SE CASÓ CON OTRA (Corín Tellado)
Publicado en
noviembre 10, 2013
Argumento:
Kerry se preguntaba angustiada por qué Eddy la había dejado a ella para casarse con su hermana… cuando decía quererla tanto. Y Eddy trataba de convencerse de que nunca deseó la muerte de su esposa. Quería a Kerry sí, pero temía que ella le dominara. Un amor frustrado atormentaba a aquellos dos seres.
Capítulo I
Kerry se pulía las uñas.
Nadie diría que escuchaba la conversación sostenida por sus padres. Pero la oía.
No perdía silaba.
Tendida en un diván, con una pierna encogida, la otra cabalgando sobre ella, un pie balanceante y las dos manos algo alzadas, puliéndose las uñas.
Su cabello negro, lacio, largo, le caía hacia un hombro y de vez en cuando, al írsele sobre la frente, lo retiraba con un breve movimiento hacia un lado.
—No quería hablarte de ello, Frank, pero hay cosas que no deben ocultarse ni retrasarse.
—Comprendo, Nat —decía papá—. Lo comprendo perfectamente. ¿Lo has pensado bien?
—Yo entiendo que no es cosa de pensarlo, ¿no? Estuvo aquí ayer noche. Justo, acababas de salir tú. Kerry no habla vuelto aún del colegio. A mí me da la sensación de que Eddy se siente como cohibido cuando estáis vosotros.
Papá fumaba su pipa negra y larga.
Kerry se dio cuenta de que papá pensaba.
Pero la verdad es que, pensara lo que pensara, papá siempre estaba de acuerdo con mamá.
Por eso ella sabía que aquello iba a tener una feliz solución para Eddy…
Si es que la intención de Eddy era como su madre suponía.
Pero resultaba que mamá era… bastante intuitiva. Casi nunca se equivocaba.
Aún recordaba aquel día, mucho tiempo antes, ¿cuánto? por lo menos cuatro años, cuando llegó a casa radiante y mamá le espetó de golpe: «Me parece que tienes novio.»
No.
Mamá casi nunca se equivocaba.
Por eso ella temía las… intuiciones de mamá.
Y por eso estaba oyendo la conversación, porque, de tratarse de otro asunto, ya se hubiera ido a su estudio a corregir los ejercicios de matemáticas y física de sus alumnas, que se habla traído a casa aquella misma tarde.
Continuaba en su postura.
—Eso no puede ser —decía papá—. Yo no he visto a Eddy desde que falleció Suzy.
—Pobre Suzy —dijo mamá con amargura—. Quién iba a decirlo. Tan joven y dejando a sus dos gemelitas…
—Fue una desgracia irreparable —decía papá tan angustiado como mamá.
Pero mamá era muy enérgica y sacudiendo la cabeza, dijo:
—Hay que olvidar eso, Frank. Tú lo has dicho; es una cosa irreparable. Pero ahora, que ya ha sucedido y a Eddy le destinan a Boston, hay que pensar en una solución.
¿Que le destinaban a Boston?
Eso sí que no lo contaba Kerry.
Dio un salto.
Quedó sentada.
Mamá y papá ni se fijaron.
¡Nunca supieron nada!
—Eso es cierto —decía papá.
—En Nueva York tenía a su hermana y, aunque estaba casada y tenía sus propios hijos, podía echarle una mano a Eddy. Pero aquí…, ¿a quién tiene Eddy aquí? A nosotros.
Kerry dejó de pulir las uñas y se hizo con una revista que había en una silla próxima.
Ya sabía lo que pretendía mamá y lo que papá aprobarla.
Estaba furiosa.
Cuando se le pasara la furia, la ira incontenible que sentía, diría algo. Ella tenía voz y voto en aquella casa. ¡Claro que sí!
—Viene destinado a una central térmica como jefe. Le dan un apartamento precioso, cerca de las térmicas, pero ¿eso qué? Él solo con dos niñas de un año… Date cuenta, Frank.
—Me la doy —asentía papá.
—Yo le dije: Eddy, lo mejor es que te vengas a vivir con nosotros. Al menos un tiempo, entretanto no encuentras una muchacha capaz de cuidar a tus hijas. El servicio anda muy mal. Imagínate, nosotros pudiendo pagar una sirvienta, tenemos que conformarnos con una asistenta por horas. Total que tú no vas a poder acudir a tu trabajo y cuidarte de las gemelitas. ¡Están monísimas, Frank! Las pobrecitas con un año de edad, aún no anda ninguna de las dos. ¡Son una monería!
Kerry lanzó una breve mirada sobre su padre.
Seguro que las frases tiernas dedicadas a sus nietas, le enternecían. En efecto, papá estaba muy emocionado.
Ella, Kerry, no sabía cómo se las componía su madre, pero siempre lograba llevar a los demás a su terreno. Y papá ya estaba bien llevado.
—¿Qué dijo Eddy…? —preguntó papá a media voz como si aquélla le temblara.
—Puedes imaginarte. Me lo agradeció mucho. En el apartamento que le ofrece la compañía y que él, pese a todo acepta, no puede vivir solo con las dos niñas. Ha intentado buscar una persona competente para cuidarlas, pero tú sabes, Frank, lo difícil que es eso.
—¿Concretasteis ya lo de instalarse aquí?
—No. Pero le dije que viniera mañana a comer.
—¿Con las niñas?
—No, no, si aún no las ha traído a Boston. Tendrá que ir a buscarlas en su auto un día de éstos. Las dejó con su hermana. Imagínate a Mag con siete hijos propios y dos sobrinas. A mí eso no me gusta, Frank. Mag es una mujer muy dura y no sabrá tratar a las niñitas y eso es lo peor, lo peor es que ya le ha dicho a Eddy que no puede quedarse con Suzy y Sheila más de una semana.
—Pues que vaya cuanto antes a buscarlas y las traiga aquí. Al fin y al cabo son nuestras nietas. ¿No? Y no tenemos más que ésas.
Kerry se tiró del diván.
Echó la revista a un lado.
Quedó erguida, firme.
Sus padres, al sentirla, la miraron.
—Ah, es verdad, Kerry, estás ahí.
Como si no lo estuviera.
No pensaba dar su parecer, aunque se lo pidieran y si la obligaran a darlo, diría cuanto pensaba.
Bueno, cuanto pensaba, no.
Aunque, bien mirado…, las niñas no tenían culpa de nada.
—Kerry —dijo papá con su habitual cariño—. ¿Qué dices a todo lo que hemos hablado mamá y yo?
Papá siempre le llamaba mamá a su esposa y mamá siempre le llamaba papá a su esposo.
—No sé de qué hablabais, papá.
Eran inocentes, además de simples, o ella demasiado lista, porque ni a uno ni a otro asombró el que ella no hubiera oído.
—Se trata de Eddy.
Kerry hizo un gesto vago.
—Hace siglos que no le veo. Es decir, desde la muerte de Suzy…
—Pues ha venido destinado a Boston. Viene como jefe de una térmica de aquí. Vivir solo con las dos niñas de un año, no nos parece propio —decía mamá que siempre llevaba la voz cantante—. Mientras no se case de nuevo, porque algún día tendrá que olvidar a Suzy y casarse de nuevo, y entretanto no encuentre un servicio adecuado, como nosotros tenemos la casa bastante grande, pues lo mejor de todo es que venga a vivir aquí.
Kerry encendió un cigarrillo.
—Ya sabéis —dijo con la mayor naturalidad— que conmigo no se puede contar mucho. Cuando no tengo clase por la mañana, la tengo por la tarde y además ahora me propusieron alternar algunas clases en otro colegio. Estoy pensando en aceptarlo, mamá. Por otra parte… —hizo un gesto ambiguo— cuando estoy en casa, y no estoy mucho, me dedico a corregir los cuadernos de mis alumnas. Ser profesora de matemáticas, física y química, no es tan fácil, ya sabes tú.
Mamá no sabía.
—En cambio —intervino papá, antes de que mamá contestara— tu madre apenas si tiene nada que hacer. Yo creo que no debemos dejar a Eddy así como tirado, en Boston.
—No es mi casa, papá. Es la vuestra —y para prepararse ya, añadió como al descuido—: Precisamente, para tener más libertad, ando buscando un apartamento para mí.
Papá y mamá se levantaron bruscamente.
—Tienes un estudio para ti sola en el segundo piso de la casa —dijo mamá disgustadísima—. ¿Para qué necesitas tú un apartamento, hijita?
—Tengo veinticuatro años, mamá —dijo Kerry sonriente—. Entiende. Tengo mi vida propia. Gano lo bastante para mí y me gusta mi independencia. Vosotros no me necesitáis para nada.
—Pero, Kerry…
—No te apures ya, mamá. No he dicho que lo haga de inmediato.
—Has dicho que estabas buscando un apartamento.
—Lo ando buscando, pero eso no quiere decir que lo encuentre a mi gusto en seguida. Seguro que pasará algún tiempo. De momento no dispongo de mucho tiempo. Las clases, como quien dice, han empezado estos días. Tengo un invierno por medio. Pero sé que no soy una hija modelo. Tengo mis amigos, mis reuniones, mis fiestas…, yo no voy a seros de gran utilidad en cuanto al cuidado de las dos gemelas.
—De eso no tienes que preocuparte —dijo mamá—. Yo sólo te decía que no vamos a dejar a Eddy tirado así…
—¿Tirado? —no pudo por menos de exclamar—. Yo no veo que esté tirado. ¿No dices que tiene un apartamento?
—Cierto, pero no va a dejar a las niñas indefinidamente con su hermana. Conoces a Mag. Es testaruda y enérgica y tiene demasiados hijos propios. Dos más que no son suyos… le molestarán tarde o temprano y nosotros somos abuelos de esas dos gemelas.
No tenía nada que aducir.
Es decir, si lo tenía, pero no ante sus padres.
A Spencer si se lo diría.
Tal vez Spencer por ser un sacerdote e hijo además de sus padres y hermano suyo, arreglara aquello de otra forma.
—Decidid lo que queráis —dijo—. Tengo mucho que hacer, mamá. Es por eso que no puedo seros de gran ayuda. Y por lo que intento buscar un apartamento para mí. Me gusta invitar a mis amigos. Traerlos a casa y a vosotros os cansan nuestras charlas intelectuales, nuestras discusiones.
—Es que sois tan raros —dijo papá algo dolido.
—¿Raros? Somos normales. La vida no se ha hecho para vivirla en una balsa de aceite… Hay que discutir el pro y el contra de todo. Y si se discute, se llega más veces a un acuerdo, que si se rumia sola.
—Nunca te hemos entendido muy bien. Siempre dije que no debiste aprender tanto —opinó mamá—. Ya ves, Suzy nunca estudió una carrera y se casó con un hombre importante.
Por supuesto, pensó. Así supo ella como pensaba y sentía Eddy.
—Buenas noches, mamá —dijo sin dar opinión, pues al fin y el cabo ella no discutía nunca sobre un ser muerto y de tales cosas—. Tengo mucho que hacer. Vosotros vais a decidir lo que más le convenga a Eddy.
Capítulo II
Se fue sin más respuestas.
Frank se volvió a su cómodo sillón y a su pipa larga y negrota.
—Kerry nunca se mete en nada —dijo—. No te preocupes, Nat. Ella dice una cosa y después jamás se acuerda de que la ha dicho o si lo recuerda y, seguro que no, nunca vuelve a ello. No lo discute dos veces.
—Pero creo que no le gusta que venga Eddy y sus hijas a vivir con nosotros.
—Al fin y al cabo eres tú y no ella, quien tendrá que ocuparse de las niñas.
—Eso es cierto.
—Por eso no debes inquietarte. Lo que piensa Kerry, es muy lógico. Estas chicas intelectuales que tienen un duro trabajo, se olvidan a veces de ser humanas.
—Pero Kerry es muy buena.
—No lo dudo. No obstante, a los veinte años era más alegre. Mucho más. Desde que terminó la carrera, se puso así… Es una intelectual y nada más. Yo te digo, cuando habla, ni la entiendo.
—Es que tú —dijo Nat riendo con ternura— eres un ignorante y yo otra comparados los dos a lo que sabe y es Kerry. Cuando quisimos darle carrera a las dos, ya ves, sólo Kerry aceptó y, sin embargo, la que se casó fue Suzy.
—Hablas de Kerry como si no fuese a casarse nunca.
—Tal como veo las cosas, empiezo a dudar que lo haga. Muchos amigos. Muchos compañeros, pero novio, nada.
—¿Tú crees que tiene la culpa lo que sabe Kerry?
—No, no, Frank. Es absurdo. Lo que le pasa a Kerry es que ve la vida de modo distinto a como la vemos tú y yo. Para ella la meta no es el matrimonio. La vida tiene alicientes más interesantes sin ser precisamente la matrimonial.
—No lo entiendo. Yo no acabo de entender a la juventud de hoy.
—Tampoco te empeñes, porque vas a quedar igual —dijo Nat riendo—. Además no hablamos de Kerry, sino de Eddy y las gemelitas. Son nuestras nietas y nuestro deber es traerlas aquí. Cuando mañana venga Eddy le diré que vaya a buscarlas a Nueva York y las traiga inmediatamente.
—Eso es lo mejor.
—Eddy quedó en venir mañana. Me preguntó por Kerry y también si le parecería bien que él se instalara con nosotros.
—¿Y a Kerry qué más le da?
—Pues le da, ¿no?
—¿Tú crees, Nat?
—Es que me pareció verla así… algo malhumorada y Kerry nunca se pone de ese modo.
—Son cosas suyas seguramente. Al fin y al cabo es una licencia y tiene demasiado trabajo. Son demasiadas clases en los colegios y las chicas y los chicos no siempre son obedientes.
—Eso es cierto.
—Será mejor irnos a la cama —opinó el marido—. Mañana si te parece seguimos hablando de esto. ¿A qué hora quedó Eddy en venir?
—A la tarde. Dijo que le gustaría saludar a Kerry y a ti.
—Claro.
—Procura estar en casa.
—Por supuesto. Vendré tan pronto salga de la fábrica. —Y ya camino de su dormitorio al lado de su mujer—: ¿Sabes qué te digo, Nat? Las gemelitas se van a encontrar en la gloria. No es que nuestro jardín sea muy grande, pero al menos es mejor que vivir en un piso y aquí podrán salir y tomar el aire. Tendremos que comprarles un cochecito para las dos, ¿no?
—Lo tienen ya. Eddy lo traerá.
—¡Pobre Eddy!
—No digas eso, Frank. Di pobre Suzy. Al fin y al cabo Eddy está vivo y nuestra hija…
Entraron los dos en el cuarto.
—Eso es cierto —dijo Frank a media voz, como si algo se le estrangulara en la garganta—. ¿Crees que si estuviera viviendo en Boston se hubiera muerto?
—Por favor, papá, no digas eso —dijo la esposa—. La vida es cosa de Dios. Uno se muere o se queda vivo un tiempo. Ya sabes lo que nos ha dicho Spencer. Nada de lloros. La muerte y la vida pertenecen a Dios.
—Es verdad. Oye, ¿desde cuándo no ha venido Spencer por casa?
—Desde que tiene parroquia propia, carece de tiempo. El otro día estuve con él. Iré uno de estos días a decirle lo de Eddy.
—Le parecerá de perlas.
El marido se acostaba mientras su esposa iba de un lado a otro de la alcoba recogiendo lo que su esposo iba dejando esparcido.
Mamá se acostó a su lado suspirando.
—¿Qué habitación le daremos a Eddy?
—La de Suzy, naturalmente.
—¿Supones que le agradará?
—Pero, hombre, ¿por qué no? Está vacía desde que se casó. Lo lógico es que la preparemos un poco, que le quitemos ese aire femenino que tiene y se la ofrezcamos a Eddy.
—Tengo sueño —dijo el marido.
—Pues duerme.
Pero al rato decía:
—Oye, Nat, estoy pensando.
—¿En qué?
—¿No darán las gemelas mucho la lata? Cuando empiecen a caminar igual van al estudio de Kerry, y Kerry es cuidadosa para sus cosas. No vaya a ser que tengamos problemas con eso.
—Les enseñaremos a no ir a su estudio. Kerry necesita estudiar mucho. Dice que para el año próximo se presenta a cátedra.
—Qué forma de destruir su vida de mujer.
—Pero, Frank, ¿es que crees que las catedráticas no se casan? ¿No conoces a Sandra, la señora del chalecito vecino?
—Sí.
—Pues está casada y es catedrática de literatura y su marido profesor de historia.
—Eso es verdad.
—Kerry es muy inteligente y hace bien en ambicionar ser algo más que profesora en un colegio privado.
—Cuando las niñas tengan cuatro años, las mandaremos a ese colegio —dijo Frank muy convencido.
—Será lo que diga su padre, papá.
