Publicado en
diciembre 29, 2013
Fotografía de Gerhard Westrich
Antonio Skármeta se dedica a la diplomacia con el mismo entusiasmo que a las novelas.
Por Markus Reiter.
LA HISTORIA TIENE todos los ingredientes de un éxito de librería: Mario es el joven cartero de un pueblo chileno, y el único residente que recibe correspondencia es Pablo Neruda, el más insigne poeta del país. Mario, hijo de un pescador, está enamorado de Beatriz, la hermosa hija del posadero. ¿Cómo podrá conquistarla, si ni siquiera tiene habilidad para seguir el oficio de su padre y parece destinado a pasarse la vida entregando cartas? Con la magia de la poesía. Convence a Neruda para que le componga unos versos a su amada. Ella los lee y, vencida su resistencia, lleva a Mario a un establo y pasa con él una tórrida noche de amor.
Desde luego, la historia es ficticia. ¿O no? "No del todo", dice sonriendo Antonio Skármeta, el autor. "Retocar con pinceladas autobiográficas las obras de ficción les da frescura y sabor". Cuando tenía 15 años se enamoró perdidamente de una linda muchacha. Se sabía de memoria varios poemas de Neruda y tenía un don para declamar. Claro que el poeta no había escrito esos versos por encargo de él, pero a Antonio le sirvieron tanto como al cartero de su novela. "Ésa fue mi primera experiencia amorosa", admite. Luego de una breve pausa, con un malicioso destello en los ojos agrega: "Y no fue sólo platónica".
La historia de Mario y el poeta quedó inmortalizada en la novela Ardiente paciencia, que ha tenido gran acogida en todo el mundo. Se ha traducido a 25 idiomas, y la versión fílmica, titulada El cartero, fue propuesta para cinco premios Oscar y ganó uno. De la noche a la mañana, Skármeta se hizo famoso y actualmente figura entre los escritores latinoamericanos de mayor renombre.
Lo más notable es que no escribió la novela en su país, Chile, sino en Berlín occidental, donde, en 1974, se exilió de manera voluntaria como señal de repudio al régimen de Augusto Pinochet. No volvió a Chile hasta 1989, al reinstaurarse la democracia. En la actualidad tiene 60 años y está de regreso en Berlín, en esta ocasión como embajador de su país en Alemania. Pero ésa es una larga historia y será mejor contarla desde el principio.
Antonio Skármeta nació el 7 de noviembre de 1940 en Antofagasta, pequeño puerto del norte de Chile. Su padre era un modesto empresario, y su madre, de origen humilde. Su abuela, inmigrante dálmata, al igual que su esposo, tenía una gran pasión: las radionovelas, melodramas que giraban en torno al amor y el odio, la intriga y la amistad, los villanos y los héroes. El problema era que, en la parte más emocionante de un capítulo, se producía un apagón y el relato quedaba en suspenso. Entonces Antonio retomaba el hilo de la trama para aliviar el ansia de la abuela. En una ocasión, a la mitad de un episodio, la señora de pronto apagó el aparato y, sonriendo, le dijo a su nieto:
—Cuéntame qué pasa después. Son más emocionantes tus historias.
En ese instante el chico descubrió con asombrosa claridad cuál era su vocación. ¡Voy a ser escritor!, pensó.
A LOS 11 AÑOS, se fue a vivir con su familia a Argentina durante un tiempo. A sus compañeros de escuela les parecía que hablaba con acento "extraño" y lo excluían de sus juegos. Al verse sin amigos, Antonio se concentró en los libros. Leía todo lo que caía en sus manos: lo mismo odas patrióticas y poemas bucólicos que apasionados versos de amor. Uno de sus maestros descubrió su talento para declamar y a partir de entonces se convirtió en orador de festividades escolares, cumpleaños y otras celebraciones. De vez en cuando incluía algunos versos de su inspiración en el programa oficial. Ése fue el comienzo de su carrera como escritor y poeta.
Durante sus años universitarios estudió filosofía, teatro y literatura, y publicó sus primeros cuentos en revistas especializadas, por los cuales ganó varios premios nacionales. A los 25 años publicó su primera novela, El entusiasmo, que le valió ser distinguido como una de las plumas nuevas e importantes de la literatura latinoamericana.
