Publicado en
agosto 25, 2013
El avión, que se dirigía a Corea, se desvió más de 100 grados de su rumbo y se internó en el espacio aéreo soviético. La respuesta de Moscú fue inmediata y mortífera.
Por Anthony Paul.
EL VUELO 902 de la Korean Air Lines: KAL partió del Aeropuerto de Orly, en París, el 21 de abril de 1978 a las 12:39. Su destino estaba al norte, en Seúl, a donde arribaría por vía traspolar. Llevaba 97 pasajeros japoneses, coreanos, franceses, británicos, alemanes occidentales y chinos, y 13 tripulantes. Considerados peligrosos en una época, los vuelos traspolares se convirtieron en años recientes en una rutina. El capitán del vuelo 902, Kim Chang-kyu, de 46 años, había ,efectuado sin incidentes ese recorrido más de 30 veces; el piloto Lee Kunshik, de la misma edad, lo había hecho unas 70.
Pero, por muy experimentada que sea la tripulación, la curiosa naturaleza de la cima del mundo hace de la navegación traspolar una empresa engañosa. Los mapas resultan poco menos que inservibles: desde 10.500 metros de altura, el océano Glacial Ártico es una vasta extensión de hielo, tan monótona como una sábana recién lavada. Más aún, debido a la rápida rotación de la Tierra, cualquier punto que pudiera divisarse sobre la superficie modifica su posición unos 15 grados por hora. Por tanto, los pilotos deben vigilar atentamente sus instrumentos y confiar en ellos.
La mayoría de los aviones de pasajeros que viajan actualmente por la ruta traspolar están equipados con Sistemas de Navegación de Inercia: computadoras de a bordo conectadas a giroscopios sumamente avanzados y alimentadas con información constantemente actualizada, proveniente de estaciones terrestres de radar y de la observación de posiciones del Sol, la Luna y las estrellas. Pero el vuelo 902 carecía de esas computadoras. El Boeing 707, fabricado hacía 11 años, contaba sólo con el antiguo Sistema de Navegación Doppler, que requiere que el piloto verifique la posición del Sol o de las estrellas cada 10 o 15 minutos y ajuste el giroscopio direccional.
PENOSO ERROR
Durante las dos o tres primeras horas luego del despegue todo fue normal a bordo del vuelo 902. Entonces, en alguna parte cerca de Islandia, el avión se topó con su primer problema. Debido a "condiciones atmosféricas", el capitán Kim no pudo establecer contacto con la torre de control de Reikiavik (Islandia) para informar su posición. Alrededor de las 5 de la tarde notificó a la siguiente estación terrestre —en Spitsbergen, situada a 650 km del cabo Norte de Noruega— que estaba pasando más allá de la costa occidental de Groenlandia y pidió que avisaran a Reikiavik, pero no contestaron.
En ese momento, según el informe del capitán Kim, el avión debió haber estado volando hacia Canadá. Pero, en lugar de ir rumbo al oeste, de alguna manera había hecho un viraje de 112 grados, en lo que puede considerarse como el peor error de navegación en la historia de la aviación moderna. En realidad la aeronave se dirigía al sudeste: directamente hacia la Unión Soviética.
Según fuentes extraoficiales de Moscú, el primer contacto de radar soviético con el reactor coreano lo establecieron estaciones situadas en las vecindades de la Tierra de Francisco fosé, un grupo de islas ubicadas encima del paralelo 80, 1100 kilómetros al norte de Murmansk. Se dice que los rusos, cada vez más desconcertados, trataron de comunicarse con el avión "por todas las frecuencias comerciales de radio disponibles". Insisten en que no obtuvieron respuesta. Pusieron sobre aviso a altos funcionarios de Moscú.
"ALGO ANDA MAL"
En la cabina de pasajeros del avión, un grupo de obreros de la construcción coreanos, que regresaban a su patria después de haber trabajado en Gabón (África Occidental) pidieron que les sirvieran más whisky y cerveza. Dos fabricantes de ropa británicos, Benson Cohen y William Howard, dormitaban, conversaban o leían. Howard miró su reloj. La escala programada en Anchorage (Alaska) les permitiría estirar las piernas entumecidas. "Pronto empezaremos a descender", comentó.