—También eso es cierto.
—Ahora duerme. Mañana seguiremos hablando de eso. Y cuando venga Eddy no empieces a recordar a Suzy. Acuérdate de las recomendaciones de Spencer. Por algo tenemos un hijo sacerdote.
—Ya.
—Ya sé que tú hubieras querido que se casara y tuviera hijos. Pero las cosas son así y así han de tomarse.
—Sí —decía Frank medio dormido.
—Y demos gracias a Dios de tener un hijo sacerdote católico.
—Sí.
—Te dejo dormir, papá.
—Gracias, mamá.
Al rato los dos dormían.
Kerry no.
Ni corregía los cuadernos de sus alumnas.
Por dos veces, ella, que nunca se equivocaba, lo hizo en un ejercicio de matemáticas.
Fumó seis cigarrillos en menos de una hora.
Y después dejó de corregir y paseó la estancia.
Dormía en su estudio.
Se sentía a gusto allí.
Pero ya no iba a sentirse tanto.
Aquello ella lo habla superado.
Y de súbito…
Aplastó el cigarrillo en el cenicero y fue a tumbarse en la turca.
Con una mano tras la nuca y otra a lo largo del cuerpo, pensaba.
Pero no quería pensar.
¿Podía Spencer con su diplomacia tan paciente arreglar aquello?
No.
Ella no le diría jamás a Spencer…
Y Spencer jamás supo…
Ni sabría…
Tendría que pensar cómo ponerlo de su parte.
¿Qué aducir?
Eddy era cuñado de los dos.
Pero Eddy…, ¿cómo podía atreverse?
Recordó cuando lo vio por última vez. Fue un año antes cuando falleció Suzy… Eddy estaba desolado.
Era natural.
Dejó de pensar.
Ella tenía bastante que hacer y no podía dedicarse a cuidar niñas.
Si, eran sus sobrinas.
Pero ella tenía montones de sobrinas en los colegios.
Lanzó una mirada en torno.
Pensó que todo estaba superado.
Pero por lo visto, no estaba.
Se tiró de la turca y fue a buscar un cigarrillo.
«Fumas mucho, Kerry», se dijo a sí misma.
Y con aquella voluntad tan suya, dejó de fumar y puso el cigarrillo en el cenicero.
De repente se situó ante el espejo y sin sentarse, automáticamente cepilló su cabello negro.
Si se aferrara a Marck…
Marck era un buen chico.
Pero no.
Sería una deslealtad para Marck, y Marck no merecía eso de ella.
¿Por qué tenían que ser las cosas así?
¿Y ella así…?
—Soy una mujer de este siglo —dijo en voz alta sin dejar de mirarse al espejo donde se reflejaba su imagen—, y sin embargo, a veces, como esta noche, parezco una provinciana ochocentista.
No quería ser así.
Aquello tenía que estar ya superado.
«Es que soy débil», pensó.
Pero no lo era.
Iría a ver a Spencer.
No sabía qué tenía Spencer, pero siempre la tranquilizaba. Y lo curioso era que nunca le decía que tenía algo concreto.
Pero Spencer lo adivinaba.
La última vez que estuvo a verle, nada más tenerla delante, Spencer, con sus ojos firmes y agudos y aquella sonrisa suya consoladora, le espetó:
«—¿Qué ocurre?»
Y ella dijo:
«—¿Por qué tiene que ocurrir algo?»
Pero ocurría.
Spencer se echó a reír.
«—Se te nota en los ojos.»
¡Malditos ojos los suyos!
Cuando no se parapetaba, como estaba parapetada para recibir a Eddy, la delataban.
Pero esta vez también se parapetaría ante Spencer.
Le diría…
No sabía aún lo que iba a decirle.
Pero recordó una vez más lo ocurrido aquel día. Claro que aquel día ella no iba parapetada.
«—Pues sí, me ocurre algo. Marck me declaró su amor.»
Spencer dijo:
«—Es un gran chico Marck. Fuimos compañeros en el bachillerato.»
«—Eso no quiere decir que yo le ame» —respondió ella.
«—Claro que no. Pero yo te digo que me alegraría que le amaras.»
«—Pues no le amo.»
«—¿Entonces a qué vienes a mi? ¿Qué quieres que te diga? El amor entre una mujer y un hombre es importante. El matrimonio es árido de por si… de modo que sin amor es un desastre.»
Lo sabía.
—Soy una mujer de este siglo, y sin embargo, a veces, como esta noche, parezco una provinciana ochocentista.
Sacudió la cabeza y dejó de recordar.
Iría al día siguiente y le diría… No le diría nada. Primero nada. Después sacaría a colación el asunto de Eddy.
Seguro que Spencer opinaba que Eddy debía casarse y dejar a su familia en paz. Es decir, a la familia de su mujer. O no casarse si no quería, pero buscar servicio para atender a sus hijas.
Eso es lo que diría Spencer. Eso suponiendo que no fuese primero mamá a verle y le convenciera.
Se apartó del espejo y se fue hacia el lecho.
Era muy tarde.
Pondría el despertador para las seis de la mañana, y lúcida podría corregir y puntuar los ejercicios de sus alumnas.
Descubrió el lecho y se deslizó dentro.
Estaba cansada.
Ojalá hubiera podido dormir de un tirón hasta las seis. Se levantaría totalmente lúcida y dejaría de pensar en Eddy y sus hijas, para consagrarse a su trabajo.
Pero el sueño no acudía a sus ojos.
Empezó a pensar cosas.
Mil cosas ajenas a Eddy.
No podía soportar pensar en Eddy. Le hería.
En lo más vivo.
Tan profundamente le hería, que hasta le irritaba.
Por eso pensó en Marck.
En la altura de Marck, en su interesante rostro, en sus modales exquisitos.
Todas las amigas le envidiaban el pretendiente.
Pues ella no le amaba.
Y sin amor, no concebía el matrimonio.
Bastante había que ver con amor, cuánto más sin él.
El amor era para el ser humano como el alimento.
Uno no se alimenta y se muere.
Igual ocurría con el amor.
Claro que Marck era un chico excelente y merecía ser querido.
El siempre lo decía: «Prueba a quererme. Te será fácil. Estás obcecada. Empeñada en que no me amas. ¿Has probado?»
Claro que había probado.
Y no una vez, más de una.
Marck siempre andaba por donde ella. No sabía cómo, pero Marck se las componía para aparecer en cualquier parte donde ella estaba. Y más de una vez se dejó besar por Marck…
Era distinto.
Ella sabía lo que era aquello.
Sabía lo que era un beso amoroso.
¡Claro que sí!
No podía confundirse.
Por eso estaba segura de que no amaba a Marck.
Le apreciaba. Era su mejor amigo. Pero ella, para Marck, no era su amiga, era la mujer que amaba.
Eso era lo peor.
Marck le decía:
«—Trabajas demasiado. ¿Por qué no dejas de ir a los colegios a dar clases a niñas consentidas y formas tu propio hogar?»
¿Y con quién?
¿Con él?
Imposible.
Iría a ver a Spencer al día siguiente. Entre clase y clase disponía siempre de una hora. Iría a ver a Spencer…
Capítulo III
Untaba mantequilla con pan.
—Te has levantado muy temprano —decía mamá mientras le servía el desayuno.
—Sí.
—Por lo menos a las seis de la mañana.
—Las seis menos cinco.
—¿Por qué madrugas tanto, Kerry?
—No madrugo tanto, mamá. Fue esta mañana.
—Pero ayer también te acostaste tarde.
—Hube de trabajar.
—¿No sería mejor que te casaras?
Kerry ni siquiera levantó la cabeza.
Tomaba el café a pequeños sorbos.
—Tu padre y yo hablamos mucho esta noche.
—¿Sí?
Se notaba que no deseaba saber de qué cosa hablan hablado. Ya las sabía. Sus padres tenían demasiado cristalizado su pecho para que ella ignorara lo que pensaban o sentían.
—Hablamos de Eddy.
—Ah.
—Es lógico que venga a vivir con nosotros.
Silencio.
—A ti no te agrada, Kerry.
—Debiera casarse de nuevo.
—Kerry, por favor, que hace tan sólo un año que se quedó viudo.
—Pero tiene dos niñas justamente de un año.
—Aquello fue horrible para él. Amaba a Suzy.
También la amó a ella.
Lo de Suzy fue después.
Apretó los labios.
—Tengo que irme, mamá.
—No me dices nada de lo que pensamos ofrecerle a Eddy.
La miró fijamente.
Spencer hubiera entendido aquella mirada.
Mamá, no.
—¿No se lo has ofrecido ya?
Mamá se ruborizó.
—Pues sí.
—Y él… aceptó.
—Está ton solo.
—¿No tiene dos hijas? —casi gritó.
Después se arrepintió.
—Perdona, mamá.
—¿Te… disgusto mucho?
En modo alguno podía imaginar que mamá lo creyera así.
—Claro que no. Pero una está habituada a vivir tranquila… Ya sabes. De repente llegan dos niñas que seguramente lloran…
—Son tus sobrinas.
Hijas de Suzy y Eddy.
No eran sus sobrinas.
Al menos… no las consideraba como toles.
Sintió la muerte de Suzy.
Claro que sí. Ella quería a Suzy y nunca le echó la culpa a ella. Seguro que si Suzy hubiera sabido…
Pero Suzy se casó sin saber nada.
Y las niñas no tenían la culpa de todo aquello.
—Claro que son mis sobrinas, mamá. Haz lo que gustes.
—Es que yo no quiero contrariarte.
—No me contrarías.
Se levantó y se puso el abrigo.
—Tengo que irme, mamá.
—Eddy vendrá esto noche para hablar contigo y con papá.
—¿Conmigo? ¿Y por qué conmigo? —y más suave—. Conque hable con papá es suficiente, ¿no crees?
—Si tú estás de acuerdo.
—Yo estoy de acuerdo con lo que vosotros decidáis.
—Pero tal vez Eddy quiera saber lo que tú piensas.
—Yo aquí soy una hija de familia, mamá. Si un día la intromisión me molesto demasiado, me voy y en paz.
—No digas eso.
—Perdona. No me iré. Procuraré… adaptarme.
—Gracias, hijita.
En seguida creía lo que la gente decía.
Lo que quedaba por decir, mamá jamás lo veía.
Aprovechando aquella hora de descanso entre colegio y colegio, salía a la calle para subir a su auto, cuando lo vio allí mismo.
De momento quedó envarada.
Después, no.
Nada en su rostro reflejaba lo que sentía.
Mil recuerdos, mil ingratitudes, mil momentos felices, mil momentos amargos…
—Hola, Kerry.
Eddy le alargaba la mano.
Ella alargó la suya.
—Hola —y con volubilidad—. Pero… ¿qué haces tú por aquí?
Eddy quedó algo desconcertado.
Él esperaba ver a Kerry…, ¿resentida? Pues sí. En cierto modo sí.
Aquella desenvoltura de Kerry, cuando algo no le interesaba demasiado, que él ya conocía, le desconcertó.
—¿Pasabas? —preguntó Kerry sin esperar respuesta—. ¿Has venido a saludarme?
—He venido a verte.
—Ah —mostró su auto—. Tengo una clase dentro de una hora, Eddy. No puedo concederte demasiado tiempo. El colegio está lejos y el tráfico fatal a esta hora punta de la mañana.
—Es que… prefería verte a ti a solas primero, antes de ir a tu casa esta noche.
—Ya me ha dicho mamá que pensabas ir.
—¿Puedo acompañarte un rato, Kerry? En tu auto. Yo dejo el mío ahí aparcado. Volveré en un taxi.
Estaba distinto.
Algo más ajado.
—Sube si quieres.
—Kerry…, ya sabes que tus padres me ofrecieron vuestra casa.
Kerry dio la vuelta al auto con aquella soltura tan suya.
Se sentó ante el volante, diciendo:
—Entra.
Eddy levantó el abrigo, lo dobló sobre las rodillas y se sentó a su lado.
Kerry puso el auto en marcha.
—¿Qué tal tus cosas, Eddy? —y rápidamente—: Sentí lo de Suzy.
—Gracias.
—Según mis padres, has sido destinado a Boston.
—Pues si…
Se le notaba cortado.
—Has dejado a las niñas con Mag…
—Pero tiene siete hijos, ya sabes…
—Lo comprendo.
—Oye, Kerry…
Claro.
Era de suponer que pensaba decirle algo.
—Es que me parece que abuso al aceptar el ofrecimiento de tus padres. Comprende.
El rostro de Kerry era un poema de curiosidad.
—¿Por qué? Son tus suegros, ¿no? Y tienes dos hijitas gemelas que son sus nietas.
—Pero…
—¿Pero…?
—Nada, nada.
—Habla, hombre, habla. Di lo que piensas.
—Creo que en una ocasión te hice daño.
Mucho.
Ni él ni nadie sabrían jamás cuánto.
No tenía experiencia.
Creyó en él.
Era su novio.
De repente dejó de pensar.
Dio a su voz una entonación jocosa.
Era su parapeto. Lo demás… estaba por ver.
Pero de momento, no podía soportar la idea de que Eddy la creyera, ni una mártir, ni una resignada, ni una resentida.
Y lo curioso es que no deseaba ser ninguna de las tres cosas. Luchaba contra ellas. Lucharía hasta morir si era preciso.
Capítulo IV
¿Daño? —se echó a reír y el más inteligente hubiera considerado sincera su risa—. Por favor, Eddy. ¿Escrúpulos de conciencia ahora? Pero, hombre, si estás viudo, si tienes dos hijas gemelas, si estas pobrecitas tienen un año, y te han destinado a Boston… Eso basta, Eddy, para que mis padres te reciban con los brazos abiertos.
—¿Y tú?
¿Ella?
¿Por qué le preguntaba a ella?
¿Le preguntó cuando la dejó para casarse con Suzy?
—¿Yo? —dijo entre irónica y sonriente—. Pero, Eddy, hombre, ¿yo qué vela tengo en este entierro? Tú sabes que soy una mujer muy ocupada. Me gusta mi profesión. Voy a presentarme a cátedra… comprende. Yo poco puedo hacer por tus hijas y por ti, nada. Salvo mi amistad si ella te sirve de algo.
Eddy parecía respirar mejor.
Pero en el fondo, como todo hombre, vanidoso, se sentía como vejado.
—Perdona. Debí suponerme que tú… ya no tenías ni idea de lo ocurrido.
—¿De lo ocurrido?
—Entre tú y yo.
Kerry supo que tenía que mirarlo.
Cerciorarse si era un cínico, un indeseable o un tonto.
Y le miró.
—Pero, Eddy, ¿quién se acuerda de eso? No irás a decirme que vives en una pesadilla desde entonces…
—Te dañé…
—Te lo has creído tú, hombre. Aquello fue un episodio sin importancia…
—Kerry, me quitas un gran peso de encima.
¡El muy vanidoso!
—Me extraña que hayas pensado en cosas pasadas, Eddy —dijo serenamente y nadie como ella para fingir—. Aquello fue un pasatiempo. Lo tuyo fue Suzy. Lástima que se haya muerto tan joven… Lo siento, Eddy. Yo amaba mucho a Suzy.
—Nunca tuve tiempo para darte una explicación de todo aquello. Primero tú te fuiste en viaje de estudios y luego yo me casé… El día que me casé aun intenté darte una explicación escribiéndote… Después ya no volví a verte y luego cuando falleció Suzy… no tuve tiempo.
—Me asombra que hayas pensado que tenías que darme explicación alguna.
—Era tu novio, ¿no?
—Aquello fue una tontería infantil, Eddy —dijo y estaba a punto de estrellar el auto contra algo o contra alguien—. Yo era una niña, entretanto Suzy era una mujer hecha y derecha, de tu misma edad. Yo no volví a recordar el asunto. ¡Qué tontería! Parece mentira que tú pongas reparos en ir a mi casa pensando en eso.
—Temí que tú…
Le atajó de inmediato:
—Yo vivo mi vida, Eddy. Está tan llena de cosas… Mil cosas que ni tú comprenderías —se echó a reír dando a su voz una entonación amable—. ¿Qué? ¿Cuándo vas a buscar a las niñas?
—No sabes cuánto me tranquilizas…
Le miró de nuevo.
De verla Spencer, le hubiese dicho: «Frena tu ímpetu de fuego, Kerry. Que te van a conocer por dentro.»
Pero Spencer no la veía, ni la vería aquella mañana.
—A mí no me has hecho daño alguno. Me dejaste porque amabas a Suzy y se acabó.
Iría por la tarde.
Spencer, aunque no le dijera nada, tenía la virtud de tranquilizarla.
—Es raro, Eddy, que después de tanto tiempo persista en tu conciencia una pesadilla. Porque de ser así, tengo que pensar que no has sido bueno.
