DE ANTROPOV A LA DESINTEGRACIÓN Y LA GUERRA
Publicado en
octubre 06, 2013
Por Francisco Proaño Arandi.
Hace unos meses, el novelista español Juan Goytisolo reflexionaba sobre las secuelas, siempre imprevisibles, de los grandes acontecimientos históricos, particularmente aquellos relacionados con el auge y caída de los distintos imperios que ha conocido el mundo en los últimos siglos.
Tanto la Revolución Francesa, como la de Octubre de 1917, dice Goytisolo, significaron, paradójicamente, para Francia y para Rusia, "la culminación de sus respectivos proyectos imperialistas; ni el rey Sol ni zar alguno hubiera siquiera soñado los grandes logros de Bonaparte y del menos brillante pero no menos eficaz Stalin" ("Imperios: punto de inflexión", Diario "El País", Madrid, 8 de septiembre de 1992).
Todavía está por verse el alcance de la desaparición del penúltimo imperio existente, luego de la derrota estratégica del comunismo. El último de los imperios conocidos, es, todavía, el americano, aunque ni éste ni el soviético lo fueron en el sentido tradicional de la palabra y hubo que inventar, para calificarlos, nuevas expresiones: superpotencias, potencias hegemónicas, etc..
Pero si difícil es prever las secuelas futuras del derrumbe del socialismo real (algunas, como las actuales guerras nacionalistas, ya las hemos visto), también resulta problemático identificar todas las causas del mismo y, sobre todo, el momento clave en que se inicia.
Pese a todo es durante el período de Yuri Andrópov como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), 1982-1984, que comienza a perfilarse la necesidad de una reforma profunda en el campo de la economía. Andrópov, ex-jefe de la KGB (Comité de Seguridad del Estado), tenía muy clara la visión de lo que estaba sucediendo tras los largos años conocidos como era del estancamiento, o era de Brézhnev. Andrópov no tuvo tiempo de emprender una reforma profunda, pero fue un hombre de su entorno, Mijail Gorbachov, quien, tras el breve retroceso que significó la jefatura de K. Chernenko, y una vez llegado al poder en marzo de 1985, iniciaría la reforma económica conocida como perestroika.
Apenas ocho años más tarde, la URSS es solo un recuerdo y Rusia (oficialmente la Federación Rusa) sobrevive en el filo de la navaja, entre una convulsa paz y el fantasma de la guerra civil, entre el deterioro cada vez más flagrante de la economía y la posibilidad de estallar en pedazos como, antes, la Unión Soviética.
Mr. "Niet" y Mr. "Da"
La ironía de los ciudadanos rusos, ex-soviéticos, expresa el cambio cualitativo de la situación cuando humorísticamente recuerdan que el mítico ministro soviético de Relaciones Exteriores, Andrei Gromiko, en sus conversaciones con los líderes de Occidente, casi siempre respondía negativamente, por lo que era llamado como Mr. Niet (No). El actual ministro, en cambio, Andrei Kozyrev, asiente en todo a las propuestas y sugerencias occidentales, por lo que es apodado como Mr. Da (Sí).
En cierto modo, la política exterior e interior del presidente Yeltsin responde en mucho a los dictados provenientes de Washington. Durante la crisis institucional del último marzo, frente a un parlamento dispuesto a destituirlo, Yeltsin estuvo a punto de declarar el estado de excepción, aconsejado precisamente por Estados Unidos y sus aliados. Inclusive adoptó, el día 20 de marzo, poderes especiales, los que fueron rechazados por el parlamento y dieron lugar a un inicio de procedimiento de destitución, que se detuvo debido a que las partes en conflicto alcanzaron una fórmula de conciliación de última hora.