Seiko Shiozaki, una japonesa estudiante de inglés, codeó a su adormecido novio, el artista Moto-o Uota, para que mirara el Sol, que ofrecía un impresionante despliegue de tonalidades doradas, rojizas y grisáceas mientras resplandecía débilmente a la derecha del avión, sobre el horizonte helado. El astro también atrajo la atención de Kineo Ohtani, propietario de una tienda de cámaras fotográficas en Tokio. "Algo anda mal", comentó a su esposa. "El Sol no debe estar de ese lado".
Casi al mismo tiempo, el capitán Kim tuvo un presentimiento similar. Entonces el radar del avión comenzó a indicar la presencia de islas, allá abajo. "¡Verifique nuestra posición!" ordenó al piloto Lee. Pero ya era demasiado tarde.
EXPLOSION ENSORDECERORA
El primer pasajero que divisó el avión de combate fue posiblemente Han Young-choon, un técnico coreano en acondicionadores de aire. Sorbía su whisky cuando vio cómo el caza, con proa fina como una aguja y alas en V, se elevaba hacia la aeronave de pasajeros, para estabilizar su altura a unos 100 metros de la punta del ala derecha del 707. Aunque la mayoría de los pasajeros vieron sólo un avión de combate, los pilotos informaron después que por lo menos dos reactores interceptaron el vuelo 902.
Dentro de la cabina del piloto, vieron primero con una especie de alivio la llegada de los cazas.
—Creo que son canadienses, —comentó el copiloto Cha Soon-do.
—¡Entonces pregúntales dónde estamos! —le ordenó el capitán.
Utilizando la frecuencia internacional de urgencia, los coreanos trataron repetidamente de hablar con los pilotos de los cazas. Pero no recibieron respuesta.
Por lo menos durante 10 minutos el caza a la derecha del 707 mantuvo su posición. Luego viró y se alejó, perdiéndose entre el crepúsculo y las nubes. De pronto se escuchó un ruido sordo y extraño proveniente del lado izquierdo del avión y acompañado de un destello de luz y una explosión ensordecedora. Fragmentos de metal al rojo vivo penetraron en el avión, abriendo agujeros desde del tamaño de un clavo hasta del de un melón. La metralla acribilló la parte posterior de la cabina.
Choi Bong-ki, jefe de sección de una gran empresa mercantil coreana, se había inclinado hacia adelante para traducir unas instrucciones sobre cámaras fotográficas que le había pedido otro pasajero. Eso le salvó la vida. Una pequeña pieza de metal perforó la ventanilla contigua a él, y le rozó la nuca en vez de atravesarle la sien izquierda. En el asiento de adelante, un turista japonés salvó la vida gracias a su grueso cinturón de vaquero, que detuvo un fragmento del tamaño de una bala.
Otros dos pasajeros, sin embargo, no fueron tan afortunados. El técnico Bang Tai-hwan, que se había levantado de su asiento para hablar con un amigo, estaba caído en el pasillo y agonizaba. La metralla le había rebanado la parte superior del cráneo. Yoshitaka Sugano, propietario de un café en Yokohama, que había cambiado de asiento con su hermano mayor unos momentos antes, cayó hacia adelante, fatalmente herido por la metralla, que le perforó un codo, el pecho y una rodilla. Otras 13 personas resultaron heridas, algunas de gravedad.
Según fuentes soviéticas extraoficiales, Moscú temía que el avión llevase equipo electrónico de espionaje y que virara hacia el oeste, para escapar a través de la frontera finlandesa. De acuerdo con esas fuentes, los cazas (aviones supersónicos Sukhoi Su-15), trataron de comunicarse con los coreanos. Al resultarles imposible, recibieron la orden de "disparar contra el avión para forzarlo a descender pero en un estado que hiciera posible un examen completo".
Esas afirmaciones son sumamente dudosas. Entre las 6:35 y las 6:41 de la tarde la estación de control de tráfico aéreo de Rovaniemi (Finlandia) grabó tres intentos de los coreanos para establecer contacto con los cazas soviéticos. La grabación muestra que no respondieron los rusos.