—¿Que no he sido bueno?
—Pues no. Si has hecho daño a una mujer a sabiendas y esperas cuatro años, cerca de cinco para justificarte, no me parece justo.
—Es cierto. Hasta este instante no viví tranquilo.
—Pero… ¿cómo es eso?
Al tiempo de hacer la pregunta, detenía el auto ante el colegio donde daba clase de matemáticas.
—Es aquí —dijo él sin preguntar.
—Sí.
—Kerry…, Suzy y yo no nos entendíamos demasiado bien.
Eso sí que no lo toleraba.
—Me duele que me digas eso. Me duele como nada pudo dolerme en la vida. ¿Es que Suzy no fue feliz a tu lado? ¿Quieres decir que no la hiciste feliz?
—No es eso, Kerry —Eddy parecía aturdido—. No hemos sido felices ninguno de los dos. No nos complementábamos. No habíamos nacido el uno para el otro. No sé cómo explicarte.
—Pues guárdate la explicación. No soporto lo que dices. Me duele, ¿entiendes? En mi no tienes por qué pensar. Yo soy un cero a la izquierda. A mí no me has hecho daño alguno. Me dejaste porque amabas a Suzy y se acabó. Ni tienes por qué justificarte, ni por qué censurar lo que hiciste y que supongo que creerías hacerlo bien.
—Pensé que sí.
—Pues será mejor que lo sigas pensando. Oye, Eddy, lo siento. Pero mi clase empieza ahora. Tendré a mis alumnas esperando. Puedes ir a vivir a mi casa tranquilamente. A casa de mis padres, se entiende. Y procura no decirles que Suzy no fue enteramente feliz.
—Escucha…, Kerry.
—No. Ya no puedo más. Y te pido que no me hables más de Suzy. Era muy buena y capaz de hacer feliz al hombre más exigente.
Era cierto.
Suzy era muy buena, por supuesto, pero… le faltaba algo. ¿Comprensión? ¿No era demasiado celosa? ¿No se humillaba demasiado por aquellos celos? Porque si sentía celos de cualquier otra mujer a la que él miraba. Y cuando una mujer siente celos y los manifiesta, se menosprecia a sí misma. Eso él jamás lo soportó. La mentalidad de Suzy era muy simple. Buena, pero sin cultivar en absoluto. Era más hermosa que Kerry. Era linda de veras. Pero carecía de personalidad.
Iba a decirle todo eso a Kerry, pero se mordió la lengua.
—Perdona que te haya hecho perder tu precioso tiempo, Kerry. En realidad debí suponer…
No le preguntó qué debió suponer.
Se sobreentendía.
Por lo visto Eddy era tan vanidoso que aún la creía herida por lo que le hizo.
Los dos descendieron a la vez del auto.
—Adiós, Kerry, y discúlpame. Voy a aceptar el ofrecimiento de tus padres. No tengo más remedio. Mag es muy buena, pero tiene siete hijos, y mis dos gemelas representan una carga tremenda por su corta edad. Ya daré la menos lata posible en tu casa.
—No es mi casa, Eddy —dijo muy amable—. Es la de mis padres.
—Comprendo.
Con la cartera bajo el brazo, giró sobre si y se perdió por el ancho portal del colegio.
Aquella mañana o suspendía a todas sus alumnas o las aprobaba. No habría término medio y decidió optar por lo primero.
—Vaya, vaya.
Spencer parecía humorista.
La miraba. Daba pasos en torno a ella.
—De modo que nuestro querido Eddy y sus gemelitas han venido.
—Te lo dijo mamá. Porque yo no te he dicho nada aún. Acabo de sentarme. Acabo de llegar.
—Me sentaré a tu lado —dijo Spencer tranquilo.
Malo cuando se ponía así.
Sabía más cosas de las que decía.
Pero de ella, ¿qué podía saber?
Nada. Nunca dijo nada a nadie.
En aquella época casi no tenía edad para tener novio.
De modo que lo ocultó.
Y cuando hizo aquel corto viaje a Nueva York en plan de estudios y al regreso se encontró con Eddy y Suzy casados… nadie, ni Spencer, notó en su semblante lo que aquello suponía de desolador para sus sentimientos.
Porque ella no quiso a Eddy como se quiere a un amigo.
Ella quiso a Eddy firmemente y para siempre.
Ella era así.
Y cuando Eddy le declaró su amor, lo aceptó de hecho y de frente.
Pero no tuvo tiempo de participárselo a nadie, porque cuando regresaba con aquella intención, encontró que no había nada que decir.
—De modo que mamá estuvo aquí —dijo sin preguntar y evitando que su hermano siguiera escudriñándola.
—Estuvo, claro.
—Vino por la mañana.
—No. Por la tarde. Antes que tú. Acaba de irse. Está algo disgustada. Ya sabes cómo es. De un alfiler hace montones de ellos.
—Sí.
—Es muy buena.
—Lo sabemos los dos —le cortó—. ¿Para qué hablar de ello?
—Ciertamente —sonrió el sacerdote—. ¿Sabes, Kerry? Cada día estoy más contento de haber consagrado mi vida a Dios. Hasta me parece que soy el ser más egoísta que hay en la tierra por haberlo hecho.
—No te entiendo.
—Es que mi tranquilidad espiritual es absoluta. No ambiciono nada. Nada deseo. Me levanto por la mañana y sólo pienso en los demás. Yo soy un cero a la izquierda y como la preocupación primera de un ser humano corriente, es por sí mismo antes que por nadie, yo carezco de esa preocupación. Tengo fe, confío en Dios. Yo doy un paso y tengo la sensación de que Dios me abre camino para el otro. Y debe ser así, porque si resbalo, en seguida me levanto y sigo caminando.
—Tus retóricas, Spencer…
—Discúlpamelas —sonrió beatifico—. A mamá no le puedo hablar así. Mamá me preguntarla qué tabla pongo de pie para el otro paso y cosas parecidas. Pero no me digas que tú, tan inteligente, tan culta, tan humana… no me comprendes.
—Te comprendo y te admiro, pero…
—Pero no has venido aquí a oír mis retóricas.
—Eso es. Sé cómo vives y lo que sientes, pero yo no tengo madera de religiosa.
—Se te nota.
—¿Te burlas?
—No. Pero me duele.
Kerry se puso en guardia.
—Te duele, ¿qué?
—Eso. Lo que sientes. ¿No te he dicho que vivo para los demás? Me duele tu… dolor, tu rabia. Quisiera evitártela y si tuvieras esa madera que no tienes, la evitarías tú misma.
—¿Pretendes ahora que me meta a religiosa?
—No, por Dios. Sería una falsedad en la vida, porque a Dios, no. No te admitiría Él. Y no por pecadora, sino por la careta que llevarías puesta hasta su lado. No es así como Dios quiere a los suyos, Kerry, y eso tú lo sabes.
—¿Adónde vas a parar?
—Es que no lo sé —y de súbito la pregunta inesperada, la que ella, por lo visto, subconscientemente esperaba y temía—: ¿Cuándo te enamoraste de él?
Kerry se levantó de un salto.
—Kerry, siéntate.
—Óyeme…
—A mi no me mientas. A mamá, puedes, a mí, no. También podrás mentirle a Eddy. Pero a mí, te repito que no.
Era de esperar.
—¿Cuándo lo… has sabido? —preguntó en lugar de responder.
—¡Qué más da!
—¿Cuándo? ¿Oyendo a mamá o viéndome a mí?
—Oyendo a mamá.
—Pero, Spencer…
—Estoy de vuelta, Kerry. También tú lo estás. Pero mamá, no.
—¿Quieres decir que mamá sabe…?
—¿Mamá? Pobre mamá. Ella no ve una cosa semejante. Mamá nunca lo comprendería. Lo que sientes tú al amar a Eddy y lo que siento yo al saber que lo amas.
—¡Spencer!
Estaba vencida.
El sacerdote le puso una mano en el hombro.
—No te aflijas, Kerry.
—Es que…
—¿Cómo fue?
Tenía que decírselo.
De esa forma tal vez encontrara en los consejos de Spencer el consuelo a su dolor.
Intentó abrir los labios.
—Por eso… no te casas con Marck.
Ella asintió.
—Tú…, Kerry. ¿Cómo fue eso? No le has visto después de casado. No lo entiendo.
—Fue antes.
—¿Antes?
—Sí.
—Pero si la boda de Eddy con Suzy fue relámpago. Si tú no estabas aquí.
—Estaba en viaje de estudios.
Kerry se levantó.
Se puso junto a la ventana.
—Kerry.
—Fue todo estúpido.
—¿Por tu parte o por la de Eddy?
—No lo sé.
—¿Y Suzy? ¿Qué hilo llevó Suzy en este ovillo?
—Ninguno. Se casó con Eddy.
—Pero es absurdo.
—Sí.
—¿Quieres explicarte?
—Ya sabes que yo siempre anduve de fiesta en fiesta. De reunión en reunión. Allí donde había una inquietud estaba yo.
—Lo sé. Eso ayudó a formarte. Siempre fomenté ese deseo tuyo de polemizar.
—Pues en una de esas reuniones me presentaron a Eddy. Ingeniero industrial, me dijeron, simpático y joven, me pareció. Yo en aquella época era una sentimentalona.
—¿Quieres decir que ahora no lo eres?
—No —rotunda—, no.
—Lo sigues siendo porque si dejaras de serlo, no te afectaría en absoluto la vuelta de Eddy.
—Dime, Spencer, tú que eres tan humano, un normal, tan sabiendo ver en el alma humana, ¿crees que Eddy debió volver?
—Sí.
—Lo dices con firmeza.
—Lo digo como lo siento. Estoy seguro de que Eddy no pensó que te dañaba. Tú eras una niña. Suzy era una mujer de su edad.
—Somos hermanos, Spencer, y ambos sinceros.
El sacerdote vaciló un segundo.
Después dijo a media voz:
—Exacto. Y recuerdo que no podías venir. Es decir… no te localizamos en aquel momento y Eddy y Suzy decidieron casarse sin ti. Sobre todo… Eddy.
—Quieres decir que ella con sus años y tú con tu juventud… superaba tu madurez la de ella.
—¿No es así?
—Sí. También eso debo reconocerlo.
—Gracias, al menos coincidimos en algo. Merecía ser feliz. Lo merecía más que yo. Yo nací maliciosa, inquieta, temperamental…, emocional. Suzy era simple, pero sencilla, sensible, romántica…
—No te endurezcas así, Kerry.
—Perdona.
Y seguidamente refirió a su hermano lo ocurrido aquella mañana con Eddy.
—De modo que Eddy pensó que te había dañado.
—Eso es. Es, tenlo por seguro, peor que cuando me plantó por Suzy sin una explicación.
—¿Qué explicación dio él a todo eso?
—Ninguna.
—Yo sé lo que te iba a decir.
—Yo no se lo dejé decir a él y te pido a ti que no lo digas.
—Eres valiente, Kerry. Por tanto vas a oírme. ¿Sabes qué vio Eddy en ti?
—No.
—La fuerza, la valentía. La madurez. Te tuvo miedo. En una palabra, tuvo miedo a tu personalidad.
—Eso es absurdo.
—Te fuiste tú. Él fue a casa, vio a Suzy… Delicada, bonita, más bonita que tú, Kerry, pero menos fría, más cálida, más suave. Tú llevas el mundo por delante. Suzy lo llevaba para atrás. Suzy era sensible.
—¿Yo no lo soy?
—De acuerdo. Pero de otra manera. ¿Sabes, Kerry? Yo disculpo a Eddy.
—Claro.
—¿Claro?
—Sí. El era mi novio.
—¡Kerry!
Capítulo V
Kerry se dirigió a la puerta.
Pero su hermano la asió por el codo.
—Aguarda.
—No más. ¿Para qué?
—Has venido a desahogarte. En tu fuero interno o en tu subconsciente, como quieras llamarle, estabas segura de que yo iba a penetrar en tu secreto.
Era cierto.
—¿Te atreves a decirme que no es así?
—Sí. No sé si me atrevo en realidad. Pero yo sólo quería pedirte una cosa.
—Que no puedo hacer a menos que ponga de manifiesto tus sentimientos hacia Eddy.
—No te he dicho lo que deseo de ti.
—Dime, Kerry, tú tan sincera contigo misma, ¿te atreves a negar que acerté? ¿Te atreves a negar que no venias aquí para que yo convenciera a nuestra madre y no diera albergue a Eddy?
Quedó desarmada.
—No lo puedo hacer, Kerry, ni lo quiero hacer.
—A menos que tu papel de hoy ante Eddy, quede para éste convertido en una translúcida telilla de nada.
—Eso, no.
—Pues tú me dirás…
No tenía nada que decir.
Con Spencer no valían trucos.
Lo veía todo.
Spencer se sentó junto a ella y puso sus dedos sobre las manos enlazadas de Kerry.
—Hay que hablar con calma, Kerry. Vamos a tratar este asunto con mucha cautela. ¿Quieres? —le levantó la barbilla con un dedo—. Llora si quieres. Aquí sólo te veo yo y quien sabes tú que no dirá nada. No eres fácil el llanto, pero esta vez tienes que llorar y cuando hayas llorado a gritos, si te parece, todo lo verás mejor. Así que llora, que yo voy a cerrar la puerta y aquí nos quedamos los tres. El, tú y yo.
—¿Él?
—Kerry, compréndeme un poco mejor.
Dios. Claro. Para él era antes que nada. Debía de ser también para ella. Tenía que serlo.
Por eso empezó a llorar.
Cuando terminó de llorar, hubo un silencio.
Spencer le dio el pañuelo y ella, silenciosamente, se limpió las lágrimas.
—Ahora dime cómo se iniciaron aquellas relaciones y qué hubo entre vosotros dos durante ellas.
—Duraron unos meses.
—De los cuales nosotros no tuvimos ni idea.
—No.
—¿Por qué, Kerry?
—No lo sé.
—Yo, sí.
Le miró.
Aún habla lágrimas en sus ojos.
—¿Tú… si?
—Siempre fuiste independiente. Siempre fuiste introvertida.
—En casa —se disculpó— no siempre me comprendieron. Tú, sí, y no estabas.
—Estaba en una parroquia.
—Spencer… me estás censurando aquel silencio de niña.
—Sí. ¿Sabes por qué? Porque era un silencio de niña de un amor de mujer. Eso me duele. Pero dejemos a un lado lo que yo sienta.
—Para mí es importante.
—¿Lo que yo siento?
—Lo que tú piensas.
—Nada. Nada concreto —sonrió suavemente, con suma ternura— entretanto no me expliques tú cómo es que de ti, y sin conocer a Suzy, fue Eddy a dar con ella.
—Efectivamente, Suzy no acudía a mis tertulias literarias. No compartía mis inquietudes. Bordaba muy bien, cocinaba de perlas, tú lo sabes. Hacia las faenas de la casa ayudando a mamá y a la asistenta. Regaba el jardín y cuidaba las flores como nadie.
—Sé todo eso, Kerry.
—Pues yo no sé nada más.
—¿Que no sabes cómo Eddy y Suzy se conocieron?
—Te aseguro que no. Mi mayor sorpresa fue la que recibí cuando llegué a casa y mamá me dijo que Suzy se habla casado y se habla ido a vivir a Nueva York.
—Eso es absurdo.
—Para mí, sí, Spencer, pero seguramente para ti no. ¿Cómo empezaron esas relaciones?
—En el jardín.
—¿Qué dices?
—Eso. En el jardín. Eddy apareció por allí, preguntó no sé qué. Suzy le contestó… Al día siguiente apareció de nuevo y así. En seguida salieron juntos y en seguida se casaron.
—Lo cual quiere decir que Eddy iba a mi casa a saber de mí.
—¿Por qué no sabía Eddy de ti?
—Muy sencillo. Estuve más de un mes sin poderme comunicar con él, debido a una expedición que hicimos durante nuestro intrincado viaje de estudios. Igualmente fue imposible que me localizarais antes de la boda, ¿no te acuerdas?
—Sí.
—Pues de ahí nació todo. Por eso jamás pude culpar a Suzy, pero si a Eddy.
—¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Le sigues queriendo?
—Sí.
Era rotunda en su afirmación.
—Kerry, ¿qué quieres de mi? ¿Que llame a mamá y le diga…?
—No.
—Entonces…
—Puedo irme yo.
—¿Tú?
—Sí. Mi vida es independiente. ¿Por qué tengo que estar allí? Tú sabes que siempre me gustó la independencia. Gano lo suficiente para vivir sola. Tengo mi vida propia…
—Kerry, ¿estás segura de que es eso lo que deseas?
No lo sabía.