Este lado oscuro de la política de Yeltsin suele ser enmascarado mediante un eufemismo: normalmente, las agencias de prensa occidentales y el propio jefe de estado ruso, tanto como sus colaboradores, califican a los opositores, especialmente a los parlamentarios anti-Yeltsin, como elementos conservadores, pro-comunistas. La realidad es harto más compleja: se trata de una verdadera lucha por el poder entre sectores de la misma "Nomenklatura" que, bajo Gorbachov, decidieron pasar de administradores de los bienes y empresas del Estado soviético, a capitanes de la libre empresa en el nuevo contexto de la economía de mercado. En el fondo es también la contradicción entre partidarios de la política de shock aplicada por Yeltsin a partir de enero de 1992 y los que propugnan un proceso de reformas más bien moderado, que atenúe los sufrimientos de la población, hoy afectada agudamente por las medidas neoliberales del régimen y la inconsulta aplicación de la economía de mercado a ultranza.
La calificación de los opositores de Yeltsin como pro-comunistas y la agitación por parte del líder ruso del espantajo de un probable retorno al régimen anterior, son utilizados para forzar a Occidente a desembolsar finalmente la ingente ayuda financiera que, según los dirigentes rusos, es vital para estabilizar la economía. La crisis de marzo pareció una escenificación aprovechada al cabo por Yeltsin para sensibilizar a Occidente sobre los peligros de un retorno al sistema comunista.
Todos los pasos dados por Yeltsin, antes y después de la grave crisis institucional de marzo pasado, parecen encaminados a lograr ese objetivo central: la ayuda financiera occidental. Tal actitud ha provocado el rechazo de los sectores nacionalistas rusos, preocupados por la subordinación del régimen a las estrategias occidentales, tanto que, frente a la guerra en la ex-Yugoslavia, el presidente se vio obligado a prestar su apoyo verbal a los serbios, a efectos de mitigar el resentimiento nacionalista ruso, tradicionalmente ligado a esa nación de los Balcanes.
Yuri Andropov
ANTECEDENTES DE LA CRISIS DE MARZO
Ya en agosto pasado, al rememorar el abortado golpe de estado del mismo mes de 1991, que aceleró el proceso de disolución de la URSS, Gorbachov señalaba que ( fue Yeltsin, en su calidad de presidente de Rusia, quien saboteó el plan de crear una Unión de Estados Soberanos, que habría preservado la continuidad del Estado socialista en marcha hacia un proceso más profundo de reformas. En contrapartida, Yeltsin, junto con sus colegas de Ucrania, Leonid Kravchuk, y de Bielorrusia, Stanislav Shushkevich, dieron el golpe de gracia a la Unión Soviética, al suscribir, a principios de diciembre de 1991, en la residencia campestre de Viskuli, cerca de Brest, el tratado por el cual se creó la Comunidad de Estados Independientes (CEI).
Fue un golpe de estado en toda la línea. Al enterrar a la URSS, Gorbachov se quedó sin puesto, y de la decisión no fue informado sino después de que el propio Yeltsin había llamado ya al presidente de Estados Unidos y al ministro de Defensa, mariscal Sháposhnikov.
El proyecto de Gorbachov precautelaba la existencia de un espacio económico común para las repúblicas soviéticas, un ejército común y una política exterior coordinada. El proyecto no encajaba en los planes de Occidente y Yeltsin fue el encargado de bloquearlo. No cabía duda que, desde su decisiva actuación para detener el golpe de agosto de 1991, el presidente ruso era visto como el man in the spot por los líderes occidentales.
El 3 de enero de este año, Yeltsin suscribió con el entonces presidente Bush el Tratado Start-II sobre reducción, en diez meses, en dos tercios de los arsenales estratégicos nucleares de Moscú y Washington. Estados Unidos, sin embargo, conservó una relativa superioridad estratégica, basada en el mayor número de ojivas nucleares desplazadas en su fuerza naval. El tratado fue considerado por la oposición y los nacionalistas rusos como una verdadera derrota y una entrega a Occidente.
El 5 de marzo, el Congreso extraordinario de Diputados del Pueblo inicia sus deliberaciones, que culminan con un recorte de las facultades de Yeltsin. Este contraataca el 20 de marzo anunciando la instauración de una administración presidencial especial hasta la celebración del plebiscito del 25 de abril, a fin de "evitar que se repita una segunda Revolución de Octubre". El procedimiento para destituirlo que se pone en marcha en el Congreso de Diputados, aborta gracias a una fórmula de conciliación lograda con el vicepresidente Alexander Rutskoi y parte del parlamento y que dio paso a la decisión de realizar el referéndum del 25 de abril.
