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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

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  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

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  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



    En el recuadro ingresa la url de la imagen:









    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
    Widget 1 Widget 2 Widget 3
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    Widget 7














































































































    NO SÉ SI VOLVERÉ A VERTE (Corín Tellado)

    Publicado en septiembre 29, 2013

    Argumento:


    Tres meses antes de casarse, cuando todo les sonreía, un accidente laboral le dejó sin vista. Chema, ingeniero de Caminos, no quería ser un peso muerto en la vida de Nina y prefirió «eliminarse» para que ella se alejara y se sintiera libre. Ella marchó a Londres. Él, tras una odisea de clínicas e intentos, al fin recuperó la vista. Tres años después, ella regresa a la ciudad, aunque casada…


    Capítulo 1



    Nina Vigil recibió la noticia de boca de su propio hermano. Fue tan grande la impresión, que, de donde estaba de pie, pegada al mostrador donde Tony manipulaba en las probetas, cayó sentada en la primera banqueta que encontró. Y la tenía allí mismo. Tony acababa de dejarla para ir a buscar un ácido a la vitrina.
    —Los papás ya lo saben —dijo éste con sordo acento—. Y como no quieren decírtelo, te lo estoy diciendo yo. Y no porque ellos me lo hayan pedido. Pero vivir en engaño es una soberana estupidez. Además hermana es mi mejor amigo, y tú eres mi hermana.

    Nina estaba tan sumamente callada, que Tony, sin moverse y manipulando aun en la probeta que levantaba para ver mejor su contenido parduzco, giró la cara.
    —¡Nina!

    La joven se quedó muy impresionada; tanto, que su hermano dejó lo que estaba haciendo y se acercó a ella. La sujetó por los hombros.
    —No suponíamos, Nina, ¿entiendes? Ni su madre ni nuestros padres, y menos aún los médicos, esperaban ese resultado. Por favor, di algo; no me mires con esos ojos secos inmóviles.

    Nina no podía abrir los labios. Lo intentaba, pero, según se abrían, se volvían a cerrar con desesperación.
    —Hay que resignarse, Nina. Eso no es definitivo, pero, de momento, es así. ¿Entiendes? Así…

    Nina se desprendió de las manos de Tony y buscó un cigarrillo e n el bolsillo de su camisa a rayas.

    Tony le dio lumbre. Observó que los dedos femeninos que sujetaban el cigarrillo temblaban perceptiblemente.
    —Nina, no podía callármelo. Un día u otro, y además muy pronto, lo tendrías que saber. A Chema se lo han dicho esta mañana. Merche, su madre, también lo sabe.
    —Menos yo… todos.
    —Nadie se atrevía. Yo decidí que no te tendría más tiempo engañada. Eh, ¿adónde vas?

    Y fue tras ella, que se marchaba fumando, como si fuese una estatua.

    La sujetó por un codo y la retuvo.
    —Oye, si vas a llorar, y lo necesitas, hazlo aquí.

    Nina lloraba por cosas triviales, pero por las serias no era capaz de hacerlo. Ojalá pudiera. Se hubiera desahogado rápidamente.

    Tony sabía eso, como sabía que Nina era una chica sensible y enamorada.

    Tenía veintidós años. No era una cría. Tiempo atrás, una chica, a los veintidós años, estaba aún en las faldas de su madre. Pero, ahora, una chica a esta edad es una mujer, máxime teniendo un novio como Chema, de veintiocho.

    Por otra parte, pensaba Tony, que sujetaba aún a su hermana, de espaldas a él, ésta llevaba tres años de relaciones con Chema.

    Él era amigo de Chema de toda la vida. Fueron juntos al parvulario, después hicieron el bachillerato, y si bien en cierto modo les separaron los diferentes estudios universitarios, jamás, en Madrid, dejaron de verse. Terminaron, al fin, por ocupar el mismo piso, compartido con otros dos compañeros.
    —Nina, hay que ser fuerte. Y tú lo eres.

    Una cosa era ser fuerte, y otra saber que cuanto decía Tony era irreversible. Porque si Tony la conocía a ella, ella conocía a Tony y sabía que no le daría aquella noticia si no estuviera plenamente seguro de lo que decía.
    —Me voy a casa —le oyó decir con acento hueco.
    —Nina… estás bien aquí en el laboratorio. Te estoy hablando con sinceridad. Estoy tratando de que el golpe sea menos duro…

    Se volvió al fin.

    Sus ojos verdes despedían llamaradas.
    —¿Menos duro? ¿No te das cuenta de que toda mi vida se está desmoronando en un segundo?
    —¿Y preferías que me callase?
    —No —su voz se apaciguó, pero el desgarro íntimo se apreciaba fácilmente—. No. Sería una tontería.

    Logro desprenderse de la férrea mano que la sujetaba y salió del laboratorio a toda prisa. Tony quedó de pie en la puerta y vio cómo Nina se perdía a paso ligero, casi corriendo, en la perfumería de sus padres, ubicada al lado del laboratorio.

    Había clientes en la perfumería.

    Habitualmente, Rufo y Raquel, con la ayuda de dos dependientes y un encargado, atendían personalmente el negocio de superlujo. Allí, además de grandes escaparates, no había más que exclusivas. Perfumes carísimos, aguas de baño, bisutería cara… y todo lo que abarca una perfumería de lo más elegante y depurado.

    Vieron entrar a Nina. Rufo miró a su mujer significativamente. Había varios clientes. Raquel dejó al que atendía, pidiéndole perdón, y se fue al interior de la tienda.

    Por la escalera interior, Nina subió al piso.

    Raquel no dudó en seguirla. Si Nina tenía aquella expresión contraída y venía del laboratorio de Tony, había que suponer que su hermano se lo había dicho.

    Era una desgracia terrible, ya lo sabía, pero peor sería para Chema. Nina tenía que hacerse cargo de la realidad y aceptarla, mal que le pesara.

    Desembocó en el amplio y lujoso piso cuando Nina se cerraba en su alcoba.

    Inés, que andaba por allí limpiando, con un delantal blanco, dijo, asombrada:
    —Es la primera vez que Nina no me saluda. Señora, presiento que ya sabe lo del señorito Chema.

    Raquel asintió y caminó aprisa, dentro de su vestido de seda natural y sus zapatos de medio tacón, con su aire casi juvenil y su aspecto de lo más distinguido.

    Tocó en la puerta del cuarto de su hija y, como nadie le respondía, intentó abrir.

    Se había cerrado por dentro.

    Inés, desde el fondo del pasillo, aún con el plumero en ristre, aguardaba.

    Raquel le hizo una seña y la servidora se escurrió hacia el salón.
    —Nina —la voz de Raquel cobró una fuerza rara—, si no abres llamo a tu padre, y ten por seguro que derribará la puerta.
    —Necesito estar sola —dijo la voz hueca de Nina—. Por favor, déjame.
    —En la vida hay momentos en que la soledad es perjudicial, Nina. Soy tu madre, y sabes que si me lo callé ha sido por evitarte el tremendo disgusto y la pena tan grande que sé que sientes. Lo hemos discutido mucho tu padre y yo antes que el mismo Tony lo supiera. No debimos decirle nada a tu hermano, pero, al fin y al cabo, el asunto no tenía espera; pronto sería del dominio público.
    —Te digo que no tengo nada contra ti, mamá, ni contra papá ni contra Tony —dijo Nina desde dentro, con voz desgarrada—. La tengo contra la vida, contra el destino, contra todo lo que me ha llevado a esta situación, pero aún más siento el horror de Chema. ¿Entiendes? Ahora déjame estar sola. Necesito pensar.
    —Una persona trastornada por una inesperada noticia no puede estar sola, Nina. Una madre es necesaria en tales casos.

    Nina no abrió. Las súplicas de su madre se perdieron en el más absoluto vacío.

    Entonces Raquel descendió de nuevo hacia la perfumería y advirtió a su marido.

    Afortunadamente era la hora de cerrar. Tony entraba ya sin su bata blanca, y él mismo, en silencio, comprendiendo lo que sucedía, cerró la puerta y puso el cartelito de «Cerrado».
    —Tony —dijo Rufo con angustia—, pudiste esperar un poco más.

    Tony se dejó caer en una silla y lanzó sobre sus padres una mirada desesperada.
    —Tenía que saberlo. Aun cuando Chema lo ignorase… pero Chema lo sabe ya, y se lo diría a Nina esta tarde cuando fuera a verle. ¿No lo comprendéis? Mejor que la pena la sufra ahora, que se desahogue, si puede, y en vez de ser una inquietud para Chema, por lo menos, en parte, que le sirva de consuelo.

    Capítulo 2



    Los padres se miraron entre sí con extrañeza.
    —¿Nina un consuelo para Chema, Tony?
    —Sí, papá. No creo que el resultado cambie en nada la forma de sentir y de pensar de Nina.

    Raquel dio un paso al frente.

    Adoraba a su hija, y le parecía bien que fuese novia de Chema, pero… las cosas habían cambiado.

    Tony podía ser un soñador; ellos, desde luego, ni por sus años, ni por sus vivencias y sus luchas, eran unos idealistas, sino todo lo contrario.
    —No pensarás que Nina y Chema, después de saber lo que sabemos…
    —Mamá, mira bien lo que dices.
    —Un momento, Tony, un momento —le atajó el padre—. Que nos entendamos. ¿Estás hablando de ti o por tu hermana?
    —Estoy hablando con la razón, el amor y el deber.
    —Oh… —se lamentó Raquel—, tú eres un soñador.
    —Yo soy un hombre honrado, mamá.
    —Hijo —intervino de nuevo el padre—, que la honradez nada tiene que ver con todo esto.
    —¿Qué es entonces la honradez, papá?
    —Ser justo, ser flexible y ser un hombre. Una persona. Pero que una vida entera se sacrifique por lo que tú llamas honradez y un amor se mantenga de ese modo, quítatelo de la cabeza. Y no ya por Nina: por tu amigo, el pobre Chema. Tarde o temprano la cosa no marcharía. ¿Cómo puede marchar? Tu hermana es demasiado joven, y cargar toda su vida con un marido ciego, me parece demasiado.
    —¿Ha dicho eso Nina? —preguntó Tony apaciguándose.
    —No. Pero… lo dirá, lo pensará.
    —Será mejor que subamos a casa y que hablemos con ella. La única que puede decir aquí lo que hará será ella.
    —Te olvidas de que, como padres, tenemos el deber de aconsejarle.
    —Mamá, que seas sensible y noble y digas eso…
    —No vivimos de novelerías, Tony —adujo el padre, tomando la palabra a su mujer—. Hay que sentir el suelo bajo los pies, y evidentemente tu madre y yo hablamos de ello. No vamos a impedirlo, desde luego, pero tenemos todo el deber del mundo de darle nuestro parecer.
    —Lo mejor es que sea Nina quien decida.
    —Es que Nina es muy joven y no sabe aún lo que quiere.
    —Papá —la voz de Tony volvió a elevarse, indignada—. Ni Nina es una niña ni ignora lo que quiere. No sé aún lo que pensará, pues cuando se lo dije ni siquiera parpadeó. Y se fue de mi lado sin casi decir palabra. Pero el asunto, penséis lo que penséis los dos, no es cosa vuestra. Es cosa de Chema y ella.
    —Chema, si tiene sentido común, cortará esas relaciones.
    —¿Es eso lo que vosotros deseáis, mamá?
    —Es lo humano. Sacrificar toda la vida de una joven por algo que no tiene arreglo…
    —Será mejor subir —atajó Tony.
    —Mira, Tony —iba diciendo el padre con suma lentitud, mientras ascendía por la escalera interior—, tú eres un joven impetuoso. Eres, además, íntimo de Chema. Siento lo que le ocurre a tu amigo como si le ocurriera a un hijo. Nada mejor deseaba para mi hija que un tipo formidable como Chema, pero…
    —Pero ahora es un ciego. ¿No es eso?
    —Tú comprende…
    —Yo sólo comprendo que, si tengo una novia tres años y me deja por quedarme ciego, me mato. ¿Queréis que Chema se mate? ¿Si a Chema le falta Nina, qué le queda?
    —Su madre —adujo Raquel aún, con voz temblorosa.

    Tony se giró en mitad de la escalera. Iba el primero; sus padres le seguían.

    Lanzó sobre ellos una mirada desesperada.
    —El cariño de una madre, mamá, no se puede comparar al de una novia que has cortejado tres años y a la que quieres y con la cual tienes ya muchos recuerdos en común. Merche se desvelará por su hijo —añadió con suavidad, como si admirara mucho a la madre ausente—. De eso doy fe. Vosotros poseíais un negocio floreciente, y pagarme a mí los estudios en Madrid no os costó sacrificio alguno. Pero ser la viuda de un alto mando del ejército con la exigua paga que antes tenían los militares y mantener un hijo en Madrid estudiando ingeniería no es tan fácil. Y ella lo hizo. Pero ella no es el amor de Chema. Es su madre. Y él la admira, la respeta y la quiere, y encima le agradece lo que hizo por él para convertirlo en un hombre de provecho, pero sólo eso, ¿no es así? Pregúntale a papá, querida mama, a quién quiso más, si a su madre o a ti, que eres su mujer.
    —Si desorbitamos las cosas hasta ese extremo —dijo el padre algo acogotado—, no vamos a ninguna parte. Una madre con pocos recursos tiene el deber de multiplicarlos para ayudar a su hijo.
    —Pues yo veo muchas madres como ella que viven de recuerdos del pasado y les importa un pito el porvenir de sus hijos.

    Dicho esto, subió los escalones que le faltaban para desembocar en la casa.


    Inés corrió hacia ellos sofocada.

    Ya no llevaba el enorme delantal puesto, sino un delantalito blanco pequeño con los bordes rizados, lo que indicaba que tenía puesta la mesa para almorzar y que esperaba por ellos.

    Pero en la crispada cara de Inés apreciaron los tres que algo desusado ocurría.

    Fue Raquel, intuitiva, quien avanzó hacia ella.
    —Inés, ¿Nina?
    —Se ha ido.
    —¿Cómo?
    —Por la puerta principal.
    —Al sanatorio —dijo Tony.

    Y se dispuso a ir tras ella.

    Pero el padre lo sujetó de un brazo.
    —Déjala, Tony. El problema, al fin y al cabo, por mucho que nos apena, es de ella; no nuestro. Nina es impulsiva, y por introvertida que parezca, sabe siempre lo que debe hacer, aunque en este caso —meneó la cabeza—, me temo que no lo sepa demasiado bien y la pena le aconseje una estupidez.
    —¿Estupidez ir a ver a un novio con el cual pensaba casarse este año?
    —Tony, no volvamos a desorbitar las cosas.
    —Lo siento por vosotros, papá, pero ahora mismo voy detrás de Nina. Además de ser mi hermana y comprender su dolor, soy amigo de Chema. Y quiero estar a su lado cuando se vean.
    —Eso de verse…
    —Mamá, no hagas un chiste ahora, porque sería de muy mal gusto.

    Raquel lo sabía.

    Por eso se mordió los labios.
    —Iba muy pálida —dijo Inés, acongojada—, y muy resuelta al mismo tiempo, y seguidamente, como cumpliendo un deber que le dolía, añadió—: La comida está lista, y la mesa puesta.

    Por lo menos apreció en la familia falta de apetito y un silencio absoluto a su invitación.

    Fue el señor quien lo dijo.
    —Luego, Inés. Ahora no podríamos.

    Inés se retiró discretamente, y los tres miembros de la familia pasaron al amplio salón. Tony cerró las puertas correderas del comedor y se miraron unos a otros.
    —Pienso que debes ir, Tony —dijo Raquel, angustiada—. Una cosa es que nosotros demos nuestro parecer en este asunto, que no pasa de ser un parecer realista, y otro que dejemos sola a Nina con su problema.
    —Merche —añadió el padre, tras la pausa de su mujer—, vino esta mañana a vernos. Nada más abrir la perfumería, apareció. Nos pidió que Nina no fuese a ver a Chema.
    —¿Y por qué?
    —Chema prefiere estar solo estos días. Dice que no asimila lo sucedido y que prefiere reflexionar.
    —De todos modos, Chema ha de suponer que Nina no iba a quedarse quieta.
    —Sí, sí, Tony. Pero es que Merche añadió que no le dijéramos nada aún. Al fin y al cabo, Chema tiene puestas las vendas, y sólo él, nosotros, su madre y los médicos conocen el resultado de la operación. Se conoce que Chema no lo ha aceptado aún, y pretende serenarse.
    —Chema es un hombre con todas las de la ley, papá. Lo conozco bien. Mucho mejor que vosotros. He vivido con él toda la vida. He sido niño con él, adolescente, y después hombre hecho y derecho.

    Rufo se dirigió al bar y sacó vasos y una botella.
    —¿Un Martini, Tony?
    —No.
    —¿Raquel?
    —No, Rufo.

    El marido se lo sirvió para sí. Le añadió, sacándolos de un cubo, dos cubitos de hielo, que removió rítmicamente.

    Por supuesto, su corazón no iba al mismo ritmo.

    Una cosa era la sensatez y la realidad; otra, el amor. Él lo sabía, como sabía que Nina se casaría con Chema contra viento y marea, lo cual, también sabía él, a la larga le pesaría.

    Capítulo 3



    Chema —empezó a decir con lentitud—, siempre fue un chico estudioso, formal y noble. Yo no estoy discutiendo eso, Tony. Líbreme Dios. Siempre estuve de acuerdo con esas relaciones. El día que acompañamos a Nina a ver cómo jurabais bandera los dos, en las milicias, ten por seguro que nada más lejos de nuestro pensamiento que ella y Chema se enamoraran. En realidad ignorábamos que tu amigo estuviera también haciendo el servicio militar. Sin embargo, al verle hecho un hombre y con la carrera de ingeniería terminada y siendo aún tu amigo, lo recordamos perfectamente de cuando venía a buscarte para ir al colegio —bebió un sorbo, sin que ni su mujer ni su hijo lo interrumpieran—. Evidentemente, el hecho de que Nina y Chema simpatizaran no nos disgustó. Muy al contrario, cuando nos presentaste a su madre, que también estaba allí, como recordarás, nosotros mismos la trajimos en el coche de regreso a la ciudad, satisfechos de conocer a la madre de tu amigo y serle útil.
    —¿Adónde vas a parar, papá?
    —No lo sé. Estoy reflexionando en voz alta. Lo necesito para aclarar mis propias ideas. Deja a Nina que se entreviste con Chema en el sanatorio y que se digan ambos lo que proceda. Pero, entretanto, yo quisiera pensar en el pasado y en el futuro, y se me antoja que el futuro es más importante que el pasado, y hasta que el presente.
    —Los sentimientos…
    —Yo no estoy en contra de ellos, Tony. Me parece perfecto que Nina corra al lado de su novio. Pero mi visión del futuro es más amplia, y tengo el deber de analizarlo como persona madura que ha pasado por demasiadas cosas. Si piensas que mi postura es egoísta, te equivocas. Es, más bien, precavida. Yo no voy a ir, ni tu madre, aquí presente, tampoco, en contra de lo que Nina haga, pero sí que, como padres, tenemos el deber de orientarla sobre cuánto puede ocurrir.
    —¿Y si no ocurre nada?
    —Siempre tiene que ocurrir algo en una pareja tan desigual. ¿No has pensado en eso, Tony?
    —No, mama.
    —Es que eres demasiado joven —adujo el padre con lentitud y comprensión. En la vida todo te ha ido bien. Fuiste un niño feliz, un adolescente acomodado y, por tanto, dichoso. Un estudiante al que nunca le faltó nada. Un hombre que, al terminar la carrera de química hizo la especialidad en el extranjero y montó su propio laboratorio, y, tiene más clientes de los que necesita. Eres, pues, independiente. Como ves, la vida no te enseñó su cara mala, pero yo te digo que la tiene. Y, si quieres, te refresco la memoria.
    —¿Con respecto a vosotros dos?
    —Pudiera ser una forma de hacerlo.

    Tony dio una patada en el suelo.
    —Si me vas a decir que tú y mamá, cuando os casasteis, teníais un puesto de periódicos en un barrio, ya lo sé.
    —Para llegar después a tener una perfumería en el mismo barrio dijo la madre con súbita energía—, pasamos mil apuros, y hasta hemos evitado los hijos a nuestra manera, no a la manera fácil de hoy cuando decidimos tenerte a ti, ten por seguro que ya empezábamos, después de miles de penurias y necesidades, en una perfumería más céntrica.
    —No añadas que, cuando yo tenía un año escaso, pedisteis un préstamo que os costó un ojo de la cara pagarlo, para mantenerlo en el mismo centro y a todo lujo, porque eso también lo sé.
    —Pero tal vez ignoras que, para alcanzar la absoluta propiedad de la perfumería que tenemos hoy, pasamos noches en blanco y noches sin comer. Eso hoy parece una estupidez, pero, cuando se pasa, es una tragedia. Afortunadamente, tú, de eso, no sabes nada, Tony, lo cual celebramos.
    —¿Y qué tiene que ver eso con lo que les ocurre a Nina y a Chema?
    —Según se mire, mucho. Y te lo voy a explicar —bebió otro sorbo y removió el vaso de nuevo—. Las cosas hechas impulsivamente pueden salir bien, o pueden salir mal. Lo mejor es reflexionarlas antes. De momento, Chema y Nina se podrían casar. Nina puede querer a Chema hasta el extremo de casarse con él siendo ciego. No vamos a entrar en el detalle de que lo haga o no, ni de que nosotros estemos de acuerdo o no. Entremos sólo en el futuro. El mismo Chema adquirirá complejos que no tiene. Se desesperará viéndose inútil, y todo ello puede desatar una guerra sorda entre los dos. Y amargará sus vidas y su felicidad.


    Se sentó.

    Miró al frente. Su mujer lo escuchaba sin parpadear. Tony se había dejado caer en el borde del brazo de un sillón.

    Sólo el padre hablaba, y lo hacía cuidadoso y analítico.
    —Hemos de tener muy en cuenta que Chema es ingeniero de caminos. Que se siente orgulloso de serlo. Que tienen, ambos, comprado un piso, que amueblaron entre los dos. Que la boda estaba acordada para dentro de tres meses… también hemos de tener en cuenta que la madre de Chema, con mucha vista y con muy buen juicio, había decidido quedarse a vivir sola, como siempre ha vivido, en realidad. Ahora, su paga como viuda de un general es espléndida y no necesita de nadie para vivir. Otras madres menos comprensivas no hubieran actuado así, pero Merche, de hecho, no quería irse a vivir con la pareja, lo cual es de un gusto exquisito y de una cordura nada corriente.
    —Papá, ¿adónde vas a parar?
    —No lo sé, Tony. Estoy mirando la vida objetivamente. Nunca seré subjetivo, porque la realidad se impone a las fantasías. Tu amigo estaba feliz, no sólo con su noviazgo con Nina, a quien nos consta que quería de verdad, sino con su carrera y el desempeño de ésta. Pero la desgracia acecha en cualquier parte, y una grúa en plena carretera pilló debajo al ingeniero, y éste resultó ser Chema. ¿Consecuencias? Muy graves. Pero las ha superado. Sin embargo, nadie esperaba que el mayor peligro estuviera en los ojos. Pero ahí tienes el resultado. De momento, ciego. No definitivamente, según los médicos, aunque ahora, según se presentan las cosas, sí. ¿Cuántas operaciones necesitará Chema para volver a ver? Eso es lo desconcertante, la propia incógnita. La sensatez impone prudencia y tregua. Nina no necesita casarse ya, sólo porque sí, porque iba a hacerlo. Sería peor mañana el amor. Un tipo como Chema no se resigna, aunque aguante el chaparrón con estoicismo aparente, porque la marea anda revuelta por dentro. ¿Quién sufrirá las consecuencias de sus depresiones? ¿Quién soportará los silencios cerrados de Chema ante una impotencia que no puede salvar su energía vital? Nina. ¿Quien se va muriendo en desilusiones? Nina. Porque Chema, Tony, porque para todos esos efectos, ya está muerto.
    —¡Papa!
    —Muerto. Un hombre de su vitalidad condenado a la absoluta impotencia no se soporta, y Chema llegará a no soportarse a sí mismo. No, no me digas que la paciencia, el amor, la perseverancia… todo eso es muy bonito, y suena de maravilla. Pero, repito, la realidad es muy distinta.
    —No se puede ser tan realista, papá.
    —Mira, Tony, tú no sabes nada de la vida. Tu madre y yo, en muchas penurias pasadas, estuvimos dispuestos, más de una vez, a irnos cada uno por nuestro lado. No lo hicimos porque existías tú… por eso tardamos seis años en tener a Nina. No fuimos por ella, porque entendimos que los terceros no tenían la culpa de nuestras desesperanzas, y lo que ellas implicaban… te digo esto para indicarte que la desesperación mata el amor, la ilusión, la felicidad…
    —Pero vosotros estáis ahí, y sois ricos y felices.
    —Ahora —cortó el padre, bebiendo lo último que quedaba en el vaso—. Pero, para llegar a este status social y económico, hemos luchado mucho, y por eso anteponemos la realidad a cualquier fantasía por bonita que sea. Te diré más. Si algo destruye el amor es el silencio, la falta de comunicación. Chema jamás será el mismo hombre, y su amargura puede convertir su unión con Nina en algo terriblemente penoso. Y no ya para Nina sólo, sino para él mismo. Si Chema es como yo supongo, no querrá casarse.
    —Pero…
    —No me mires así. Piensa en ti mismo. De tener novia y amarla, ¿tolerarías que se casara contigo estando ciego?

    Tony se llevó los dedos al pelo.
    —Iré a ver si encuentro a Nina.
    —Piensa mucho en todo lo que hemos hablado, Tony. Y piensa que no lo decimos sólo por Nina, sino por Chema y por todo el complejo que, para un tipo vital como él, puede significar esta situación, y más aún en el futuro.

    Cuando Tony se fue, Raquel dijo quedamente:
    —No debimos ser tan duros, Rufo.
    —Es que no veo cómo podemos ser, Raquel. La realidad se impone, y uno tiene que ser realista, porque de esas realidades vivió. Las demagogias déjalas para los políticos soñadores, que, además, aunque no lo sean, necesitan hacer ver al pueblo que lo son y que las ilusiones nunca mueren. Y todo se muere, Raquel, hasta las más vivas ilusiones.
    —Vamos a comer, Rufo. O, por lo menos, a intentarlo. La perfumería no espera. Y, mal que nos pese, hemos de bajar.
    —Ésa, ésa es la realidad —apuntó el marido, yendo con ella hacia el comedor.

    Capítulo 4



    Silenciosamente, sabiendo lo que ocurría y viviéndolo como ellos, aunque de otro modo, Inés sirvió el café. Casi al mismo tiempo, sonó el timbre de la puerta.
    —Yo iré, Inés —dijo Raquel con aquel aire suyo elegante, pero algo amargo—. Tú, termina de servir el café.

    Tomó a Inés a su servicio, años antes, cuando ya poseían aquella tienda de lujo y Tony empezaba a necesitar el parvulario y nació Nina.

    Desde entonces, Inés, más que sirviente, era un miembro de la familia.

    Raquel abrió y se encontró con Merche.
    —Pasa —dijo sin asombrarse—, pasa. Tomaremos un poco de café.
    —He venido ahora porque me llaman del sanatorio.
    —Por favor, Mercedes —dijo Raquel, asiéndola por un codo—. No llores así.
    —Si pudiera remediarlo… toda mi vida luchando por hacerlo un hombre de bien…
    —Y lo has conseguido.
    —¿Quién es, Raquel?

    No respondió ésta, porque entraban las dos en el comedor. Rufo se levantó con presteza.
    —¡Mercedes!
    —Se lo habéis dicho a Nina.
    —Fue Tony, Mercedes. Ya sabes lo que quiere a tu hijo y lo que quiere a su hermana. Pensó que callarlo más tiempo era una tontería.
    —Nina tenía que saberlo. Además, como va todos los días al sanatorio, hoy mismo lo tendría que saber.
    —No —dijo Merche, sentándose y secando su llanto—. No lo iba a saber, porque los médicos, que son amigos de Chema, le hubieran dicho hoy que, debido a una transfusión, estaba recluido y no recibía visitas.

    Rufo le sirvió café.
    —Toma y cálmate, Merche.

    Era una dama elegante. De planta arrogante, pero dolida y amargada. Sus cabellos grises denotaban a una mujer que sufrió lo suyo, pues, si bien su cara tenía pocas arrugas, en torno de los ojos se apreciaban ojeras.

    Vestía de oscuro.