—Eres fuerte, Kerry. Tienes que enfrentarte con el problema… Tú sola, eso es la verdad. No puedo culpar a Eddy de nada. Es decir, sólo de haber sido débil con unos encantos físicos y morales como los de Suzy, y de no haberte comprendido a ti. Eso únicamente. Pero toda su actuación está llena de humanismo, es lógica. Se enamoró, se casó. ¿Hizo feliz a nuestra hermana? Eso es lo que no sabemos.
Ella sí.
Pero no pensaba decírselo a Spencer.
—Hoy tengo mucho que corregir.
—Kerry… Sé sincera. ¿Estás preparada para vivir bajo el mismo techo que el hombre que amas?
Ya se sentía más valiente.
—Sí. Mi trabajo acapara toda mi vida. La otra la consagraré a… aprender a amar a Marck.
—Oh…
—¿Lo censuras?
—Lo apruebo, siempre que —la apuntó con el dedo enhiesto— no vayas contra tus sentimientos verdaderos.
Capítulo VI
El auto que estaba aparcado junto a la cochera tenía que ser el de de Eddy.
Metió el suyo dentro y descendió.
Nadie de los allí presentes, al verla, diría que se sentía menguada.
Entró en la casa abriendo con su propia llave.
Oyó voces en el saloncito.
Pensó seguir su camino, hacia su estudio, pero con ello lo haría más que disgustar e inquietar a sus padres.
Así que decidió asomar la cabeza.
—Hola —saludó.
Eddy estaba allí.
—Kerry —exclamó la madre—. Mira a Eddy.
—Ya le vi esta mañana, mamá.
Mamá miró aturdida a Eddy y éste esbozó una sonrisa aturdida.
—Se me olvidó decíroslo… Fui al colegio donde da clases Kerry. Deseaba saber lo que ella… pensaba de mi intención de vivir con vosotros, mientras no encontrara servicio que se ocupara de las gemelas.
Mamá dijo a lo simple:
—Ah.
Papá dijo no menos simple:
—Eso está bien. Kerry es como una autoridad en la casa.
Kerry sentía cansancio.
—Os dejo —dijo sin moverse del umbral, mostrando su portafolios—. Tengo un montón de cuadernos que corregir y en el colegio no tuve tiempo —miró a Eddy como si mirara a sus padres—. Bienvenido a casa, Eddy.
Mamá dijo toda satisfecha:
—Eddy va mañana a recoger a las gemelas.
—Mejor.
—Nosotros —dijo papá, el inocente papá— le estábamos diciendo a Eddy que como es sábado, tal vez pudieras acompañarle tú.
Eso no.
Pero sonrió con una sonrisa dulcísima:
—Cuánto lo siento, mamá, pero tengo una cita con Marck. No puedo dejarla.
—Oh, qué pena —dijo mamá.
Eddy se apresuró a decir aturdido:
—No importa, Kerry. Ya me las arreglaré.
—Que tengas feliz viaje, Eddy.
—¿Es que no bajas a comer? —preguntó mamá aturdida.
—Claro. Pensé que Eddy se iba ahora…
—Se queda.
—Entonces voy a trabajar un rato y luego vuelvo. Si llama Marck, pásame la comunicación, mamá.
—Desde luego.
Se fue al fin.
Eddy tenía una pregunta ardiendo en la boca.
¿Quién era Marck?
—Está muy ocupada siempre —decía mamá.
Papá corroboró:
—Tantas clases. Y ahora dice que se presenta a oposiciones de cátedra. Cuánto mejor sería que se casara.
Eddy seguía sintiendo ardor en la lengua.
Y lo soltó.
—¿Tiene… novio?
¿Qué le importaba a él?
Pero le importaba.
—No sabemos —decía mamá, interrumpiendo sus pensamientos—. Nunca se sabe lo que piensa en realidad. Trabaja mucho, eso sí. Pero nosotros hubiéramos querido que se casara.
Sonaba el teléfono.
Mamá se levantó.
—Diga. Ah, sí, Marck, eres tú… ahora mismo te pongo con ella. Está en su estudio. ¿Cómo es que no la sacas más, Marck?
—Te paso la comunicación. Está bien, Marck. Es así. ¿Qué quieres? Ya me imagino que la estarías esperando, pero como siempre tiene que hacer. Adiós, Marck.
Pasó la palanca y se volvió hacia Eddy que la miraba de una forma muy rara, si bien Nat no vio nada raro en aquella mirada.
—Ahora —decía mamá, volviendo a su sillón—, estarán hablando una hora o dos.
—¿Lo hacen con… frecuencia?
La voz de Eddy era algo ronca.
Pero conocía a sus suegros.
Nunca se enteraban de nada.
Claro que con Suzy habla una diferencia.
Nada más casarse supo lo que le ocurría.
Lo muy enamorado que estaba de aquella chica que… ¿le achicaba?
Sin duda lo acomplejaba, Kerry.
En aquella época, sí.
—Claro —decía papá—. Son muy amigos. Tal vez novios, tal vez prometidos y un día cualquiera hagan como tú y Suzy, digan que se casan y lo hagan.
—¿Tan… avanzadas son las relaciones?
—No sabemos —dijeron a una.
El no podía quedarse allí. No se quedaría a comer con ellos.
Y, por supuesto, si Kerry se casaba… él no llevaría allí a sus hijas ni iría a vivir con sus suegros.
Nunca deseó la muerte de Suzy.
¡Oh, eso no! Él era honrado.
Lo fue incluso para enamorarse de Suzy o creer que se enamoraba.
Fue un deslumbramiento.
Pero nunca deseó su muerte.
Fue amable, correcto, considerado, todo lo que puede ser un marido honesto.
Pero no la amaba.
Y una vez nacieran las niñas, lo pensaba siempre, le diría a Suzy que…
No. Sabía que nunca podría decírselo.
En realidad llegó a tener pena de Suzy.
¿Que él pensaba en Kerry?
Sí.
Pero el asunto era suyo.
Pero Suzy falleció y él sintió pena y remordimiento.
¡Un año ya!
Un año como viviendo en el infierno.
Por eso pidió el traslado.
Pero si había un Marck en la vida de Kerry… él volvería a pedir el traslado a Nueva York, con lo cual la empresa, de la cual era un jefe, le llamaría loco.
Pero todo antes que vivir en el infierno de verla con otro.
—Pienso que debo ir a mi apartamento —dijo de súbito—. No sé cómo anda aquello.
Los suegros se pusieron como energúmenos.
—¿Irte ahora? Oh, no, contamos contigo para comer. Te quedas.
El suegro decía, invitándolo, feliz de tenerlo en casa:
—¿Quieres un whisky? ¿O mejor coñac…?
—No, no.
—Pero te quedas —decía la madre de Kerry—. Vaya si te quedas. Mañana iré yo contigo a Nueva York a buscar a las gemelas. Verás qué bien se ponen aquí. Al aire libre…
No la oía.
Tenía que saber si ellos seguían hablando.
—Llamaré por teléfono al portero —dijo.
Y se puso en pie.
—No —dijo mamá—. No lo hagas porque seguro que Kerry y Marck están aún hablando.
Quedó sentado.
Como si lo clavaran en la butaca.
—Entonces voy a cerrar mi coche —dijo, incapaz de quedarse sentado.
A eso no se opusieron.
Necesitaba cruzar el vestíbulo y mirar hacia la escalera que conducía al estudio de Kerry y saber si podía oír su voz, si aún hablaba con aquel Marck…
Pero no pudo oír nada.
Allí, en lo alto de la escalera, la puerta estaba cerrada.
El teléfono allí, colgado de la pared del pasillo. Podía hacerse el tonto, levantar el auricular, no podría oír la conversación porque la palanca estaba pasada, pero al menos si podría saber si aún estaban hablando. Con pasarla…
Levantó la mano, pero la dejó en el aire como dudoso.
¿Quién era él para inmiscuirse en aquella vida?
¿Qué fue lo que él hizo de sus relaciones con Kerry?
Nada.
Ir a preguntar por ella, saber si en su casa conocían su paradero… Lo demás surgió solo. Suzy con su dulzura, su admiración hacia el hombre que la miraba…
Nunca jamás le preguntó por Kerry. Fue allí a eso, pero jamás supo Suzy que él fue novio de Kerry.
Por eso, cuando Suzy le hablaba de su hermana intelectual, de lo lista que era, de lo mucho que sabía, se ponía crispado.
«No fui honrado —se decía mil veces—. No fui nada honrado.»
Se dirigió al jardín, cerró el auto y al rato, paso a paso, volvió a la casa.
No sabía si deseaba huir cuanto antes.
Entró en la casa y avanzó hacia el living, donde los padres de Kerry seguían aún charlando.
—¿Has podido hablar con el portero? —le preguntó el suegro.
—No lo intenté… Tuve miedo de cortar la comunicación de Kerry.
Mamá se movió por allí.
Ponía la mesa en el comedor contiguo.
El living y el comedor estaban como unidos, sólo separados por una puerta corredera.
En aquel instante, Nat la tenía abierta e iba de un lado a otro.
—Tengo un pollo asado y de primero unas verduras hervidas riquísimas. Es que Kerry no come demasiado, ¿sabes?, y prefiere cosas que no engordan.
—Pues está flaca —decía papá—. Siempre metida en esos líos literarios…
Así la conoció él.
—Aún estará hablando con Marck… —decía mamá, sin dejar de poner la mesa—. No sé qué hace que no se casa. Además Marck merece la pena.
—¿Es… un buen partido? —preguntó Eddy a media voz, como si le interesara la respuesta y, a la vez, no le interesaba en absoluto.
—Superior —dijo el padre—. Imagínate, es arquitecto y catedrático de la escuela de arquitectos. ¡Casi nada! Además le lleva unos cuantos años y eso es importante para Kerry. Lo es porque Kerry, aun teniendo pocos años, es demasiado madura.
—Spencer lo dice siempre…
Es cierto.
No habla visto a Spencer.
—Llamaré a Kerry —dijo mamá.
Y papá se apresuró a decir:
—Déjala, aún estará hablando con su prometido.
—Voy a ver.
—¿Vas a su estudio?
—No lo necesito. Paso la comunicación, les pregunto si van a dejar de hablar y si no lo dejan para mañana.
—Aguarda un poco —recomendó papá—. Ya sabes cómo es Kerry. No le gustan que se metan en sus cosas.
Papá insistió:
—Toma algo, Eddy.
Eddy fue él mismo hacia el bar y sacó un vaso y una botella.
—No bebo mucho —dijo, y le faltó por añadir: «Pero en este instante lo necesito»—. Debido a mi trabajo no me queda apenas tiempo disponible ni para beber ni para divertirme.
—La mesa ya está dispuesta y la comida también —entró diciendo Nat—. Aguardaré cinco minutos, si al cabo de ellos, Kerry no dejó de hablar, se lo diré desde el teléfono del pasillo.
—Déjala, mujer. A lo mejor un día de éstos nos sale dando el alegrón de que se casa con Marck.
Eddy apuró el contenido del vaso.
Tenía que hablar con Kerry.
Capítulo VII
No sabía cuándo ni en qué instante, ni qué día, pero tenía que hablar con ella.
No podría soportar por más tiempo aquella incertidumbre.
—Vamos, Marck, tengo mucho que hacer y además me están esperando para comer. Está aquí mi cuñado Eddy.
—¿El viudo?
—Se queda a vivir con nosotros. Ya sabes… tiene dos gemelitas.
—Vaya responsabilidad que os cae encima. ¿No te asusta? —y reía. Aquella risa de Marck provocadora y algo irónica—. Te veo haciendo de niñera.
—Igual harías tú por unos sobrinos…
—Si estaba soltero tal vez. Pero prefiero tener mi propia vida. La vida de mi hermano y mi cuñada, si los tuviera, no la habría vivido yo, sino ellos. ¿Entiendes la diferencia?
—Por supuesto. Pero tú eres un egoísta.
Marck volvía a reír.
—Eso lo supones tú. Dime, dejemos a un lado el asunto de tu cuñado viudo. ¿Qué ha sido de ti esta tarde? Te estuve esperando donde siempre y tú no eres de las que dan plantón.
Cierto.
Siempre que se citaban acudía a la cita.
—Kerry…
—Sí, dime, Marck.
—Hoy estás rara.
Estaba crispada.
¡Eso era lo que estaba!
—Te lo parece a ti.
—Dejémoslo así. Pero tú sabes que te conozco hasta respirando… Sé cómo respiras.
Lo creía Marck.
—Mañana nos veremos, Marck.
Eso quisiera. Ver a Marck, aferrarse a él, amarlo.
Casarse con él.
Tener hijos suyos.
—¿A qué hora?
—A la de siempre. Dejo el colegio a las cinco. Te espero en la cafetería.
—No me falles. Tú sabes…
—Sí, Marck.
—Nunca me dejas hablar.
Pensó que aquella noche podía dejarle.
Se lo habla prometido a Spencer: «Trataré de amar a Marck.»
Como si el amor naciera así, porque uno deseaba que naciera.
El amor no nacía.
Vivía con una.
Era absurdo lo que le pasaba a ella.
—Kerry… me siento solo en este piso enorme que me mengua por ser demasiado grande para mí.
—Calla, anda.
—¿Cuándo vendrás a consolarme? ¿Cuándo te decidirás a casarte conmigo?
Era la pregunta de siempre.
Si no existiese Eddy.
Pero ella era así. Le dolía ser así.
Pero no podía evitarlo.
—Mañana hablamos, Marck.
—¿Me das tu palabra de que me dejarás hablarte?
—Sí.
—Te convenceré. Si me dejas demostrarte lo mucho que te amo y te necesito…
—Te lo permitiré, Marck.
Si, se lo permitiría.
—Hasta mañana, pues. En el sitio de siempre, Kerry.
—Sí.
Colgó.
Debió de oírse abajo el chasquido al colgar, porque, inmediatamente, oyó la voz de su madre:
—¿Bajas, Kerry?
Era inevitable.
O bajaba o haría comprender a Eddy que su presencia en casa de sus padres le molestaba y sólo podía existir un motivo para tal desaprobación.
—En seguida, mamá —gritó.
Y dejó los libros abiertos sobre su mesa de despacho.
Había que enfrentarse con la realidad y habla, a la vez, que comportarse con la soltura de siempre. Reconcentrada en parte si se quiere, pero auténtica en ella y dando a su semblante una indiferencia que no existía.
Capítulo VIII
Eddy era hombre que después de reconocer sus errores, intentaba por todos los medios subsanarlos.
La forma de subsanar esos errores, cualesquiera que fueran aquéllos, lo hacía Eddy de inmediato. Tal vez impulsivamente y sin reflexionarlo mucho.
Sobre todo cuando algo le interesaba y si bien su buen sentido le indicaba y aconsejaba prudencia, no le escuchaba, puesto que en ello, en la forma de arreglar el asunto, le iba todo.
Por eso comió con ellos y por eso evitó dirigirse a Kerry directamente cuantas veces le fue posible, pero cuando decidió despedirse y eran ya las doce de la noche, con la mayor naturalidad dijo, mirando a la muchacha:
—Con ese jardín tan pequeño que tenéis, no sé si podré dar la vuelta al auto. Por favor, ¿podrías indicarme, Kerry?
No contestó Kerry.
Se levantó, si, pero fue su madre quien contestó por ella:
—No faltaba más, Eddy. No te olvides de venir mañana a buscarme a las nueve en punto. Iré contigo a Nueva York a buscar a las niñas.
—Gracias, Nat. No sabes cuánto agradezco tu hospitalidad. Buenas noches, Frank.
—Buenas noches, hijo.
Kerry iba delante. Pero Eddy, ya en el porche, emparejó con ella.
No se anduvo con rodeos. Sin duda había calado en el pensamiento de Kerry. No como Kerry temía, pero en cierto modo, estaba, estaba casi rozando la realidad.
—No quieres que venga a esta casa con mis hijas.
Aparentemente, Kerry no se inmutó.
Pensó, sí.
Pensó en las veces que adoró a Eddy, en los besos que se dieron. ¡Los primeros besos! ¿Qué sabia ella de amores antes de conocer a Eddy?
Nada.
¿Cómo pudo Eddy olvidarla?
Se volvió despacio.
—Me hice egoísta —dijo riendo como si tal cosa—. Comprende, Eddy.
—Nunca fuiste egoísta.
¿Cómo podía decir eso?
¿Qué sabia de ella?
Pensó que sabía mucho, pero al casarse con Suzy demostró no conocerla nada.
Discutieron muchas veces. Casi los tres meses de relaciones, pero sus discusiones eran, además de lógicas, difíciles y entretenidas, de tal modo, que cada vez que discutían sus puntos de vista no siempre afines se conocían un poco más.
—Al hacerme egoísta, al vivir para mi carrera —adujo sin que Eddy interrumpiera sus pensamientos—, comprende la situación. Amo a las hijas de Suzy, qué duda cabe, pero… también amo mi tranquilidad. ¿Comprendes la diferencia?
