentes todo.
    —¡Oh, daría: Tenía tantas ganas de verte —contestó Victoria, con los ojos arrasados en lágrimas—. Eres la única persona a la que le puedo contar cómo me siento realmente. Mis padres están demasiado preocupados por mi y...
    —Cálmate, Victoria. Cálmate v cuéntame lo que te pasa.

    Las dos mujeres se sentaron en un pequeño sofá de cuero que había en el despacho. María ordenó que les sirvieran dos cafés y escuchó con calma el relato de Victoria. Era evidente que se había enamorado de verdad, que su postura de mujer fría e indiferente había quedado atrás para siempre y, curiosamente, no sentía rencor hacia el hombre que la había abandonado.

    —He aprendido la lección, María —afirmó Victoria al terminar su historia—. Él me enseñó que nadie es más que nadie, que lo que realmente hay que valorar en una persona es su interior, sea quien sea... Campo o ciudad, rico o pobre... ¡Qué más da! —sonrió con melancolía—. Los días más felices de mi vida los he pasado junto a personas a las que yo nunca había considerado, cuyo esfuerzo nunca había valorado. Él nunca me lo echó en cara directamente, pero imagino que no debe ser fácil estar junto a una mujer que en varias ocasiones afirmó despreciarle.
    —Pero tú no le despreciaste a él —dijo María, ofreciéndole un pañuelo a su amiga.
    —Sí lo hice. María —aceptó Victoria, bajando la mirada—, Lo hice al burlarme del héroe de mi libro, lo hice al no disculparme con él, al no querer bajar de mi pedestal y no con—siderarle como se merecía...
    —Le quieres, ¿verdad— —dijo María en voz baja.
    —Creo que nunca ¡he amado tanto a nadie —Victoria la miró de frente, sonriendo pese al dolor que sentía—. Nadie me ha enseñado tanto corno él... Al menos me queda eso. Lo primero que voy a hacer es disculparme públicamente por todo lo que he dicho. He de ser consecuente con la nueva Victoria —dijo animadamente.
    —Bien —contestó María, levantándose—. Tienes una oportunidad de oro para hacerlo. Me ha llamado Santiago Gascón. Esta noche da una cena en su casa y quiere que vayamos. Le dije que hoy estarías en Buenos Aires.
    —No me apetece mucho ir de cena, pero desde luego es con el primero con el que tengo que hablar —dijo Victoria con tranquilidad—. Le explicaré cómo conocí su historia y me desharé en disculpas por mi actitud. No creo que nunca llegue a perdonarme, pero al menos lo intentaré...
    —Tal vez las acepte, Victoria. Parece un hombre razonable.
    —Seguro que lo es —contestó Victoria—. ¿Te importa venir a buscarme a casa? No querría aparecer sola.
    —De acuerdo —aceptó María—. A las ocho estaré en la puerta.

    Victoria se arregló lo mejor que pudo. Al fin y al cabo el señor Gascón se merecía que asistiese a su cena luciendo sus mejores galas y reconociendo que merecía todo su respeto. Se puso un escotado vestido de seda de un tono cobrizo similar al de su cabello, Sus hombros quedaban totalmente al descubierto y la falda, que llegaba hasta un poco más arriba de sus rodillas, dejaba ver sus largas piernas cubiertas por unas brillantes medias de color marfil y unos zapatos de tacón forrados de la misma tela del vestido. Llevaba el cabello sujeto en un moño italiano y un ligero echarpe de gasa de color crudo que iba de un lado al otro de su espalda, por debajo del escote y que sujetaba con los brazos. Salió de casa después de besar a sus padres y subió en el auto de María.

    Cuando llegaron a la puerta de la casa que Santiago Gas—_ eón tenía a las afueras de la ciudad. Victoria sintió deseos de marcharse, pero respiró hondo y llamó al timbre ante la ex pectante mirada de su amiga. Abrió la puerta una mujer, joven y elegantemente vestida que las recibió con una sonrisa.

    —Las estábamos esperando —dijo haciéndolas pasar—. Son ustedes la señorita Albarello y la señorita Rendle, ¿no es asi?
    —Sí —dijo Victoria tendiéndole la mano—. Yo soy Victoria Rendle y ella María Albarello.

    María estrechó también la mano de la mujer que las había recibido.

    —No sabe las ganas que tenía de conocerla, Victoria —dijo la joven sin dejar de sonreír—. Pero entremos, mi hermano y e! resto de los invitados nos esperan, yo soy Mayte Gascón.

    María v Victoria siguieron a Mayte por el recibidor hasta la puerta del salón en el que los asistentes a la cena tomaban el aperitivo. Cuando la abrió y Victoria entró, sintió que su corazón daba un vuelco y que sus latidos se aceleraban hasta no dejarla oír otra cosa que no fuesen esos rítmicos golpes. Santiago Arqués estaba allí, con su mirada fija en ella, como tantas otras veces, acercándose con una media sonrisa.

    —Buenas noches, señoritas —dijo Santiago cuando estuvo a su lado—. Soy Santiago Gascón, su anfitrión, supongo que usted es la señorita Rendle...

    Victoria no podía hablar, casi no podía respirar... El hombre del que estaba enamorada era también el protagonista de su libro, el mismo que la había abandonado y que ahora volvía a aparecer en su vida. Antes de que lograse articular una sola palabra, Santiago la tomó entre sus brazos y la besó con ternura, con pasión, como si no pudiese soportar un segundo más sin sentir el contacto de la mujer a la que amaba. Victoria se sentía desfallecer entre sus brazos, sentía ganas de llorar y reír, de gritar y de amarle, de amarle hasta la muerte.

    —Quiero disculparme contigo —susurró Victoria entre sus brazos—. Estaba equivocada en todo lo que decía, tú me lo has enseñado...
    —Yo también debo disculparme —dijo Santiago sin dejar de abrazarla—. Fui a la estancia de los Bridges sólo para conocerte, para demostrarte que estabas equivocada... Utilicé mi segundo apellido para comprobar si me conocías de verdad, para tener un argumento más que echarte en cara... Sin conocerme te atrevías a burlarte de mí... Pero en cuanto te vi algo me sucedió, creo que me enamoré y después no encontré el momento de decirte la verdad, hasta hoy.
    —Nunca podría burlarme de ti —dijo Victoria besándole—. Te quiero y te querré siempre... Esa es mi única verdad.
    —Espero que no te parezca una vulgaridad que te bese delante de nuestros invitados —dijo Santiago, mirándola a los ojos—... Y que te pida que te cases conmigo en esta situación, tal vez no sea lo correcto.
    —Creo que podré soportarlo —contestó Victoria, sonriendo y abrazándose a él, hablando sobre sus labios—. Además aceptaré tu propuesta; cada vez me gustan más los hom—bres vulgares...


    FIN

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