ATERRIZAJE FORZOSO
La explosión, al parecer de un proyectil, dañó el ala y el fuselaje del 707. El Boeing se sacudió violentamente y, desde más de 10.500 metros de altura, se precipitó en un picado incontrolable. Los cables eléctricos chispearon y las luces se apagaron. Un humo acre llenó el pasillo. Los heridos gritaban; la sangre corría por el piso. La súbita descompresión amenazaba con hacer estallar los tímpanos de todos, y varios pasajeros se desmayaron.
El capitán Kim luchó para recuperar el control y logró elevar ligeramente la proa del avión. Pero entonces, debido a que seguía la rápida descompresión a una altura peligrosamente elevada puso otra vez al 707 en un picado pronunciado. Mientras tanto, el jefe de los sobrecargos, Chu Myong-yong, tomó el micrófono de la cabina y, con más sangre fría que veracidad, tranquilizó a los pasajeros en coreano, japonés e inglés. "No pasa nada con el avión. Los pasajeros deben permanecer serenos y colaborar con la tripulación". E inmediatamente, en coreano, ordenó al personal de la cabina: "¡Preparen todo para un aterrizaje forzoso!"
A 900 metros de altura, el capitán Kim sacó el avión del picado e hizo un repaso de la situación. Además de los agujeros en el fuselaje, el proyectil había destrozado la punta del ala izquierda y unos tres metros del borde anterior del ala. Un pasajero estaba muerto. Alumbrándose con una lámpara de bolsillo, dos jóvenes médicos japoneses, uno de ellos herido, trataban de salvar a Yositaka Sugano aplicándole torniquetes con una corbata y un cinturón.
Todavía no se sabía cuál era la posición del vuelo 902, pero el capitán Kim advirtió que, desde la creciente oscuridad, los cazas acechaban aún al Boeing herido. Sólo se podía intentar una cosa: un aterrizaje forzoso. Para encontrar un sitio adecuado, comenzó a volar sin rumbo, trazando amplios círculos sobre el paisaje nevado y alumbrado lúgubremente por la luz de la luna.
A los pasajeros, que se pusieron rápidamente los chalecos salvavidas, se les indicó que se quitaran los zapatos, se sentaran en posición fetal y se ajustaran los cinturones de seguridad. Ante las exhortaciones de su novio, Seiko Shiozaki mantuvo la mente alejada del futuro e inició un lacónico diario: "La punta del ala izquierda ha desaparecido. El avión sigue volando. Moto-o me besa".
Un joven japonés, resuelto a proteger su rostro, se envolvió la cabeza con cada prenda de la ropa que llevaba o de la que pudo tomar de otros. Los dos británicos se estrecharon las manos con solemnidad, se desearon suerte mutuamente y compartieron el consuelo de que al menos sus respectivas esposas cobrarían un copioso seguro.
Lin Shing-yueh, joven artista de Formosa, recuerda: "A la escalofriante pregunta de lo que podía hacer con el poco tiempo que me quedaba, hubo sólo una respuesta: recordar. Rápidamente deseché las cosas que me habían causado dolor, mientras trataba ansiosamente de recuperar sólo lo mejor y lo más hermoso ¿Por qué nunca antes estuve tan lúcido ?"
En tres ocasiones el capitán Kim trató de aterrizar sobre campos sembrados o carreteras, pero cada vez las colinas o los cables de alta tensión le obstruyeron el camino. Finalmente divisó un lago helado, bordeado de árboles. ¿Aguantaría el hielo al Boeing de 100 toneladas? Para saberlo tendría que intentarlo.
El aterrizaje, que levantó una enorme nube de nieve, fue suave, aunque la averiada ala izquierda quedó destrozada al chocar contra un grupo de cedros que crecían a la orilla del lago. Seiko Shiozaki continuó escribiendo: "Aterrizaje. Vi brevemente llamas (¿o chispas?) fuera de la ventana. Una atmósfera de alivio llena la cabina. Los pasajeros reciben al capitan con una ovación".
LA ESTRELLA ROJA
Luego de espiar por una ventanilla, un pasajero alemán anunció con cierta autoridad: "Estamos en Alaska". Una azafata abrió una puerta de emergencia y varios pasajeros se deslizaron por el tobogán hasta el lago, cubierto de nieve, sólo para retornar al avión, repelidos por el frío extremoso. Adentro estaba oscuro y la temperatura descendía. Los médicos continuaban atendiendo a Sugano.