—O sea, que si tuvieras valor, les pedirías a tus padres que no me admitieran en tu casa.
—En casa de ellos, Eddy, no confundas. Yo ando intentando presentarme a cátedra y si la consigo, y creo poder lograrlo, me iré de casa. No por querer menos a mis padres, porque amarlos más, me es imposible, pero es que mi vida no guarda relación moral alguna con la de ellos. Y cerca o lejos estaré siempre a su lado, y ellos, aunque chapados a la antigua, terminarán por comprenderlo.
—Eso por mi…
Le miró bajo la luz rojiza.
—Escucha, Eddy, por el amor de Dios no saques trapos sucios a relucir. Estoy muy por encima de mis diecinueve o veinte años. Entonces no tenía idea de nada, o de casi nada, hoy la tengo de todo. O de casi todo, y esto es importante para que tú valores un pasado, adaptándolo a un presente totalmente opuesto al otro. ¿Entiendes eso?
Eddy lo entendía y le dolía.
O creía entenderlo y por esa razón le dolía.
—O sea, que mi presencia en tu casa… te importa muy poco.
—No, has entendido mal —llegaban junto al «Jaguar» de Eddy—. Me importa en cuanto a mi tranquilidad intelectual, no digo ni la moral ni la física, que la supero. Y tampoco lo digo por ti. Lo digo por tus hijas. Tienen un año, entiende eso.
—Lo cual quiere decir que no debo volver aquí.
—Lo cual, digo yo, daría un disgusto grande a mis padres, por lo que prefiero sentirme inquieta con dos niñas pequeñas, a que ellos sufran. ¿Entiendes ahora el contraste?
—Mi persona a ti… —y esto lo recalcó— no te dice nada.
—Pero, Eddy.
—Sí, perdona. Ya sé que tienes un novio.
Kerry se apoyó contra el auto y se quedó mirando a Eddy como si fuera algo raro.
—Pero, Eddy, ¿a ti qué te importa eso? Al menos a mi modo de ver, no debe importarte en absoluto.
Le importaba.
Y lo dijo.
—Me hiere.
Kerry estuvo a punto de huir.
¿Y si ella en su debilidad le decía lo que sentía?
Pero fue fuerte.
Quedó algo tensa, sí.
—Comprenderás que lo que tú sientas y hayas sentido me importa muy poco. Aquí no se trata de mí. Se trata de ti y tus hijas.
No fue inmediata la reacción de Eddy.
—Yo no estoy aquí por mis hijas ni por tus padres.
Kerry se creció.
Pero Eddy continuó con voz ronca:
—Estoy por ti. He cometido un error. Lo siento. Y caro lo he pagado.
No podía oírle.
—Tú estás loco.
Su expresión era un tópico absurdo y lo sabía.
Pero era la única forma de defenderse de algo concretamente disparatado.
—No estoy loco —dijo Eddy a media voz, pero firmemente—. Es la pura verdad.
—Eddy, ¿terminamos esta conversación?
—Me has querido.
—Tú lo dices —casi gritó, perdiendo un poco la serenidad, que Spencer le hubiera censurado—. Te he querido. ¿Cuándo fue eso, Eddy?
El padre de las gemelitas le miró con ansiedad.
—Te vas a casar.
No lo preguntaba.
Lo afirmaba rotundamente.
Kerry no mentía nunca.
Podía ocultar la verdad, pero mentir, no.
—No tengo novio.
Eddy respiró mejor.
—Te llamó esta noche.
—¿Y bien? ¡Puedes tú impedir que lo tenga, en el supuesto de que estuvieras en lo cierto?
—Es que si te vas a casar —dijo con sinceridad— yo no vengo a vivir aquí con mis hijas.
—Eddy, ¿qué debo entender?
—Lo que es.
—Pero es absurdo que intentes asociar un presente al futuro que se fue.
—Para mí fue presente en el momento mismo de dejar de ser futuro.
—Pero es que yo no soy tú.
—Mira, lo mejor es dejar esto para otro día.
—Eso digo yo.
Intentó acercarse a ella.
¿Qué iba a hacer?
¿Acaso besarla como entonces?
Era ridículo.
Pero no se retiró.
—Estoy aquí por ti —dijo y su voz sonaba ronca y firme—. ¿Lo entiendes bien? Mientras no te cases viviré bajo el mismo techo. No sé quién ganará de los dos. Pero sin duda uno de los dos tiene que ganar.
—Ganar, ¿qué?
—La batalla. No puedo concebir que me hayas olvidado.
Kerry sintió indignación.
Pero, en contraste, se calmó por completo.
—O sea, que pretendes volver al pasado sólo porque tu mujer, que era mi hermana, ha muerto.
—Hubiera vuelto igual.
—Es lo que más me hiere. No que me declares tu amor, sino que me hables así, sabiendo que tu mujer, la que tú elegiste entre las dos, era mi hermana.
—Era un ser humano, mujer. Sólo eso. Para mí sólo lo veo así.
—Porque eres un egoísta.
—Nunca lo he negado.
—Lo siento —cortó y tenía como ganas de llorar por la verdad que tanto dolía, si pensaba como hermana de Suzy y en aquel instante, tenía que pensar—. Pero esto termina aquí. Ven a casa de mis padres. De momento ni por ti, ni por nadie los disgusto. Me refiero a mis padres. Pero si tus hijas me molestan a mí y tú sigues así, tendré que darles el mayor disgusto de su vida buscando un apartamento para mi sola.
—Haz lo que gustes, pero yo tenía que decirte el error que he cometido. Y te lo he dicho. Lo cual quiere decir que me quedo más tranquilo.
Subió a su auto.
—Lo que más me duele es ese error del que me hablas, si es que he de asociarlo a mi hermana.
—De ése te hablo.
Y puso el auto en marcha sin que ella pudiera dar su opinión. Pero mejor, porque lo que ella deseaba, era no dar opinión alguna.
Capítulo IX
Spencer la miró desolado.
—Desahoga —dijo Spencer al tiempo de ofrecerle una silla.
Habitualmente vestía traje seglar.
En aquel momento regresaba de oficiar un funeral y vestía su sotana negra.
Kerry se dejó caer, más que se sentó y quedó lasa.
—Has tenido una conversación con Eddy.
No preguntaba.
Afirmaba.
—Sí.
—¿Qué quiere Eddy?
—No lo sé.
—Yo sí.
—¿Estuvo a verte?
Spencer sonrió.
—Lo veo en tus ojos.
—No lo soporto.
Fue como un grito.
Spencer la asió del codo.
La mantuvo sentada y luego su voz la tranquilizó.
—Frena tu ímpetu.
—Te digo…
—Y yo te digo a ti que todo eso es humano. Contrario a las leyes divinas, pero humano. ¿Qué puedo aconsejarte?
El mismo se hacía la interrogante.
Y él mismo se la contestaba.
—No es posible darle un consejo a una persona como tú. No es que yo te considere una superdotada. Es que en realidad tienes capacidad suficiente para conocerte a ti misma, a los demás y saber obrar en consecuencia de los demás y de ti. Eso es lo grave.
—¿Grave?
—Que sabes lo que quieres y que sabes, a la vez, lo que no debes querer. No eres mujer débil y si lo eres te doblegas. Sabes doblegarte. Si has venido a mí a pedirme un consejo, te lo voy a dar. Admite a Eddy en casa de nuestros padres. Vive tu vida marginando a los demás en todo lo que humanamente te sea posible. Y si de veras no deseas amar a Eddy, por favor, busca refugio en Marck.
Era lo que pensaba.
Lo que necesitaba.
Se puso en pie.
Spencer fue hacia ella y le tocó en el brazo.
—No estás tranquila —dijo sin preguntar.
—No.
—Eddy debe olvidarse de que eres mujer y de que te ha querido. Eddy no tiene derecho a perturbar tu vida. Que viva en casa de los padres, me parece lógico, pero me parece ilógico que pretenda destruir tu bien ganada tranquilidad.
—Eso es lo que yo pienso.
Spencer lo pensó en aquel mismo instante.
Iría a ver a Eddy.
Le diría…
No sabía lo que iba a decirle, pero nada de particular tendría, al menos para Eddy, que él se dejara caer por su apartamento.
No se lo dijo a Kerry, pero en la forma de mirarla y de tocarle en el hombro, tal parecía decirle: «Márchate tranquila que yo arreglo esto.»
—Gracias, Spencer.
Y la pura verdad es que no sabía por qué se las daba.
Spencer le dio un beso en la frente y la acompañó hasta el porche.
Ahí fue cuando vio a Marck.
Hasta se había olvidado que se citó con él aquella misma mañana por teléfono desde su colegio.
Necesitaba la compañía de Marck.
Spencer apretó la mano de Marck y le sonrió.
—Idos a divertiros —les aconsejó sonriente—. Procura que esta muchacha tan trabajadora se olvide un poco de sus deberes, Marck. Necesita distraerse. Yo creo que se preocupa demasiado de los demás.
—Es tu lema —dijo Marck, al tiempo de asir el brazo femenino.
Spencer hizo un gesto vago.
—Por mi profesión y por mi deber espiritual estoy obligado a ello. Pero vosotros dos sois distintos o debéis serlo, porque de no ser así, estaríais consagrados a la vida de los otros como tengo el deber de estar yo.
—Eres demasiado honesto —dijo Marck—. Y demasiado indulgente para los demás.
Spencer no dijo nada.
Sonrió tan sólo y cuando los vio subir al auto, en voz baja, pidió tranquilidad espiritual para su hermana, de la cual, le constaba, carecía en absoluto.
Iban silenciosos en el interior del auto.
Conducía Marck.
Kerry pensaba que junto a Marck, una podía cerrar los ojos, vaciar el cerebro, apoyar la cabeza en su hombro y dejarse ir tranquila, sosegadamente, por ese camino difícil y angosto que es la vida.
—¿Adónde te llevo? ¿Adónde vamos?
La voz de Marck era acariciante.
—No lo sé.
La miró un segundo sin abandonar la dirección del auto.
—Estás… triste.
Estaba deshecha.
Habla salido de casa muy de mañana en dirección a sus distintos colegios, donde trabajaba.
Posiblemente, al regresar a casa aquella noche, encontrara a su madre de regreso con Eddy y las dos gemelas.
¿Iban las gemelas a dominarla?
¿Iba Eddy a convencerla?
—Mamá fue a Nueva York con mi cuñado.
Marck casi no tenía idea de la existencia de aquel cuñado.
—¿Qué cuñado?
—El marido de la difunta Suzy.
—Ah. Me hablaste alguna vez de tu hermana muerta. No sabía ni que habla dejado dos niñas.
—De un año.
—Mal asunto.
—¿Mal?
—Para el padre —rió tranquilizador—. Un hombre joven, porque supongo que lo será, debe casarse de nuevo.
Le hirió aquella afirmación de Marck.
—¿Por qué casarse? ¿Y las niñas?
—Tendrán madre, ¿no?
—Casándose Eddy, tendrán una madrastra, que es distinto.
—Llámale como gustes. Pero solo y dependiendo de unos suegros y una cuñada como tú, que está tan ocupada…
Tenía razón.
Eddy debía casarse.
Pero le dolía. El solo pensamiento de que Eddy se casara le hería en lo más vivo.
Por eso sacudió la cabeza y dijo por toda respuesta:
—Llévame hasta la periferia de la ciudad. Tengo ganas de tomar aire puro.
Marck puso el auto en aquella dirección.
Una de sus manos se deslizó del volante y apretó los dedos femeninos.
—Están fríos —dijo.
Y los llevó a sus labios.
Los besó uno a uno y después, sin que Kerry dijera nada, ni hiciera nada por rescatarlos porque le era consolador aquel cariño de Marck, siguió con la mano femenina en la suya.
Fue después, al llegar a lo alto y aun sin descender del auto, cuando la apretó contra sí.
Kerry sintió que necesitaba el estímulo de Marck.
Aquella ternura suya.
Aquellos besos que estampaba en su boca.
Eran necesarios.
Quisiera corresponder, aferrarse a Marck, poder casarse con él y olvidarlo todo.
Por eso besó a su vez.
Marck dejó de besarla en la boca y le asió el mentón con los dedos.
—Estás rara, Kerry. Tal se diría que… intentas por todos los medios huir de algo.
Era cierto.
Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
—Marck —dijo de súbito—. ¿Qué es el amor?
—Cariño.
—¿Sólo eso?
—Deseo.
—Dime algo más.
—Ansiedad, firmeza, fuerza, amargura, felicidad…
Tenía razón.
Todo, todo lo que ella sentía, pero no por Marck…
—Demos un paseo —dijo Kerry, queriendo evadir todo aquello.
Durante el resto de la tarde, Marck intentó entrar en ella. Conocerla mejor. Desvanecer su apatía, pero no le fue posible.
Capítulo X
Nada más aparcar el auto, vio el de Eddy detenido a pocos metros de la cochera y sintió barullo en su casa.
¡Su casa siempre silenciosa!
¡Las hijas de Suzy!
Suzy era incapaz de hacer una mala acción.
Mamá decía, seguramente a su yerno:
—Son casi iguales. No sé cuál es Suzy ni cuál es Sheila.
Fue cuando entró ella.
Todos la miraron a la vez, hasta las dos niñas que gateaban por la moqueta rosada.
—Buenas noches —saludó con voz hueca.
—Mira, mira —decía papá—. ¿No son una monería?
Lo eran.
Habla que reconocerlo.
—Son mis hijas, Kerry —dijo Eddy.
Y su voz no era tan firme.
Papá dijo:
—Niñas, Suzy, Sheila, ésta es la tía Kerry.
—Mamá —dijo una de las niñas—, mamá…
Y gateó hacia ella.
La otra, Sheila, debía de imitar a su hermanita en todo, porque también gateó diciendo a media voz:
—Mamá, mamá…
Eddy enrojeció bajo la mirada interrogante, dura, de Kerry.
—Es que como mi hermana tiene siete hijos y le llaman todos mamá como es natural… ellas se habituaron.
—No me gusta que me llamen así —dijo con dureza y le pesó en seguida—. Yo no tengo hijos…
Las niñas no le entendían.
Seguían subiendo por sus piernas.
Mamá parecía desolada.
Papá decía:
—Mujer, que son dos monerías.
Lo veía.
Las separó como pudo y mostró sus libros.
—Tengo mucho que hacer.
Eddy recogió a sus hijas, las sentó a las dos a la vez en sendos sillones y después se le quedó mirando sin decir palabra.
Pero si oyó a su suegra decirle a Kerry, cuando ya ésta iba por el pasillo:
—Sé considerada, Kerry. Ya sabemos todo lo ocupada que estás, pero… son tus sobrinas. Las hijas de Suzy y yo las voy a adorar.
Pero también eran hijas de Eddy.
Y debieron de ser hijas suyas. ¡Suyas! No de Suzy.
—Lo siento, mamá. Después las veré de nuevo.
Se refugió en su estudio.
Intentó trabajar.
Oyó ruidos por la casa.
Cómo mamá llamaba a Suzy y a Sheila. Y cómo después las llevaba a la cama.
—Decirle buenas noches a tía Kerry —decía mamá al pasar por delante de su estudio.
Que no entrasen.
Por eso se levantó y fue ella hacia la puerta, antes de que las niñas entrasen.
Mamá las llevaba en brazos y las dos niñas, inocentes criaturas, miraban a la tía con ansiedad.
—Mamá —dijeron a una.
Lo que faltaba.
—No es mamá —dijo la abuela—. Es tía Kerry.
—Mamá —repitieron ellas.
Kerry lo dudó, pero después, inesperadamente les dio un beso a cada una y dijo:
—Que durmáis bien.
—Como Eddy duerme en el cuarto de Suzy —le explicaba mamá ilusionada—, yo me llevo a las niñas al mío.
—¿Al tuyo?
—Pues claro.
—¿Y papá qué dice?
—Mujer, papá está como loco.
—Pero dos niñas en su cuarto…
—El mismo ha salido esta tarde a comprar dos camitas pequeñas y las ha colocado en una esquina de nuestro cuarto. Estarán allí divinamente.
—Allá tú, mamá y tu comodidad.
Mamá se escandalizó.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Te imaginas que en vez de ser hijas de Suzy fueran tuyas? Yo no podría abandonarlas.
—Tienen un padre, ¿no? Que se ocupe de ellas.
—Eddy es un inútil en cuanto a cuidar niños. No sé cómo no lo comprendes así.
Lo comprendía.
Y más.
Pero aquella intromisión le parecía casi monstruosa.
Tan pronto saliera al día siguiente, buscaría un apartamento para ella. Iba a costar convencer a sus padres, pero lo haría.
Y aquella misma noche le diría a Eddy… Le diría.
