TIEMPOS DE PASIÓN Y GLORIA
Publicado en
julio 21, 2013
"He descubierto la fórmula del matrimonio perfecto", les decía mi tía Eulogia a sus hermanas. "Te casas con un perejiliento, lo soportas por un tiempo y cuando se va con la crespa, te conviertes en su amante. Vuelve la pasión, se enciende el amor. Nunca he amado tanto a Roberto..."
Por Elizabeth Subercaseaux.
Los tiempos en que la tía Eulogia fue "la otra", "la lagarta", la que "ojalá el infierno te consuma", fueron en realidad muy felices. Despertaba en la mañana, sola en su cama, con todo el tiempo del mundo para desperezarse, leer el diario, tomar su tacita de café, conversar un rato por teléfono con sus amigas y su hija. Luego se duchaba y se vestía, hacía sus compras, limpiaba la casa y a las seis de la tarde estaba frente al espejo emperifollándose para encontrarse a escondidas con su amante, Roberto.
Roberto la invitaba a un pequeño restaurante donde reservaba la mesa del rincón, hacía poner un candelabro con velas y pedía champán. Hablaban en susurros, como si no se hubieran visto nunca, brindaban, se contaban las cosas y luego se iban a un motel y hacían el amor con una pasión desenfrenada.
—Nunca me había dado cuenta de lo rica que eres para la cama, Eulogia —decía Roberto, con los ojos incendiados.
—Es que estabas demasiado ocupado con la flaca como para darte cuenta —musitaba mi tía Eulogia.
—Pero ahora no hay flacas ni rubias, ni nadie, solo tú —decía Roberto a punto de morir de amor.
—¿Y la crespa?
—Lagarto, lagarto, no la menciones, que puede aparecer —respondía Roberto, temblando.
—¿Y qué le inventas? —preguntaba mi tía, curiosa.
—Que tuve una reunión, que me llamó don Sergio a última hora, que salió un viaje, tú sabes, cualquier cosa.
—¡Eres un fresco de marca mayor! —lo increpaba cariñosamente mi tía Eulogia, olvidándose de que aquellas eran las mismas disculpas que le inventaba a ella cuando se arrancaba con la flaca de la esquina.
La pobre flaca fue el chivo expiatorio de este episodio en la vida de mi tía. Mi tía se negó rotundamente a compartir a Roberto con ella. Antes de convertirse en la amante permanente de Roberto, luego de esa primera noche en el motel, mi tía fue muy clara:
—Está bien, me hago amante tuya, no tengo ningún problema porque perejiliento y todo sigo amándote, pero con una condición, Roberto...
—Cuál condición, reina de mi vida —dijo Roberto, que en ese momento se habría partido la cabeza con un hacha para complacer a mi tía.
—Que la flaca desaparezca de tu vida. No quiero compartirte con ella. La crespa, pasa, mal que mal es tu mujer, pero la flaca de la esquina tendrá que salir de la escena. Si no, no hay amores conmigo. ¿Qué dices?
Roberto aceptó.
Con el correr del tiempo, mi tía Eulogia fue poniéndose cada día más regia, más joven y más flaca. Se le pasaron todas las neuras y su cabello adquirió un tinte y un brillo de anuncio de champú.
—Esto es lo mejor —les decía a sus hermanas—. He descubierto la fórmula del matrimonio perfecto. Te casas con un perejiliento, le soportas por un tiempo a las flacas y las manías, y cuando se va con la crespa, te conviertes en su amante ¡y listo! Vuelve la pasión, se enciende el amor, nunca he amado tanto a Roberto como en estos días.
Las hermanas la envidiaban con toda su alma y empezaron a buscar crespas dispuestas a levantarles el marido.
A quien no le hizo ninguna gracia que su mamá fuera la amante de su papá fue a Eulogita.
—Me parece atroz, mamá, ¿cómo puedes ser amante de un hombre casado? ¿No te da vergüenza?
—¡Pero si es mi marido! —vociferaba la tía Eulogia.
—¡Era!
—No, hijita, estás muy equivocada, lo que Dios ata en la tierra no se desata, sino en el cielo. Yo me casé por la iglesia, por la ley, y por todas las normas terrestres. Y mi amante no es un tipo cualquiera de la calle, para que lo sepas, Eulogita, ¡es tu papá!
—Ya sé que es mi papá, pero está casado con otra mujer, piensa en su mujer.
—¿En la crespa? ¿Y por qué voy a pensar en la crespa? No somos ni parientes. Además, me cae mal.