    Tenía las manos finas, y su voz era educadísima.

    Se notaba que siempre vivió en un ambiente refinado y que, para sostenerlo, debió de sufrir lo suyo.
    —No tomo café, Rufo —dijo—. Me pondría más nerviosa. Como os decía, me llamó ahora mismo Pablo Lafuente. Ya sabéis lo amigo que es de Chema y Tony. Estudiaron juntos y compartieron el mismo piso en Madrid al final de la carrera. Nina está en la antesala, y no le dejan entrar, pero ella se empeña, y Chema dice que necesita unos días para hacerse a la idea, para reflexionar.
    —No te preocupes —dijo Rufo, comprensivo—. Tony fue a buscar a Nina.
    —Pero es que Nina no quiere dejar el sanatorio sin ver a Chema.
    —Y tu hijo…
    —De momento, no puede. Dice que tiene que hacerse a la idea…
    —Tony convencerá a Nina —dijo Raquel sin convicción—. Esperemos eso, al menos.
    —Yo quería hablaros de ellos dos.
    —¿De Chema y de Nina?
    —Sí. Creo que se impone ser realista.

    Por eso la querían, porque Merche sabía de duras realidades y comprendería sus puntos de vista, y quizás los compartiera.
    —Toma café y hablemos. Raquel, tú ve y llama a Matías, el encargado. Dile que tardaremos en bajar.

    Raquel hizo lo que le pedía su marido. Regresó en seguida.
    —No te preocupes. Matías lo entiende. Además, a estas horas, nadie en la capital ignora lo que pasa, porque tanto Chema como Nina son muy conocidos.


    Merche no tomó el café; aunque ni cuenta se dio de que Rufo se lo servía.

    Sentada en el comedor ante la mesa, apoyó los brazos cruzados en el borde.

    Yo no sé lo que vosotros pensaréis de la boda que se iba a celebrar dentro de tres meses.
    —Pensamos, Merche —dijo Rufo—. Dinos qué piensas tú.
    —Yo creo que debe posponerse. No sé si Nina lo aceptará, pero me parece que Chema también piensa lo mismo. No es que me haya dicho nada. No. Chema recibió la noticia aparentemente tranquilo. La procesión andará por dentro. Es duro. ¡Tremendamente duro verse así después de saberse seguro en un puesto de responsabilidad! Además, ya sabéis lo que le costó alcanzarlo. El trazado de esa carretera le llevó noches y días en vela. Eligieron su proyecto entre cientos…
    —Sabemos todo eso, Merche.
    —Es que un hombre como Chema no se va a resignar. Hará como que se resigna. Yo lo conozco bien. Pero dentro de sí hay una rebeldía insufrible, indescriptible.
    —Pero lo que sucede no es definitivo.
    —No, Raquel, ya sé. Pero tampoco te olvides de las veces que tendrá que ir a Barcelona y las operaciones que sufrirá antes de llegar a ver, si es que realmente llega a ver, porque eso nadie lo aseguró. A otro enfermo cualquiera no se le dan demasiadas explicaciones. Chema las quiso todas cuando se dio cuenta de que, tras quitarle el vendaje, no veía y, tras la segunda operación, tampoco.
    —Nina no sabe lo de las operaciones, Merche.
    —No lo sabía, Rufo. Ahora lo sabe todo, porque Pablo se vio obligado a decírselo para que entendiera las causas por las cuales no podía pasar.
    —Ya.
    —Sé lo mucho que Nina ama a Chema, y cómo él le corresponde, pero se obliga una tregua.
    —Tony dice que estamos locos.
    —Es decir, que pensáis como yo.
    —Pues sí.
    —Se destrozarían el uno al otro —dijo Merche con desesperación—. Sería peor el remedio que la enfermedad. Y destruirían también lo mejor que los dos tienen.
    —¿Y qué podemos hacer? Nina es mayor de edad.
    —Nina ha pasado algunos veranos en Londres o en París. Que se marche.

    Los padres se miraron.

    No podían tomar a mal las expresiones rotundas de Merche.

    La conocían.

    En aquel caso concreto suponían, y suponían bien, que lo hacía por el amor de los dos muchachos.
    —Todos estos últimos años —siguió Merche, sin duda con su idea—, Nina se fue a estudiar a Londres. O a París. Pero frecuenta más Londres, por su carrera de filología inglesa. Por tanto, un verano allí, una vez más…
    —Eso tendrá que decidirlo ella, Merche, y se nos antoja que no lo decidirá así.
    —Tal vez vosotros podáis influir.
    —¿Nosotros? Nina es autónoma, independiente. Ellos habían decidido casarse este mismo verano. Está comenzando, y en agosto pensaban casarse, tomar Chema el permiso e irse a Londres un mes.
    —Todo eso lo sé. Pero no sé cómo vamos a evitarlo.
    —Tú tienes el mismo miedo que nosotros, Merche.
    —No sé qué miedo os acucia, pero el mío lo tengo claro. Un hombre con toda su vitalidad no soportará su ceguera. ¿Quién se destrozará? Él, y de paso ella. No se darán cuenta, pero ocurrirá así.
    —La experiencia nos abre los ojos, mi querida amiga.
    —Tony no piensa así, ¿verdad?
    —No. Ni sabemos si lo pensará Nina. Todo es cuestión de cómo lo enfoque Chema.
    —Pablo me pidió que fuera a ver a Chema, pero mientras esté Nina allí, no podré, porque ella querrá entrar conmigo.
    —Pues espera aquí a que regrese Nina con Tony.
    —¿No sería mejor que fuéramos tú y yo a buscarlos, Rufo?

    Éste se levantó.
    —Tengo el coche aquí delante de la tienda. Vamos, Merche. Y gracias por tu comprensión. Se impone una espera, y Nina debe aceptarla.

    Capítulo 5



    Pablo miró a Tony significativamente.

    Nina no lloraba, que era lo peor que podía ocurrirle, cuando tanto Pablo como Tony sabían que lloraba por cualquier trivialidad.

    Aquel asunto era muy serio.

    Pero Pablo conocía perfectamente a Chema y sabía que lo que había decidido era lo normal.
    —De momento, es imposible, Nina. ¿No lo entiendes?

    Nina no entendía.

    Era una chica lindísima. Morena, de cabellos negros lacios, bastante largos; ojos verdes; esbelta; joven, parecía más joven de lo que era en realidad, pero con la expresión madura en la hondura de sus ojos.

    En aquel instante vestía unos pantalones azules, con bolsillos ladeados, y las perneras, estrechas, un poco más arriba del tobillo. Una simple camisa haciendo juego, y un cinturón que le ceñía la breve cintura.

    Calzaba mocasines planos, con un solo lazo en medio.

    Parecía una niña, pero ella sabía que era mujer.

    La mujer que hizo Chema para él.

    Su único novio.

    Empezó con él cuando tenía diecinueve años.

    Sabían demasiadas cosas uno del otro, y aquel piso que iban a compartir, decorado con toda coquetería, también sabía de sus intimidades apasionantes.

    ¿Cómo podían impedirle que entrara?

    Había estado allí desde que Chema sufrió el accidente.

    Cuando él estaba en cuidados intensivos, ella se pasó con la cara pegada al cristal días y horas.

    Ahora que ya todo iba bien, aquella horrenda noticia.

    ¿Dejarlo solo?
    —Pero si es él quien ha decidido no verte de momento, Nina —insistió Pablo.
    —No verme. ¿Es eso una ironía, Pablo?
    —Bueno, ha decidido no recibir a nadie.
    —Yo no soy nadie.
    —No hizo distingos en esa cuestión —dijo Pablo secamente—, y como médico te prohíbo que entres. Es más, no vas a entrar, porque, de hacerlo, te toparías con otros enfermos en ese cuarto.
    —Necesito verle ahora, ¿comprendes?
    —Vamos, Nina. Ya estás oyendo. De momento, Chema necesita reflexionar.
    —¿Solo? ¿Y por qué no conmigo?

    Pablo se había retirado. Volvió con un vaso lleno de algo que parecía agua.
    —Bebe esto, Nina. Lo necesitas.

    Tony lanzó una mirada sobre su amigo, y Pablo hizo un signo afirmativo.

    Nina, ajena a todo, tomó aquel brebaje.
    —Ahora —dijo Pablo—, te irás. Serás buenecita. Cuando Chema decida, yo mismo te llamaré.

    Como Nina parecía mareada, Pablo dijo al oído de Tony:
    —Es de efectos rápidos. Llévala al coche. No se rebelará. Después, si quieres, vuelve solo.
    —¿Chema?
    —No quiere verla aún. Déjale pensar.
    —Pero, Nina…
    —Mírala; se está cayendo en tu hombro. Llévala al coche.
    —Chema estará destrozado.
    —Ya lo conoces. Lo más expresivo de su cara lo tiene tapado. De modo que no es fácil saber lo que está pensando, pero sin lugar a dudas lo está haciendo.
    —Dile que me llevo a Nina, pero que yo volveré.

    Cargó con la joven, y en la puerta del sanatorio se topó con Rufo y Merche.
    —¿Qué ha pasado, Tony? —se asustó el padre.
    —Pablo le ha dado algo. Se empeñaba en ver a Chema, pero él prefiere estar solo de momento.
    —Vete con él, Rufo. Yo iré a ver a Pablo.
    —De acuerdo.

    La besó en la mejilla siseando:
    —Gracias, Merche.
    —Ya os veré en otro momento.


    Al verla por los pasillos mirar aquí y allí y dirigirse a control, se adelantó Pablo.
    —Ven conmigo, Merche.

    Le pasó un brazo por los hombros.
    —Mi opinión no es suficiente, ¿sabes? He reunido al equipo y el jefe que es el que manda; piensa que debemos enviarlo a Barcelona lo antes posible.

    Como ya estaban en el despacho, la ayudó a sentarse.
    —He tenido que suministrarle a Nina un calmante.
    —Lo sé. La encontré al entrar.
    —Es una tragedia para los dos.
    —Para mí también, Pablo.
    —A ti ya te doy por descartada, mamita. ¿No era así como te llamábamos cuando nos hacías aquel chocolate con churros cuando éramos colegiales y llovía, y no nos apetecía salir?

    Ella sonrió tibiamente.
    —Chema está destrozado.
    —Mucho. Pero, como bien sabes, no se le nota.
    —¿Por qué no quiere ver a Nina? Tarde o temprano…
    —No lo sé.
    —Pero Nina le ama.
    —Y él a Nina.
    —¿Entonces?
    —Mira, los hombres, a veces, somos un misterio y, otras, libros abiertos en los que lee todo el mundo. Hasta la fecha, Chema fue de los últimos, pero ahora las cosas han cambiado para él. Es posible que no desee arrastrar a Nina a una oscuridad eterna. Para mí, tiene cura, pero… de momento no ve, y eso es tan obvio como que tú y yo estamos aquí, mamita.
    —¿No puedo verle yo?
    —Primero dijo que quería verte, y hace cosa de dos horas me llamó para decirme que no, que prefiere estar solo. Es más, para que nadie lo vea, lo hemos cambiado y no vamos a decir dónde está. Lo siento, pero, de momento, es Chema antes que nadie.
    —Sin embargo, Nina ha pasado muchos días junto a él.
    —Cuando no sabíamos aún el resultado de la operación.
    —¿Está deformado?
    —No, no. Lo exterior no tuvo mucha importancia. En principio pensamos que sería más, pero, como sabes, no fue casi nada. Lo esencial es la vista, y de eso nos dimos cuenta al final, después de la primera operación, porque no dio el resultado que se esperaba. Es por eso por lo que el equipo acordó enviarlo a Barcelona, intentarlo allí y que decidan los que saben más que nosotros. Todo esto es carísimo, pero tú, tranquila, porque la compañía se hace cargo de todos los gastos. A ellos les interesa Chema casi tanto como a nosotros, por otras causas, pero para ellos es igualmente un pilar profesional importante. Para decirte esto te he llamado, mamita. Yo sé que tú aguantarás sin ver a Chema y sé también que, antes de decidir su marcha, Chema te verá y verá a Nina.
    —Nina está destrozada.
    —Se irá haciendo a la idea.
    —¿Y de casarse?
    —¡Ah! —hizo un gesto vago—. Eso es cosa de ambos. Ni tú, ni yo, ni los Vigil podemos interceder, ni aprobar o rechazar. Son adultos, y como tales han de arreglar sus cosas.
    —Pero tú, conociendo tanto a Chema, sabes ya que no se casará. Condenaría a Nina a vivir con un ciego toda su existencia.
    —No creo que Chema se resigne, no. Es grave la situación, pero más grave en lo psíquico que en lo físico. Dejemos que Chema disponga de su propia vida, y, de paso, de la de Nina. Yo no sé aún cómo va a reaccionar. Está solo en un cuarto. En la sexta planta, y vigilado, aunque él no lo note. Siempre se teme que un hombre de éstos, impotente para soportar ciertas situaciones, haga una locura.
    —¿Qué debo hacer yo, Pablo?
    —Irte a casa, mamita, y esperar.
    —Una espera desesperada.
    —Sí, no cabe duda, pero mucho más desesperada será la de él. Entiende eso y confórmate.

    ¡Qué remedio le quedaba!

    Capítulo 6



    Era inútil hablarle.

    Ni siquiera estaba acostada. No lloraba y menos aún sollozaba.

    La perfumería, aquel día, había sido atendida por el personal subalterno, dado que ni Raquel ni Rufo, ni siquiera Tony, se habían movido del salón.

    Nina estaba allí, vestida aún con la misma ropa y rígida como una estatua.

    El que su padre hablara, le siguiera su madre y después Tony, de poco le servía.

    Conocía su situación, y amaba a Chema. Ciego, sin ojos, manco, sin pies, igual le amaba. Que nadie le hablara de dejar a Chema solo en aquella adversidad. Ni lo entendía ni quería oírlo por nada del inundo.

    Por supuesto que sus padres no se lo decían. La conocían demasiado para meterse en honduras. Además, Tony les había advertido: «Nada de decir cuánto pensáis del futuro. Que lo arreglen ella y Cherna. Vosotros no tenéis ningún derecho».

    En efecto.

    Dada la situación, de nada servían los consejos, y menos aún los que fueran en contra de unos sentimientos nobles y profundos como los de Nina.

    Sin embargo, sus frases de aliento tampoco surtían efecto. Por eso, pasada casi la media noche, Tony hubo de llamar de nuevo a Pablo, y éste le recomendó un sedante.
    «Mejor tenerla sedada, mientras no reaccione Chema».

    Tony preparó el sedante y se lo suministró a su hermana, más con el fin de llevarla al lecho y que descansara, que por dormir él y sus padres.

    Lo consiguió a los diez minutos.

    La estatua que parecía Nina, erguida en el sillón donde había caído y de donde no se había movido, torció la cabeza y abatió los párpados.

    Tony cargó con ella y le pidió a su madre que le siguiera.
    —No se despertará en horas, mamá. Desnúdala y que se quede ahí relajada. Quizá cuando despierte rompa a llorar. No lo entiendo. Una chica que llora por cualquier cosa, cuando tiene algo verdadero por qué hacerlo se queda con los ojos secos.
    —El dolor cierra el torrente de sus lágrimas, Tony.
    —Ponla cómoda.

    Y salió del cuarto de su hermana cerrando la puerta tras de sí.

    Se reunió con su padre en el salón.

    Inés revoloteaba todavía por allí. Eran casi las tres de la madrugada, pero es que el dolor de aquella familia era su propio dolor. Casi no habían comido ni cenado en absoluto.
    —Vete a descansar, Inés —le dijo Tony con ternura—. Nina duerme, y dormirá hasta bien entrada la mañana. Nosotros también necesitamos descansar. La vida sigue; por mucho que la gente se muera o reviente.

    Raquel retornó al rato.
    —Duerme profundamente.
    —La he sedado —dijo Tony—. Lo necesita. Son demasiadas horas en silencio, con el cerebro lleno de amargura.
    —Merche nos ha llamado —dijo Rufo—. Dice que Chema también se niega a verla a ella.
    —Iré yo.
    —Ahora no, Tony. Espera que sea de día. Pienso que, pese a todo y como tú bien dices, la vida sigue, y hay que descansar.

    Se fueron a la cama, y si bien no durmieron, por lo menos conversaron apaciblemente y descansaron en posición horizontal.


    A las nueve, Tony no abrió su laboratorio y se fue a la clínica. Pablo le había llamado momentos antes.

    No dijo a sus padres adónde iba, pero sí advirtió a Inés que le dijera a su madre que no permitiera que Nina saliera de casa hasta su regreso.
    —Suponiendo que se despierte pronto —añadió.

    Inés susurró:
    —Tony, ¿qué va a suceder ahora?
    —Ojala lo supiera. Cómo reaccionará Nina lo sabemos, pero cómo reaccionará Chema, no.
    —El amor…
    —El amor —le cortó Tony—, es, además de una bella fantasía, una horrible realidad a veces, Inés. Papá tiene razón. Me temo que la tenga.


    Pablo le esperaba en el control, con aire taciturno.
    —¿Qué sucede, Pablo?
    —Ven a mi despacho.
    —Algo malo, ¿no?
    —No lo sé. Los tres fuimos amigos siempre, y yo creía conocer a Chema, pero ya no estoy tan seguro. Pasa.

    Lo hizo. Cerró él mismo.
    —¿Por qué me dices eso?
    —Chema pide ver a tu hermana a solas.
    —¿Ahora?
    —Cuando sea. Lo antes posible.
    —¿Y a mí?
    —No dijo que no pasaras. Con su madre quiere hablar después de hacerlo con Nina.
    —Tú estás pensando algo, Pablo.
    —Bueno, dado el tipo de hombre que es Chema, me parece que ha pensado ya cuanto tenía que pensar y ha sacado su conclusión.
    —¿Y bien?
    —No lo sé. Pero me temo lo peor.
    —¿Que se mate?
    —No, no. No seas loco. Chema no se matará mientras tenga una esperanza de volver a ver, y ésta existe. Se irá a Barcelona uno de estos días. Quizá la semana próxima.
    —¿Solo?
    —Con su madre.

    Tony se desconcertó. Tanto es así, que se sujetó al respaldo de la silla que tenía a dos pasos.
    —¿Y Nina?
    —Eso es lo que te quería decir.
    —¿Lo sabe Merche?
    —No. Aún no la vio. La verá después de ver a Nina.
    —Iré yo a su cuarto, Pablo.
    —Me parece bien.
    —¿Qué esperas que descubra?
    —No lo sé. Yo no he descubierto más que una gran serenidad. Un grado exagerado de apaciguamiento.
    —Y supones que eso es malo.
    —Para el futuro, sí. El futuro referente a sus relaciones con Nina, se entiende.
    —Supongo que…
    —No me hagas suponer, Tony. Ve a verlo, y después ven a reunirte conmigo. Está en la seis cero seis de la sexta planta. Entra y dile que eres tú.
    —¿Su vida, por lo demás, es normal?
    —Totalmente. Las heridas han curado, los injertos han cicatrizado y en el rostro no tiene nada más que las vendas en los ojos, y eso porque él dijo que prefería tenerlas.
    —Ya.

    Tony se dirigió a la puerta.

    Pablo fumaba distraído, pero Tony no llegó a salir.

    Giró de súbito.
    —Pablo, cuando Chema quería ser enigmático o divertido lo conseguía.

    Pablo asintió.
    —Y lo peor es que casi siempre ocultaba algo amargo cuando adoptaba tal postura.
    —¿Está muy irónico?
    —No. Está divertido.
    —Por eso me has mandado llamar.
    —Por eso y porque tienes que traer a Nina tan pronto se le pase el efecto del sedante. La quiere ver.
    —¿Por qué permites que yo pase antes que Nina?
    —Porque tú lo conoces bien y quiero que al salir me digas si piensas lo que estoy pensando yo.
    —Y no me dices lo que piensas —dijo sin preguntar.
    —No quiero influir en nada.
    —Bien. Hasta luego.

    Atravesó desde el control, que estaba situado a la altura del despacho de su amigo, hacia el ascensor. Iba pensando. Pensaba en otros días, cuando a Chema las cosas no le salían como él esperaba.

    Capítulo 7



    Aunque la ceguera de Chema partía de tres meses antes, cuando se consideraba aún pasajera y que se superaría con una operación (e iban ya dos), debía de tener bien despierto el sentido del oído porque, nada más abrirse la puerta, preguntó:
    —¿Quién es?
    —Hola, Chema —saludó Tony dándole una palmadita en la mano, que el enfermo dejó fláccidamente estirada a lo largo del lecho—. Ya sabes quién soy.
    —Tony, chico, no te esperaba…
    —Esperabas a Nina.
    —Pues, sí. No entiendo por qué no ha venido estos días.

    Una mentira ya.

    Tony acusó el impacto.
    —Pensé que tú lo habías ordenado así, Chema.
    —¿Sí? No recuerdo. Esos medicuchos me dan tantos brebajes para que duerma que termino por no acordarme de nada. ¿Has visto a Pablo? Ya sabes que me voy a Barcelona. Me pondré bien enseguida. Una operación más, y listo. ¡La vida, a veces, es como una broma de mal gusto! Yo que pensaba hacer un largo viaje por Europa cuando terminase la carretera… en fin, uno se aguanta. No vienen mal tampoco un mes o dos de relax.

    Tony lo miraba fijamente, pero lo más expresivo del rostro de su amigo eran los ojos, y en ellos él sabía leer, pero aquellos ojos estaban cubiertos por una odiosa venda.

    Así que se encontró diciendo:
    —No tenías más que un mes de permiso, y eso por tu matrimonio. Chema.
    —Ah… mi matrimonio. Es verdad. ¡Si seré tonto! Lo había olvidado.
    —No me digas que pensabas hacer solo ese viaje…
    —Mira, yo qué sé. Uno sueña. No puede evitar soñar. ¿No crees? Las realidades son demasiado duras, y de vez en cuando uno decide dejarlas a un lado y vivir esas fantasías en soledad.
    —Pero… Nina esperaba que os casarais en agosto.
    —Claro, claro… bueno, dime, ¿qué tal tu asunto con Isabel?

    ¿Quién se podía acordar de Isabel en aquel momento?

    Sin duda, Chema.

    Él no, desde luego.
    —Ese asunto pasó a la historia.
    —Tú sabes vivir, Tony. Siempre has sabido. Siempre envidié tu forma formidable de ser con las mujeres, escurridizo y aventurero, pero nada serio. Sin embargo, las chicas te siguen como si te fueras a casar mañana.
    —Tú sabes que yo no tengo pensado casarme, de momento, Chema.
    —Por supuesto. Eso es saber vivir la vida.

    Otra mentira.

    Chema era un tipo serio.

    Él también: para qué negarlo. Sólo fallaba con las mujeres.

    Chema, ni siquiera en eso. Chema era de los de una novia y el matrimonio.

    Y si no se casó antes con su hermana era porque no tenía asegurado el porvenir. Tampoco Chema era de los que se casaban a lo loco.

    ¿Qué pasaba allí?

    ¿Qué cosa iba a decirle Chema a su hermana?
    —Chema —dijo inclinándose—, si piensas zanjar la situación mintiendo, no lo hagas. Sé sincero.
    —No sé de qué me hablas.

    También tenía esa faceta. Si quería mentir o fingir nadie que no le conociera, como él o Pablo, podría dudar de la veracidad de sus palabras.

    Por tanto, Nina iba a sufrir una doble desilusión.
    —No la dañes tanto como tú estás dañado, Chema —dijo.

    El enfermo meneó la cabeza.
    —No sé de qué me hablas, Tony.
    —De Nina.
    —Ah, es verdad. ¿La traerás hoy?
    —¿Quieres que venga con ella?
    —Eso es cosa tuya —se notaba que su voz era apacible, lo cual, para Tony, suponía que era la menos apacible del mundo—. Lo que si deseo es que pase sola, y no me engañes, pues, habituado a la oscuridad como estoy, tengo muy fino el oído.
    —Yo, lo que te digo, Chema, es que no juegues con la felicidad hasta el extremo de destruirla. Ten eso muy presente y recuerda que le lo dice tu mejor amigo.

    Por el aire, Chema le buscó la mano y se la apretó.
    —Tú tranquilo, Tony. En tres meses, la vida de un hombre cambia se despierta su egoísmo, su razón única de sobrevivir. Se pasa uno una vida entera o casi entera pensando en que esto está bien, y esto y esto, y en unos minutos se da cuenta de que todo era mentira y de que lo único que deseaba era acomodar su vida a una tranquilidad falsa.
    —Chema, ¿qué me quieres decir?
    —Pues no lo sé. Pensaba, Tony, pensaba.
    —A mí me dan miedo tus pensamientos actuales, Chema, que no concuerdan con los anteriores.
    —Ya te digo que a veces se vive equivocado y que lo bueno es comprenderlo a tiempo.

    Tony decidió salir.

    Llevaba en mente, casi una por una, todas las palabras que iba a oír su hermana, y se estremecía sólo de pensarlo, pero también entendía que no podía ni debía intervenir.

    Cuando alcanzaba la puerta, aún le dijo Chema:
    —Oye, no te olvides de decirle a Nina que necesito verla. A ser posible, hoy mismo.
    —De acuerdo.

    —¿Y la traerás? —preguntó Pablo casi espantado, después de oír todo cuanto Tony le dijo.
    —Sí —rotundamente.
    —Pero la destrozará. Nina creerá lo que le diga.
    —Tal vez sea la única forma.
    —No tiene derecho. Él está destrozado, pero destrozar a los demás…
    —Es su forma de ser, y tú lo sabes, Pablo.
    —¿Y Nina?
    —Se curará.
    —¿Y si él recupera la vista dentro de unos meses?
    —Que recoja, si puede, los trozos de su existencia, esparcidos por doquier. Quizá tú también lo harías, Pablo. Piensa un poco. Yo no estoy seguro de nada, pero, de querer a una mujer, preferiría que se despreocupara a que me compadeciera.
    —Es horrible.
    —Esto debe quedar entre nosotros, Pablo.
    —Nina sufrirá.
    —Se le pasará.
    —Es tu hermana.
    —Por eso mismo. Ningún amor es eterno.
    —Tú lo dices porque eres un picaflor, pero si a mí me dices que tengo que dejar a mi mujer con amargor en la boca y odio en el corazón, me mato antes.
    —Es que tú eres menos cerebral que Chema.

    Se levantó para irse. Pablo fue tras él.
    —¿Qué dirán tus padres?
    —Nada. Mis padres opinan, pero no deciden.
    —¿Y Nina?
    —Decidirá.
    —¿Por qué lo sabes?
    —Porque Chema la empujará a decidir. Chema se pasó estos días reflexionando, y, o yo no le conozco, o reflexionó concienzudamente con la intención de perder, para ganar.
    —¿Perder lo que más quiere, y ganar qué?
    —Evitar sufrimientos y decisiones drásticas.
    —Que lo serán, de todos modos, para Nina.
    —Pero pasarán. Eso es lo que Chema espera.
    —¿Y él?
    —Él no se cuenta. ¿No lo has entendido?
    —Y siendo así los dos, ¿lo vamos a tolerar?
    —¿Es que quieres ver a tu amigo hecho una piltrafa?
    —¿Y tú, una hermana desgraciada?
    —No hagas caso. Nadie olvida mejor que quien odia o desprecia, eso lo sabe Chema.
    —Un drama odioso —farfulló Pablo.
    —Un drama que presenciaremos los dos, inmutables. ¿Entendido Pablo?
    —Sí.

    El ascensor bajó y Tony salió a la calle.

    Hacía calor, pero no tanto como para que la frente le sudara y le empapara el pelo.

    Subió a su coche y enfiló hacia el centro. Iba pensando.

    Llevaba el ceño fruncido, pero en el pensamiento el más absoluto convencimiento de que permitiría que los acontecimientos se desarrollaran como Chema había decidido.

    Por Chema y por su propia hermana.

    Es más, se estaba dando cuenta de que su padre tenía razón cuando hablaba de realidades aplastantes.

    Llegó a casa a media mañana, cuando sus padres estaban ya los dos en la perfumería.
    —Chema quiere ver a Nina —espetó—. ¿Estará despierta?
    —Inés quedó en llamar y no ha llamado aún.
    —Iré yo a buscarla.
    —Tony… ¿qué pasa?
    —Pues no lo sé, mamá. Sólo que Chema quiere ver a su novia, y me parece lo más lógico del mundo.
    —No sé hasta qué punto. Merche llamó y dice que también quiere verla a ella —bajó la voz—, pero después de ver a Nina.
    —También eso es lógico, mamá.