Se metió en su estudio y se fue directamente a la turca donde se dejó caer como si la desmayaran.
Todo abandonado.
Ansias de cátedra, cuadernos de sus alumnas, Marck.
Todo, menos aquella obsesión de ver a Eddy y decirle que se fuese de casa con sus dos gemelas.
Pero no fue preciso salir. Tan pronto abrió los ojos, al segundo de haberlos cerrado, vio a Eddy en el umbral.
—No quiero intromisiones en mi vida. Si es que vas a vivir aquí, ignórame.
Se levantó de un salto.
—Ya sé lo mucho que te molestan —dijo sin referirse a nada concreto.
Pero los dos sabían lo que quería decir.
—Te advierto que éste es mi refugio y el hecho de que vivas en mi casa no te da derecho alguno a que entres aquí como si fuera una sala.
—Perdona.
Era lo peor.
Su humildad.
Su falta total de ira.
—Tenía que hablarte, Kerry.
—No tenemos nada que decirnos.
Eddy cerró y avanzó despacio.
—Siento que mis hijas te molesten tanto. Tan pronto encuentre servicio me iré.
—No será preciso. Mamá está encantada. Allá ella. Yo seré la que me iré.
—Eso nunca me lo perdonarán tus padres.
—Todo depende en la forma en que se haga.
Podía suponerse que seguiría hablando de ello.
Pero, no.
La voz de Eddy era ronca.
Su pregunta desconcertó tanto a Kerry que, de momento, no supo qué responder.
—¿Has salido con él?
Así.
Desconcertándola.
—¿Con… él?
—Con ese Marck…
—Pero… ¿cómo te atreves?
—Es verdad. No debiera. Sé que no debiera. Sé que no tengo ningún derecho. Sé que para ti fui un pasatiempo…
¿Cómo se atrevía?
El pasatiempo fue ella para él.
Respiró profundamente.
—Eddy, te ruego que no te inmiscuyas en mi vida. Al menos, si es que sigues haciéndolo, tendré que tomar una medida drástica y no quisiera.
—¿Como cuál?
—Casarme y dejar todo esto. Pero no me interesa casarme aún. Soy una mujer independiente y todo lo que sea atadura me molesta. Ya lo sabes. No quiero intromisiones en mi vida. Si es que vas a vivir aquí, ignórame.
—Me pides eso —sin preguntar.
—Te pido lo lógico, lo razonable.
Eddy avanzó unos pasos.
¿Qué iba a hacer?
¿Besarla como aquellos días?
No podría.
No iba a resistirlo ella.
Por eso retrocedió a su vez y se pegó a la pared.
—Eddy… es odioso que estés aquí… ¡Odioso!
Eddy seguía avanzando.
Tenía la expresión de entonces.
¡Muy distinto!
—Eddy… te digo…
Pero Eddy hacía algo.
Algo para ella insólito.
Capítulo XI
Sin dejar de mirar a Kerry a los ojos, sus dedos asieron la mano femenina que caía a lo largo del cuerpo.
La apretó fuerte.
Como si fuese a destruirla.
Pero, no.
Era una caricia.
Kerry sintió, como años antes, que su cuerpo iba a descomponerse.
Que todo le daba vueltas, que no era dueña de sí.
Eddy estaba ajeno.
Ignoraba si era amado.
Es más tenia la plena certidumbre de que no lo era, pero tampoco él podía dominarse.
Habla amado a aquella chica, y nada más casarse, supo lo mucho que la habla amado. Mucho más de lo que él creyó nunca amarla.
La apretó contra sí.
El cuerpo de Kerry era una cosa.
Una poca cosa en sus brazos.
—Eddy… suelta. Jamás te perdonaré… ¡Jamás!
No terminó.
Eddy le buscaba la boca.
¡Aquellos besos!
¡Los primeros besos!
Los primeros que recibió y dio a un hombre.
Contra toda ansiedad, cerró los labios. Eddy hurgó en ellos. Mucho tiempo, hasta que abrió los labios femeninos.
Después, al rato, la soltó y se le quedó mirando interrogante.
—Eres…
—Perdóname.
Y giró sobre sí.
Pero Kerry tenía ganas de decir cosas.
Si algo en la vida la humillaba, era parecer débil y sensiblera.
—¿Qué te has creído?
Eddy no se había creído nada.
—Perdóname, te digo. Tenía que hacerlo. Tenía que saber de la forma que aún… te necesitaba.
—¿Y qué pruebas conmigo?
—Tú tienes bastante con tus libros y tus clases y tu cátedra.
¿Era tonto?
¿No se dio cuenta de que ella aceptaba aquel beso prolongado?
¿O es que estaba haciendo Eddy su papel de víctima?
Se metió por delante de él, cuando Eddy llegaba a la puerta.
Le señaló con el dedo enhiesto.
Le temblaba aquel dedo.
—Oye, Eddy, si vuelves a entrar aquí…
Quedó callada.
Eddy la miraba largamente.
—He sido un tonto —dijo.
Pero no añadió por qué lo era.
—Hay cosas que se viven y se añoran toda la vida y si un día vuelves a vivirlas te producen más que placer, pena.
—Yo no te hice daño alguno para que te casaras con otra mujer.
Eddy se quedó como envarado.
—Te pido perdón por todo. Ya sé que para ti no soy nada. Es lo que deseaba saber. Lo que me duele en verdad. No puedo hablarte de lo infeliz que fui.
—¡No! —gritó como si enloqueciera.
Contra lo que podía suponerse, ya que se hallaba cerca de la puerta, giró sobre si y se adentró en el estudio.
Dio algunas vueltas, y de repente, como desmadejado, como hundido o perdido en sí mismo, cayó sentado en el borde de la turca.
Kerry no supo pedirle a gritos que se fuera, o rogarle humildemente que le dijera por qué se había casado con su hermana.
Desde la puerta cerrada, pegada la espalda a ella, sintiendo en los labios aquella locura pasional que él le hizo experimentar, parecía una estatua.
Veía a Eddy sentado en el borde de la cama.
Con la cabeza baja.
Silencioso.
Como si su mente, aun callada, pensara a borbotones en montones de cosas sucedidas…
—Eso ocurre a veces —empezó diciendo.
Pero guardó silencio.
Y no dijo qué cosas sucedían.
Tampoco Kerry se las preguntó.
Después, al rato, Eddy siguió diciendo:
—No tenía noticias tuyas… Ni una letra.
—Después sí, después, cuando ya nada tenía remedio, recibí una carta donde me explicabas la incursión que hicisteis por la selva, quedando incomunicados.
Otro silencio.
—Fue horrible cuando lo supe. Ya conocía mis sentimientos tan débiles por Suzy. Ella nunca supo lo poco que la quise. Fue…, fue como un deslumbramiento. Como si el sol te ilumina y te deja de inmediato.
Tenía que pedirle que se callara.
Debía pedírselo, pero su boca seguía cerrada.
Debiera huir de ello.
Dejar de oírlo, pero no le era posible.
—Yo sabía donde vivías. Jamás me habías presentado a tus padres. Hasta he comprobado después que ni siquiera sabían que tenías novio. Tu madre algo, le hablaste alguna vez de un novio fantasma, pero luego no volviste a nombrarlo. Yo venía aquí, y aquí, en ese jardín, conocí a Suzy.
No soportaba que le hablara de su hermana.
Y no por celos a ella.
Sino porque Suzy estaba muerta y le dolía en lo más vivo que no hubiese sido entrañablemente amada. Hubiera preferido que Eddy, hablándole del amor que sintió por Suzy, volviera a conquistarla a ella.
Pero así, no.
No lo soportaba.
Por eso se levantó de un salto.
Pero también Eddy lo hizo y fue hacia ella como una catapulta y así se enfrentó:
—Tienes que oírme. Después despréciame si quieres. Ya sé que lo merezco.
Tenía que aferrarse a Marck.
Le diría…
Si, si, al día siguiente le diría… que se casara con ella, que la librara de aquel suplicio.
El suplicio de ver a Eddy, de tenerlo metido en su casa, de amar a sus hijas, porque de seguir las cosas así, seguro que llegaría a amarlas como si fueran suyas.
—Si sabes que lo mereces, déjame. Vete. Mis padres van a sentirnos y nada me dolería mis que ellos supieran que un día… nos quisimos.
—Vine a buscar tus noticias —dijo Eddy desesperado—. Me enamoré de ella, de Suzy. Si, si. Era más humana que tú. Más sencilla. La comprendí. La comprendí todo lo que no comprendía en ti. Eso pensé. Me casé con ella.
Claro.
—Tuve miedo de que volvieras —casi gritó Eddy—. ¿Entiendes? Tuve miedo. Me daba miedo verte otra vez. Me dominabas. No lo decías, pero yo sabía que me dominabas. Igual que me dominas ahora.
—Por el amor de Dios…
—¿No podemos decir todo lo que sentimos? ¿Por qué lo sentimos?
—¿No lo dices tú mismo? Hablas en pasado. Deja el pasado. Ha muerto, Eddy. ¿No entiendes aún?
Lo entendía.
Y era lo que lo desesperaba.
Por eso alargó la mano.
Iba a tocarla.
Iba a apoderarse de ella de nuevo.
Pero Kerry dio un paso atrás y giró sobre sí.
Quedó de espaldas.
—Me da pena pensar —dijo con amargura— que un pasado sin importancia esté causando en los dos un trauma sin sentido.
—Para ti… sólo es eso.
Se volvió.
Sus ojos vivísimos refulgían.
—Te exijo que para ti sea igual.
Eddy bajó la cabeza.
—Lo siento. No puedo.
Kerry fue hacia la puerta.
Era su única defensiva.
Tampoco ella podía.
—Vete, Eddy —dijo sin ira.
Era lo peor.
Tanto para ella como para él.
Aquel apaciguamiento de pronto producía un sinfín de debilidades.
—Kerry…, no podemos olvidarlo todo…, ¿verdad?
—No hay nada que olvidar.
—¿Has dejado de quererme totalmente?
Así no.
Con aquella súplica, no.
No lo soportaba.
Por eso apartó los ojos de él.
—Sí —dijo sin mirarlo y su arma más firme era no verlo—. He dejado de quererte. Tan pronto como supe que te casabas con ella, si. Eras de mi hermana.
—Pero mientras existió nuestro amor, fue sincero, ¿verdad?
¿Qué decirle?
¿Que lo seguía siendo?
—Ni lo sé —dijo y su voz era como un vago desfallecimiento—. No lo sé. No sé si te he querido. Tal vez no. —Y su fuerza volvió a recobrarse para añadir—: Nunca me lo he preguntado. Tal vez no te he querido nunca. Tal vez para mí fue un pasatiempo.
—Pero sigues soltera —dijo Eddy de modo raro.
Entonces le miró.
—Pero me casaré pronto —dijo—. Eso tenlo presente.
Después abrió la puerta y pidió a Eddy que se fuese.
Se fue.
Dejando su dolor.
Dejando su recuerdo.
Como si toda la estancia estuviera llena de él.
Procuró salir muy temprano.
En realidad tenía trabajo. Debía pasar por la biblioteca pública a buscar unos datos.
Se metió en un café.
Necesitaba pensar.
Citar a Marck.
Si, si, lo citarla aquel mismo día.
Le llamaría a su oficina tan pronto llegara al colegio. La primera clase la tenía a las diez. ¿Qué hacer hasta entonces?
Claro, no se había dado cuenta.
Iría a la primera misa de Spencer.
Después le hablaría.
Le diría lo que pensaba hacer.
«Me caso con Marck.»
Eso es.
Y todo acabarla ahí.
Ella era una mujer honesta.
Y si se casaba con Marck, le sería fiel hasta la muerte, le amara o no.
¿Qué era el amor en realidad?
¿Aquella exaltación que sentía ella por Eddy y Eddy… por ella?
Tomó el café y salió como huyendo.
Ni recordó los apuntes que debía tomar en la biblioteca nacional.
Necesitaba ver a Spencer oficiar su primera misa.
Spencer le producía una tranquilidad absoluta.
Entró cuando el evangelio. No fue a comulgar.
No se sentía con fuerzas.
No estaba pura para recibir al Señor.
Sentía el pecado.
Por eso oyó la misa como si fuese algo que no iba con ella y cuando vio que su hermano se retiraba a la sacristía, se fue tras él.
—Pasa, pasa —dijo Spencer sin mirarla, entretanto se desvestía.
Se quedó enfundado en su sotana negra.
Serio y grave.
—¿Qué pasa ahora?
Tenía que decírselo.
Y lo hizo.
—Me voy a casar con Marck.
Pensó que Spencer iba a saltar de gozo.
Pero, no.
El sacerdote giró sobre si.
Despacio, como si no tuviera ninguna prisa. Y, por supuesto, sin sorpresa alguna.
—Kerry, ¿pretendes huir de ti misma? —dijo despacio.
Kerry se crispó.
Era inútil escapar a la intuición de Spencer.
—Te digo…
El sacerdote levantó la mano.
La movió en el aire como expresando: «A mí no me engañas.»
En voz alta dijo:
—A eso yo le llamo deslealtad.
—¿Cómo?
—Deslealtad y deshonestidad hacia ti misma.
—Spencer… tengo que…
—¿Huir de lo que sinceramente deseas?
—No puedo.
—¿Huir o decirle a Eddy que le amas?
—Las dos cosas.
—Y buscas a Marck como víctima.
—Te aseguro…
—No —le cortó.
Y su voz era grave.
—No debes mentirte a ti misma. La persona que empieza a mentirse a sí misma, sin darse cuenta, termina mintiendo a todos los demás. Y eso es vivir en la falsedad. ¿Es eso lo que deseas?
—¿Y qué deseas tú para mí?
—Firmeza.
—¿No soy firme?
—Eres débil y no quieres serlo.
Se levantó.
Apretó una mano contra otra.
—Spencer…, no soy capaz de casarme con Eddy.
—Por amarlo demasiado.
—Por el daño que me hizo.
—Eso es rencor.
—Spencer, ¿es que tú me aconsejas que me case?
—No. Pero yo no soy nadie para aconsejar eso. Lo que en modo alguno te puedo aconsejar, es que te cases con un hombre que no amas. Que le hagas víctima, sin merecerlo, de tu debilidad.
—Oh, Spencer…
El sacerdote dejó de ser duro.
Fue hacia ella. Le puso una mano en el hombro.
—¿Te sientes ahora mejor?
—Sí.
Nada nuevo le había dicho Spencer, pero si, se sentía mejor.
—No me casaré con Marck.
Capítulo XII
Eso es. Pero tampoco aceptarás el amor de… Eddy, supongo. Saltó.
Aquello era como pincharla.
—No, no… Mil veces no.
Se fue.
Spencer supo que sí, mil veces sí. «Pero hay que dar tiempo al tiempo», pensó.
Y se quedó tranquilo consigo mismo y con su conciencia.
—Hombre, Eddy, tú por aquí…
Era la primera vez que lo veía después de mucho tiempo.
Pero lo esperaba siempre.
No sabía lo que Eddy iba a decirle, pero que Eddy terminarla yendo a su rectoral, era seguro, y allí lo tenía.
Estrechó su mano y después le ofreció asiento.
—Aún no conozco a tus hijas, pero hay tanto que hacer en esta parroquia y hace poco que me destinaron aquí.
—Lo comprendo, Spencer.
—Sé que son preciosas. Mamá quedó en traérmelas aquí.
—¿Qué tal por aquí, Spencer?
—Ya ves. Ocupándome de mis cosas y de las muchas cosas de los demás. No es nada fácil, ¿sabes?
—Me lo imagino. Es difícil la vida para los otros…
—¿Qué otros?
—Todos nosotros, cuánto más para ti que vives para esos otros.
—No tanto. Todos los humanos somos egoístas.
—Y dices tú eso…
—Es un decir, pero es verdad. A veces resulta un tópico, pero como siempre casi todos los tópicos son verdades como templos. —Le palmeó afectuoso en el hombro—. ¿Y tú qué?
—Vegeto. Trabajo…, vivo o creo vivir.
—Hablas como un desilusionado.
—No soy feliz. ¿No es suficiente para parecer lo que tú dices?
—De sobra. Pero hay que conformarse.
—No es tan fácil.
—Lo sé.
No tocaba el tema de Kerry.
El no sabría qué decirle en el supuesto de que Eddy lo tocase.
El podía hablar de sí mismo, pero no de las cosas de los demás.
—Spencer, me he quedado muy solo —decía Eddy.
—Todo el mundo está solo —sonrió el sacerdote beatíficamente—. La gente cree estar acompañada, pero físicamente casi siempre está sola, a menos que esté espiritualmente llena de cosas buenas.
—Yo tengo pocas buenas, Spencer.
—Eres un buen padre.
—¿Basta?
—Debe bastar.
