YO VI MORIR A JULIO JARAMILLO
Publicado en
julio 28, 2013
Correspondiente a la edición de Febrero de 1994
La autora, cuñada del artista fallecido hace 16 años, relata con dramatismo los últimos días de quien fuera considerado, incluso cuando vivía, uno de los más grandes mitos de la canción popular latinoamericana.
Texto: Ana María Romero Dancic, Fotos: Archivo de Mario Godoy.
Ya era de noche y como los días anteriores, me quedé cuidando a Julio en la clínica. Yo le decía -ten fe, hay que conservar la calma, ya todo va a pasar-. El me miraba atento; no podía contestarme pero la necesidad parecía hacernos entender ese diálogo de miradas. De pronto hice algo que rompió la rutina: tomé sus manos, limé sus uñas, las cepillé. No sabía por qué, pero lo estaba arreglando. Al día siguiente se cerró el círculo: Julio murió.
Eran los primeros días de febrero de 1978 y ya se respiraba el aire carnavalesco. Nancy, la última mujer de Julio, pasó por mi casa en Leonidas Plaza y Capitán Nájera con él; iban en un taxi hacia la clínica Domínguez que quedaba en lro. de Mayo y Machala. Me dio algunas recomendaciones de tipo doméstico y partieron.
Conocí a Nancy durante el último viaje de Julio a Ecuador y rápidamente congeniamos. Era pequeña, gordita, de cabello castaño, de facciones finas o, como decimos, bonita de cara. Tenía mucha vivacidad y adoraba a su marido, casi lo idolatraba; era periodista. En esa época yo también estudiaba Comunicación en la Universidad Estatal de Guayaquil. Nancy era buena para los negocios, no se dormía, incluso llegó a realizar un programa de televisión.
Quienes habían conocido a Julio desde antes, decían que a su llegada a Guayaquil ya no era el mismo; comentaban que estaba perdiendo la voz. Lo recuerdo muy callado, le gustaba ver televisión, tenía predilección por un potaje colombiano llamado perico, huevos revueltos con tomates y algo más. Quería mucho a Pepe, su hermano. Cuando Pepe desaparecía enredado en los vericuetos de la bohemia, Julio siempre llegaba a casa y me decía: "cuñada qué necesita".
La última reunión social a la que Julio asistió fue el 27 de diciembre del 77, cuando su hermano y yo nos casamos por la iglesia. Después recuerdo que el 31 hizo un muñeco de año viejo con Julio Alfonso, hijo de él y Nancy, que en ese tiempo tendría unos 6 o 7 años.
MOMENTOS DIFICILES
Emotivamente yo no despertaba en Julio ningún sentimiento favorable o desfavorable; es por eso que pude cuidarlo todos los días en la clínica y hasta presenciar sus últimos instantes. Nunca imaginé que tendría una vivencia tan intensa al lado de un hombre de cuya dimensión no tuve conciencia hasta mucho después de su muerte. Los hombres que trascienden generan controversia.
Volviendo al tema recuerdo que el taxi partió hacia el hospital con Julio y su mujer. Por la tarde Pepe y yo fuimos a verle; le habían hecho algunos exámenes, la operación era irremediable: tenía un cálculo en la vesícula. Premonitoriamente Julio dijo a su hermano -ñaño, si me pasa algo no quiero ningún bullicio, me entierran y chau-. Reímos sin querer imaginar que nos veríamos obligados a cumplir con ésta que sería su última petición.
El día señalado lo prepararon e ingresaron al quirófano. Las horas pasaban más lentas que de costumbre;- Nancy, que hace poco se había hecho evangelista, iba y venía del templo que estaba a una cuadra de la clínica; lloraba, se desesperaba, se calmaba. Pepe y yo aguardábamos en silencio, caminábamos, salíamos a la terraza, nos sentábamos, nos parábamos, tratábamos de que nadie se enterara para evitar el alboroto.
Al fin nos informaron que la operación había concluido exitosamente. Nunca había visto un cálculo pero allí nos lo enseñaron; era una piedra un tanto amarilla, de unos dos centímetros de diámetro. De inmediato trasladaron a Julio a su habitación, que luego se convirtió en una pequeña sala de cuidados intensivos durante una noche larga, muy larga: drenajes, máquinas, oxígeno.
Según contaba doña Polita, madre de J.J., su hijo fue enfermizo desde pequeño, corría con él al hospital en el momento menos pensado, había tenído algunos infartos, colesterol elevado, era fumador y bebedor, pero Julio seguía adelante. Nada sucede antes de tiempo, pues incluso una vez se salvó de morir en un accidente aviatorio, cuando cedió su puesto a un amigo que tenía urgencia de viajar a Quito.
