EL EXTRATERRESTRE (Juan José Castillos)
Publicado en
noviembre 17, 2013
...Abrí mi corazón a la benevolente indiferencia del universo. Al sentirlo tan como yo mismo, en verdad, tan fraternal, me hizo comprender que había sido feliz y que todavía lo era.
A. Camus, “El extranjero”.
Juan ha sido mi amigo por mucho tiempo. Y digo amigo porque nos veíamos con cierta frecuencia por actividades que desarrollábamos en común, aunque Juan no tenía amigos en el sentido normal que la población de este país entiende.
Gente con la que uno mantiene contactos asiduos, a los que hacemos y nos hacen todo tipo de confidencias, con quienes compartimos muchos de nuestros ratos de ocio, nuestros sueños, nuestros pesares, frustraciones y decepciones.
Gente con la que vamos al cine, al boliche, al estadio, que vienen a nuestra casa y en cuyo hogar somos siempre bienvenidos.
Una de las características del temperamento de Juan es la de ser generalmente poco comunicativo. A veces tenía que sacarle las palabras con un tirabuzón, pero en otros momentos se ponía un poco más locuaz y me contaba cosas de su vida, planes, logros, experiencias que había tenido, confidencias muy espaciadas en el tiempo, que a pesar de reflejar situaciones a veces penosas, fluían de sus labios con un sentido del humor que les quitaba cualquier ángulo dramático o deprimente.
Me llevó un tiempo acostumbrarme a esa forma de ver las cosas que Juan tenía, en que todo era una sucesión de escenas de una comedia costumbrista o un sainete, jamás de una tragedia o un melodrama.
Cuando era yo quien le confiaba algunos de los problemas que me preocupaban, hallé siempre en él un interlocutor atento, pronto a darme una palabra de aliento o un consejo oportuno.
Si eran cosas buenas las que le contaba, sonreía complacido y me daba palmadas en la espalda, como si la vida me debiera esas satisfacciones y se alegrara de que al fin la veleidosa dama se acordara de saldar esas deudas.
Pero hasta ahí llegaba la calidez de nuestra relación amistosa. Nunca intercambiamos más de un apretón de manos formal ni salimos a ningún lado juntos y jamás me invitó a visitarlo en su casa.
Poco después de que conocí a Juan otro amigo nos vio juntos y cuando nos encontramos unos días más tarde me dijo riendo: ¿”así que sos amigo del extraterrestre?”. Le pregunté a quien se refería y me respondió que a Juan, pero se fue enseguida y no pude averiguar por qué llamaba así a un tipo que a mí me parecía perfectamente normal.
Después de todo, quien no tiene alguna excentricidad o comportamiento peculiar, que levante la mano. Yo por lo menos sé que mantendría la mía bien baja, lo mismo que casi toda la gente que conozco.
Pero debo reconocer que algunos aspectos de la personalidad de mi amigo, que pude ir descubriendo con el transcurrir del tiempo, eran decididamente poco comunes.
Juan decía que había planificado cuidadosamente su vida. Me contó una vez que cuando tenía veinte años se planteó en qué iba a invertir el capital de tiempo que a todos se nos concede al nacer y tomó sus decisiones.
Por supuesto que ahora, veinticinco años después, miraba hacia atrás y las cosas no le habían salido exactamente como las había planeado, pero había hecho una lista y, a pesar de todo, lo que la vida le había deparado era aproximadamente lo que se había propuesto y, pensándolo bien, hasta un poco más.
Me decía que tonto es quien vive sin rumbo como una hoja llevada por el viento, pero más tonto aún es quien cree que todo le va a salir tal como lo imaginó.
Hay que trazar un término medio, un compromiso, como un barco que en medio de una tormenta debe cambiar a veces su curso pero siempre con la proa enfilada hacia un puerto claramente definido.
Estábamos otro día charlando y Juan se dio vuelta repentinamente y mirándome fijo a los ojos me dijo: el hombre debe ser como un cirujano, si algo en el cuerpo no sirve más y es dañino, hay que extirparlo y deshacerse de él sin vacilación. Nunca hay que mirar atrás, cirugía y a otra cosa. Quien pretende solucionar esos problemas con cataplasmas y aspirina se arruina la vida sin remedio.
Supe un día que había estado casado y había tenido tres hijos. Poco a poco los hijos se habían alejado de él. Según Juan, por influencia de la madre que los había puesto contra él en un torpe y nefasto intento de usarlos como medio de vengarse por el fracaso del matrimonio.
Al principio intentó acercarse a sus hijos y explicarles lo que estaba ocurriendo, pero al ver que no tenía éxito, un día simplemente los borró de su vida. Como si nunca hubieran existido.
Cuando me contó esto hacía un par de años que nos conocíamos. Después de esa conversación, no lo oí jamás referirse otra vez a sus hijos ni me atreví a tocar el tema.
¿Mecanismo de defensa? ¿Dureza interior? Nunca pude decidirme, pero ahora me inclino por lo primero pues en más de una ocasión lo vi agacharse a acariciar un gato o un perro callejero o pensando que yo no lo estaba mirando, deslizó un billete en la mano de uno de esos tantos niños que mendigan en nuestras calles.
Juan obviamente tenía su corazón, pero al parecer lo había rodeado de una coraza de acero para evitar que nadie se lo lastimara.
Debo reconocer, sin embargo, que varios conocidos míos en similar situación personal quedaron destrozados y en manos de sicólogos, pero Juan tomaba sus decisiones y permanecía calmo e inmutable en ellas, más como un androide que como una persona. Eso nunca dejó de maravillarme, no es frecuente ver a alguien con tal absoluto control de sus emociones.
Como casi todo el mundo, me he visto afectado por la situación del país, la carestía, la crisis económica, el clima de inseguridad en que vivimos. A menudo me siento estresado y a veces hasta angustiado por cosas que están más allá de mi posibilidad de solucionarlas.
Mirando hacia atrás, no recuerdo una sola vez que Juan haya demostrado estar tensionado o excesivamente preocupado por nada. Todo parecía resbalarle como si afectara siempre a otros y no a él.
Estuvo desempleado por un tiempo, luego empezó a trabajar por su cuenta y no le iba muy mal pero tampoco gozaba de una posición económica desahogada.
Eso sí, jamás lo vi comprar nada a crédito y si deseaba adquirir algo, ahorraba hasta poder hacerlo al contado. Se reía y me decía: hasta consigo mucho mejor precio y duermo todas las noches como un angelito.
De vez en cuando me aconsejaba: no te dejes manipular por nadie. Casi todos, aún los más cercanos a vos, van a tratar siempre que hagas lo que ellos quieren, lo que a ellos les conviene, pensá bien y transá en lo que creas que es razonable, pero mantenete firme en lo que te parezca esencial para vos. Si el control de tu vida escapa de tus manos, estás acabado.
Un día le pregunté a Juan si era feliz. No me contestó enseguida. Pensó un rato y luego sonrió y me dijo: Sí, cuando ves que tus cosas se van desarrollando tal como las querés, estás con quien te gusta estar, tenés un pequeño respaldo para las malas rachas o para la vejez, tu salud no está del todo mal, ¿qué excusa tiene uno entonces para no ser feliz?
Y me miró como si ser feliz fuera la condición más normal y común de la gente.
De vez en cuando me acuerdo de cuando me preguntaron si era amigo de Juan, “el extraterrestre”. Y cuando lo veo acercarse, con su andar mesurado y sin apuro, tan calmo y seguro de sí mismo, no puedo evitar a veces mirar para arriba, por las dudas.
Fin