ANTIGUOS NAUFRAGIOS, MODERNOS TESOROS
Publicado en
septiembre 15, 2013
Monedas recuperadas del Lastdrager
Mitad aventurero, mitad ratón de biblioteca, Robert Sténuit busca los secretos y los tesoros del pasado que yacen enterrados en el fondo del mar.
Por Catherine Galitzine.
DOS DE junio de 1976. Una balsa de caucho con tres hombres rana está anclada al noroeste de la isla de Santa Elena, en la rada de Jamestown. A 33m bajo la superficie, en las oscuras profundidades del Atlántico, se encuentra su jefe, Robert Sténuit, hombre atlético y barbado, de unos 45 años. Trabaja con un tubo grande y largo una especie de aspiradora submarina— para remover y buscar en centenares de metros cúbicos del limo del fondo marino.
Bajo tres metros de sedimentos estériles encuentra una sustancia diferente y granulosa que el tubo succiona hasta que comienza a emerger un objeto redondo. Con las manos el buceador extrae cuidadosamente una jarra de loza. En menos de una hora reúne varios cuencos, platos, fuentes y un aguamanil de plata.
Meses después Sténuit pasó revista a lo logrado en esta expedición: 100 jarrones chinos de porcelana azul y blanca, intactos, pertenecientes a la dinastía Ming y de valor incalculable; 400 kilos de fragmentos, que representan aproximadamente otras 1000 piezas, y una cantidad de objetos de alfarería aún no identificados, de origen asiático, enterrados en un manto de granos de pimienta, de dos metros de espesor.
No fue el azar, sino una meticulosa investigación, lo que llevó a Sténuit a este descubrimiento. Como arqueólogo submarino que lo caliza viejos naufragios y rescata sus restos, había estado diez años sobre la pista de este tesoro en particular. Las piezas de porcelana formaban parte de un cargamento de especias y otras riquezas orientales a bordo del White Lion, buque mercante de las Indias Orientales Holandesas hundido por dos navíos portugueses, a los que intentó atacar cuando retornaba desde Java, hace casi cuatro siglos.
Sténuit ha encontrado y registrado diez naufragios tan importantes como el del White Lion y una docena de menos trascendencia. Si bien ha recobrado centenares de kilos de oro y plata, lo que cuenta es el valor histórico: sus hallazgos figuran entre los descubrimientos de arqueología submarina más significativos del último decenio. Especializado en los barcos mercantes que cubrían las rutas comerciales entre la Europa posmedieval y el Oriente, fue uno de los primeros en bucear en las aguas oscuras, heladas y peligrosas del Atlántico septentrional y del mar del Norte.
El comandante Jacques Vichot, director honorario del Museo Naval de París, afirma: "Sténuit combina las cualidades intelectuales y físicas esenciales para este tipo de trabajo. El cuidado con que prepara cada expedición, su increíble erudición y su vigor físico son características que rara vez se encuentran en un solo hombre".
A los 17 años Sténuit estudiaba ciencias políticas en su nativa Bruselas cuando leyó un libro, Seiscientos mil millones bajo el mar, en el cual se enumeraban 463 naufragios "con tesoros garantizados". Como espeleólogo aficionado había dominado la técnica del buceo profundo para explorar los ríos subterráneos. Ahora comenzó a soñar. Durante los últimos cinco siglos casi un millón de naves se han hundido en aguas europeas, muchas de ellas con grandes cargamentos de oro y plata, por mucho tiempo el único medio de cambio válido en todas partes.
Tras meses de investigación en la Biblioteca Real de Bruselas, Sténuit llegó a la conclusión de que el tesoro más prometedor —y accesible— estaba en los 14 galeones de la Flota de la plata, de España. Esas naves se hundieron en 1702 en la bahía de Vigo, en Galicia, cuando regresaban de las Indias Occidentales. Después de anunciar a sus padres que abandonaba los estudios, el joven buceador partió hacia España.
En Vigo no encontró nada, salvo los restos de cascos deshechos. Sin la maquinaria debida, no pudo limpiar los centenares de metros cúbicos de limo que aprisionaban los preciosos cargamentos. Agotados sus ahorros, en 1962 aceptó un empleo que consistía en estudiar los restos de las antiguas galeras griegas hundidas en el Mediterráneo. El interés histórico de los hallazgos lo estimuló, y en ese momento el buscador de tesoros se convirtió en arqueólogo aficionado.