    No pudo hablar más con ella, debido a que entraban clientes. Por la puerta interior se fue a casa y se topó con Inés, que se disponía a llamar por teléfono.
    —Si es para advertir a mamá que Nina ha despertado, estoy yo aquí.
    —Para eso era. Está en su cuarto vestida ya. Parece una muerta.

    Se dirigió al cuarto y vio a Nina vestida para salir.

    Mejor.
    —Chema quiere verte, Nina. Ya ha reflexionado y se ha habituado a la soledad. Me gustaría que tuvieras paciencia con él.

    Nina respiró hondo.
    —¿Le has visto tú?
    —Sí.
    —¿Cómo está?
    —Yo lo vi bien, con la venda en los ojos, pero normal. Diría que en tres meses ha cambiado bastante, pero… serán figuraciones mías.

    Pretendía prepararla, suponiendo lo que Chema iba a decirle, a tenor de lo que le había dicho a él.
    —Hasta hace cuatro días, Chema era el de siempre —dijo Nina saliendo de la alcoba con él—. De modo que, si cambió, sería en ese tiempo.
    —Uno no se da cuenta de que cambia hasta que se pone a reflexionar.
    —¿Qué quieres decir, Tony?
    —Yo, nada. Pienso. En su lugar, quizás intentara vivir más intensamente.
    —Sigo sin entenderte.
    —Vamos en mi coche. Te llevo. Te quiere ver a solas.

    Ya en el interior del vehículo Nina dijo, más animosa que el día anterior:
    —Nos casaremos, Tony. Nos iremos a vivir a nuestro piso. Yo desistiré de la cátedra de inglés y consagraré mi vida a Chema. Verás como todo se arregla. Su ceguera no puede ser definitiva. Nadie lo supuso así.
    —Y seguro que no es irreversible, Nina. Seguro que no —dijo Tony apretando el volante con firmeza—. Pero sin duda se irá a Barcelona y se internará allí hasta que le hagan un trasplante o algo así.
    —Iremos los dos y estaremos muy unidos.

    Tony prefirió no responder.

    Presentía que el viaje de regreso con Nina iba a ser muy distinto.

    Sabía, además, que, si Chema era peculiar, a la hora de la verdad, Nina no lo era menos.

    Capítulo 8



    ¿Quien anda ahí?

    Lo sabía. La pregunta era puro formulismo. El perfume de Nina no podía pasarle inadvertido. Aquel perfume se relacionaba con todos sus momentos de amor con Nina.

    La sintió, en aquel momento, correr y tirarse sobre él. También sintió en su propia boca el beso que ya conocía. La forma de besar de Nina, como él le enseñó, para extraer del beso el mayor goce.

    No correspondió a él, y Nina se quedó rígida.
    —Chema, cariño, amor…
    —Siéntate, Nina.
    —Te estaba besando.
    —¡Como si no se percatara!
    —Sin embargo, nadie lo diría.
    —Ya, ya. Pero hay cosas más serias de que hablar que besamos ahora a lo loco.

    Nina se quedó como tensa. Se fue levantando poco a poco.
    —Chema, ¿qué dices? Nuestro mayor placer era besarnos.
    —Era.
    —¿Era?
    —Bueno —rio, y sólo se le veía la risa en la boca, porque los ojos, delatores de su estado de ánimo, seguían tapados.
    —Hay que ser consecuentes, Nina. Ceñirse a la realidad.

    Nina cayó sentada junto a la cama.

    Parecía una momia.
    —No te entiendo, Chema. No sabía lo que te pasaba. Me tenían engañada. Yo creí… ayer no me dejaron entrar. Tony me dijo lo que estaba pasando… yo… yo pensé volverme loca.
    —En realidad no es para tanto, Nina. Hay que ser realistas. A veces estas cosas han de ocurrir para que uno se dé cuenta de muchas otras… muchas de las que ya han pasado, y otras que pudieran pasar aún.
    —No te entiendo.
    —Es lógico. Mira —parecía una momia en la cama, pero su voz era clara y diáfana, y estaba diciendo lo que quería decir y que tanto trabajo le costaba hacer, pero él era hombre y sabía aguantarse y fingir y mentir en casos necesarios como aquél—. La soledad, en cambio, ayuda a reflexionar y aclarar las ideas… y esas ideas no siempre son como uno piensa. Uno se mentaliza para algo concreto, y de súbito surge una situación que obliga a reflexionar con más cordura.
    —Chema… yo no te entiendo.
    —Procuro que me entiendas, Nina. Y no sabes cuánto siento no verte para que en mis ojos leas lo que me sucede.
    —Te sucede lo que podría suceder a cualquier ser humano en tu lugar.
    —No, no creas. Yo recuperaré la vista. Eso lo tengo claro —no lo tenía en absoluto—, pero mi cerebro funciona mejor sin ver, y éste es el que me dicta la realidad.
    —Sigo sin entender.
    —No creas que es fácil decir lo que pienso. No es nada fácil, Nina. Lo siento por ti. Yo te estimo lo suficiente para no desear dañarte, pero la realidad y mi sinceridad me empujan a ser cruel.
    —¿Qué dices?
    —Verás, yo estudié ingeniería, y no veas lo que a mi madre le costó pagarme esos estudios. Fui consciente de ello. ¡Cómo no iba a serlo! Pero pasé mis penas. Por favor, no te marches, oye hasta el final. La realidad, me impone en estas circunstancias, ser sincero al máximo, quitarme de encima fantasías y ambiciones y, sobre todo, egoísmos. Soy más puro. Sí, sí, creo que, ciego, soy más puro, y me obligo confesándolo.
    —Chema, ¿qué me quieres decir?
    —Que no te quiero, no. Se les toma afecto a las personas con el trato. Yo sé cuánto diste en todo esto, Nina. ¡No voy a saber! Pero creo que no fui limpio ni honesto. Tu posición social y económica mucho mejor que la mía. Recuerda que tú mismo padre influyó para que me dieran ese proyecto… piensa un poco.
    —¡Chema!
    —Perdona —siguió él como si le dieran cuerda. Nina se iba aplastando más y más en la silla—. Pero uno, cuando ve y siente, con todos los sentidos alerta, es egoísta, y cuando no ve se da cuenta. Se hace más puro, más limpio. El caso es… sí, sí, ya te imagino mirándome espantada, pero me obligo a mí mismo a ser sincero y realista. Por favor, no digas nada. Noto o presiento o escucho que te mueves, que vas a insultarme. Lo merezco, Nina. ¡No voy a merecerlo! Yo sé que merezco todos los epítetos que gustes lanzar. Pero tampoco desde esta pureza de pensamiento y sentimiento que impone mi ceguera, puedo seguir diciendo mentiras, fingiendo pasiones… ya sé que fuiste mía. Que te hice feliz… pero es que los hombres como yo, hacemos felices a las mujeres que nos gustan. Pienso que el amor es diferente. El placer es una cosa, y el amor entrañable es otra, perdóname, Nina.

    No le oía.

    Se levantaba poco a poco.

    Estaba viendo a un monstruo odioso, no al hombre cabal, al hombre que ella tanto había amado. El único hombre de su vida.
    —Nina, no te enfades. Yo sé que merezco tu desprecio. Pero debo ser honrado. Por una vez, al menos. Sí, sí, seguramente te haría feliz. ¿Por qué no? Eres joven, bonita, estás bien relacionada, eres culta… yo pensaba casarme, y si quieres lo hacemos, pero desde mi mente pura de hoy, que nada tiene que ver con mi mente engañosa de ayer, estoy obligado a ser leal…
    —¡Basta!
    —Nina, ¿qué te pasa?
    —Basta —volvió a decir.
    —Perdona. No sabía que mi sinceridad te dañara tanto.
    —Eres un tipo asqueroso.
    —Es verdad. Es verdad, Nina. Pero ahora estoy siendo verdaderamente sincero. Cuando uno no ve a las personas y los objetos, ve su propio cerebro, estudia en él, reflexiona; entonces es cuando aparece la verdad de todo. Podemos casarnos, si quieres, Nina. ¡Qué más quisiera yo, que tú me cuidaras! Pero ante todo, estoy obligado a decirte la verdad.
    —Y la verdad —dijo, Nina, con un raro acento que tanto hería, pero que él superaba empeñado en desilusionarla—, es que todo fue mentira.
    —A medias. Verdad del todo tampoco fue, pero puede ser en el futuro. La ceguera le hace a uno egoísta y necesita compañía. Entiende, Nina…

    No entendía.

    Sólo veía en aquella cama a un ser despiadado y frío.

    Un tipo asqueroso.

    Tanto como ella le había querido, y tanto como le había dado.

    ¿Todo mentira?
    —Nina —extendió la mano buscándola—, ¿dónde estás?

    No estaba.

    Nina había ido retrocediendo hacia la puerta y se pegó a ella como espantada.
    —Nina, ¿me dejas solo? Nina, por favor, cuando más te necesito…

    No, no.

    Imposible soportar por más tiempo aquello.
    —¡Nina!
    —Debo irme, Chema. Ya sé cuanto tenía que saber.

    Chema oyó un portazo.

    Se llevó los dedos a los ojos, a la cabeza, a la cara.

    Los apretó contra el mentón.

    Después quedó relajado.

    Respiraba mejor.


    Tony, que se hallaba conversando con Pablo Lafuente no lejos del control, la vio aparecer desmadejada, deshecha, como un ser de otro mundo.

    Pablo susurró en voz baja a su amigo:
    —Ya le dio el tiro de gracia, Tony.

    El hermano lo sabía.

    Sabía también cuánto le costaba a Chema haberlo hecho.

    ¿Razones? No podía buscarlas.

    Quizás el en su lugar…
    —Ya lo veo —dijo únicamente.

    Y avanzó al encuentro de Nina.
    —¿Vamos? —preguntó ella.

    Tony pensó, con amargura, cómo se sentiría. «Peculiar como él. «Le ha creído…».
    —Sí, Nina.

    Y la asió por el codo, temiendo que ella se cayera. Pero la conocía poco, o menos de lo que suponía. Nina se desprendió de sus dedos y caminó segura.

    Él aún miró a Pablo como diciendo: «Se parecen. Son iguales…». Después caminó junto a Nina.
    —¿Qué tal Chema? —preguntó.
    —Llévame a casa.
    —¿Ocurre algo?
    —No… supongo que no.
    —Estás rara.
    —No lo creas.

    La veía caminar erguida, estirándose demasiado.
    —Nina, si estás apenada por lo que le ocurre a Chema, no debes perder la confianza.

    Se veía o se oía fingido.

    Pero, en bien de Nina, de Chema, de la situación.
    —Chema está bien, verá… algún día verá.
    —Lo dices como con desgana.

    Estaba herida.

    Profundamente dañada.

    ¿Para qué contarlo?

    Ni Tony, con ser su hermano y su mejor amigo, podría comprender el dolor que llevaba dentro, el odio, el rencor, la ira. La pena.

    Sí, la gran pena que suponía renunciar a todo en lo que había creído.
    —Llévame a casa, Tony.
    —¿No puedo saber qué te pasa?
    —No me voy a casar.

    Y subió al coche.

    Tony entendió.

    Y si pena le daba Nina, pena le daba Chema, pero, ¿cómo evitarlo?

    ¿Desdecir él lo que Chema había dicho?

    No sabía qué le habría dicho a Nina para verla él tan altiva, tan fría, tan cerebral, cuando momentos antes iba ilusionada a ver a su único amor.

    Él se imaginaba muchas cosas. Otras las sabía.

    Porque una cosa era hacer que no sabía, y otra, saber.

    Él lo sabía. Lo sabía porque conocía a Chema.

    Y conocía o creía conocer a su hermana, pues, incluso en aquella reacción casi helada, se daba cuenta de lo mucho que suponía el desengaño que Chema había producido en ella.
    —Le estaría bien empleado quedarse ciego —dijo Nina con voz tensa.
    —¡Nina!
    —¿Por qué no? Uno se merece lo que ha buscado.
    —Tú le amas.
    —Le amaba.
    —¿Lo amabas?
    —Es todo en pasado, Tony, y tener la certidumbre de que es así mengua y desgasta.
    —Si puedo ayudarte en algo…
    —Sólo que me lleves a casa.
    —Sí, sí.

    La llevaba.

    Conducía el coche como alucinado.

    ¿Qué podía decir para calmar el dolor que veía agrio en la voz de su hermana?

    Nada. Nada, porque a la vez dañaría a Chema, y si éste había puesto las cosas así, para que así fueran, ¿quién era él para cambiarlas?

    Capítulo 9



    Lo dijo por la noche. Se pasó encerrada en su cuarto todo el día, y ni los padres, advertidos por Tony, fueron a verla.

    Tony no dijo lo que sospechaba, pero sí dijo lo que sabía, y lo que sabía era tanto o más de lo que sospechaba.
    —Nina no se casa con Chema.
    —¡Ahhh!

    Las dos exclamaciones sonaron casi al unísono.
    —¿No os ha llamado Merche?
    —No.
    —Pues ha visto a su hijo después de verlo Nina.
    —¿Y dices que no se casa?
    —No, mamá. Y, por favor, deja a Nina en su cuarto. Que piense. Debe reflexionar.
    —Pero, ¿qué ha ocurrido? ¿Tú sabes más que nosotros?

    La conversación, casi siseante, tenía lugar en el salón.

    Los padres habían subido tarde de la perfumería.

    Tony no había trabajado en todo el día en su laboratorio.

    Pero, como decían sus padres, «la vida seguía».

    Y seguiría, sin duda, al día siguiente.
    —No he visto a Nina desde que fue a visitar a Chema.
    —Lo sé, mamá.
    —¿No puedes decirme tú qué ha ocurrido?
    —No lo sé.

    Y decía la verdad, aunque tenía fundadas sospechas. Pero, de sus sospechas, obviamente, no pensaba hablar.
    —Nina no se casa; eso es evidente. Supongo que bajará a cenar. Si quieres, le preguntas, y si prefieres seguir mi consejo, deja que ella hable, si quiere.
    —¿Y qué supones tú que puede decir? —preguntó el padre.
    —Lo ignoro. Cuando se trata con personas de difícil carácter, nunca se sabe a ciencia cierta.
    —Tú has llevado y traído a Nina.
    —Sí, mamá. Yo he llevado a una Nina y he traído a otra Nina.
    —¿Qué quieres decir?
    —Que la que llevé era diferente de la que traje. Eso es todo.
    —Si no eres más explícito.
    —Papá, si es que no puedo. Te diré para mayor aclaración, que Nina cuando íbamos al sanatorio, pensaba casarse, y, a la vuelta, pensaba todo lo contrario.
    —Se desilusionó.

    Mejor que no lo supieran.

    Nina, los padres, Merche misma, y hasta Chema.

    Pero quizás el menos ciego de todos fuera, precisamente, Chema.
    —No lo sé, mamá. Lo que entiendo es que dejéis a Nina obrar, hablar o decidir.
    —¿Sola?
    —¿Por qué no ha de estar sola una persona adulta y madura?
    —Nina no es madura.
    —Mamá, tú, a su edad, no lo eras. Nina hoy, a la suya, lo es totalmente.

    Y fue cuando apareció Nina.

    Los tres la miraron expectantes.

    Rufo apreció en su hija una frialdad escalofriante.

    Raquel, una indecisión encubierta.

    Tony, un dolor oculto, pero, al mismo tiempo, una resolución que iba a estallar de un momento a otro.

    Sabía también que sus padres no iban a entenderla, si bien sí sabrían adaptarse a ella sin ser siquiera receptivos, pero sí sumamente humanos.

    Él, en cambio, sin considerarse superior a nadie, creía que la entendería plenamente.

    Y la entendería porque entendía a Chema y su posición.

    Nina entendería menos, o nada, la postura de Chema.

    Pero era así.

    Y nadie podría evitar ya lo que fuera a suceder.


    Inés apareció en el umbral anunciando que la mesa estaba puesta para la cena.

    Raquel se levantó.

    Miró a Nina, y ésta paso su mirada sobre los tres.

    Se notaba que iba a decir algo.

    Y algo, pensaba Tony casi desolado, que no admitiría réplica. Esperaba de sus padres comprensión y sensatez.

    ¡Si él pudiera hablar!

    Pero no podía, ni debía.

    No ya por su hermana, sino por los dos, por Chema y Nina.

    Por la situación creada por Chema, que, además, consideraba humana y razonable, pese a que Nina la pudiera considerar despiadada.

    Su padre esperaba de Nina una explicación, y Tony sabía que vendría, aunque en su momento. Pero es que sería en el momento más inesperado.

    Fue, justamente, cuando pasaban silenciosamente todos al comedor, cuando sonó el teléfono.

    Raquel dijo apresurada:
    —Un segundo.

    Y se fue.

    Retornó al rato demudada.
    —Era Merche —dijo.

    Nadie preguntó qué deseaba.

    Tony lo sabía. Nina lo sospechaba. Los padres eran los únicos que no entendían nada, pero es que, en el fondo, tenían miedo de entender.
    —¿Qué le ocurre? —preguntó Rufo cuando se sentaron todos a la mesa.
    —Se va a Barcelona con su hijo.

    Así.

    Temblándole la voz.

    Casi incoherente.

    Y es que no entendía.

    Ellos no querían que Nina se casara con un ciego, pero allí no era Nina la que decidía, sino Chema.
    —Yo también me voy —dijo Nina. Su voz parecía quebrarse. Hubo un silencio.

    Tony tuvo ganas de gritar, de decir mil cosas, de defender a su amigo y defender a su hermana.

    Pero… ¿cómo compaginarlo todo?
    —Te vas tú —dijo el padre, sin preguntar.
    —Sí. A Londres.
    —¡Oh!
    —¡Ah!
    —Bueno, pues ya dirás a qué vas —matizo Tony, deseoso de que sus padres comprendieran una situación que, para ellos, era anómala.
    —De momento, a estar allí —dijo Nina con una voz que, para Tony, era hueca y, para sus padres, ausente—. Daré clases de español. Me será fácil.

    Un silencio mayor aún.

    Tenso, cortante.

    Tony decidió romperlo:
    —No está mal. Si no te casas…
    —¡No!

    Fue rápida la respuesta de Nina.

    Tony se preguntaba cómo podía ser Nina tan fría, tan cerebral. ¿Qué ocultaba tras aquella obvia rebeldía? ¿Aquel resentimiento? Y aquel dolor oculto.

    Aquel dolor, más que nada, que se cubría con una desolación incomprensible para sus padres, pero para el obvia, sin duda. Obvia, porque conocía a Chema. Su férrea voluntad.

    Su forma de ser íntegra, por muy mal que Nina lo entendiera. Pero, mejor así.

    Mejor que Nina sufriera desprecio, que pena o piedad.
    —Sin contrato de trabajo, Nina —dijo el padre, casi siseante.
    —Lo encontraré, una vez en Londres. Lo conozco, sé por dónde ir, qué hacer…

    Tony comía con desgana.
    —Estas resuelta —dijo la madre.

    Y Tony observó cómo también intentaba comer, hablar, y no conseguía ninguna de ambas cosas.
    —Sí. Me voy mañana.
    —No te casas —dijo el padre, titubeante, sin preguntar.
    —No.

    Así.

    Con una sencillez que parecía natural.

    Tony pensó: «Como Chema. Igual. Se parecen tanto… el orgullo los corroe. Pero, en este instante crucial de sus vidas, es lo mejor que les puede ocurrir».

    Capítulo 10



    Por lo visto —dijo Raquel, menos metida en el problema hondo que decidía aquellas dos vidas—. Chema tampoco tiene interés en casarse.
    —No se lo he preguntado, mamá.
    —¡Ah!
    —Tony —dijo Nina mirando a su hermano—, ¿me sacarás el billete para mañana en el avión de la noche? Iré a Madrid, dormiré allí y pasado mañana por la mañana, me iré a Londres.
    —Sí, Nina.
    —Gracias, Tony.

    Y siguió comiendo. Era la única que comía. Poco; pero, al menos, algo.

    Inés revoloteaba alrededor.

    Se apreciaba en ella que pretendía entender y no entendía. El único que entendía algo allí era Tony. Los padres lo miraban. Anhelantes.

    Como buscando respuestas. Cuando Inés servía los postres. Nina se levantó.
    —Me voy a dormir —dijo—. Buenas noches.

    Se fue.

    Nadie la retuvo.

    Los padres parecían momias.

    Tony, no.

    Tenía expresión humana, y sentía en sí que deseaba confiarla, compartirla.

    Cuando se oyó el portazo, Rufo dijo roncamente:
    —Tony, dinos, explícanos…
    —No tengo nada que explicar.
    —¿Por qué?
    —¿Por qué, qué, mamá?
    —Merche estaba desolada, descompuesta. Como si no entendiera nada.
    —No entenderá.
    —Pero… ¿tú entiendes?
    —Todo.

    Sin embargo, dijo:
    —Yo acepto las cosas como se presentan.
    —Pero Nina está cambiada.

    Claro.

    No obstante, dijo únicamente:
    —Habrán llegado a un acuerdo ella y Chema.
    —¿Para dejarse así? —dijo su padre, desconcertado. No entendía.

    Su juventud había sido diferente. La actual era, obviamente, distinta. Él la vivía. Nina también.

    Ellos no podían vivirla ni comprender situaciones semejantes, pero tendrían que aceptarlas.
    —¿Por qué no os margináis de esos problemas?
    —Tony, son los de nuestra hija.
    —Que es adulta, mamá.
    —A su edad…
    —No me digas que tú eras una niña. Lo entiendo. Lo sé. Pero es que no erais vosotros, era un sistema que os tenía alienados, sojuzgados… hoy, la juventud funciona a su manera, y hay que dejarla funcionar como guste y quiera.
    —Yo pensé…
    —Di, di, papá.
    —No, nada. Yo pensaba que todo dependía de Nina.
    —Y de súbito descubres que depende de Chema.
    —Tan honrado, tan noble, tan caballero, tan enamorado de Nina…

    ¿Quién decía que todo aquello no siquiera siendo lo mismo?


    Se levantó.

    Encendió un cigarrillo.

    Pensaba que hubiera podido decir allí muchas cosas.

    Pero no iba a decir ninguna.

    Mejor que todo funcionara así.

    Que Nina, como Chema, supiera fingir.

    Lo peor de todo es que Nina se iba a Londres dolida, odiando, despreciando.

    Pero si Chema había decidido que fuese así, ¿por qué tenía él que ser el árbitro conciliador?

    Ni quería ni podía.

    Y no lo hacía así por favorecer a su amigo, sino a ambos.

    A Nina y a Chema.

    Entendía que la solución era la tregua.

    Lo peor, quizás, es que la tregua que había elegido Chema, después de su reflexión, fuera la peor para sí mismo, y de hecho, de rechazo, para Nina.

    Pero él no era adivinador, ni tampoco parcial.

    O se entregaba a ambos y respetaba sus decisiones o no era nada.
    —Tony —dijo la madre con voz velada—, ¿no sabes tú lo que ha ocurrido a través de esa conversación que has sostenido?
    —Yo respeto siempre la opinión ajena, mamá.
    —Pero es tu hermana.
    —Papá —su voz se acentuó súbitamente—, ¿no eras tú el que hablaba el otro día de realidades?
    —Una cosa es ser real y otra frustrar así el futuro.
    —¿Cómo?
    —Rufo, cállate.
    —Es que…
    —Hemos de respetar la decisión de Nina y, de hecho, la de Chema.
    —Mamá tiene razón, papá.
    —Quieres decirme que Nina se marcha a Londres.
    —Lo has oído como yo.
    —¿Y hemos de callarnos?
    —Supongo que es lo que procede.

    Tony decidió ausentarse.

    Y es que no quería ser más explícito.

    Serlo más, sería tanto como confesarse.

    Y no quería.

    Dañaría a Chema y dañaría, de rechazo, a su hermana.

    Y más que nada, descubriría lo que obviamente sospechaba.

    ¿Hablar con Chema a solas, decirle que estaba loco?

    Eso tampoco.

    Él era humano, y respetaba y comprendía la postura de su amigo, que era, a no dudar, peor que la de su hermana. Nina se iba a Londres llena de resentimiento, de rencor. Pero Chema se quedaba solo y desolado.

    Dejó, pues, a sus padres, con sus amarguras interiores, sus luchas, sus desilusiones, sus realidades y sus triunfos, después de tantas luchas que, evidentemente sin olvidarlas, satisfacían con sus actuales triunfos.


    Se entrevistó con Pablo aquella misma noche.

    Hablaron, se entendieron.
    —Es decir —dijo Pablo, acogotado—, que Chema se salió con la suya.
    —Plenamente.
    —¿Tan poco lo conoce tu hermana?
    —Tanto lo conoce que no entiende su postura.
    —Sí, sí. Ya sabemos los dos cómo actúa Chema cuando quiere actuar y convencer. Tony… ¿no podíamos hablarle los dos?
    —¿Derribar así su fortaleza?
    —No, ya sé.
    —Pues, déjalo como está. Él ha resuelto así el problema, le ha dado carpetazo. No etiquetemos nada.
    —¿Y Nina?
    —Resentida, fría, cerebral… al fin y al cabo, es digna discípula de él.
    —Le dolerá.
    —Imagínate.
    —¿Y tus padres?
    —No entienden nada, pero si ellos, en su momento, hablaron de realidades… lógico que acepten éstas.

    Capítulo 11



    Merche miró a su hijo una vez más. Todo estaba dispuesto para la marcha de ambos a Barcelona. ¿Días, meses, años? Eso era lo que Merche no sabía.
    —Chema… Nina se marcha mañana a Londres.
    —¡Ya!

    Lo suponía.

    Era la salida que le había dado él. La imaginaba resentida, ofendida, despreciativa. Lógico todo.

    Él lo había preparado para que fuera así.

    ¿La piedad de Nina?

    No.

    La había querido como mujer, y mujer la había hecho con su amor.

    No podía atarla, de ninguna manera. ¿Salvar la situación? La había salvado como había podido. Mejor no era posible.
    —Quiero descansar, mamá.

    Sabía que estaba obrando como un egoísta, pero no porque lo fuera. Es que necesitaba dar esa imagen.

    Sólo así sería odiado y no compadecido.
    —¿No te importa que se vaya, Chema?

    ¿Por qué los padres, a veces, tenían que comprender tan mal a los hijos?

    Las épocas, las situaciones, los sistemas.
    —No, mamá. Hace bien.
    —Pero te deja.
    —Sí.
    —¿Y no le duele?
    —Puede que me duela, pero es su vida, y yo tengo la mía.
    —Iban unidas, Chema.

    No. no.

    Unidas si, cuando los dos eran normales.

    Nina seguía siéndolo. Él era un ser desvalido, un pobre diablo ciego.
    —Me gustaría descansar. Relajarme un poco. Piensa que pasado mañanas… a ser posible, mañana mismo, según diga el equipo, nos marchamos a Barcelona.
    —Nina te deja así…
    —Es ley de vida, mamá.
    —¡Qué mala ley, Chema, qué mala ley…!

    Se quedó solo. Sentía el beso de su madre en la frente, y lo sentía frío.

    Era como si algo le helara.

    Pero él prefería aquel hielo filial y maternal que la piedad de la mujer que amaba y que fue suya y que se recreó apasionada en la posesión mutua.

    Lo demás, todo era el pasado.

    Y aquel pasado dolía demasiado para hacerlo posible con nebulosas imágenes que no tenían consistencia presente ni futura.

    —Estás segura…

    No preguntaba.

    Lo decía él.

    Los padres, mudos, apretados el uno contra el otro, incapaces de dar opiniones.
    —Sí, Tony.
    —¿Qué harás en Londres?
    —Tengo conocidos. Dar clases de español.
    —Todo queda atrás, Nina.
    —Sí, Tony, queda.
    —¿Lo has decidido tú?
    —¿Qué importa eso?
    —Es verdad. No importa demasiado.

    Miró a Tony con los ojos agrandados, verdes, con ojeras. Besó a sus padres. Las puertas hacia el avión se abrían.

    Hacía cola la gente que viajaba en el.
    —¿Me tendrás al tanto, Nina? Me refiero a tu vida laboral.
    —Te tendré, Tony.
    —Todo queda atrás.
    —Queda.
    —¿Así?
    —¿No debe quedar así?
    —Sí, sí, pienso que sí.
    —Te escribiré, Tony —dijo, mientras marchaba con el maletín de mano—. Cuida de papá y mamá. No entienden que me vaya sola para quedarme allí… pienso quedarme, Tony.
    —Te entiendo.
    —Ellos, no.
    —Lo sé.
    —Cuida de que entiendan mi actitud.
    —Sí.

