Publicado en
octubre 19, 2013
Correspondiente a la edición de Agosto de 1993
Por Jorge Enrique Adoum.
Quizás una de las más nobles características de los últimos tiempos sea el afán, generalizado y generoso, por hacer que las minorías —extranjeros, grupos étnicos, homosexuales...— o los oprimidos —mujeres, indígenas...— sean respetadas por quienes conforman las mayorías o los grupos de opresión y convencernos, más nosotros que ellos, de sus derechos y protegerlos de cuanto atenta contra su dignidad. Ello ha conducido, en primer lugar, a una revisión del lenguaje, en particular el que entraña criterios racistas. (Hace unos años hubo cierto revuelo en la prensa ecuatoriana cuando alguna autoridad empleó la expresión "merienda de negros". Recientemente, en Suiza, mediante un decreto oficial, se ha cambiado el nombre de un pastel, el célebre "cabeza de negro", por "cabeza de chocolate".) Diversos organismos internacionales han proscrito expresiones tales como "negros" o "indios" para reemplazarlas, no siempre afortunadamente, por "afroamericanos" o "amerindios", mientras los canadienses exigen suprimir la designación de "esquimales" porque significa, no sé en qué lengua, "que come carne cruda".
En cuanto a la discriminación sexual hace tiempo que los movimientos féministas o, más simplemente, las mujeres, pugnan por una justicia del lenguaje: comenzó por la introducción del género femenino en la designación de ciertas profesiones —médica, arquitecta, ingeniera, pero ¿también "jueza"? —hasta el punto de que se ha publicado, en alemán, un Diccionario femenino—masculino de profesiones, títulos y funciones. El corolario final de esa lucha sería la, por ahora imposible, supresión de la primacía del masculino, "reflejo del sexismo de la sociedad" según algunos autores, para designar por igual a personas de ambos sexos.
Eso está bien e, incluso, muy bien. Pero desde hace poco los defensores de aquellas y otras minorías, el feminismo militante, el ecologismo airado, la crítica al "falocentrismo occidental", conforman un movimiento confuso llamado polítically correct (políticamente correcto, o PC). Y, como se ha señalado casi por unanimidad, esos "defensores de los oprimidos" terminan por confundir las palabras y la realidad y, al revisar el lenguaje, crean una nueva censura. En una reciente guía de lo politically correct, dos norteamericanos recogen perlas como, tomadas al azar, las siguientes: las prisiones acogerían a "clientes del sistema correccional", los gordos serían "individuos que poseen una imagen corporal alternativa" y un borracho es una "persona de sobriedad diferida".
Los eufemismos, más que en otras lenguas en la francesa, designan cuestiones tan graves como la muerte, el suicidio, el cáncer, la alerta de una crisis cardiaca. Pero, según el escritor Etienne Barilier, "en estos nuevos circunloquios el sueño de abolir cierta realidad atraviesa el lenguaje, mas el efecto es contrario al que se esperaba: se subrayan las diferencias por el solo hecho de recurrir al eufemismo, ya que el lenguaje no puede abolirlas sino que las pone de relieve. Nombrar es diferenciar". Y si el término de "minusválidos" parecía ser, hasta hace dos o tres años, menos "discriminatorio y excluyente" que, por ejemplo, inválido o baldado o lisiado, ahora ha comenzado a serlo. De ahí que, mientras en Estados Unidos el sistema PC ha impuesto la expresión "diferentemente capaces", las autoridades de la salud en Francia prefieren hablar de "accidentados de la vida".
La nueva tendencia norteamericana hace reír a los europeos, aunque algunos reconocen en ella un síntoma inquietante y una prueba más del "fracaso" del melting—pot americano.
Pero más nos hace reír, en el ámbito de la educación, un folleto publicado juntamente por la Dirección del Ciclo de Orientación de Ginebra y el Centro de Investigaciones Psicopedagógicas suizo, en el cual la "defensa" de las mujeres y de las minorías va más lejos. Dice: "De un modo general, los manuales de historia deberían comprender 50% de personajes masculinos y 50% de femeninos". En cuanto a los otros grupos discriminados la receta es más compleja: "En lo que concierne al valor numérico se trata de respetar la relación de un quinto a un cuarto, aproximadamente, del conjunto, sin olvidar superponer a este análisis el que se refiere al sexo" (...) "Así, entre cien personajes, habrá que contar unos veinte que tengan características nacionales, históricas, religiosas o de lengua materna y de cultura diferentes de la mayoría, compuestos la mitad por hombres y la otra mitad por mujeres".
Dos periodistas, Philippe Barraud y Beatrice Schaad, proponen en una revista europea un juego o test para saber si uno es o no "neoconformista" y han elaborado algunas posibles respuestas PC que no están lejos de la práctica americana. Por ejemplo, un drogadicto o un alcohólico sería "alguien momentáneamente dependiente"; un refugiado debería ser considerado como "una persona políticamente desfasada en su entorno sociopolítico de origen"; un desempleado puede ser un "individuo con actividad personal momentáneamente diferida"; el miope estará "ópticamente en situación de desafío", un enano vendría a ser "persona espacialmente diferenciada", mientras que a un vecino pudibundo se lo encontraría de "extraversión limitada".
¿Y, nosotros? En lugar de suponer que lo politically correct sería que la Corte Suprema de Estados Unidos no decretara la extraterritorialidad de su policía ni la violación de la soberanía de los demás países del mundo, dada la manía de imitación (la pasión gritona por los artistas de rock aunque se trate de estafadores al público, la celebración triste y motorizada del Halloween, la elección anual de Miss Samborondón), podríamos proponer una lista para cuando se adopte el lenguaje "políticamente correcto" (y en primer lugar deberían emplearlo, pero en su sentido lato, los políticos). Con la ayuda de la "sal quiteña" —que era PC mucho antes de que se forjara el nuevo lenguaje— podría, por ejemplo, llamarse a quienes duermen en la avenida Amazonas "clientes de un Hotel Quito de dos millones de estrellas"; los travestis de la Mariscal Sucre serían "personas de sexo contradictorio"; el despido de la mitad del personal que trabaja en una empresa que va a privatizarse sería la aplicacíón de un "régimen enérgico contra la obesidad empresarial". Y así por el estilo.
Ahora le toca a usted.