Se enfrascó en el estudio de la historia marítima europea, pasando todas sus horas libres en las grandes bibliotecas del continente. Hizo una lista de los naufragios cuyos restos habían desaparecido y trató de recrear las circunstancias del hecho. Poco a poco formó un archivo, en el que marcaba cada entrada con una, dos o tres estrellas, según la accesibilidad y el interés del cargamento. Luego, en un congreso internacional de actividades subacuáticas conoció a Henri Delauze, propietario de una pequeña empresa de investigaciones y salvamento submarinos llamada La Comex. Delauze le ofreció aportar los hombres y el equipo necesarios para poner a prueba los resultados de sus estudios. Aún financia todas las expediciones de Sténuit.
El éxito de esas expediciones se debe al trabajo detectivesco del buceador-arqueólogo, como en el caso de La Girona. Había calificado con tres estrellas a los restos de esta nave de la Armada española porque transportaba a las tripulaciones de otros cinco navíos que habían naufragado cuando, en 1588, se hundió en.un ventarrón. Entre los pasajeros se contaban 60 aristócratas españoles que llevaban consigo sus mejores joyas para lucirlas, después de derrotar a Inglaterra, en la "celebración de la victoria".
Robert Sténuit cuando exploraba La Girona
Según informes oficiales del período, La Girona se había hundido en Irlanda, en la desembocadura del río Bush. Los buzos que revisaron la zona no encontraron rastros, pese a que un capitán de mar español, en una carta escrita un año después del naufragio, dice que vio varios objetos preciosos, pertenecientes a sus infortunados compatriotas, en manos de pescadores irlandeses. Quizá los residentes de la costa habían despistado deliberadamente a las autoridades. Las sospechas de Sténuit parecieron confirmarse cuando examinó un mapa, publicado en 1904, y notó, a varios kilómetros al nordeste del río Bush, un arroyo llamado Port na Spaniagh: Puerto de los españoles. ¿Acaso se trataba de un nombre folclórico que persistió a través de los siglos y se dio finalmente a los cartógrafos?
El 27 de junio de 1967 el arqueólogo desembarcó en Port na Spaniagh. Menos de una hora después de comenzar el buceo encontró una barra de plomo que, sin lugar a dudas, había pertenecido a la Armada; y La Girona había sido el único navío de la flota española hundido en esa área.
Después de tres veranos de trabajo, Sténuit rescató 12.000 objetos del naufragio de La Girona. Tenían un valor histórico único, ya que hasta entonces no se había recuperado ni un cañón, ni siquiera un clavo de la Armada Invencible. Entre los objetos (ahora en el Museo de Ulster, en Belfast) figuran 405 monedas de oro, 756 de plata y 115 de cobre (algunas desconocidas hasta entonces), acuñadas en seis países durante ocho reinados. Hay una colección de anillos, medallones, la cruz de un Caballero de Malta, ocho cadenas de oro y una variedad extraordinaria de municiones, que arrojaron nueva luz sobre la joyería del renacimiento y el armamento de la flota española.
Pocas personas hubieran tenido la paciencia para desentrañar la historia del Lastdrager, un barco de suministros de la Compañía de las Indias Orientales Holandesas que desapareció en 1653. Sténuit comenzó revisando los 3748 viajes anotados en los libros de la compañía, para verificar que la nave en verdad iba rumbo a las Indias cuando se fue a pique al norte de Yell, una de las islas Shetland, con una carga de 400 toneladas de diversas mercancías, una cantidad de barras de oro y más de 37.500 florines en monedas. También leyó todo lo impreso, antiguo y moderno, acerca de la historia de la compañía. Incluso revisó montones olvidados de viejos mapas, manifiestos y paquetes de cartas archivados en ennegrecidas cajas de cartón a lo largo de 27 kilómetros de estanterías de la Oficina de Registros Reales, en La Haya.
Tras meses de trabajo encontró un relato del naufragio hecho por un sobreviviente, el escribiente Jan Camphuijs: "Fui lanzado contra las rocas y finalmente llegué a la cima del acantilado, donde mis manos pudieron sentir el pasto. Comencé a andar... de pronto caí en un pozo de agua dulce tan profundo que casi me ahogé. Vi chispas en el aire... y dirigiéndome hacia su lugar de origen encontré una casa de piedra con el taller de un herrero".
Sténuit partió a explorar la isla Yell. En la cima de la punta Crussa Ness halló una ruina solitaria y, en la costa occidental, un pozo. Una anciana, la última que ocupó la casa destruida (en 1913), le dijo que, de acuerdo con la tradición, siglos atrás el lugar había sido la forja de un herrero.