    Pero no estaba seguro.


    Al rato, pegado al cristal, veía el avión remontarse.

    Sentía a su madre llorando, a su padre desconsolado.

    Él, sosegado en apariencia.

    Pensaba también que al día siguiente, en un vuelo más corto, se iría Chema, con su madre, a Barcelona.

    ¿El futuro? Era eso… vaivenes y desganas, incoherencias… titubeos, pero algo firme quedaba de todo aquello. Un orgullo indomable. Un deseo infinito de no ser compadecido y un deseo loco de ser desdeñado…

    Capítulo 12



    «Querido Tony —leía éste con voz sosegada en el silencio del amplísimo salón—. He llegado sin novedad. Ya os diría Inés que llamé al llegar, pero como no vine en plan de turista ni estoy dispuesta a gastar mucho dinero, ni quiero que me mantengan mis padres, prefiero escribir, y así ser más explícita y ahorrarme el dinero que me costaría el teléfono».
    —Pero sí nosotros no le hemos negado nada, Tony.
    —Lo sé, mamá. Sin embargo, Nina no va de paseo ni a estarse en Londres un mes. Va a vivir su vida, a ganar para mantenerse.
    —Nunca creí que las cosas terminarían así —se lamentaba el padre—. Una cosa era casarse en circunstancias delicadas, y otra marcharse dejándolo todo atrás. Merche me ha llamado de Barcelona. Está herida, dolida por la soledad de su hijo, pero no me ha reprochado nada. Sin embargo, nosotros tenemos que pensar que Nina merece muchos reproches.
    —Papá, ¿termino de leer o lo dejamos así? Porque, si mal no recuerdo, tú eras el primero que estaba en contra de la boda de Nina.
    —Es que una cosa es no casarse en esa situación, y otra esperar que los médicos se pronunciaran. Además, querido Tony, mis matices, que expuse abiertamente, se debían, más que nada, al temor lógico de que, casados, llegaran a odiarse por la situación que iban a vivir. No creo que sea fácil que un tipo como Chema acepte la ceguera resignadamente, y cuando no hay una plena resignación, la mujer es la que recibe los golpes, que, además, para mayor dolor, no son debidos al desamor, sino, a veces, a todo lo contrario.
    —Pero las cosas —intervino la esposa—, ya están así, Rufo. De modo que permite que Tony termine la lectura de la carta.
    —Algo dirá de Chema. Por lo menos manifestará el lógico deseo de conocer su estado.

    Tony no hizo comentarios. Continuo leyendo con voz monótona, como si el contenido de aquel escrito lo supiera de memoria, y en cierto modo así era:
    —«La niebla de Londres, su silencio y austeridad no me son ajenos. Pienso que, afortunadamente para mí el conocimiento del idioma y de sus costumbres me favorece en este arribo, que no será tan pasajero como los anteriores. No he ido a un hotel, Tony. El dinero que me diste tú y el que me dio papá tendrá que ser bastante y suficiente hasta que encuentre un empleo. No es fácil, pero, dado mi correcto español y mi licenciatura, es posible que un día de éstos tenga algo en qué entretenerme. Londres, como sabes, es umbrío y triste, por lo que aquí más parece sufrirse un eterno invierno que un verano a ratos. Pero tampoco eso me sorprende. He alquilado un cuarto con cocina y baño. Sólo eso, y no es caro. Lo alquilé en un barrio comercial bastante céntrico desde el cual tendré fácil acceso a lugares que en cierto modo me son familiares. Me siento bien aquí. Me estoy encontrando a mí misma, y hasta me agrada sentir en mí que voy a hacer algo por mi cuenta y buscar la forma de mantenerme. Ya tengo contactos, por eso tardé un mes en escribiros, porque si bien dirijo la carta a ti, es para los tres. Cerca de donde vivo hay un instituto de lengua española, y amigos míos que conocí en otras épocas mejores me están buscando unas clases. Si consigo entrar en él, habré dado un gran paso adelante. Diles a los papás que los recuerdo y que no teman por mí, y añade lo agradecida que les estoy por haberme enviado en verano a este lugar, porque nada me es desconocido y, en cambio, mucho me es familiar. Hasta pronto, Tony. Un abrazo muy fuerte para los tres. Como observaras la dirección la pongo al dorso».

    Un silencio que interrumpió la madre hablando quedamente quejosa:
    —Ni una palabra de Chema.
    —Lógico, mamá.
    —¿Cómo que lógico? —se alteró la madre—. Al menos preguntar por él es humano. ¿no?
    —Es posible que en cualquier otra caria lo haga. Por otra parte —Tony intentaba defender una causa pérdida—, quizás se cartee con él.
    —Chema está en estudio, según su madre, y tú lo sabes muy bien, Tony. No lo operan en seguida. Además, es casi seguro que se espere un trasplante. Siendo así, tendrá para meses en Barcelona. Su madre ha tomado allí una habitación con el fin de estar más cerca de él.

    Todo eso, y más, lo sabía, como sabía que Nina nunca, ¡jamás!, preguntaría por Chema, ni quizá le interesara saber de él…


    En agosto, Chema aún no había sido operado, y Merche continuaba en Barcelona.

    Las cartas de Nina seguían llegando regularmente. En una de las últimas, casi a finales de septiembre, daba una buena y excelente noticia, según Tony.

    La carta que Tony leía decía así: «Querido Tony: No puedo decirte que tenga la mejor suerte del mundo. Pero lo cierto es que casi estoy feliz. He encontrado trabajo. Doy clases en una escuela, especie de liceo o instituto para adultos. Tengo la clase de gramática española, y no veas lo bien que me siento en este trabajo que me permite afianzarme en Londres. Empieza a hacer un frío tremendo, pero tampoco eso me pilla de sorpresa. Afortunadamente, he traído ropa de abrigo y, tapada hasta los dientes, me voy por las mañanas a las ocho y trabajo hasta las dos, luego almuerzo, y vuelvo hasta las seis. Me pagan bien, y con el sueldo que gano me arreglo divinamente. No echo de menos las comodidades de casa, ni el piso grande, ni siquiera el auto. Mi cuarto, con cocina y baño y el living que me sirve de estar y de estudio, me hace sentir casi millonaria. Por lo menos muy independiente, que era lo que pretendía. Diles a los papás que no me envíen dinero, porque, sintiéndolo mucho, se lo devolvería. Y no por ofenderles ni despreciarles, Tony, tú ya lo sabes, sino porque me gusta ser independiente en un todo por todo, y si por una causa monetaria me sintiera presa o en deuda, no sería feliz. Cada uno es dichoso a su manera. Y a mí me parece que todos han de respetar la forma de ser de los demás sin sentirse por eso ofendidos. Tengo amigos. ¿Sabes, Tony? Muchos. Compañeros de profesorado; otros que, como yo, luchan por la supervivencia. Tengo la sensación, por primera vez en mi vida, de ser una persona autónoma e independiente, y eso me produce una sensación muy especial. Españoles no conozco más que a un matrimonio, que, además, son casi ingleses, por los muchos años que tienen de residencia aquí. Él es técnico en una compañía de aviación, y ella supervisora en un supermercado, tienen un niño a quien doy clases de español, porque, al vivir en la misma casa, una vez me han conocido, me pidieron ese favor. Me hice amiga suya y les estimo lo suficiente. Estas Navidades tendré vacaciones, pero no iré a España, pues estamos preparando un viaje por América y no tenemos ni idea de cuándo finalizará. Diles a los papas que les recuerdo y que, de donde quiera que esté por esas fiestas tan familiares, les enviaré una tarjeta y un abrazo. Te diré, Tony, que cada vez se me hace más cuesta arriba escribir, pues a veces me muero de sueño por lo mucho que trabajo y lo poco que descanso. De todos modos, una vez al mes, por lo menos, os escribiré. Hasta la próxima, querido Tony. A los papás todo mi cariño».
    —No entiendo —rezongó el padre—, que, disponiendo de una posición económica solvente, tenga que pasar apuros y falta de sueño. ¿Tú lo comprendes, Raquel?
    —No demasiado.
    —Mamá, papá —dijo Tony con la paciencia que le caracterizaba—, vosotros no entendéis eso, ni que una chica como Nina viva de su trabajo en Londres. En vuestros tiempos, las cosas eran muy distintas. La juventud actual es feliz luchando y buscándose su propia vida, y nadie puede ni debe interferir en ella.
    —Pero ¿dónde va su amor por Chema, que ni siquiera pregunta? Es deslealtad, Tony.
    —O comodidad, mamá. Si lo han dejado, y claro está que ha sido así, ¿por qué ha de preguntar ella por algo que no le interesa?
    —Pero Chema sigue sufriendo la incertidumbre de volver a ver. Según tengo entendido por su madre, que me telefonea de vez en cuando, está decaído, anímicamente destruido y le cuesta aceptar una realidad tan cruel.
    —Más a mi favor —apuntó Tony, impertérrito, pues cuanto le pudieran decir sus padres de Chema, más, infinitamente más, sabía él—. Supón que Nina está a su lado y se ha casado con él. A estas alturas no habría un enfermo psíquico, sino dos. Vosotros mismos lo predijisteis.
    —Pero nunca imaginamos que la reacción de Nina fuese tan drástica. Nosotros hablamos de posponer la boda, no de cortar unas relaciones de tres años…
    —La vida es así —decidió Tony, levantándose y guardando la carta.

    Capítulo 13



    Pablo le llamó a finales de aquel invierno.

    Este llegó muy frío. Las nieves invadieron los campos y valles y casi rozó la costa.

    No fue al sanatorio, sino a su casa, siempre con el fin de hablar mejor y sin testigos que pudieran interrumpirles.
    —Se trata de Chema —le dijo Pablo, dolido—. Estuve en un congreso y pasé a visitarle.
    —Como siempre, ¿no?
    —Peor. Los médicos siguen haciendo filigranas, pero Chema continúa ciego. Es insoportable ver su estado anímico. Pienso que es una experiencia que jamás olvidara, aunque viva mil años. Nuestro querido amigo, cada día se mete más en sí, habla menos que nunca, y nunca fue demasiado elocuente. Me he pasado a su lado horas, y te puedo contar las pocas y breves frases que nos cruzamos. Los médicos me dijeron que su estado anímico impide más que nada que llegue a él la esperanza.
    —¿Nina?
    —Ni preguntar por ella.
    —Tampoco Nina en sus escasas cartas lo menciona.
    —¿Sabes que, además, para mayor desesperación, Merche no está nada bien? Los médicos aseguran que su corazón flaquea y que la lesión, que era un soplo mínimo, ahora es como un boquete que cualquier día estalla y deja de latir.
    —¿Lo sabe Chema?
    —No se lo quieren decir, pero si Merche va a verle cada día, imagínate el día que no acuda a la visita reglamentaria.
    —¿Tanto es así?
    —Peor. Yo, de tus padres, tomaba carta en el asunto. Merche no tiene más familia que Chema, y este se ha negado a salir de la habitación. Se pasa días sin aparecer por la puerta, ni siquiera levantarse. Ha perdido la esperanza. Y si bien tienen previsto un trasplante, en ese estado anímico no podrá efectuarse la operación.
    —Pablo, ¿por qué me has llamado?
    —Díselo a tu madre. Siempre, desde que Chema y Nina empezaron a salir juntos, fueron amigas. Que vayan ambos, me refiero a tus padres, a visitarla.


    Lo dijo en casa, y aquel fin de semana Raquel y Rufo se fueron a Barcelona.

    Regresaron desolados.
    —No sabemos ni cómo anda —dijo Raquel sollozando—. No lo entendemos. Su ansia de ver al hijo, su tremendo dolor de madre… Tony, debes escribirle a Nina y decirle lo que pasa. Chema la necesita, y no digamos nada Merche. La hemos invitado a venir con nosotros, pero se ha negado en redondo, debido a que no se sabe aún lo que se hará con Chema. Por otra parte, tampoco se sabe si quedará bien una vez operado por tercera vez. Se tienen esperanzas, pero… sólo esperanzas.

    Si sabría él lo de Chema…

    Pero lo de contarle a Nina lo que ocurría… era distinto.
    —Si tú no le escribes, lo haré yo —dijo la madre—. Nina debe saber lo que está ocurriendo.

    Tony pensó que tal vez fuese una solución.

    Y decidió que escribiese la madre.


    Pero un mes después, Tony recibió la carta de todos los meses, y Nina ni siquiera daba acuse de recibo de la de su madre.

    Sin embargo, Tony la leyó, y el asombro de sus padres parecía el mayor desconcierto.
    —¿Y mi carta? Ni siquiera la menciona. Tony, ¿no la habrá recibido?

    Tony lo comentó con Pablo días después.
    —Por supuesto que la ha recibido —dijo seguidamente—, lo que pasa es que Nina ha borrado de su mente la existencia de Chema, y lógicamente la de Merche. ¿Tú lo entiendes, Pablo?
    —Yo sólo puedo decirte que Chema, cuando quiso hacerse odioso, lo consiguió. De modo que no hemos de esperar que Nina acuda a su lado.


    En el otoño, Merche falleció.

    Sin decir palabra, sin quejarse.

    Sin dejar un solo día de visitar a su hijo. El día de su entierro, que tuvo lugar en la ciudad, Chema acudió con sus gafas negras, su aspecto flaco, su semblante crispado. A su lado estaban sus dos inseparables amigos, Raquel, Rufo y muchas otras personas que en su día admiraron y quisieron a Merche.

    Una vez enterrada Merche, Chema, sin una palabra, retornó al sanatorio y se internó en él sin dar desde entonces señales de vida.


    La noticia llegó como un pistoletazo a traición.

    Al menos eso pensaban los padres, aunque Tony no aceptara tal cosa.

    La carta era una más en casi un año.

    Tony la leyó hallándose solo con su gente en el laboratorio, y pensó que no podía callarse su contenido.

    Para entonces sabía que Chema había sido enviado por la compañía a una clínica alemana, y no se sabía nada de él. Lo poco que sabía de tal gestión era a través de Pablo.
    —Lo van a someter a un trasplante. La compañía sigue considerándole un elemento de valía… se preocupa por él. Sé también que le ha tratado un psiquiatra a raíz de la muerte de su madre y, por lo visto, han decidido enviarlo a Alemania.
    —Tú, ¿qué esperanzas tienes? —le preguntó Tony.
    —La esperanza es lo último que se pierde… siempre existe, pero si la medicina hace mucho, infinitamente más debe hacer el enfermo. Todo es cuestión de esperar.

    Desde entonces, el contacto de Chema se perdió.

    En cambio, la carta de Nina llegaba quizás en el momento más inoportuno, precisamente por la marcha de Chema de España.

    Tenía que leerla, y así lo estaba haciendo después de comer.
    —Para que la carta no os espante —les dijo a sus padres—, debo advertiros que Nina se ha casado.

    El sobresalto fue doble.

    La exclamación de ambos, ahogada.

    Tony no pareció inmutarse, porque ya había superado la sorpresa.
    —«Querido Tony —leyó cuando los padres se calmaron un tanto, si bien lo miraban con expresión espantada—, te voy a dar una noticia. A los papás se la das gradualmente, si te apetece; si no se lo dices de sopetón. Eso lo dejo a tu parecer. De todos modos, me creo independiente y tengo todo el derecho del mundo a elegir mi camino. ¡Me he casado! Sí, sí. Estás leyendo bien. Me he casado. No se trata de un inglés, sino de un español residente aquí y catedrático de historia en una escuela superior. Nos conocimos hace tiempo y estábamos viviendo en régimen de pareja. No te hablé de esto porque, como te conozco, sé que tu sinceridad te obligaría a decirlo a los papás, y ellos esta situación no la hubieran entendido. Félix y yo somos, aproximadamente, de la misma edad; andábamos por aquí, desangelados. Salimos juntos en varias ocasiones y terminamos viviendo juntos».
    —Eso es una desvergüenza…
    —Mamá, por el amor de Dios, escucha. No te espantes tanto. En tus tiempos, esto escandalizaba, pero ahora, y ve enterándote, está a la orden del día. Además, cada pareja tiene todo el derecho del mundo a realizarse como guste.
    —Estás hablando de dos personas católicas, Tony.
    —Papá, no extrememos las cosas. Católicas o no, somos seres humanos y vulnerables a las tentaciones. Hay que ser comprensivo, y el que no lo es en estos tiempos, no tiene más remedio que hundirse en sí mismo y ver el toro desde la barrera y esconderse sí salta.
    —¿Hablas en metáfora?
    —Digo las cosas de modo que las entendáis, pero como, por lo visto, vuestras entendederas aún siguen anquilosadas, el problema es vuestro; no mío, ni de Nina. ¿Sigo o no sigo?
    —Si es para leer esas porquerías, no sigas.
    —De todos modos, mi deber es continuar, y lo voy a hacer, mal que os pese, y si no queréis escuchar, os marcháis. Pero no olvidéis nunca que, por encima de vuestros prejuicios, la persona que escribe esto es vuestra hija. Y que casada o soltera, será siempre vuestra hija.
    —Continúa —dijo el padre sordamente.
    —«Félix es becario. Estará en Londres un año o dos más y retornará a España, con lo cual yo tendré que hacerlo con él. Nuestra meta futura es Madrid. Pero me parece que eso está muy lejos y que, de momento, hemos decidido unir nuestras vidas y lo hicimos ayer ante un juez».
    —¿Un juez? ¿Quieres decir, Tony, que se ha casado por lo civil?
    —Eso parece, mamá.
    —¡Dios nos ampare!
    —También eso es razonable, si ellos lo han decidido así.

    Capítulo 14



    Los padres se levantaron a la vez, como si una fuerza superior los impulsara.

    Se miraban entre consternados y desesperados. Pero Tony no parecía nada alterado.
    —Será mejor que os sentéis. No he terminado. No es que quede mucho, pero las noticias de un hijo, sean o no agradables al parecer de los prejuicios de los padres, deben oírse.
    —Nos estás llamando anticuados, Tony.
    —No, papá. Os estoy diciendo, lo más piadosamente que puedo, que el tiempo no se ha detenido. El inmovilismo no existe. Ya no funcionan los mismos códigos que en vuestra época, y es normal que esto ocurra.
    —Tú estás hablando como un degenerado.
    —Yo estoy hablando como portavoz del género humano y creo que tengo toda la razón. Lo más lamentable que ocurrió en vuestra generación fue que os vaciaron el cerebro. No os permitieron ser vosotros mismos. Eran tiempos en que las personas tenían que ser recatadas en todo. Comprendo vuestros temores pero las cosas ya no son, ni pueden ser, así. Vivir el amor con tapujos y aceptar los hijos que Dios nos mande…
    —Nosotros —se sofocó la madre—, tuvimos dos hijos tan sólo.
    —¿Porque os lo propusisteis así? No lo creo, porque, por no saber, no sabíais siquiera regiros por un sistema sexual adecuado.
    —¿Estás oyendo, Rufo?
    —Tú eres un revolucionario.
    —Soy un defensor de la libertad y quiero vivir en ella, y sí me da la gana me caso y, si no, vivo con alguien, y si no me llevo bien con la compañera que elija civilizadamente, nos decimos adiós y aquí no ha pasado nada.
    —¡Dios mío, Rufo, qué hijos hemos criado!
    —Me gustaría que me respondieras, papá, tú, tú, que al fin y al cabo eres el cabeza de familia, aunque a mi modo de ver, afortunadamente, tampoco hay tanta rigidez en cuanto a eso.
    —Qué ideas…
    —Mamá, ahora estoy hablando con papá. ¿Has tenido dos hijos porque te lo has planteado así, o no has tenido más porque no llegaron?
    —No llegaron —dijo el padre, ceñudo.
    —Será mejor que siga con la carta de Nina. Os advierto ya, para puntualizar y dejarnos de matices incoherentes, que estoy de acuerdo con ella.

    El silencio fue para él un otorgamiento, confuso, pero otorgamiento al fin y al cabo.

    En cierto modo le producía pena el rubor de su madre y la rabia contenida de su padre.

    Apostaba que lucharon toda su vida, pero que jamás disfrutaron de la sexualidad, ni buscaron el goce lógico de una pareja actual.

    Pero eso era agua pasada. Él no iba a desatascar el pozo cenagoso en el cual vivían sus padres con sus íntimas represiones.
    —«Félix es un chico estupendo y nos entendemos muy bien, Tony. Hablamos el mismo lenguaje, tenemos las mismas ideas y juntos vivimos más holgadamente. El amor apasionado de la adolescencia es una mentira; lo importante es entenderse sexualmente y comprenderse en su totalidad. No sé si el sentimiento profundo es tan necesario. Félix y yo compartimos la misma ideología y la misma sinceridad, y por supuesto, la misma civilización. No creo que de momento vayamos a España, pero dentro de dos años, todo lo más, Félix terminara su beca y regresará, con lo cual supongo que me decidiré a acompañarlo. De momento no pensamos tener hijos. Hemos de planificar nuestras necesidades, y la venida de los hijos podría dar al traste con lo previsto».


    Sabía que el estallido iba a surgir de nuevo y, naturalmente, surgió.

    Su padre, no.

    Tal vez, aunque mal, algo entendía.

    Raquel, por el contrario, gritó:
    —No sigas, no sigas. Me pongo mala. Mañana empezaré una novena para que Dios la perdone por todo.

    Tony dobló la carta y los miró mansamente.
    —En realidad no dice nada más importante, salvo que se despide y os envía un abrazo. Añade tan sólo que ahora ya no escribirá tanto ni tan a menudo porque ella y Félix trabajan mucho y comparten todas las faenas de su vida.
    —Dios la perdone, Dios la perdone.
    —Mamá, quiero que sepas que, si para ti Dios es tan justo y tan hermoso y tan cargado de bondades, le será fácil aceptar las situaciones de los seres humanos, porque no todos hacen voto de castidad. A mí, particularmente, me parece que un sacerdote elige su vida, y si hace voto de castidad, casto ha de morir, si es honrado, pero que sea casto yo, que no hice voto de nada y que tengo tentaciones, lógicamente he de vivir a tono con mi situación.
    —Todo eso es irreversible.

    Tony se levantó sin apresuramiento.
    —Será mejor, papá —dijo como despedida—, que convenzas a mamá de que todo cuanto está ocurriendo es normal, y que conducirse de otra forma es engañarse uno mismo y de paso engañar a los demás, porque el estado social de la persona ha de funcionar como la persona desee y prefiera. Yo me voy. Tengo mucho que hacer.

    Rufo no intentó convencer a su mujer de lo que él mismo no estaba convencido, pero, en los días sucesivos, Tony se dio cuenta de que, bien o mal, iban aceptando la situación de Nina.

    Mejor.

    Él no pensaba casarse.

    Vivía a su manera. Unas veces tenía dos amigas; otras, ninguna. Pero las mujeres sabían, afortunadamente, por dónde andaban, y habitualmente eran ellas las que lo buscaban y quienes más disfrutaban con él. Aquello de que la mujer en casa y el hombre disfrutando su virilidad había pasado a la historia. Como había pasado que la mujer aprendiera a bordar y a cocinar, y el hombre a jugar a las cartas en las tabernas. La mujer ya no paría todos los hijos que marido concebía. La pareja no criaba hijos traumatizados, porque antes de que eso ocurriera había un divorcio que solucionaba los problemas y evitaba traumas inútiles. Las mujeres, entendía Tony, habían comenzado a conquistar posiciones y ya no podían ser relegadas, reducidas, exclusivamente, a ser madres y esposas. Todo era cuestión de comprender y asimilar…

    El tiempo fue pasando.

    Poco o casi nada se supo de la felicidad de Nina, pues en sus cartas se limitaba, unas veces, a narrar trivialidades, y otras eran confusas, de tal forma que nunca se sabía lo que realmente sentía su hermana.

    Al cabo de un tiempo, Pablo le llamó con toda urgencia.

    Desde el día del accidente hasta aquel momento, habían transcurrido tres largos años.

    Dejó el laboratorio en poder de sus colaboradores y se fue al sanatorio, donde, a la sazón, Pablo Lafuente era ya jefe de equipo.

    Nada más verlo, Pablo le espetó:
    —Chema me ha llamado por teléfono.
    —¿Qué?
    —Se ha curado.
    —¿Cómo?
    —No me mires con esa expresión. Se ha curado. Pasa, pasa aquí, que te lo cuente.

    Tony cruzó el umbral del despacho de su amigo como si alguien le persiguiera, tal era su ansiedad y su nerviosismo.
    —Fuma y relájate —dijo Pablo con un brillo especial en los ojos—. La noticia es como para no desperdiciarla.
    —Pero ¿dónde está Chema?
    —Aquí.
    —¿Aquí?
    —En la ciudad, quiero decir. En la casa que fue de su madre.
    —Dios… ¿cómo no me ha llamado a mi?
    —Te digo que te sientes. Te contaré qué pasó y después nos reuniremos con él, pues estoy citado, contigo, a comer en su casa.

    Tony cayó sentado.

    Algo le pasó por la mente como un relámpago… «Nina. Nina…».

    Capítulo 15



    Como sabes, lo llevaron a Alemania. La compañía se encargó de todos los gastos. Primero le curaron psíquicamente, pues estaba destrozado. Después se procedió al trasplante de córnea. No fue fácil. Se hicieron pruebas, vino el rechazo, se volvió a operar. Así fue pasando el tiempo.
    —Pero… —Tony no salía de su asombro—, ¿curado del todo?
    —Y tanto. Está colocado de nuevo aquí, en la misma empresa.
    —¿Cuándo ha llegado?
    —Hace cosa de dos meses. Pero no nos dijo nada. Andaba como escapado. Después de tantas dudas y tantas operaciones, sentía el lógico miedo al retroceso. Además estuvo trabajando seis meses en Madrid. Y cada tres días iba a Alemania. Ahora ha vuelto de allí. No ha de volver en un año.
    —Pero dices que dos meses aquí…
    —Sí. Arregló la casa de su madre. Ya sabes que era un piso céntrico, no muy grande, pero sí muy bonito. Acuérdate cuando íbamos a merendar chocolate y churros.
    —Sí. Claro, claro.
    —Bueno, pues llegó y empezó a decorar la casa. Es conocido en la ciudad, como bien sabes, pero con gafas y, como nadie lo esperaba, lo tomaron por forastero. El caso es que se acomodó, y de Madrid pidió volver a su ciudad natal. Nosotros no somos foráneos, Tony. Nos gusta el lugar donde nacimos, y nos pegamos a nuestras raíces, a nuestros orígenes, y fue lo que hizo Chema. Una vez le concedieron el traslado, lo han nombrado director de las obras de una presa muy importante.
    —¿Por qué no me ha llamado a mí, Pablo?

    Pablo, que aún estaba de pie, se sentó.
    —No lo sé. No me lo dijo.
    —Le has dicho tú lo de… Nina.
    —No me preguntó.
    —¿Que no te preguntó por ella?
    —Sólo por ti y por tus padres. Dijo que un día de éstos iría a visitarlos.
    —Les va a doler.
    —Ya.
    —Pablo…
    —Dime, Tony.
    —¿Dónde está ahora?
    —Trabajando, supongo. Me ha llamado y estuve hablando con él por teléfono. Verle, no le vi. Me citó, contigo, para cenar esta noche en su casa.
    —Iré a verlo ahora.

    Se levantó.
    —Tony, ¿por qué ahora?
    —Prefiero verle antes, Pablo. Me gustaría que supiera por mí que Nina se ha casado.
    —Tal vez lo sepa, Tony. Tú ya sabes cómo es. Cuando quiere, sabe fingir como nadie.
    —De todos modos te digo que iré a verlo antes.
    —¿Qué sabes de Nina?
    —Pues que va a volver pronto con su marido.
    —¿Aquí?
    —Se impone que venga a visitar a sus padres, ¿no? Me parece, Pablo, que se nos viene encima un doble problema.
    —¿Por qué? ¿Qué temes, Tony?
    —No lo sé. Desde el día que Nina me anunció su boda con ese Félix, no vi en sus cartas ilusión, sino un convencimiento superficial de que era feliz con lo que había decidido ella misma.
    —Y temes que el amor despierte.
    —Temo que se dé cuenta de que no es feliz de verdad, y eso sería fatal.