Como parecía previsto, Yeltsin obtuvo un voto de confianza en el referéndum (un 70 por ciento de los votantes), pero éstos no refrendaron el intento del presidente de convocar a elecciones parlamentarias anticipadas, precisamente para desembarazarse de la actual oposición congresil que lidera su principal antagonista por el momento, Ruslán Jasbulátov. Previamente, Yeltsin había recortado los poderes del vicepresidente Rutskoi, su otro posible contrincante.
Boris Yelstin
RUSIA ENTRE LA DICTADURA Y LA DEMOCRACIA
La política neóliberal de Yeltsin provoca creciente irritación en la población, mientras parece alejarse la posibilidad de un compromiso con los sectores moderados y centristas, partidarios de un proceso paulatino de reformas. Entre estos sectores se destaca la "Unión Cívica" que lidera un político de prestigio, aunque sin posibilidades presidenciales: Arkadi Volski.
Peso decisivo en su triunfo del 25 de abril tuvieron, por una parte, la cumbre Yeltsin Clinton de Vancouver, los días 3 y 4 de abril, de la que el presidente ruso logró la oferta de ayuda norteamericana de 1.600 millones de dólares, y, por otra, la decisión del Grupo de los 7 (las siete democracias industrializadas más ricas del mundo) de aportar 28.400 millones de dólares en ayuda "visible y tangible". La decisión del G-7 fue anunciada en Tokio diez días antes del referéndum.
Todo parece indicar que Yeltsin se encamina a establecer un régimen presidencialista fuerte, casi dictatorial, que le permita continuar sin problemas con su política de shock dictada por el FMI y el Banco Mundial, organismos que precisamente canalizarán el anunciado aporte de 28.400 millones de dólares.
Todo ello en medio de un panorama crecientemente preocupante, habida cuenta de la persistencia de los conflictos inter-étnicos en las diferentes repúblicas ex-soviéticas, cuyo curso, que involucra a distintas minorías rusas allí existentes, no puede dejar indiferente a la nueva Rusia, pese a la gravedad de sus problemas políticos y económicos internos.
M. Gorhachov
EL "CINTURON DE MOHO"
Comenzando por la Federación Rusa, las ex-repúblicas soviéticas experimentan un agudo deterioro económico y la paralización de una buena parte de su industria. En 1992, el Producto Interno Bruto (PIB) de Rusia bajó hasta el 2 por ciento, del 9 por ciento correspondiente a 1991. La hiperinflación se colocó en el orden del 600 por ciento mensual. Seis millones de rusos están sin empleo, y la deuda externa continúa en el límite de los 80 mil millones de dólares. Las exportaciones disminuyeron en unos 18 mil millones de dólares y el déficit comercial aumentó hasta 4 mil millones de dólares.
Ucrania, antaño llamada "el granero de la URSS", sufre una crisis comparable a la de Rusia, a la vez que se ha convertido en su competidor económico. Una de las causas de la crisis ucraniana es el dislocamiento del mercado soviético, al que exportaba productos industriales y agrícolas en una proporción equivalente al 38% de su PIB.
Bielorrusia, si bien no cuenta con los recursos de las otras repúblicas, ha asegurado una reforma política y económica que desarrolla sin mayores tensiones internas.
Moldavia, en gran parte debido a la guerra entre rusos y rumanos (las dos nacionalidades que la integran), ve paralizados casi la tercera parte de su parque industrial, el 80 por ciento de su energía y casi todas las vías de comunicación, desplazados precisamente en la zona de conflicto.
Georgia, una república rica en recursos minerales (carbón, manganeso), se ve impedida igualmente de despegar a causa de la tensa situación de enfrentamiento interétnico en Osetia del Sur y en Abjasia.
La guerra entre nacionales de Azerbaiján y Armenia afecta igualmente a su desarrollo económico. En general, los problemas de reorganización del antiguo espacio económico soviético afectan a todas las repúblicas, incluyendo a Kasajstán, república asiática poseedora de enormes yacimientos petroleros, tanto como de carbón, oro, uranio y metales no ferrosos.