Al día siguiente el equipo de Sténuit comenzó a explorar el mar cercano. Antes de tres horas en las aguas heladas, el buceador Louis Gorsse encontró un cañón y, a pocos metros, una moneda: un patacón holandés fechado en 1632. Se había comprobado la tumba del Lastdrager y podía comenzar el verdadero trabajo de rescate.
"Pero no es como lo que ve uno en el cine", dice Sténuit. "Después de tres o cuatro siglos en esos mares enfurecidos no queda nada del casco de la nave sino escombros. Todo lo que encontramos del Lastdrager mismo fueron unos pocos tornillos de hierro y tres centímetros de soga de cáñamo".
Excavar los restos de un naufragio con un equipo de cuatro o cinco buceadores, puede tardar de seis meses a varios años. Durante los "meses cálidos", de mayo a septiembre, los buceadores pasan cinco horas diarias en el agua, que raras veces sobrepasa los 10° C. El frío penetra en los senos frontales, endurece el cuello y paraliza los músculos.
Sténuit encuentra balas de cañón y de mosquete del Lastdrager
"La mayor parte del tiempo", agrega Sténuit, "el lecho marino está salpicado de rocas cubiertas con algas gigantes que hay que apartar constantemente. Aun a diez metros de profundidad las olas lo sacuden a uno como el viento a una rama y le lanzan arena a la cara. ¡No puede uno moverse, no puede ver nada... se vuelve loco!" Día tras día los buceadores rastrillan, tantean, escarban entre toneladas de marga, formando grandes calles bajo el mar. "Ya que los restos de los navíos a menudo están enterrados profundamente, se necesita equipo especial. Bajo la presión del aire comprimido lanzado por una manguera, la grava vuela, las piedras saltan y ruedan: de esa manera se pueden mover montañas. Y a veces usamos una aspiradora submarina". Cuando llegan a las rocas desnudas, los buceadores examinan cuidadosamente las fisuras y los huecos y ciernen a mano arena, cascajo y conchas.
A menudo se encuentran objetos perfectamente preservados incrustrados en grandes concreciones de pólvora, herrumbre, detritos de piedra caliza, conchas y arena. "Subimos a bordo esos grandes coágulos petrificados", explica Sténuit, "y entonces, con muchísimo cuidado, rompemos la costra. Como por arte de magia se materializan en este magma negro ducados, jarras de peltre, correas de cuero, cucharas de plata, candelabros: todos los restos de un barco".
Gracias a Sténuit, páginas enteras de la historia han vuelto a la luz. Del Lastdrager, el naufragio más antiguo de la Compañía de las Indias Orientales Holandesas que ha sido recobrado en aguas europeas, salieron 85 excepcionales instrumentos de navegación, incluso un braquiolo, el brazo pequeño de un astrolabio, pieza tan rara que ninguna historia moderna de la navegación la menciona. Ahora este fragmento único se encuentra en el Museo Marítimo de Amsterdam. Las balas de cañón explosivas e incendiarias rescatadas de los restos de la Evstafii, una fragata rusa que se hundió frente a las islas Shetland en 1780, eran un arma secreta jamás vista por los especialistas modernos. La única pista anterior de su existencia era la mención que de ellas hizo un diplomático francés destacado en San Petersburgo en el siglo XVIII.
También del Lastdrager el arqueólogo marino extrajo un objeto Misterioso que parecía una abrazadera insólitamente delicada. Formaba parte de un instrumento quirúrgico: el brazo pequeño de un trépano. Eso confirma que los cirujanos de los barcos del siglo XVII realizaban operaciones craneales.
Las leyes relativas a los navíos hundidos hace mucho tiempo son vagas y difieren de país a país. Antes de iniciar cualquier trabajo de rescate, Sténuit obtiene del dueño, si es que hay alguno, o del país en cuyas aguas yace la nave, la "concesión arqueológica", o sea, el derecho exclusivo de investigar los restos. En Gran Bretaña, por ejemplo, el jefe de naufragios, un funcionario gubernamental, remata los objetos recobrados por buceadores, generalmente a museos o coleccionistas privados. El rescatador (Henri Delauze, en el caso de Sténuit) recibe una bonificación que va del 30 al 95 por ciento del precio de venta.
Además de sus trabajos de rescate, Sténuit ha escrito 13 libros de aventuras submarinas, al igual que centenares de artículos tanto en revistas especializadas como de tipo general. Es muy solicitado como conferencista. Tres filmes de televisión británicos se basan en sus expediciones. ¿Cómo encuentra tiempo para toda esta actividad vertiginosa? "Es fácil", me contestó Sténuit, "cuando uno lleva la vida que siempre soñó con vivir".