    Pablo hizo un gesto ambiguo.
    —El tiempo no pasa en vano, Tony —adujo, sosegado—. Tres años y pico es mucho tiempo. Tampoco es Nina de un carácter tan extrovertido como para estar contándote todos los días lo dichosa que es. Si se casó, sería porque ese Félix llenó su vida.
    —¿Y si sólo la llenó en parte?
    —No seas agorero.
    —De todos modos, voy a ver a Chema. He dejado a la gente en el laboratorio y no tengo nada que hacer en este instante. Independientemente de la cena, prefiero verlo antes a solas. Quizás me diga por qué Nina se fue o de qué forma la empujó a irse.
    —¿Se lo vas a preguntar?
    —No lo sé aún. Lo que sí sé es que deseo verle.

    Y fue.


    En seguida vio la presa y un montón de hombres trabajando y creyó reconocer a Chema, con la cabeza cubierta con un casco y los ojos tras unas gafas ahumadas.

    Paró junto a una hilera de media docena de vehículos y, de piedra en piedra, saltó gritando el nombre de Chema.

    Éste giró la cabeza y, al ver a Tony, salió presuroso a su encuentro.

    El abrazo fue fuerte. Sincero y verdadero.
    —Muchacho, muchacho —dijo Tony roncamente, palmeando el hombro de Chema—. Muchacho…
    —Ven, Tony —dijo Chema, desprendiéndose emocionado y asiéndolo por un codo—, aquí cerca tenemos una cantina.
    —Ya sé que estamos citados para cenar.
    —Verás qué casa más linda he puesto. Oye, no os avisé de nada porque no estaba seguro de mí mismo. Entiende. Cuando pasas años esperando, te parece imposible que la esperanza se haga realidad.
    —Lo entiendo, Chema.
    —¿Te has casado, Tony?
    —No, sigo viviendo a mi modo.
    —Nunca pierdes tus hábitos.
    —¿Te has casado tú?
    —¿Yo? —y Chema puso cara de asombro—. No, claro que no. Realmente no he tenido tiempo.

    Entraron en la cantina y se recostaron en la pequeña barra improvisada.
    —¿Estarás aquí mucho tiempo?
    —Imagínate… están empezando las obras. Después que todo esto haya terminado, buscaré de hacer algo por aquí. No me gusta vivir lejos de mi ciudad. He pasado en Madrid un tiempo y creí que me ahogaba. No soporto las grandes aglomeraciones.

    Pidió dos Martinis. El cantinero los sirvió con una sonrisa afable.

    Todos le saludaban. Se diría que nadie le desconocía y que le tenían afecto y respeto.

    Chema había cambiado poco en aquel tiempo. Tal vez algunas hebras de plata perdidas como al descuido en sus cabellos negros, pero ni una arruga, y el color moreno de su piel haciendo resaltar los blancos dientes.
    —Ya sé que Nina se ha casado —le dijo de pronto, sorbiendo un trago de Martini.

    Tony con el ancho vaso en la mano.
    —Ah… ¿lo sabes?
    —Claro.
    —Pues…
    —El caso es que sea feliz —comentó—. Eso es lo importante.
    «¿Qué queda por decir?», pensaba Tony.

    Nada.

    Y así empezaron a hablar de cosas triviales.

    Cuando volvió a su casa a la hora de almorzar, lo dijo:
    —Ha vuelto Chema. Se ha curado y está de director en una obra muy importante.

    Raquel no parpadeaba mirándole. Rufo pestañeaba.
    —Se ha curado… —repitió—. Se ha curado.

    La noticia los dejó como mudos.
    —Sí. Se ha curado y, además, bien. Le vi los ojos. Ni se le nota. Son negros y vivos, y si bien lleva gafas ahumadas, es por precaución, no por necesidad. Nos invitó a Pablo y a mí a cenar con él esta noche.
    —Qué lástima, Tony. Ahora Nina hubiera sido feliz con Chema.
    —¿Y por qué? Ha pasado mucho tiempo, y Nina es feliz con su marido.

    ¿Feliz?

    ¿Estaba seguro él de lo que decía?

    Quizá sus propios padres lo estuvieran más que él.


    Fue a la cena con Pablo y pudo apreciar y admirar la reforma que Chema había efectuado en su piso. Les gustó la cena que les había preparado su amigo.

    La conversación entre los tres versó sobre el pasado, la adolescencia. Cómo se formaron los tres en Madrid y las mujeres que conocieron.

    Chema dijo, divertido:
    —¿Te acuerdas de nuestra primera experiencia, Tony? Cómo nos divertíamos queriendo parecer unos hombres muy experimentados ante las chicas.
    —Yo no participé en eso —dijo Pablo, lamentándose.
    —Porque tú ya tenías novia y estabas en babia. Estabas ciego por ella y venías los fines de semana a la ciudad.

    Tony añadió riendo:
    —Apuesto a que, pese a todo, te acostabas con ella, Pablo. Porque regresabas siempre muy contento.
    —Eso pertenece al secreto del sumario —rió Pablo—. De modo que punto. Continuad con vuestros recuerdos y dejadme a mí en mi vida.

    Fue una velada feliz.

    Recordar tiempos pasados siempre era interesante.

    Ni una palabra de Nina, alusiva a su matrimonio. Ni un solo recuerdo en alta voz relacionado con ella. Lo cual, al salir Pablo y Tony, provocó la interrogante de los dos:
    —No ha olvidado, Tony.
    —Lo sé.
    —De haber olvidado, hubiera hablado de todo eso sin resquemor.
    —No ha tocado el tema.
    —Conociendo a Chema, hay que suponer que la llaga sangra. Pero la llaga la hizo él; de modo que no tiene a quien reprochar nada.

    Capítulo 16



    Una semana después, un ayudante le dijo que le llamaban por teléfono.

    Levantó el auricular, sin dejar por eso de menear una probeta.

    Encaramado en la banqueta, sujetó el teléfono entre la barbilla y la garganta.
    —Dígame.

    Casi dio un salto.
    —¡Nina!
    —¿Tanto te ha sorprendido?
    —Pues… ¿dónde estás?
    —En Chamartín.
    —¿Cómo?
    —Verás, llegué hace una semana. Pensamos que Félix podría ir, pero le han dado cátedra de historia aquí. En realidad él ya vino a exámenes hace cosa de seis meses, y estábamos en espera del resultado. Nos llamaron y vinimos a toda prisa. Sólo nos dio tiempo de hacer las maletas y pagar el cuarto, entregando las llaves al casero.
    —¿Quieres decir que no vuelves a Londres?
    —Claro que no. Félix tiene cátedra aquí, y ya efectiva. Nuestra vida será en Madrid, aunque a mí no me guste en absoluto. De todos modos, yo salgo en el tren de esta noche. Llegaré ahí mañana por la mañana.
    —¿Sola?
    —Sí, claro. Félix se ha hecho cargo de la cátedra y no podrá ir, y como aquí estamos sin acomodar… vivimos en un piso viejo, con la madre de Félix.
    —Ah.
    —Parece que no te agrada la noticia.
    —Oh, sí.

    Pero no añadió que Chema estaba en la ciudad y, además, curado.

    ¿Para qué?

    Prefería decírselo en persona.
    —Iré a buscarte mañana a la estación —dijo—. Dime, Nina, ¿no viene Félix a conocer a vuestros padres?
    —Si puede y no tiene ocupación, irá la semana próxima. El fin de semana.
    —Tú… ¿no volverás con él?
    —Pues…
    —¿No lo harás?
    —Tony, parece que me estás confesando.
    —No, no —Tony se apaciguó. Se había olvidado de la probeta que había dejado en el mostrador de cristal—. Te lo pregunto.
    —Bueno, pues no sé. Quizás no. La madre de Félix, no… no sé cómo decirte. No me es simpática.
    —Pero es tu suegra.
    —Claro, claro. Bueno, de momento tengo deseos de hogar paterno. Iré y estaré una temporada en casa con vosotros.

    Tony sintió que un frío sudor, le empapaba el pelo.
    —Además, si encuentro una clase de inglés, y no creo que me sea difícil, me quedo en la ciudad. Mira, Tony, una se cansa por esos mundos y echa de menos el lugar donde nació, donde tiene sus raíces, sus orígenes.

    A Tony ya le chorreaba el sudor.

    ¿Decírselo?

    Quizás frenara a Nina.

    O quizás adelantara su venida.

    ¿Cómo suponerlo?
    —Pues, como gustes, Nina. Los papás están bien, y desde luego, si deseas dar clases de inglés en un instituto, lo encontrarás. Todo es cuestión de que tu marido esté de acuerdo.
    —Somos muy liberales e independientes, Tony. La vida en Londres curte. Te enseña mucho a vivir.
    —Iré a esperarte.
    —Me alegraré de verte allí, Tony.


    Lo dijo a la hora de almorzar.

    No era fácil, no, enfrentarse a una realidad así. El pasado no había muerto; se diría que se precipitaba de súbito. Sus padres no lo entenderían. Jamás se podrían imaginar, dada su mentalidad, que aquel pasado pudiera hacerse presente con todas las consecuencias, con todas las renunciaciones.

    Pero tenía que decir que Nina volvía, que llegaba a la mañana siguiente y lo iba a decir añadiendo muchas cosas más.

    Lo oyeron los tres (porque Inés también estaba revoloteando por allí) como si dijera una barbaridad o una blasfemia.

    Como padres, sin duda, deseaban ver a su hija. ¡Qué duda cabe! Los conocía, y sabía que, desde su simplicidad, eran dos personas entrañablemente amantes. Dudarlo sería no conocerlo, pero… estaba casada por lo civil, y eso nadie lo ignoraba. Y si bien el mundo pensaba que el asunto carecía de importancia y le tenía sin cuidado tal situación, para ellos era una ofensa, un estigma, un dolor insoportable y, lo peor de todo, una vergüenza indescriptible y además… Chema, Chema, curado y viviendo en la ciudad.
    —Bueno, pues ya lo sabéis. Mañana iré a buscarla a la estación. Viene por algún tiempo. Está deseosa de vivir en su hogar, junto a sus padres.
    —Entonces es que no es feliz.
    —Mamá, no empecemos ya. Y te aseguro —le apuntó con el dedo enhiesto—, que te librarás muy bien de hacer preguntas raras, ni de instarla a que se case por la iglesia, ni a hacerle reproches fuera de toda lógica. Tú has hecho de tu vida lo que has querido. Has hecho bien, o has hecho mal, ese es tu problema. Tu hija tiene todo el derecho del mundo a hacer lo que le plazca. Si la amas de verdad, abstente de mencionar para nada su forma de vivir, su marido y su hipotética boda religiosa —miró a su padre—. Convéncela, papá. Sería de muy mal gusto.
    —¿Y Chema? —preguntó el padre—. ¿Sabe Nina que Chema está curado y vive en esta ciudad?
    —Se lo diré yo mañana, pero no creo —mintió—, que, a estas alturas, aquel amor tenga nada que ver con la vida actual de Nina. El pasado es historia, papá, y sólo sirve para recordarlo como anécdota. Lo importante es el presente.
    —¿Y por qué viene sola y no la acompaña su marido?
    —Él sacó cátedra de historia en Madrid; por eso no dispondrá de su vida a su gusto. Ya vendrá.
    —¿Piensa Nina estar con nosotros mucho tiempo, Tony?

    Eso era lo tremendo.

    Suponía que toda la vida.

    O quizás no. Quizás él se equivocaba.
    —No lo sé —se fue en ambigüedades, para evitar explicaciones inútiles—. Eso lo dirá ella. De todos modos —puntualizó con deseo de dejar las cosas bien sentadas—, si encuentra trabajo como profesora, que es para lo que estudió y de lo que estuvo viviendo en Londres, puede quedarse. Los jóvenes de hoy son muy liberales. Se separan y se juntan según les acomoda.
    —¿Cómo va a vivir aquí sin su marido?
    —Mamá, que tenemos aviones, coches, trenes… las distancias se acortan. No es como cuando los viajeros iban en coches de caballos.
    —¿Es una ironía, Tony?
    —No, papá. Es lo que yo pienso.
    —Es que tu forma de pensar es libertina.
    —Si ser sincero es ser libertino, ya me dirás qué ocurría antes, en que había hijos naturales, y por lo visto nacían por obra y gracia del espíritu santo.
    —¡Tony!
    —¿Acaso no es cierto? El amor es tan viejo como la vida, y la forma de hacerlo es casi más. Porque por amor se fue formando esa vida. No entremos en honduras, que habría mucho que decir. Vosotros sois padres, y sólo os queda una razón de vivir, aparte de las que tengáis entre vosotros dos, pero, como padres a secas, es tolerar, ver y callar.
    —Como tontos.
    —Mamá, es que os criaron para serlo. ¿No lo entiendes?

    Los dejó discutiendo solos y se fue al laboratorio.

    Fue un día malo, pesado y tenso.

    Ni se lo dijo a Pablo ni buscó a Chema donde sabía que podía encontrarlo, que sería, sin dudar, en el círculo militar, lugar donde, según él le dijo, pasaba parte de sus horas libres.

    Por la noche, sus padres aún continuaban discutiendo, pero los hizo callar.
    —Os pido, por favor, que si deseáis conservar el amor de vuestra hija, no la atosiguéis ni preguntéis demasiado por el marido.
    —¿Es que supones que no es feliz con él?
    —Yo no supongo nada. Pero las personas tienen todo el derecho lógico del mundo de callarse lo que les apetece y no verse sometidas a estúpidos interrogatorios, que muchas veces están, más que llenos de interés, llenos de vaciedad.
    —Nos vuelves a llamar tontos, Tony.
    —No, papá. Gracias a ti soy lo que soy; eso sí que no voy a olvidarlo. Pero no cambies ahora y pierdas todo lo que ganaste en mi estimación. Acepta una situación y acepta un cambio que, sin lugar a dudas, se ha operado ya en la sociedad y seguirá operándose.
    —Tony…
    —Mamá, sólo si aceptáis estas situaciones, os seguiré admirando. Y os quiero mucho, pero no me vengas ahora con prejuicios fuera de época. Y permitid que Nina haga lo que le dé la gana.

    Les hizo callar. Incluso creyó que los convencía. Hasta le pareció estar seguro de haberlo logrado.


    Nina estaba más linda que nunca. Más mujer. Mucho más madura.

    La estrechó contra sí. La quería una barbaridad. Además, la comprendía hasta extremos insospechados.

    No apreció en su mirada melancolía o resentimiento, pero allí, en el fondo, muy en el fondo de sus pupilas, sí atisbo una tristeza. Como una negación a algo, como un anhelo.

    Traía dos maletas y un maletín y, como era verano, vestía de blanco, pantalón y algo que parecía una casaca. El pantalón, muy pegado a la altura del tobillo. Zapatos de tiritas negras por las cuales asomaban las uñas lacadas de un rosa pálido. En torno al cuello, muy pegadas a la garganta, dos cadenas enlazadas, con un abalorio colgando. El cabello negro brillante y sedoso, lacio como siempre, formando una melena semilarga, suelta, cubriendo parte de una mejilla. Sus verdes ojos eran los mismos, sólo que quizás se atisbaba en ellos un leve inconformismo.

    De su hombro colgaba un bolso, y todo su aspecto era el de una chica supermoderna.

    Tony lo cargó todo en el auto y luego se sentaron ambos juntos. Tony conducía.
    —Nina… debo decirte algo.
    —¿Sí? ¿Los papás?
    —No, no. Están bien.
    —Ya me has contado cómo tomaron lo de mi matrimonio civil…
    —Debiste suponerlo.
    —Y lo supuse. Pero yo no puedo vivir como ellos, Tony. Ni quiero ni puedo. Ellos me han educado de una manera, pero la sociedad me hizo de otra. Ocurre siempre; no nos vamos a engañar —hablaba animada—. Los padres siempre esperan que sus hijos crezcan a su imagen y semejanza, y eso no es posible, como no lo ha sido que ellos mismos vivieran como los suyos.
    —Por supuesto.
    —Se les pasará. Son cariñosos. El amor filial es el más sincero y el que más aguanta y el que disculpa y perdona.
    —Nina, quería decirte algo que seguramente ignoras.
    —Pues dilo.
    —Chema se ha curado.

    Apreció su estremecimiento.

    Observó su parpadeo.

    Después, el silencio más absoluto. En realidad, no lo había roto.
    —Está aquí, Nina. ¡Aquí!

    La miró.

    El coche cruzaba una calle corta, como casi todas las de la ciudad, que desembocaba en una plaza donde se ubicaba la lujosa perfumería.

    Apreció palidez en el rostro moreno.

    Un raro brillo en la mirada.

    Y la pregunta formulada con sordo acento:
    —¿Soltero?
    —Sí.
    —¿Curado del todo?
    —Desde luego. Ha sufrido varias operaciones, ha habido rechazo de córnea, pero ya no. Ya está totalmente bien, sometido únicamente a una revisión anual en Alemania.
    —Ya llegamos —dijo—. Mamá nos espera. Mírala en la puerta.

    Tony sintió que dos gotas le mojaban parte de la nuca.

    La misma o parecida a la reacción de Chema.

    De haberlo olvidado, todo sería distinto.

    Aquello estaba allí, oculto, vivo quizás, aunque ella procurara enterrarlo.
    —Nina…
    —¿Sí?
    —Me gustaría que fueras más sincera conmigo… ¿eres dichosa con Félix?

    No.

    Lo notó en seguida.

    Pero ella, en cambio, decía reiterativa:
    —Mira, ahí están los papás. Oye, como siempre, ¿eh? Igualito… como si los días no hubiesen transcurrido.

    Y cuando él detuvo el coche, Nina saltó y se fue hacia los padres, a los cuales abrazó a la vez.

    Tony sentía que se le ponía un nudo en la garganta. Y no era por la emoción de ver a la hija y a los padres juntos. Por algo muy diferente.

    No obstante, nadie lo diría viéndole sacar las maletas del coche, con ayuda de un dependiente que salió a echarle una mano.

    Cuando entró en la perfumería, Nina hablaba por los codos. Mucho, pero, según pensaba Tony, no decía nada…

    Capítulo 17



    El encuentro no fue casual, seguro.

    Sin duda lo sabían los dos.

    Cuál de ellos lo había provocado, sería difícil de averiguar. Pero la realidad estaba allí.

    Además, en tres días en su ciudad natal no podía pasar inadvertida, porque no se detuvo en casa casi nada.

    Los padres, con la alegría de verla, apenas si habían preguntado, y ella no se fue en explicaciones, y si surgían las ahogaba con verborrea atropellada.

    Tal vez el único que lo observaba todo era Tony, pero no hacía comentarios. Tony seguía siendo el hombre independiente, cariñoso, amable, pero correcto y respetuoso de la vida ajena.

    Había dicho una sola vez que Félix, su marido, aparecería cualquier día, pero ni había precisado el día ni si sería antes o después. Afortunadamente, los padres, con tenerla a ella, parecían satisfechos, felices y conformados.

    Su ciudad, sus gentes, sus raíces, sus orígenes. Todo ello era algo que llenaba al ser más exigente, y ella no era precisamente muy exigente, porque la vida tampoco fue con ella magnánima, se pensara lo que se pensara.

    Fue en una cafetería a una hora de la tarde. Por allí habían ido ellos muchos años antes. Era su punto de reunión. Solían meterse en aquel rincón y besarse en la boca. Aquellos largos y prolongados besos que los excitaban; terminaban por dejar aquel rincón para irse a su futuro hogar.

    Tardes enteras.

    ¿Cuántas veces engañó ella a su madre? Miles. ¡Pobres papás, en medio de todo eran inocentes, y es que quizás ellos nunca engañaron ni imaginaron jamás que una hija como ella les engañara! Pero los había engañado.

    Le bastaba llamar a una amiga y pedirle el favor: «Si llama mi madre, di que paso la noche en tu casa». Sólo eso. Qué poco, ¿verdad? La madre no llamaba nunca, porque la creía. Pero la realidad es que ella estaba con Chema en el piso.

    Lo vio encaramado allí, ante la barra, en una alta banqueta, delante de un whisky y entre los dedos un periódico desplegado. No llevaba gafas. Vestía un traje de alpaca, claro, tono beige, sin corbata. Camisa azul claro.

    El pelo, como casi siempre, con pelusa en la nuca, por pereza, por no ir al barbero… negro, sí, tan negro como siempre, pero con hebras de plata salpicando su negrura. Hebras plateadas, blancas.
    —Hola, Chema.

    Él giró la cara y después saltó de la banqueta.
    —¡Nina!
    —¿Cómo estás?

    Así, como si se hubieran visto el día anterior.

    Y hacía ya casi tres años.

    Casi cuatro, porque mediaba mayo, y ella se fue a Londres en junio, dos meses antes de cuando tenían proyectado casarse.
    —Nina, no esperaba verte…

    Le apretó las manos entre las suyas. Se las juntó.

    Todo era una evocación: recuerdos y más recuerdos, posesiones compartidas, estremecimientos, goces infinitos.

    Rescató las manos al fin y sonrió.
    —Estás muy linda —ponderó Chema—. Muy linda…

    Y tal se diría que no sabía decir otra cosa.
    —¡Muy linda!

    Nada había muerto. ¡Nada! Todo estaba vivo.

    Si las cosas fuesen de otro modo… pero habían sido de aquél.

    Y la suerte no la acompañó en la elección.

    Sacudió la cabeza, y su perfume…

    El de siempre. La colonia de baño fresca de cuando la conoció jurando bandera, la del beso primero, la de la playa después, la del prado luego, la de los bailes, las mentiras, las caricias hurtadas… las que luego se compartían intensamente.
    —Vamos a aquel rincón —dijo él, súbitamente, asiéndola del brazo.

    Y ella fue.

    Pensó si lo había buscado allí y por qué tenía que suponer que Chema estaría.

    Quizás por la misma razón que estaba ella.
    —Supe de tu regreso. ¿Estarás mucho tiempo? Pero, toma asiento, Nina.

    ¡Si lo conociera menos! ¡Si tuviera los ojos vendados!

    La boca de Chema podía decir muchas cosas, pero los ojos… los ojos de Chema nunca mentían.

    Y los tenía allí, sin gafas, le brillaban, y eran los de siempre. Se sentó.
    —¿Fumas? ¿0 has dejado de fumar?
    —No, no, claro.
    —¿Qué tal tus cosas, Nina?

    Se sentó enfrente de ella, no a su lado. La única diferencia era ésa.

    Puso su whisky delante y, sin esperar respuesta, preguntó:
    —¿Qué tomas?
    —Otro.
    —¿Whisky tú?

    Ella rió.

    Los dientes blancos, reluciendo en su cara morena, los verdes ojos brillantes…
    —No te asustes. No es hábito. De vez en cuando… la hora es propicia.

    Lo pidió. El camarero, al verlos, los reconoció. Les sonrió diciendo:
    —Cuánto tiempo sin verles… ya tendrán hijos, ¿no?

    Chema sonrió tibiamente. A ella se le cuajó la sonrisa en los labios, y el camarero se fue sin respuesta…

    —Ciertamente no los tienes, Nina. ¿No han llegado?
    —Los he evitado —replicó con sinceridad.
    —Ah…
    —Tú no te has casado.
    —No… no. No tuve tiempo. Bueno —esbozó una sonrisa forzada—, tampoco sé si lo haría, de tenerlo… fueron meses horribles. Días interminables. Pienso que, si tuve ocasión en algún momento de ganar el cielo, en esos días he perdido mi oportunidad… no te rías, es la verdad. Renegué de todo, me fui contra todo… me volví resentido y odioso. Contestón… yo que siempre fui correcto, apacible… estaba soliviantado al máximo… bueno, eso hay que vivirlo para conocerlo.
    —Y para renegarlo, Chema, ¿verdad?
    —Pues sí. Si hoy me preguntan qué quiero, volverlo a vivir o morir, hubiera dicho morir sin titubeo… pero estoy aquí.

    Sacó las gafas del bolsillo superior de la americana y se las puso.

    Nina sintió dentro de ella que lo prefería. Viéndole los ojos tapados era capaz de recordar por qué se había ido, por qué lo había dejado, por qué había llorado ella, que no lloraba más que por tonterías. Pero aquello no lo había sido. Nada trivial, nada. Todo muy profundo.
    —Nunca fui santo —añadió Chema con lentitud y fumando, mirando vagamente no sabía Nina dónde, porque las gafas cubrían sus ojos—. Y resentido y maltratado, menos aún. No me resigné nunca. Fue muy duro… muy duro. Pero, bueno, ¿qué hablo de mí? Cuéntame de ti, Nina… qué tal estás, cómo te ha ido en el matrimonio, estarás mucho tiempo en la ciudad…
    —También he luchado —confesó ella con sinceridad—. No es fácil hallarte a ti misma en una ciudad hostil, donde no conoces más que el idioma, donde el carácter de las gentes es distinto, donde todo funciona de otro modo.

    De súbito él preguntó algo concreto:
    —No eres feliz, Nina, ¿verdad?

    Nina sacudió la cabeza.

    De nuevo aquel perfume.

    Aquellos recuerdos recopilados que nunca se disiparon, que siempre se añoraron.
    —Una intenta conocerse a sí misma y su capacidad amatoria a través de otra persona… suele acertarse, y si no se acierta, una siente la necesidad de vivir su vida a solas.
    —¿Físicamente?
    —De alguna manera, pero más anímica que físicamente, porque lo físico puede superar la necesidad anímica.
    —¿Lo has logrado?
    —Algo se logra siempre.
    —Y se añora mucho, ¿no es cierto?
    —A veces… —y rápidamente—: Oh, ¿qué hora es?
    —Nunca mirabas la hora. ¿Qué tienes que hacer?

    Ir al piso.

    A su piso.

    A la casa que un día pensó compartir con él. Necesitaba ver sus rincones, toparse con sus recuerdos, palparlo todo, cerciorarse de que aquello fue cierto, palpitante, vital. Pero no dijo eso. Dijo, en cambio:
    —Ando buscando un empleo.
    —¿Tú? ¿Aquí?
    —Pues sí. Siempre me gustó dar clases. Es lo que estuve haciendo en Londres… de eso he vivido, de eso me he alimentado…
    —¿Sólo de eso?
    —Fue una parte física importante.
    —Que no disipó otros anhelos íntimos.
    —A veces, sí; a veces, no.
    —No quieres hablar de ello, ¿verdad, Nina?
    —No demasiado.
    —¿Estás divorciada?
    —No…

    Y aún añadió, tras un breve silencio:
    —Aún no.
    —Ocurrirá…
    —Es posible…
    —Tus padres…
    —Lo sé… lo sé…
    —Ellos seguramente esperaban que te casaras por la iglesia.
    —El matrimonio ni se certifica en la iglesia ni en el juzgado. Tiene que ser la pareja, en sí, con sentimiento y profundidad. Sin egoísmos, sin preámbulos contractuales.
    —Pero la sociedad impone sus leyes.
    —De las cuales no vive el sentimiento.
    —Eso es verdad.

    Se levantó.

    Había bebido el whisky.

    Allí quedaba la punta del cigarrillo aún encendido.
    —Debo irme.
    —Te vas porque quieres, Nina. No porque debas. Tú no eres de las que se ciñen a deberes.
    —Es que me expliqué mal. Tengo algo pendiente.
    —¿Lo digo?

    Le miró.

    Odió sus gafas.

    Era como si llevara las vendas.

    Eso les salvó a los dos de decirse allí mismo demasiadas cosas. Se levantó él también, pero sus gafas ocultaban la realidad, la verdad…
    —Te veré otro día, Chema.
    —Sí, Nina.

    Capítulo 18



    Estaba en su cuarto cuando sintió los pasos de Tony.

    Prefería no verle en aquel instante, pero, por otra parte, necesitaba alguien con quien hablar, alguien en quien desahogarse.

    Había estado en el piso.

    Todo como ella lo dejó. Ni más viejo ni más ajado. Limpio. Tony había pagado mes a mes a la limpiadora, por tanto tenía que saber que ella, un día, al llegar a la ciudad, iría.

    Y había ido.

    Fue como revivirlo todo, como palparlo, como volver a disfrutarlo, con la diferencia de que el transcurso del tiempo y sus vivencias habían despertado los recuerdos con más profundidad.

    Por lo que faltaba, por lo que sobraba, por lo que nunca había vuelto a alcanzar.
    —Nina… ¿estás ahí?

    Estaba.

    Tirada en la cama fumando.

    En el cenicero había amontonadas puntas de cigarrillos a medio consumir. Los ventanales abiertos permitían que el aire se renovara. Una brisa primaveral entraba y salía por ambas ventanas que, al estar las dos abiertas, dejaban limpia la estancia.