Transcurrieron casi dos horas. Al principio habían escuchado a los cazas que sobrevolaban la zona en círculos. "¿Dónde están los norteamericanos y sus equipos de rescate?" se preguntó la azafata Yu Hae-ja.
Pero ahora algo se movía lentamente desde los árboles, avanzando cautelosamente hacia el avión. Eran hombres, unos 20 o 30. Varios pasajeros lanzaron vítores.
La puerta delantera se abrió y entró un hombre alto y corpulento, con botas, gorro de piel y un imponente sobretodo militar que le llegaba hasta los tobillos. Sin ninguna expresión en el rostro, miró la escena y luego recorrió lentamente el pasillo. En la cabina silenciosa, los pasajeros vieron fugazmente una estrella roja en el gorro y destellos rojos en el cuello del uniforme. Por la mente de la azafata Yu pasó una escena de la película Doctor Zhivago. Comprendió que no estaban en Alaska. ¡Era un oficial ruso!
Muchos de los sudcoreanos a bordo estaban convencidos de que los rusos los entregarían a Corea del Norte. En el curso de las horas siguientes rompieron subrepticiamente sus pasaportes y cartas procedentes de su país, con la esperanza de hacerse pasar por japoneses o chinos. Choi llevaba documentos de su compañía en los que se enumeraban proyectos de construcción en Corea del Sur, que podrían ser objetivos militares. Los quemó con la ayuda de la señorita Yu, y arrojó las cenizas al retrete.
Por fin aterrizaron grandes helicópteros de transporte de tropas, mientras otros más pequeños se cernían cerca. Sugano fue el primer pasajero que trasladaron. Demasiado tarde: murió poco después en un hospital soviético.
Durante dos días los rusos mantuvieron a sus huéspedes accidentales en alojamientos improvisados en Kem, puerto pesquero 370 kilómetros al sur de Murmansk. Finalmente, luego de gestiones de las embajadas norteamericana y japonesa en Moscú, se permitió que un avión fletado estadounidense recogiera a los 95 pasajeros sobrevivientes, 11 tripulantes y los dos cadáveres, para llevarlos a Helsinki. Desde allí, otro avión de KAL completó el viaje a Seúl. Después de ocho días de interrogatorios en la Unión Soviética, liberaron también al capitán y al piloto.
QUEDAN sin responder varias preguntas de gran importancia sobre el vuelo 902. Primero, ¿cómo fue posible que una tripulación de semejante experiencia desviara tanto de su rumbo al avión? Y, ¿por qué, si las estaciones terrestres soviéticas realmente trataron de establecer contacto con el avión coreano, no se conocen transcripciones radiales? También, ¿por qué el piloto del caza soviético hizo, al parecer, tan poco esfuerzo aparente para comunicarse con el 707 antes de abrir fuego?
Los rusos han retenido la prueba más importante: la grabadora de vuelo del Boeing, la "caja negra" que conserva una cinta magnetofónica de todo lo que se dice en la cabina del piloto durante un vuelo. Mientras los soviéticos se nieguen a dar a conocer ese documento, la historia completa del vuelo 902 no se conocerá en Occidente. Pero, para evitar incidentes más mortíferos, los rusos tienen la obligación de divulgar al mundo la grabación y publicar su versión de los hechos.
Como expresó el Guardian de Londres: "La navegación ártica es un arte difícil, y los humanos cometen errores. Pero debe haber un sistema infalible para que, sin necesidad de abrir fuego, un avión militar pueda advertir a un avión civil que está cometiendo una infracción. ¿Qué falló con la navegación? La frecuencia de radio de emergencia, de 121,5 megahertz, ¿era confiable o no? Cuanto antes respondan los rusos a estas preguntas, mejor será, porque de ellas podrían depender futuras acciones internacionales".
NAOAKI USUI, de la oficina del DIGEST en Tokio, junto con Park Suk-ki y Hong Tong-sun, de la Agencia de Noticias Hapdong, en Seúl, contribuyeron con la investigación de datos para este artículo.