—Pero es que a mí no me basta. No tengo vocación sacerdotal.
—Eso es cierto.
—Tengo vocación de hombre para formar un hogar.
—Sí.
Por lo visto Eddy iba a enfocar el asunto Kerry.
Tenía que desviar aquel asunto de la mente de Eddy.
Por eso dijo:
—Eddy, ¿quieres que te enseñe mis dominios?
Y a la vez pensó que iba contra sus deberes.
Que él tenía el deber absoluto de escuchar a los otros.
A todos los demás orientarlos si podía.
Pero aquél, si bien era su deber espiritual, no lo era con respecto a Kerry.
Los sentimientos de Kerry y de Eddy, fueran o no fueran acordes, les pertenecían por completo, y los dos debían de solucionarlos solos, sin ayuda de nadie.
—Gracias, Spencer —y de repente—: No quieres que hable.
Spencer lo miró con gravedad.
—No.
—Lo sabes.
Spencer respiró fuerte.
—Te enseñaré mi iglesia. Es una preciosidad.
—Spencer…
El hermano de Kerry llevó a su cuñado consigo.
Eddy se fue después.
Se fue sin decirle lo que pretendía y deseaba decirle.
Spencer respiró mejor.
Pero se dijo a sí mismo:
«Es por tu parte como evadir el problema, Spencer. Y todo lo cómodo en tu caso es condenable.»
Pero sólo supo rezar para pedir perdón y buscar en su mente una luz que le indujera a solucionar aquel problema, que por ser ajeno, era, a la vez, tan suyo.
Cuando Eddy llegó a casa, su suegra se lo dijo:
—He llamado al médico. Suzy tiene calentura.
Se sintió padre. Corrió hacia la alcoba de su hija.
Capítulo XIII
Y su hija no estaba allí.
Iba tan ciego que no oía a su suegra que iba tras él.
—La niña la llevó Kerry a su alcoba. Dijo que no podía estar con la otra. Y tiene razón. Sheila no tiene temperatura. El médico ha dicho…
No la oía.
Tras entrar en la alcoba de su suegra, se quedó mirando a aquélla interrogante.
—¿No te he dicho que la tiene Kerry en su cuarto?
—¿Kerry?
—Fue ella la que llamó al médico. Llegó esta tarde y la niña fue corriendo hacia ella. La tomó en brazos y notó su temperatura… Por eso se fue.
Kerry.
Kerry haciendo de madre para sus hijas…
—Gracias —dijo tan sólo.
Y no sabía por qué las daba.
Ya no fue corriendo hacia el cuarto de Kerry.
Fue despacio, como si le pesaran los pies, como si de súbito toda su intranquilidad se desvaneciera.
Recostó su figura en el cuarto de Kerry cuando ésta arropaba a la niña.
—Kerry —llamó.
La muchacha se volvió hacia él.
Su rostro hermético no decía nada.
Pero él ya estaba habituado a aquella cerrada expresión femenina.
—Gracias por ocuparte de la niña.
Y avanzó.
Se inclinó sobre Suzy.
—Mamá me cuida —dijo la vocecilla estropajosa de Suzy.
¡Mamá!
No era capaz ni lo seria nunca, de llamar a Kerry «tía Kerry».
—Estate quietecita ahí —le recomendó el padre—. No te muevas.
Después se incorporó y miró a Kerry.
Doblegó su ansiedad.
Jamás le diría nada respecto a su amor.
Ya no más. Ella lo sabía.
No tenia culpa alguna de haber dejado de amarlo.
Era lo lógico.
¿Cómo podía él pedir cosas ilógicas a la vida y a los sentimientos?
—Te agradezco tu interés, Kerry…
—No podía abandonarla…
—Lo entiendo. Eres así.
Pero no dijo cómo era. En cambio preguntó:
—¿Que ha dicho el doctor?
—Cama. Tiene temperatura y anginas fuertes. Dos días en cama y después se quedará nueva.
—Y todo cargando sobre ti.
—Es hija de Suzy. Sólo eso.
Como si ello lo significara todo.
—Pero la has traído a tu cuarto y tú tienes que dormir.
—Tengo aquí una tumbona…
—La vas a… cuidar tú…
¿Qué remedio le quedaba? ¿Acaso creía Eddy que ella era una desalmada?
Además Suzy la llamaba mamá.
Eso…, eso le molestaba.
Si, si. Pero… pero…
Sacudió la cabeza como si a la vez pretendiera sacudir y ahuyentar sus pensamientos.
—De momento, si. Esta noche al menos. Después, mañana, mamá se ocupará de ella.
La niña dormitaba.
Le habla dado una gragea para la fiebre y según parecía iba cediendo.
—Será mejor dejarla dormir.
—Kerry…
Kerry iba hacia la puerta.
Pero Eddy iba tras ella.
Los dos pasillo abajo, Eddy decía a media voz:
—No quiero darte la lata, ni que mis hijas sean una carga para ti. Tan pronto como Suzy esté bien, me la llevaré a mi apartamento. Buscaré gente competente que la cuide.
No pudo contestar.
En aquel momento, la madre decía desde la planta baja:
—Te llama Marck al teléfono, Kerry. Te he pasado la comunicación.
—Perdona, Eddy.
Se iba.
Eddy quedó allí como desarmado.
No lo soportaba.
Por mucho que se lo propusiera, no lo soportaba.
Por eso se mordió los labios.
Porque no podía hacer nada y porque la vela irse camino del estudio y él quedó allí como clavado en el suelo. Hasta en ese instante se olvidaba de la enfermedad de su hija.
Cerró la puerta al entrar.
Respiró profundamente.
No quería encariñarse con las niñas, pero, quisiera o no, ya estaba encariñada.
Por eso se olvidó de Marck.
Pensaba dejar el portafolios en casa e irse con Marck, pero al ver a Suzy así, se quedó.
—Dime, Marck.
—Te estoy esperando.
No podía ir.
Dejar a Suzy enferma, no.
Su madre entendía de muchas cosas, pero de la enfermedad de una niña de un año, no. Ya no.
Poco entendía ella, pero al menos sabía evitar que la enfermedad incipiente se convirtiera en un problema auténtico.
—Lo siento, Marck.
—¿Qué te pasa, Kerry?
¿Qué le pasaba?
¡Tantas cosas!
O tal vez… ¿Ninguna?
—Está Suzy enferma.
—¿Suzy?
—Mi sobrina.
—Pero, Kerry, ¿es que te vas a convertir en una niñera?
—Comprende.
—Claro que comprendo.
—Por favor, Marck.
—Oye, Kerry, esto se acaba. O adelante, o se para, ¿no? Yo no puedo jugar al escondite.
Se hacía cargo.
Pero tampoco ella podía abandonar a Suzy.
Ni mamá, ni papá, ni Eddy, sabían nada de niños.
Ella no era madre, pero… era mujer y joven y, por lo visto, aun sin desearlo, tenía espíritu maternal.
—Kerry, ¿no me oyes?
—Si, Marck.
—Y por lo visto no vienes.
—No puedo.
—Además eres escueta.
—Tengo que cuidar a la niña.
Marck estaba irritado.
—Pues cásate con el padre y acabas antes —le gritó.
Después sintió un chasquido.
Quedó tensa.
Envarada.
Tenía razón Marck.
La tenía en cuanto a considerarla una niñera.
No era una niñera.
Era un ser humano sensible para otro ser humano también sensible.
Pero…
¿Casarse con el padre de la niña?
¿Estaba tonto Marck?
Sintió que alguien andaba en la puerta.
Se volvió furiosa.
No sabía por qué lo estaba.
Si por la enfermedad de Suzy, por tener que dejar a Marck solo o por lo que le dijo Marck.
Que nadie le preguntara las causas, pero era bien cierto que estaba al cabo de sus fuerzas.
Era Eddy el que la miraba desde el umbral.
Un Eddy desgarrado.
Un Eddy humilde.
—Lo siento, Kerry.
Kerry se creció.
No soportaba que Eddy entrara en sus inquietudes.
—¿Qué es lo que sientes?
—Que tengas que ocuparte de Suzy.
—Nadie me obliga, ¿no? —dijo desabrida—. Pero es mi deber. No soy una desnaturalizada.
—Ya sé cómo eres.
¡Qué iba a saber!
Ni lo supo antes, ni lo supo después, ni lo sabría nunca.
Pero no pensaba discutírselo.
Sin responder recogió los libros y pasó delante de él precisamente.
Pero Eddy la asió por el codo.
—Kerry.
La joven le miró.
Era más baja.
Poco más.
Lo bastante para levantar apenas los ojos.
—¿Sueltas o me suelto yo?
—Perdona. Te daré poco la lata. Ni mis hijas ni yo.
—Mejor. No sabes cuánto te lo voy a agradecer.
—No eres así.
—¿Y a ti qué te importa cómo soy yo?
—Tal parece —dijo Eddy con pesar— que nunca me has perdonado que me haya casado con tu hermana.
Era eso.
Sí, ¿qué pasaba?
¿Podía alguien evitarlo?
Pero no le daba la gana de que él lo considerara así.
Se despidió y dijo con voz helada:
—Eres un vanidoso absurdo.
Capítulo XIV
Fue media hora después, cuando estaba sentada a la cabecera de Suzy, estudiando, que apareció Eddy.
Ya no tenía aspecto soberbio.
Más bien humilde.
Era peor.
Prefería verlo vanidoso, soberbio, creído, que… así.
—Kerry.
—Silencio. Suzy duerme.
—¿Puedes salir un momento?
—Sí. Un momento, Eddy.
Tenía que hacerlo.
De lo contrario Eddy creería… la verdad. Que le temía. Que temía su humildad, su humanidad, su… atracción.
Pasó por delante de él y Eddy cerró la puerta.
Quedaron los dos en el pasillo, de pie, erguidos, sin desafiarse.
—¿Qué pasa, Eddy?
—Perdona lo que te dije antes.
—¿Me has sacado de ahí para… para decirme eso?
—No. Acabo de recibir una llamada telefónica de mi sociedad térmica. Tengo que salir de viaje…
—Sal.
—¿Y mis hijas?
—¿Acaso no quedamos nosotros con ellas?
—Pero, tardaré un mes en volver.
—Como si tardas seis.
Y pensó: «Mejor. De ese modo tendré tiempo de reflexionar. Tal vez me comprometa con Marck. Tal vez sea fácil.»
Pero ni ella misma estaba segura de lo que pensaba.
En cambio oía lo que decía Eddy.
—Voy a Francia. Un asunto urgente que sólo puedo resolver yo. Te llamaré todos los días por teléfono.
Y pensó:
«Lo haré a la hora que te llama Marck, de ese modo al menos intentaré interceptar la conversación con él.»
En alta voz, y sin que Kerry dijera nada, añadió:
—No sabes cuánto siento darte la lata y que te la den mis hijas.
—A mí no me dan nada.
—Pero eres tú, en casos así, quien se ocupa de todo.
—Es mi deber.
—Siento que ese deber tuyo, te impida salir con… él, precisamente.
¿Él?
¿Se refería a Marck?
—Saldré mañana.
Intentó girar.
Pero Eddy la asió por el codo en aquel su hacer suave y enérgico.
—Kerry… antes de irme quiero repetirte…
—¡No lo digas!
Le salió con garra.
Eddy apretó más su brazo.
Tenía que besarla.
No iba a irse sin hacerlo.
No iba a poder.
Nunca supo cómo hizo para tirar de aquel codo y para pegarla a él.
Sintió los ojos azules en los suyos.
No supo qué decían aquellos ojos.
—Kerry.
—Su… suelta.
—Es que…
—Te lo… pido.
Pero podía apartarse y no lo hacía. ¿Qué le ocurría a ella? ¿Es que deseaba imperiosamente que Eddy la besara?
No lo soportaba. No soportaba su propio anhelo. Jamás podría perdonarle que tuviera tan poco en consideración sus sentimientos casándose con otra.
¿Que aquella otra era su hermana? Era una mujer.
Y Eddy no supo… entenderla a ella. No comprendió que era de las mujeres que amaban de una sola vez y para siempre.
—Kerry…
—Deja.
Pero Eddy la tapó con su cuerpo y le tomó la boca con la suya.
Ella sólo podía besar… ¡así! a Eddy.
No la besó con fuerza. Prolongadamente, si. Con suavidad. Con ansiedad.
Con voluntad, como si fuera un goce infinito.
Ella no supo cuándo abrió los labios. Cuándo… ¿besó a su vez? Eddy la soltó.
Y se la quedó mirando. Fue tonto.
Tanto como cuando la dejó por Suzy. Como cuando no la comprendió.
—¿Besas así… a Marck?
Y giró sin esperar respuesta.
Kerry respondió profundamente y entró en el cuarto de la niña.
Nunca besó así a Marck. Por eso se quejaba Marck. Ella sólo podía besar así a Eddy. Pero apretó los labios por haber sido débil y empezó a estudiar con fiereza.
A los tres días la niña ya estaba bien. Pero le tomó cariño. También a Sheila. Había que ser una desnaturalizada para no tomarles cariño a aquellas dos niñas indefensas.
Cuando él llamaba jamás se ponía. Mamá decía: «Dice Eddy que te pongas.»
Y ella, invariablemente respondía:
—Dile tú cómo están las niñas.
Y hacia como si nada le interesara. Todo parecía seguir igual, excepto que las tumbonas de las niñas estaban en su cuarto…
Quince días estuvo negándose a ponerse al teléfono.
El pretexto era siempre distinto.
Mamá decía:
—Es Eddy.
Y ella respondía:
—Dile que las niñas están bien.
—¿No te pones tú?
—No puedo. Mira todo lo que tengo que hacer.
Así fue evadiéndose.
Pero aquella tarde, Spencer apareció por casa inesperadamente.
—Me llamó Eddy —dijo después de besarles a todos.
Kerry parecía que no oía.
Pero oía.
Había sentido el beso de Spencer.
Spencer, que miraba a las niñas, y las dos gemelitas jugaban con su traje seglar.
—Son una monada. Se parecen más a Eddy que a Suzy. ¿Qué tal Eddy? Me ha llamado por teléfono y dice que tú, Kerry, nunca te pones al teléfono.
—¿Te busca a ti de intermediario?
Le retaba.
Era la primera vez que se ponía así con su hermano, pero Spencer lejos de enojarse se rió y añadió después mansamente:
—Hace siglos que no veo tu estudio. ¿Me lo enseñas?
Era una forma poco disimulada de indicarle que deseaba hablarle a solas, pero ni papá ni mamá se percataron.
—Bueno.
Entraron a la vez.
Spencer no miró en torno.
Sólo la miraba a ella.
—¿Qué deseas, que Eddy se dé cuenta de lo que te pasa?
—¿Por qué?
—No te pones al teléfono. Él sabe por mamá que las niñas duermen en tu cuarto… Piensa quitártelas.
Se estremeció.
Ya no podía quitárselas.
Las amaba como algo suyo.
Bien suyo.
Como si salieran de sus entrañas y las dos, con su lengüecita estropajosa le llamaban «mamá».
Era algo…, algo… gracioso.
—Debes de ponerte al teléfono. Eddy dice que cuando vuelva y vendrá pronto, se llevará a las niñas. Dice que no puede soportar que sean una carga para ti.
—Ya.
—¿No tienes nada que decir, Kerry?
Montones de cosas.
Mil montones.
Estaba al cabo de sus fuerzas.
Y para defenderse sólo supo decir:
—No puede llevarlas. No las entendería.
—Es su padre.
No pudo contenerse.
—¿Y yo qué soy?
—Kerry, querida.
—Perdona. Yo soy… su tía. No soporta que me las lleve.
—Eddy me dijo que te amaba. Me lo contó todo.
Kerry no soportó la mirada serena de Spencer.
Giró sobre si. Pero Spencer fue tras ella.
—¿Qué dices tú, Kerry?
—No. No… No…
—¿Contra quién te vengas?
—Se casó con la otra.
—Era tu hermana.
—Era una mujer.
—Kerry, por el amor de Dios, ¿pretendes culpar de todo a Suzy?
—No. Que se lleve a las niñas —y gritando—: Que se las lleve cuanto antes.
Y dejó a su hermano solo.
Spencer pacíficamente miró en torno y luego bajó. Preguntó por Kerry.
Su madre le dijo:
—Ha salido.
Necesitaba pensar. Kerry no era una tonta. Kerry sabia pensar y ser lógica y humana. Necesitaba pensar mucho…
Capítulo XV
Intentó ocuparse menos de las niñas, pero todo fue inútil. Intentó asimismo, salir más con Marck.
Inútil también.
Era una lucha tremenda la que sostenía consigo misma.
Todas las noches oía la misma pregunta de su madre:
—Es Eddy. ¿No te pones, Kerry?
Kerry casi nunca levantaba los ojos del libro.