En todo caso, mi tía no era una persona capaz de odiar a nadie, ni siquiera a la crespa, y al poco tiempo comenzó a tener sentimientos de culpa con ella. Al fin y al cabo, la pobre crespa no había hecho otra cosa que enamorarse del perejiliento de Roberto y creerle todas sus mentiras. Pero estos generosos sentimientos no estaban destinados a durar mucho. Pocos meses después, lo único que quería era degollarla.
La crespa terminó enterándose de que su marido andaba con otra, claro, no existe la mujer que pase por alto este detalle. Pero cuando se enteró, además, de que la otra era mi tía Eulogia, entró en una especie de paranoia que casi le cuesta a mi tía la vida. Empezó a enviarle unas cartas espantosas:
"Podrida serpiente de quién sabe qué planeta: ¡deja a mi marido en paz o asume las consecuencias".
Los insultos dejaban a mi tía temblando. La llamaba "mala pécora de piernas gordas", "viejuca de brazos sueltos", "ninfomaníaca extraterrestre", "escupo del universo", y cosas aún peores.
Hasta que un día, cansada ya, mi tía se personó en la casa de Roberto a una hora en que sabía que la crespa estaba allí. La misma crespa abrió la puerta.
—¿Se puede saber qué haces en mi casa pécora viciosa? —preguntó la crespa echando chispas por los ojos.
—Vengo a decirte que si sigues escribiéndome esas porquerías voy a ir con las cartas a la policía.
La crespa se puso a gritar insultos irreproducibles en una revista decente como esta. Mi tía la dejó chillar hasta que se agotara, y una vez que paró, le dijo con toda sencillez:
—Mira, crespa, Roberto es mi marido, es el padre de mis hijos, yo lo amo y él me ama, que un buen día se volviera loco y se casara contigo no quiere decir nada más que eso: se volvió loco, pero hasta el loco más rematado tiene la posibilidad de rehacer su vida y volver al camino correcto. Ahora somos amantes, para que lo sepas, y estamos muy felices. Lo único que nos sobra eres tú.
Y se fue, dejando a la crespa a punto de enloquecer para siempre.
Al día siguiente, cuando Roberto llegó al restaurante de siempre con los dos ojos en tinta y una pierna vendada, mi tía no hizo preguntas. Roberto le rogó que no volviera a ver a la crespa y eso fue todo lo que hablaron del tema.
Pero la crespa no iba a quedarse tranquila, cómo se le ocurre...
A partir de ese día mi tía no pudo vivir en paz. Una vez era un incendio en el garaje de la casa; otra vez era una pedrada en la ventana del living; el gato que la Domitila envió desde Iowa amaneció envenenado... Para consolarla, Roberto le compró un perro y a los dos meses el perro amaneció envenenado. Mi tía y Roberto sabían que era la crespa, pero no tenían cómo probarlo.
—Esto es mucho peor que atracción fatal —dijo mi tía —tengo miedo de que me mate.
—Lo mejor es cortar por lo sano y separarme de ella —dijo Roberto.
—¿Separarte de ella? ¡No! ¡Eso sí que no! —dijo mi tía.
—No te entiendo. ¿No es eso lo que quieres? ¿Que volvamos a vivir juntos y olvidemos este episodio de la crespa?
—¿Estás loco? ¡A mí me encanta ser tu amante! Es una delicia. La mejor manera de tener un matrimonio bien arreglado, feliz y sin presiones. Si te separas de la crespa vas a querer vivir conmigo al día siguiente, los hombres no saben vivir solos, y vuelta a lo mismo. ¡No, señor! Tú te casaste con esa crespa ridícula y ahora te toca seguir casado con ella. Tienes que asumirla. No se puede dejar la embarrada y después salir arrancando. Eso no lo hace un caballero.
—¿Y no te importa que tenga otra mujer, Eulogia? —preguntó asombrado.
—Tú siempre has tenido otra mujer. Y para serte franca, prefiero mil veces ser "la otra" que la víctima. Prefiero que le pongas el gorro a la crespa, así no me lo pones a mí. Además, nunca hemos tenido un sexo más apasionado, ni siquiera en nuestra primera luna de miel. ¡No, señor! Usted con la crespa y se acabó.
Al cabo de un rato logró convencerlo de que era la fórmula "ideal".
—La crespa se hace cargo de tus manías, tus ronquidos y tu infidelidad, y yo te gozo.
—Está bien, Eulogia dijo Roberto. ¿Qué otra cosa iba a decir?
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, JULIO 06 DEL 2004