    No tenía luz y la alcoba que nadie tocó nunca por respetar sus pertenencias, y quizá su cariño, se iluminaba apenas por un reflejo procedente de la calle y por los focos de neón que adornaban la fachada de la perfumería.
    —Nina…

    La luz del pasillo iluminaba la flaca silueta de Tony.
    —Pasa, Tony.
    —¿A oscuras?
    —No, no enciendas la luz.
    —Pero necesitas que alguien oiga tus lamentos, ¿verdad?
    —No sé. Puede que sí.

    Tony avanzó.

    A paso lento, como arrastrando un poco los pies. Pero eso no asombraba a Nina. Era la forma de caminar de Tony, siempre flemático, siempre cerebral, siempre amoroso, pese a su poder receptivo y su capacidad de relación.
    —¿Me puedo sentar, Nina?
    —Sí.

    Lo hizo en el borde del lecho.

    Ella vestía pantalones rojos estrechos, tipo vaquero, camisa a rayas, estaba descalza; los zapatos descansaban como caídos de sus pies en la alfombra.
    —Nina, muchas cosas te atormentan.
    —No muchas, Tony.
    —Algunas muy profundas.
    —Eso sí.
    —¿Tu marido?
    —Una más.
    —El pasado.
    —Más que nada.
    —Has visto a Chema.
    —Y he visto el piso en el cual íbamos a vivir.

    Tony, en la penumbra iluminada sólo por una parpadeante luz que procedía de la calle, escurriéndose como robada o a hurtadillas, le asió los dedos. Se los apretó con mucha ternura.
    —Eso es lo peor, ¿verdad?
    —Supongo que sí.
    —Los recuerdos se amontonan. Se agolpan como puñales que clavan, y duelen, y no sangran…
    —No debiste hacerme caso cuando te pedí que pagaras a la limpiadora. Debió quedar todo como lo dejé y no verlo hoy como lo vi, limpio. Si lo hubiera visto cubierto de polvo, eso sería como una muerte condenada, como un fin del pasado, como un futuro distinto.
    —Qué mal te conoces, Nina. Sucios o limpios, los recuerdos son sombras que perduran y persiguen… —y como si temiera saber demasiado, preguntó quedamente—: ¿Tiene Chema su llave?
    —Nunca se la he pedido.
    —Ya.
    —Tony…
    —Dime, si quieres.

    No quería hablar.

    Y es que tenía demasiadas cosas que decir.


    Y lo peor es que no sabía si culparse a sí misma, a Félix o al mundo entero.

    A nadie.

    Sólo a ella, su soledad, su vida anómala, su fracaso, su credulidad.
    —No puedo culpar a nadie de nada, Tony. ¡A nadie! El destino quiso o fraguó mi vida, me envolvió en sus tentáculos. Unas veces decides ir por este sendero, y de repente te desvías, y todo lo que la Providencia tenía trazado para ti se vuelve humo, sombras, incredulidades… Félix no es una persona ruin. Es un tipo estupendo, pero no me va a mí, no nos acoplamos, o será que yo… yo… tenía algo dentro, algo afluyendo con poderío, con decisión, con dependencia… no sé, no sé.
    —Si te duele hablar ahora…
    —No es que me duela, Tony; es que no sé qué decir.
    —¿Te ama él?
    —¿Félix?
    —Claro.
    —No sé. Sí, supongo que sí. Es un tipo inteligente. Un tipo honesto, pero un tipo que no concuerda con mi personalidad, ni mis pasiones ocultas, ni mis emociones… es un hombre muy culto. Un tipo que vive para su trabajo intelectual. Yo no reniego de todo esto, pero necesito algo físico que llene mis vacíos.
    —¿No será que Félix es pasivo, y sólo inteligente para realizarse intelectualmente?
    —Yo no soy tonta.
    —Pero no es tonto sólo el que es inculto. Es culto el que lo abarca todo, el que todo lo vive, el que sabe complacer a su pareja. La cultura también se refleja en eso, Nina.
    —Sí, sí —se pasó los dedos por el pelo, y la luz mortecina que afluía del exterior iluminó su mano sin anillo—. Pero Félix se extasía ante un cuadro, y yo también; sin embargo, yo necesito vida, vitalidad física y psíquica. Félix, no, ¿entiendes? Félix es dichoso leyendo, dando clases. Yo soy feliz así, pero necesito más.
    —Eres una mujer vital. Necesitas pasión, excitación, fuego.
    —Sí, sí, puede que sea eso.
    —Félix, en cambio, prefiere un libro a una mujer. No es capaz de compaginar ambas cosas.
    —Así es.
    —¿Y tu suegra?
    —No existe, Tony.

    El hermano casi dio un salto.
    —¿No existe? Me has dicho…
    —Algo tenía que decir. Debía volver. ¡Volver! Todos los pretextos son buenos para volver, Tony. Éste es uno.
    —Que te has inventado.
    —Que me servía para volver a mis raíces, a lo que abandoné, a mis orígenes… a ese mundo que dejé un día. Tony, ¿por qué me dejaste ir?
    —¿Dejarte yo? ¿Me has preguntado?
    —Tú sabías que lo de Chema y mío era hondo, era físico, era psíquico, era amoroso… era mucho, Tony. Tú te harías el tonto, pero sabías. Sabes, porque vives con toda la humanidad de que estás dotado.
    —Sí, Nina.
    —Y me dejaste marchar.
    —Yo no sé aún por qué te fuiste, Nina.

    Claro que lo sabía.

    Lo sabían los dos. Él, en el momento; Nina lo estaba averiguando ahora.
    —Nada —dijo Tony con voz hueca—, se ha disipado de todo aquello. Vuelve peor, con más bríos, con más ansiedades, y es que has fracasado. De ser Félix ese hombre que llenaba tus huecos, tú volverías, pero sólo de visita, y te irías otra vez.
    —Pero yo no puedo culpar a Félix de nada. Hizo cuanto pudo. ¿Qué culpa tiene él de que yo pida a la vida y al amor el máximo que puede dar?
    —También es cierto.

    Pero como Nina no respondía, Tony dijo, algo decisivo:
    —Te viste sola. Te aferraste a lo que se te daba, pero nunca a un sentimiento que habías dejado aquí. Nina, ¿no será eso más que otra cosa? —y después de una breve pausa, que ella no interrumpió, añadió quedamente—: ¿Me permites encender la luz? No lloras, Nina. ¿O es que en este tiempo transcurrido has aprendido a no llorar por banalidades?

    No. Eso no.

    No podía llorar.
    —Enciende la luz, Tony. Si te place y quieres ver mi cara seca, enciende.

    No lo hizo. Le palmeó la mano.
    —Te dejo sola, Nina, en tus oscuridades iluminadas. Te dejo sola.


    Se iba ya Tony cuando de repente volvió a su lado.

    Se quedó de pie ante ella.
    —Nina, ¿qué dice Félix a tu decisión de dejarlo? Porque lo has dejado, ¿verdad?
    —Félix, además de culto, inteligente y noble, es civilizado, Tony. Me deja aquí. Me deja para que elija mi propia vida. Sabe cuánto tiene que saber de mí y mis añoranzas. En Londres, todo era más fácil. Estaba sola y le tenía a él… pero él me tenía sólo a medias. Un hombre como Félix sabe cuándo una mujer entrega muchas cosas, menos los sentimientos que se reserva. Eso me ha ocurrido.
    —Los sentimientos siguen siendo de Chema.

    Asentía.

    Pero en silencio y como no veía su cara, Tony aguardaba.
    —Será duro para los padres conocer en profundidad una decisión así… estoy casada… para ellos es como si lo estuviera por la iglesia. Pero yo nunca podré casarme así con Félix, Tony. ¿Lo entiendes?
    —Si Félix lo entiende, yo, por supuesto que sí.
    —Félix sabe que me falta algo. Algo que dejé atrás.
    —Vete a dormir al piso, Nina. Es mejor que lo hagas. Que dejes esta casa, que lo dejes todo atrás. Empieza de nuevo y de forma diferente.
    —Sin Félix…
    —Sola, Nina. Y si un día necesitas eso que te falta, sabes bien dónde hallarlo.
    —¿Y él?

    No se necesitaba decir quién.

    Se sobreentendía.

    La voz de Tony era algo lejana, vaga quizás, aunque, en el fondo, muy en el fondo, firme.
    —Chema nunca dejó de ir a ese piso, Nina.
    —¿Nunca?

    Y su voz vibraba.

    Tony entendió.

    Lo que entendió siempre.

    Lo que comprendió cuando ella se fue, lo que quedaba detrás en Chema, lo que aún sentía Chema como un latigazo sentimental del cual sólo les separaban unas tristes gafas ahumadas.
    —No me lo dijo nadie, ni él, cuyo silencio respeto. Aquel día, sin duda, te engañó. Quiso alejarte. Que le odiaras, mejor que compadecerle. Es una actitud muy masculina. No la entiendo, pero en casos particulares y especiales existe. ¿Qué te separó del ayer, Nina? Nada. Sólo tres años de vacío, de silencio, buscar un porqué… y el porqué, lamentable o afortunadamente para ti, está aquí, aquí, aquí donde lo dejaste, porque no comprendiste la dádiva de un hombre honrado y orgulloso.

    Se quedó tensa.
    —Tony, yo no puedo decir a nuestros padres…
    —Ellos viven su vida, Nina. Una vida tranquila y sencilla. Lo importante es que tú hagas lo mismo, y pienses sólo en lo que tus decisiones pueden suponer para Félix, para Chema o para ti misma.

    La ayudó a levantarse.
    —Los padres nunca me perdonarán esto.
    —Sí te perdonarán. No perdonan los hijos a los padres, Nina, pero los padres a los hijos siempre los disculpan y perdonan.
    —Félix sabe que yo vengo aquí a buscar mis orígenes; a renunciar a ellos o a aceptarlos.
    —Un buen hombre ese Félix. Un tipo civilizado, que entiende al género humano.
    —Pero al que no amo con la pasión que yo siento, que soy capaz de manifestar, Tony.
    —Es que el sentimiento es muy tuyo, y ése no supo Félix ganarlo.
    —No, no; tampoco es eso. Es que el sentimiento lo dejé aquí hace cuatro años.
    —Tus primeras experiencias las viviste con Chema, Nina, y tus pasiones y sentimientos no fueron superficiales, fueron sinceros y verdaderos. Por eso, cuanto camines, luches y bregues está siempre dentro de ti.

    Era eso.

    ¡Cómo la conocía Tony!
    —Vete al piso. Relájate allí. No digas nada a nuestros padres aún. Ellos saben que tienes el piso y no les parecerá raro que vayas… que busques tu propia vida. A eso ya les habitué luchando contra sus sistemas retrógrados… de tu divorcio en puertas, que veo llegar sin que me lo digas, cállate. Es mejor, para ellos y para ti…

    Capítulo 19



    Estaba allí buscando en cada rincón, en cada esquina, en cada palpitación fantasmagórica su pasado. No supo cuándo oyó el llavín. Quedó tensa.

    No expectante, porque en el fondo esperaba aquello. Como si todo el riego sanguíneo se metiera en su cerebro y lo embarullara.

    Oyó sus pasos.

    Vacilantes, primero; seguros, después.

    Y le vio. De pie.

    Erguido en el living, en el umbral, mirando aquí y allí como si sus ojos, al descubierto, buscaran el pasado.
    —Nina —susurró.

    Y su voz era apenas audible. Ella también sintió la suya hueca. Confusa.
    —Chema…

    Pero los dos sabían que era igual que si se besaran. ¿Cuánto tiempo sin besos? Años, y parecían días.

    Es que el tiempo que se cuenta parece no correr, y a ellos les sucedía eso.

    Se vieron avanzar uno hacia el otro. Sin poderse contener.

    Evidentemente, algo les ocurría: era el pasado, que volvía con toda su vitalidad, su emoción, su ímpetu. ¿Pensar ella en detenerse? ¿Pensar en frenar su ansiedad? No podían, ni querían.

    No supo cuándo, ni quiso saber; los labios de Chema se metieron en lo suyos.

    Reconocer aquellos besos y diferenciarlos de todos era el puro sentimiento porque los empujaba una fuerza mayor.

    ¿Las palabras de Chema aquel día, bajo las vendas? Pasaban al olvido.

    Las de ella respondiendo asustada, confusa, eran vaivenes de una inmadurez que ya no existía.
    —Chema…
    —Calla, Nina.
    —¿Callar?
    —¿No puedes?
    —¿Debo?
    —Debemos los dos.
    —¿Por qué?
    —¿No está claro?

    Lo estaba.

    Regresaban al pasado, y lo peor es que se hacía presente imperioso.

    Sin embargo, ella quería ser sincera. Consigo misma, y con él, y más con Félix. ¿A quién traicionaba? ¿A sí misma? ¿A Félix? ¿A Chema?

    Pero, sobre todo, a sus sentimientos, que se volcaban locos en aquella voluptuosidad que retornaba sin poderlo contener.

    Pero, más que eso, ¡mucho más!, era la ternura que retornaba como una avalancha, como algo necesario e insuperable. Se apretó contra él. No buscaba ya, ¡oh, no!, el placer. Eso era algo añadido.

    Una culminación de sus pasiones reprimidas. La ternura mezclada con la pasión era, a no dudar, lo que ella necesitaba.

    Lo que recibía.

    Los besos apretados que resucitaban un pasado recopilado allí.

    Lo demás era todo banal.

    Lo importante eran ellos dos.

    ¿Decirse cosas?

    No; de momento, la emoción de confundir sus sentimientos no obligaba a nada más.

    Y fue después, relajados, tendidos allí donde tantas veces estuvieron en silencio, donde tanto se pertenecieron donde acababan de empezar después de aquella larga tregua, cuando él preguntó quedamente:
    —Tú nunca has podido ser feliz con otro hombre, ¿verdad?


    Una tenue luz partía de una esquina y se desdibujaba en las tinieblas iluminando rincones insospechados, pero dejándolos a ambos en una sólida semipenumbra. En una de aquellas esquinas se escurría la ropa de Chema, y en el suelo, aquí y allí, estaba la de ella.

    Chema no llevaba gafas, pero, de cualquier forma, ella no le veía los ojos, porque, al ser Chema más alto, la cara femenina se perdía tibiamente en su cuello.
    —Nunca hubo más hombre que Félix —siseó ella, como si reflexionara en alta voz y midiera cada palabra—. Y no ha sido mi hombre. Ha sido, y es, un hombre noble que sabe perfectamente que me aferré a él buscando lo que había dejado tras de mí. Félix es un tipo supercivilizado. Cuando retornamos a España me dijo: «Ve a tu tierra, busca lo que has dejado. Yo siempre seré el mismo, pero la felicidad es patrimonio de la esperanza y del amor, de la pareja y de la vida. No se da casi nunca, y completa, jamás. Pero si de esa poca que nos está reservada, puedes hacerte con una migaja, no la desperdicies.» Y yo he venido… tenía que venir. Podían ocurrir dos cosas: que me diera cuenta de lo absurdo que era lo que pedía a la vida, o que pidiera lo que necesitaba y a lo cual tenía derecho. No sé, creo que cuando me fui me cegaba la ira, el despecho, la rabia. El deseo infinito de volar y olvidar mi fracaso. No me di cuenta, no, de que me ofrecías en bandeja la libertad y matabas conscientemente mis recuerdos. Que lo pretendías, al menos, y yo me lo creí. Pero, en vez de creer en la realidad, me creí esa mentira que habitualmente dice el hombre que ama y se ve menguado, cuando pretende que donde hubo amor no haya piedad, y sí olvido.
    —¿Cuándo te diste cuenta de eso, Nina?
    —No lo sé. Puede que ahora, al volver, al verte, al ver en tus ojos mi propia cara. Aquel día tenías vendas, y yo no veía más que un rostro inexpresivo y sólo oía una voz lejana… no me percaté de que me decías aquello sólo porque deseabas que me alejara de ti.
    —Nos hubiéramos odiado, Nina. Piensa un segundo; piensa que hubieras sufrido conmigo mis penas, mis desazones, mis iras contenidas, mis tremendas rebeldías. Yo te amaba, y te amé siempre, pero, sin duda, ese amor, el mío y el tuyo, se iría muriendo solo, paulatinamente. Yo lo habría matado y tú me odiarías. En cambio, nos vemos después de tanto tiempo, y todo es como si en medio de los dos no cundiera un vacío, una lejanía. Mi madre —añadió atrayendo hacia su pecho desnudo el cuerpo frágil y cálido de Nina—, murió de pena. Una pena que la fue royendo sin darse cuenta. Una mujer, una esposa, una amante no es una madre. Dicen que el amor no es egoísta; pero sí lo es, Nina. Lo es porque, cuando da, necesita recibir otro tanto. La madre, no. La madre da cuanto tiene y no espera nunca nada. Ésa es la diferencia. Pero lo terrible de todo es que el hombre es desagradecido: desea a su mujer y sólo quiere a su madre. Ama con locura a su pareja, pero sigue queriendo a su madre tan sólo. Y la madre se muere por la pena de ver al hijo impotente, y la esposa, la amiga o la amante se busca otro que la complazca. Ya ves si hay diferencia. Y los humanos somos tan necios y tan egoístas que no nos damos cuenta de ello. Lo reconocemos, pero ni nos complace ni traumatiza. Lo aceptamos como algo humano y normal, y en el fondo nada de eso es tan normal como para sentirnos complacidos.
    —Pero eso es ley de vida, Chema. Y nos ocurrirá a nosotros si un día tenemos un hijo, y a todas las parejas de este mundo.
    —Pues claro. Pero es triste llegar a esas conclusiones.
    —Nos vamos a poner sentimentales los dos, dramáticos, Chema.
    —Mira, es que nunca dejamos de ser sensibles. Eso nace con la persona y se alimenta con el trato y la comprensión… tú has vivido con Félix, te aferraste a él en un momento de desolación espiritual y esperaste, quizá con ansiedad ferviente, que él cubriera todas tus necesidades físicas y anímicas, espirituales y pasionales. Pero no debes culpar a Félix. Eras tú misma la que habías dejado atrás algo que nadie iba a poder darte, porque iba contigo misma, porque formaba parte de la vida de los dos, de los recuerdos, de las ansiedades vividas y compartidas.
    —Chema, ¿te ocurre a ti?

    Le buscó la boca. Amanecía.

    Una noche entera queriéndose, y todo parecía poco. Como si el hambre moral, física y espiritual no se saciara nunca.

    La besó, sí, en plena boca, con aquel hacer suyo recreativo que la estremecía a ella de pies a cabeza; por eso le cruzó el cuello con el dogal de sus brazos.
    —Sí que me ocurrió. Pensé casarme. No tenía a nadie. Ni un pariente siquiera, y la soledad es un mal enemigo. Saciar mis necesidades fisiológicas era lo de menos; no dejaba huellas, ni raíces ni recuerdos. Eso es como tomar un vaso de vino cuando te apetece, o un vaso de agua cuando tienes sed, y después de saciada te dices asombrado: «Qué fácil. Ya no tengo sed, ni bebería otro vaso de agua». Es todo muy simple, Nina. Pero esto no es simple, y no lo es porque entre nosotros todo está vivo, y es necesario, es vital. Yo estaría contigo aquí horas y horas y no te poseería. Eso también forma parte de un momento, y uno casi se vuelve irracional. Pero después la vida continúa y la pareja necesita de su expansión espiritual…
    —Chema, iré a Madrid y le diré a Félix que me divorcio. Sé lo que va a dolerles a mis padres, pero es mi vida y tu vida.
    —Déjalo de mi cuenta, Nina. En realidad, nunca di la cara con la valentía que el caso requería, pero la voy a dar ahora. Es posible que ellos no comprendan, que se aferren a sus principios, a sus esquemas, a sus sistemas, pero la vida, que es tan nuestra, no les corresponde y no pueden decidirla ellos. No me parece justo que, si ambos hemos llegado a la verdad, engañes tú a tu marido. Por lo que me dices, presiento que ese hombre prefiere darte la libertad antes que saberse engañado vilmente. Y tú tampoco eres de las que tienen una doble vida, ni yo deseo tenerla.


    Fue así, sin más, como Chema se presentó en el piso de los Vigil aquel mediodía.

    Nina había llegado tarde. Su madre le había preguntado dónde había pasado la noche. No fue explícita, pero tampoco ocultó, del todo, la verdad.
    —En mi piso.
    —¿Tu piso?
    —El que un día iba a ocupar con Chema cuando me casara.
    —¡Qué cosas más raras haces, Nina!

    Capítulo 20



    Pero no fueron tan raras cuando, al mediodía, casi a los postres, apareció Chema.

    Antes era habitual verle, pero, después que quedó ciego, nunca había vuelto por allí.

    Tony presintió la catástrofe y se dispuso a ayudar a su amigo y a su hermana. Es más, aquel mismo día se había puesto al habla con Félix. No lo conocía de nada, cierto, pero se presentó y reclamó al teléfono a Félix, de parte de su cuñado Tony Vigil.

    La conversación fue breve. Notó la educación de Félix, por su forma de hablar, reconoció en él al hombre razonable y moderno que le había descrito Nina.

    Rufo y Raquel se alegraron de ver a Chema, pues, para ellos, el pasado no tenía que ver con el presente, y lo que justificaba la presencia de Chema allí podía ser, y de hecho era, el que fue hijo de una persona a la que, en su día, todos estimaron mucho y, por otra parte, fue amigo de Tony desde niño.

    Pero el rostro de Chema, sin gafas, no admitía lugar a dudas, y tras besar a los padres, se acercó a Nina y le puso una mano en el hombro.
    —Vengo a daros una noticia —empezó diciendo.
    —Pero ¿no te sientas?
    —Gracias, Raquel; pero prefiero quedarme de pie.

    Tony fumaba. Los miró y entornó los párpados. Veía la mano de Chema cálidamente apoyada en el hombro de Nina, como diciendo: «Tú tranquila, que lo que haya que decir lo diré yo, y terminaré en seguida, les parezca bien o les parezca mal».
    —La noticia no necesita retórica —añadió, amable, pero enérgico, y a la par sus dedos presionaban el hombro de Nina—. Como sabéis, Nina se ha casado por lo civil y ha descubierto que no ama a su marido. Por lo tanto, ese matrimonio canónico que esperáis no se producirá; en cambio, se producirá un divorcio.

    Chema era así, pensaba Tony sin sonreír, pero muy divertido por dentro. Nunca se anduvo con medias palabras, ni con prosas innecesarias.

    Raquel tenía tal expresión de asombro, que tal se diría iba a caer sobre el flan de un momento a otro.

    Rufo, en cambio agrandó los ojos de una manera que su hijo Tony temía que se le rasgaran las cuencas.
    —No vengo aquí —prosiguió Chema—, sólo porque me dé la gana o porque me goce en provocaros. Nada más lejos de mi intención. Nina y yo lo tenemos pensado, lo deseamos. Nada ha muerto en nosotros. Como veis, tanto que despotricasteis contra el divorcio en su día, para algo sirve, y para algo, además, muy valioso. Para que la pareja se entienda y pueda tener opción a rectificar sus equivocaciones.
    —Pero…
    —Nosotros…
    —Raquel, vosotros sois felices juntos. Vivís a vuestra manera —la voz de Chema era firme y afectuosa al mismo tiempo—. No me mires así, Rufo. Nuestra vida, la de Nina y la mía, es lo que importa, y el hecho de que prefiráis que nos amemos a escondidas no soluciona nuestra situación.
    —No pensarás —se espantó Raquel—, que preferimos eso…
    —Yo no sé cómo funciona ya la gente ceñida a esquemas anacrónicos. Esa cuestión no me preocupa. Lo que sí tenemos claro Nina y yo es que nos hemos equivocado o que quizás no fue equivocación, sino una tregua para afianzar más nuestros sentimientos.
    —Pero su marido… está casada, aunque sólo sea por lo civil…
    —Mamá —aquí intervino Tony, y todos le miraron—, su marido está de acuerdo. Tú vives, con papá y otros muchos padres del mundo, en otra galaxia. La que os ha fabricado a vuestra medida y entendimiento, lo que no deja de ser una asquerosa manipulación, pero la aceptasteis, y no podéis pretender que nuestra generación os imite.
    —Tú, con tus ideas…
    —Mamá, Chema y Nina van a vivir juntos, ¿entendido? Que quieras tú o no, que papá se ponga furioso o no se ponga, es lo de menos. Lo importante son ellos dos, y por encima de todo están de acuerdo, y lo curioso es que también lo está el marido. Me he comunicado con él —sintió en su cara la saeta de los ojos de su hermana—. Félix es un hombre apacible, civilizado, que tiene sus ilusiones puestas en mil cosas diferentes. Un hombre cabal que supo desde el primer instante que Nina no le amaba, pero que lo necesitaba, y, de alguna forma, también él necesitaba en una ciudad hostil, la compañía de Nina. Es decir, que cubrieron una etapa, pero la vida tiene muchas distintas etapas, y Nina y Chema nunca han vivido la suya. En apariencia, sí; en la realidad, jamás. Eso es todo —se levantó lentamente, sin ninguna prisa—. Chicos, el asunto con Félix está arreglado. Un divorcio rápido, porque ambas partes están de acuerdo, y después del tiempo reglamentario, vuestra boda —miró a sus padres, que se habían quedado como paralizados—. Por lo civil, si os place, por supuesto. Mamá y papá tienen su negocio, sus propias inquietudes, desgraciadamente para ellos muy limitadas, porque así les han educado, pero vosotros dos jamás podréis compartirlas, aunque los queráis mucho.

    Raquel preguntó ahogándose:
    —Chema —parecía ignorar a Tony y cuanto había dicho—, ¿y mientras la ley no os autorice a casaros?

    Fue Nina la que replicó con lentitud y, si bien con inmenso afecto, con el clásico egoísmo de una hija que, por encima de la opinión materna o paterna, iba a defender su felicidad.
    —Nos iremos al piso juntos, mamá.

    Rufo se levantó.

    Raquel quiso hacerlo.

    Chema asía por los hombros a Nina.

    Tony lo veía todo como si allí se estuviera casi, casi jugando al parchís y él fuera el ganador.
    —Será mejor que aceptes la situación, mamá. Tómatelo con calma. Un día yo también me iré a vivir con una mujer. No creo que los papeles garanticen nada. Además, lo estás viendo por ti misma. Vosotros habéis vivido en una época, pero las épocas no se eternizan. Las nuevas generaciones buscan sus propias salidas. Ponerte a llorar o a gritar no servirá de nada. Yo te aconsejaría que te hicieras la desentendida. No sabes lo fácil que es y las ventajas que tiene.
    —Eres un entrometido —gritó el padre.

    Chema lo apaciguó suavemente.
    —Nina y yo tenemos experiencias de nuestro cariño, lo hemos sometido a duras pruebas. Renunciar ahora a esta realidad sería tanto como sacrificar de nuevo unos sentimientos que tenemos muy claros. Tanto Nina como yo os queremos mucho, pero es nuestra vida y nuestra felicidad lo que está en juego. Dentro de dos años nos casaremos, y os aseguro que, si podemos, os daremos el gusto de hacerlo por la iglesia, si bien, claro, tememos que tampoco nos sirva de nada si falta lo esencial, que es la comprensión, el amor y la perseverancia y hasta la paciencia para soportar una vida en común, que no siempre es soportable. Pero el amor y esa comprensión que menciono lo pueden todo…


    Lloró Raquel, se desesperó Rufo, pero todo fue inútil. Aquel mismo día, sin esperar treguas ni leyes, Nina se fue con Chema. Tony les ayudó a llevar el equipaje de Nina.

    Y mientras entraban en el piso que debían haber ocupado casi cuatro años antes, Tony dijo conciliador:
    —Se les pasará. Será como siempre ha sido. Te duele una muela, y lo pasas mal y reniegas contra todos los dentistas, pero, si de súbito, te rompes una pierna y andas loco buscando un traumatólogo, te olvidas del dolor de muelas. A todo se habitúa uno, chicos. ¡A todo! Y los padres viven en otro mundo, pero son padres, al fin y al cabo. Por anticuados que sean, o aceptan las cuestiones de la juventud actual o no les queda más remedio que cerrarse en casa, abrazarse uno a otro y abrir la espita del gas. Y eso no ocurre, porque, por más que algo así los escandalice, no tomarían nunca medidas tan drásticas.
    —Gracias, Tony —dijo Nina, mirándole con ojos humedecidos.
    —¿Ves? —rió él, con gran regocijo de Chema, que los miraba a su vez divertido y muy emocionado, aunque él no se lo creyera—. Ahora vas a llorar. Sin embargo, el asunto, que parece trivial, no lo es.