LAS COSAS SE COMPLICAN
Desde que lo sacaron del quirófano, aparte del personal, solamente podíamos ingresar Nancy y yo. Pepe y su amigo Carlos Morán -a quien dicen Ta, te, ti- amanecían en la sala de espera. Julio estaba muy débil, tanto física como sicológicamente, no podía hablar, se comunicaba con dificultad, mostraba una profunda depresión y nunca supimos exactamente cómo su desesperación lo llevó al grado de arrancarse los tubos de drenaje. Momentos de dolor en que todo parece juntarse al ver que la vida se escapa y el cuerpo no responde.
Luego de lo sucedido fue inminente realizar otra intervención para colocar de nuevo los drenajes, de ella salió bastante mal, le pusieron un tubo traqueal que le impidió volver a hablar. Desde ese día no volvimos a dormir, no lo dejábamos solo ni un instante. Julio permanecía consciente. Hubo noches en que se terminaba el oxígeno y teníamos que suplirlo manualmente mientras Pepe y Ta, te, ti, corrían por la ciudad a buscar otro tanque.
LOS PRETEXTOS
Parece que cuando las cosas deben suceder lo más insignificante se convierte en pretexto. La clínica Domínguez se especializaba más en atención obstétrica; sin embargo, como los dueños son evangelistas, Nancy decidió llevarlo allí. El doctor Domínguez y los médicos que intervinieron a Julio empeñaron toda su voluntad para que las cosas salieran de la mejor manera posible, pero hubo que salvar apuros como el del oxígeno. Recuerdo a una enfermera alta, de pelo corto pintado de rubio que, en algunas oportunidades, se fastidió por tener que asear al paciente, tanto así que un día le dije -señorita si tanto le incomoda déjeme que yo lo puedo hacer. No había medicamentos fundamentales como la adrenalina.
Otro problema grave fue conseguir sangre. Julio tenía un tipo negativo y como eran días de carnaval, todo se volvía más difícil. Averiguamos los nombres de las personas registradas con ese tipo de sangre y empezamos a buscarlas. Un señor nos dijo que él no donaba porque podía necesitarla para sus hijos en cualquier momento, algo así como que se le podía terminar. Otra señora estaba embarazada, otro en la playa, hasta que averiguamos que algunas personas vendían sangre y acudimos a una de ellas y nos ayudó. Pero las cosas estaban dadas, el hombre se consume en la esencia de su naturaleza, despojado de los afanes de la vida.
EL SILENCIO
Pese a que nos empeñamos en guardar silencio, en proteger a Julio, la noticia corrió como un polvorín. De confidencia en confidencia se enteraron los amigos, se enteró Guayaquil, el país, el mundo: el ídolo agonizaba. Parientes, hijos, curiosos, preocupados, fanáticos, noveleros, colegas periodistas llenaban los corredores de la clínica. Preguntas, especulaciones, invenciones... ¡Que duro fue!.
Nancy y yo seguíamos turnándonos, nadie más podía ingresar a la habitación pero el asunto se nos iba escapando de las manos, era imposible detener el flujo de gente. Tensión tras tensión, pero frente a Julio nos mostrábamos calmadas, hasta sonrientes para no transmitir nuestra preocupación.
LA NOCHE ANTERIOR
Le hice el manicure para que la noche fuera más llevadera; era el 8 de febrero. La necesidad había generado una forma de comunicación; teníamos una especie de código, yo le hablaba, lo alentaba, le contaba cosas para distraerlo. Por ratos dormía, en otros me pedía agua; le mojaba los labios con un algodón, le acariciaba las manos. Una noche larga que quedará guardada dentro, muy dentro de mí, como un lejano pero expresivo silencio.
EL DIA 9
La mañana transcurrió como cualquier otro día. Nancy acompañó a Julio y yo fui a casa. Pepe no ingresaba a la habitación, primero porque la emoción podía perjudicar a su hermano y segundo porque no resistía verlo en ese estado tan delicado.
El radio había sido retirado para evitar que escuchara noticias referentes a su gravedad. A las tres miramos con estupor que un vespertino guayaquileño, de la manera más desafortunada, sin verificación... bueno, sobra cualquier comentario, publicó en primera plana, con grandes letras rojas, que Julio Jaramillo había muerto. Volamos a la clínica, estaba repleta al igual que las calles aledañas, la gente lloraba. Sin embargo, Julio permanecía en el mismo estado.
