Publicado en
octubre 19, 2013
AL ACERCARSE el vencimiento del plazo para concluir un trabajo importante en nuestra editorial, las dos máquinas de fax trabajaban ininterrumpidamente. Las secretarias enviaban y recibían mensajes, haciendo correcciones y adiciones de última hora. Un joven ayudante, que tenía en las manos las nuevas instrucciones que debían distribuirse a varios departamentos, preguntó al gerente de la oficina:
—¿Qué hacíamos antes de inventarse el fax?
El gerente respondió:
—Hacíamos las cosas a tiempo.
—C.R.C.
DURANTE UN JUICIO en el que intervine como abogado, una eminente psicóloga fue llamada a testificar. Se trataba de una mujer severa y de enorme seriedad. Tomó asiento en la silla de los testigos, sin darse cuenta de que las patas traseras del mueble estaban peligrosamente cerca del borde de la plataforma.
—Por favor diga su nombre —le pidió el fiscal de distrito.
La dama se reclinó en la silla, abrió la boca para contestar y... se fue de espaldas sobre un montón de pruebas y piezas de un equipo de grabación. Mudos por la sorpresa, la vimos ponerse de nuevo en pie, arreglarse el vestido y el peinado, y volver a sentarse. La colérica mirada que dirigió a los presentes desalentó a cualquiera que tuviera ganas siquiera de esbozar una sonrisita.
—Bueno, doctora —prosiguió el fiscal, sin cambiar de expresión—. Podemos comenzar con una pregunta más sencilla.
—C.S.B.
DOS MUJERES DE EDAD se probaban zapatos en nuestro establecimiento. Mientras le ponía un zapato a una de ellas, el extremo de mi corbata se prensó bajo su talón. Sin percatarse de mi aprieto, la mujer se levantó y caminó hacia el espejo.
Durante unos instantes me arrastré por el piso junto a ella, tratando de llamar su atención:
—Mira, Martha —le dijo su amiga—: parece que el señor quiere irse a casa contigo.
—P.K.
ILUSTRACIÓN: THOMAS PAYNE