    Nina se abrazó a él.
    —Hay que romper con todo para ser feliz, Tony. Eso es lo que me desespera.
    —Cuando hay que romper se rompe. Eso fue lo que tu actual marido me dijo cuando llame.
    —¿Cómo estaba Félix?
    —Dando clase de historia. Se puso al teléfono porque le llamaba su «cuñado», lo cual no deja de ser irónico. Ahí os dejo. Por los papás, tranquilos. Y por Félix, más. Me ha dicho que él mismo pondrá en marcha el divorcio. Por lo tanto, en menos de un mes lo tenéis.
    —¿Te vas sin tomar una copa?

    Tony los miró riendo.
    —Dejadme que os diga que en el fondo estoy emocionado. Yo soy un materialista, un egoísta empedernido, pero hay cosas que me sensibilizan, como vosotros dos que habéis pasado por tantas situaciones adversas y las salvasteis. Si un día me ama así una mujer y yo la amo a ella, me caso. Y hasta para darle gusto a mi madre, lo hago por la iglesia.

    Los dejó solos.

    Nina, al cerrar la puerta, quedó algo tensa, y al mismo tiempo, anhelante.

    Chema fue hacia ella y la tomó en sus brazos.

    La apretó hasta fundirla en ellos.

    Le buscó la boca.

    Era un recreamiento profundo, un vivir de realidades, un darse cuanto tenían y deseaban y eran capaces de recibir los dos.

    El pasado en sí, y aquella tregua, eran como la confirmación de la posesión mutua.

    Deseaban compartir cuanto tenían y cuanto de receptivo vivía en ellos.

    Los labios en los labios, los ojos en los ojos.

    Y los cuerpos perdidos en el anhelo que había quedado a medias en la noche y en aquel amanecer revelador.

    Fue así.

    Lo demás… era obvio.

    Se palpaba, se sentía.

    En la penumbra, decía ella quedamente, temblándole la voz:
    —Ten cuidado. Los hijos, no. Después. No les demos ese disgusto a mis padres de tener un hijo ilegítimo, sin regular nuestra situación.

    Él rió.

    La risa de Chema.

    Tranquila y elocuente.

    Contagiosa.
    —¿Te preocupan aún tanto?
    —Son mis padres.
    —Y yo tu marido.
    —Mi pareja.
    —¿Es menos eso?

    No. No. Lo era todo.

    Era mucho más.

    Todo unido. Pareja, matrimonio, dos seres que habían pasado por demasiadas pruebas y valoraban la sensación física, juntamente con la moral. Como hombre y mujer se realizaban; como pareja únicamente, eran ellos; como marido y mujer mañana, no dejarían por eso de amarse intensamente.

    El goce infinito era una recreación de los tiempos muertos, y un revivir el presente y un manifestarse tal cual se conocían para el futuro, que no dejaba, por eso, de ser pasado.

    ¿Félix?

    Lo aceptaba todo.

    Vivía en este mundo ceñido a sus exigencias, a sus vivencias, a sus esquemas propios, que nada tenían que ver con el ayer. Y si le tocaba perder, perdía, que otra mujer vendría qué pensaría y sentiría como él. ¿Los padres? Aceptando situaciones contra las cuales no podían rebelarse, porque, de hacerlo, se convertirían en títeres vivientes, y esa postura pasiva tampoco la aceptaban.

    Pero ellos, al margen de todo, estaban allí. Vivían, se acoplaban.

    Los besos eran resucitar vivencias que en su día fueron sólo adolescentes y ahora razones vivas del ser que compartían, de los placeres físicos que formaban parte de su vida.

    Y es que Chema, le decía buscando la caricia en la comisura de la boca femenina:
    —Hoy nos amamos más porque sabemos más. Nos entendemos mejor porque somos maduros y porque el que diga que el amor es celestial que se cuelgue en los altares. Lo nuestro, como lo de cada pareja, tiene tanto de sexual como de espiritual. ¿No crees, Nina?

    Se pegó a él.

    La respuesta era baldía.

    El afán estaba allí, en la posesión mutua, en el disfrute, en la entrega sin reservas, en vivir igual, pero mejor, porque los dos habían dejado lejos las niñerías.
    —No hemos cenado, Chema.
    —¿No?
    —¿No lo sabes?
    —Hemos cenado, Nina. Estamos cenando. ¿No te gusta esta cena amorosa?

    Se pegó a él instintiva. Y supo que sí, que le bastaba aquella cena que eran besos y caricias, y el ayer actualizado con mayor madurez, y que le ofrecía el goce infinito de ser suya y saberlo a él tan entregado…


    Tony, aquella noche, tenía su juerga. Félix, en Madrid, en una reunión de intelectuales.

    Rufo tranquilizaba a su mujer.

    La perfumería seguía allí, iluminada con luces de neón…

    Y en aquel cuarto, apenas iluminado por una tenue luz, dos personas jóvenes, pletóricas, afines, se entregaban al más viejo placer del mundo. Poseerse…

    Capítulo 21



    De haber vivido en una gran ciudad, las cosas quizá hubiesen sido diferentes. Pero se trataba de la capital de una provincia, donde todos se conocían, en particular aquellos que pertenecían al círculo social reducido.

    Ésa era la razón de que Raquel y Rufo no aceptaran la situación de la convivencia de su hija Nina, y mucho menos de que todos sus amigos supieran que ella continuaba casada.

    Tony, con su indiferencia hacia el matrimonio, vivía tranquilo, pero cuantas veces iba a comer a casa de sus padres otras tantas se tenía que colgar del teléfono para localizar a Félix en Madrid, lo cual, no era nada fácil. Y de siete llamadas, conseguía al fin una promesa de que el señor catedrático lo llamaría tan pronto dispusiera de tiempo. Y, la verdad, es que debía disponer de muy poco, porque jamás le llamaba, y la promesa de divorcio se quedaba sólo en eso.

    Una o dos veces visitó a su hermana en el piso que en su día ésta decoró para casarse con Chema. Pero él no veía en la pareja tanto entusiasmo como al principio, y eso le llenaba de inquietud, pese a que él, tal inquietud, jamás la manifestaba, pues era un tipo alegre en apariencia, desenfadado, y vivía a su manera, hoy con una amiga y mañana con otra… si bien jamás parecía lo que era en realidad, salvo que su hermana lo conocía en profundidad, pero no así sus padres que, si aceptaban su soltería recalcitrante, ignoraban que Tony se lo pasaba divinamente con sus amigas, las cuales conocían su modo de pensar y su independencia, y jamás le pedían más de lo que él se ofrecía a dar, y, la verdad, casi nunca daba más, excepto placer, goce y sesiones de cálido y divertido erotismo.

    Pero el asunto de su hermana Nina le tenía preocupado. Y no por los padres, machacones en verdad, pero fáciles de engañar y de convencer en espera de tiempos mejores.

    Pero sí por Nina y su mejor amigo, y compañero de ella, Chema. Chema, que volvía a trabajar y que esperaba poder casarse con Nina tan pronto ella consiguiera el divorcio, divorcio que, pese a la gran civilización de Félix, parecía no llegar, lo que indicaba, sin lugar a dudas, que la política, la cátedra y sus despistes le entretenían tanto que carecía de tiempo para tratar el asunto con sus abogados.

    Aquel día Tony había ido a comer con sus padres y estaba oyendo a su madre despotricar contra Chema y su hija. Rufo, su padre, asentía en silencio, pero las facciones de su cara parecían talladas en piedra, lo que indicaba su mal talante y lo descontento que estaba, dada la vida de pareja que llevaba su hermana.
    —Yo creo que ese Félix te está tomando el pelo —dijo la madre, cada vez más irritada—. Se puede ser despistado, estar muy metido en política y atender una cátedra, pero hay cosas de inmediata solución, que pueden afectar a la vida de otra persona, como en este caso es mi hija. Te digo, además, Tony, que tú siempre has tenido un gran ascendiente sobre Chema y Nina y que debieras convencerlos para que cada cual viva en su casa, y cuando llegue la hora de la libertad, se casen y se unan. Y te diré más, yo ya sé que la gente en la capital vive como le gusta y le da la santa gana. Pero nosotros vivimos en una pequeña ciudad, somos gente muy conocida y se me cae la cara de vergüenza cada vez que una cliente, amiga o conocida me pregunta por Nina.

    Tony oía con paciencia.
    —Nosotros —añadió el padre, que había guardado un duro silencio—, no recibiremos a Nina en casa entretanto no se case. Y te diré que no nos bastará que lo haga por lo civil, pues, ya que se casó por esos mundos con un auténtico desconocido, lo lógico es que ahora se demuestre la nulidad claramente.

    Tony solía aflojarse el nudo de la corbata y desabrochar el primer botón de la camisa.

    Conociendo a Félix como lo conocía, que no era demasiado, pero sí lo suficiente, dudaba que quisiera meterse en asuntos de la iglesia. Además, como había sido un matrimonio civil, bastaría que se diera por nulo aquél para que Nina se casara como le diera la gana, lo cual acallaría para siempre las retóricas vanas de sus padres.
    —Intentaré llamar de nuevo a Félix. Y, si es preciso, iré a Madrid, pero os advierto ya que es un hombre muy despreocupado y, por otra parte, muy ocupado en sus cosas.
    —Tu hermana ha sido una estúpida casándose así.
    —Mi hermana hizo lo que procedía hacer en aquel momento, papá. Y nada más. Vosotros adorasteis siempre a Chema. El novio de Nina de siempre. ¿Por qué ahora le pedís el sacrificio de vivir lejos de ella si la ha amado siempre?
    —En esta casa no entrará ninguno de los dos mientras no se casen como Dios manda.
    —Mamá, que los tiempos son otros.
    —Para nuestro modo de pensar, nada ha cambiado, y menos referente a la estabilidad religiosa, la que siempre profesamos todos en esta casa.

    Tony saboreaba la comida, y el postre no estaba nada mal, así como el Rioja, de buenísima calidad, y prefería no hablar de cosas pasadas o de las futuras. A fin de cuentas, a él nada le interesaban, pues, puesto a pensar, evidentemente no pensaba como sus padres, sino como su hermana. Su forma de pensar era la misma que la de Félix y Chema.


    Se lo contó a Nina. Había ido a verla. Chema, incorporado ya al trabajo, se marchaba a primera hora y no volvía hasta la tarde, pues tenía una contrata en las nuevas autopistas.
    —Localizar a Félix, es casi como buscar una aguja en un pajar —dijo molesto—. Se te pone una secretaria al teléfono o sale el contestador automático. Yo pensé siempre que Félix haría lo que me prometió. Poner el asunto en manos de un abogado, y, dada la situación, todo marcharía sobre ruedas. Los papás están muy enfadados.

    Nina bebía una cerveza. Se le notaba algo desmadejada. Habitualmente iba por la perfumería, donde se ganaba su sueldo, pero ahora sus padres preferían que no fuera, y ello le estaba ocasionando traumas y desazones.

    Tony, a pesar de ser tan despreocupado y parecer ajeno a muchas cosas, aunque estuviera menos de lo que aparentaba, miró a Nina con ansiedad.

    Le parecía que, por la razón que fuera y después de aquellos cinco meses, las cosas no le iban a su hermana como él había supuesto.
    —Dilo ya —le instó.

    Nina abatió los párpados. Estaba más hermosa que nunca, si cabe, pero también más delgada. Y su tez morena parecía tener cierta palidez.
    —Nina, ¿ocurre algo?
    —Siempre ocurren cosas, Tony.
    —¿Con Chema?
    —Bueno… yo creo… digo yo…
    —Pero no dices nada —le cortó Tony ante su vacilación.

    Nina se levantó.

    Fue hasta el bar y llenó de nuevo su vaso de cerveza.
    —Nina, ¿me quieres decir si lo vuestro va mal?

    No iba bien.

    La demora de Félix estaba ocasionando fricciones.
    —Chema —se atrevió a decir, pues con nadie tenía ella más confianza que con su hermano—, no se siente a gusto. No sé cómo explicártelo. Yo me expuse a todo por vivir con él. Ya se sabe que esto es una ciudad pequeña, y nosotros, los Vigil, somos muy conocidos, y no te digo Chema, por su puesto de ingeniero de caminos en una empresa del Estado. Todo eso va minando, aunque no se quiera. Chema vive retraído, y salvo el trabajo y la casa, todo lo demás le queda grande o demasiado absurdo.
    —No me digas que tiene celos de Félix.
    —No, no sé lo que es. Pero lo nuestro no marcha… no como al principio. O quizá sea que la pasión se agotó y no queda demasiado cariño —se alzó de hombros—. Yo me cierro en casa, como ves. Salgo al mercado, me limito cada día más. Te diré que, a veces, cuando veo a Chema tan metido en sí mismo, me dan ganas de subir al auto e irme a Madrid y poner un cohete o dar un empujón en la espalda de Félix. Yo le conozco y sé lo despistado que es. Lo metido en política que está. Lo que le gusta su cátedra.
    —Nina, dime, ¿has sido feliz alguna vez a su lado, como mujer?
    —No. Nos conveníamos; eso fue todo. Nunca dejamos de ser amigos, pero casi nunca fuimos amantes.
    —Te prometo que hablaré con Chema.

    Nina se crispó.
    —Eso jamás.
    —Pero…
    —No, necesito que reaccione por sí solo. De nada serviría empujarle. Siempre pensaría que, gracias a ti, él entendió lo que tiene el deber de entender solo. De no ser así… jamás aceptaré ser su mujer.
    —¿Y qué harás?
    —Lo ignoro aún. Lo estoy madurando.
    —Pues buscaré a Félix donde sea, aunque tenga que ir a buscarlo al Congreso. No creo que sea un mal hombre, sino todo lo contrario, pero está demasiado ocupado, y para él casarse o divorciarse es cosa secundaria. Por tanto, considerando que tú vives con el hombre que amas… para él tendrá poca importancia arreglar el asunto legal.
    —Pero es imprescindible, ¿no te haces cargo? Tal se diría que soy yo la que no me preocupo.
    —No me digas que Chema te culpa de eso.

    Nina hizo un gesto vago. Se la veía desencantada, y eso, para Tony, era semejante a un fracaso sentimental.
    —Chema es demasiado educado y nunca hace reproches. Pero una mujer nota cosas y sabe de dónde proceden.
    —Y supones que de los celos.
    —No estoy segura. Pero sí te puedo asegurar que lo nuestro se enfría, se hiela. Esta misma noche me quedé dormida en la alcoba de visitas… Chema no me reclamó.
    —Eso es grave, Nina.
    —Sí, por eso te lo digo. Me preguntas qué me pasa. Pues me pasa eso.
    —Buscaré a Félix donde sea y le contaré lo que sucede. Noté, cuando vi que te apreciaba como persona, que estaba dispuesto a todo con tal de que tú alcanzaras la felicidad. Por eso me asombra su silencio y la falta de noticias, cuando es un tipo que antepone su palabra por encima de todo.

    Nina hizo un gesto vago como diciendo: «Haz lo que gustes, pero no sé si lo nuestro tendrá ya arreglo».

    * * *


    Chema, como siempre durante aquellas últimas semanas, llegó tarde. Parecía cansado. Y si bien sus ojos estaban totalmente curados, se apreciaba en el fondo de sus pupilas una nebulosa confusa.

    Nina, que lo oyó llegar, corrió hacia la puerta. Lo hacía siempre así, aunque de dos semanas a esta parte, se diría que Chema vivía en otra galaxia.
    —Chema —gritó ella eufórica.

    Sin duda pretendía engañarse a sí misma y aceptar a Chema tal cual se mostraba, que no era ni mucho menos como antes.
    —Hola —saludó él.

    Y la besó en los labios ligeramente.

    Nina intentó apretar el beso, pero Chema la separó de sí con cuidado, sin violencia, porque Chema era incapaz de ser violento, desconsiderado, pero su silencio era peor que todo lo demás junto.
    —Estoy cansado —dijo despojándose de la corbata y la chaqueta y quedando en mangas de camisa—. Las carreteras son como comedores de pies y sudores… ah, ya he cenado.
    —Pero… yo tenía una cena estupenda, Chema.
    —No sabes cuánto lo siento, Nina.
    —¿Qué nos pasa? —preguntó ella.

    Chema la miró con sus ojos negros penetrantes.
    —¿Pues nos pasa algo?
    —Yo creo que la cosa no marcha.
    —No demasiado, no.
    —¿Y tengo yo la culpa?
    —No, Nina.
    —¿La tienes tú?
    —Pues tampoco.
    —¿Entonces quién la tiene?
    —No lo sé.
    —¿Hemos dejado de amarnos?
    —¿Qué dices?
    —Te pregunto.

    Chema se pasó los dedos por el pelo y lo alisó maquinalmente hacia atrás.
    —He visto a tu padre —dijo de súbito. Nina ya suponía lo que eso significaba. Pero, aun así, preguntó:
    —¿Y bien?
    —No me ha visto.
    —Pues si no te ha visto…

    Chema se adentró en el living.
    —Una cosa es no ver y otra no querer ver. A tu padre le ocurrió esto último.
    —No tienes derecho a decirlo así, tan rotundamente. Papá es despistado.
    —En este caso no lo fue.

    Y cayó desplomado en un butacón; estiró las piernas.
    —Me siento muy cansado. Cada día la ocupación es más intensa, y las contrariedades laborales mayores, y la falta de dinero acaba por convertirlo todo en una locura.

    Nina cayó sentada, a su vez, en un sofá, enfrente de su amigo.

    No se miraban. Chema encendió un cigarrillo. Nina le ofreció lumbre, que él ya no necesitaba, porque fumaba con fruición.
    —Si has comido, como yo no lo hice, traeré aquí mi bandeja y comeré.
    —Yo me retiro ya Nina. Lo siento.

    Nina no pudo contener su ímpetu y se plantó delante de la puerta por la cual debía cruzar su compañero.

    Tenía en mente saber qué cosa le sucedía a Chema. Y sólo ella podía preguntarlo, y él decirlo.
    —Recuerda que lo dejé todo por seguirte. Que tú, a fin de cuentas, me hiciste odiarte para que no te compadeciera. Si a estas alturas me reprochas el que en ese tiempo me haya casado, no tienes derecho a hacerlo. Una cosa tengo clara, Chema, el silencio en una pareja es peor que una asfixia, y yo no lo voy a soportar. Ayer noche me quedé dormida. Sí, sí, no me mires de ese modo incrédulo. Me quedé dormida, y me tiré en lo primero que encontré. ¿Se me puede reprochar algo? ¿Has ido tú a buscarme como hacías al principio? ¿Qué cosa se está muriendo en los dos?
    —No te pongas histérica. No vale la pena. Si te apetece, vuelves a tu casa y yo me quedo aquí, o me voy yo y te quedas tú.
    —Así de sencillo, ¿verdad?
    —No entiendo lo de tu marido —dijo él, de súbito y con voz ronca—. No lo entenderé jamás. No os habéis amado. Os habéis compenetrado como amigos. ¿A qué fin no tramita el divorcio? Me molesta vivir así. Unidos como si fuéramos amantes. Y yo no me tengo por tal. No quiero ofenderte, Nina. Nunca podría ofenderte amándote tanto. Pero hay situaciones que resultan penosas. No es porque yo crea más o menos en un certificado matrimonial, pero tenemos un status social que nos obliga a cubrir apariencias.
    —¿Eso es todo?
    —¿Y te parece poco?
    —Nada.

    Ella retrocedió, dejando a Chema plantado en el umbral.

    Capítulo 22



    Nina no comió. Dejó la cocina tal cual estaba y se fue al cuarto de huéspedes. Se dio una ducha. Ella amaba a Chema, como siempre lo amó, y el que faltaba allí era él. ¿Celoso de un tipo al que nunca le interesó el matrimonio? No lo concebía.

    Volver a casa con sus padres era ceder en algo que no creyó tener que hacer. Pero soportar vivir con un Chema ajeno le costaba. Y le costaba tanto que le dolía físicamente.

    Tras la ducha se puso un camisón corto y, descalza, andaba por el cuarto de huéspedes sin saber qué hacer. No pensaba ir a buscar a Chema, eso no. Pero… soportar sola una noche más era demasiado. Volver con sus padres, derrotada, nunca. Buscar de nuevo a Tony para que localizara a Félix, le parecía una falta total de sentimiento amoroso con Chema.

    De repente sintió sus pasos. Lentos, cuidadosos, apagados en la moqueta.

    Lo vio plantado en el umbral. Vestía su pijama azul de popelín y tenía el cabello revuelto, aún húmedo después de la ducha.
    —Nina… yo creo que debemos arreglar la situación.

    La joven se volvió del todo.

    Estaba lindísima con aquel camisón de encaje que dejaba apreciar sus armoniosas sinuosidades.

    Chema sintió en sí como un escalofrío. ¿Qué importaban las miraditas de sus compañeros, la falta de saludos en el club? La gente parecía vivir con mil años de retraso. Pero él… ¿cómo vivía él?

    Los celos le roían. Pensaba que el silencio de Félix indicaba que había amado más a Nina de lo que aparentaba.

    Eso le roía. No podía remediarlo. Al principio no, pero después, ante aquel silencio y falta de actividad del marido, se sentía celoso del pasado de Nina, vivido con Félix. Un tipo al cual no conocía, pero que consideraba inteligente, listo, hábil político, pero dentro de todo ello también hombre. Y no concebía que un hombre pasara por la vida de Nina sin amarla, desearla, poseerla y recrearse eufórico en su posesión.

    Eso, y sólo eso, le contenía.

    Pero en aquel instante no sabía ya si era contenido o se desbordaba.

    Avanzó hacia ella. Esta parecía esperarle, medio desnuda en mitad del cuarto de huéspedes.
    —Ven a nuestra alcoba —le dijo él.

    Su voz era opaca. Como huidiza.
    —Me quedo aquí, Chema.
    —Entonces no me amas.
    —¿Y tú a mí?

    Chema la atrajo hacia sí. La adoraba, pero…

    Le tocó los senos. Nina dio un paso atrás, espantada. Una cosa era el amor, y otra el deseo, y sólo eso parecía empujar a Chema.
    —Así —le gritó ella como histérica—, no. ¡Jamás!
    —Nina, ¿qué te pasa?
    —¿Y qué te pasa a ti?
    —Pues…

    Intentó de nuevo atraparla contra sí.

    Le ardía la sangre. Tanto haber renunciado a ella por temor al suplicio de la compasión, y de repente… todo le parecía absurdo.

    Pero los celos le comían. ¡Si pudiera disiparlos!

    Como no pudo alcanzarla, se dejó caer en el borde del lecho, mientras Nina, apresuradamente, como si de repente fuera una extraña, se puso una bata que hacía juego con el camisón.
    —Nina, mejor es aclarar las cosas. Siéntate. Algo se rompe, y yo sé que ni tú ni yo deseamos que se rompa. Es mejor hablar. Romper el silencio que nos envuelve. La convivencia es preciosa, y en el fondo lo sigue siendo, pero la actitud de tus padres, de los amigos… de todo cuanto nos rodea me hiere, me descompone —se sujetaba las sienes con ambas manos—. Te explicaré. Si fuéramos dos personas anónimas en esta capital de provincia, quizá no sucediera nada. Pero los dos somos muy conocidos, y tu familia, que antes era como si fuera mía, me ignora. Todo ello, unido al silencio de tu marido, me destroza. Tengo que decírtelo y te lo digo.

    Nina cayó sentada en un sillón no lejos del borde del lecho donde Chema parecía de nuevo un ciego, un pobre diablo dominado por una situación que creía irreversible.
    —Me gustaría que me contaras, querida Nina, cómo fue tu matrimonio.
    —¿Ahora?
    —¿Y por qué no? ¿A qué se debe el silencio de tu marido? Le prometió a Tony que todo se solucionaría en un mes, y van seis… y este silencio es sepulcral, y sé que Tony no ha dejado las cosas así, que ha insistido, y no porque él crea en el matrimonio, que nada significa, y yo tampoco creo, sino porque ese Félix no rompe las amarras que legalmente te atan a él.
    —Y me culpas de ello.
    —Al menos creo pensar que algo significó en tu vida.
    —Lo lógico en mi soledad.

    Chema se levantó. Se volvió a pasar los dedos por el pelo.
    —Hay algo que existe en mí —dijo en voz baja y contenida—. Mi amor. Mi afán de tenerte, mi vida, que a tu lado es feliz.
    —Y entonces… ¿por qué ocultas tus sentimientos?
    —Es que son confusos.

    Y acto seguido se fue caminando aprisa, como si no pudiera soportar por más tiempo la situación de ambos en aquella intimidad de un hogar que compartían los dos.

    Nina, suspensa, contenida casi la respiración, oyó detenerse sus pasos en el salón contiguo.

    Y caminó como si alguna fuerza le moviera los pies.


    Lo vio hundido en un sofá. Parecía perdido en él.

    Una tenue luz arrinconada le iluminaba. Nina no pudo menos que acercarse por la espalda. Se situó tras el respaldo del sillón y se dio cuenta de que Chema no notaba su presencia.

    Se quedó así un rato. Después, en un impulso que no podía dominar, echó los brazos adelante y asió la cabeza de su amigo.

    Ni palabras, ni promesas.

    Sólo ese movimiento.

    Él alzó una mano y asió con ella las de Nina, que cruzaban su cuello.

    Estuvieron así un rato. Después, de repente, Chema tiró de las dos manos de ella, que, del respaldo, fue a dar a sus rodillas.

    La sujetó contra sí.

    Le buscó la boca en aquel hacer suyo silencioso, pero tremenda y estremecedoramente elocuente.

    La besó.

    Parecía que la besaba por primera vez y que sus labios se movían sin tregua, eróticos y fascinantes.

    Nina hubiera deseado escapar y sentir a Chema apasionado y tierno, pero no tan deseoso y tan sensual.

    Pero era su amigo, su compañero, su pareja, y pensaba que un día sería su esposo.

    Por eso se quedó quieta en sus brazos.

    Ni una sola promesa. Una sola necesidad, eso sí. La de estar juntos, la de sentirse y palparse por encima de todo.

    Chema, sin dejar de besarla, la levantó en vilo, como hacía otros días, y la llevó a través del salón hacia el cuarto que compartían. Toda nube parecía desvanecerse, aunque en el fondo los dos sabían que todo aquello lo despertaba el deseo de una necesidad enfervorecida, que una vez saciada volvería a sumirlos en el más terrible silencio.


    Mucho después, cuando ya casi amanecía, Chema preguntó con voz contenida, tensa:
    —¿Vivías así con él?

    Nina se crispó.

    Se deslizó del ancho lecho y se quedó frente a él, erguida, tras ponerse la bata sobre su gozosa desnudez.
    —¿Otra vez, Chema? ¿Es que no te di pruebas suficientes de que tú, para mí, eres el primero? ¿Quién, a fin de cuentas, me alejó de tu lado? ¿Quién, di, quién?

    Chema, con el tórax desnudo, se pasaba las manos por el cabello alisándolo con un gesto de impotencia.
    —Perdona.
    —Es que, si vamos a tener esta comedia cada día, renuncio ya.
    —Nina…
    —No, Chema, no. Calmar tus deseos físicos me parece demasiado mezquino. Cuando decidimos vivir juntos, en espera de mi divorcio, nada de esto existía. ¿A qué fin ahora? ¿Y por qué? Es lo que me saca de quicio. No te olvides que las fricciones traen detrás de sí desilusiones, vacíos, silencio y una ruptura final. Si quieres, rompemos ahora mismo y cada cual vuelve a su vida.
    —Eso no.
    —¿Quién te entiende, Chema?
    —Perdona, perdona… yo no sé lo que me digo. Tengo un volcán dentro. Un deseo, un amor de toda mi vida y un temor a que aún me quieras, temiendo que pueda atacarme de nuevo la ceguera o que sea yo el consuelo de tus desilusiones.
    —¿Sabes? Lo estoy decidiendo ahora mismo. Nos separaremos, viviremos un tiempo cada cual como guste, y veremos lo que sucede después. Pero antes quiero decirte algo. Yo te amo, te deseo, te necesito. ¿Entendido? Tú, en cambio, te dejas guiar por un pasado casual que nada dijo a mis sentimientos, pero sí a mis soledades… eso es todo.
    —No me dejes solo, Nina.
    —Y es que quieres que consuele tu llanto interior.
    —Existe, aunque pienses que no.
    —Es decir, que eres tan anticuado como mamá y papá y todos los amigos falsos que nos rodean. ¿Sabes lo que yo pienso? Que mis padres están apegados a un pasado de represión y no entienden la actualidad, pero los amigos sólo sienten envidia. ¡Pura envidia! De que nos hayamos saltado las normas y vivamos como nos gusta vivir. Pero tú, de repente, te vuelves como ellos, y así, en una situación falsa, yo no vivo.
    —Espera, Nina.