Se reforzó la protección en la habitación; en el interior todo era calma como si nada estuviera sucediendo. Ahí fue cuando los señores Francisco Feraud y Armando Romero ofrecieron cien mil sucres cada uno para llevar a Julio a los Estados Unidos. Lamentablemente ya era tarde y dado como estaban las cosas era inútil generarle más sufrimiento. Se decía que por lo menos había que trasladarle al hospital del Seguro pero finalmente no se hizo nada y decidimos esperar.
Las ideas y sugerencias iban y venían, las horas no se detenían y nuevamente reemplacé a Nancy en la habitación. Estaba oscureciendo, la noticia del periódico nos había afectado a todos;. en ese momento habríamos querido enfrentarlos, enjuiciarlos, qué sé yo.
Me puse a conversar con el médico, al pie de la cama; una enfermera estaba al lado de Julio. El nos miraba, escuchaba lo que decíamos, era como las 8.45 p.m. quizá un poco más, de pronto ví que la cabeza se Julio se inclinaba suavemente hacia la derecha y sus ojos se cerraban como adormilándose.
Solo atiné a decir -doctor, mire-. El observó, se acercó rápidamente y dio órdenes a la enfermera; ella salió de prisa a buscar adrenalina. No hubo, salí a toda carrera con el hijo del doctor Domínguez, en su carro, a buscar el medicamento de una farmacia a otra hasta que lo encontramos. Al regresar ya era demasiado tarde, no había nada que hacer, J.J. había fallecido. A su alrededor, a puerta cerrada, estaban su madre, su hermano, Nancy y algunos de sus hijos y sobrinos.
El hombre que con su voz hizo llorar a tantos, se había inmortalizado a la edad de 41 años.
NOS LO QUITARON
No pudimos cumplir su último deseo porque el pueblo, su pueblo, su gente, nos lo arrancó de las manos para llevarlo a pie, cantando sus canciones en este irreversible recorrido.
Al auditorio de Radio Central acudió, durante toda la noche, una interminable fila de personas para rendir tributo o para satisfacer su innata curiosidad. El traslado se pospuso un día pues se anunció la venida de amigos del exterior. Lo llevaron al coliseo, vino gente de todos los rincones de la patria. Siempre cargado por el pueblo, recuerdo que el día de su entierro me estremecí cuando pasamos por el cuerpo de bomberos. Llovía, la gente entonaba las canciones de Julio y las sirenas sonaron para darle un último adiós.
El pueblo sigue a sus ídolos hasta después de muertos. Creo que nunca volveré a ver a tanta gente llorando junta, a tal multitud en un sepelio.
POR QUÉ ESTE REPORTAJE
Tuve varias propuestas para contar todo esto, lo que había sucedido con J.J., entre ellas la de Francisco Romero, Pancholín, que en esa época era Jefe de Redacción de la Revista Estrellas, especializada en farándula, pero nunca acepté; las cosas estaban demasiado frescas; pero la convocatoria de Diners a este concurso me animó porque a lo largo de estos años se ha manipulado tanto el tema que ameritaba unas palabras.
En un reciente programa de televisión se hizo un homenaje a Julio; realmente fue un éxito porque incluso se lo repitió. Allí, un conocido radiodifusor guayaquileño dijo: "...a las cuatro y media, era inevitable su deceso, yo le fui a visitar a las cinco y media. Julio dijo, la cosa está fraguada compadre, yo estoy tranquilo... y me dijo no se si en serio o en broma, creo que fue en broma, compadre consígame una cervecita, cuando estaba prácticamente agonizando; el era un adorador de Baco..."
Es impresionante ver y oir todo lo que la imaginación humana puede producir en su afán inconsciente de mitificar; éste es solo un pequeño ejemplo, tomado muy a propósito. Julio no volvió a hablar, ni a ver a nadie más que a las personas que he mencionado, hasta el momento en que murió.
No quiero desatar una polémica; después de todo es comprensible y hasta aceptable que alrededor de un personaje como J.J. se digan y desdigan muchas cosas. Solo espero, si este reportaje llega a publicarse, que sirva para aportar en algo en favor de quien ya no puede objetar. Julio fue un hombre bueno y sencillo, tuvo muchos hijos como los tienen muchos hombres. Su vida bohemia no fue muy distinta a la de otros.
Hay algo que sí marcó la diferencia: Julio comunicaba, llegaba, se identificaba con el sentimiento popular. Eso lo hizo grande y a pesar de todo lo positivo o negativo que digan de él, seguirá brillando con luz propia. La luz que sólo irradian los ídolos.