En ese tiempo la mayoría de las novelas escritas por autores chilenos reconocidos tenían como protagonistas seres agobiados por la melancolía y la depresión. "Héroes llenos de angustia que preferían vivir recluidos", comenta Skármeta. Los suyos, en cambio, eran personajes intensos que se maravillaban de la belleza del mundo, vivían a plenitud, corrían toda clase de aventuras, se enamoraban locamente, experimentaban con drogas y se expresaban en un lenguaje emotivo y directo. La mayoría eran hippies, jóvenes idealistas que despreciaban las convenciones sociales.
En el terreno político, Skármeta apoyaba los experimentos socialistas del presidente Allende, quien había sido elegido de manera democrática. Pero de repente todo terminó. Tras el golpe militar de Pinochet, los disidentes políticos eran encarcelados y torturados, o bien desaparecían sin dejar rastro. Renuente a vivir bajo un gobierno represivo, el novelista huyó a Argentina y de allí emigró a Alemania. Apoyado por una beca del Programa de Intercambio Académico Alemán, encontró un nuevo hogar en Berlín.
SU ESPERANZA era poder regresar a Chile en un futuro cercano. No dominaba el idioma alemán y se comunicaba con sus pocos amigos germanos en inglés. El resto del tiempo lo pasaba con otros exiliados chilenos.
Dos años después tomó una decisión. Parece que voy a seguir aquí un buen tiempo, así que será mejor que aprenda alemán, se dijo. Poco a poco aprendió el idioma y empezó a leer en su lengua a los románticos alemanes: Hólderlin, Heine y Kleist. Los 14 años que pasó en Alemania fueron muy productivos: escribió guiones de cine, obras para radio y, lo más importante, la novela sobre el cartero enamorado.
En 1989, cuando regresó a Chile convertido en un hombre famoso, se dio cuenta de que la gente anhelaba una renovación cultural. Junto con varios amigos elaboró un proyecto para un programa televisivo sobre literatura.
En Chile, la televisión es el medio de comunicación más influyente, en tanto que la literatura es dominio de la gente instruida. Aunque los productores se mostraban escépticos, decidieron correr el riesgo y pusieron al aire el programa literario de Skármeta en horario nocturno. Hoy en día la serie goza de amplia popularidad en Chile y cuenta con muchos espectadores fieles en otros países latinoamericanos.
El año pasado Skármeta recibió un telefonema de Ricardo Lagos, el flamante presidente de Chile, al cual el escritor había apoyado durante su campaña electoral. El mandatario fue al grano:
—Quiero que sea nuestro embajador en Alemania.
Tras un momento de vacilación, Skármeta respondió:
—Caray, señor presidente, ¿y tendría tiempo para escribir?
—Lo último que quiero es que deje de hacerlo. ¡Debe usted seguir con su trabajo!
Skármeta le pidió una noche para pensarlo. Habló con su familia y finalmente aceptó. Desde mediados de 2000 reside de nuevo en Berlín, pero no en el pequeño apartamento de la calle Goethe donde vivía como exiliado, sino en una mansión del lujoso barrio de Grunewald.
La conversión de un escritor en diplomático es un tema que ya ha tratado en sus novelas. En Ardiente paciencia, Neruda viaja a París como embajador de Chile y pasa gran parte del tiempo añorando su patria, tanto que le pide al cartero que grabe los sonidos de su tierra y le envíe la cinta a su domicilio en París. Su novela más reciente, La boda del poeta, también refiere la vida de una cónsul triste y olvidada, personaje inspirado en la célebre escritora chilena Gabriela Mistral, quien representó a su país en consulados de varios países, entre ellos Estados Unidos.
Como representante de Chile en Berlín, Skármeta se dedica a asistir a recepciones oficiales y a impulsar la economía chilena por medio de arduas negociaciones y largos discursos. Para un hombre de su temperamento, esto podría parecer un poco aburrido. A los isleños que describe en La boda del poeta les fascina un baile lascivo y desenfrenado llamado turumba, en el que las mujeres se alzan la falda hasta la cintura. Se trata de una danza inventada, y el novelista es el primero en admitir que escandalizaría a sus colegas embajadores. Con todo, su opinión sobre las tareas que realiza es todo menos pesimista: "Trabajar como diplomático es tan emocionante como ser escritor".