    No, ya no más.

    Salió de la alcoba a toda prisa y se perdió en la habitación de los huéspedes. No esperaba siquiera que Chema la siguiera. Tanta fricción llevaba al olvido, a la sequedad y a la mezquindad.

    Se iría a casa de Tony.

    Quizá él la ayudase, y si no lo hacía, se iría a vivir a otra ciudad, y allá cada cual.

    Valía más vivir sola, libre, que amando y pegada a unos prejuicios estúpidos que, si bien vivían en Chema, no tenían cabida en ella.

    Mientras se vestía a toda prisa, oyó la voz de Chema llamándola desde la alcoba que los dos habían compartido hasta el amanecer. Había sido precioso, pero sólo mientras se estaba viviendo. ¿Y después?

    Los celos absurdos de Chema, y sus prejuicios. Ella no los tenía, ni los soportaba.

    Por ello, conociendo a Tony, ya sabría cómo podía obrar en el futuro, porque Tony la ayudaría a escapar de aquella trampa.
    —Nina.

    No.

    Ya estaba, vestida, en la puerta y salía hacia el rellano.

    Llevaba en si muchas palpitaciones. Muchas vivencias, muchos goces, pero ¿bastaba?

    No. Vivir, después de un goce, una cruz era demencial, y ella no estaba dispuesta a soportarlo.
    —Pero… —Tony parecía atónito—. ¿Tú?

    Nina cruzó el umbral aprisa.
    —Has roto con Chema.

    No preguntaba, afirmaba, al ver lo desencajado del semblante de su hermana.
    —Vengo a pedirte una cama para esta noche.
    —¿Y mañana?
    —No sé lo que haré.
    —¿Chema te ha permitido marcharte?
    —No le pregunté. Vivir en vilo no es bueno, y así se mata todo sentimiento —entró en el salón. Casi amanecía. Tony la siguió boquiabierto—. Chema ha cambiado. No es el mismo. No entiendo que, después de una sinceridad como la mía y bien demostrada además, se deje roer por unos celos absurdos. Yo no aguanto más.
    —Nina, sé razonable.
    —¿En qué sentido?

    Y cayó cuan larga era en un canapé. Respiró hondo. Tal vez se diría que le iba a faltar el aliento. Así de decepcionada estaba y así de desmadejada. Tony corrió a su lado.
    —No puedo comunicarme con Félix, Nina, pero te prometo que mañana dejo mi laboratorio y me voy a Madrid.
    —¿Y qué más da ya?
    —¿Cómo que no? Chema fue el amor de toda tu vida, y el irte fuera de España fue accidental. Lo lógico en tu caso. Te empujó él y te ayudé yo; le ayudé a él creyendo ayudaros a ambos. No te excites. Ten un poco de calma y de cordura.

    Nina no la tenía.

    Había dado tanto de sí, incluso exponiendo toda su personalidad, para recibir, a cambio, reproches y celos. Y eso sí que no.
    —Mira —añadió Tony, armándose de paciencia ante el evidente desasosiego de su hermana—. Mañana mismo salgo para Madrid. Te puedes quedar en mi apartamento, y espera. Es lo único que te queda.
    —¿Y Chema?
    —Lo has dejado, ¿no?
    —Es que, después de ser tan liberal, ahora me sale que si mis padres, que si sus amigos, que si esto y que si aquello. Y yo me he arriesgado, porque lo consideraba obligado para defender mi amor. Tony, piensa, reflexiona conmigo. Yo me fui porque Chema estaba ciego y él no me dijo nada de eso. Lo supe después. ¿Cuándo? ¿Y qué más da ya? Fueron tiempos pasados, pretéritos, que no van a volver. La situación actual es conflictiva y así, un día tras otro, en silencio, el amor se va matando. ¿Que hay una comunicación física de vez en cuando? Oh, no, eso no es para mí. Mi sensibilidad pide mucho más y exige tanto como doy, y estoy dispuesta a darlo todo. Hasta mi honestidad, que si bien mis padres y los amigos de Chema consideran por ese rasero, yo no.
    —Ni yo —dijo Tony resuelto—. ¿Pero qué pretendes que haga?
    —Nada de momento.
    —¿Ni ir a Madrid?
    —Eso sí. Pero no sé si cuando tenga mi libertad me casaré con Chema. No estoy segura de nada.
    —Tú le amas.
    —Y mucho.

    De súbito rompió a llorar.

    Tony, en pijama y batín, se acercó a ella.

    La quería demasiado. Le ayudó en momentos terribles. Ahora pensaba él, los momentos eran mejores, pero los nervios de Nina estaban como desatados.

    No había forma de contenerla ni de evitar su llanto.

    Le apretó la cabeza contra su pecho, de tal modo que Nina, tan independiente ella, se sintió súbitamente protegida y se calmó.
    —Quédate aquí. Mañana iré a Madrid. Veré a Félix, aunque tenga que ir a buscarlo al Congreso, y yo mismo lo llevaré al abogado. Te puedo decir, y tú, además, lo sabes por haberlo tratado más que yo, que Félix es una gran persona. Lo que ocurre es que es despistado, y que, se ocupa en demasiadas cosas a la vez. Y como, por otra parte, él se ríe de los casamientos, considera quizá que tú no tienes prisa.
    —Yo no la tengo —respondió Nina, dejando paulatinamente de llorar—. Son nuestros padres y Chema.
    —Pero si Chema nunca se preocupó de semejante cosa.
    —Pero ahora sí.
    —Déjame a mí todo este asunto. Ahora acuéstate y duerme. Mañana no salgas si no quieres, o si te da la gana sal y levanta bien la cara, que a fin de cuentas no has matado a nadie ni has cometido delito alguno, más que el lógico consuelo de estar enamorada. Dime, Nina, ¿no será que por amaros tanto os herís sin daros cuenta?

    Sí, ella lo consideraba así, pero quizá Chema no se percatara de ello. Cuando estaba en silencio en la alcoba, todo color de púrpura o rosa; el amor lo limaba todo. Pero una vez vivido, volvía aquel terrible silencio que presagiaba una separación, si no definitiva, sí a pequeños intervalos, y para ella vivir en esa indecisión no servía.
    —Anda —le dijo Tony sin esperar su respuesta—, vete a dormir. Me da la sensación de que estás muy cansada, muy nerviosa y fuera de ti.
    —Es que Chema sólo me desea y me busca cuando me necesita.
    —No digas eso.
    —Te lo digo, te lo digo, te lo digo.

    Y mientras gritaba repitiendo lo mismo. Tony la empujó hacia el cuarto.

    La dejó tendida en el lecho y él mismo la tapó.

    Después, sigiloso, apagó la luz. Empezaba a clarear.

    Tony decidió darse una ducha, pensar y después obrar en consecuencia.


    Desde su laboratorio intentó contactar con Félix durante buena parte de la mañana. Sólo existía el contestador automático. Dejó allí, pues, su mensaje.

    No tenía grandes esperanzas de que Félix se acordara, después, de solucionar la papeleta de Nina. Tampoco él fue a ver a sus padres. Tenía en mente algo mejor. Así sabría si Chema se había cansado de su hermana, si el amor se lo había llevado el tiempo o si, por el contrario, la seguía amando. De Nina, sabía que amaba a Chema y que no iba a cambiar sus sentimientos, por mucho que Chema guardara silencio o la poseyera, como ella decía, cuando le diera la gana.

    Y tampoco era eso.

    Por eso él seguía soltero y vivía sus aventuras como le apetecía y cuando le apetecía, pero sin ligarse con compromisos que nada le garantizaban, dado que él era un tipo cerebral y apasionado sólo a ratos.

    Sin embargo, lo de su hermana era muy diferente, ya que él, precisamente, fue quien la empujó a marcharse fuera de España pensando que Chema jamás recobraría la vista. Pero hete aquí que todo había vuelto a la normalidad, y el único anormal, por lo visto, era Chema, tan liberal en apariencia, tan dado a vivir a su manera, y de repente todo se le hacía cuesta arriba.

    ¿Por qué?

    Si había dejado de amar a Nina, que se lo dijera a él. Por eso conducía su coche en dirección a las obras que se estaban realizando en la autopista y donde sabía que encontraría a Chema.

    Lo vio en seguida, dentro de sus ropas azules de trabajo, con un casco en la cabeza y un portafolios apretado contra el pecho y sujeto con una mano, mientras con la otra hacía números o gráficos, que tampoco en ese detalle se fijó Tony, ni le interesaba.

    Paró en el arcén y saltó del vehículo.

    Casi en seguida, Chema lo vio y avanzó hacia él, dejando el portafolios en poder de un empleado.
    —Hola, Tony —saludó contrito—. ¿Está Nina contigo?
    —¿Te importa mucho?
    —Tony, me gustaría que nos comprendiéramos, como siempre nos hemos comprendido. Ven —y lo llevó hacia un bar cercano ubicado en el arcén izquierdo de la carretera—. Nina se fue de casa. Estaba tan nerviosa que preferí no retenerla.
    —¿Y qué te sucede a ti, Chema, para que Nina se ponga tan nerviosa? Porque mi hermana no es nerviosa, salvo que algo le haga saltar como un polvorín.
    —Me duele por ella, Tony.
    —¿Dolerte?
    —La situación.
    —Te refieres a vivir sin casarse, a que ella sea esposa de un señor…
    —Pues sí.

    Y Chema bajó la cabeza.
    —Pero eso se cuenta, se habla, Chema. Se discute. Pero jamás se calla, amigo mío.

    Chema se sentó. Se agarró el mentón con una mano.

    Se le notaba inquieto. Más bien desolado.
    —Dile que vuelva a casa.
    —¿Sola, sin que tú vayas a buscarla?
    —Si te parece mejor y sabes que no me rechazará, iré por ella.
    —Seamos sensatos, Chema, ¿qué os sucede? ¿Es por el qué dirán? ¿Es que de repente tú te has vuelto un conservador, o no toleras la forma de vivir que vosotros, los dos juntos, habéis elegido? Porque, si es así, comprendo que Nina no soporte la situación.

    Chema meneó la cabeza denegando.
    —No, no se trata de eso. Se trata sólo de Nina.
    —¿Cómo? Explícamelo.
    —Tus padres, mis amigos, nuestros conocidos de siempre… nos hacen el vacío, Tony. Y a mí me duele. Y después, la actitud pasiva del marido de mi mujer. Entiende.
    —Me gustaría entender, pero no lo consigo. Nina te ama, y tú la amas a ella, por lo que veo. ¿Qué cosa os separa y os obliga a un silencio odioso o a una relación absolutamente física?

    Chema enrojeció.
    —Esta situación física está sólo en la mente de Nina. Yo la adoro.
    —Pues mira, no entiendo.
    —A mí —dijo Chema a media voz, algo tensa—, el matrimonio me tiene sin cuidado. Es el sentimiento el que impera y el que deseo. Y ése existe. En mí, al menos. No es tan seguro de que impere en Nina. Estamos incómodos, y pienso que toda la culpa la tienen tus padres y mis amigos…
    —¿Tienes mucho que hacer ahora, Chema?
    —Yo siempre tengo, pero también siempre puedo dejar para mañana lo que me acomode.
    —Pues vente conmigo.
    —¿Adonde?
    —A Madrid. Estamos en ruta. No me mires con tanto asombro; a fin de cuentas, si vuestra relación, la tuya y la de Nina, depende de lo que haga Félix, iremos a verlo personalmente y lo llevaremos al abogado. Dado que es un hombre muy ocupado y despistado, si no lo agarramos por el codo, nunca irá, porque lo recordará todas las noches cuando conecte el contestador, pero se olvidará a la mañana siguiente.
    —Yo amo a Nina, por encima de todo eso.
    —Pero os estáis haciendo la vida imposible por la situación creada. Y es conveniente romper con el ayer y empezar de cero.
    —Tony…
    —¿Amas a Nina de verdad?
    —Con todas mis fuerzas.
    —Pues anímate. Vamos los dos a Madrid, y malo será que no localicemos a Félix. Él no quiere a Nina. Es decir, sí la quiere, pero como amiga y camarada. Aunque dada su situación de político progresista, todo lo que tú y Nina pensáis de vosotros mismos le dará risa. Pero si a vosotros no os da… lo importante es acabar cuanto antes con esta situación.
    —Pues vamos.

    Chema parecía tan decidido como Tony.

    Y es que Tony defendía el sentimiento de su hermana, pero Chema defendía el suyo propio.


    Nina se despertó a media mañana y se miró a sí misma, y después alrededor. Casi no recordaba nada, pero, al ver la habitación se dio cuenta de que se hallaba en casa de Tony. Su hermano.

    Decidió no pensar demasiado ni salir, de momento. Dentro del baño, estuvo demasiado tiempo bajo la ducha. Al salir vio escrito en el espejo del salón unas palabras:
    «Nos vamos a Madrid a buscar a Félix, Chema y yo. Confía en todo, y si puedes y quieres, vuelve a tu casa».

    No firmaba.

    Ya sabía que era de Tony.

    Su letra, su desigualdad de rasgos de un químico que hacía anotaciones a cada instante. Sonrió apenas. Volvería a casa. Era su casa, la de ella y Chema.

    La de su amor y sus deseos, sus comprensiones y sus silencios. Tal vez, Félix, al fin, se acordara que estaba casado y que jamás amó a su esposa, pero sí que la amparó cuanto pudo y como pudo, y pudo lo suficiente. Ella le tenía afecto. No amor, eso no.

    Lo dejó en España al marcharse y lo encontró al regreso. Diferente quizá, pero tan intenso como cuando lo dejó y lo añoró.

    Por eso, reflexiva, decidió volver. Chema también volvería, con divorcio o sin él, y ellos dos se entendían al menos físicamente y si su sensibilidad se resentía, ya sabía Chema cómo recuperarla.

    Baches se tienen siempre. Ella estaba sufriendo con Chema una de tantas crisis. ¿Renunciar a todo? No podía, ni quería, ni tenía fuerzas.

    Se vio en plena calle y evocó la noche con Chema. Había sido plena y apasionante. Intensa a más no poder, pero aquellos silencios después… era lo que condenaba, lo que le dolía, lo que la desangelaba.

    Pasó no lejos de la lujosa perfumería de sus padres, pero no quiso entrar.

    Para ella, entre sus padres y Chema, la elección era obvia, por mucho que se pensara y pensara ella de sí misma.

    Volver al hogar, ver cada rincón, cada detalle, las plantas trepadoras, el amor con que ella y Chema, antes de todo lo sucedido, decoraron aquella casa…

    Era evocado cada detalle, cada rincón, el enorme lecho que habían elegido ambos…

    Todo se dejaba sentir, y el hecho de que Chema fuera con Tony a Madrid resultaba, sin duda, el final de aquel problema.

    Tal vez Félix, por despistado u ocupado, se olvidara, pero, si Chema iba, se le iría a la vez la pesadilla y conseguiría que su marido pidiera el divorcio que ella de suyo ya tenía previamente aceptado.

    Había que ser consecuente, y ella deseaba serlo. Es decir, que, después del divorcio, todo volvería a su aire, a su normalidad, habitual, a convivir sin pesadillas ni celos, ni malos entendidos…

    Tony, su hermano, era el árbitro de aquella incipiente felicidad, y lo sería de la felicidad completa.

    Una cosa tenía clara.

    Chema y ella se entendían, se deseaban, se amaban, no podían pasar uno sin el otro. ¿Para qué engañarse? Todo estaba claro. Y si Félix, al fin, aceptaba la cuestión, que por aceptada la daba ella, nada habría ya qué enturbiara su convivencia.

    Sin embargo, tenía también muy claro que así, de aquella forma confusa, maltratándose el uno al otro sin desearlo, pero ocurriendo, como sin duda ocurría, tampoco se podía convivir.

    O mucho había cambiado ella o mucho había cambiado Chema, y, por lo visto, habían cambiado los dos sin percatarse, por la situación insegura que vivían. No obstante, decidió volver a casa.

    Cuando llegó al rellano, al detenerse el ascensor, se topó de manos a boca con su madre.

    Quedó tensa. Ella adoraba a sus padres, aunque no compartiera su modo de vivir y de pensar. Pero ver a su madre allí la desconcertó, la maltrató incluso, pues debido a ellos y a otros seres parecidos, Chema no aguantaba la forma de vivir, y más por ella que por él.
    —Mamá —murmuró a media voz—. Mamá, ¿por qué?
    —Tony vino a verme —dijo la dama dominando su íntima emoción, pues ver a Nina después de tanto tiempo no podía dejarla impasible—. Ya sé que él y Chema se han ido a Madrid. Tony fue a decirme, antes de irse, que pasara a verte, que arrojara la toalla.
    —Pasa —invitó Nina sin responder—. Vayamos a un lugar tranquilo. Tomaremos algo si te parece.
    —Es que no estoy sola, Nina.
    —¿No? —y la joven miró de un lado a otro algo tensa, buscando a la otra persona.

    Vio a su padre separarse de la pared donde estaba como pegado, como pillado en falta, como no queriendo delatar su claudicación.

    Muda y absorta, vio cómo su padre avanzaba a paso corto, rojo como la grana y muy nervioso.
    —Una cosa —dijo la madre—, es que deseéis ser libres para casaros, y otra que después de dar este escándalo os separéis. Que abandones a Chema.

    Ah, era eso.
    —Será mejor que paséis los dos —dijo algo rígida, como si la voz se le volviera hueca—. Tratar ciertas cosas en el rellano nunca fue mi estilo. Por favor…

    Y con la mano les mostró la entrada, cuya puerta abrió ella de par en par. Notó la vacilación de ambos, la duda, el temor quizá a ser convencidos. «En realidad», pensaba Nina, «si han venido es porque aún les duelo algo, y más les duele que haya dejado a Chema».


    Se daba cuenta, además, al verlos allí contritos de que nunca dejaron de amar a Chema, y que a ella le seguían con el pensamiento día a día y hora a hora, aunque aparentemente le censuraran el vivir con un hombre sin casarse.

    Por eso, ella no esperó que dijeran nada y les abordó con mayor fuerza de la que creía tener, pues en el fondo se daba cuenta de las vacilaciones de Chema, y cuanto acontecía en su unión se debía más que nada a la inseguridad, pero nunca a la falta de amor, consideración y respeto.
    —Mirad, os agradezco que hayáis venido a verme, pero si lo hacéis pensando que os voy a seguir a casa, perdéis el tiempo. Una cosa son mis asuntos con Chema, y otra, muy distinta, que me sienta culpable de algo. Me uní a él por amor, y por desamor me fui por el mundo. Vuelta ya, nada ni nadie hará cambiar mi situación. Ni mi forma de pensar y de sentir. Vosotros pertenecéis a una sociedad caduca; yo os amo, y, si me apuráis, os adoro, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que os siga a vuestro hogar, que deponga mi actitud, que abandone a Chema. Casada o no con él, es mi pareja, y le querré aún más por la situación inestable que soportamos. No somos nosotros los infelices, ni los que discutimos, ni los que guardamos silencio. Me estoy dando cuenta ahora de que todo se debe a la situación que vosotros y los amigos habéis creado en torno a nosotros dos, y eso no lo soporto. Por mí —añadió, cada vez más acalorada—, ni siquiera esperaría la decisión de Félix. Me uniría ya para siempre sin casarme. ¿Qué dice un papel cuando falta el sentimiento? Nada, y lo sabéis. Conocéis parejas separadas, que se detestan el uno al otro y que viven juntas para acallar los comentarios de los demás, lo cual sí que condeno rotundamente. Veros ahí silenciosos me hace pensar que ya sé lo que le ocurre a Chema, y no por él, sino por mí, por vosotros, por todos los que estáis en contra de nuestra forma de vivir. Pues se acabó. Cuando vengan Tony y Chema de Madrid, traigan o no los documentos arreglados, me quedaré a vivir con Chema y trataré de entenderlo y suavizaré las asperezas que, como en todo matrimonio, acucian de vez en cuando. No me digáis que vosotros siempre habéis sido felices. Que no habéis tenido crisis, porque entonces pensaré que no sois humanos.

    Algo se destacaba en la sombra del salón, y si bien Nina no lo veía, los padres sí, y más que oír a Nina, lo que hacían era mirar con estupor la figura de Chema. Porque era él, y estaba allí oyendo a Nina y mirándose a sí mismo como si se viera por primera vez en aquel momento.
    —Ya lo sabéis, mamá, papá. Me quedo aquí, y aquí estaré cuando vengan Chema y Tony. Tanto si traen las cosas arregladas como si no, yo seguiré viviendo como lo estoy haciendo.

    Cayó sentada en un sillón ante sus padres, que parecían rígidos, pero su expresión era más humana o, se diría, humana de verdad, lo cual jamás hasta entonces había ocurrido.
    —No debes ponerte así, Nina —dijo el padre, como cobrando aliento—. En realidad, estamos aquí porque han ido a buscarnos.
    —¿Ido?

    Chema avanzó.

    Nina, del salto, quedó de pie, agarrada al brazo del sillón, tensa y, a la vez, temblando por dentro.
    —¿Tú? ¿Tú? —gritó—. Pero… ¿no estabas en Madrid con Tony?
    —A última hora Tony decidió que iría solo, y Chema vino a vernos. Él piensa que te has ido de casa y que la culpa de tu reacción es de él, y de paso nuestra y de algunos amigos que censuran vuestra forma de vivir. Pero nosotros lo hemos entendido, y estamos aquí para demostrarte que, ante todo, eres nuestra hija, y que Chema siempre fue como un hijo para nosotros, y que la forma como viváis es cosa vuestra.
    —Pero… mamá.
    —Yo también lo pienso, Nina —añadió el padre con expresión compungida—. No podíamos más. Por eso, cuando llegó Chema, apenas si le permitimos hablar. Cada cual debe vivir como le guste y le acomode, y nosotros aceptamos ya, sin más, vuestras decisiones, y si los amigos no las aceptan, tanto peor para ellos.
    —Nina —dijo Chema asiéndola por los hombros—, no llores. Recuerda que tú no eres llorona —la sujetó contra sí—. Cuando me dejaste, me di cuenta de demasiadas cosas, y no soportaba perderte. Lo nuestro no es un devaneo ni una veleidad. Es algo que forma parte de nuestras vidas, de todo cuanto nos rodea. Que tus padres nos olviden, pues peor para ellos. Que los amigos cuchicheen a mi paso, me importa un rábano. Lo único que no soporto, ni me tolero a mí mismo, es vivir sin ti.

    Nina no podía dejar de llorar. Tenía razón Chema, no era llorona, pero todo aquello calaba muy hondo, y no soportaba el deseo de desahogar en llanto cuanto estaba sintiendo.
    —No fui con Tony. Cuando nos íbamos me di cuenta de que, de cualquier forma que fuera, no podía vivir sin ti. Y regresé en un taxi desde no sé qué lugar, y como sabía lo que sufrías por la actitud de tus padres, me tragué mi orgullo y fui a verlos. Pienso que, antes que anticuados y personas apegadas a estúpidos prejuicios, son padres, y lo están demostrando viniendo a verte…
    —Chema…
    —No me importa que ese Félix tan distraído u ocupado te dé el divorcio. Sea como sea, nosotros dos sabemos que estamos casados y que no hay solidez mayor que la ternura, el amor y tantos años de involuntario olvido. Que, además, no fue olvido, sino el destino, que quiso probarnos a los dos.
    —¡Oh, Chema…!

    Él la apretó contra sí. También de sus ojos se veían resbalar dos lágrimas. Parecía de repente delirante, emocionado al máximo, y decía entrecortadamente una y otra vez:
    —Yo no les pedí que vinieran, Nina. Te juro que no se lo pedí, pero después de hablar y casi quedar afónico, ellos, silenciosamente, se unieron a mí.

    Los padres se levantaron como tambaleándose y se acercaron a la pareja.
    —Nina, puedes volver a la perfumería y que todo siga como antes. Si te casas, te casas, y si no lo haces, pues no lo haces. Mamá y yo estábamos pensando en venir a verte, en decirte todo esto, cuando apareció Chema. Es verdad que los tiempos cambian, que la sociedad debe evolucionar. ¿Qué podemos decir nosotros de vuestra situación? Es una más de tantas.
    —Papá, que tú digas eso…
    —Es que soy padre, Nina, y eso sí que no se puede olvidar jamás. Y entre ideas arcaicas y la ternura de una hija amante, las ideas se van al diablo. Y el que no os quiera así es que no os estima nada. Hace tiempo, mucho tiempo, que tu madre y yo llegamos a esta conclusión… y si no hemos venido antes es porque… porque temíamos que no nos recibierais.
    —¡Oh, mamá, mamá!

    Y se soltó de Chema para abrazarse a sus padres. Los cuatro tenían los ojos húmedos. Rufo Vigil dijo de súbito:
    —Para demostrar que estamos bien de acuerdo con vosotros, os invito a comer esta noche. Nos vamos los cuatro por ahí. Tony nos lo agradecerá.
    —Chema, ¿quieres tú?
    —Claro.

    —Y se fueron. Cuando se separaron, después de una cena en la que fueron vistos por muchos amigos que, al presenciar la armonía de los cuatro, saludaban con timidez, pero sin rencillas, Nina casi saltaba de gozo.

    Chema —le dijo a su compañero ante sus propios padres, ya en el portal de la casa que compartían, y que con tanto amor decoraron antes de todos aquellos acontecimientos—, no tengo prisa alguna en casarme. Ya sé que todo lo que te pasaba y guardabas en tus silencios no eran celos, sino temor de ir conmigo y que alguien me humillara con su mirada o una palabra ofensiva.
    —Calla. Olvídate de eso ya. Ha pasado. Un mal trago, una crisis… aún tendremos muchas en el futuro.
    —Os dejamos —intervinieron los padres—. Sed felices, sólo os pedimos eso, y si tenéis crisis las arregláis entre los dos, y eso sí, os pedimos a ambos que el día que podáis casaros lo hagáis. Mientras tanto, vamos a vivir como el destino quiso que vivierais.

    Se despidieron. Los padres de Nina caminaron hacia su auto a toda prisa. Chema y Nina, bien apretujados, se perdieron en el portal y después en el ascensor. Allí, al mirarse, rompieron a reír emocionados y se apretaron uno contra otro buscándose los labios. ¡Aquellos besos! Aquellos largos y apasionados besos que eran como llamas, como promesas, como fuego.

    Cuando llegaban al rellano, Chema, titubeante, siseó:
    —¿Me dejas?
    —¿Meterme en casa en brazos? Es cursi, ¿no? Pero me gusta. Hazlo, sí.

    No se detuvo en el vestíbulo. Cerró la puerta con el pie y llevó su preciosa carga a la alcoba, cayendo con ella en el ancho lecho que tanto sabía de sus secretos.
    —Oye… ¿tú sabes lo que yo sentí cuando te fuiste esta mañana?
    —Sí.
    —¿Lo sabes?
    —Si no dejas de besarme y de desvestirme, no podré decírtelo.
    —Dilo igual.
    —Es que sé cómo me fui yo, y si comparo mi estado de ánimo con lo que dejaba atrás, me hago cargo de tu desesperación.


    Más tarde sonó el teléfono, pero ni el uno ni el otro podían levantar el auricular.
    —Déjalo —siseó Chema.

    Y ella, riendo, susurró a su vez:
    —Dejémoslo, sí, dejémoslo.

    Más tarde volvió a sonar el teléfono. Chema, lo levantó.
    —Es Tony —casi gritó—, y dice… dice…
    —¿Qué dice?
    —Que está comiendo con tu marido, que al fin dio con él, que ya tienen todo el papeleo en el juzgado.
    —Dale a Tony un abrazo —rió Nina colgando ella misma el teléfono que quitó de la mano de su compañero.
    —Pero… lo dejé con la palabra en la boca, Nina.
    —¿Y no estamos nosotros con el ansia en el pecho?
    —Oh, sí, sí.
    —Y si podemos casarnos, nos casamos, y si no podemos, pues no pasa nada.


    Se casaron al cabo de tres meses. Fue una boda muy íntima. Con Tony, unos pocos amigos y los padres.

    Después emprendieron su viaje de novios, con la misma ilusión de siempre, como cuando él empezó a cortejar a su querida Nina…


    Fin


    No sé si volveré a verte (2001)
    Título Original: No sé si volveré a verte (1998)
    Editorial: Bruguera S. A.
    Sello / Colección: Corín Tellado 11
    Género: Contemporáneo
    Protagonistas: Chema y Nina Vigil

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