Publicado en
diciembre 22, 2013
MI HERMANA estudia medicina y cuenta que tiene un profe¬sor bastante duro de oído, defecto del que los estudiantes suelen aprovecharse para insultarlo a sus espaldas y divertirse a costa suya.
Un día, el maestro llegó muy tarde a clase, y un alumno le gritó a pleno pulmón:
—¿Dónde andabas, holgazán?
Sin inmutarse, el profesor se volvió hacia el insolente y le contestó:
—Comprando mi aparato para la sordera.
—Colaboración de MIGUEL ÁNGEL ROMERO (AGUASCALIENTES, MÉXICO)
PAPA era profesor de inglés y acostumbraba hacer anotaciones en los trabajos de los alumnos. A menudo trabajaba hasta tarde, y conforme avanzaba la noche se le iba descomponiendo la letra. Un día un estudiante se le acercó al terminar la clase con un trabajo que mi padre le había devuelto.
—Maestro —le dijo—, no entiendo este comentario que escribió usted en mi trabajo.
Mi padre tomó el trabajo y, des¬pués de descifrar la anotación, le contestó avergonzado:
—Dice que debes escribir con letra más legible.
—Colaboración de LAURA DAVID (ESTADOS UNIDOS)
UNA COMPAÑERA de la clase de oratoria le horrorizaba hablar en público. El profesor le aconsejó ensayar ante un oyente antes de pro-nunciar su discurso frente a la clase. El día en que le tocó pasar al estrado, me asombró lo tranquila que estaba.
—Cuando le confesé a mi marido que me ponía muy nerviosa la perspectiva de hablar ante ustedes, me recomendó traer esto —explicó, mostrando un teléfono—. Dijo que cuando tengo uno en la mano no me cuesta ningún trabajo hablar.
—Colaboración de KENNETH MCCARTHY (ESTADOS UNIDOS)
ILUSTRACIÓN: EDMUNDO CRUZ