—Ya ves lo ocupada que estoy.
Tenía razón Spencer.
Se daría cuenta.
Eddy era un hombre listo.
Un hombre intuitivo.
Cuanto más huyera ella de aquellas conversaciones telefónicas, más cuenta se daría Eddy de que significaba mucho para él.
Si le fuera indiferente, no le importaría ponerse al teléfono, y eso Eddy, tenía razón Spencer, lo sabía perfectamente.
Pero no podía.
Sabía que le temblaría la voz.
Ya no sólo lo amaba como hombre. Como lo amó siempre. Lo amaba además como padre de aquellas criaturas indefensas.
¿Qué había hecho ella de su propósito de hacer oposiciones a cátedra?
Nada.
Se olvidaba todos los días.
En las mismas clases estaba como abstraída.
Con Marck no digamos.
Marck le decía frecuentemente:
—No te entiendo. Estás pendiente de las niñas de tu cuñado. Si entramos en un cine, sales dos veces a preguntar por ellas a tu madre por teléfono. Si estamos en una cafetería igual. A las ocho y media de la noche dices que tienes que bañarlas. ¿Quieres explicarme qué pinto yo aquí?
Era cierto.
¿Qué pintaba?
Nada.
Cada vez menos.
Por eso una de aquellas noches intentó pasar a las dos niñas con la abuela.
Las dos empezaron a gritar, a apretarse contra ella.
No era posible.
Terminó llorando y su madre diciéndole con su deliciosa simplicidad:
—Pero, Kerry, ¿qué te estorban?
No le estorbaban.
«Sentía» que las necesitaba.
Y por eso, porque lo «sentía» se rebelaba contra ello.
Tuvo que dejarlas con ella y las besó y las arropó y terminó por contarles un cuento.
Ella, ella, que era incapaz de hilvanar nada, hizo el cuento.
Lo inventó como pudo con paciencia que no creía tener.
Y cuando sonó el teléfono y las niñas dormían ya, bajó.
Despacio.
Mamá andaba por la cocina. Papá fumaba su pipa apoltronado en su orejera, con el periódico de la tarde abierto.
—¿Hablas tú, Kerry? —le gritó mamá desde la cocina—. Tengo el asado en el horno, no puedo abandonarlo.
Hablaría.
No podía huir siempre. Además él estarla al volver. Pasó la palanca al tiempo de decir:
—Hablaré desde mi estudio.
Y subió las escaleras sin prisa.
No porque no la tuviera, sino porque sentía miedo.
Miedo de su voz, de lo que dijera Eddy. De lo que pudiera decir ella. De lo que Eddy notara en ella.
Cerró la puerta del estudio. El timbre del teléfono sonaba allí y Kerry se acercó.
Se dejó caer en una esquina de la poltrona.
Podía ser Marck. Ojalá fuera Marck. Ojalá… no fuera nadie. Una equivocación. Sucedía a veces. Preguntaban por fulanito o zutanito. Ojalá ella pudiera decir: «Aquí no vive.»
Y le contestara una voz impersonal: «Perdone. Me he equivocado.»
Si, ojalá sucediera así. El timbre seguía sonando y ella tenía la mano en el aire.
De repente sus dedos asieron el auricular. Lo levantó.
Pegó el aparato a su oído. Oyó su voz.
—¿Eres tú, madre?
Su voz cálida. Cerró los ojos.
—Madre, ¿eres tú?
Tenía que decir algo. Lo que fuese.
Y lo dijo.
Su voz sonó hueca:
—Soy Kerry…
Un silencio. A ella le pareció muy largo. Después…
—Hola, Kerry.
Así.
Como si se acabaran de ver dos minutos antes.
Mejor.
Se iba tranquilizando.
—Las niñas están bien —dijo sin que él le preguntase.
—Ya sé. Si las atiendes tú… tienen que estar bien a la fuerza.
Kerry respiró profundamente antes de decir nada.
No sabía qué decir.
Pero tenía que decir algo.
—No sé quién ha pasado el teléfono para aquí. Tengo un montón de cuadernos que corregir.
—Lo siento, Kerry.
—Gracias.
—No te voy a molestar mucho —era grave la voz de Eddy—. Perdóname todas las molestias que te causo… El otro día hablé con Spencer… Le conté lo nuestro.
No, de aquello que no hablara.
No quería saber qué le contó a su hermano.
Cómo veía Eddy lo suyo con ella y lo suyo con Suzy.
Ella veía las cosas de otra manera. Estaba segura.
—Kerry…
—Sí.
—Pensé que te habías retirado.
—No.
Muy breve.
Como si le costara trabajo hablar.
Y le costaba.
Eddy dijo:
—Mañana regreso. Mañana a la noche. Buscaré servicio en seguida y me llevaré a las niñas. No quiero que sean una carga para ti. Al fin y al cabo…
—Hasta mañana entonces…
Fue lo que dijo.
Para que él no siguiera hablando de aquello.
No iba a soportarlo.
Por mucho que se preparara para ello, no iba a poder.
—Buenas noches, Kerry.
Eso fue todo.
Quedó tensa con el auricular en la mano.
Después lo colocó sobre el soporte y empezó a dar paseos.
No soportaba aquello.
Tenía que saber qué cosa le dijo Eddy a Spencer.
Cómo justificó su boda con Suzy.
El porqué la dejó.
Qué vio Eddy en Suzy que no tuviera ella.
De repente «sintió» que necesitaba ver a Spencer. Que Spencer le contara lo que ella no le dejó contar aquel día.
—Mamá, voy a salir un rato.
—¿Ahora?
—Sí, es necesario. Cuida de que las niñas no despierten.
—¿Era Eddy?
—Sí.
—¿Qué dijo?
Tuvo ganas de gritarle cualquier disparate. De cualquier forma que fuera su madre eran tan buena que hubiera aceptado el disparate.
Pero conteniéndose dijo tan sólo:
—Que regresa mañana.
—Qué gusto —exclamó la madre—. ¿Has oído, Frank?
—La política anda mal —decía papá ajeno a la alegría de su mujer.
—Si te dejaras de política. ¿Qué entiendes tú de eso?
—Mujer.
—Te digo que llega Eddy.
—¿Ahora?
—Mañana, hombre de Dio»…
Los dejó discutiendo.
Eran así.
Así de buenos y sencillos.
Así de fáciles.
También Suzy era fácil y simple y linda. Muy Ijada.
Pero ella no era linda ni fácil.
Ella era distinta.
Y también Eddy.
¿Fue por eso?
¿Porque ella y Eddy eran iguales?
¿A qué tuvo miedo Eddy?
¿Por eso se casó con Suzy?
Subió al auto y media hora después descendía ante la rectoral.
Tuvo que llamar seis veces.
El ama, una señora mayor con cara de pocos amigos y dos grandes vellos en la nariz, salió furiosa, pero al verla a ella, sonrió complacida.
—Pensé que sería uno de esos feligreses fastidiosos, que riñen todas las tardes con su mujer, vienen a pedir consejo, y luego, sin consejo o con él, se van y se acuestan con la esposa que armó el jaleo, con lo cual le quitan de dormir al señor cura, porque después de inquietarlo, ellos tan panchos se arreglan. Y a mí eso me descompone, aunque al señor cura le parece de perlas.
No la oía.
Pasaba e iba hacia el despacho de su hermano.
Capítulo XVI
Kerry…
Estaba pálida.
Y sabia que en su semblante leería Spencer, como lela en la cara de sus feligreses que después de discutir, como decía el ama, se iban y se acostaban juntos y nueve meses después nacía el quinto, sexto o décimo hijo.
—Siéntate, Kerry —dijo Spencer mansamente—. ¿Quieres saber qué me dijo?
Kerry asintió.
—Lo que tú ya sabes. No tenía noticias tuyas. Entonces fue a saber de ti y se topó con Suzy. Suzy tan suavecita, tan capaz de hacer feliz a un hombre distinto a Eddy. Entiende. Eddy pensó que necesitaba una mujer como Suzy. Sencilla, llena de buenas intenciones, honesta, formalita. Una mujer estupenda con la cual sólo se podía discutir de celos.
—¿Celos?
—Al faltar el amor en el marido, ¿qué puede pensar la mujer?
—Spencer…
—Eso es lo triste. El amor no se puede improvisar y al faltar, quien ama, nota que el otro finge… Esa es la gran tragedia de la pareja humana, Kerry. No hubo más ni menos. Y bastante hizo Eddy si fingió un amor que sólo sintió durante un tiempo. Un mes, dos… Lo peor de este mundo es casarse por una atracción física. Después también eso perece. Si no hay cariño, ¿qué queda, Kerry? Resentimiento, vaciedad…, mentira. La mentira humana que viven muchos cobardes que no tienen el valor de reconocerlo. Eso fue todo. No pidas más a la vida. Es así. Simple, sencilla, y unos pierden y otros ganan y los que ganan primero casi siempre pierden después y viceversa…
Kerry no decía nada.
La voz de Spencer tenía la virtud de ser suave y cálida.
Humana.
Si, tranquilizante por lo humana que era.
Tanto daba que Spencer dijera cosas feas o bellas, riñera o consolara. Su voz, de cualquier forma que fuese, era humana y ella, en aquel momento se sentía tan humana como Spencer.
—¿Entiendes, Kerry?
—Sí, Spencer…
—Nuestros padres son muy felices. Simples si quieres y de hecho sí que lo son. Pero son iguales. Nada tienen que exigirse uno al otro. Dos almas sencillas, nobles, llenas de generosidad. Pero hay otros seres, Kerry. Otros que no son como nuestros padres y se casan y al ser diferentes chocan. Por eso, toda pareja humana, antes de formar un hogar, debieran de conocerse más. Tengo montones de problemas de mis feligreses, por cosas parecidas. Lo vuestro, lo tuyo y de Eddy, lo de vosotros dos, diré mejor, para uniros en sentimientos y pensamientos, no tendréis esos problemas. Los habéis tenido antes. Tú saliste indemne de ellos y Eddy está a la vista. Ha fallecido Suzy. Siempre hay una víctima. Eso es lo más doloroso. Pero no por haber una víctima, vais a ser vosotros otras dos víctimas. El error, por desgracia, se cometió antes, por eso nunca, jamás, entre vosotros deberla existir un nuevo error. Estáis los dos bien probados.
Kerry asentía.
Y la voz cálida de Spencer continuaba cada vez más suave:
—Lo terrible seria que por continuar por cabezonería, destruyerais lo más hermoso que hay en ambos. Tal vez en aquella época, Eddy pensaba que una mujer inquieta, intelectual, preocupada por miles de cosas internas, no le convenía. En el fondo Eddy es sencillo, pero entre la sencillez y la dificultad, media el error. Desgraciadamente yo debo reconocer que Suzy podría muy bien ser la esposa de Quique, de Jim, de James… Todos esos chicos del barrio que le hicieron la corte y con uno de los cuales se hubiera casado si Eddy no apareciera. Pero tenía que ser así. El destino puede variar de color, pero nunca de hecho. Ha ocurrido así, porque así tenía que ocurrir y nada más. Dios siempre sabe por qué hace las cosas. Suzy era demasiado buena para vivir y tal vez allá se necesitaba. Eso es todo, Kerry. Procura entenderlo así y no busques recovecos psicológicos, cuando sólo hay esquinas limpias llenas de humanidad.
Se fue tranquila.
Al menos su cabeza ya no era un volcán.
Sabía lo que quería y la forma de conseguirlo.
No más luchas. No más intranquilidades.
Llegó tarde a su casa.
Mamá la esperaba.
—¿Ocurre algo, Kerry?
—No, mamá.
—Mejor, mejor.
Así era mamá de conformista.
Así creía en ella y si creía en ella, también creía en sí misma.
Eso era lo gracioso. Lo que seguramente tenia Suzy, y Eddy no comprendió ni ella terminaba de comprender porque todo lo escudriñaba, todo lo desmenuzaba.
Pero se fue a la cama y miró a las hijas de Suzy.
Las miró dormiditas en sus respectivas camas.
Eran como Eddy y como Suzy y en el futuro… también serían como ella.
«Las haré felices, Suzy, te lo prometo. Las haré tan felices como tú no has sabido ser. Pero tal vez en contra de lo que yo egoístamente pienso, ahora es cuando realmente sientes la felicidad. Estoy segura de ello, porque tal vez tú eres o has sido la victima aquí, para ser la ganadora allá y yo al revés. Pero tenía razón Spencer. La vida es así. Esta vida es así, Suzy.»
Después se fue a la cama y por primera vez en mucho tiempo, durmió tranquila.
Estaba fuera.
Sola, bajo el porche, cuando el «Jaguar» de Eddy se detuvo ante ella.
Lo vio descender y hubo de contenerse para no ir a su encuentro.
Anochecía. La silueta de Eddy parecía más flaca. Más alta.
Y lo curioso fue que aquel hombre nunca fue alto.
Pero Kerry sentía la sensación de que Eddy, de repente le parecía inconmensurablemente distinto.
Como antes. Como cuando los dos se conocieron.
Con su portafolios en la mano, el sombrero prendido en los mismos dedos que sujetaban el portafolios, a cuerpo, sin gabán, se quedó como envarado mirándola.
Desde el interior mamá preguntaba:
—¿Quién es, Kerry?
Kerry no decía nada.
Kerry miraba a Eddy y Eddy vio en sus ojos aquella luz.
La luz de antes.
¿Es que tenía razón Spencer?
¿Es que Kerry jamás… jamás dejó de amarle?
Avanzó despacio.
Después de prisa. Muy de prisa.
—Kerry —dijo tan sólo, y la dobló contra sí.
Era distinto el cuerpo de Kerry.
Era como antes.
Como cuando ambos, a escondidas, al salir de las cafeterías, se metían uno por otro.
No sabía Eddy cómo pudo olvidar aquella manera sensible, apasionadamente de ser de Kerry.
Lo estaba siendo en aquel instante.
Doblada en él, en la esquina del porche, se oprimía en su cuerpo y le buscaba los labios.
Ella, ella sola con aquel hacer suyo casi conmovedor y tremendamente impetuoso.
Abría los labios.
Eddy pensaba que perdía el sentido, que se olvidaba de sus hijas, que sólo contaba ella.
Ella, aquella Kerry que le parecía demasiado complicada y que, lo vela y lo vio después, era sencilla y apasionada para amar.
—Kerry…
No sabía decir más que eso.
Y volvió a besarla.
La voz de su madre seguía gritando allá dentro.
—¿Quién ha llegado, Kerry?
—Yo, madre —gritó Eddy.
Y volvió a besar a Kerry.
—Me quisiste siempre —dijo sin preguntar—. Siempre.
La muchacha sólo dijo bajo sus labios, mientras levantaba los brazos para rodearle el cuello:
—Siempre, sí. Siempre…
Nat apareció en aquel instante.
Abrió los ojos desmesuradamente.
—Pero…
Los dos se volvieron.
No se separaron.
Sólo dijeron a la vez con la mayor sencillez:
—Nos vamos a casar, mamá.
Mamá era así y papá también No preguntaban nada. No intentaban saber nada. Sólo aquello. Que se casaban los dos, que las niñas se quedaban allí, que los seis iban a ser felices.
Por eso entró gritando en la casa.
—Frank… Frank querido, Eddy y Kerry se casan.
Y Frank dijo beatíficamente:
—Dios los haga buenos padres y buenos abuelos.
—Y buenos esposos, papá —dijo Kerry imitando la sencillez maravillosamente vulgar de papá.
Papá sólo dijo:
—Amén.
—Es que no seguimos…
Eddy tenía un brillo especial en los ojos al detener al auto en aquel lugar.
—Eddy…
Eddy tiraba de ella con suavidad.
—Es… mi apartamento.
—Pero…
—¿No quieres?
Quería.
En aquel momento no era intelectual, ni psicóloga, ni recordaba para nada la física y la química de sus alumnas.
Era mujer.
Y la mujer entró en aquel pabellón y se dejó apretar por su marido.
Eran marido y mujer.
Nada más de eso.
Todo eso, que parecía que no era nada. Era mucho.
—Cariño, tanto tiempo…
Ella no sabía a qué se refería.
Ni le importaba.
Estaba en sus brazos, sentía la fuerza de su cuerpo, de sus besos, de sus caricias…
—Kerry…
—Sí, sí, sí…
Y no sabía a qué decía sí. Sólo sabía que era la mujer, no ya sólo la esposa de Eddy, y sabia asimismo que nada producía más goce voluptuoso que ser lo que estaba siendo…
Fin
Se casó con otra (1983)
Historia incluida en el dueto “Otra mujer en su vida / Se casó con otra”
Título Original: Se casó con otra (1983)
Editorial: Bruguera, S. A.
Sello / Colección: Corin Tellado 17
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Eddy y Kerry